Carlos S. (Historias de una escort 3) parte II

Continuación de la parte I, recomiendo su lectura para leer esta segunda parte.

Parece que por tácito acuerdo, el resto del día fue prolongar el placer de cada una, el mío era tener sexo con Carla (ya pensaba en ella no en “él”), pues me atraía esa sensación de estar con una mujer ¡pero que tenía polla!, el de ella seguir vestida sintiéndose plenamente mujer. Me confesó que acababa de realizar conmigo una de sus grandes fantasías: follar a una mujer estando él vestido de mujer. Y también me confesó que no sentía especial gana de follar con un hombre, o mejor dicho, ser follada por un hombre. Esto me dejó pensativa y poniendo en solfa algunas ideas preconcebidas que tenía respecto a los hombres que se visten de mujeres.

Luego que rehicimos nuestros atuendos tras el polvo, salimos a la calle. Parecíamos dos treintañeras que se habían arreglado para ir a ligar: ambas en minifaldas y tacones, marcando cuerpo, maquillajes no tan discretos como en la mañana. Dos escualas dispuestas a todo, sólo que ya teníamos el todo, yo a Carla, ella a si misma.

Subimos a un taxi, el taxista nos miró a sus anchas, le dí una dirección del centro de la ciudad. Me sentía especialmente cachonda, así que, aprovechando que el conductor, cada vez que podía, nos miraba por el retrovisor, le metí mano a Carla por dentro de la falda, lo que el hombre vio claramente, y Carla, que también estaba calentita, me metió mano a mí, incluso llegó a acariciarme el coño, todo a la vista del chofer, que miraba más hacia atrás que hacia delante. Suerte que a esas horas no hay demasiado tráfico en el centro, que si no, seguro que nos pasa algo.

Llegamos al sitio, pagué. El taxista se calló algo que iba a decirnos, tal vez “¿donde os recojo luego?”, pero no llegó a pronunciar palabra. Nos fuimos de la mano mientras el coche se alejaba.

El plan de la tarde era el siguiente: paseo, cine, cena de tapeo, discoteca y baile, vuelta a casa.

Por tanto, lo primero que hicimos es ir a las taquillas del cine a por las entradas, elegimos una película más bien tonta, de esas americanadas románticas tontas, quizá porque no pensábamos ver la película. Después nos fuimos de paseo hasta la hora del comienzo de la proyección. Por la calle íbamos de la mano o abrazadas por la cintura, incluso nos besamos un par de veces, para deleite de los demás viandantes. Yo notaba que Carla estaba muy encantada de ir vestida por la calle, haciendo sonar sus zapatos y sintiendo el aire en las piernas.

En el cine, lo que menos hicimos fue ver la película. Nos sentamos al final de la sala, y nos besamos en cuanto se apagaron las luces. La gama de acciones que realizamos durante la proyección fueron desde los besos apasionados, las manos unidas, sus manos tocándome las tetas, mis manos bajo su falda, sus manos bajo la mía, un masaje de huevos por mi parte, un jugueteo con mi clítoris que me llevó al orgasmo. Estábamos tan calientes que, en medio de la proyección, después de que con sus dedos me llevaran al orgasmo, nos levantamos y abandonamos la sala para ir a follar en el sitio más cercano, que resultó ser el servicio, ya que en este cine se sale por donde se entra, así que nos levantamos sigilosamente, salimos a la sala para ir al servicio.

En el servicio nos besamos apasionadamente y me puse frente a la pared para que me penetrara desde atrás, cosa que hizo para mi deleite. Del calentón que teníamos me corrí rápidamente, mientras que Carla lo hizo un poco después, dentro de mi, llenándome de semen. Después le chupé un poco la polla para limpiársela, y ella hizo lo mismo con mi coño. Nos recompusimos como pudimos y salimos del cine entre risitas de amigas cómplices.

Otra vez en la calle andamos abrazadas, besándonos con aroma a sexo en la boca. En dirección al bar que habíamos pensado para cenar de tapas. Nos sentamos, dos hembras buenísimas tomando cerveza y tapas, siendo admiradas por todos los hombres de la terraza, pero Carla no tenía ojos para ellos sino para si misma como mujer, gustándose a si misma, sintiéndose muy femenina. Yo también tenía ojos para ella. Y piernas, ya que nos sentamos una frente a la otra, comiendo y hablando, y yo, que me sentía muy pícara, lanzaba mis pies por debajo de la mesa para acariciarle las piernas a ella, e incluso con el pie descalzo tratando de meterlo por debajo de su falda.

Estábamos calientes, y no hacíamos nada para evitarlo. Mi pie descalzo, metido en su falda, acariciaba su sexo, y lo notaba tieso, aunque lo había escondido bien, cuando se excitaba, salía de su escondite. Y eso le costaba un sonrojo a Carla, ya que tenía que permanecer sentada, porque ¿que ocurriría si se levantaba y su falda mostraba un punto salido? Pero me seguía el juego, mantenía sus piernas abiertas y me dejaba hacer. Mientras, a nuestro alrededor, varias miradas seguían nuestro juego.

No se corrió esta vez, porque, pese a su evidente excitación, mi pie no la masturbaba bien. Pero hizo algo extraño. Me dijo que iba al servicio, yo le dije que estaba loca, que la iban a descubrir,. No me hizo caso. Se levantó, pero tuvo la precaución de ponerse el bolso por delante, así que no se notaba la polla. Se fue al baño. Regresó al cabo de un rato, perfectamente normal, sin ese apéndice que hubiera marcado su falda. “Ya está” me dijo. Pensé entonces que había ido a masturbarse, y sonreí al entenderla.

“Vayámonos”, me dijo. Me levanté, y nos fuimos caminando, agarradas de la mano. Antes de desaparecer por la esquina nos dimos un beso, para deleite de los tíos que estaban en la terraza.

Nuestro siguiente objetivo era tomar unas copas e ir a bailar. Lo primero lo hicimos en un pub, después de dar una vuelta. Carla quería disfrutar la noche moviéndose, y a mi me daba igual. Así que fuimos caminando, todo el rato agarradas de la mano o de la cintura, y de vez en cuando nos besábamos.

En el pub tomamos una copa, yo un gin-tonic, ella un whisky con cola. Nos sentamos en un rincón, dispuestas a disfrutar de nuestras copas y nuestros cuerpos, porque en lo oscuro del pub, me devolvió el calentón del bar. Nos sentamos una al lado de la otra, y por debajo de la mesa, acercó su mano a mi pierna para acariciarme el interior, meter la mano por debajo de la falda hasta las bragas, ahuecarlas para meterme un par de dedos por mi húmedo coño. Aunque estábamos hablando, la acción de debajo de la mesa nos tenía más ocupadas. Me corrí, por supuesto, y disimuladamente, aprovechaba la música ambiente para mover el cuerpo con los calambres del orgasmo.

Tras mi orgasmo le dije al oído que quería ser penetrada, para ello, aprovechando el rincón y la oscuridad, se subió la falda, ahuecó sus bragas para liberar el pene erecto, yo me senté encima de ella, empalándome en su falo después de ahuecar mi falda y mis bragas. Nos movíamos al ritmo de la música como bailando, pero en realidad estábamos en un mete y saca que nos llevó al cielo a ambas. Señor, que dos calentorras estábamos hechas.

En la discoteca nos separamos. Ocurrió que tras pedir un par de copas y elegir un sitio para sentarnos, salimos a bailar juntas. Bailábamos muy sensuales. Al cabo de un rato se acercó una mujer, tendría unos 30 años, alta, buen tipo, con un vestidito negro que dejaba marcado un cuerpo muy bien dibujado. Se puso a bailar con nosotras. Bailaba más sensual que Carla y yo, y se acercaba a Carla, restregándose contra ella, las dejé en la pista y me fui a sentar. Desde allí vi cómo se enrollaban, por lo que decidí que, si mi clienta lo quería, la dejaría allí. Un rato después vino a tomarse su copa.

  • Carla, ¿Quieres que te deje con esa mujer? - Le pregunté – Parece que habéis ligado.

  • No se que hacer, Ana. Me gustaría follármela pero no estoy segura de que le guste lo que soy.

  • Oh, yo creo que no le importará – dije- porque creo que sabe lo que eres. Te ha estado rozando y seguro que ha notado el bulto.

  • Me gusta mucho, Por cierto, se llama Marina.

  • Pues si quieres os dejo y me voy.

  • Me siento en deuda contigo, además tienes cosas tuyas en mi casa.

  • No te preocupes por ello, lo primero me siento pagada por el rato que hemos estado juntas y los polvos que me has echado, por lo otro ya me las mandarás.

  • Bueno, en ese caso, que tengas buenas noches.

  • Y te deseo que la folles bien.

Nos dimos el último beso, cogí mi bolso y me fui. Antes de salir, las vi que iban a los aseos. “buena suerte” le deseé.

Dos días mas tarde me llamó para acercarme mis cosas, nos vimos en una cafetería, venía vestido de hombre, me llevé una pequeña desilusión. Pero me comentó que esa noche acabó en su casa con Marina, se pasaron toda la noche follando como locas, resultó que a Marina no la desagradó que fuera un hombre vestido de mujer sino que, al contrario, era una de sus fantasías. Además me contó que era una mujer formidable y que habían pasado el día siguiente juntos. Me pareció que estaban al comienzo de una historia que deseé que fuera duradera. Me despedí con un beso deseándole la mejor de las suertes. Parece que la tuvo, ya que me han llegado noticias de que están viviendo juntos.

Ana del Alba