Carlitos

Elena, cansada de un matrimonio aburrido y harta de un esposo desatento, decide dar un giro decisivo a su matrimonio y convertir a su marido en su objeto.

Después de muchos años de casados, el matrimonio de Carlos y Elena dio un giro inesperado. Ella estaba tan aburrida de lo convencional,  siempre sexo aburrido y monótono, siempre sexo en el que lo importante era exclusivamente el placer de Carlos, siempre lo mismo. Además, ella desde hacía tiempo conocía la tendencia sumisa de su marido, pues él le había confesado sus fantasías de entregarse a una Mujer Dominante cuando disfrutaban de su luna de miel. Al principio le había sorprendido esta confesión, incluso le había desagradado, y nunca se había decidido a participar de la fantasía de su marido. Ella hasta ese momento creía ingenuamente en la igualdad de los sexos.

Sin embargo, pasados los años, harta de un marido abúlico, que sólo pensaba en él, en su placer, que apenas colaboraba en las tareas de la casa, que la desatendía y cada vez pasaba más horas fuera de la casa, decidió dar el paso. Así que un día decidió darle un ultimátum a su marido:

—Carlos, esto ya no puede seguir así.  Me aburro en esta relación, me aburres tú. Tienes que cambiar si quieres que sigamos juntos.

—Pero… yo creí que estábamos bien —dijo sorprendido Carlos—, que éramos felices. ¿Qué quieres cambiar?

—Todo, ya se terminó lo del matrimonio convencional, ya no vas a ser más el hombre de la casa. Ahora si quieres seguir conmigo tendrá que ser bajo mis normas, siendo mi esclavo y obedeciéndome en todo.

—Pero…

—No hay peros que valgan —le corta su mujer en seco—, o aceptas eso o coges tus cosas y te vas a la casa de tus padres. Tú decides: ser libre y estar solo o ser mi esclavo y tener el privilegio de mi compañía.

—Elena, sabes que no podría vivir sin ti… me quedo, me quedo, haz conmigo lo que quieras.

—Muy bien esclavo, no esperaba otra respuesta diferente. A partir de hoy, te encargarás de todas las tareas domésticas; estarás en casa siempre desnudo, aunque se te permitirá llevar un delantal para hacer la comida, te dirigirás a mi siempre como “Ama”, en mi presencia estarás siempre de rodillas y reconocerás la superioridad femenina sobre todo tu patético género.

Carlos, al oír las primeras órdenes que le daba hasta aquel momento su esposa, pero a partir de ese instante su Ama y Dueña, lo primero que hizo fue desnudarse inmediatamente.

—Todo eso que me dices es muy duro cambiarlo de un momento a otro  —aunque parecía resistirse a la situación, su miembro mostraba lo contrario con una increíble erección.

—Me parece que te gusta mucho la situación, no quiero ni una protesta, no estoy aquí para soportarte. Venga, ve a la cocina, y prepara dos cafés. ¡Ya! No salgas de la cocina hasta que yo te lo ordene, y cuando lo hagas, hazlo con una bandeja y las dos tazas de café – insistió Elena, alzando esta vez un poco su tono de voz frío. – No te olvides de servírmelo adecuadamente, no quiero que me mires a la cara, la cabeza siempre baja, y siempre arrodillado hasta que te dé nueva orden. ¿Entendido?

—Sí – en ese instante recibió una bofetada de su mujer que le dejó sorprendido.

—Sí, ¿Qué?

—Sí, Ama.

Carlos, ya convertido repentinamente en Carlitos, un objeto posesión de su esposa, ahora su Ama, después del inesperado golpe se fue presto para la cocina a preparar los dos cafés que supuso serían para tomar luego los dos juntos al mismo tiempo que hablarían de su nueva relación.  Pero a los diez minutos escuchó sonar el timbre y segundos después los tacones de su mujer dirigiéndose a abrir la puerta; al rato oyó otra voz femenina, era la mejor amiga de su mujer, Sonia. El café no era para él. Ya en sus mejillas notaba la calentura de la vergüenza que suponía tendría que pasar delante de la amiga de su esposa; y no solo llegó la calentura a sus mejillas, sino que también afectó a otra zona de su cuerpo, que inesperadamente se levantó. Inmediatamente después escucha la conversación de las dos mujeres:

—Sonia, he encontrado una nueva criada que va a trabajar para mí a tiempo completo y totalmente gratis. – le dice Elena con una amplia en sus labios.

— ¿Ah, sí? ¿Y cómo puede ser eso posible? ¿Por qué no me la presentas? Quizás quiera trabajar para mí gratis también.

—Si yo se lo digo así lo hará, no lo dudes, no tengo problemas en compartirla.

—Siempre has sido muy generosa —le comenta a su amiga.

—Ya, ya lo sé —y coge una campanita de encima de la mesa y hace la señal para que su marido se presente ante ellas.

Y en ese momento, aparece Carlitos desnudo, con la bandeja del café en la mano, nervioso y avergonzado, pero al mismo tiempo terriblemente excitado. Al instante, baja la cabeza tan pronto como llega al lado de las dos señoras. La cara de Sonia es  de asombro al ver al marido de su amiga de esas guisas, pero ella pronto entiende toda la situación, y mira y sonríe a Elena. Carlitos se arrodilla torpemente ante las damas y sirve el café con un temblor de manos considerable.

— ¿Qué te parece mi nueva adquisición?— pregunta sonriendo fríamente Elena

—A simple vista, me parece normalucha, un poco torpe, pero es que no lo he podido ver muy bien… ¿Sería posible que se levantase para apreciarlo mejor?

—A ver, tú, ¿no escuchas lo que te están diciendo? ¿A qué esperas para levantarte? —al mismo tiempo que dice esto le da un fuerte azote en el culo con su mano—.  A partir de ahora ten muy claro que  el deseo de cualquier mujer será una orden para ti. Así que ya estás tardando en obedecer…

Carlitos, avergonzado y con la cabeza gacha, hizo lo que le ordenaron las señoras. Pronto notó cómo las manos de Sonia recorrían su cuerpo y levantaban el delantal que le cubría; así dejó totalmente a la vista el pene de Carlitos empalmado.  Después de ver esto, deja caer de nuevo el delantal, y dice:

—A ver, Carlitos, quítate el delantal que queremos verte mejor – dice Sonia al mismo tiempo que mira a Elena, cómplice. Tras ver cumplida su orden y tener antes sí a Carlitos totalmente desnudo, dice:

—A ver, date una vuelta, que quiero ver tus cualidades en todo su esplendor.

Carlitos, muerto de vergüenza, gira sobre sus talones lentamente. Y en el momento en que le está dando la espalda y enseñando el culo a las dos mujeres, su Ama le ordena detenerse.

— ¡Para y ponte a cuatro patas! —Elena obtuvo la obediencia absoluta de Carlitos que ya enseñaba su culo plenamente. Ambas amigas se sonríen, y Sonia confiesa tener una idea.

—Tengo una idea, Elena—. Ignorando la presencia de Carlitos, coge su rígido collar de perlas y se lo saca y empieza a introducir cada una de las perlas en el agujero del culo de Carlitos.

— ¡Ahhh!— se queja Carlitos por lo incómodo que le resultaba.

—Cállate —y al mismo tiempo que le dice esto, su mujer le pega la segunda bofetada de la tarde. —No te hemos dado permiso ni para hablar ni para quejarte.

—Sí, Ama, perdóneme —contesta Carlitos sumisamente.

Mientras, Sonia ya había introducido el collar al completo en el trasero de Carlitos y este, aunque algo dolorido, no podía más con la excitación.

—Levántate, ponte frente a nosotras y mastúrbate, lentamente.

En el mismo momento que su Ama le dice estas palabras y él comienza a tocarse lentamente, Sonia se acerca por detrás de él y va sacando las perlas que antes había introducido en su culo, lo cual aumenta aun más la excitación de Carlitos, y justo cuando sale la última perla del culo de Carlitos, este llega al orgasmo y su semen se derrama por toda la alfombra.

—¡Pero serás guarro! ¿Cómo te atreves a manchar mi alfombra con tu asqueroso semen? ¡Límpialo, ya! —ordena Elena gritando.

Carlitos ya se disponía a ir a la cocina a buscar un trapito, pero antes de poder dar dos pasos ya escuchó los gritos de su Ama de nuevo.

—¿Pero adónde crees que vas?

—A buscar un trapo para limpiar esto, Ama.

—No, no te hace falta trapo, ¿no pretenderás ensuciarlo también con tu asquerosa lechada? Usa tu lengua que sea útil para algo al menos.

—Sí, Ama. —Y al instante se pone a cuatro patas, tremendamente humillado y limpia todo con la lengua; Carlitos mientras lo hacía mostraba su cara de desagrado, pues la alfombra llevaba tiempo sin ser limpiada, y junto a los restos de semen su lengua se tragaba polvo y restos de diminutas partículas de basura.

—Retírate ya a la cocina, ya hablaremos del castigo que te espera por todos los fallos que has tenido esta tarde —le dice su Ama amenazantemente.

Ya solas las dos amigas se despiden, diciendo que tienen que quedar más veces para compartir los servicios de Carlitos.