Carla Mar. Primer día de trabajo.

Carla Mar es una jovencita en su primer día de trabajo dispuesta a dejar una huella imborrable en su jefe, un atractivo maduro.

Hay situaciones en la vida en las que todo parece cambiar de pronto, a pesar de haber estado gobernados por la quietud más absoluta hasta ese preciso momento. Carla acababa de mudarse a una nueva casa situada en las afueras de Burdeos. El primer día en su nuevo hogar era la luminosa mañana de un solsticio de verano y esas coincidencias astrales siempre motivaban su alma inquieta y la llevaban a razonar extrañas autojustificaciones y pensamientos secretos que solamente ella entendía y que jamás compartía con nadie. Ella quería ser totalmente independiente de la acomodada vida de sus padres porque, a pesar de que nunca le había faltado nada, sentía una extraña sensación de ahogo que le impedía vivir como ella pensaba que debía de hacerlo, en su ánimo constante de comerse el mundo. Prefería el riesgo y la incertidumbre de la renuncia, que la seguridad familiar de una jaula de oro y debía hacerlo, ahora, que aún era una joven un tanto alocada y objetivamente atractiva. Carla era economista, el mejor expediente de su promoción, pero aún no había conseguido acumular demasiada experiencia laboral, aunque era plenamente consciente de que podía suplirla con sus infinitas ganas de comerse la vida y seguía teniendo esa inclasificable inquietud interior que secretamente atribuía a una mala experiencia en su último trabajo. La primera oportunidad de trabajar en su nuevo destino no se hizo esperar y tan pronto como pudo organizar su nueva vida, aplicó a un puesto que le pareció lo suficientemente atractivo como para acompañar su desafío vital y colmar sus ambiciones. Superó fácilmente las pruebas y consiguió el puesto. Aquel día, Carla se despertó temprano. Era el primer día en su nuevo trabajo y eso siempre le había provocado una cierta inseguridad y algo de estrés, una ligera inquietud en la boca del estómago en forma de mariposas asesinas que ya conocía bien. Una leve sensación de estar ante un abismo en el que podía sumergirse con un futuro siempre incierto sufriendo la mejor o la peor de las suertes. A Carla le gustaba mucho más el calor que el frío, mejor sentir su piel bañada por el sol, también la sensación de libertad que le daba el poder ir ligera de ropa. De alguna manera, el verano siempre le volvía a traer la sensación de unas largas vacaciones escolares en las que cualquier sueño era posible por estar a la vuelta de la esquina los días más largos del año donde todo era posible. Ese primer día de trabajo no le costó mucho decidirse, hacía tanto calor que sabía que debía ir elegante, pero también que no debía abrigarse en exceso, no quería sudar ni sentirse incómoda. Decidió ponerse un vestido ligero de gasa negra ligeramente por encima de la rodilla, unas sandalias negras que dejaban a la vista su perfecta pedicura en tono rojo sangre, y unos pendientes discretos de aros de oro. Carla seguía notando esas mariposas en el estómago que le hacían recordar que estaba a punto de enfrentarse a un nuevo reto laboral. Se sentía orgullosa de haber sido contratada en la clínica dermatológica y de cirugía estética más prestigiosa de Burdeos. No le fue difícil reconocer el edificio al final de la calle, un edificio moderno, blanco inmaculado, de líneas depuradas y limpias, pero muy elegantes, podría pertenecer perfectamente al arquitecto de moda en la ciudad. Carla no pudo evitar pensar que aquel edificio impoluto, era una buena metáfora de las pieles perfectas que prometía la clínica. Apuró el paso, no quería llegar tarde en su primer día. Entró decidida, no tanto por serlo, pues la procesión iba por dentro..., sino porque contaba con la seguridad que le daba su aspecto físico, siempre atractivo e imponente y preguntó en recepción por el director de la clínica. El Dr. Alejandro Martínez era un médico español, que después de licenciarse en medicina en la Complutense de Madrid y realizar un viaje de prácticas a Francia, conoció a la que hoy es su mujer francesa, Catherine, y decidió quedarse con ella en Burdeos. Era un hombre atractivo de mediana edad, trabajador hasta la extenuación, responsable y hecho a sí mismo, un buen médico con una dilatada carrera profesional y también consciente de su innegable atractivo físico. Cuando Carla fue mayor de edad y empezó a ser consciente de los atractivos de su cuerpo, del inmenso poder que irradiaba, de la envidia que generaba entre las mujeres, de su deseo, del efecto que causaba en los hombres, empezó a fijarse de otra manera en el mejor amigo de su padre. Estaba cansada de salir con chicos de su edad, niñatos egoístas que no sabían follar, ni siquiera escuchar, ni tratarla como era debido...Entonces, comenzó a fijarse en aquel amigo cercano de la familia, en lo caballeroso que era con su madre y con su propia mujer, en sus detalles, en su cuerpo fuerte y vigoroso. Lo miraba de manera discreta porque su padre, si llegase a enterarse, la castigaría severamente, pero aquel hombre consiguió, sin nunca llegar a ser consciente de ello, excitarla hasta límites insospechados. Era un hombre apuesto, de pelo canoso y barba semi cuidada, pero Carla, con su líbido desbocada, se fijaba, sobre todo, en los pliegues y los bultos que se le formaban en la entrepierna cuando acudía a visitarlos a casa. En una ocasión en la que cenaban todos juntos con su familia, Carla estaba sentada a su lado y de pronto, observó que la servilleta se le había caído al suelo, no dudó en recogérsela del suelo y en volver a depositarla con suavidad sobre el regazo de aquel hombre que comía a su lado. Al hacerlo no pudo evitar un sutil roce con el dorso de los dedos en su pantalón y pudo ser plenamente consciente de la textura y la turgencia de lo que se ocultaba allí dentro e instantáneamente comenzó a tener pensamientos locos, a desconectar de la cena y a mojarse sin remedio. Aquella experiencia con el amigo de sus padres siempre la marcó de algún modo y estableció con aquel hombre una referencia morbosa que recordaría siempre, y que le marcaba perfectamente el estilo de hombre por el que se sentía profundamente atraída. La llegada a la clínica fue del todo normal, Alicia, la secretaria principal, le mostró su futuro despacho acristalado y el resto de las dependencias y compañeros y le anunció que estuviese lista para la charla que, todos los lunes a las 9:30, les dirigía el Doctor en la sala de conferencias, para organizar el trabajo de la semana. Carla se instaló tan rápido como pudo y trató de captar toda la información y las señales que provenían de cualquier gesto o momento que surgiese del conocimiento de sus nuevos compañeros y del propio lugar. Finalmente llegó el momento de la charla y acudieron todos a la sala central. El Doctor fue puntual y directo. Ella ya había visto alguna foto en la web de la clínica y sabía que era un hombre atractivo, pero la realidad superaba con creces lo visto hasta entonces. LLevaba una chaqueta azul, un pantalón gris y una camisa blanca, impecable y sin corbata, gesticulaba de forma cuidada y elegante y sonreía, alternando algunas frases con gesto serio y directo y una mirada penetrante que era muy difícil de aguantar. Todos le escuchaban sin rechistar, como si se tratase de una especie de gurú en una charla motivadora de esas que se veían en las pelis. Al poco tiempo de comenzar Carla ya lo había asociado mentalmente a aquel amigo de su padre, con la diferencia de que éste era aún más interesante y además sería su jefe en lo sucesivo. Algo que le daba un morbo tremendo y que estaba experimentando entonces por primera vez. Ella lo escudriñaba todo, se fijaba en los gestos de sus compañeros y obtenía miles de datos por segundo de todo lo que iba captando. Obviamente, tampoco le quitaba ojo a él, a su forma de moverse, a sus gestos, a su ropa. Observó enseguida que, al igual que ya ocurría con el amigo de su padre, también aquí se producían algunas sombras y pliegues en el pantalón que indicaban que podría tratarse de un hombre especialmente dotado... Carla tenía la curiosa teoría de que el mejor sexo posible surgía siempre de la interacción de los tamaños adecuados en el hombre y la mujer, como si se tratase del encaje de las piezas de un puzzle, combinadas con las acciones que, además, se desarrollasen en el intercambio, pero, para ella el tamaño del sexo masculino era algo definitivo e importante y allí, bajo aquellos pantalones azul marino, parecía esconderse la polla de un Dios. Se agitaba nerviosa en su asiento durante la charla. Era consciente de que se estaba excitando ante la presencia poderosa de su nuevo jefe y de aquella polla que ya intuía y que le recordaba a su referencia familiar. Y también era consciente de que estaba mojando sus braguitas negras delante de sus nuevos compañeros, algo que le parecía tan excitante como censurable, así que cerró las piernas en un cruce destinado inútilmente a pretender detener el delicioso caudal que ya comenzaba a acumularse en su zona prohibida. Carla no fue consciente de la brusquedad de sus movimientos y de que eso había llamado la atención del Doctor que, de pronto, clavó su vista en ella. Por un momento a Carla se le aceleró el pulso, tal parecía que él estaba escudriñando sus pensamientos más secretos, el deseo que ella misma estaba sintiendo por él. ¿Podría ser que en su mirada también hubiese deseo?. ¿Acaso podría ser que ella consiguiese llenar de vida aquel objeto de deseo tan poderoso que él tenía entre las piernas con un sólo cruce de las suyas? Carla era incapaz de seguir la conversación como el resto de los asistentes, sólo tenía un pensamiento recurrente en su mente y por un momento le pareció que él no había podido disimular un brillo de deseo morboso al mirarla. De pronto Carla fue consciente, dentro de su permanente ensoñación, de que no había atendido demasiado de la charla, esperaba que no fuese demasiado importante!!, más bien puro trámite de presentación, y de que todos se comenzaban a levantar y a abandonar sus puestos. Ella se levantó lentamente, seguía algo alterada y avergonzada, del mismo modo que ya había hecho en ocasiones en algunas clases de la facultad, siendo consciente de que sería la última en salir y de que le gustaría quedarse a solas con su nuevo jefe durante unos segundos pero quizá aún era pronto... En ese momento bajó la vista y se dispuso a salir tímidamente, cuando oyó una voz a su espalda: -Carla, por favor, me gustaría que me concedieses unos minutos. Te doy la bienvenida porque sé que es tu primer día de trabajo y me gustaría ponerte al día de algunas cuestiones que no deben tratarse en la reunión general. Podrías reunirte conmigo en 10 minutos en mi despacho?. Ella sonrió nerviosa y accedió. Entonces salió precipitadamente y nerviosa se dirigió al aseo. No estaba preparada para una atracción sexual tan importante con su jefe, un hombre casado, al menos 15 años mayor que ella según sus indagaciones, que lucía su alianza en la mano derecha, con aquel morbazo que le producía sofocos y necesitaba refrescarse la cara y revisar el estado de su ropa interior porque también quería secar su sexo, era consciente de estar mojada, de que sus braguitas estaban empezando a humedecerse en exceso y aquella humedad que todo lo acababa impregnando la ponía todavía más excitada y nerviosa antes de presentarse ante su jefe, de modo que finalmente se las arregló para llegar puntual al despacho, golpeó ligeramente la puerta con los nudillos y él se presentó a abrirle la puerta, sonrió y se hizo a un lado para dejarla pasar. -Hola Carla, me ha parecido notarte algo nerviosa en tu primer día, pero no debes estarlo, es importante que te sientas a gusto y relajada. Es importante que haya un buen clima de trabajo entre nosotros y un buen entendimiento, ya que vas a trabajar muy unida a mi organizando toda la gestión económica de la empresa, ya verás que se trata de aspectos delicados y en su gran mayoría confidenciales. -No te parece? .Tu despacho es el contiguo al mío porque quiero que seas mi mano derecha. Carla intentaba abstraerse, una y otra vez, del poderoso atractivo sexual que emanaba de aquel hombre, pero no estaba segura de llegar a conseguirlo plenamente y más aún, al darse cuenta de la forma en la que él miraba con cierto descaro sus piernas morenas porque, al sentarse, con los nervios que tenía encima, no había recogido adecuadamente su vestido y dejaba ver casi la totalidad de su muslo derecho. Ella fue consciente de su descuido al mismo tiempo que él pero un brillo en la mirada del médico la hizo mojarse todavía más y decidir que iba a seguir haciéndose la despistada con su vestido, pero sonó el teléfono y tuvo que abandonar el despacho. Ya no tuvo más contacto con el Dr. hasta la última hora de la tarde, con la clínica ya cerrada. La puerta de su despacho estaba abierta y su jefe se asomó sonriente para preguntarle por el transcurso de su primer día. Carla llevaba encima un buen paquete de expedientes y con total desparpajo, decidió extender todas las carpetas sobre el mismo suelo del despacho, en forma de un abanico clasificado por colores, ante la atónita mirada del Doctor. Ella estaba de rodillas, en una pose adolescente y sujetaba el vestido como podía entre sus muslos mientras iba señalando cosas y comentando aspectos que le gustaría tener controlados y ordenar desde el principio. Aquel despliegue y su propia posición sumisa en el centro del despacho, mientras su jefe permanecía de pie apoyado en su mesa escuchando sus explicaciones era lo más parecido a un extraño cortejo y la excitaba más de lo que jamás había podido imaginar. A diferencia de la charla de la mañana, el Dr. ya se había puesto la bata corporativa que todos llevaban, menos ella y alguna otra persona que no estaría en contacto con el público, aunque él la mantenía abierta, alternando los brazos cruzados bajo el pecho con las manos en los bolsillos, cuando se relajaba un poco. Desde esa posición los ojos de Carla estaba exactamente a la altura de la cintura de su jefe y ahora sí que podía certificar, casi con absoluta seguridad, que, dentro de aquellos pantalones estaba creciendo algo que requería ser certificado, como le ocurría a cualquiera de las auditorías en las que ella era experta. -Entonces le parece bien mi plan de trabajo y las conclusiones previas a las que he llegado, Dr.?, preguntó con un tono estudiadamente ingenuo... El Dr. sonrió, estaba ligeramente nervioso, Carla lo notaba y sabía bien que era por algo totalmente ajeno al trabajo, porque él era un hombre con mucha experiencia y con dilatada vida profesional que no parecía ponerse nervioso ante nada. Carla realmente tenía que hacer esfuerzos para no mirar aquel bulto cada vez más prominente en el pantalón de su jefe, por dos motivos: primero porque su vista, dada la postura en la que seguía, quedaba exactamente en la misma horizontal que la entrepierna del Dr. Y segundo, porque siempre le había encantado ver la progresiva erección de un hombre, notar el poder que la sugestión de su cuerpo le confería ante un hombre que le atraía, el poder de ponerlo loco, salvaje, duro como una piedra, lleno de deseo, para que luego pudiese penetrarla como a ella le gustaba. Le fascinaba ver ese proceso por el que un hombre se iba poniendo tenso en modo creciente y le fascinaba si, además, ella consideraba que era la medida exacta para su sexo, como aquellas 2 piezas realizadas para ser emsambladas que siempre buscaba. Ella fue consciente de que el Dr. estaba excitándose pero también lo notaba algo incómodo, porque veía como intentaba tapar la incipiente dureza de su polla haciendo extraños movimientos con su bata. Carla analizó la situación rápidamente, disponía de escasos segundos para tomar una decisión antes de que el hombre decidiese marcharse del despacho para evitar dar algún paso más que los llevase a una situación irreversible. El propio Doctor no entendía qué le pasaba con esa chica, es cierto que Carla era una belleza objetiva, que sus piernas morenas eran esculturales y que en sus ojos brillaba el deseo y las miradas lascivas y cómplices directas hacía....su polla, pero también es cierto que él era un hombre atractivo, acostumbrado a tener proposiciones deshonestas de colaboradoras de la clínica, incluso de clientes y aunque le gustaba ligeramente el juego de seducción, nunca se había decidido a dar un paso más allá, él era un hombre casado y aunque su matrimonio no estaba en su mujer momento, pensaba que no debía hacer eso. Sin embargo, Carla, le estaba rompiendo todos los esquemas, había en ella una mezcla de dulzura y provocación, emanando una endiablada mezcla de candor y lujuria, tenía un aspecto tan juvenil de rodillas en el suelo y sin embargo poseía el cuerpazo salvaje de una mujer adulta, consciente de que lo estaba provocando, que todo lo estaba volviendo loco y podía sentír su polla crecer de forma inevitable buscando cualquier resquicio en el pantalón. Intentó taparse con su bata, pero era consciente de que ella la miraba como una niña golosa mira a un helado antes de darle su primer lametón. Carla, notaba el deseo latente en la atmósfera del despacho. Ella pensaba rápidamente cómo sería verlo con ese pantalón en una erección completa, cuánto podría ceder la fina tela de ese pantalón gris, si su polla mediría en torno a los 20 cms como ella pensaba y anhelaba. Y esa idea la desquiciaba, notaba cómo su cuerpo le pedía ser penetrada por aquel rabo poderoso que ya había intuido desde el principio en la charla de la mañana. Necesitaba llenar su agujerito juguetón exactamente con la polla de su jefe. Ése era su objetivo inmediato y principal en esos momentos. No había ningún otro. Entonces subió la mirada, se fijó en sus labios entreabiertos, en su barba deliciosamente recortada y canosa, y decidió que necesitaba ya a ese hombre, que no podía esperar más para provocarlo como fuese y pensó rápidamente en cómo podría evitar que el hombre se marchase, algo que sin duda él estaba considerando mientras le clavaba la mirada. Y decidió actuar diciéndole que había algo que no entendía y que necesitaba resolver sin dilación, pero que ahora mismo no encontraba entre todo el maremágnum de papeles. Entonces se volteó, puso el culito mirando para el doctor de tal manera que este le veía el comienzo de las nalgas y las braguitas negras y le dijo: quizá si usted me ayuda, doctor, acabemos antes y nos podremos ir. Le importa colocarse en el suelo para no mover todas las carpetas?. Y diciendo esto le abrió un hueco a su lado. El médico no sabía cómo salir de una situación que le asustaba y excitaba por igual, y sin saber actuar de otra manera, se situó a su lado. Carla seguía gesticulando con un tremendo desparpajo envolvente, aparentemente buscando el papel perdido, pero aprovechando para rozar con un pecho o con su mano ligeramente a su jefe. El papel, que solo era una disculpa, no aparecía, pero Carla aprovechaba cualquier ocasión para acercarse cada vez más a su objetivo. Él era consciente de que su polla comenzaba a adquirir proporciones incómodas y una turgencia indisimulable que a duras penas era frenada por el pantalón. Entonces, Carla, tocó disimuladamente por primera vez su polla depositando su mano sobre ella sin ninguna malicia y mirándolo fijamente a los ojos le dijo, mientras le baja la cremallera del pantalón... Está todo bien, Doctor?... En ese momento el Doctor fue consciente de que no había vuelta atrás. Consultó de reojo el reloj y vio que, aunque era tarde, había márgen para buscar cualquier disculpa al llegar a su casa y la besó sin dudarlo mientras ambos se ponían de pie y avanzaban con pasitos cortos hacia la mesa del despacho buscando un lugar en el que apoyarse. Carla se subió de un salto mientras sus manos le abrían la bata y la camisa y eliminaban cualquier obstáculo entre ella y aquel hombre que tenía ante sí. abríó la piernas para procurar que se acercase aún más al hueco que quedaba en el mismo borde de la mesa y por primera vez sintió la turgencia de aquella polla apretándose contra su sexo empapado por todo lo que llevaba sintiendo desde hacía un buen rato. No pasarón ni dos minutos hasta que el Dr. le arrancó prácticamente las braguitas dejándolas colgando de uno de los tobillos. Consciente de que iba a penetrarla allí mismo Carla se dejó caer hacia atrás, sobre la misma mesa y se quedó casi inmóvil mirando al techo con una mirada indescriptible. Él se sacó la polla del pantalón y no dudó un segundo en clavársela sin retroceder ni un centímetro. Sin duda era la polla que Carla esperaba, aunque debido a su gran tamaño aún requeriría un periodo de concentración para que llegase a su tamaño y dureza definitiva. El Doctor comenzó a empujar como un salvaje ante aquel cuerpo que le pedía ser poseído como si se tratase de una fuerza extraña y desconocida para él. Le sujetaba los brazos casi en cruz por las muñecas mientras su cadera empujaba con movimientos secos pero perfectamente coordinados con las caderas de Carla. Tenía un par de testículos que parecía pelotas de golf que golpeaban el ano de Carla a cada envite produciendo un ruido que la volvía loca. En cada entrada de aquella polla sentía como si su cuerpo se llenase de vida con una energía que, desde luego no había sentido hasta ese momento, Carla gemía y se evadía por completo y le incitaba a ser más y más activo cada vez. De pronto, dejó de sentir los testículos golpear su cuerpo y fue consciente de que aquella polla había adquirido su tamaño y su dureza máxima y que por ese motivo los testículos se habían alojado ya en el lugar definitivo antes del orgasmo. Desde luego Carla prefería mil veces a este tipo de hombre experimentado que sabía esperar, y aguantar las ganas que a los niñatos pajilleros que había tenido que aguantar en algunos momentos de su vida. Cuando estaba pensando en eso sintió las manos y los brazos poderosos de aquel hombre que la voltearon en la mesa como si fuese una muñeca, con delicadeza pero al mismo tiempo con una contundencia controlada que le encantaba. Ella misma estaba ahora boca abajo de espaldas sin ver ya nada de lo que acontecía detrás. Ella misma abrió sus nalgas con ambas manos para señalar el camino de nuevo a aquella polla que la estaba volviendo loca y de nuevo entró abriéndose paso de forma brutal hasta sus entrañas. Carla reunió entonces las fuerzas necesarias para cruzar sus piernas rectas y torneadas a la altura de los tobillos cerrándose todo lo posible de forma que ese gesto le dificultase la forma en la que aquel hombre la estaba follando y en el exclusivo ánimo de desafiarle aún más y comprobar de lo que era capaz. Entre gemidos y grititos, él le llevó ambas manos sobre la espalda, la cara de Carla estaba aplastada sobre el escritorio y sentía la presión de sus tetas sobre la mesa como si fuesen a estallarle bajo aquellos movimiento a los que estaba siendo sometida. Se concentró en cómo se conectaban ambos sexos y solamente entonces fue consciente del rabo que le estaba entrando y saliendo con un ritmo frenético que ya presagiaba el orgasmo. Se dejó ir y se corrió perfectamente sincronizada, apenas segundos antes de que él lo hiciese. A la humedad que había acumulado se unió un torrente de semen que parecía no tener fin y que buscando la única salida posible acabó, en gran parte, resbalando por la parte interior de sus muslos ya inevitablemente abiertos... En su cara se iluminó una nueva sonrisa. Desde luego nunca la habían follado de aquel modo y nunca en su primer día de trabajo... A Carla le costó recuperar el aliento después de aquella follada, se sentía feliz y aún estaba llena y todavía con la polla algo dura de aquel hombre clavada en su coñito. Lo sentía encima como si le hubiese pasado un tractor por encima, con el corazón a mil y de pronto le pasó una idea por la cabeza: ¿y si de pronto se arrepiente de esto y no quiere verme más o me echa de la empresa?. Y en esos momentos sintió algo así como una punzada de celos y otra vez un terrible deseo por ese hombre y por conseguir que sólo desease volver a follarla una y otra vez como si eso fuese el remedio para cualquier pensamiento contrario a sus intereses. Un deseo que volvía a martillear en su cabeza y que como un eco retumbaba bajo la forma de un pulso recurrente en su clítoris. Carla se separó del cuerpo del doctor cuando finalmente aquella polla majestuosa abandonó su cuerpo. Fue consciente de que varias gotas de aquella corrida del médico estaban en el suelo, recién salidas de su coño y eso la puso nuevamente muy cachonda. Vería los restos de aquel polvazo la señora de la limpieza? y quizá ella también se masturbase allí mismo pensando en ese rabo majestuoso que acababa de llenar su coño cualquier otro día en el que se sintiese sola en su despacho . Carla no se lo pensó dos veces, siguió con sus tetas fuera del sujetador y lo abrazó, besó sus labios, frotó su barba por sus mejillas, mientras le agarraba nuevamente la polla como quien se agarra a una rama en un precipicio. -La niña mala quiere más lechita, Doctor. ¿Acaso no me la vas a dar sabiendo lo buena y saludable que es para mí...?. Y sin pensárselo dos veces, se arrodilló delante de la polla que estaba en un estado de dudosa flacidez y se la metió golosa en la boca. Dios, esa polla grande, poderosa, babeante, con restos de semen y de su propio flujo vaginal la estaban volviendo loca. Era inmensa y la excitaba pensar en que segundos antes estaba totalmente dura y enteramente clavada en su coño. Ufff... Lamía el glande con devoción mientas lo miraba a los ojos. Él seguía en un estado entre atónito y excitado sin remedio, no sabía muy bien cómo se la había follado la primera vez, pero ahora esta diosa le estaba comiendo la polla como nunca se la habían comido y lo estaba volviendo loco, estaba conseguiendo volver a levantar de nuevo su arma, con una facilidad y una vitalidad que ya no recordaba desde hacía muchos años y que ya no pensaba volver a sentir. No pudo evitar pensar que Carla era una auténtica zorra aunque su apariencia era la de una chica bien, discreta y formal y eso acabó por transformar definitivamente su polla de nuevo. Era consciente de estar salvaje como no recordaba y necesitaba follársela sin piedad de nuevo sin saber muy bien de dónde sacaba unas fuerzas y una líbido a la que no estaba acostumbrado, cm a cm iba metiéndose su rabo en la boca y lo veía aparecer y desaparecer, sin saber muy bien cómo porque no recordaba que ninguna mujer hubiese sido capaz de tragarse su polla por completo. Pero aquella mujer lo estaba volviendo loco, con su cuerpazo y haciéndole una mamada como nunca le habían hecho jamás y allí en su despacho!. De pronto su mente se vió ocupada por una especie de nube roja y agarrándola con cierta violencia contenida por el pelo le clavó la polla con fuerza y empezó a moverse de forma mecánica para adelante y atrás, decidido a follarle la boca y a llenársela de leche de nuevo. ¿Pero qué demonios le pasaba con esa chica?. No le dejaba ni pensar, sólo deseaba hacerla suya, penetrarla por todas las partes posibles, una y otra vez hasta desfallecer. Y pensando en eso y mientras Carla le tocaba con maestría aquellos testículos que parecían bolsas de pelotas, mientras se comía su polla entera que le costaba doblegar, se corrió de nuevo y directamente hasta el fondo de su garganta. A Catherine, su mujer, nunca le había gustado hacerle mamadas como aquella y mucho menos tragarse su semen sin contemplaciones. Pero Carla no sólo no hizo ademán de retirar su cara al notar las contracciones en su rabo previas a la corrida que ya llegaba, si no que también se tragó contenta toda su leche y relamiendo sus labios desbordados como si fuese un helado de vainilla, le dijo, mientras se metía de nuevo las tetas en el sujetador y le guardaba la polla con mimo dentro del pantalón, justo después de darle un besito en el glande: -Qué rico estaba, Doctor!!!. ¿Cuándo dice que vamos a seguir buscando es carpeta de color azul?...