CARLA 9 y 10
Carla se enfrentará a la humillación de ser cedida a varios amos
Nuevamente quiero agradecer tanto los comentarios como los correos recibidos, me llevan a pensar que la historia está despertando interés, agradezco igual los comentarios elogiosos que los críticos, de todo se aprende.
9
A partir del día en que Carla dejó el piso en el que había vivido con sus compañeras, al acabar el curso, su vida cambió de forma radical. Habló con sus padres y les contó lo de las prácticas, de lo cual se alegraron mucho, aunque sentían no poder tenerla con ellos durante el verano. En cuanto a su nueva residencia no dio muchos detalles, les dijo que una chica algo mayor que ella, que había conocido en el gimnasio, y con la que había desarrollado una gran amistad, tenía que irse por trabajo al extranjero durante varios meses, y le ofreció su piso contenta de que alguien lo cuidase en su ausencia. Sus padres creyeron la historia y les alegró que hubiera tenido tanta suerte. Así que todo quedó arreglado y ella pudo mudarse con su amo, nunca había sentido tanta ilusión por algo, sentía que ahora le pertenecería por completo, cada segundo de cada día, que sería su esclava sin pausa ni restricciones de ningún tipo, justo la vida que deseaba con toda su alma.
La rutina diaria de Carla empezaba temprano cada mañana, debía despertar antes que su amo, pues su primera obligación era despertarle chupando su polla. Casi todos los días él interrumpía la mamada para mear en su boca y a ella le gustaba beber aquella meada como si fuese un exquisito néctar, beber la meada de su amo hacía que se sintiese sucia y humillada, pero era tanta la excitación que estos sentimientos le producían que llegó a encantarle la sensación de la orina caliente llenando su boca. Después continuaba la mamada, y eso era maravilloso, la polla de su amo era deliciosa, nunca se cansaba de chuparla con adoración, y cuando llegaba la corrida saboreaba la lefa de su señor y la tragaba como lo que era, un premio que siempre agradecía al terminar.
Luego desayunaban juntos y se iban a trabajar, en el trabajo apenas se veían, ella era una simple becaria, el último mono de la empresa, muchos días no salía del archivo, donde tenía que guardar la documentación que se generaba, y era mucha. Además su amo era un alto directivo y se movía en círculos a los que una becaria no tenía acceso, por otra parte solía viajar con frecuencia, aunque desde que Carla vivía con él procuraba pasar fuera las menos noches posibles.
Tras la jornada volvían a casa, Jaime quería que Carla se integrase en la empresa, pensaba usar sus influencias para que se quedase allí trabajando al completar sus estudios, por lo que le pareció conveniente que forjase amistades con sus compañeros, así que solía darle permiso para ir con ellos a tomar algo de vez en cuando, mientras él aprovechaba para seguir trabajando desde casa, nunca le faltaba algo que hacer. La cena era sagrada, aunque Carla hubiera salido tenía órdenes estrictas de volver para la cena, a él le gustaba que ella le sirviera la mesa, le ponía una cadena cogida a dos pinzas que colocaba en sus pezones con algún pequeño peso, y disfrutaba tirando de la cadena y jugando con las tetas de la perra. Ella cenaba a su lado, en el suelo como cualquier animal junto a su amo. A veces tenía un cuenco del que comía, siempre sin usar sus manos, o bien él le iba dando pedazos de comida de su plato.
Tras la cena llegaba la hora del castigo diario, Jaime estableció un riguroso programa de castigos para que la perra se fuese acostumbrando a recibirlos. Quería que su cuerpo estuviese preparado para cualquier tortura que decidiese infringirle, además tenía intención de cederla, o tal vez alquilarla a otros, y sabía que había amos extremadamente crueles, hombres y mujeres que solo disfrutaban causando dolor, y esperaba que Carla pudiera pasar por sus manos sin recibir ninguna queja. Así que organizó un calendario de castigos que se cumplía con exactitud, y era así:
Lunes: Fusta en tetas, vientre y muslos, después látigo en las mismas zonas.
Martes: Bastón en el culo hasta estar completamente cubierto de marcas, después látigo en espalda y culo.
Miércoles: Correa en coño con pinzado de pezones y clítoris.
Jueves: Descargas eléctricas en coño, pezones y ano, bastón en planta de los pies.
Viernes: Dilatación de coño y ano, quemaduras con cera en todo el cuerpo.
Sábado: Correa en la parte interna de los muslos y en las tetas, incluyendo pezones.
Domingo: Descanso
Por supuesto cualquier día podía decidir incrementar estos castigos con otros que se le ocurriesen sobre la marcha, y por descontado ella debía estar lista para ser usada en todo momento, como objeto sexual o como urinario. Después de mucho pensar había decidido no adiestrarla para ser usada como papel higiénico, sabía que muchas esclavas debían limpiar el ano de sus amos después de que ellos cagasen e incluso algunas comían la mierda de sus culos directamente, pero a él esta práctica le parecía asquerosa, no tanto pensando en la esclava sino en sí mismo, pues luego al usarla la encontraría sucia y no sería agradable. Además, aunque degradar y emputecer a Carla le procuraba un gran placer, también tenía hacia ella otros sentimientos y llegar hasta ciertos extremos le producía rechazo.
Después del castigo normalmente Jaime usaba a su perra, le encantaba follar con ella y meterle la polla en el culo para acabar corriéndose en su boca. Lo cierto es que la llegada de Carla había despertado en él un apetito sexual increíble, por lo que era bastante habitual que terminasen el día tumbados en el enorme sofá de la sala, viendo alguna película mientras ella le chupaba la polla y a veces él se comía su coño. La vida con su esclava se había convertido en una imparable sucesión de orgasmos, pero aspiraba a tener la sumisa perfecta, y por eso no dejaba de avanzar en su adiestramiento.
Para Carla aquella rutina era maravillosa, había aprendido a disfrutar del dolor y los castigos le resultaban sumamente excitantes, aunque su amo cada vez incrementaba la fuerza y duración, y a veces creía que iba a morir de dolor, pero aun en esos momentos superaba la prueba pensando en que estaba haciendo disfrutar a su dueño, y esa era su mayor motivación. Había anulado su voluntad por completo y solo deseaba aquello que el amo le ordenaba, vivía para su placer, para servirle hasta en el más ínfimo detalle.
A pesar de todo, aunque cada día se sentía más una propiedad de su amo y aceptaba con gusto que él decidiera cada aspecto de su vida, había algo que le costaba superar, era la humillación pública, ser exhibida ante extraños y más aun que esos extraños pudiesen usarla a su antojo, ya fuera en un ámbito privado o en un lugar público. La humillación de ser presentada como una vulgar zorra, como una cosa, le producía un profundo malestar, aunque curiosamente a la vez se excitaba tanto que llegó a tener algún orgasmo solo por la humillación a que era sometida.
Poco a poco Jaime fue avanzando en la humillación de Carla, entendía que era necesario para sentir que le pertenecía por completo, y también para que ella derribase sus últimas defensas y se entregase al dominio de su amo sin límites. Un día invitó a algunos de sus amigos del club de amos a venir a su casa, eran tres hombres, les presentó a Carla y se la cedió para que la usaran. Sabía que ella lo pasaba mal, pues en esos momentos se sentía más una puta barata que una sumisa, pero también debía superar eso, entender que si su amo quería que fuese una puta era su obligación satisfacer sus deseos sin importar lo que ella prefiriese.
Carla fue conducida al sofá y la sentaron en medio de dos de ellos, inmediatamente comenzaron a sobarla, lo hacían con rudeza, incluso con algo de violencia, no pensaban en el placer de la perra, para ellos era un trozo de carne y solo querían disfrutar con su uso. Manuel, el mayor de los tres, tenía 55 años, era un tipo barrigón, calvo y blandengue, fue el primero en sacar su polla, que era de un tamaño normal, y ordenó a Carla chupársela. Manuel era un sádico en todos los sentidos, aunque en su vida normal era muy cuidadoso con su higiene y procuraba causar buena impresión, cuando se metía en la piel de amo procuraba resultar lo más desagradable que podía, le gustaba obligar a las esclavas a soportar su fuerte olor corporal y dejaba de lavarse durante algunos días, eso unido a su obesidad hacía que oliese a sudor rancio, y su polla tenía restos de orina y de alguna corrida anterior. Carla percibió aquel olor en cuanto la polla de Manuel se acercó a su cara, y después, al meterla en su boca notó un sabor amargo, salado y grasiento también muy desagradable, pero no dijo nada ni hizo gesto alguno de rechazo, chupó aquella polla con adoración como si fuese la de su amo, que tanto adoraba. Lo cierto es que verse cedida a un personaje como Manuel le produjo una sensación increíble de humillación, y también una excitación bestial, su coño se humedeció al instante. Se sentía una cosa, un animal sin derechos ni opinión, solo pensaba en el placer que supondría para su amo verla sometida por aquellos hombres.
Mientras Carla chupaba la polla de Manuel, los otros dos amos, Sergio y Juan, se dedicaban a tocarla por todas partes. Sergio sobaba sus tetas con fuerza, las aplastaba y pellizcaba, las mordía y golpeaba con la mano abierta, también retorcía sus pezones y los estiraba, buscaba causar dolor, y lo conseguía. Carla sentía arder sus tetas, a veces le parecía que Sergio iba a arrancarle los pezones, y luego llegaban los golpes, los mordiscos. Pero el dolor no hacía más que incrementar su calentura, la excitación se convertía en una especie de calambre que daba vueltas en su vientre. Por si fuera poco todo esto, Juan se concentró en su coño, primero lo chupó un poco y después le empezó a meter dedos hasta meter su mano entera y masturbarla con auténtica rabia, a la vez con la otra mano pellizcaba el clítoris y le daba capirotazos, de ahí llegaban al vientre de Carla descargas de dolor que la conducían al orgasmo.
Pero aquellos hombres sabían bien lo que hacían y no deseaban que ella disfrutase, así que cuando estaba a punto de correrse pararon de golpe, la hicieron arrodillarse y tuvo que chupar las tres pollas alternando entre ellas mientras pajeaba las otras dos. Al poco rato, cuando los tres tenían la polla bien dura, la obligaron a ponerse a cuatro patas y Sergio, que era el que la tenía más grande, se la metió por el culo de un solo empujón. Carla sintió un dolor atroz, su culo estaba totalmente cerrado y no esperaba aquella penetración, por unos instantes se quedó sin respiración y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Sergio empezó a sacar y meter su polla del castigado culo de la muchacha, al principio lo hizo con lentitud, pero pronto fue incrementando el ritmo sin piedad. Ella sintió que la iba a partir, que se iba a romper, el dolor era constante y profundo. Su amo había usado su culo, la sodomizó a los pocos días de estar con él, y también le hizo daño, pero nada comparable. Además había preparado el esfínter con los dedos y lubricado el agujero con los propios jugos del coño. Carla sufrió y no poco en su primera sodomización pero al final llegó a disfrutar. Sin embargo ahora todo era dolor, Sergio follaba su culo tan rápido y violento como podía, y por si fuera poco Manuel volvió a meterle la polla en la boca y comenzó a mearse dentro, sin avisar, un chorro de orina potente y repugnante llenó la boca de Carla, que estuvo a punto de vomitar al instante. Y para que no faltase detalle Juan se había hecho con sus tetas, y las maltrataba a conciencia, puso unas pinzas dentadas en los pezones y las apretó hasta que los dientes se clavaron y después comenzó a estirar y retorcer a la vez que golpeaba las tetas con la mano abierta. Ante aquel cúmulo de sensaciones, terribles y dolorosas, Carla se sintió más vejada, despreciada, sucia y miserable que nunca, no recibía ninguna percepción placentera, su cuerpo y su mente solo recibían dolor y humillación y a pesar de todo, sin entender cómo era posible, su coño se encharcó y tuvo un orgasmo explosivo que sorprendió tanto a su amo y a sus torturadores como a la propia Carla. Fue un orgasmo brutal que parecía no acabar nunca, su vientre enviaba oleadas de placer que se mezclaban con el dolor y la sensación de haberse convertido en un ser inmundo, una cerda sucia y masoquista que disfrutaba siendo tratada como un animal. Y en medio de tantos estímulos, el placer, el dolor, la humillación, pensó en que todo aquello era obra de su amo, y se sintió inmensamente feliz de pertenecerle.
10
La tarde con los tres amos no acabó con aquel orgasmo brutal y sorprendente, ni mucho menos. Cuando sucedió los tres se detuvieron por un momento, mitad sorprendidos, mitad alucinados, y contemplaron los espasmos que el cuerpo de Carla sufría, oleada tras oleada, hasta acabar medio inconsciente, desmadejada, ida. Pero tras recobrarse de la sorpresa siguieron a lo suyo, a disfrutar de aquella cerda calentorra. Decidieron que era el momento de azotar a la puta, la llevaron al cuarto de los castigos, la ataron con los brazos estirados y tocando el suelo solo con la punta de los pies, y sin más preparación ni explicaciones de ningún tipo, comenzaron el castigo. Manuel cogió un látigo corto y grueso terminado en dos puntas y mojó el cuero antes de empezar con los azotes, Juan prefirió un bastón largo, fino y muy flexible y Sergio, que era un amante de la tecnología, colocó pinzas metálicas en sus pezones y clítoris y le metió dos consoladores metálicos en el coño y el culo, luego conectó las pinzas y los consoladores a un generador y empezó la fiesta. Manuel se concentró en la espalda y el culo, hacia silbar el látigo y descargaba golpes potentes y certeros, cada latigazo producía en la perra una convulsión involuntaria, un dolor ardiente y dejaba una marca perfectamente delineada. Juan se situó frente a ella y con el bastón fue azotando el vientre y las tetas, especialmente estas últimas, tenía una extraordinaria puntería y cada cuatro o cinco golpes dirigía uno a los pezones que ya estaban castigados por las pinzas, estos hacían gritar a Carla sin poder evitarlo, también castigó con esmero el pubis dejando caer algún azote en el clítoris. Carla sufría como nunca antes, recibía azotes desde todas las direcciones y el dolor no hacía más que aumentar, hasta el punto de que pensó que pronto se desmayaría. Por si faltaba algo, cuando ya había recibido una buena lluvia de golpes, Sergio decidió entrar en escena y manipulando con maestría el aparato que tanto le gustaba, envió a Carla una serie de descargas que atravesaron su cuerpo en todas direcciones, tan pronto iban de los pezones al clítoris como del ano al coño. Empezaron siendo poco más que cosquillas pero pronto Sergio fue subiendo la intensidad y Carla sintió que se abrasaba, le parecía que su cuerpo iba a deshacerse, y el dolor acumulado del látigo, el bastón y los calambrazos de pronto se transformó en una única sensación, un todo que jamás había experimentado, una especie de sustancia en la que su cuerpo estaba sumergido recibiendo estímulos insoportables, devastadores, pero que a la vez hacían que una excitación nunca antes vivida se abriese paso hasta producir un orgasmo tan intenso que también era doloroso, exquisitamente doloroso, y que no cesaba. Era una sensación de placer absoluto, continuo, que poblaba cada célula de su cuerpo y subía y bajaba con una fuerza inusitada, violenta, salvaje.
Aquel orgasmo produjo en el cuerpo de Carla una serie de convulsiones que además le hicieron perder el control de sus esfínteres, por lo que su coño empezó a producir jugos de forma descontrolada que bajaban por sus piernas mezclados con orina y goteaban formando un charco impresionante a sus pies.
Ante aquel espectáculo los tres hombres dejaron de castigar a la muchacha, sorprendidos, alucinados y a la vez un poco asustados. Jaime les tranquilizó pues conocía a su perra y sabía lo que el placer extremo podía llegar a hacer con su cuerpo.
- Tranquilos, no pasa nada, esta perra es aun más masoquista de lo que yo imaginaba, y ha tenido un orgasmo tan bestial que se ha desmayado. La dejaremos descansar un rato y después podéis continuar.
Los tres estuvieron de acuerdo aunque manifestaron su intención de usar a la esclava sexualmente en cuanto estuviera disponible, la exhibición les había puesto muy cachondos y querían descargar.
Dejaron a Carla colgada y se fueron a tomar una cerveza a la cocina, el cuerpo de la chica seguía teniendo convulsiones, aunque no eran perceptibles para nadie, ella si las sentía. Eran como pequeñas corrientes que partían de su coño y se irradiaban por todas partes, orgasmos ligeros pero casi continuos, ondas de placer suaves y relajantes. Poco a poco Carla fue espabilando del sopor que la había invadido tras aquella sensación de dolor y placer absolutos. Y comprendió que nada sería igual en adelante, había descubierto cuánto disfrutaba siendo usada, vejada, y castigada. El dolor y la humillación la condujeron hasta un territorio de su conciencia antes desconocido, y fue consciente de que todo era obra de su amo, él la había moldeado, había sacado a la superficie su naturaleza, y sintió una vez más que le amaba por encima de todas las cosas. De pronto cayó en la cuenta de que los amigos de su amo apenas la habían usado y sintió un deseo feroz de darles placer como fuese, a través del sexo o del dolor, para así dárselo a su amo.
Después de un rato los tres hombres volvieron a la sala de los castigos, descolgaron a Carla y antes de nada le ordenaron que limpiase el charco que se había formado a sus pies con una mezcla de jugos y orina, por supuesto lo tuvo que limpiar con su lengua, lo cual produjo en ella nuevas sensaciones de humillación y degradación que le excitaron de nuevo, cuando acabó y sin decir palabra la llevaron al dormitorio, allí le ordenaron volver a chupar sus pollas, lo que ella hizo con auténtica pasión. Cuando las pollas de los tres estaban bien duras Juan se tumbó en la cama y ordenó a la perra que le cabalgase, mientras Sergio se la volvió a meter por el culo, aunque esta vez no resultó tan doloroso porque ya estaba bien abierta, y Manuel le acercó la polla a la boca para que continuase chupando. Carla se sintió completamente llena, pronto Manuel la agarró de la nuca y comenzó a follarle la boca mientras los otros dos incrementaban su ritmo hasta que los cuatro, casi al mismo tiempo se corrieron. Carla sintió al unísono como se llenaban su coño, su culo y su boca, bebió con gusto la corrida de Manuel y luego, sin que se lo indicasen, limpió las pollas de los otros dos con su lengua y usando sus dedos extrajo cuanto pudo de las corridas de su coño y culo para llevárselas a la boca. Aunque no le habían autorizado a hablar no pudo evitar agradecer a los amos que la hubieran usado.
- Gracias mis señores, por haber usado a esta cerda repulsiva que no merece sus atenciones. Gracias por el valioso tiempo que han empleado en castigar mi cuerpo de perra ansiosa y por haberme dado generosamente sus corridas. Espero haber sido de su gusto y también que si en algo no me he comportado como corresponde a su dignidad, no duden en volver a castigarme en la forma que estimen oportuna, con la severidad que a buen seguro merezco y sin más límite que su buen juicio, que será en cualquier caso más acertado que mi criterio pues solo soy una puta de mierda estúpida, una bestia inmunda que solo existe para servir a mi amo y a quienes él tiene a bien que me usen.
Jaime estaba contento, había buscado empujarla hasta un punto en el que ella dejase de plantearse lo que deseaba o no, lo que le gustaba o prefería, un punto en el que su único anhelo fuese servir a su amo de la forma que fuese. Además también sabía que aquellas humillaciones acababan siendo un placer para Carla, que siempre terminaba disfrutando de orgasmos bestiales. La velada fue un éxito, los tres hombres felicitaron a Jaime por tener una zorra tan bien adiestrada y que soportaba cuanto se le indicase sin ninguna protesta, se despidieron no sin antes, como último gesto, abofetear a la perra y escupir en su boca, todo lo cual ella agradeció con una dulce sonrisa.