CARLA 5 y 6

Carla avanza en su camino hacia la entrega absoluta y sigue descubriendo cosas sobre su naturaleza

CARLA

5

El adiestramiento de Carla como esclava continuó poco a poco, Jaime sabía que debía ir introduciendo nuevas sensaciones con paciencia. Carla se acostumbró al dolor, aunque a veces le costaba, pero estaba muy orgullosa de no haber utilizado su palabra de seguridad en ninguna ocasión. Aguantaba tanto que siempre era Jaime quien paraba el castigo por miedo a dañarla. Una tarde, cuando Carla llegó a casa de su amo, le encontró sentado en el salón esperándola.

  • Pasa zorra, siéntate a mi lado, tengo que hablar contigo. Voy a darte algunas indicaciones. A partir de ahora quiero que en esta casa estés siempre desnuda, así que deberás desnudarte en el hall y dejar tu ropa en el armario de la entrada.

  • Pero mi amo, y si tienes alguna visita, un amigo o un compañero de trabajo.

No había acabado de hablar cuando Jaime le dio una bofetada, para después retorcer sus pezones con tanta fuerza que Carla pensó que se los iba a arrancar.

  • Vamos a ver puta, ¿cuántas veces tengo que decirte que mis órdenes nunca se discuten? ¿Crees que no he pensado en eso ya, crees que no soy consciente de las cosas si tú no me las dices?

  • Perdón amo, perdón. Esta sucia esclava es estúpida. Gracias por castigarme, por favor amo castígueme más fuerte, no quiero volver a olvidar que no debo cuestionar las órdenes de mi amo.

  • Bien cerda, luego tendrás tu castigo, hoy será algo nuevo. Por supuesto he pensado que puede haber alguien aquí cuando vengas, pero no me importa. He observado que aguantas bien el dolor, aunque veremos cómo aguantas hoy. Pero llevas mal la humillación, al menos en público. Y eso es lo que pretendo, humillarte ante otros. Cuando vengas, si hay alguien, tienes que portarte con naturalidad, mostrarte sin recato y obedecer a lo que te digan. Entiendo que no quieres mostrar tu condición a la gente cercana, y lo acepto, es normal. Tampoco yo quiero que se sepa entre mis amistades o mi familia, al menos de momento. Pero si algún día no me parece oportuno que aparezcas desnuda dejaré en la percha de la entrada una prenda que tendrás que ponerte, esa prenda y nada más. ¿Lo has entendido zorra?

  • Si mi amo, así lo haré.

  • De acuerdo, ahora vamos a la habitación del fondo, aún no la conoces, hoy vas a probar el látigo.

Carla sintió un estremecimiento al oír a su amo, el látigo le parecía un instrumento muy doloroso y que dejaría unas marcas horribles. El miedo la hizo titubear, pero no se planteó negarse, su amo ya estaba bastante molesto con ella y quería que viese que se entregaba a él sin condiciones. La habitación del fondo estaba vacía, sólo podía verse un armario empotrado en la pared y una cadena que colgaba del techo. Jaime ató las manos de su esclava con una cuerda y luego enganchó esa cuerda en la cadena, haciendo que Carla mantuviera los brazos estirados mientras se apoyaba en el suelo con la punta de los pies. Sacó del armario un largo látigo de cuero, y lo hizo chasquear en el aire, el sonido del látigo hizo que la esclava se encogiese involuntariamente.

  • Ahora voy a darte tu castigo, este látigo no es demasiado terrible, no te dejará marcas imborrables, pero si es doloroso. Hoy vas a gritar, pero no temas, la habitación está insonorizada, nadie te escuchará, puedes gritar cuanto quieras.

Comenzó el castigo, y resulto realmente terrible, el látigo se enroscaba en el cuerpo de Carla y cuando la punta impactaba era como un aguijón clavándose. Trató de resistir, no quería que su amo pensase que era una blanda, que no podía infringirle los tormentos que desease, pero al cabo de unos cuantos latigazos empezó a gritar, primero fueron suspiros, gemidos, y después gritos, incluso pidió a su amo que parase, le suplicó piedad, aunque no llegó a usar la palabra de seguridad. A pesar del dolor que se extendía por todo su cuerpo, y a pesar de que realmente deseaba que el castigo parase, venció su orgullo, más allá del sufrimiento estaba la determinación de ser la mejor perra de su amo, su mejor esclava. Al fin, cuando llevaba recibiendo latigazos un buen rato y tenía la piel llena de verdugones, empezó a notar que un calor distinto la invadía, notó como su entrepierna se humedecía, como la excitación se adueñaba de su vientre, y sintió un orgasmo inacabable que la hizo convulsionar, el placer mezclado con el dolor la llevó al límite de la conciencia. Jaime cesó el castigo, había conseguido su propósito, Carla había experimentado un nuevo orgasmo a través del castigo. La descolgó y la llevó en brazos al dormitorio, la acostó y le aplicó crema hidratante en las marcas del látigo, luego se tendió a su lado y la dejó dormir.

Al cabo de varias horas Carla se despertó con extrañas sensaciones, sentía el aroma de su amo en la cama y supo que había velado su sueño. También sentía un dolor punzante en cada una de las marcas que le había dejado el látigo, pero era un dolor grato, sintió orgullo, su amo estaría contento con ella. Entonces apareció Jaime con una bandeja llena de comida y una gran sonrisa.

  • Te has portado muy bien, estoy orgulloso de tener una perra como tú. Ahora debes comer para recuperarte, luego continuaremos.

Después de comer fueron al salón y hablaron durante mucho tiempo, Jaime le contó que siempre le atrajo el mundo de la sumisión, había tenido alguna relación de aquel tipo pero ninguna cuajó, también tuvo muchas experiencias esporádicas e incluso fue socio de un club de amos, donde algunos compartían a sus esclavas. Sin embargo, con el tiempo se dio cuenta de que le faltaba algo, aunque disfrutaba del sexo y de la sumisión, tenía la inquietud de buscar algo más allá, una relación que fuese más profunda, más duradera. Quería una esclava por supuesto, pero una esclava que pudiera sentir totalmente suya y con la que pudiera compartir todas las facetas de su vida.

  • No estoy diciendo que tú tengas que ser esa persona, apenas nos conocemos, y aún nos queda mucho camino por recorrer. De momento solo tenemos que disfrutar, la vida da muchas vueltas y no sabemos qué ocurrirá en el futuro. Me gustas y eso es lo que importa, al menos para mí. Me gusta que seas tan puta, que estés dispuesta a aprender y a entregarte, ya veremos dónde están tus límites y qué pasa cuando los alcances.

  • Mi amo, yo quiero ser tuya, sentirme tuya. Quiero que me uses de la forma que te apetezca, quiero que me consideres tu propiedad. Disfruto sintiéndome así, disfruto del dolor porque creo que mi dolor te hace disfrutar a ti, y he descubierto que nada me excita tanto como provocar tu placer. Además cuando me haces daño es cuando más me siento de tu propiedad, y eso es maravilloso.

Carla no dijo a su amo que ella estaba empezando a sentir cosas distintas, era cierto que quería ser su perra, su esclava, pero también sentía hacia él otros sentimientos. Junto a Jaime se sentía completa, protegida, realizada. Le encantaba ser un juguete en sus manos, le encantaba humillarse a sus órdenes, y empezaba a darse cuenta de que se había enamorado de él.

6

Pasaron varias semanas, en las que Jaime estuvo mucho tiempo ausente por su trabajo, apenas tenía tiempo de pasar por casa y volvía a partir. Llamaba a Carla de vez en cuando pero estaba demasiado ocupado y apenas podía hacer más que enviarle un saludo. Para ella aquel periodo fue difícil, se sentía perdida sin él, se había acostumbrado a seguir sus instrucciones, a dejar que tomase sus decisiones, y la vida sin esos estímulos le parecía aburrida, triste. Además su presencia le transmitía tranquilidad y sobre todo sentirle lejos hacia que se debatiese en un mar de dudas. Sentía más que nada miedo, pues pensaba que su amo un día podría encontrar otra esclava mejor o podría enamorarse de otra mujer y decidir que debían alejarse. Era esta posibilidad la que atormentaba su mente.

Cuando se acercaba el verano un día Carla recibió la llamada que estaba esperando con ansiedad, su amo la ordenó que fuese a su casa, sin más explicaciones, así solía hacerlo y así debía ser, una esclava no necesita explicaciones. Por eso ella se ilusionó pensando que su amo volvía a dejar clara su condición, lo cual ella deseaba con desesperación.

Cuando llegó a casa de su amo Carla se desnudó inmediatamente y entró al salón esperando encontrar a su amo y entregarse a él. Sin embargo se sorprendió al ver en el sofá, sentado junto a su amo, a un hombre viejo y no muy agraciado a quien no identificó en principio, aunque pronto recordó que era aquel que la había abordado en la calle y con el que se mostró simpática y disponible por orden de su amo, el viejo que le metió un dedo en el culo y le dejó su tarjeta para que se la entregase a su amo. Lo había olvidado por completo, y cuando cayó en la cuenta de que se encontraba ante él totalmente desnuda se sintió más humillada de lo que nunca se había sentido. Pero tenía órdenes claras, si estaba allí y de esa forma era porque su amo así lo deseaba, y debía mostrarse complaciente y obedecer cuantas indicaciones recibiera sin titubeos.

  • Hola zorrita – dijo el viejo – cuánto me alegra verte de nuevo, por fin tu amo se ha decidido a llamarme y aquí estoy, deseando usarte.

  • Carla – terció Jaime – este señor es D. Anselmo, hace unos días recordé la tarjeta que te dio para mí y le llamé, le impresionaste mucho y no ha dejado de pedirme que te preste a él. Debes saber que D. Anselmo es un sádico de cuidado, quiere torturarte y usarte de la forma más humillante y dolorosa que pueda. No sabía qué hacer pero al final he decidido que será divertido verle en acción, además me ha ofrecido un buen dinero y eso siempre viene bien. No te preocupes, ya le he informado de las condiciones básicas, sabe que si usas tu palabra de seguridad deberá detener lo que esté haciéndote de inmediato, aunque también le he dicho que nunca la has usado y confío en que hoy tampoco lo harás, espero que no me dejes mal. Por lo demás también le he prohibido cualquier mutilación o herida grave, no quiero que te inutilice. Deberás comportarte como si fuera yo quien está contigo, con la misma sumisión, recuerda que estaré viendo todo y no toleraré ni un error. D. Anselmo ha pagado una buena cantidad y debe recibir el producto que se le ha prometido.

Las palabras de Jaime causaron en Carla una sensación nueva, algo que nunca antes había sentido. Saber que la había prostituido fue un mazazo duro, pensó que eso descartaba cualquier ilusión de una relación romántica con él. Además que hablase con tanta frialdad de torturas y heridas le dio a entender que sólo la consideraba una propiedad sin más, un animal o menos aún, un objeto. Pero extrañamente, aunque pensar todo eso era desolador, a la vez empezó a sentir una excitación insoportable, y a desear que aquel viejo la sometiese sin piedad a todo tipo de daños y vejaciones para demostrar a su amo que no había una esclava mejor y que estaba dispuesta a todo por él. Al fin y al cabo que su amo la considerase un objeto era lo que siempre había deseado, sentirse una sucia cerda que solo sirve para proporcionar placer a los hombres, bien sea a través del sexo o siendo torturada y humillada para su disfrute. Además que aquel hombre le resultase físicamente repulsivo hacía que su excitación fuese mayor pues se sentía aún más guarra.

  • Si mi amo, no le defraudaré, y a D. Anselmo tampoco.

  • Así me gusta puta, que seas obediente – intervino el viejo – ven aquí, lo primero que harás será chupármela, y te advierto que para la ocasión he dejado de lavarme los últimos tres días, así que no te quejarás, vas a comer polla con sabor a hombre.

Carla se arrodilló junto al sofá y tras sacar la polla de D. Anselmo del pantalón comenzó a chupársela, verdaderamente sabía y olía fatal, una mezcla de sudor y orina que a punto estuvo de hacerla vomitar, pero se sobrepuso y verse chupando la sucia polla de aquel viejo, sin protestar ni planteárselo siquiera, hizo que se sintiese tan sucia y puta como no se había sentido nunca y tan excitada que inmediatamente su coño empezó a mojarse. Al cabo de un rato D. Anselmo le tiró del pelo con fuerza.

  • Para cerda, que me vas a hacer correrme y nos queda mucha noche. Ahora voy a azotarte, quiero ver cómo se va llenando tu cuerpo de marcas, y quiero verte sufrir.

  • Lo que ordene mi señor, si desea que sufra quizá podría usar el látigo de cuero trenzado, es el que más duele, mi amo no suele azotarme con él.

Carla dijo aquello sin pensar, pero realmente deseaba que aquel viejo la torturase sin compasión, deseaba que su amo la viese sufrir un suplicio terrible. Quería que se diese cuenta de hasta donde llegaría para complacer sus deseos. El látigo de cuero trenzado era ancho y pesado, no producía grandes daños a simple vista pero escocía terriblemente y al no ser demasiado lesivo permitía alargar el castigo mucho tiempo. Carla sabía que estaba invitando a aquel viejo a castigarla sin piedad durante un largo rato, pero no le importó, quería que su amo fuese testigo de su dolor y comprendiese que su compromiso no tenía límites. Además el dolor producía en ella una excitación increíble, al menos cuando era su amo quien la castigaba, y quería comprobar si sería igual en manos de otro hombre.

Fueron a la habitación insonorizada y Carla quedó atada a la cadena con los brazos bien estirados. El viejo empezó sobando a conciencia todo su cuerpo, apretó las tetas todo lo fuerte que pudo y retorció los pezones como si quisiera arrancarlos, después le metió los dedos en el coño y el culo, con violencia, procurando hacer todo el daño posible, llegó a meter cuatro dedos en el coño y tres en el culo, pero paró cuando se dio cuenta de que Carla estaba disfrutando a pesar del dolor.

  • Ah zorra, veo que esto te gusta, bien pasaremos a otras cosas.

Cogió del armario el látigo trenzado y sin decir nada más empezó a descargar latigazos sobre Carla. Fue metódico, estaba disfrutando, recorrió la espalda, el culo y las piernas dejando marcas rojas por donde pasaba, luego cambió a la parte delantera y se concentró especialmente en las tetas castigándolas con insistencia, después golpeó el vientre procurando que algún latigazo alcanzase el pubis y el coño, cuando lo conseguía soltaba una risotada.

Carla recibió el castigo sin inmutarse al principio, pero cuando los golpes fueron acumulándose dejó escapar algún gemido, que pronto fueron gritos, sobre todo cuando el castigo se concentró en sus tetas y en su coño, cada vez que el viejo acertaba sentía una descarga intensa de dolor que recorría todo su cuerpo. A pesar de todo, ni se planteó recurrir a su palabra de seguridad, y al cabo de un tiempo entre las oleadas de dolor empezó a notar que en su vientre nacía un orgasmo brutal que fue seguido por la oscuridad, tras los espasmos incontrolados del placer Carla se desmayó.

En aquel punto finalizó la sesión con D. Anselmo, aunque este quería continuar después de despertar a la chica, pero el amo fue inflexible, había que saber parar a tiempo o podría ocurrir una desgracia. El viejo ante estos argumentos pareció salir de un trance y admitió que estaba en lo cierto.

  • No me juzgue mal querido amigo, ha sido la excitación del momento, por supuesto no deseo que a este ser exquisito le ocurra nada malo, lo dejaremos para otro día, porque le recuerdo que no he tenido ocasión de follarme ese coño delicioso ni de romperle adecuadamente el culo. Cosas ambas que esperaba hacer para acabar corriéndome en su boca, ya se lo había explicado antes.

  • Bien D. Anselmo, será otro día quizá, debo pensar que hago con mi esclava, que parece mucho más entregada y decidida de lo que había supuesto.

  • No la deje escapar, se arrepentiría toda su vida, no es fácil encontrar una sumisa de este calibre.

Cuando despidió al viejo, Jaime descolgó a Carla y la llevó al dormitorio, aplicó crema sobre sus marcas y se tendió a su lado. Pero no podía dormir, no dejaba de darle vueltas a aquella situación, debía considerar qué pasos daría a continuación. Había encontrado una sumisa increíble, una masoquista de libro, lo sabía y también que podría hacer con ella lo que quisiera, pero también se dio cuenta de que empezaba a preocuparse por ella. Sentía un placer inmenso con la dominación, los castigos, la humillación, constatar que aquella mujer preciosa y dulce se había entregado a sus caprichos sin cortapisas. Le encantaba considerar su propiedad aquel cuerpo y llevarlo al límite, gozaba con su dolor y su degradación. Pero no podía negar que entre aquellos sentimientos había otros, por una parte estaba el placer físico y mental, pero por otra también comenzaba a necesitar la cercanía de Carla, y comenzaba a desear que aquella situación no acabase nunca.

Agradezco los comentarios y correos recibidos, son un estímulo. Gracias a todos