CARLA 11 y 12

Carla contempla la sumisión extrema

Nuevamente quiero agradecer los correos y comentarios recibidos, son un estímulo enorme. Gracias

11

Al cabo de tres semanas, un viernes, Jaime habló con Carla después del castigo, fueron al salón y, como era habitual, se sentaron al sofá y empezó a jugar con las tetas de la perra.

  • Bueno puta, hoy vas a conocer a alguien, es un hombre especial, con mucha experiencia, de hecho yo no sé de nadie que viva con más intensidad el mundo de la sumisión. Le conocí por casualidad en un congreso hace tiempo, hicimos buenas migas y después de una cena muy agradable y algunas copas nos acabamos contando nuestras vidas. Nos hicimos amigos de forma instantánea, creo que los dos vimos en el otro una especie de alma gemela, me ha enseñado mucho y le aprecio como a un hermano. Así que espero que te esmeres especialmente, que le trates como si fuera yo mismo y pueda sentirme orgulloso de ti.

  • Mi amo, haré que te sientas orgulloso, me pondré en sus manos para lo que desee.

  • Bueno, antes de nada tengo que explicarte varias cosas. Mi amigo se llama Tomás, es un hombre muy rico, para él la esclavitud es un estilo de vida, y lleva esta creencia hasta sus últimas consecuencias. Tiene una finca en mitad del campo donde viven cinco esclavas de su propiedad, no debes extrañarte de nada de lo que veas allí. A Tomás le gusta vivir como si fuera un antiguo señor feudal, en su casa la única regla es su voluntad. Disfruta torturando a sus esclavas y usando sus cuerpos de cualquier forma que le cause placer, es cruel y sádico, pero sin embargo sus perras le adoran, todas viven para él, para servirle como si fuera su dios, es algo increíble, ha conseguido de ellas una sumisión absoluta, sin límites, y podrás comprobar que no se corta para nada. Quizá te parezca un monstruo por las cosas que ha hecho y hace con sus esclavas, y la verdad es que a mi me ha llegado a asustar algunas veces, pero luego hablas con ellas y te das cuenta de que desean que él sea así, y agradecen vivir de esta manera. También es cierto que Tomás solo admite bajo su mando a masoquistas absolutas, zorras que disfrutan más que nada con el dolor y la humillación llevados hasta las últimas consecuencias. Pero prefiero que tú compruebes de qué te hablo, así que no voy a contarte mucho más, lo irás viendo.

  • Me asusta un poco lo que me cuentas mi amo, pero ya sabes que estoy dispuesta a hacer por ti todo lo que te plazca, si es tu deseo que sea sometida por tu amigo procuraré soportar cualquier tortura o humillación que se le ocurra.

  • Bueno, en realidad tú no estás preparada, ni mucho menos, para ser como sus perras, aun te falta mucho para llegar a sus límites, y sinceramente tampoco es mi deseo que los alcances, no quiero reducirte ni degradarte tanto, sobre todo porque no me excitan según qué cosas, pero quiero que experimentes un poco, que veas hasta donde se puede llegar. Ya he hablado con él y nos recibirá encantado mañana por la mañana, en condiciones normales tú no podrías acudir como esclava porque ya te digo que no estás preparada y dudo que pudieras estarlo, tienes una parte masoquista pero con limitaciones. Pero Tomás es ante todo un amigo y ha accedido a mostrarte su mundo y hacerte participar sin llegar a extremos que no puedas soportar, yo le he explicado cuál es tu nivel, y a dónde quiero llegar contigo, y él, que es un maestro, entiende perfectamente lo que busco. Me conoce bien, hemos hablado mucho y comprende que yo no disfruto de las mismas cosas que él, o al menos no de todas ni en el mismo grado, pero sabe que le respeto y le tengo un gran afecto, lo que es recíproco. Así que tienes que ser especialmente cuidadosa, recibirás cada cosa que te ordene como si fuera yo quien te lo mandase, y te entregarás con total confianza, él sabe perfectamente hasta dónde llegar contigo, mucho mejor que tú misma.

  • Así lo haré mi amo, me abandonaré en sus manos, haré que te sientas orgulloso de tu perra.

Al día siguiente partieron bien temprano, la finca de Tomás estaba algo lejos y Jaime quería llegar pronto para aprovechar al máximo todo el fin de semana. Carla no podía ocultar su nerviosismo, más que nada temía fallar a su amo o más bien a su amigo, porque Jaime le dejó claro que estaría en sus manos por completo, él quizá usase a las otras esclavas o se limitaría a observar, quería ver todo con detalle.

Según pasaban los kilómetros Carla entró en una especie de sopor, había dormido mal pensando en lo que se encontraría aquel fin de semana, y apenas hablaron durante el viaje. La finca estaba en mitad de unos montes, era enorme, completamente apartada de cualquier población, parecía una finca de caza como tantas otras, con la belleza salvaje de la naturaleza, aunque podía verse que todo estaba cuidado y perfecto. Al llegar se encontraron con una portada que cerraba todo el camino, era imponente, alta y robusta como la de una fortaleza de otros tiempos, junto a ella un pequeño dispositivo electrónico permitía al visitante comunicar con la casa, en cuanto Jaime anunció su llegada las dos hojas de la portada se abrieron hacia dentro sin un solo ruido, con una suavidad que parecía imposible dadas sus dimensiones. Detrás de la portada nacía un camino flanqueado por cipreses, todos perfectamente recortados, altísimos y esbeltos, tras ellos un paisaje típico de dehesa, con pequeños matorrales y salpicado de encinas, algunas de las cuales parecían centenarias, se perdía hasta el horizonte. La mansión de la finca distaba de la entrada varios kilómetros y su presencia también era apabullante, en lo alto de una loma y rodeada por una maravillosa arboleda, tenía varios edificios anejos. La casa principal era toda de piedra y ladrillo, hermosa y recia, era grande y debía ser muy luminosa pues tenía un gran número de ventanas, a la entrada un porche bajo el que el camino formaba un círculo pasa a sí que los ocupantes de los vehículos pudieran descender al abrigo de la lluvia o el sol. Unas recias escaleras conducían hasta una puerta también muy rústica, pero que se adivinaba de una calidad estupenda.

Según Jaime detuvo el coche se abrió la puerta y por ella salió una mujer bellísima, tenía rasgos orientales, a Carla le pareció japonesa, de edad indefinida se adivinaba su juventud, aunque ya entrando en la madurez. Iba completamente desnuda, ni siquiera llevaba calzado, aunque si otros aditamentos, tenía los pezones perforados por dos argollas enormes y de ellas colgaba una cadena también de tamaño considerable, la cadena hacía que sus tetas se deformasen por el peso, aunque no tanto como cabría esperar, y sus pezones estuvieran grotescamente estirados, también su clítoris estaba perforado y lucía otra argolla, esta algo más pequeña, de la que pendía una pequeña cadenita a la se unían tres cascabeles, con lo que cualquier movimiento producía un sonido gracioso y saltarín. Sin embargo lo que más llamó la atención de Carla no fueron aquellos adornos sino la enorme variedad de marcas, señales y cicatrices que ocupaban todo su cuerpo, no había un solo espacio de piel que no estuviera marcado de alguna manera. Resaltaban tres marcas, una sobre cada teta y otra en el centro del pubis, a escasa distancia del nacimiento del coño, eran marcas de un hierro al rojo, quemaduras profundas que tenían la forma de una gran T rodeada por lo que parecían dos esposas de metal unidas debajo de la T por una cadena, después Carla pudo comprobar que tenía dos marcas más idénticas a las de delante, una encima de la nalga derecha y otra en el hombro izquierdo. También resaltaba en su espalda, ocupando todo el lado derecho, desde el hombro hasta la cintura un enorme tatuaje muy elaborado, lleno de arabescos y filigranas, pero que en definitiva solo era un número, el tres. La mujer se dirigió a Jaime sin siquiera mirar a Carla, se adivinaba que ya se conocían, había una cierta familiaridad entre ellos e incluso algún tipo de afecto.

  • Buenos días amo Jaime, espero que haya tenido un viaje agradable. Mi amo, D. Tomás, está en las perreras solucionando un pequeño asunto, me ha dicho que no tardará y puede esperarle en la biblioteca, pero si desea acercarse ya sabe dónde está. Yo me encargaré de su equipaje, so lo dejaré todo listo en su habitación. Si quiere que me encargue de su perra la iré preparando.

  • Hola Tres, gracias por tus buenos deseos, el viaje ha sido agradable. Iré dando un paseo al encuentro de tu amo, y me llevaré a mi perra, quiero que vaya conociendo el lugar.

  • Como Ud. desee mi señor.

Enseguida la mujer llamada Tres se hizo cargo del equipaje y desapareció por la puerta de entrada. Carla ardía en deseos de preguntar a su amo, aquella esclava le había parecido fascinante, pero no sabía si podía hablar, ya estaban en casa del amigo de su amo, y no quería empezar su visita contraviniendo las costumbres del lugar.

  • Te veo ansiosa putita, tendrás muchas preguntas, y según pase el tiempo tendrás muchas más. Hasta que estemos con Tomás puedes hablar cuanto quieras, ya veré yo a qué te respondo y a qué no. Pero cuando lleguemos a las perreras se acabó, dejarás de hablar en presencia de los amos a no ser que te preguntemos algo. Tomás es inflexible en este tema y en otros muchos, exige a sus esclavas una obediencia absoluta y ciega, y les tiene totalmente prohibido hablar si no es por indicación suya, no quiero que piense que te tengo consentida, ya te dije que esperaba estar orgulloso de tu comportamiento. Así que las preguntas que tengas te las guardarás para cuando nos vayamos ¿Has entendido?

  • Si mi amo, me esforzaré para que puedas sentirte orgulloso de tu perra. Pero me gustaría saber algo más de esa mujer, está totalmente marcada, tiene heridas y señales por todo el cuerpo, ¿quién es? y ¿porqué se llama así? No será su verdadero nombre.

  • Bueno, vamos a ver, aquí las esclavas se llaman así, cada una con un número según su antigüedad en la casa, y ahora ese es su verdadero nombre, cuando entraron al servicio de Tomás dejaron atrás su vida anterior, incluido su nombre. Tomás es un amo absoluto y sus esclavas han de ser propiedad suya hasta la última célula, no permite ningún lazo familiar o afectivo distinto de él mismo, así que las esclavas que verás renunciaron a familia, amigos y cualquier otro vínculo con el mundo fuera de esta finca. Pero no olvides que todas están aquí voluntariamente y no les resultó fácil ser admitidas, Tomás es muy estricto en la selección de sus esclavas y rechaza a la mayoría de las que pretenden serlo, las candidatas deben pasar pruebas durísimas y estar convencidas al cien por cien de lo que significa pertenecerle. Antes de aceptarlas les explica con pelos y señales lo que supondrá para ellas y no engaña a nadie, el compromiso es de por vida pero pueden romperlo cuando quieran, aunque en ese caso serán abandonadas a su suerte, deberán firmar rigurosos contratos de confidencialidad y no podrán acercarse a esta finca jamás. Que yo sepa ninguna esclava se ha ido de aquí por su voluntad nunca, alguna ha sido descartada por Tomás, y en ese caso ha tenido la opción de elegir su destino y, si no deseaba ser vendida o cedida a otro amo, recibir una renta más que sustanciosa que le hubiera permitido vivir como una reina toda su vida. Pero tampoco sé de ninguna que eligiera esta opción, las que Tomás descartó fueron muy pocas y todas quisieron continuar siendo esclavas, y no sabría decirte las razones de su descarte, nunca le he preguntado a Tomás por esto. Sé que ha habido algún caso porque Tomás me ofreció a alguna, pero no encajaban con mis gustos, ya te explicaré esto más despacio en otra ocasión. En cuanto a Tres, creo que es japonesa, aunque ya has visto que habla nuestra lengua sin el más mínimo acento, es una de las exigencias de Tomás y ella tuvo que estudiar cerca de tres años antes de adquirir el nivel necesario, para que veas los esfuerzos que hacen para entrar. Tres lleva aquí varios años y las marcas de su cuerpo obedecen a los gustos de su amo, algunas son fruto de castigos, otras simples adornos, todas están más o menos igual, ya lo verás.

Mientras conversaban fueron rodeando la casa y llegaron a unos edificios en la parte trasera, Carla esperaba un pequeño recinto alambrado con pequeñas casetas, ya que se dirigían a las perreras, pero aquello no era nada parecido, parecía más bien una especie de residencia, aunque le llamó la atención que todas las habitaciones tenían la pared frontal acristalada, y a ambos lados había dos baños también acristalados, por lo que nadie que viviera allí tendría ninguna clase de intimidad, ni siquiera en el baño. Entonces cayó en la cuenta de que aquel edificio, las perreras, era el alojamiento de las perras, es decir, las esclavas. Su amo les había privado de su intimidad, todas debían estar expuestas en todo momento, y comprendió hasta qué punto de sumisión sometía Tomás a sus esclavas, pensó cómo sería de humillante vivir así, siempre expuesta, y sintió que su coño se humedecía de inmediato.

12

No se veía a nadie en las habitaciones ni tampoco en las inmediaciones, pero escucharon voces que procedían de la parte trasera, pasaron por un pasillo que los condujo hasta un patio y allí encontraron a Tomás, ocupándose de un “asunto”, como les había indicado Tres.

El asunto era una esclava, la número dos, que atada a un poste en medio del patio estaba siendo flagelada por su amo con un látigo de aspecto terrible, era largo y grueso, y parecía acabar en varias puntas todas ellas rematadas por un nudo. Cada golpe sonaba en el aire como un aterrorizador silbido y después sobre la espalda de Dos con un ruido seco, un chasquido abrupto. También podía oírse, acompañando a cada latigazo, un ligero quejido de la esclava castigada, casi un suspiro. Por lo demás el resto de asistentes guardaba silencio, además del amo estaban presentes dos esclavas más, la número cuatro y la número cinco. Ninguno de ellos advirtieron su presencia, por lo que pudieron contemplar como discurría el castigo, que ya debía llevar un tiempo en ejecución pues la espalda de Dos presentaba numerosas marcas, algunas de ellas sangraban un poco en su extremo, Carla supuso que por las heridas provocadas por efecto de los nudos que coronaban cada cinta del látigo, de pronto Tomás interrumpió los golpes y se dirigió a Dos.

  • Bueno zorra, ¿crees que ya es suficiente? ¿No se te olvidará la lección?

  • Mi amo, gracias por educar a esta sucia perra, espero que nunca olvide sus enseñanzas, pero quizá debería azotarme un poco más, ya sabe que soy una cerda estúpida y lo que más temo es volver a decepcionarle de ninguna manera.

  • Muy bien puta, te daré veinte latigazos más.

  • Gracias amo, es Ud. extremadamente generoso con esta bestia asquerosa, dedicando su valioso tiempo al adiestramiento de una escoria repugnante como yo. ¿Podría aprovecharme de su generosidad y pedirle que me permita girarme? Así los azotes castigarían tetas, vientre y coño, y serán más dolorosos, con lo que espero contribuirán en mayor medida a mi educación.

  • Está bien guarra, gírate.

Dos se giró ofreciendo al látigo la parte anterior de su cuerpo y sin decir más Tomás reanudó el castigo. Los latigazos caían por todo su cuerpo, especialmente en sus tetas y su pubis, ambas zonas, al ser más sensibles, pronto se llenaron de profundas heridas y comenzaron a sangrar, pero el castigo no se detuvo hasta completar la cifra estipulada. Entonces el amo ordenó a las otras dos perras que descolgasen a su compañera y la llevasen dentro para curarla, así mismo indicó que ese día debería permanecer en cama pues debía recuperarse. Concluidas las instrucciones enrolló el látigo y al dar media vuelta para dirigirse a la casa vio a Jaime y a Carla. En su rostro se dibujó una gran sonrisa y se dirigió hacia ellos abriendo los brazos.

  • Hombre Jaime, cuanto bueno por aquí, no sabes cómo me alegro de verte, hace tiempo ya desde la última vez que me hiciste el honor de visitar mi humilde morada.

Los dos hombres se abrazaron con afecto y tomando a Jaime del brazo Tomás se encaminó a la casa. En ningún momento dio señales de haberse fijado en Carla, que siguió a su amo mansamente sin decir ni una palabra.

  • Anda viejo cabrón, ¿tu humilde morada? Cada vez que vengo tienes esto más bonito y más cuidado. Además ya veo que no te aburres.

  • Bueno, no te voy a decir que no esté contento con mi casa, ya sabes que he dedicado mucho tiempo y esfuerzo a construir este rincón. Pero ya has visto que siempre tengo alguna ocupación, Dos se corrió ayer sin permiso, y aunque debería haberla castigado con más severidad, creo que me estoy ablandando, son mis perras y acabas cogiéndolas cariño, tener animales es así, todo el día pendiente de ellas y no acabas de educarlas nunca.

  • Bueno, bueno, no te quejes, tienes unas zorras muy obedientes y el castigo, al menos lo que he visto, no me ha parecido precisamente suave.

  • Ay Jaime, tú siempre tan comedido y benevolente, fíjate si voy siendo cada vez más blando que hasta la misma perra ha pedido más castigo, ella sabía que se lo merecía. Y no ha pedido más porque también sabe que me enfadé mucho con ella y estoy algo flojo, acabo de pasar un resfriado y no me he recuperado del todo, de otra forma me habría suplicado que siguiera. Si la hubiese estado azotando para divertirme no pararía de rogar que la castigase más. Pero para ella el peor castigo es saber que me ha fallado y que me he enfadado con ella, eso no lo soportan.

  • Pues lo que te digo, tus perras no piensan más que en ti.

  • ¿Y en qué quieres que piensen? Son animales, y yo soy su amo, el centro de su universo. Viven para servir y ser usadas, no sé en qué otra cosa iban a pensar.

Con esta conversación llegaron a la casa, Tomás abrió la puerta y cedió el paso a Jaime, después entró sin preocuparse de lo que hacía Carla, que por supuesto siguió a su amo.

El hall de entrada era tan impresionante como el resto de la casa, una escalera enorme de madera brillante ascendía hacia el piso superior, y varias puertas daban paso a otras tantas estancias, lo poco que Carla vio de aquellas estancias según pasaban por delante la dejó impresionada, aquello era un verdadero palacio. Tomás se dirigió a la puerta situada al fondo del hall a la derecha, era la biblioteca, una sala enorme cuyas paredes estaban completamente cubiertas por estanterías repletas de libros. En la pared del fondo una gran chimenea, ahora apagada, rompía la monotonía y le daba a la habitación un aspecto acogedor.

En el centro de la sala había dos cómodos sillones de cuero, y allí se sentaron los dos hombres, Carla no sabía bien qué hacer, así que optó por situarse arrodillada junto a su amo.

  • Bueno, así que esta es la perra de la que me has hablado tanto, parece que está bien adiestrada.

  • Pues sí, esta es Carla, no me quejo. Aún le queda mucho por aprender pero avanza bastante bien, espero que aquí vea y se empape del comportamiento de tus perras.

  • Tampoco creas que aquí todo funciona perfectamente, ya has visto que tengo que estar pendiente de ellas, pero es cierto que yo tengo unas exigencias superiores a lo común y en general mis perras responden, aunque necesiten recordatorios.

  • Pues aquí la tienes, tuya es todo el fin de semana, yo he venido a observar, si me apetece algo ya sé que las otras están disponibles.

  • Por supuesto, no hace falta que te lo diga, puedes usar a mis zorras como quieras y cuando quieras. Y sabes que eso en esta casa es carta blanca para casi cualquier cosa.

  • Gracias Tomás.

  • A ver zorra, aquí las perras no tienen más nombre que su número, pero como tú no vas a quedarte no te asignaré uno, mientras estés aquí te llamarás “puerca”. Espero no tener que recordártelo, no te gustaría. Desnúdate y ven a mi lado.

Carla se puso en pie y con rapidez se quitó toda la ropa que llevaba, incluyendo los zapatos, ya que había visto que las demás iban todas descalzas. Acto seguido se situó junto al anfitrión y se arrodilló.

  • Vale puerca, sácame la polla, veamos qué tal la chupas.

Carla sacó la polla de Tomás, que sin ser demasiado larga era bastante gruesa, y se la metió en la boca, la masajeó con la lengua, especialmente el capullo y la ensalivó bien, la polla empezó a crecer pero antes de ponerse totalmente dura, de ella salió un caliente chorro de orina que pilló a Carla por sorpresa, sin embargo la meada no era muy intensa y recobrándose pudo ir tragando sin que se le escapase nada. Cuando acabó de tragar siguió con la mamada despacio, quería que Tomás estuviera satisfecho pues eso haría que su amo se sintiese orgulloso de ella.

  • Vaya, muy bien puerca, creo que tu amo ni se ha enterado. Acabo de mearme en su boca sin avisar, me gusta hacerlo cuando pruebo a una puta, a ver cómo reaccionan, y normalmente se ahogan, se quejan y se les escapa algo. Pero esta guarra se lo ha tragado todo sin pestañear, eso me gusta.

Aquel comentario hizo que Carla se sintiese feliz, y también que se excitase, su coño empezó a mojarse mientras disfrutaba de la mamada. Aun tardó un rato pero al final la polla de Tomás se puso bien dura y pronto se corrió con abundancia. Carla tragó la corrida y limpió con esmero la polla, luego la guardó en el pantalón y volvió a situarse de rodillas con la mirada baja.

  • Debo admitir que la chupa bastante bien, no es como Uno, que ya sabes que la tengo adaptada para este uso casi en exclusiva, pero ha estado bien. Pero habéis venido a que puerca aprenda, así que vamos a empezar. Supongo que la habrás castigado, y supongo que como eres así habrán sido poco más que caricias, le enseñaré lo que es el dolor y cómo debe soportarlo.

Tomás hizo sonar una campanilla que estaba sobre la mesa y al momento apareció una mujer que debió haber sido extremadamente hermosa. Era negra como el ébano, alta y esbelta, con unas tetas impresionantes. Sin embargo su cuerpo estaba muy deteriorado, cubierto de cicatrices y marcas, aparte de las consabidas marcas de la casa y el enorme tatuaje con el número uno, por todo su cuerpo tenía pequeñas cicatrices de quemaduras, la mayoría redondas, y otras muchas de formas extrañas, como desgarros diminutos, que formaban pequeños bultitos sobre su piel. También llamó la atención de Carla su rostro, que sin duda fue muy bello, pero ahora estaba desfigurado ya que tenía los labios hundidos hacia dentro, lo cual le daba la apariencia de una anciana, aunque no debía tener más de cuarenta años. Al ver a Jaime Uno esbozó una sonrisa en la que mostró su boca totalmente vacía, sin un solo diente y se inclinó levemente, después se dirigió a su amo. Carla entonces comprendió el comentario de Tomás, Uno estaba “adaptada” para realizar mamadas, le habían extraído toda la dentadura, así chuparía las pollas con más intensidad sin dañarlas. Sintió un estremecimiento de miedo ante aquella visión, pero su coño se mojó aún más.

  • Bienvenido amo Jaime, todas estamos contentas de tenerle aquí. Mi amo ¿desea algo?

  • Sí Uno, prepara la sala de castigo, voy a azotarte. Usaremos el látigo de colas, la fusta larga y la vara trenzada de mimbre.

  • Gracias amo, en breve lo tendré todo dispuesto.

  • Ah, Uno, ponte el corpiño de alambre.

  • Como desee amo, diré a Tres que les avise cuando esté todo listo.

Al poco rato apareció en la puerta Tres y anunció que estaba todo preparado. Tomás puso un collar de perra en el cuello de Carla y la condujo con una cadena enganchada al collar. La sala de castigos estaba en la parte posterior de la casa, era amplia y luminosa, contaba con dos enormes ventanales que daban a una gran piscina. Las paredes de la sala estaban cubiertas de armarios y vitrinas, en las que se podían ver todo tipo de instrumentos de tortura, era una colección impresionante, Carla no reconoció muchos de los instrumentos y aparatos allí expuestos. También había diferentes tipos de aparatos en los que inmovilizar a una persona, potros, cepos, postes, cruces, y algún otro cuyo uso tampoco entendió. En el centro de la sala colgaba del techo una cadena que podía subir y bajar merced a un mecanismo de poleas. De aquella cadena colgaba Uno, apenas rozando el suelo con la punta de los dedos de sus pies. Tenía puesto un corpiño que heló la sangre de Carla pues estaba hecho enteramente de alambre de espino, con púas pequeñas y finas que acariciaban su piel sin clavarse, el corpiño no era muy ajustado, pero la intención estaba clara, los azotes harían que aquellas púas se fuesen clavando incrementando el tormento de la esclava. A una cierta distancia había dos sillones y al lado una mesa sobre la que se veían dispuestos un látigo de colas, una fusta larga y flexible acabada en una lengüeta de cuero y una vara de mimbre trenzado. También había un recipiente con un líquido trasparente y dentro de él una especie de escoba pequeña. Tomás se acercó a la mesa y cogió el látigo, invitó a su amigo a sentarse en un sillón y dejó a Carla junto a él, arrodillada en el suelo. Vio que ella se fijaba en el recipiente con la escoba y sonrió.

  • No sabes qué es eso ¿verdad Puerca?

  • No, amo Tomás, no sé qué es.

  • Es agua con sal y vinagre, después lo extenderé sobre el cuerpo de Uno. Eso ayudará a curar sus heridas y le escocerá como el fuego, ya verás cómo se retuerce, es muy divertido. Uno, dile a Puerca lo que se siente cuando te lavan al final.

  • Es como si te mojaran con fuego líquido, un escozor terrible que te hace sufrir más aún que con el castigo. Gracias amo por ordenar a Tres que lo preparase, Ud. siempre tan generoso con esta sucia perra.

Sin más preámbulos Tomás se situó junto a Uno y empezó a flagelar su espalda, aquel látigo era un instrumento terrible, compuesto por nueve correas trenzadas de cuero rematadas por un nudo, dentro del cual había una pequeña bolita de acero. Cada golpe dejaba unas marcas espantosas en la piel de Uno, las bolas no llegaban a clavarse pero producían pequeños verdugones que se hinchaban rápidamente. Tomás era un experto, golpeaba con la fuerza justa para producir mucho dolor pero sin llegar a destrozar el cuerpo de la esclava, lo cual ocurriría con facilidad si manejase el látigo alguien menos experimentado. Fue recorriendo toda la espalda de Uno y después se centró en su culo y sus muslos, pronto todo la parte posterior estuvo cubierta de marcas que se inflamaban y resaltaban sobre la piel. Además las púas del corpiño se fueron clavando según eran golpeadas y las pequeñas heridas comenzaron a sangrar. Uno apenas emitía sonidos, soportó el castigo sin un grito, aunque a veces suspiraba y gemía, pero sus gemidos parecían más de placer que de dolor. Completado el recorrido por detrás Tomás dejó el látigo en la mesa y cogió la vara de mimbre, se situó frente a Uno pero antes de empezar a golpear le preguntó.

  • ¿Quieres decirme algo zorra?

  • Si amo, gracias. ¿Puedo correrme?

  • Si puta, puedes correrte, no has hecho nada malo, no es un castigo, solo una diversión.

  • Gracias amo. Espero que tanto Ud. como su invitado encuentren de su agrado este entretenimiento, pero me preocupa que se fatigue demasiado, le ruego que si es así avise a Tres para que continúe, no olvide que se encuentra Ud. convaleciente de un proceso gripal.

  • No te preocupes puta, si me canso pararé. Ahora continuemos.

  • Como desee mi dueño.

Aquella conversación dejó a Carla estupefacta, en primer lugar aquella mujer estaba sufriendo un castigo terrible, sentía un gran dolor, su rostro no engañaba, aunque soportase la prueba sin gritar sus gestos de dolor eran inconfundibles, y en medio de todo eso solicitaba correrse, verdaderamente su amo tenía razón, aquellas putas eran masoquistas hasta un grado que ella no alcanzaría nunca. Por otra parte la esclava se preocupaba del bienestar de su amo, el mismo que la estaba castigando con extrema crueldad solo para su diversión, simplemente porque había pasado por un catarro. Y se notaba que su interés y su preocupación eran sinceros. En aquellos momentos de intenso sufrimiento su pensamiento se ocupaba con ternura de su verdugo. No conseguía llegar a entender, estaba alucinada.

Mientras Tomás continuó con la paliza a Uno, empuñando la vara de mimbre golpeó las tetas y el vientre con una fuerza terrible, la vara emitía un silbido siniestro en su vuelo y después cada azote parecía el golpe que se da para acomodar un cojín, sonaba seco, profundo. pronto las tetas y el vientre de Uno estaban llenos de marcas abultadas y amoratadas, también tenía algunos azotes en los muslos, pero Carla se fijó en que ninguno había tocado los pezones ni el coño, y supo que esa omisión era intencionada aunque no adivinaba la razón, aquel hombre sabía muy bien lo que hacía. Apenas comenzó el castigo con la vara Uno empezó a tener convulsiones, su cuerpo se contraía por los orgasmos, que parecían encadenarse sin pausa, su coño brillaba encharcado y los jugos bajaban por sus piernas como un torrente.

Tomás dio un breve respiro a Uno, aunque ella no dejó de tener orgasmos, aunque de menor intensidad, dejó la vara sobre la mesa y cogió la fusta, sin decir nada se acercó a la esclava y la besó dulcemente en los labios, después chupó con fuerza sus pezones mientras hurgaba con los dedos en su coño, esto hizo que ella se pusiera tensa por un instante y después, con un gemido ronco, tuviera un nuevo orgasmo, tan fuerte que incluso se meó. Tomás dio un paso atrás y alzando la fusta golpeó en un pezón con la lengüeta, cambiando luego al otro, y así en una sucesión cada vez más rápida y violenta. a continuación castigó de igual forma el pubis y por fin el coño, especialmente el clítoris. Uno estaba como en trance, con los ojos en blanco, corriéndose y meándose sin parar, hasta que su cuerpo no soportó más y se desmayó. Tomás se detuvo y ordenó a Tres que limpiase, ella se arrodillo junto a Uno y lamió el suelo a sus pies bebiendo los jugos y meados para, a continuación, subir lamiendo por sus piernas y finalmente chupar su coño. Aquel tratamiento consiguió despertar a Uno, que siguió corriéndose en la boca de su compañera, aunque ahora de manera diferente, moviendo las caderas y lanzando largos suspiros. Tomás dejó la fusta en la mesa y se sentó en el sillón, contemplando el espectáculo, cogió del pelo a Carla y la atrajo hacia sí, acarició sus tetas y retorció sus pezones con suavidad mientras con la otra mano tocaba su coño.

  • Vaya Puerca, parece que te ha gustado lo que has visto, estás muy mojada, ¿te habría gustado estar en el lugar de Uno?

  • No lo sé amo Tomás, no creo que yo pudiera resistir un castigo semejante, pero si me ha excitado, tendría que probar para saberlo.

  • Bueno, conociendo a tu amo no creo que nunca experimentes algo así, es cierto que hace falta mucho entrenamiento para llegar a esto, pero créeme que hay cosas mucho peores, y mis perras no lo solo las soportan sino que las desean, mi trabajo me ha costado, y me cuesta, siempre estoy ocupado con el mantenimiento de mi jauría.

Carla empezó a comprender a aquellas mujeres, su amo no solo las trataba como a animales, las consideraba así. Para él eran bestias, no personas, y esa degradación extrema, esa deshumanización, era la fantasía última de cualquier sumisa. Aunque muy pocas fuesen capaces de llegar hasta las últimas consecuencias y entregarse de forma tan absoluta. Ella no sabía si algún día sería capaz de hacerlo. Con estos pensamientos en la cabeza miró a su amo, y en sus ojos brillantes vio deseo, orgullo y amor.