CARLA 1 y 2

Tras una experiencia extraña una chica decide perseguir su fantasía

CARLA

1

Para Carla, desde siempre, hubo sensaciones inquietantes. Sensaciones que no sabía identificar y le producían desasosiego, quizá su educación, férreamente religiosa, o su concepto de la moral aceptable, hacían que rechazase lo que su cuerpo manifestaba cada vez con más intensidad. Cuando dejó su pueblo para estudiar en la universidad sufrió una especie de transformación, conoció gente de distintos lugares y con distintas visiones de la vida. Estudiaba en Madrid y parecía estar en otro mundo, su pueblo y las relaciones que en él tenía estaban ancladas en el pasado, o eso le parecía a ella. Lo cierto es que empezó a plantearse que sus deseos e inclinaciones podían no ser tan terribles como siempre había pensado.

El primer año de universidad lo pasó en una residencia regentada por religiosas, tenía mucha más libertad que en su casa pero existía bastante control, no podía llegar más tarde de una determinada hora y debía cumplir con unas condiciones en cuanto a su aspecto y comportamiento. Sabía que sus padres estaban informados de cuanto hacía y procuró no salirse de las reglas que le habían marcado, aunque sus inquietudes se le hacían cada vez más urgentes. Llegaron las vacaciones y regresó a su pueblo, y de nuevo le surgieron las dudas y los temores, de nuevo se consideró un bicho raro, incluso una enferma.

Cuando empezó el nuevo curso una compañera de clase le ofreció compartir piso con ella y una amiga, la situación económica de sus padres no era la mejor y el ahorro con respecto a la residencia importante, así que lo dijo en casa y la propuesta fue aceptada sin problemas.

Entonces fue cuando Carla descubrió el mundo, aunque no dejó de atender sus estudios, empezó a salir con sus amigas, a acudir a fiestas y eventos, y a disfrutar de una libertad que nunca había sentido. Fue como una revelación, el sentirse libre hizo que empezase a aceptarse, a considerar que no había nada malo en sus sentimientos y ensoñaciones. Carla tenía alma de sumisa, deseaba sentirse poseída por un hombre, considerarse una propiedad suya. Imaginaba cómo la usaría y la castigaría, se excitaba pensando en el dolor y la humillación, en su mente se dibujaban todo tipo de vejaciones y torturas, y eso hacía que su excitación llegase a límites insoportables.

Una noche, al final del primer trimestre, acudió a una fiesta en el piso de unos amigos. El ambiente era agradable, sonaba la música y no faltaba el alcohol, en cada rincón la gente charlaba animadamente haciendo corrillos, las risas se escuchaban por todas partes. En un momento de la noche Carla sintió que necesitaba un poco de aire fresco y salió a la terraza, allí un hombre se apoyaba en la barandilla mirando fijamente a la calle. Carla le reconoció, era un vecino de sus amigos al que habían invitado porque se llevaban bien con él, se le presentaron cuando llegó aunque no prestó demasiada atención, le pareció un hombre apuesto pero algo distante, era varios años mayor que ellos, y solo cruzó con él un saludo cortés.

  • Hola, se te ve muy concentrado – le dijo - ¿Qué miras con tanta atención?

  • Ahí abajo hay una pareja – contestó él sin apartar la mirada – creo que son un amo y su esclava. Estoy observando.

Carla sintió que se le helaba la sangre, sin saber bien lo que hacía corrió al lado del hombre y se asomó a mirar. De pronto su corazón latía tan fuerte que temió que él pudiera escucharlo.

  • ¿Por qué dices eso?

  • Ella tiene un abrigo que se abre cada vez que pasa un coche, después agacha la mirada, seguro que debajo del abrigo no lleva nada y se muestra desnuda a los que pasan, después se siente humillada.

  • Eso es una tontería, estás sacando conclusiones descabelladas. Es tu imaginación la que te hace pensar que está ocurriendo eso. Jamás se me habría ocurrido algo así simplemente mirando a una pareja en la calle.

  • ¿Seguro?

  • Claro, ¿crees que yo tengo la mente tan sucia como tú?

  • Mira bonita, cuando te he dicho lo que estaba haciendo has dado un salto para venir a asomarte, y según iba hablando se te encendían los ojos y los pezones se te han puesto como una piedra. No me engañas, tú eres una sumisa, está claro, y te encantaría estar en el lugar de esa chica, sentirte tan sucia y humillada como ella. Eres una zorra, una puta esclava, aunque no quieras reconocerlo.

Carla se quedó helada al escuchar a aquel hombre, no podía decir nada, no podía hacer nada. ¿Cómo era posible que de un vistazo la hubiera calado hasta ese punto? La verdad es que todo lo que había dicho era cierto, pero algo en ella le impedía admitirlo. Se sentía extraordinariamente excitada, pero a la vez sentía furia hacia aquel hombre tan seguro de sí mismo, tan arrogante como para decirle aquellas cosas a una chica a la que acababa de conocer.

  • Eres un imbécil – consiguió articular por fin – y un desagradable. No sabes de qué hablas. No sé si te funcionará esa pose de chulo con alguna pobre desgraciada, pero conmigo vas fresco.

  • Bueno, yo sé que lo que te he dicho es cierto, y tú también lo sabes, otra cosa es que no quieras admitirlo. Supongo que serás una de esas reprimidas que se mata a pajas imaginándose como una zorra, pero después le da vergüenza admitir la realidad. A mí la verdad es que no me importa, allá tú con tus represiones.

Y dicho esto salió de la terraza y volvió a la fiesta dejando a Carla con sensaciones contradictorias, se sentía indignada por la chulería de aquel hombre pero a la vez no podía negar que estaba excitadísima. Sólo había hablado de aquel tema con su más íntima amiga pero como si fueran sólo ensoñaciones, fantasías, y nunca nadie la había tratado así. Después de aquello se despidió de sus amigos y se fue a casa con la cabeza llena de imágenes tan perturbadoras como fascinantes.

2

Esa noche no pudo dormir, cuando cerraba los ojos volvía a ver a aquella pareja en la calle y a escuchar las palabras de aquel hombre. Parecía hipnotizada, no conseguía quitar de su mente la seguridad con que el hombre supo lo que era, y su comentario final, llamándola reprimida, le hería en lo más profundo, sobre todo porque sabía que era cierto. Cuando ya clareaba el día tomó una decisión, no podía continuar así, necesitaba experimentar de verdad todo lo que solo había imaginado, necesitaba entregarse a alguien. Tomada la decisión llegaron las dudas, había visto en internet videos de sumisas, que la habían excitado muchísimo, pero en algunos las chicas soportaban cosas que ella no sabía si podría soportar, ni si le gustarían. A quién dirigirse con aquella idea? Carla no era virgen, ya había tenido sus aventuras sexuales con varios chicos, pero siempre fueron convencionales, ninguno mostró interés por tratarla como ella quería y todos acabaron por aburrirla. Además un conocido estaba descartado, le daría demasiada vergüenza. Y alguien extraño le causaba miedo, podría caer en manos de un indeseable o resultar herida. No era fácil buscar un candidato apropiado.

Así pasó Carla varios días, dándole vueltas en la cabeza a aquel problema. Estaba despistada, no conseguía concentrarse en nada, hasta el punto de que sus amigas notaron que algo raro le pasaba. Le preguntaron si tenía algún problema, si le preocupaba algo, pero ella no iba a contarles la causa de su inquietud, y simplemente disimulaba, les dijo que estaba muy concentrada en los estudios ya que pronto serían los exámenes, y por eso andaba tan despistada. Sus amigas, con la intención de distraerla un poco, aprovechaban cualquier ocasión para charlar con ella, pensando que así olvidaría por un rato sus estudios. Una tarde una de sus amigas le dijo que había visto a uno de los amigos que les invitaron a la fiesta en su piso, y que le había preguntado por ella. De pronto a Carla se le encendió una luz en la mente, necesitaba hablar con el hombre de la terraza, él parecía entender de todo aquello, y si era amigo de sus amigos tal vez le haría el favor de guiarla, de aclararle algunas dudas.

Al día siguiente fue a ver a sus amigos, les dijo que se había ido de la fiesta de forma tan abrupta porque no se encontraba bien, y procurando que pareciera un comentario casual les preguntó por su vecino, dijo que había tenido una conversación muy agradable con él y que le gustaría volver verle, que habían quedado en tomar un café algún día pero al irse tan deprisa ni siquiera recordó pedirle el teléfono ni le dio el suyo. Sus amigos no parecieron extrañarse, Jaime, que así se llamaba el vecino, solía tener bastante éxito con las mujeres. Le contaron que Jaime era un buen tipo, siempre dispuesto a ayudar en lo que hiciera falta, y jamás se quejaba por el ruido o el jaleo que se produce en cualquier piso de estudiantes. Era un importante ejecutivo y solía viajar bastante, de hecho en aquel momento no estaba en su casa, les había dicho que faltaría una semana. Por supuesto se ofrecieron a darle su recado en cuanto le vieran, y también su teléfono para que pudieran quedar.

Aquella semana se hizo interminable para Carla, por una parte estaba ansiosa por recibir la llamada de Jaime, por otra sentía miedo y vergüenza por tener que decirle que había acertado en todo. Confiaba en el juicio de sus amigos, y esperaba que Jaime fuese tan buen tipo como ellos pensaban, pero no estaba segura de nada. Por otro lado no veía ninguna alternativa, nadie a quien acudir con su problema, y decidió que tenía que arriesgarse.

El sábado siguiente Carla recibió la llamada de Jaime, fue muy amable y no dijo nada de su conversación en la terraza, se ofreció para tomar un café con ella aquella misma tarde y quedaron en una cafetería del centro. Cuando Carla acudió a la cita no podía contener sus nervios, sentía la boca seca y las manos le temblaban ligeramente, no sabía cómo empezar, qué decir. Pero todos sus temores se disiparon pronto, en cuanto se sentó a la mesa donde Jaime ya esperaba, este comenzó a hablar.

  • Carla, no hace falta que digas nada, supongo que estarás muy nerviosa, deja que yo hable y después me dices lo que quieras.

  • Vale.

  • Bien, has hecho el esfuerzo de buscarme porque todo lo que te dije en la terraza es cierto, te habrá costado dar el paso, pero no has podido evitarlo. Imagino que nunca habías hablado de esto con nadie, que siempre has sentido vergüenza de sentirte así. No pasa nada, es normal, tu educación, la moral que te han enseñado parece señalar que es malo sentir lo que sientes, que es una aberración desear que te humillen, que te hagan daño, pero no te preocupes, los deseos no son malos siempre que no busquen dañar a otros, si esos otros no lo desean. Al fin y al cabo tú solo pretendes disfrutar, el cómo disfrutes no le importa a nadie, es asunto tuyo y de nadie más. ¿Voy bien de momento?

  • Si, continúa por favor.

  • Supongo que tienes muchas dudas, has tomado la decisión de hacer realidad tus fantasías, pero ahora temes no saber cómo hacerlo. Tienes miedo de ponerte en manos de alguien que te lleve más allá de tus límites, tienes miedo de no soportar aquello que en tu imaginación te excita, incluso tienes miedo de echarte atrás y que tu amo no lo acepte y verte en una situación comprometida.

Solo escuchar cómo Jaime se refería a la persona con quien Carla estaría como su amo, hizo que sintiese una oleada de excitación, y notó que empezaba a mojarse, con lo que se sonrojó visiblemente. Aquello no pasó desapercibido para Jaime, que decidió cambiar ligeramente su tono y empezar a dominar a Carla, le gustaba y quería que fuese suya.

  • Voy a intentar contestar a tus dudas, después te daré la posibilidad de elegir, y si decides entregarte ya no habrá marcha atrás. Veamos, es normal que temas entregarte a alguien sin escrúpulos, en este mundo hay mucho pirado. También es lógico que no sepas hasta donde serás capaz de llegar, a esto te digo que si se hacen las cosas bien, de forma gradual, tú misma te sorprenderás de lo que llegas a desear, pero hace falta paciencia y tranquilidad. En cuanto a si en algún momento quisieras echarte atrás, yo solo puedo decirte que en mi caso concibo estas relaciones como ejercicios de libertad, tú te entregas como esclava porque deseas hacerlo, puede que en algún momento tengas que hacer cosas que no te gusten o no desees, pero todo será porque tú quieras soportar esas situaciones, porque te quieras superar en tu papel. Si llega el día en que ya no quieres continuar se acabará todo, nadie puede reducir a una persona a la esclavitud en contra de su voluntad. Para que todo esto sea efectivo yo plantearía el uso de palabras de seguridad, códigos mediante los cuales la esclava pueda manifestarse. Por ejemplo, si yo estoy azotándote las tetas y llega un momento en que no puedes soportarlo, pronuncias tu palabra de seguridad, digamos que es “autobús”, y yo inmediatamente dejaría el castigo. Esto permite que tú puedas expresarte, que puedas pedir piedad, llorar, gritar, sin que tu amo pare si así no lo decide, solo cuando pronuncies la palabra de seguridad dejarás de estar en sus manos. ¿Qué te parece todo esto?

Carla apenas podía hablar, todo lo que Jaime había ido diciendo le parecía bien y le transmitía una seguridad total. Pero estaba completamente perturbada, escuchar cómo se refería con naturalidad a castigos y pruebas, y sobre todo escuchar como él se ponía en el papel de amo, hacía que su excitación le resultase casi insoportable, sentía sus bragas completamente empapadas, y solo deseaba decir que si a todo y que empezase cuanto antes, quería ser su esclava, jamás había sentido algo con tanta intensidad.

  • Vale, todo lo que has dicho me parece bien, son precauciones que no imaginaba que se pudieran tomar, estoy de acuerdo con todo. ¿Pero tú querrías ser mi amo? – Carla pronunció esta palabra con un hilo de voz, mientras sentía que su sonrojo iba en aumento.

  • No debes avergonzarte, a partir de ahora escucharás y pronunciarás esa palabra y muchas otras con naturalidad. Tendrás que aprender a sentirte orgullosa de lo que has elegido, de lo que eres. Y sí, me gustaría ser tu amo, me gustaría que fueses de mi propiedad, mi zorra, mi puta, mi esclava. Pero debo advertirte que soy un amo exigente, que te usaré y te humillaré como desee, también te castigaré con frecuencia, unas veces para corregir lo que hagas mal y otras veces por el simple placer de causarte dolor, eso me gusta. Tendrás que acostumbrarte a disfrutar con el dolor solo porque así das placer a tu amo. Ahora piensa en lo que quieres hacer, piensa en la decisión que quieras tomar, y cuando estés preparada me llamas y me lo dices, sea la que sea la aceptaré, no te sientas presionada.

Pero Carla no necesitaba pensar nada, ya había decidido que nada deseaba más que entregarse a aquel hombre. Tampoco sentía ninguna presión, al contrario, nunca se sintió más libre que en aquel momento.

  • No hay nada que pensar, mi decisión está tomada, quiero que seas mi amo, quiero pertenecerte y que me consideres propiedad tuya. Me entrego a ti para que me uses como quieras, confío en ti por completo.

  • Vale, si así lo quieres así será. A partir de este momento te dirigirás a mí como amo, mi amo, mi señor, o mi dueño, si no lo haces recibirás un castigo. Cuando estemos en público me llamarás por mi nombre, a no ser que yo te indique lo contrario, pero siempre debes tener en cuenta quien soy, y mostrarme el respeto que debes a tu dueño. ¿Lo has comprendido?

  • Si amo.

  • Bien, aprendes rápido, ahora quiero que vayas al servicio y te quites las bragas y el sujetador. Deberás traerlos en la mano y entregármelos cuando llegues a la mesa.

  • ¿Qué, ya? ¿Ahora?

  • Otra de las cosas a las que debes acostumbrarte, y cuanto antes, es que mis órdenes no se discuten. Por esta vez pasa, la próxima tendrás tu castigo.

  • Si mi amo.

Dicho esto Carla se levantó y fue al servicio, allí se desnudó y se quitó las bragas, que estaban completamente empapadas, y el sujetador, esto último le costó más, tenía los pezones como piedras y llevaba una camiseta bastante ajustada, por lo que sería evidente para cualquiera que iba sin sujetador. Cuando volvía a la mesa sintió que todos la miraban, que todos sabían lo que había hecho, además las dos prendas eran imposibles de ocultar en su mano, y se sintió completamente expuesta. Pero a pesar de todo su excitación no dejaba de aumentar.

  • Muy bien – dijo Jaime cuando le entregó las prendas, mientras las guardaba en el bolsillo de su americana – Veo que te has mojado a tope, eres una auténtica zorra, y voy a hacerte gozar hasta donde ni te imaginas. Ahora puta quiero que vayas a la barra y me traigas un vaso de agua, quítate la chaqueta para que se te vean bien esos pezones de perra en celo que tienes.

Carla obedeció al instante, tras quitarse la chaqueta fue a la barra y pidió el agua, se dio cuenta de cómo la miraba el camarero, fijándose en sus pezones que se marcaban claramente a través de la fina tela. Se sintió humillada como nunca antes, pero no dijo nada, al contrario procuró sacar sus pechos un poco más para que el camarero apreciase bien los pezones a punto de reventar. Aquello la llenó de orgullo, le parecía que estaba haciendo lo que su amo deseaba, exponerse a la mirada de otros, como una puta sin vergüenza, como un objeto sin voluntad, sujeta únicamente a lo que determinase su dueño.