Cariño, yo también puedo ser tu putita

Carta abierta a Mario. Sara, asediada y herida por su marido decide tomar cartas en el asunto... ¿quieres descubrir su historia?

CARIÑO, YO TAMBIÉN PUEDO SER PUTITA

No sé si encontraré las palabras adecuadas para explicar lo ocurrido. Es realmente complicado. Ante todo, querido Mario, debes saber que te quiero y que espero que a pesar de lo que leas a continuación, continúes deseando vivir a mi lado. Sé que eres asiduo a esta página web y que acabarás por tropezarte con este relato, pero es que no sabía como contártelo, como hacerte partícipe de mi experiencia, y el recurrir a un amigo para que me ayudara a redactarlo, y poder contártelo, me ha parecido una buena idea. Espero que me perdones.

Me llamo Sara, tengo 28 años y desde hace tres estoy casada con Mario. Vivimos en un coqueto apartamento a las afueras de Madrid. Él es periodista, trabaja en un periódico de tirada nacional, mientras yo acabo de aprobar hace dos meses unas oposiciones para profesora de instituto. Somos felices, o por lo menos eso pienso, aunque no sé que opinará mi marido al leer lo que sigue.

Debo admitir que, de cara a los demás, somos una pareja perfecta en prácticamente todos los sentidos, aunque a decir verdad, nuestro punto débil siempre ha sido los ratos de cama, cosa que, lógicamente, no tiene por qué trascender de nuestra relación. Desde un principio, Mario se las ha dado de muy liberal en ese terreno, mientras yo, a causa de una horrible y traumática experiencia infantil, que prefiero no explicar ahora, (quizás algún día me atreva a hacerlo), soy mucho más reticente y pudorosa respecto a ese tema. Durante varios meses Mario me ha insistido para que enriqueciéramos nuestra vida sexual a base de innumerables propuestas. Desde invitar a una tercera persona, siempre una chica, hasta hacérmelo por detrás o incluso asistir a un local de esos donde me ha explicado algo sobre un cuarto oscuro donde, al parecer, personas anónimas totalmente deshinibidas se lo hacen unos con otros sin la menor precaución. Lo cierto era que nada de esto me atraía y, producto de tanta presión por su parte, comenzaba a estar bastante harta de oír sus historias que lo único que conseguían era hacerme más reticente y negarme con mayor contundencia a sus deseos. Ante mis múltiples negativas, Mario solo reaccionaba recalcándome lo estrecha que era y lo mal que nos iban a ir las cosas si no entraba en su juego. "Me acabaré cansando de tí" - me amenazaba.

No ha sido fácil para mí. Mis apetencias sexuales se decantan más por intentar tener un bebé y no por otros derroteros, por lo menos de momento. El maltrato psicológico era constante y, a veces, había días en los que me planteé seriamente abandonarlo todo. No obstante, no paraba de darle vueltas en la cabeza al asunto en pos de intentar dar un paso adelante, lograr abrirme a las satisfacciones que el sexo podría reservarme y acercarme más a Mario, en definitiva. Pero eran tantos y tan graves los malos recuerdos que se aferraban en mi mente, que siempre acababa por echarme atrás.

Sin embargo, una tarde, tras otra de nuestras muchas discusiones por la misma causa, decidí tomar cartas en el asunto. Me armé de valor y fui a buscarle a la redacción. Acudí bastante arreglada. No estoy del todo mal. Mis medidas son casi perfectas aún y soy bastante alta. Tengo el pelo rubio, ojos celestes, nariz casi perfecta y boca, dicen, sumamente sensual. Mis sobrados pechos prosiguen rechazando la ley de la gravedad y lucen unos pezones de aureola pequeña que apuntan al cielo. No me hace falta wonderbrá ni nada por el estilo para llamar la atención. Mi culito está aún bastante duro gracias al gimnasio y, mis piernas muy bien torneadas, creo que son lo mejor que tengo. Me vestí con una falda negra muy sexy con una apertura lateral de vértigo que recorría ampliamente mi muslo derecho y una blusa roja de tela traslúcida que invitaba a indagar mi generoso escote. Me maquillé dejando mi cara francamente preciosa y me dispuse, como digo, a buscarlo para proporcionarle la más maravillosa noche de placer que jamás tuvo. Lo decidí. Nos iríamos a un hotel y allí me entregaría por completo a sus lujurias. Estaba dispuesta a todo. Sin tapujos, sin inhibiciones de ningún tipo.

Cuando llegué a la redacción no faltaron los piropos. Lo cierto es que me sentí observada desde que salí del portal de casa, pero allí resultaba más patente. En la redacción deportiva casi todo eran hombres que me miraban con descaro de arriba a abajo con reprimidas y patentes intensiones de follarme. Yo no les hice el menor caso, a pesar de que me encantaba sentirme observada, y pregunté por mi marido. Uno de sus compañeros, Miguel, moreno, alto y bastante guapo, me confirmó que había salido a cubrir una noticia y que estaba próximo a regresar. Decidí esperarlo un rato y me senté en su escritorio frente al ordenador. Allí se acercaron Alex y José, dos compañeros más. Alex es un tipo bajito y más bien corpulento. Moreno de ojos verdes y tremendamente simpático. José es más reservado. Bastante más tímido pero realmente atractivo. Rubio con unos ojos claros pero tristes, al estilo de Hugh Grant, que realmente me vuelven loca. Estuvimos hablando durante un rato hasta que me disculpé para ir al toilet. Con suma amabilidad, no solo me indicaron el camino sino que Alex y Miguel me acompañaron gustosos. Yo entré lentamente mientras observé como ambos se quedaron en la puerta fingiendo hablar de algo de trabajo. Cuando terminé y, mientras me secaba las manos, no pude resistirme y me acerqué al umbral para oirles hablar en voz baja sin que se dieran cuenta.

  • Joder, que buena está la mujer de Mario. Me la tiraría a gusto - comentó Miguel.

  • No digas tonterías - respondió Alex - Mario dice que es una estrecha. En la cama es un cero a la izquierda. Ahí donde lo ves es todo fachada. ¿si no por qué crees que se va de últimamente de putas?

  • Pues que quieres que te diga, pero yo a esta putita sí que le iba a enseñar de una vez por todas. Vaya desperdicio - concluyó el primero.

Seguidamente ambos se echaron a reir a carcajadas mientras a mi, desde el otro lado, me brotaron lágrimas de rabia y decepción. Jamás hubiera imaginado que mi marido pensara eso de mí y fuera contándole a sus amigos nuestra vida privada. Y menos aún que me fuera infiel con prostitutas. Hice de tripas corazón y tras despedirme de aquellos hombres, me tragué mi llanto y salí de allí tremendamente dolorida y frustrada.

Aquella noche, cuando Mario llegó a casa, opté por enterrar mi orgullo y no hacer comentario alguno de lo acontecido. Estaba notablemente enfadada con él y apenas si podía mirarle a la cara. Delante de mí era una persona encantadora, pero había demostrado que, a mis espaldas, era completamente diferente. Ya en la cama, él quiso una vez más que hicierámos el amor, pero yo lo volví a rechazar y con más razones que nunca. Solo pensar que había estado acostándose con otras mujeres, con putas, ya me revolvía el estómago. Fingí que estaba cansada y propuse que lo mejor era dejarlo para otro momento. Volvió a las andadas. A reprocharme que siempre añadía algún impedimento, que estaba harto de mis rechazos y que era una mujer de lo más "cortita" en temas sexuales, con poca follada, me dijo.

  • Pues toma una revista de las que tienes en el cajón y te haces una paja - le grité tremendamente enfadada mientras le di la espalda y me eché a llorar.

Mario se levantó exaltado y salió de la habitación. Creo que durmió en el sofá aunque realmente no puedo afirmarlo ya que, por la mañana, cuando me desperté, ya no estaba en casa.

Muy dolida y cansada por todo aquello, me planteé seriamente abandonarle pero lo deseché de pleno porque, en definitiva, no podía engañarme. Mario lo significaba todo para mí. Caí rendida en la cama delante de una maleta a medio hacer y rompí desesperada en lágrimas abrazándome a la almohada. Quería a Mario pero no soportaba pensar que me engañara de aquella manera y buscara en otras mujeres lo que yo no sabía darle.

Dejé transcurrir unos días pensándolo y fingiendo que todo iba bien entre nosotros. Fue entonces cuando decidí cortar por lo sano y propinarle una lección para que entendiera que yo era capaz de cambiar y que tenía ante él a una auténtica mujer dispuesta a todo por su amor. Lo primero que hice fue limpiar la casa y ponerme lo más guapa que pude. Mario estaba de viaje y yo, decidí llamar a la redacción y citar a sus compañeros en casa con objeto de hablar con ellos acerca del comportamiento de mi marido y nuestra relación. Al principio, Alex, que fue el que habló conmigo, se extrañó un poco, pero debí resultar bastante convincente en mis explicaciones porque me aseguró que pasarían sin falta al salir del trabajo.

  • De acuerdo, iremos para allá. Todo sea por un amigo. Dame vuestra nueva dirección. - me dijo.

Llegaron por la noche. A eso de las once menos cuarto. Les hice pasar y les invité al salón. Se sentaron en el sofá. Yo llevaba un pantalón vaquero bastante ajustado que marcaba descaradamente mi rico trasero y una camiseta bien ceñida que apretaba generosamente mis pechos transparentando mis puntiagudos pezones que no sé si se habían endurecidos a causa del aire acondicionado o por la terrible excitación que corría por mis venas. Desde que entraron supe que me repasaron gustosos con la mirada y hablaron entre ellos, pero no pude oirles. Les dejé a solas en el salón durante un instante y me excusé para ir a la cocina. Aproveché para arreglarme un poco y llevarles unas bebidas que había preparado. Estaba francamente nerviosa y aún me cuestionaba seriamente lo que iba a hacer. Estaba hecha un lío, aunque lo cierto es que aquella situación, sola en casa con aquellos tres hombres, empezaba a ponerme francamente cachonda.

Entré en el salón y deposité la bandeja frente a ellos. Continuaban mirándome con patente curiosidad. La verdad es que Miguel estaba bastante bien, casi tanto como José. Alex era el que no me gustaba demasiado, no era mi tipo.

  • ¿Y bien? ¿Para qué querías vernos? - preguntó Miguel agarrando su vaso.

Me armé de valor y sin poder mirarle a los ojos le respondí.

  • Quiero que me folléis.

Se quedaron de piedra. Me consta. José se levantó y estuvo a punto de escupir el combinado.

  • ¿Estás chalada? - apostilló Miguel - No sé a qué viene eso. Si Mario y tu teneis problemas, no creo que esta sea la mejor solución.

  • Pues te diré lo que ocurre. Quiero demostrarle a mi marido que no soy ni una frígida ni una estrecha ¿entendéis? y que no le hace falta irse de putas porque, si yo quiero, puedo ser tan zorra como la que más. Además, Miguel, ¿no es cierto que le comentaste a José en el pasillo de la redacción que querías follarme? ¿qué pasa? ¿no eres lo suficiente hombre para mí?

No dijo nada. Pero sé que aquellas últimas palabras hirieron terriblemente su orgullo varonil.

En un gesto casi de desesperación me retiré agitadamente la camiseta y les mostré mis duros y grandes pechos.

  • Estoy dispuesta a cumplirlo. Y me da igual. O sois vosotros o serán otros. No creo que tenga muchos problemas para conseguir lo que quiero.
  • dije.

José se lanzó sobre mi cuerpo, me agarró de la cintura y me besó en los labios con rabia buscando mi cálida lengua.

  • ¿De veras quieres ser nuestra putita?

Aquella pregunta me asustó. Por un lado, aún una voz interior me advertía que no debía serle infiel a Mario, pero por otro, la simple idea de que tres hombres me sirvieran de improvisados profesores y me hicieran llenar mis vacíos sexuales me producía un deseo irrefrenable.

Dije que sí, dando vía libre a aquellos machos que, sin argumentar palabra, como si ya supieran perfectamente lo que tenían que hacer, fueron desnudándose ante mis ojos. Miguel tenía pelo casi por todo el cuerpo y una verga considerable. Todo lo contrario a Alex que era más bien escaso de bello y con una polla pequeña pero bastante gruesa. José era el que estaba mejor fisicamente. Marcaba sus abdominales, contaba con un pecho muy bien formado, un culo musculoso y le colgaba un gran miembro que me hizo plantearme si continuar con aquello.

Los tres me rodearon y comenzaron a besarme y pasarme sus cálidas lenguas por el cuerpo. Al principio me sentí bastante incómoda y me retorcía con violencia. Me daba realmente asco pensar que se iban a aprovechar de mí y que encima yo les permitiera hacerlo, pero por alguna extraña razón me estaba calentando de una manera inexplicable y por nada del mundo quería terminar con aquello. Miguel me apresó por detrás con sus fuertes brazos y me agarró poderosamente los pechos pellizcándome los pezones con la punta de sus dedos. Sentí su endurecida y palpitante tranca cerca de mi culo mientras José, me obligó a tomar su pene para masajearlo. Alex no había perdido el tiempo, me había retirado subitamente el pantalón junto a las braguitas y lamía mis muslos camino de mi rubiasco, peludo y ya húmedo coñito.

Poco a poco, mi excitación iba en rápido aumento y comencé a dejarme hacer. Miguel me lanzó al sofá donde caí con estrépito. Solo pude mirarles con una sonrisa que les incitó aún más.

  • Te la vas a tragar entera, perra - me amenazó Miguel.

Alex me separó bruscamente las piernas y comenzó a chuparme con descaro la plenitud de la raja y el clitoris que, en seguida, se puso erguido y embadurnado de flujo. Me estaba gustando. Quizás demasiado. Cuando su lengua rodeó y mordió mi punto más caliente quise gritar pero Miguel me lo impidió introduciéndome de una tacada su gran polla en la boca. Me llegaba hasta las puertas de la garganta y me producía ligeras arqueadas. Pese a ello, logré agarrarla con una mano para mamársela, lamérsela y recorrerla a gusto con mi lengua.

  • Traga puta, traga - me gritaba sujetándome la cabeza con ambas manos.

Su nabo entraba en mi con fuertes e insesantes sacudidas. Justo en aquel momento, Alex dejó de lamerme por debajo y dejó el camino libre para que José me atravesara con su descomunal y venosa verga. Me sentía completamente llena y vibrando por todos lados. Sentí como mi vagina se quedaba pequeña y expulsaba insistentes chorros de mis flagrantes orgasmos que hacian que me retorciera ante sus rápidos movimientos. Era una sucia perra, una zorra, una puta en sus manos que había perdido toda la dignidad. José iba y venía con una sonrisa perpétua en el rostro mientras aprisionaba mis pechos que bailaban impulsado por sus embestidas. Un poco más atrás, Alex se masturbaba enérgicamente esperando turno. Eran momentos de chupada. La verga de Miguel seguía golpeándome por dentro y sus gruesas pelotas se estrellaban en mi barbilla una y otra vez. Se agitaba de excitación. Podía verlo porque sufría ciertos espasmos, que a su vez, yo también experimentaba impregnando de caliente flujo el pollón de José. Acto seguido, extrajo su miembro, lo tomó con fuerza entre sus manos y lo agitó apuntando hacia mis pechos expulsando cinco entrecortados chorros de caliente y jugoso esperma que resbalaba por mi cuello, sobacos y pezones. Coincidiendo en aquel momento, José se corrió dentro de mí llevándome de la mano a un sorprendente orgasmo que no había experimentado jamás. Ni siquiera con Mario, quién yo creía que era muy bueno en la cama.

Aún dolorida, confusa y envuelta en decenas de movimientos involuntarios imposibles de controlar, ví como Alex se aproximó con un bote de mantequilla que tomó de la cocina.

  • Date la vuelta, zorra. - me ordenó.

Yo me negué con la cabeza.

  • Por el culo no. Jamás lo he hecho por detrás. No, por favor
  • imploré.

Los tres rieron. José me escupió en la cara, me obligó a girarme y me sujetó la mano derecha. Miguel la izquierda. Así, tendida bocaabajo con las piernas por fuera del sofá, mi ejemplar culo a su favor y lamiendo la saliva de uno de mis folladores, quedé con la cara incrustada en uno de los cojines implorando que todo acabase cuanto antes. En cierto modo quería que pararan de una vez pero el deseo de mi cuerpo era imparable y quería más. Alex me sacudió el trasero con su mano repetidas veces. Primero con poca intensidad y luego subiendo de grado. Al principio no, pero pronto comprobé que aquello volvía a excitarme de una manera exagerada. Cuando ya sentí mi culito ardiente, me abrió las piernas al máximo para descubrir mi pequeño y cerrado agujero virginal. Por debajo, mis labios estaban rojizos, hinchados y empapados. Lo notaba. No podía verle bien pero si sentir lo que me hacía. Noté la frialdad de la mantequilla y como con uno de sus dedos me la iba untando para taladrarme el culo poco a poco resbalando en su interior y rotándolo con cierta monotonía. Era una sensación extraña, dolorosa pero placentera a la vez. Introdujo otro dedo en mi carnoso y redondito ano y el placer se tornó a dolor, y más cuando sumó otro más, para luego, tras meterlos y sacarlos a su antojo, pasara a penetrarme con su corta pero robusta polla.

Grité de rabia y José me golpeó para que me callara. Alex me follaba con rigor al tiempo que Miguel se colocó bajo mi cuerpo en perfecta posición para introducirme su rabo y follarme por el coño, es decir, los dos a la vez en una dura y profunda doble penetración que jamás ni siquiera había imaginado. Mi culo sangraba. Podía sentirlo, pero me daba igual. Me encantaba la sensación de sentirme entregada a aquellos hombres como una auténtica perra. El culo me vibraba machacado por la verga de Alex que me agarró por los hombros para entrar dentro de mí más a fondo. Poco a poco, en mi rajita, la polla de Miguel se hizo sitio tras jugar con mi chorreante clitoris y empujó llevándome al extasis. No podía creerlo. Me estaban follando como unos auténticos desquiciados mientras yo también me volvía como loca. Me gustaba. Quería más y más.

  • Rómpedme cabrones, quiero que me reventéis - grité contoneando el cuello y agitando mi pelo de un lado a otro.

Las paredes de mi vagina seguían embadurnadas de flujo y, ambas pollas, las de Miguel y Alex se encontraban entre sí dentro de mí chocando en busca del placer. Tenía la cara de Miguel bajo la mía y le veía gozar. Le besé y cruzamos nuestras lenguas lamiéndonos el uno al otro. Rápidamente, noté como alguién me tomó del pelo violentamente obligándome a mirar hacia delante. Allí estaba el potente miembro de José que se había despertado de nuevo. Sin avisar si quiera me lo colocó entre los labios y empujó hacia delante. Sus pelotas casi chocaban con la cara de Miguel que seguía debajo. Yo chupaba y chupaba. Lamía y lamía cada una de sus desgarrantes embestidas bucales alcanzándo el extasis. Tenía los tres agujeros cubiertos y a pleno rendimiento. Ya no podía ser follada por más partes. Miguel por el jugoso coño, Alex por el sufrido culito y José por mi ardorosa y húmeda boca en un continuo mete y saca arrollador que me hacía vibrar por todas partes.

Si, era una puta, una puta total como quería Mario. Mis flujos y espasmos iban y venían y comenzaba a sentir un intenso dolor en las piernas. Una vez bien mamada y lubricada de abundante saliva la polla de José, éste cambió su plaza con Alex que me introdujo sin perder tiempo su pequeño nabo mezclado de mantequilla, flujos y un poco de sangre. Lo chupé, besé y relamí a gusto. Su miembro era más manejable y lo podía controlar y disfrutar mejor dentro mi boca. Justo en aquel momento, José me rompió literalmente el culo. Me separó con sus manos mi gran raja y me enculó de una forma severa haciendo que mi intestino recogiera sus más de veinticuatro centimetros de rabo. Un agudo y rápido dolor recorrió mi cuerpo coincidiendo con múltiples orgasmos mientras aquellos hombres se iban corriendo poco a poco, uno tras otro, embargados por tanta orgía sexual. El primero fue Miguel que rellenó por completo mi coño impregnando mi pelo púbico con su ardiente semen. Luego fue Alex que, sujetándome fuertemente por la cabeza, me asestó cuatro vibrantes golpes de cadera que acabaron por obligar a su polla a escupir su caliente leche en mi garganta. Cielos, fue una tremenda corrida que me llenó tanto la boca que, aún teniendola dentro, por mis labios resbalaba su esperma cayendo sobre el pecho de Miguel que continuaba exhausto debajo de mi. Por último, José fue el peor. Tardó más en correrse y yo, para animarle, empujaba hacia atrás con violencia mientras sus compañeros le animaban.

  • Vamos, José, reviéntala. - gritó Alex sacandome la polla de la boca.

  • Más, más, más, asi, asi, assssiiiiii - gritaba yo como podía, muerta de placer e intentando alcanzar con mi lengua las últimas gotas de la polla de Alex.

Varios segundos después, y tras poderosas enculadas que creía que me iban a herir seriamente por dentro, José se corrió encharcando mi roto culito con sus largos chorros. La sacó de golpe y dos violentos disparos de su polla se dispersaron por mi espalda mientras un tercero y cuarto fueron a parar a mi coño resbalando entre mis piernas e impregnando a Miguel. Así caímos. Completamente rendidos y exhaustos sobre el sofá, unos encima de otros, y yo abierta por todos sitios embadurnada de fuertes olores a flujo, sangre y esperma.

Un poco después, nos incorporamos y hablamos más tranquilos sobre lo ocurrido. En principio, les aseguré que no le contaría nada a Mario, al menos de momento y que, por favor, le respetaran a pesar de todo. Ya duchados, les dejé hacerlo en mi casa ya que era lo mínimo que podía hacer, les comenté que me había encantado la experiencia y que estaría dispuesta a repetirla siempre y cuando Mario estuviera de acuerdo y participara, a lo que ellos no se negaron. Por cierto, cuando José se despidió de mi, me regaló un húmedo beso en la boca y cruzamos nuestras lenguas. Me llamó su putita y eso me encantó a pesar de todo.

Esto ocurrió hace dos semanas y gracias a mi amigo Kewois hoy puedo contároslo. Él me ha ayudado a transcribirlo y poder expresarlo para que Mario lo supiera. Yo no sé expresarme muy bien con la escritura. Espero que lo entiendas Mario, cariño. Ahora si estoy preparada para tí y no tendrás que irte de putas, pues me tienes a mi y sabes lo que puedo llegar a hacer. Te quiero.

Por cierto, si lo que he contado tiene buena acogida entre los lectores, me pondré próximamente de nuevo en contacto con Kewois para haceros partícipes de la reacción de mi marido, siempre que Mario esté de acuerdo, por supuesto. Deseadme suerte, por favor. Un beso muy húmedo y cálido a todos/as.

Sara.

K.D.