Cariño, seguro que me entiendes (Tercera parte)

Cuando la conocí, no pude ni imaginar que me llevaría a la situación en la que me encuentro ahora.

Siempre he tenido el sueño ligero, pero aquella noche fue de las menos apacibles que recuerdo. Me revolvía desnudo entre las sábanas buscando el imposible acomodo de mi pene erecto mientras abrazaba con desesperación la almohada que en modo alguno distraía la ausencia de Graciela.

Mi mundo se había venido abajo consciente de que aquella noche había encontrado la pequeña brecha que entre nosotros quizá siempre había existido. Me maldecía a mí mismo por haberle abierto mi corazón a una mujer que no me correspondía, por haberme atrevido a vivir una pasión que sólo mi ceguera avalaba. Me mortificaba insultándome en voz baja mientras buscaba alternativamente tanto razones para despreciarla como para recuperarla.

Cuando mi cerebro, agotado de intentar ubicarse, se relajaba, mi imaginación volaba a una secuencia que, aunque imaginada, tenía para mí la misma fuerza que si la hubiese vivido. Veía a Graciela y al nórdico subiendo por la empinada escalera al altillo del bar, con la urgencia de dos cuerpos jóvenes que se desean y que avanzan imparables hacia la consumación de su apetito. Los veía encerrándose en uno de los estrechos lavabos del local mientras el hombretón aplastaba a mi novia contra la puerta y con movimientos bruscos la desnudaba.

Graciela, totalmente entregada, recorría aquel cuerpo insultantemente terso, borracha de deseo y de lujuria, hasta llegar al paquete que con mano experta liberaba de la ropa que lo ceñía, abalanzándose sobre el enorme miembro del nadador. En cuclillas, y ayudándose de las dos manos para manejar aquel enorme ariete, Graciela lamía con fruición desde la base de los testículos hasta el glande, que totalmente descapullado, brillaba por el efecto de la saliva depositada. Mientras lo hacía, mi novia no perdía detalle de la cara de placer de su amante que gruñía en su incomprensible lengua natal palabras que, en cualquier caso, no necesitaban de traducción alguna.

A pesar de sus esfuerzos, Graciela apenas era capaz de tragarse la mitad de aquel enorme aparato, cubriendo con sus manos la otra mitad. Invadido por la urgencia, el gigante sueco alzaba a mi novia en volandas sin aparente esfuerzo, la giraba contra la puerta y la ensartaba sin contemplaciones, sin darle tampoco opciones a volver a tocar el suelo, iniciando un frenético vaivén en que se entremezclaban los crujidos de la puerta y los jadeos de los amantes. Cuando ya ahítos de placer ambos habían alcanzado el orgasmo, se recomponían las ropas y bajaban otra vez las escaleras, haciendo a todos evidente lo que allí arriba había pasado.

Todo esto lo imaginaba mi calenturienta mente mientras, vencida la vergüenza por el morbo, masajeaba mi excitado miembro hasta acabar desparramando mi semen en las sábanas entre gruñidos de insano placer.

De esta guisa me encontraba cuando, bien pasadas las 8 de la mañana, el ruido de la puerta me despertó y tras recorrer silenciosamente el pasillo, Graciela apareció en la puerta de la habitación.

-          “¿Estabas durmiendo, cariño?” – me dijo en un tono de voz meloso, pero que no ocultaba una cierta ronquera – “no quería despertarte”.

Mientras depositaba sus zapatos en el suelo y se desprendía de su cazadora, observé que tenía el pelo totalmente mojado. Su blusa, también húmeda, hacía que a través de la tela translúcida se percibieran sus pezones libres de cualquier atadura. Se sentó en el borde de la cama y alargó una mano hacia mí mientras me observaba con mirada cansada.

-          “¿Qué ha pasado¿” – atiné a decir – “¿Por qué estás toda mojada?”

-          “Déjalo” – me contestó- “Mejor te lo cuento más tarde, que ahora estoy agotada”.

Y añadió con toda calma:

-          “¿Has podido descansar, al menos?”

Todos mis reniegos durante la noche pasada se evaporaron al instante ante la certeza de tener allí delante a mi mujer amada. Mi único pensamiento fue abrir las sábanas para acogerla entre mis brazos y darle un poco del calor que parecía faltarle. Se despojó rápidamente de la húmeda blusa y de la falda, y encajó su cuerpo entre el mío dándome la espalda, adoptando nuestra postura favorita.

Durante unos minutos estuvimos disfrutando de la recuperada familiaridad de nuestros cuerpos. Graciela ronroneaba mientras acariciaba mis brazos que la rodeaban, y yo acomodaba mi pene entre sus nalgas, mientras aspiraba su aroma, alterado por la humedad de su pelo.

De repente, cuando ya habíamos alejado el frío de nuestros cuerpos, Graciela se percató de la pringosa humedad que contenía la sábana. Divertida, giró su cara hacia mí con una pícara sonrisa:

-          “Vaya, parece que alguien se lo ha pasado bien aquí, ¿no?”- dijo en un tono irónico.

No supe qué contestar. Las pruebas de mi calentura eran tan evidentes que la lógica conversación que deberíamos haber tenido ya no tenía sentido. Graciela se volteó hacia mí y simulando cara de pena con un pucherito, me dijo:

-          “No parece que estuvieras muy preocupado por mí cuando me dejaste sola en el bar”- afirmó – “¿No te preocupaba que le pudiera pasar a tu chica?”

Un hombre normal no habría dejado que la cosa llegara hasta ese extremo. Un hombre normal, con un mínimo de respeto por sí mismo, se habría levantado de la cama y le habría invitado a largarse inmediatamente.

Pero allí estaba yo, con una evidente erección que apuntaba al pubis de Graciela y que desmentía cualquier atisbo de dignidad que quisiera aparentar.

-          “Uy, qué es esto de aquí…”- preguntó Graciela mientras agarraba mi renacido pene - “yo diría que has estado imaginando cositas guarras…”

Cerré los ojos sabiendo que aquello era para Graciela la confirmación definitiva de mi excitación, invitándola con ello a continuar.

-          “¿Quieres saber qué paso? ¿Quieres saber qué es lo que he hecho esta noche? Creo que sí”- añadió, mientras comenzaba a masturbarme lentamente-“Creo que no debemos esperar hasta mañana para que lo sepas todo…”

Y así, masajeando mi polla lentamente, empezó a explicarme lo que había sucedido después de que me fuera.

-          “Uff, cómo está Sven… qué cuerpazo, es que no sabes dónde mirar… y los otros… pero ¿de dónde los sacan, Dios mío? Sabes, empezamos fumándonos un porrito… ya sé que a ti no te hace mucha gracia, pero es que, hijo, eres tan soso… menos mal que te quiero mucho… el caso es que nos fumamos un porrito a medias, y eso era justo lo que necesitábamos para acabar de conocernos… que Sven no es que pierda el tiempo, no… es lo que tiene ser un chaval, que no piensan, sólo piensan en meter mano… no como tú, cariño, que eres tan sensato… por eso te quiero tanto… pero a lo que íbamos, que nos fumamos un porro y volvimos al bar, y … venga otra vez, estos chicos no tienen fondo, no hacen más que beber… el caso es que cerramos el bar Sven, sus tres amigos (que no sé ni cómo se llaman, cualquiera recuerda esos nombres) y Nereida, ya sabes, la camarera… entonces me di cuenta de que no estabas… ¿pero, cómo me haces eso? por un momento me preocupé, pero después pensé, vamos, supuse que te habrías cansado de hablar con el pesado aquel y te habrías ido… pero, otro día me avisas, ¿vale, cariño?”

No me lo podía creer, pero allí estaba yo, con los ojos cerrados, escuchando las golferías de mi novia, con la polla como un palo, mientras ella me pajeaba. “Ya puestos” - pensé – “vamos a acabar en caliente”, con lo que intenté incorporarme sobre Graciela para penetrarla.

-          “No, no… no seas malo o tendré que dejarte aquí solito… Hoy ya no puedo más, te lo juro. Tú relájate, que yo me encargo de tu cosita mientras te explico la fiesta. ¿Por dónde iba? Ah sí, que cerramos el bar los cuatro chicos, la Nere y yo y a éstos no se les ocurre otra cosa que… ¡ir a nadar! Pero no a la playa, no, que ni siquiera éstos se atreven en estas fechas… resulta que no sé porqué tenían las llaves de la piscina donde juegan ese campeonato, ¡y para allí que nos hemos ido! No veas la que hemos acabado de pillar con la botella que se había traído la Nere… que ésta es más borracha que guarra… y eso que guarra, lo es un rato… ¿Te puedes creer que en cuanto nos hemos colado en la piscina se ha despelotado con dos de los tíos?”

Llegados a ese punto, mi excitación aún no embotaba mi mente hasta el punto de no saber hacer una sencilla división: cuatro entre dos son… dos. Si la tal Nere estaba con dos, ¿qué se suponía que estaban haciendo los que faltaban?

-          “Pues no me ha quedado más remedio que seguirles la corriente, cari, ¿me entiendes? Todos allí en pelotas, bañándose en la piscina, no iba yo a quedarme allí sola, ¿no? Y no  veas como nadan, lo tíos… No me extraña que tengan esos cuerpazos… Pero qué frío, ¿tú sabes el frío que hacía?”

Hoy me parece chocante, pero en aquel momento mi imaginación corría más rápido que el relato que mi novia me iba contando, y mientras intentaba una vez más incorporarme para penetrarla, le pregunté:

-          “¿Y qué, hiciste para entrar en calor, eh guarra, qué hiciste?”

Sin compasión, Graciela se me sacó de encima y prosiguió:

-          “Ya te he dicho que hoy no. Pon tu cabeza así, entre mis tetas… así, chúpalas, mientras te explico… Pues, hijo, qué iba a hacer… allí la única fuente de calor eran los chicos, y Sven y el otro (porque a Nereida y a los otros sólo se les oía gemir en alguna parte, estaba bastante oscuro) me abrazaron entre los dos.. y no veas, la calentura que tienen… cómo se restregaban, como me manoseaban… y el armamento que tienen entre las piernas…”

Ya no pude más. La visión de mi novia restregándose entre dos sementales pudo más que cualquier atisbo de prejuicios que pudiera tener y me corrí, por segunda vez en pocas horas, con esa agridulce sensación de morbo y vergüenza que era nueva en mí y no sabía descifrar.

Graciela acompañó toda la eyaculación con suaves movimientos de su mano sobre mi pene, dejando que la leche se desparramara sobre su vientre. Cuando hube acabado y dejé de gemir, me dio un cariñoso beso en la frente, se giró para acomodarse entre mis brazos y dijo:

-          “Ahora a dormir, cariño, mañana hablamos”.

(Continuará)