Cariño, salgo a correr, parte 8
Aunque ya no podía salir a correr, las casualidades como las desgracias no vienen solas ...
Las casualidades nunca vienen solas, son como las desgracias, se encadenan una tras otra hasta que cesan, no se sabe muy bien porqué ni cuando. Un día decides ir al cine después de tantos días de inactividad provocada por mi lesión y cuando estás sentado en la butaca dispuesto a disfrutar de la película escogida para la ocasión, mirando a la gente que entra en la sala descubres a quien menos esperas. Mi vecina cogida de la mano de su hijo y acompañada por su marido aparece por la puerta mirando los asientos en los que se han de ubicar.
Por la concatenación de circunstancias, sus localidades estaban junto a la mía. El marido enseguida me reconoció y me saludó, me levanté para estrecharle la mano y hacerle las convenientes preguntas de protocolo vecinal. Al mismo tiempo, de reojo, no paraba de mirarla a ella, que ni tan siquiera me dirigió una mirada.
Iba realmente atractiva, bien arreglada, maquillada ligeramente, con un jersey de hilo en pico que dejaba al descubierto el canalillo de sus pechos, una falda plisada y estrecha que marcaba sus redonditas caderas y descubría sus piernas un poco más arriba de la rodilla.
Su máxima preocupación en estos instantes era procurar sentarse lo más alejada de mí. Notaba en su respiración la excitación del momento, cómo sus senos subías y bajaban rítmicamente. Hubiese dado algo por poder poner mi oído junto a su pecho, sentir el tacto tibio de su piel y el latido acelerado de su corazón.
Sentada en el más alejado de las butacas, me lanzó una pícara mirada como de triunfo. Pero poco le duró la sonrisa, su hijo comenzaba a pedir palomitas tirando del jersey de su madre. El padre haciendo caso omiso del niño seguía conversando conmigo y cuando fue a sentarse lo hizo en el sitio más alejado una vez que madre e hijo habían partido en busca de los caprichos del más pequeño.
Al volver ambos, el niño trotaba por los escalones, mientras su madre debía ir despacio para no derramar la bebida ni tirar las rebosantes palomitas que portaba en las manos.
El niño fue a sentarse junto a su padre, así que cuando ella llegó no tuvo más remedio que sentarse junto a mí.
Entonces quien esbozó una pícara sonrisa fui yo aunque ella ni me miraba. Padre e hijo la despojaron de bebida y palomitas al unísono, y ambos con una delicadeza propia de déspotas le lanzaron sus abrigos. Ahora fue ella quien les lanzó a ambos una mirada de desprecio, pero estaban tan distraídos en devorar las saladas palomitas que ni se percataron.
Se apagaron las luces, y dieron comienzo los anuncios. El reflejo de la luz en su rostro hacía entrever que estaba disgustada por el trato recibido por su marido e hijo, pero una sonrisa comenzó a dibujarse entre sus labios, la sonrisa de la venganza. Por primera vez dirigió la cabeza hacia mí y me guiñó un ojo.
Cuando aparecieron los créditos de la película, se removió un poco en su butaca colocando holgadamente los abrigos encima de su falda. Una idea surgió en mi cabeza, pero a la vez de morbosa era arriesgada. Deslizar mi mano bajo los abrigos para tocar sus muslos. Acariciarla por entre el plisado de la falda hasta dar con su piel, obligarla a abrir las piernas para rozar levemente esas bragas de puntillas que tanto le gustaba ponerse y que seguro eran las que llevaba.
Incluso, mi imaginación volaba para subir mi mano bajo el jersey y tocar los pechos tan lindos que se dejaban ver y que yo no paraba de mirar a hurtadillas. Sentía deseos de besarlos, de chupar esos pezones que ya habían estado entre mis labios pero que ahora parecían ajenos a la boca que tanto placer les había dado.
A pesar de estar en la última fila y no tener nadie a mi derecha me parecía demasiado arriesgado aunque realmente excitante. Ante tanto deseo reprimido comencé a notar movimiento en mi bragueta. Era normal, estaba junto a una mujer bella y muy deseable, con la que había hecho el amor varias veces, a la que había lamido los pechos y el coño, la había hecho llegar hasta el placer, oído sus orgasmos y ahora apenas si podía rozarla.
Pero no era solo mi miembro quien había producido el movimiento en mi entrepierna. Resulta que ella había deslizado una mano encubierta por los abrigos y me rozaba el muslo sin dirigir la mirada hacia mí.
Su mano habilidosa y conocedora de mi anatomía tentaba con los dedos el interior de mis muslos con delicadeza, suavemente, sin prisas. Yo coloqué disimuladamente mi abrigo para tapar su mano y que pudiera actuar con total libertad. Ella se dio cuenta enseguida y se dirigió con presteza hacia su amado tesoro.
Con la otra mano hizo ademán de llevársela hacia la boca y contonear sus labios. Miré hacia sus dos acompañantes y estaban los dos absortos en la película metiendo la mano a saco en las palomitas. Su madre y esposa también metía la mano pero en algo que para ella resultaba más suculento y apetitoso que las palomitas.
La situación tan morbosa con el marido e hijo al lado y ella manoseándome me provocó una rápida erección que ella notó rápidamente. Me hizo una indicación con la mirada, la cual obedecí inmediatamente. Desabotoné el pantalón y bajé la cremallera todo lo que pude.
Con la agilidad que da el deseo metió los dedos por dentro de mi slip y comenzó a masajearme la punta del miembro que ya andaba bien húmeda. Con la yema de un dedo estuvo haciéndome caricias en el glande. Mi capullo se ponía cada vez más tieso del calentón y como el resorte de un muelle saltó fuera del slip. Tapado por el abrigo, ahora fue ella la que lo asió con la mano. Al verse libre de la presión, las venas de mi verga comenzaron a hincharse.
Ella comenzó a acariciarlo hasta abajo muy despacio, para que no se notara en el exterior el movimiento y luego igual de despacio hacia arriba. Yo sentía la presión de su mano en todo mi miembro, las ansias de venganza le hacían apretármelo con fuerza, con rabia. Cuando llegó al final disminuyó la presión y sentí una oleada de placer que me subía desde los testículos.
Con el dedo índice recorrió la cabeza de mi cipote, recogiendo los hilillos de fluido que me habían salido por la punta. Sacó la mano por debajo de los abrigos y se la llevó hasta los labios. Mirándola, pude ver el brillo de su dedo acercarse al carmín de sus labios y cómo su lengua recogió el sabroso líquido que había recolectado con tanto cuidado.
Al mirarla con más detenimiento pude darme cuenta que su otra mano no se encontraba ociosa, sino que se había colocado bajo los abrigos y por el ligero vaivén adiviné que estaba metida entre sus piernas masajeando su conejito que debía andar húmedo.
Seguro que habría saltado por encima de las braguitas para colocarse en la rajita y frotarse el clítoris para darse placer.
La cara de enfado iba tornándose en cara de viciosa, a la vez que su meneo se acompasaba con el de sus caderas. Volvió a meter la mano bajo mi abrigo y me acarició desde los testículos hasta la punta. Mi verga seguía enhiesta y necesitada de desahogo.
Con la experiencia que dan los años me acariciaba alternando la suavidad con la brusquedad, apretando y soltándomela, rozando y acariciando.
Yo andaba extasiado con la paja que me estaba haciendo en pleno cine, tenía la polla que me reventaba, iba a tardar poquísimo en correrme, así que busqué un pañuelo de papel para recoger la leche y no manchar nada.
Cuando de repente, el niño solicitó de su madre que quería hacer pipí. La madre no se inmutó, ni hizo bruscos movimientos sino que continuó con las manos en su sitio y le espetó al marido: Ve tú que yo he ido antes a por las palomitas.
Tras un reproche y sin tan siquiera mirarla, ambos se fueron escaleras abajo hacia los servicios. Me quedé mirándolos hasta que desaparecieron. Entonces, sin pensárselo dos veces y ante mi asombro, ella se inclinó sobre mi y librándose del abrigo comenzó a chuparme la polla.
Su lengua me recorría todo el perímetro, su boca engullía con ganas todo el cipote que hasta hace poco había estado masturbando. Ahora ya no disimulaba, se portaba como una zorra, como una auténtica puta que me hubiese llevado al cine a que me mamara la polla. Hacía ruido al chupar y lamer y comenzaba a jadear con toda la verga dentro.
Sentía cómo su excesiva saliva me caía por las bolas, cómo chupaba la ramera. Jamás me lo había hecho con tantas ganas. Me iba a sacar la leche casi por presión de los lametazos y chupones que me daba. Ya no podía más, iba a reventarle la boca de zorrona con mi leche calentita.
Me tapé la boca con el pañuelo para acallar mi orgasmo, mientras toda mi leche salía disparada hacia la de ella, llenándosela, haciéndole brotar por la comisura un poco. Ella comenzó a gemir más fuertemente, no había dejado de masturbarse y mientras me follaba su boca, su mano le proporcionó el placer hasta el orgasmo que quedó silenciado entre mis piernas.
Se tragó el semen y relamiéndose me dijo, qué rica estaba tu palomita. Y me dio un beso con los labios aún húmedos. Nos recompusimos ambos a tiempo de que llegaran sus dos hombrecitos de los servicios discutiendo como niños.
Acabamos de ver la película, aunque yo ya no podía concentrarme, ellos se marcharon lanzándome un saludo al aire y ella un guiño. Me tuve que quedar a la siguiente sesión, a la que llaman sesión golfa, aunque para mí la verdadera sesión golfa había sido la anterior.