Cariño, salgo a correr, parte 5
Sigo con mis correrías
A la siguiente noche no apareció en el parque y me acerqué a la puerta sin atreverme a llamar a su timbre. La puerta se abrió y entré precipitadamente. Subí en el ascensor y encontré de nuevo la puerta de su casa entreabierta. Entré y cerré, y busqué por toda la casa que estaba a oscuras alguna luz que me guiara.
Había una pequeña penumbra en su habitación y allí estaba ella, recostada en la cama, apenas vestida con un camisón negro que dejaba al descubierto sus blancas y suaves piernas y que por arriba mostraba la canal que sus pechos dibujaban en su escote. Me señaló la cama y me recosté. Me fue desnudando despacio mientras lamía cada parte de mi cuerpo que dejaba al descubierto.
Primero el pecho, parando a succionarme la aureola de los pezones, y bajando por el estómago hasta el ombligo. Allí comenzó a bajar los pantalones aún mas despacio dejando un rastro de saliva desde el ombligo hasta la base del vello púbico. Siguió bajando los pantalones haciendo un pequeño rodeo con su lengua alrededor de mi miembro sin tocarlo ni rozarlo. Éste se puso tieso y ella se dirigió a él como si fuera una persona y le dijo que tendría que esperar.
Bajó con su húmeda lengua hasta los testículos haciendo pequeños círculos, mi deseo era que subiera hasta la punta y se la metiera en la boca, pero en vez de eso se introdujo uno de los testículos y lo lubricó con la saliva, lo soltó bruscamente apretando los labios y sopló. Del gusto que me dio le agarré del moño en el que llevaba recogido su pelo, para subirle la boca hacia mi glande.
Ella se zafó y siguió bajando con la lengua por el interior de mis muslos que previamente había separado. Yo había cerrado los ojos para sentir más su caliente lengua por cada centímetro de mi cuerpo, hasta que me dejó completamente desnudo y dejé de sentir la lengua de entre los tobillos. Abrí los ojos para ver qué hacía y la encontré tumbada boca arriba al lado mío.
- Muy bien, tigre, has aguantado, ahora me toca a mí.
Lo primero que hice fue soltarle el pelo y extenderlo por encima de su cabeza en forma de abanico. Luego le besé los ojos que mantuvo cerrados, con los labios humedecidos fui descendiendo hasta el lóbulo de su oreja, pegándole un pequeño mordisco a la altura del cuello, ella se retorció. Fui recorriendo su suave cuello haciendo pequeños chupones hasta su hombro. Retiré lentamente los tirantes del camisón sin apenas rozarla. Deslicé el camisón de abajo hacia arriba sacándoselo por la cabeza.
No llevaba sujetador, pero sí una pequeña braga que tapaba con esfuerzo un abultado pubis. Era la primera vez que la veía desnuda, aquellos pechos que desde el primer día que la había visto me habían deslumbrado resultaban ahora maravillosamente perfectos en su desnudez. Sin ninguna sujeción se habían desplazado ambos lateralmente y aún así abultaban en su pecho coronados por los dos pezones. Comenzando en el hueco central de ambos senos describí con la lengua una espiral alrededor del seno derecho culminando en la sonrosada aureola sin tocar el pezón, que apuntaba hacia el techo pidiendo ser acariciado por mi hábil apéndice.
Repetí la misma acción con el seno izquierdo, procurando ir más despacio aún, accediendo esta vez a la petición del pezón atrapándolo con los labios y dejando caer la lengua en la puntita. Un gemido de aceptación fue seguido de uno de petición y como respuesta chupé todo el pezón absorbiendo la aureola y todo el pecho que mi boca era capaz de abarcar. Mi lengua no paraba de acariciar el juguetito que había adquirido. La observé de reojo y la ví complacida y entregada.
Con las yemas de los dedos empecé a recorrer la espiral que mi lengua había descrito con tanta delicadeza. Cada leve roce conectaba la infinidad de terminaciones nerviosas de ambos con toda la espina dorsal.
Ni siquiera se necesitaba el contacto directo, pasando los dedos a una ínfima distancia de su piel le producía una sensación aún más placentera que la del tacto directo. Y ella me lo hacía saber arqueando la espalda y elevando el culito.
Dejé abandonados sus senos a la soledad de su excitación y me adentré en el más bello lugar que puede un hombre visitar, el vientre liso de una joven. Me sentí como Tántalo, indeciso de coger los exuberantes frutos de arriba o acercarme a recolectar los almibarados fluidos de abajo. Otra vez despacio, marqué con la punta de la lengua el camino que separa el cielo del paraíso, el goce del éxtasis, los pechos de ese pulso incesante que es el sexo femenino.
Dibujé un círculo en su ombligo para continuar bajando hasta el nacimiento natural de su vello púbico. Con ambas manos, le obligué a que bajara las caderas hasta posarlas en la cama, ya que cada vez las elevaba más y me dificultaba mi tarea. Cogiendo sus tobillos le abrí las piernas y me coloqué entre ambas, bajando la cabeza hasta rozar con los labios el pelo de su lugar más sagrado, soplé y me encontré con su clítoris asomando por encima de la coloradita vulva. Esta vez fui yo quien le dijo que tendría que esperar.
Pasé ligeramente la lengua por encima de sus labios mayores y recogí ese meloso néctar que fluye del interior para facilitar el mayor goce que uno puede imaginar.
Me olvidé de su magnífica herramienta de placer y bajando por la cara interior de los muslos, lamí toda la pierna hasta desembocar en sus diminutos pies. Introduje en mi boca uno a uno, cada uno de sus pequeños deditos, chupándolos como si fueran tremendos clítoris empalmados. Sus caderas comenzaron a describir círculos sobre la cama cuando empezó a gemir diciendo muy bajito: “Fóllame, fóllame, fóllame”.
Pero yo quería posponerlo al máximo, así que desanduve el camino anteriormente seguido esta vez con el tacto de mis labios, deteniéndome en su palpitante cofre.
Volví a soplar y con mis labios mordisqueé uno de los labios vulvares. Por debajo saqué la lengua tocando el interior de su húmeda rajita. Toqué levemente el clítoris con la lengua y provoqué que subiera otra vez las caderas, clamando por un contacto mayor. Ahora sí, me puse de rodillas y comencé a tocar su clítoris con mi glande, bajando y subiendo mi miembro con la mano para excitar aún más si cabe ese pequeño botoncito rojo. Mi sexo bullía, si la penetraba ahora iba a explotar demasiado pronto, así que decidí poner la punta del pene en la entrada de su vagina y dejarlo ahí quieto un ratito mientras me deslizaba por encima de su cuerpo, rozándolo suavemente con el mío.
En esa posición me dediqué a susurrarle al oído palabras soeces y subidas de tono, que era mi putita, que me la follaría cuando a mí me diese la gana y que debía rogarme que le metiera el cipote por su baboso chocho. Ella me contestó en un tono similar que era un cabronazo, que estaba deseando que le metiera la polla porque ella se iba a correr ya.
La besé en la boca moviendo mi lengua por todo el interior de la suya frenéticamente. Con la mano derecha le agarré un cachete del culo y comencé a penetrarla lentamente. Ella apretaba los músculos vaginales con lo cual la penetración iba aún más despacio. Con un dedo de la mano que tenía en su culo busqué su vagina y lo humedecí con el goteante líquido que refluía, lo dirigí a su orificio anal y lo perforé, a pesar de la resistencia que ofrecía, gracias a la lubricación. Al principio no pareció gustarle la idea, pero como estaba casi a punto de correrse. Cuando ambos vientres entraron en contacto al llegar la penetración de mi pene a su final, se dedicó a restregarse el clítoris con el pelo de la base de mi miembro, olvidándose del dedito explorador.
Retiré mi pene un poco hacia atrás e inmediatamente arremetí con él todo lo adentro posible y comencé unos movimientos pausados pero rítmicos de adelante hacia atrás sin sacarlo ni un milímetro del placentero invernadero en el que estaba metido. El contacto de ambos miembros era total, hasta mis testículos tocaban la separación entre sus dos agujeros. Sus jadeos que habían comenzado siendo inaudibles comenzaron a subir el volumen, estiró el brazo para alcanzar la almohada y colocársela encima de la cabeza para amortiguar los gemidos que se habían convertido ya en gritos.
Ella, que continuaba con sus controlados movimientos pélvicos, puso entonces todos sus músculos en tensión estirando piernas y brazos y arqueando la espalda, así como apretando los músculos anales y vaginales tanto que mi dedo y pene se quedaron atrapados a pesar del brusco movimiento. Un largo aullido, ahogado gracias a la almohada, salió de su garganta.
Seguidamente al quedar exhausta y totalmente relajada en la cama, noté cómo mi miembro, que había soportado toda esa presión, al verse libre explotó con un racimo de esperma lanzado en su cálido interior, continuando con varios espasmos que me venían de todas las zonas de mi cuerpo, desde la espalda hasta los tobillos.Allí nos quedamos los dos dormidos.
Cuando desperté, miré asustado la hora, faltaba poco para amanecer, recogí mi ropa y me vestí. Ahora sí que salí corriendo para que mi mujer no notara mi ausencia. ¿Estaría despierta al llegar yo?