Cariño, salgo a correr, parte 3
Casado y discreto, en tu trabajo te la meto.
Al día siguiente no pudiendo esperar a la noche, me dirigí al supermercado donde trabajaba de reponedora. Allí me acerqué a ella sigilosamente por la espalda y le susurré al oído:
- ¿Follas o trabajas?
- ¿Qué haces aquí? Estás loco.
- Sí, pero por follarte – le susurré otra vez mientras restregaba mi bragueta por su culo.
- Vete, van a vernos.
- No puedo esperar a esta noche, te necesito ahora.
- Pues tendrás que esperar, porque aquí no vamos a hacerlo.
- No te excita siquiera la posibilidad. Imagina que te tumbo aquí en medio del pasillo y te follo mientras todos nos ven. Imagina que te apalanco contra la estantería y caemos rodando con todos los panes de molde bajo nosotros. Imagina que te introduzco una mano bajo la falda y tintineo con mi dedo tu clítoris.
Mientras lo decía me entraban ganas de hacerlo pero me contuve en todo excepto en meter la mano bajo su falda, pero en vez de buscar su vulva agarré las bragas y se las bajé hasta los tobillos. Hábilmente saltó encima de ellas para dejármelas en mi mano. Las olfateé y comprobé que había un pequeño hilo de fluido. Eso me excitó más y pensé que no me podría controlar y le dije que si no follábamos, iría por todo el supermercado enarbolando las bragas y diciendo que eran suyas.
Me dijo que la esperara en el probador de textil y hacia allá me fui. Cogí una prenda para disimular y esperé su llegada. Vino casi de inmediato y se metió en el probador que estaba más lejos del alcance de la vista, yo fui detrás y tras comprobar que nadie me veía, entré. Ya estaba ella con la falda por la cintura cuando me dijo:
- Cabrón ¡cómo me has puesto! Voy a cien.
- ¿Seguro que aquí no hay cámaras?
- Seguro, está prohibido.
Le puse la mano en la entrepierna y le introduje un dedo en la vagina.
- No, el dedo no, necesito tu polla.
Me sorprendió su vocabulario que hasta ahora había sido bastante comedido, me indicó que me echase en el suelo y eso hice tras bajarme los pantalones. Se echó encima de mí, poniendo la punta de mi glande en la entrada de su coñito. Un leve empujoncito y entró entera. Permaneció así, quieta un ratito hasta que agarrándome de los pechos y con los ojos cerrados comenzó un suave vaivén adelante, atrás y circular. La penetración era máxima y su clítoris rozaba con mi velludo pubis a cada movimiento.
Inició una serie de jadeos in crescendo que culminaron con un ahogado grito de placer. Entonces sentí algo que no había notado nunca, un reguero de calidez húmeda deslizándose por mi miembro hasta su base, era la evidencia líquida de su orgasmo. Reposó sobre mí y me susurró al oído que nunca había tenido un orgasmo igual. Yo, que hasta entonces me había limitado a tocarle los pechos por encima de la blusa, la agarré del culo y la levanté y la bajé rítmicamente sin dejar salir el glande de su conejito.
Debido a su extrema dilatación y humedad vaginal tuve que estar un buen rato metiendo y sacando mecha, hasta que ella se dio cuenta y apretó los músculos vaginales envolviendo mi pene más estrechamente, haciendo la maniobra conocida como embudo. La bajé una vez más y la subí y al volver a bajarla me vino tal orgasmo que tuve que arquear la espalda hacia delante. Cuando ella relajó la presión sobre mi pene eyaculé en su interior con dos fuertes sacudidas que impregnaron su cavidad con mi gelatinoso semen.
Casi a cámara lenta se izó sobre mí cayendo desde su entrepierna un poco de fluido sobre mi ombligo.
Se bajó la falda y recompuso sus vestiduras, cogió las bragas que habían quedado sueltas en el suelo y se las puso diciendo:
- Voy a necesitarlas, que voy a estar chorreando de aquí a que salga de trabajar.
Me incorporé, y vestí. Ella asomó la cabeza por fuera del vestidor y a su señal salimos ambos a la vez, dirigiéndose cada uno hacia un lado. Antes se despidió con un:
- Te espero esta noche.