Cariño, salgo a correr, parte 2
Bajar la basura, deporte sano, sobretodo si a la vecina metes mano.
Al día siguiente cuando salí a las diez, pensé en no pasar por el parque porque sabía que las cosas ya no serían como antes. Sin embargo, sólo de pensar en el magreo que le había dado me excité y deseaba verla para ver al menos su reacción, si es que se presentaba.
Al llegar al jardín no estaba, pero inmediatamente bajó con la bolsa de basura en la mano como habitualmente hacía. Parecía que no había cambiado nada. Sin embargo cuando se acercó a mí no me miró ni me dijo su clásico buenas noches, sino que me ensartó con un “anoche me pajeé pensando en ti”.
A su vez, yo le comenté que había hecho lo mismo y ella añadió “sí, pero yo durante toda la noche, no he pegado ojo”.
Fue entonces cuando me comentó lo de que su marido trabajaba en transporte internacional y que se pasaba mucho tiempo fuera y que cuando volvía quería follársela sin preámbulos lo que hacía que siempre por falta de excitación le hiciera más daño que placer.
Ello provocó que su líbido bajara a tope y que no quisiera nunca hacerlo, lo cual condujo a su marido a eventuales aventuras o visitas a prostíbulos que le dejaron un regalito en forma de bichitos.
Ella al enterarse se negó desde entonces a mantener relaciones sexuales con él, lo que produjo a su vez un mayor distanciamiento ya que el marido escogía viajes más largos, no pasando por casa durante al menos un mes.
Me dijo que me había utilizado para vengarse por su infidelidad y me pedía perdón. Le respondí que no tenía ella toda la culpa, que yo también había puesto algo de mi parte.
Ella que había estado fumando durante la conversación, terminó el cigarro y lo tiró al suelo. Se produjo un incómodo silencio. Lo rompió ella diciendo:
- Bueno tengo que saberlo.
- ¿El qué?
- Si te apetecería hacerlo conmigo.
- Por supuesto, no he pensado en otra cosa todo el día.
Se dirigió hacia su piso y me hizo un ademán de que la siguiera. Me iba fijando en su culito pequeño pero redondito y pensando cómo una chica tan delgada tenía unos melones tan grandes, cuando nos metimos juntos en el ascensor.
Ella que vivía en el segundo pero le dio al botón para subir al sexto. Casi antes de cerrarse la puerta del ascensor ella se había quitado las zapatillas y el pantalón del chándal, me había bajado los míos y se había subido a horcajadas encima de mí.
Yo que andaba empalmado de antes de entrar en el ascensor busqué con la mano su vagina y comprobé que ella también estaba excitada al palpar un hilillo de jugo entre sus piernas. Sin pensarlo se la introduje y empecé a bombear apretujándola contra la pared del ascensor.
Con una mano en cada cachete de su culo intentaba metérsela todo lo adentro posible mientras ella separaba tanto las piernas, que casi tocaba ambas paredes del ascensor. Todo esto ocurría cuando llegó el ascensor al sexto piso y con el movimiento de parada casi me corro, pero aguanté pensando en ella.
Cogió su boca y la puso en mi cuello pegándome tal bocado que casi me hace gritar, debió pulsar el botón otra vez porque el ascensor se puso en marcha esta vez hacia abajo. Yo seguía metiéndosela en su cuevita que cada vez estaba más húmeda. Al volver a pararse el ascensor ya no pude aguantar más y me corrí dándole un último golpe contra la pared, seco y violento.
- Lo siento - le dije- llegué tan excitado que no aguanto nada.
- No importa – me sonrió ella – yo me corrí cuando te mordí para no gritar.
Raudamente se vistió y salió del ascensor al abrirse la puerta y se metió en su casa sin despedirse, dejándome allí con el pantalón bajado y la polla aún tiesa.
No sé cuanto tardé en reaccionar, pero de repente se cerró la puerta del ascensor y descendió al piso bajo. Apenas me dio tiempo de subirme la ropa cuando se abrió la puerta y una jovencita entró en el ascensor echándome una pícara sonrisita. Salí afuera sin dejar de pensar en lo que habíamos hecho. Me sentía culpable.
Marché a casa y otra vez tuve que masturbarme porque la erección no bajaba. Me acosté relajado y me quedé dormido.