Cariño, salgo a correr , parte 1
No es lo mismo salir a correr que correrse y luego salir.
Llega un momento en la vida de un hombre, en el que las locuras que siempre había soñado de joven se materializan con una naturalidad pasmosa. A mí me ocurrió cuando habiendo cogido el hábito de bajar todas las noches la basura, lo compaginé con andar o correr un poquito. Al volver de andar pasaba por un pequeño parque donde casualmente siempre me encontraba a una vecina.
Era una chica joven, con mucho pecho, delgada, sabía que estaba casada y que tenía un niño pequeño porque la había visto paseando en su compañía y me había llamado la atención. Era de ese tipo de mujeres que hacían volver la cabeza a los hombres.
Siempre que volvía estaba en el parque ya que se echaba un pitillo antes de subir a casa.
La costumbre hizo que primero nos saludáramos y posteriormente iniciáramos pequeñas conversaciones que poco a poco fueron trabando una mínima confianza entre ambos. Hubo un momento en el que los encuentros no eran casuales sino buscados.
Nos esperábamos el uno al otro para charlar un ratito. Nos devorábamos el uno al otro con los ojos, o al menos yo lo hacía. Ella solía bajar con un pantalón de chándal y una camiseta, las más de las veces blanca, que marcaba sus pezones.
Aunque las conversaciones eran triviales, la tensión sexual se palpaba en ellas. Pero siendo los dos casados, quizás no nos decidíamos a dar el paso ninguno de los dos. Las miradas de soslayo a sus pezones me provocaban erecciones que estoy seguro que ella también notaba y que yo resolvía una vez llegaba a casa.
Al levantarse mi mujer tan temprano, cuando yo llegaba ya estaba durmiendo, así que en el cuarto de baño daba rienda suelta a mis fantasías con la vecina.
Llegó el día en el que hablando me dijo que tenía un pequeño problema con el ordenador, y yo le respondí que cuando quisiera se lo arreglaba. Ella con picardía o quizás sin saber muy bien donde nos metíamos, me dijo que por qué no subía ahora.
Antes de que ninguno de los dos nos diéramos cuenta subíamos en el ascensor camino de su casa. En el trayecto ni nos mirábamos ni nos hablábamos. La tensión sexual que siempre se establecía entre nosotros, parecía haber desaparecido.
Cual fue mi sorpresa cuando entré en su casa, que el ordenador estaba situado en la habitación de matrimonio. Ella rápidamente encendió el ordenador y me explicó sus problemas informáticos. Yo un poco nervioso por encontrarme con una mujer en su habitación no atendía a las explicaciones. Y más la observaba que la oía.
Ella, debido a lo estrecho de la habitación, se había sentado encima de la cama justo en la esquina, dejando las piernas ligeramente entreabiertas.
Entonces al señalarme algo en la pantalla del ordenador rozó ligeramente su pecho izquierdo con mi hombro, ambos nos pusimos en tensión y volvió como un rayo a sentarse en la cama. Al volverme hacia atrás para preguntarle algo que ni recuerdo, encontré su cara a escasos dos centímetros de la mía. Ella miró mis labios y yo los suyos, el deseo hizo el resto. Me enganchó del pecho y me atrajo hacia la cama encima de ella mientras me besaba.
Empezó a despojarme de la chaqueta del chándal mientras hábilmente introducía su lengua en mi boca. Yo le quité su camiseta, brotando de su pecho las enormes tetas que apretadas por lo estrecha de la prenda señalaban sus pezones excitados. Me levanté para desprenderme de las zapatillas deportivas y el pantalón del chándal mientras ella hacia lo propio.
Yo debajo llevaba un pantalón de deporte pero ella solamente vestía una braguita negra.
Me eché encima de ella de nuevo y empecé a magrearle los pechos.
Parecíamos dos gatos en celo, besándonos, tocándonos como si antes no hubiésemos conocido cuerpo alguno. Bajé la mano derecha hacia su braguita pasándola por debajo para rozar su pubis.
Lo tenía peludito pero aún así no me costó encontrar su clítoris que se yerguía enhiesto entre la pelambrera. Mientras, ella había cogido mi miembro con ambas manos y no paraba de menearlo enérgicamente. Yo que no podía más y temía eyacular ante tanta excitación pensé en introducírselo ya en su vagina que andaba bien húmeda.
Aparté con el pulgar la braguita sin quitársela y dirigí mi pene hacia su vulva.
De repente de la otra habitación sonó la voz de un niño pidiendo agua.
Ella se incorporó inmediatamente y entró en la habitación contigua. Cuando volvió me dijo que era su hijo pequeño. Sin mirarme me dijo que me tenía que marchar, que lo que íbamos a hacer era una locura estando los dos casados. Yo no le dije nada, simplemente me vestí y me marché con mi erección a la calle.
Volví a mi casa pensando en el polvo que me había perdido. Cuando entré seguía excitado así que tuve que ir al cuarto de baño y meneármela pensando en que me la follaba y me corrí enseguida.
continuará ...