Cariño, no es lo que parece

Nunca me había planteado serle infiel a mi marido, nunca hasta hace unas semanas...

Cariño, no es lo que parece.

Hola amigos, quiero dedicar el siguiente relato a todas aquellas mujeres y hombres, que después de haber pillado a su pareja poniéndole los cuernos con otro tienen que soportar que encima les digan que no es lo que parece.

Mi nombre es Sara, tengo 27 años y estoy casada con Carlos desde los 24. Carlos había sido el único hombre de mi vida, pues lo conocí en el instituto con 16 años y un mes después ya salíamos como pareja. Creo que lo nuestro puede considerarse como un flechazo pues desde que lo conocí supe que quería estar con él siempre. Carlos era, bueno, es un hombre atractivo, atento, cariñoso y simpático y yo quedé prendada de inmediato por sus intensos ojos verdes. Así, mientras mis amigas "salían de caza", como solían bromear, y cambiaban de chico como la que cambia de bragas, yo andaba con Carlos siempre y ni siquiera me planteaba la posibilidad de estar con otro chico que no fuera él. A los 17 los dos perdimos la virginidad, pues Carlos tampoco había estado antes con una chica. Recuerdo aquel momento con cariño por lo que significaba ese momento para mí pero realmente a nivel sexual fue una experiencia bastante lamentable pues los nervios de la primera vez, las prisas para que no nos descubrieran y la sobreexcitación de ambos hizo que fuera decepcionante. Afortunadamente con la práctica la cosa fue mucho mejor y Carlos acabó convirtiéndose en un amante excepcional. A los 22 me pidió que me casara con él y año y medio después pasábamos por la iglesia ante el asombro de la mayoría de nuestros conocidos que pensaban que siendo ésta nuestra primera relación no llegaría a buen puerto.

El caso es que estos años de mi vida con Carlos han sido muy felices y satisfactorios y por mi mente nunca pasó la idea de serle infiel, nunca hasta hace poco más de 3 semanas.

Yo trabajo como secretaria en unas oficinas, a unos 20 minutos de casa. Carlos y yo habíamos discutido en los últimos días a causa de mi falta de apetito sexual, causado en parte por el estrés que tenía en el trabajo. Él decía que mi trabajo estaba afectando a nuestra relación. Yo intentaba hacerle ver que era algo pasajero, que tuviera un poco de paciencia pero después de 2 semanas a palo seco Carlos ya no atendía a razones y yo estaba por pensar que quizás tenía razón. Así que un viernes por la tarde le pedí a mi jefe poder salir un par de horas antes del trabajo y aunque parezca mentira me las concedió. Yo estaba muy contenta pues durante la mañana ya había estado cavilando en qué iba a invertir esas dos horas extras y sabía que a Carlos le iba a encantar.

Llegué a casa como una hora y media antes de lo previsto. Mario, el portero de nuestra comunidad se sorprendió al verme allí tan temprano.

Buenas tardes Sara, ¿se ha escapado del trabajo? –bromeó y me dedicó una sonrisa.

Sí, la verdad, que llevo unas semanitas… dije yo mientras me dirigía hacia el ascensor.

Mario era un hombre de unos 40 años, alto, fuerte, moreno, atractivo… Se notaba que cuidaba bien su cuerpo. Tenía la piel fina y delicada y Carlos siempre decía de él que estaba seguro de que Mario era maricón. En esto, Carlos era, es aún demasiado tradicional, y para él un hombre preocupado por su aspecto era un afeminado. Lamentablemente, en ocasiones Carlos era bastante grosero y cuando yo le decía algo de Mario, él siempre empleaba las mismas palabras.

Me juego lo que quieras a que ese es maricón.

Yo entonces solía cambiar de conversación para no escucharle hablar de esa forma pero para mi adentro pensaba que Mario tenía un polvazo.

Cuando las puertas del ascensor se cerraron y comenzó a elevarse lentamente se me ocurrió algo que sin duda le iba a encantar a mi marido. Me quité las braguitas y las guardé en el bolso. Quería ver la cara que se le iba a poner a Carlos cuando con sus manos buscara bajo mi falda y no encontrase nada más que mi sexo excitado y deseoso. En ocasiones me había propuesto el ir a dar una vuelta sin ropa interior, pasear por las calles sabiendo que yo, su mujer, no llevaba nada bajo la falda y que un simple golpe de viento podía dejarme en evidencia ante los demás. Yo sólo había accedido a hacerlo una vez. Mientras caminaba al lado de Carlos me sentía extraña, como si la gente que pasaba a nuestro lado pudiera ver que bajo la falda no llevaba nada. Mi marido, en cambio, se encontraba muy excitado, con una de sus manos en mi trasero durante todo el paseo y cuando regresamos a casa echamos uno de nuestros mejores polvos.

Salí del ascensor y abrí la puerta de casa y al entrar dentro escuché ruidos y voces. Me asusté pensando que podía haber algún ladrón dentro así que cerré la puerta sin hacer ruido y me quité los zapatos. Descalza avancé por el pasillo y escuché de nuevo más ruidos y también la voz clara de mi marido.

Abre las piernas, zorra.

Me quedé helada al escuchar a Carlos decir esa frase. Su voz provenía de nuestro dormitorio así que giré el pasillo y avancé unos metros hasta estar casi al lado de mi habitación. La puerta estaba entreabierta y al mirar al interior de la habitación casi me desmayo. Sobre la cama, y a cuatro patas, se encontraba una mujer de unos 30 años completamente desnuda, y mi marido, tras ella la penetraba desde atrás con violencia en un mete saca estremecedor que arrancaba de la chica múltiples gemidos de placer.

Mi marido le acariciaba un pecho con una mano y el clítoris con la otra mientras le susurraba cualquier guarrada al oído. La chica lo estaba disfrutando, se le veía en la cara, en sus ojos cerrados y su boca abierta. Probablemente estaba saboreando un orgasmo delicioso. Entonces mi marido aumentó el ritmo de sus embestidas. Estaba claro que iba a correrse de un momento a otro.

Yo me había quedado paralizada observando a los dos amantes follar con aquel deseo. En parte ver a mi marido con otra mujer derrumbaba todo mi mundo perfecto en el que vivía, y a la vez verle allí follar de esa manera con otra me provocaba un morbo que nunca había sentido. Finalmente, mi lado ofendido se apoderó de mi lado morboso y entré en la habitación justo antes de que mi marido se corriera. Como mínimo me había propuesto joderle el polvo.

¿lo estás disfrutando, Carlos?

Al oír mi voz creo que a mi marido estuvo a punto de darle un infarto. Salió del interior de la mujer girándose hacia mí a la vez que intentaba esconder su tremenda erección. Ella, completamente sobresaltada, se quedó en un rinconcito de la cama tapándose el cuerpo desnudo con una sábana, con mi sábana.

Cariño, no es lo que parece. –dijo mi marido en un esfuerzo patético por controlar la situación.

¿no es lo que parece? Una tía desnuda, tu polla a punto de explotar y mi cama desecha y no es lo que parece. ¿y qué es lo que debiera parecerme? ¿que estabais jugando al parchís?. Esto era lo que yo pensaba al oír su frase y lo que debía haberle dicho a Carlos justo antes de liarme a tortas con él, y sin embargo no hice nada de eso. Me callé, me di la vuelta y salí de la habitación con el mismo sigilo con que había entrado.

Me asombré de mi propia frialdad pero en esos mismos instantes de indignación y rabia, mi cerebro había comenzado a planificar lo que iba a ser una deliciosa venganza.

Los siguientes días transcurrieron con lentitud. El trabajo me resultaba aún más penoso de lo habitual y encima, cuando llegaba a casa tampoco encontraba la comodidad y el relax de antes. Evitaba coincidir en casa con Carlos. Me mudé a la habitación de invitados y le ignoraba cuando me hablaba. Por mi parte yo ya había puesto en marcha un plan para llevar a cabo mi venganza. No tuve duda de quién sería el afortunado galán que se iba a beneficiar de esa situación, sería Mario.

Durante un par de semanas intenté acercarme más a él, alargando las conversaciones en la portería o fingiendo algún tipo de avería en casa. Eso me permitía observarle, ver si yo le atraía como mujer, si podía llegar a excitarle. Comencé a ponerme ropa muy ajustada para marcar bien mis pechos y mi culito, me ponía faldas muy cortas y me agachaba exageradamente delante de él fingiendo que se me había caído un papel. Un día bastante caluroso bajé al portal sólo con una camiseta y una minifalda muy muy corta. No llevaba nada de ropa interior y noté como Mario no dejaba de mirarme a los pechos mientras intentaba mantener una conversación medianamente coherente. Estaba tras el mostrador de la portería y no podía verle el paquete pero algo me decía que a esas alturas su polla debía tener ya un tamaño considerable. Decidí dar una vuelta de tuerca más y dándome la vuelta abrí mi buzón del correo dándole la espalda. Tenía una carta del banco y unos papeles de propaganda. Dejé caer la carta simulando que se me había caído y me agaché para cogerla. Al hacerlo Mario tuvo un primer plano de mi culito.

Cogí la carta del suelo y me volví a girar para mirar a Mario a los ojos. No sé que me pasa hoy, tengo mucho calor, voy a ver si me doy una ducha y me refresco un poco. –dije yo.

La mirada de Mario era cristalina y transparente. Me deseaba, deseaba poseerme y yo le iba a dar facilidades.

Subí a casa y me quité la poca ropa que llevaba puesta y me puse un albornoz. Después de unos 20 minutos decidí dar el gran paso adelante. Cogí el interfono y marqué el número de la portería. Mario contestó al segundo tono.

Sí, dígame

Hola Mario, ¿puedes subir un momento? Tengo un problema con el calentador. Creo que no calienta bien.

Está bien, ahora subo a echarle un vistazo.

Muy bien, gracias.

Mario picó al timbre de mi piso casi de inmediato. Le invité a entrar aunque antes aproveché para abrir un poco más el escote de mi albornoz con lo que buena parte de mis tetas iban a quedar a la vista.

Gracias por venir tan rápido, es que creo que se ha estropeado el calentador del agua.

Sí, claro, déjame que le eche un vistazo. –dijo Mario aunque estaba claro que a lo que quería darle un vistazo era a mis pechos.

Le acompañé hasta el calentador y me situé justo detrás de él, observándole. Mario accionaba la palanca del calentador del agua caliente. Luego abrió el grifo de la cocina y evidentemente el agua salía caliente.

¿de verdad no te funcionaba el calentador? Ahora parece que va bien.

Verás… -dije yo a la vez que me desabrochaba el albornoz.

El calentador calienta bien pero tú me calientas aún más.

Mario, sin duda, no esperaba ese comportamiento por mi parte. Una mujer joven, bonita y desnuda se le ofrecía abiertamente para que la disfrutara. ¿Por qué?.

¿y tú marido? –preguntó él.

Tardará en venir

Eso era mentira, en realidad mi marido llegaría a casa dentro de una media hora pero de momento no quería asustarlo demasiado. Le necesitaba para llevar a cabo mi venganza y tenía que calcularlo todo para que mi marido nos pillara follando como locos, pues de poco me serviría tirarme al portero si mi marido no me encontraba en plena acción.

Después de pensarlo unos segundos Mario se decidió y sus manos se apoderaron de mis tetas mientras me metía la lengua en la boca en un beso largo y desesperado. Pronto su lengua relevó a sus manos en sus caricias a mis pechos y éstas se deslizaron por mi vientre hasta encontrar mi sexo húmedo. El albornoz cayó definitivamente en el suelo de la cocina y su cuerpo, apretado contra el mío, me intentaba tumbar sobre la mesa.

Tienes unas tetitas deliciosas –decía mientras yo le apretaba la cabeza contra mis pechos.

Notaba la dureza de su miembro erecto bajo los pantalones y decidí que ya era hora de darme un gusto. Le bajé los pantalones y los calzoncillos de un tirón y su polla apreció ante mí arrogante y dura como una estaca. Mario había conseguido sentarme sobre la mesa de la cocina y me separaba las piernas con las manos para luego recorrer mis muslos y acariciarme el sexo mientras me introducía un par de dedos en la vagina. Yo estaba chorreando de excitación. Sobre todo cuando le agarré la polla con las dos manos y comencé a pajearle. Nunca antes había tocado una polla que no fuese la de mi marido y eso me estaba poniendo a mil. Le agarré las pelotas y le dije que se las iba a dejar secas. Por única respuesta recibí un tercer dedo dentro de mi vagina.

¡Qué zorra que eres! ¿es que tu marido no te folla bien? ¿la tiene pequeña? Sí, debe ser eso, pareciera que no has visto nunca una buena polla. Pero hoy te vas a quedar satisfecha, de eso me encargo yo.

Me recosté hacia atrás en la mesa y me dejé hacer. Sus dedos entraban en mi sexo con facilidad relativa. Entonces se agachó para acercar su cabeza a mi coño y con la lengua comenzó a lamer la zona más cercana a mi clítoris provocándome un placer cada vez más grande. Yo, que había soltado su polla por miedo a que se corriese y que mi plan se fuera al traste, le agarré la cabeza y la apreté contra mi sexo con fuerza. Quería sentir su lengua, quería que me comiese entera. Su lengua rozó mi clítoris un par de veces y me arrancó un violento orgasmo que hizo que mi coño apretara aún con más fuerza a los dedos intrusos.

Vaya forma de correrte –dijo Mario que se separaba de mi sexo y se limpiaba mis jugos de su cara.

Ahora quiero que me folles, que me partas el coño con tu polla. –le dije yo muy excitada.

Entonces Mario se abalanzó sobre mí y de un par de golpes me la clavó entera.

Despacio, sin prisas, quiero que lo disfrutes tanto como yo. –le dije porque tenía miedo de que se corriera antes de tiempo. Según mis cálculos, faltaban aún unos minutos para que llegara mi marido. Afortunadamente Mario parecía ser un amante experto y me penetraba una y otra vez sin dar muestras de fatiga o cansancio. Tuve uno, dos, y hasta tres orgasmos más provocados por su saber hacer y por sus dedos, que seguían estimulando mi clítoris a la vez que me perforaba con su miembro. Entonces escuché que se abría la puerta. Era mi marido. Mario también lo escuchó y se puso nervioso. Sacó su polla de mi coño e intentó subirse los pantalones. Yo lo evité, y le dije que se tranquilizara. Sentada sobre la mesa de cocina comencé a mamarle la polla como nunca lo había hecho. No sé si fue mi técnica para mamar pollas o el morbo que le causaba a Mario la posibilidad de ser pillados en cualquier momento por mi marido, el caso es que noté que se excitaba muchísimo y que iba a eyacular en cualquier momento. Entonces fue cuando escuché la voz de Carlos tras de mí.

Zorra, ¿qué crees que estás haciendo con ese maricón?

Yo advertí que Mario estaba a punto de correrse, así que con varias succiones del glande acompañadas por caricias de mis manos en sus huevos le hice eyacular mientras sacaba la polla de mi boca y recibía sus descargas de semen en la cara, cuello y pechos.

Entonces, bañada por el semen de Mario y ante la mirada de incredulidad de Carlos le dije:

Cariño, Mario no es lo que parece.