Cariño, me gusta tu hermana

Siempre me han gustado los hombres, eso no lo puedo negar, pero un buen día sucede algo que no puedes controlar. Se lo tengo que contar a él, pero no se como.

Estoy sentada en una cafetería esperando a mi novio y dándole vueltas a una cucharilla sumergida en el interior de una taza de café, no con el ánimo de enfriarlo exactamente sino con el de borrar de mi mente y de mis remordimientos algunas cosas, intentando disolverlas en un instante.

En mi lucidez pretendo recomponer todo lo sucedido en las últimas semanas, pero especialmente en restaurar mi propia vida, mi propio yo. Siempre me han gustado los hombres, eso no lo puedo negar. Los tíos me vuelven loca, me gusta que jueguen conmigo, que me hagan ser muy mujer, me gusta que me mimen, que me seduzcan, que me admiren, me gustan los hombres tanto en el aspecto puramente físico como en su condición de tal. No, no estoy hablando de tener al lado a un machito, sino de un hombre con todas las letras y con todos sus componentes, fuerte y sensible a la vez, decidido, impetuoso, inteligente, inocente… y un apasionado de los de verdad. Así es mi novio, un tío de verdad, como el que muchas quisieran tener a su lado y del que me siento profundamente orgullosa y complacida, no obstante, todo se torció de una manera que aun no acabo de asimilar.

Supongo que él no me va a entender cuando se lo intente contar, pero es que pienso que ni siquiera se lo va a creer cuando se lo cuente. Y es que todo sucedió un día en que las cosas parecían ir miel sobre hojuelas, justo el día que menos te esperas que suceda una cosa semejante.

Esa velada fue especial. Él me había invitado a pasar la noche en casa de sus padres, aprovechando que estos se habían ausentado. No escatimó en detalles por complacerme, preparando todo con esmero y dedicándome un amor y romanticismo tan privativos. Me deleitó con una cena exclusiva, que él mismo cocinó, adornó la mesa con velas rojas junto a un bonito centro de flores y estuvo más atento que nunca conmigo. Yo sabía que esa noche iba a ser suya de una forma extraordinaria y lo fui. Otras muchas veces hicimos el amor apasionadamente, pero esa noche, ambos sabíamos que iba a ser más especial todavía. Su casa, para nosotros dos solos, aquella cena íntima, cuidados detalles, en fin todo se presentaba ideal para una noche de amor. Eligió una música ambiental con mucho gusto. ¡Era todo tan nuestro!

Me sentí dichosa y muy orgullosa de estar a su lado, de haber encontrado por fin al hombre de mi vida. Cuando me propuso hacer el amor sobre la cama de sus padres, pensé negarme en un primer instante, pero después comprendí que no debía fallarle, que correspondía dejarme llevar y es que además el hecho de profanar aquella cama, nos proporcionaba a ambos un placer añadido, un morbo especial. En poco tiempo quedaron nuestras ropas extendidas por toda la estancia y nuestros cuerpos desnudos unidos en un abrazo prolongado. Se le notaba tan excitado al hacer el amor sobre aquella cama que creo que sus embestidas se forjaban más enérgicas y su miembro rebasaba los límites alcanzando lo más profundo de mi cuerpo. Me embargaba sentirme empalada por él, follando con toda la pasión y toda la energía. No fue uno, sino varios polvos maravillosos los que echamos en una noche inolvidable.

Tras una atareada faena, en la que me sentía feliz, radiante y agotada, no quise despertarle cuando sentí la necesidad de refrescarme con algo. Acudí en busca de aire renovado y de algo para beber, pues tenía todo el cuerpo empapado en sudor. Bajé desnuda hasta la cocina, porque sabía que no habría nadie que me pudiera pillar. Al entrar me quedé atónita. Había llegado su hermana Carmen sin avisar, tras una noche de juerga. Yo intenté tapar mi desnudez con mis manos, pero ella sonriente, me invitó a mostrar mi cuerpo sin tapujos. Al tratarse de la hermana de mi novio y por tener confianza con ella, dejé caer mis brazos y mostrarme en pelotas sin el pudor inicial. Curiosamente no me importó tanto que me viera, es más, creo que en el fondo yo deseaba más que nada que lo hiciera. No me hizo ninguna pregunta ni un solo comentario, tan solo se acercó sin dejar de mirarme a los ojos y me besó, un sensible beso primero y después un hondo morreo. Se apartó y comenzó a desnudarse ante mí. Lo hizo con parsimonia y con toda la sensualidad. No me sorprendió su actitud, al contrario me sentí muy bien admirándola.

Nunca antes tuve nada con una mujer, ni tan siquiera creo haber tenido una vena lesbiana en toda mi vida, pero esa noche Carmen estaba especialmente guapa, más atractiva que nunca y no sé muy bien por qué me transformé, pero la deseaba con toda mi alma. Su cuerpo desnudo resplandecía en la penumbra de la cocina, como si fuera una diosa.

Nos besamos y acariciamos incesantemente, con pasión y dulzura. Nuestras lenguas imploraron por descubrir nuestras respectivas bocas, juntar nuestros labios, dientes y salivas. No sé ni como sucedió, pero después de haber follado con mi novio minutos antes, lo que más deseaba en el mundo era estar con ella, besarla, tocarla, sentirla. Carmen me confesó no haber tenido tampoco nada con otra mujer, pero algo surgió entre nosotras que nos llevó a un sexo desenfrenado descubriendo a cada paso nuestros más íntimos sueños. Besé sus tetas y ella hizo lo pertinente con las mías, acaricié su pubis y lo besé, lamiendo cada pliegue, percibiendo su adorable aroma. En un instante estábamos sobre la mesa de la cocina haciendo un sesenta y nueve. Torpemente al principio y con cierta habilidad después descubrimos lo que era sentir lengua en nuestros respectivos labios vaginales, rozando nuestros clítoris inflamados la una contra la otra practicando un sexo prohibido, salvaje y silencioso. Lo que sentí en el momento que cruzamos nuestras piernas y juntamos nuestros sexos calientes, frotándonos mutuamente fue algo que me produjo un placer indescriptible, algo que pocas veces he tenido la oportunidad de percibir. Eso es algo de lo más ardiente y cachondo que he hecho en mi vida y cuando en esa postura ella me besó y yo la correspondí abrazándome fuertemente a su cuerpo, nada ni nadie más nos importó. Disfrutamos de un orgasmo increíble mientras mi chico dormía en la habitación de sus padres, ignorando todo lo que sucedía en su cocina.

Carmen y yo permanecimos calladas, en un silencio que guardábamos como la llave secreta que abría una frágil burbuja de la que no pretendíamos salir. Con un casto beso nos despedimos en total mutismo.

El resto de los días estuve fatal. Avergonzada y pesarosa, no me atrevía a mirar a mi chico a la cara. Odio la traición y me sentía sucia por haberle engañado, además… con su propia hermana. Sin embargo a los tres días ella me envió un mensaje al móvil y quedamos en mi casa. Allí, en mi habitación, volvimos a estar juntas, retornamos a nuevos placeres, solas, desnudas haciendo el amor con tanta pasión como aquella madrugada en la cocina.

Reconozco haberme arrepentido de todo esto y ahora siento un mal que me carcome por dentro, que no me deja respirar, me siento angustiada por saber como se lo tomará él. Ojalá pudiera estar en su cabeza para saber como podrá encajarlo. Estoy pensando en qué decirle: “Cariño, no quiero perderte y quiero que sepas que no dejas de gustarme en absoluto”, aunque con eso posiblemente interpretará que tengo un lío con otro hombre y quizás fuera más fácil así, porque si ya es difícil pasar por eso, creo que el hecho de que sea con una mujer y que esta sea su hermana, lo complican infinitamente. Pero aun siendo cierto, le quiero y le deseo más que nunca, adoro su cuerpo, sus besos… No obstante, lo que he sentido con su hermana es maravilloso y eso me tiene atada a ella también. Se que soy una egoísta y me merezco lo peor, pero en el fondo con todo lo que le quiero me gustaría oírle decir que me perdona y que los podré compartir por igual a los dos. Al menos, eso es lo que yo deseo. No creo que me llegue a comprender, ni que lejanamente entienda todo esto, pero quiero que le quede claro lo mucho que le necesito, más bien, lo que les necesito a ambos y si mi voy a sincerar ahora es porque lo que siento es algo salido del corazón y que apenas puedo controlar. También sé que al final, más tarde o más temprano me podrá perdonar. Ahí viene

  • Hola cariño.

  • Hola guapa, ¿qué es eso tan importante que me tenías que contar?

  • No, nada.

No, no he podido hacerlo, he sido incapaz de decírselo, pero es que le quiero demasiado y tengo miedo a perderle para siempre… y a su hermana también.

Sylke

(19 de octubre de 2006)