Cariño, esto no es infidelidad (y 2)
Natalia lo tenía decidido, iba a acostarse con otro. ¿Eso la iba a convertir en infiel?
Natalia quería de verdad a Jorge. Ambos con 27 años, y conociéndose de toda la vida, eran muy felices juntos. Pero con el tiempo ella sintió que necesitaba realizar un cambio en su vida. El cambio se llamaba Alberto. En una arriesgada apuesta, Natalia organizó lo que deseaba que fuese una inolvidable noche de sexo en trío. Quería comprobar que Jorge estaba dispuesto a compartirla con otro, era clave para su futuro. Empezada la sesión, el primero en ser agraciado con las habilidades sexuales de Natalia fue Alberto, siendo Jorge un mero testigo del intenso espectáculo que dieron. La excitación que invadió a Natalia mientras estaba con su amante llegó a tal punto que hizo que prácticamente se olvidara de su amado. Siendo consciente de ello y una vez obtenido su orgasmo, con cierto sentimiento de culpa Natalia se acercó a Jorge aprovechando un rato en el que se quedaron solos.
-¿Cómo estás, cariño? ¿Todo bien? –le dijo sin notar que un hilillo de semen caía por la comisura de la boca.
-¿Todo bien? –le respondió Jorge con un amargo sarcasmo-. ¿Estás de broma? Y hazme un favor, límpiate la boca, anda.
Natalia se pasó la mano por los labios y al descubrir lo que Jorge vio se avergonzó profundamente. Se limpió como pudo mientras veía cómo Jorge se removía en la cama con una clara intención de levantarse.
-Pues estoy jodido, bastante jodido –le dijo muy serio-. Me largo, no puedo seguir con esto...
Sin saber qué decir, Natalia se abalanzó sobre él, reteniéndole en la cama. Reposó su cabeza sobre el pecho de Jorge, abrazándole con fuerza. No sabía cómo continuar, qué decirle, cómo disculparse. Él, con una mezcla de celos e irritación, sólo pensaba en cómo terminar con aquello. Natalia notaba a Jorge a punto de explotar. Le daba tanta pena verle así que hasta le entraban ganas de llorar. Ahora pensaba que quizá se había pasado con su manera de comportarse con Alberto, demasiado entregada. Con lo que ella quería a Jorge y lo mal que se lo estaba haciendo pasar. Empezaba a estar arrepentida de la que había organizado.
-Cariño, siento muchísimo si con lo de antes te he hecho daño, es lo último que querría –se disculpó en tono triste-. No tengo experiencia en estas cosas, no sé cómo comportarme y a lo mejor me sobrepaso. Además, sabes cómo soy cuando me caliento… -dijo mirando a Jorge de reojo, esperando ver un cambio en su humor.
La imagen que presentaban ambos parecía más la de un funeral que la de la orgía deseada por Natalia. Jorge, inmóvil en la cama, hacía un verdadero esfuerzo por no enviarlo todo a la mierda. Por su parte, ella se sentía fatal y un mar de dudas inundaba su cabeza. Pero su vacilación duró poco. En cuanto recordó para qué estaban allí, asumió que la decisión estaba tomada y que bajo ningún concepto daría un paso atrás. Por ella, por los dos, tenía que recuperar los ánimos y conseguir que Jorge acabase disfrutando de aquella experiencia. Había que pasar de las disculpas a la ofensiva o nunca avanzarían.
-Sé que antes no te he hecho mucho caso, pero tenía que ser así, cielo. Tenías que verme entregada a él, completamente. Es necesario que lo asumas. De lo contrario nunca conseguiremos dar el paso que tenemos por delante… -dijo con una actitud cariñosa pero firme.
-Sí, lo que tú quieras, pero verte con otro mientras yo estaba delante… Me es muy duro soportar eso. Además, ser el convidado de piedra… -le contestó Jorge rechinando de dientes.
-Sé que vas a poder, cielo –le dijo animosa-. Lo sé porque me quieres, porque en el fondo sabes que ésta es la solución. Además –añadió guiñándole pícaramente un ojo-, en cuanto entres de verdad en este juego acabarás gozando tanto como yo. ¡Y de convidado de piedra nada, amor! Tú eres el principal, eres mi hombre y mi macho. Y que sepas que cualquier cosa que le haga a él también te la haré a ti y mejor –le dijo mientras levantaba la sábana que tapaba a Jorge y se subía sobre él en la cama.
Natalia vio que su polla estaba flácida. La agarró con la mano y empezó a sobarla para ponerla a tono, pero no lo conseguía.
Cambió de táctica, se deslizó sobre él hasta encerrarle la verga entre sus pechos e inició un lúbrico masaje con ellos. Pero tampoco. Natalia se empezaba a desesperar. Pasó entonces a montarse sobre él, poniendo su polla entre los labios de su encharcado coño y restregándolos con ella, algo que siempre le había vuelto loco de placer. Pero no había manera de poner en forma aquel pene. Natalia ya no sabía cómo reanimarlo y tenía que conseguirlo a toda costa. Pero cuanto más lo intentaba, mayores eran los problemas de Jorge para excitarse. Agobiado por la situación, Jorge sólo pensaba en que necesitaba salir de allí. Presentía que su propósito de demostrar que él iba a ser él el macho alfa de la noche tenía pinta de quedar muy lejos de la realidad. No sabía cómo reaccionar. Y es que el desconcierto que sentía por el comportamiento de Natalia lo tenía bloqueado. Verla con otro lo mataba. Estaba furioso e indignado por la facilidad y pasión con la que se había entregado a otro delante suyo. Por otro lado, estaba atónito ante lo resuelta que la veía llevando adelante su idea, contra viento y marea. Se concentró e hizo un esfuerzo por serenarse. Quería explicarle a Natalia por qué se encontraba así, quería decírselo, pero no encontraba las palabras.
-Natalia, es que te he visto con él tan… tan… -le dijo sin saber cómo acabar la frase.
Al escuchar a Jorge y notar que su tono de voz ya no era agresivo sino más bien abatido, a Natalia se le encendió una luz en su traviesa cabecita. Empezaba el ataque final.
-¡Tan puta! ¿Verdad? ¡Me has visto tan puta! ¿Eso es lo que me quieres decir, no? ¡Que soy una puta! –le gritó con ira mientras le atizaba un soberano bofetón en toda la cara.
La sorpresa de Jorge fue tan grande que se quedó petrificado. No entendía la reacción de Natalia, él no quería decirle eso. Viéndolo todavía confuso, Natalia pensó que tenía que persistir en su agresiva actitud.
-¡Claro, soy la puta del barrio que se acuesta con cualquiera! ¿No? ¡Eres un cabrón! –le gritó dándole una nueva bofetada con más fuerza que la anterior-. ¡Pues tú eres un picha floja al que no se le levanta ni con una tía como yo tocándole la polla!
Eso ya fue demasiado para Jorge. Su cerebro cortocircuitó y explotó. Si ésa era la recompensa que le daba Natalia por lo que él había tenido que soportar se iba a enterar. Y desde luego no iba a consentirle una tercera bofetada. Enfurecido como un toro, la agarró de los brazos y quitándosela de encima la sujetó contra la cama. Sentado sobre ella, dudaba entre insultarla o pasar a castigos mayores. Pero no había manera de mantener a Natalia quieta, se revolvía como una lagartija.
-¡Cabrón, eres un cabrón! –volvió a gritarle.
-¡Y tú un
pedazo de puta! –le respondió él intentando sujetarla.
Y así empezó un forcejeo casi violento entre los dos. Jorge la retenía por momentos y ella se escaba cada vez pero buscando un intenso contacto con él. Se restregaban el uno contra el otro, volteando sobre la cama y diciéndose de todo. Natalia se agarraba a él con todas sus fuerzas, rodeándole la cintura con sus piernas y restregándole sus pechos. Le arañaba la espalda con saña, le mordía en el cuello. Y, sobre todo, le rozaba la verga con el coño todo lo que podía. Natalia estaba desatada en su último intento por excitarle. Con ese trajín, la polla de Jorge empezó a crecer y a ponerse dura. Natalia lo notó enseguida y sonrió satisfecha, lo había vuelto conseguir. Forzó un poco más la situación hasta que por fin la sintió grande y fuerte como nunca. Era el momento que esperaba. De repente se quedó quieta, mirándole sumisa. Era su manera de ofrecerse a él para lo que quisiese hacer, como si la quería violar, para darle el placer que su cuerpo estaba pidiendo y que ella también ansiaba. Y para compensarle por lo que le había hecho sufrir.
-¡Se te van a pasar las ganas de llamarme picha floja! –le dijo Jorge todavía cabreado, sentado de nuevo sobre el pecho de Natalia y empuñando su enhiesta verga.
En un estado entre la excitación y la ira, Jorge agarró del pelo a Natalia y la acercó a su polla. Sabiendo perfectamente lo que él pretendía, ella fingió una tímida actitud de resistencia. Quería volverlo loco de deseo. Jorge empezó a restregársela por la cara, maldiciendo su negativa.
-¡Abre la boca de una puta vez! –le ordenó-. ¿O sólo se la vas a mamar a ese tío?
Y Natalia obedeció. Abrió sus carnosos labios dejando entrar profundamente aquella estaca de carne caliente. La chupó, la lamió, hizo todo lo posible para agradarle y demostrarle que aquella era la polla que más deseaba del mundo. Porque era él a quien amaba de verdad.
Jorge, cuya ira iba disminuyendo para convertirse en puro deseo animal, arremetía con fuerza en la garganta de Natalia, que aceptaba gustosa al enorme intruso. Sus fluidos estaban apareciendo por todos lados. Lagrimones de sus ojos por el esfuerzo, constantes babas cayendo de su boca y la lubricación de su anhelante coño. Estaba muy excitada.
Alberto, alertado por la bronca que se oía, volvió corriendo a la habitación para ver qué estaba pasando. Pero viendo la escena, se quedó en la entrada, extasiado. Ver dominada de aquella manera a una mujer tan hermosa era la cosa más excitante que había visto en su vida. Y en muy poco, sus ansias de volver a estar con ella le pudieron. Se acercó a la pareja y se quedó quieto meneándose la polla, esperando a ser invitado. Su presencia había pasado desapercibida para Jorge, pues estaba demasiado ocupado domando a aquella hembra. Natalia sí lo vio, pero sabía que a pesar de sus enormes ganas de incorporarlo a la cama no podía ser ella quien le permitiese participar, tenía que ser Jorge quien lo invitase. Pero Jorge no estaba para historias. Se sentía cabreado, iracundo, pero muy excitado. Sólo pensaba en doblegar a Natalia, que se arrepintiese de sus palabras y que viese quién mandaba allí. Y lo iba a hacer volviéndola loca de placer. Se movió de su posición, dispuesto a ir a por el coño de Natalia, y al girarse vio a Alberto, deseoso de participar.
-¡Ni se te ocurra acercarte! –le advirtió Jorge con cara de perro rabioso.
Evitando cualquier pelea, Alberto se alejó un poco de la cama. A Natalia le supo mal aquello, pero en cuanto vio que Jorge colocaba la cabeza entre sus piernas, su cara se iluminó de vicio ante el placer que veía inminente y se olvidó del desplante. De manera brusca, Jorge colocó las piernas de ella sobre sus hombros, agarrándose a sus nalgas. Antes de atacarla, y viendo que ahora volvía a ser toda suya, se calmó y se dedicó por unos instantes a deleitarse con la visión de aquel sexo perfecto que continuaba excitándole como el primer día. Tenía a escasos centímetros de su cara un coño discreto, húmedo, completamente depilado, de labios hinchados por la excitación. Para desesperación de Natalia, Jorge al principio se limitó a darle cálidos soplidos, retrasando el goce que ella necesitaba. Quería hacerla sufrir.
-Pídemelo… -le dijo Jorge.
Natalia no respondía.
-Pídemelo… -insistió viendo cómo su coño ya estaba chorreando.
-Jorge… Cariño… por favor… por favor…
Al oírla, Jorge pasó con lentitud su lengua por toda la longitud de los labios de aquel ávido coño.
-¡Diosss, qué gusssto! –suspiró Natalia arqueando se cuerpo.
A partir de ese momento, Jorge empezó a atacar sin piedad el sexo de Natalia de la manera que sabía que a ella le daba más placer. Conocía perfectamente sus puntos débiles, cómo excitarla hasta enloquecerla. De arriba debajo de su coño, introduciendo su lengua hasta donde era capaz de llegar, a veces rápido, a veces despacio, extendiéndose por sus ingles, metiendo y sacando sus dedos, rozándole el ano... Natalia no podía parar de gemir. Se retorcía de placer, no sólo por el tratamiento que recibía sino por el goce mental que suponía tener a otro hombre observándola en aquella situación, excitado como un mulo esperando su turno.
Jorge empezó a notar temblores y contracciones en el cuerpo de Natalia. Su orgasmo, que prometía ser muy intenso, estaba a punto de llegar. Y se lo iba a dar, pero con su polla. Tenía clarísimo que esa noche el primero en metérsela en aquel delicioso coño iba a ser él. Sentado sobre la cama y tomándola por las caderas la colocó con las piernas abiertas sobre él, de manera que quedase en una posición perfecta para ser follada. Y no esperó más. Tirando de ella y dando un buen impulso, con rabia se la metió de una estocada, dejándosela bien enterrada. Natalia respondió a aquella tremenda invasión con un grito gutural, tensándose como un alambre y abriendo los ojos como platos. Jorge veía que ella ya no estaba para florituras, así que inició un enérgico bombeo, sacando en ocasiones su polla del todo para volver a introducírsela hasta el fondo. Todo con mucha fuerza, con brusquedad. Natalia gimoteaba de gusto.
-¡Amor… amor… sigue… sigue…! decía de manera casi inconsciente.
Jorge intercalaba las duras penetraciones con suaves pellizcos sobre su inflamado clítoris. Natalia, con el rostro congestionado, no paraba de gemir y de gritar. El orgasmo se acercaba imparable. Hasta que de manera implacable invadió su cuerpo con la fuerza de un tsunami. Una tremenda convulsión le recorrió de arriba abajo y un berrido desgarrador salió de su garganta.
-¡Diosss … Diosss… me corrooo! –gritó poniendo sus ojos en blanco.
Jorge la puso entonces en posición del misionero, cargando su peso sobre ella e incrementando la fuerza de las arremetidas como si la vida le fuese en ello. Le tapaba la boca con la suya en un hambriento beso, provocándole una cierta asfixia que sabía aumentaba la sensibilidad de ella. Natalia estaba teniendo uno de los mejores orgasmos de su vida, largo, intenso, brutal. No podía para de gemir, de gritar, movía descontrolada su cabeza de lado a lado ante aquella explosión de placer. Jorge, que en un esfuerzo titánico consiguió no correrse, no se separó de ella hasta que empezó a notar que la intensidad de su clímax bajaba. Natalia se quedó desmadejada en la cama, temblando, pero con una cara de satisfacción plena.
Jorge se quedó estirado junto a ella, admirándola. Aunque todavía excitado, lo cierto es que al verla tan indefensa, tan bella, se le pasaban todos los males. En aquel momento, sólo tenía en mente dos objetivos: vencer y demostrar. De vencerla ya había empezado a ocuparse, pensaba matarla a polvos. Pero sobre todo se dio cuenta de que quería demostrarle, por encima de ser su macho, que él era su Hombre, con mayúscula. Que nadie podía ser mejor para ella que él, en cualquier ámbito de la vida. Que la amaba más que a nada en este mundo. Hasta tal punto lo tenía claro, que decidió que si esta noche tocaba sexo salvaje, le iba a proporcionar una noche de sexo brutal que no olvidaría en la vida. Y que lo haría como ella deseaba: compartiéndola. Esa sería su mejor demostración de amor y de poder. Con esas reflexiones, por fin empezó a asumirlo todo. Y entendió que, por paradójico que pudiese parecer, tenerla significaba dejarla ir. Miró a Alberto, que estaba hipnotizado viendo cómo Natalia todavía padecía de espasmos en su cuerpo, y se dirigió a él.
-A ver, ¿tú no te la querías follar? –le dijo Jorge fríamente.
-¿Ya? ¿Quieres decir? –le respondió Alberto sorprendido-. ¿No es mejor que descanse un poco?
-No, Natalia puede con esto y con mucho más –afirmó seguro-. Ahora nos la vamos a follar bien follada.
A Alberto le extrañó el cambio de actitud de Jorge, pero ante la posibilidad de tener a Natalia no se lo pensó. Se subió a la cama y se colocó al otro lado de ella, que todavía estaba medio grogui. Jorge se incorporó y con delicadeza la levantó, poniéndola de pie a ambos lados del cuerpo de Alberto. Jorge se puso detrás de ella, sujetándola por la cintura, pues a Natalia le costaba mantenerse derecha, y se pegó a ella, encajando su henchida verga entre las suaves nalgas de la mujer.
-¿De verdad vas a poder con todo el placer que te vamos a dar? –le susurró Jorge al oído mientras le hacía poner las manos detrás de la cabeza de él para que se sujetase ella misma.
-Cariño… déjame descansar un poco… por favor –consiguió rogarle con apenas un hilo de voz.
Desde la cama, Alberto se deleitaba con la visión que tenía de Natalia. Totalmente expuesta ante él, era excitante ver su cuerpo perfecto, perlado de gotitas de sudor, sabiendo que iba a ser devorada de manera inmediata.
-No, cielo. ¿No querías sexo? Pues sexo vas a tener –le respondió Jorge-. Ya te avisaré de cuándo se haya acabado.
Jorge desplazó sus manos sobre los redondos pechos de Natalia, acariciándolos suavemente por su base y sus costados. Con la lengua iba recorriendo su cuello, desde la oreja hasta llegar a su hombro. Natalia ronroneó al sentirlo.
-Me gusta, me gusta… -gimió Natalia, notando cómo su cuerpo empezaba
despertar.
Jorge incrementaba el ritmo de sus caricias, acercándose cada vez más a los sensibles pezones de Natalia, pero sin apenas tocarlos, sólo buscando su deseo. En poco tiempo, ya era ella la que se movía, intentando que los roces con Jorge fuesen más intensos. Él fue bajando una mano y lentamente se acercó al pubis de Natalia, pasando delicadamente los dedos por él. Parecía que se iba a acercar a su sexo, pero lo evitaba. Natalia se estaba excitando cada vez más.
-Por favor… más abajo… más abajo… -le rogó ella jadeante.
Sonriendo, Jorge abarcó con una mano el pecho izquierdo de Natalia, alternando caricias intensas y suaves pellizcos en su pezón. Punteándola fuerte con la polla, empezó a pasear su dedo medio entre los labios del empapado sexo de la mujer y un fuerte espasmo la recorrió de arriba abajo. Natalia, gimiendo, empezaba a necesitar sexo de verdad, ser follada por una buena polla. Entonces se fijó en la cara de Alberto, estirado bajo ella, quieto pero expectante. Jorge, que notaba la respiración agitada de Natalia, continuó con el tormento e introdujo su dedo en el sexo de ella, lo que la estremeció de placer. Natalia no podía esperar más.
-Ahora él, cariño, déjame que folle con él… –le rogó ansiosa mientras giraba su cabeza para mirarle a los ojos.
Y Jorge asintió. Le dio un largo beso, que ella correspondió con deseo, y la soltó. Él se bajó de la cama y sentado cerca se dispuso a mirar.
-Ahora por fin vamos a follar tú y yo –le dijo Natalia a Alberto con una lujuriosa mirada-. Jorge me ha hecho ver el cielo, a ver qué eres capaz de hacer tú –le retó con vicio.
Sintiéndose libre para la búsqueda de su placer, Natalia se agachó hasta quedar sentada sobre Alberto, comprimiendo su verga entre los labios de su sexo. Se restregó un rato sobre la durísima polla, para luego agarrarla con una mano, situarla a la entrada de su coño y dejar que se fuese introduciendo lenta pero imparablemente en su interior. Como si se hubiesen puesto de acuerdo, ambos soltaron un intenso gemido de placer al sentir esa primera penetración. Natalia hacía rato que se moría por sentir aquella polla bien adentro, como ahora la tenía. Era grande, fuerte, dura. La llenaba por completo. Por su parte, para Alberto sentir la cálida humedad de aquella vagina abrazando con intensidad su polla estaba siendo la sensación más placentera que había sentido jamás. No se podía creer que al fin Natalia estuviese siendo suya. Mientras Natalia se movía lentamente hacia delante y hacia atrás sin sacarse la polla de su interior, Alberto acariciaba con delicadeza los pechos de ella hasta acabar amasándolos con un deseo incontrolable.
Jorge miraba aquella escena como el que ve una película porno, distanciándose mentalmente de quiénes eran los que estaban follando allí mismo. A diferencia de hacía un rato, y dado que ya había asumido el hecho de que Natalia se acostaría con otro delante suyo, no aparecieron la ira ni los celos. Fue consciente de que debía y podía soportar aquello. Su única reserva era la cara de Natalia, no quería verla, todavía no se sentía preparado para eso, por lo que se colocó de manera que la veía de espaldas. Evitó así ver las expresiones de placer desmedido que reflejaba en su rostro a medida que la follada con Alberto crecía en intensidad.
En un momento dado, cuando los gemidos y los jadeos de los dos amantes empezaban a ser escandalosos, Jorge vio cómo Natalia, sin parar de follar, se acercó al oído de Alberto y le murmuró algo. Éste asintió y Natalia se giró para dirigirse a Jorge.
-Ven, cariño –le dijo con la voz entrecortada.
Sorprendido, Jorge se acercó a ellos. Natalia, con un gesto, le hizo subir a la cama de rodillas, quedando su polla al alcance de ella.
-Nunca estarás al margen de nada –le dijo Natalia mientras empezaba a acariciar su verga.
Jorge se dejó hacer. En cuanto Natalia vio que la polla empezaba a estar firme, se acercó a ella y la introdujo en su boca, muy profundamente.
-Esto es lo que querías, ¿verdad? –le dijo sonriendo Jorge al cabo de un rato.
Sin sacar la polla de su boca, Natalia asintió con la cabeza, satisfecha.
-Pues vamos a por más –le dijo entonces Jorge.
Se situó tras ella e hizo que se tumbase sobre Alberto. Iba a prepararla para su primera doble penetración. Con los propios fluidos de ella, se humedeció dos dedos y, sin romper la cadencia de la follada que mantenían, fue primero acariciando y después penetrando lentamente en el ano de ella. Al sentirlo, Natalia pegó un bote. Iba a negarse, pero la expresión de cariño de Jorge le hizo dar marcha atrás.
-Hazlo con cuidado, por favor –le rogó ella.
Jorge continuó con su trabajo y poco a poco el precioso pero poco habituado culito de Natalia fue dilatándose lo necesario. En cuanto Jorge consideró que era el momento, agarró su polla con la mano, la acercó al ano de ella e inició una lenta y delicada penetración.
-¡Para, para, por favor, me duele! –se quejó ella ante la cárnica invasión.
Pero Jorge no paró. Le costó varios intentos introducir su glande, pero al final lo consiguió. Durante el proceso, Natalia se había jurado aguantar, no quejarse ni gritar, no quería que Jorge se sintiese rechazado. La boca de Alberto fue al antídoto al dolor inicial, pues Natalia la devoró con intensidad creciente para ahogar sus lamentos. Poco a poco, con Natalia sudando a mares, ese pequeño culito acabó tragando al gran invasor. Estando Alberto quieto para facilitar la maniobra, Natalia por fin sintió las dos pollas rellenándola por completo, las pollas de sus dos hombres. Respiraba con dificultad, le había supuesto un enorme esfuerzo soportar el deseo de Jorge, pero había valido la pena, por fin iban a estar los tres juntos, follando.
Del dolor al placer y del placer al éxtasis total. El orgasmo que alcanzó Natalia siendo bombeada con fuerza por los dos hombres fue épico. Y a partir de ese momento, comenzó la orgía que ella tanto había deseado. Fueron horas de una pasión feroz, en la que tanto Jorge como Alberto provocaron tantos orgasmos en Natalia que no fue capaz de contarlos. Gritó, gimió, lloró, incluso llegó a desmayarse desbordada de tanto placer. No la dejaron descansar en toda la noche. A veces era uno, a veces el otro, o los dos a la vez. En su boca, en su coño, en su culo, por todo su sudoroso cuerpo. Enérgico, casi violento, en ocasiones. En otras, suave y delicado, acariciándola ambos en sus puntos más sensibles, viendo cómo ella temblaba de placer, con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Y Natalia se sentía feliz, muy feliz. Pero lo de menos era el goce infinito del que había disfrutado aquella noche. Lo realmente importante, lo que hacía sentirla así, era que ahora sí estaba segura de que su vida sería plena, al lado de los dos. Porque Natalia había exigido que todo se haría sin engaños, sin traiciones, con el conocimiento y el beneplácito de
los tres.
La noche acabó con un memorable trío, que provocó un último y brutal berrido de placer de Natalia, que hizo retumbar las paredes. Los tres quedaron agotados sobre la cama. Al poco, Jorge se levantó para ir al baño. Dejando la puerta de la habitación abierta, se fue con la inquietud de dejarlos solos, de en qué nueva postura sexual se los encontraría. Pero no fue así. Al volver a la habitación, se quedó espiando desde fuera para ver qué hacían. Natalia y Alberto seguían acostados, relajados uno frente al otro, haciéndose carantoñas y bromas como una pareja de enamorados. Aquella escena le impactó más que todo lo vivido durante noche. No quiso ver entonces a Natalia a la cara y se dio la vuelta. Volvió al cabo de un rato, haciendo algo de ruido para advertirles así de su llegada. Cuando por fin entró, se los encontró dormidos y sin nada que recordase la tierna escena que acababa de ver. Jorge se acostó junto a Natalia, atrayéndola hacia él. Ella se giró un momento y con un amor profundo le dedicó un sincero “te quiero”. Durmieron durante algunas horas, soñando cosas muy distintas cada uno de los tres.
Con las primeras luces del día, Jorge se despertó. Natalia y Alberto seguían dormidos, ella con un brazo sobre el pecho de él.
-Dile que se vaya –le dijo en voz baja Jorge a Natalia mientras la despertaba.
Natalia notó a Jorge muy serio, y aunque ella hubiese preferido continuar unas horas más los tres juntos, no quiso forzar la situación después de todo lo que había pasado esa noche. Despertó a Alberto, le susurró algo al oído y éste, no muy contento, se levantó de la cama. Recogió su ropa y con un leve gesto, apenas correspondido, se dio por despedido de Jorge y salió de la habitación. Natalia se cubrió con la sábana y lo acompañó a la salida. Al cabo de un rato, Jorge oyó que se cerraba la puerta de casa y poco después Natalia volvía a la cama con él. Se abrazó a Jorge y se quedaron un largo rato callados. Sus cabezas pensaban en mil cosas, en todo lo ocurrido. Tan sólo Natalia murmuraba como una letanía un constante “gracias… gracias… gracias”.
-¿Qué te ha dicho? –le preguntó Jorge cuando sintió que tenía fuerzas suficientes para hacerlo.
-Que sí –respondió ella risueña-, que lo acepta.
-Entonces… ¿ya sois oficialmente novios? –volvió Jorge a preguntar con una serenidad impostada.
-¡Sí cariño! –exclamó ella llena de júbilo, viendo que todo estaba saliendo como había planeado-. Bueno, quiere aclarar algunas cosas, pero lo importante ya está, ¡lo hemos conseguido! Me ha pedido que me vaya con él de vacaciones unos días para ver qué tal estamos solos y hablar de todo. La verdad es que Alberto me gusta mucho –añadió con cierta timidez-. Creo que podría acabar queriéndole…
Jorge dejó pasar unos minutos, durante los cuales hizo un esfuerzo sobrehumano para digerir todo lo que estaba oyendo. Pero en el fondo, era consciente de que si tenía que ocurrir, mejor con Alberto que con otro. Era un buen tío, adoraba a Natalia y, sobre todo, nunca obstaculizaría la relación que había entre ella y Jorge, así se lo acababa de confirmar.
-Y llegado el día… ¿querrás hacerlo? –acabó preguntándole.
-¿Irme de viaje?
-No, casarte con él.
Natalia se quedó callada, confusa. De repente, al imaginarse de blanco frente al altar con alguien que no fuese Jorge, sintió una profunda tristeza. Sus lágrimas empezaron a brotar y un llanto desconsolado la dominó. Al verla así, Jorge, con un nudo en la garganta que le impedía hablar, la abrazó con toda su fuerza, refugiándola en sus brazos, como temiendo que alguien se la pudiese arrebatar. Natalia, desolada, le expresó con la mirada cuánto le quería, cuánto le necesitaba.
-No me dejarás, ¿verdad cariño? –le rogó, deseando como nunca sentir su amor y su apoyo-. Siempre estarás a mi lado…
-Nunca te dejaré, mi amor, nunca –le respondió él muy afectado-. Pase lo que pase, estés donde estés, siempre estaremos juntos.
Y es que el temor de Natalia a perderle no era infundado. Ambos sabían que su relación, tal como la habían vivido, acabaría teniendo fecha de caducidad. Y parecía que ese día podía estar cerca. Sería un gran sacrificio para ambos, acostumbrados a estar siempre juntos. Hacía tiempo que Jorge, con el alma rota, había aceptado que Natalia se casase con otro, que formase su familia y que tuviese esos hijos que tanto deseaba y que él nunca podría darle. En definitiva, que disfrutase de una vida normal. La quería demasiado como para negárselo. Pero eso no iba a significar dejar de estar con ella, perder su compañía, su cariño. Y, ni mucho menos, quedarse sin sentir íntimamente aquel divino cuerpo que le hacía gozar hasta el infinito. De ninguna manera lo permitiría.
-Nunca –volvió a decirle mientras la besaba-. Nunca. Nada ni nadie nos separará.
Y sería verdad, nunca se separarían. Estarían unidos toda la vida, desde siempre y para siempre. Incluso desde antes de aquella fría mañana de febrero de hace 27 años, en la que unos futuros padres miraban emocionados la ecografía en la que se veía a dos criaturas preciosas, abrazadas entre sí, que nacerían en unos meses: Jorge y Natalia, la pareja de hermanos gemelos más bonita que había visto este mundo.
Morgatius.