Cariño, esto no es infidelidad

Natalia lo tenía decidido, iba a acostarse con otro. ¿Eso la convertiría en infiel?

Jorge y Natalia se conocían de toda la vida. Ya de pequeños pasaban mucho tiempo juntos jugando, ideando travesuras y, sobre todo, ella chinchándole a él. A Natalia le encantaba hacer saltar a Jorge, que se enfadaba mucho, pero en cuanto ella le pedía perdón y le hacía cuatro monerías se le pasaba todo. A medida que fueron creciendo, el sentimiento de amistad y compañerismo fue convirtiéndose en algo más intenso para, finalmente, llegar a una secreta pero mutua y arrebatadora pasión. No fue hasta hace tres años, ambos con 24, cuando gracias a una borrachera Jorge encontró los ánimos suficientes para por fin declarar su amor a Natalia, que sentía lo mismo por él. Poco después, ya con sus respectivas vidas profesionales en marcha, se fueron a vivir juntos.

A Jorge le encantaba todo de ella: su carácter alegre, su simpatía, su decisión… y desde luego su espectacular cuerpo, pues Natalia, que ya prometía de pequeña, se había convertido en una mujer extraordinariamente atractiva. De buena cuna, cuidaba su cuerpo con esmero y siempre había conjugado a la perfección la elegancia con la insinuación en el vestir. Le gustaba gustar. Todo ello, junto con su desparpajo natural y don de gentes, hacía que tanto entre sus amistades como en su trabajo fuese el objeto de deseo de muchos. Era una persona de carácter, con las ideas muy claras sobre lo que quería y cómo conseguirlo. Por su parte, Jorge era el perfecto ejemplo de lo que les gusta a las mujeres en un hombre. Alto, guapo y de una gran prestancia, no resultaba menos atractivo que Natalia. Su aspecto de rebelde incomprendido, con el pelo algo alborotado y barba de dos días, siempre le había generado muy buena prensa entre las féminas. Natalia le quería muchísimo, tanto por su carácter como por su físico, destacando la veneración por su polla, a la que adoraba y a través de la cual sabía dominarlo a la perfección. Ambos recibieron infinidad de proposiciones para irse a la cama con otros, pero nunca lo hicieron. El sexo que mantenían era tan intenso, a veces romántico y apasionado, a veces salvaje, casi violento, que les colmaba hasta tal punto de rechazar cualquier tentación.

El tiempo juntos fue transcurriendo en una burbuja de felicidad. Pero poco a poco Natalia empezó a sentir que le faltaba algo en su vida, se daba cuenta de que no era todo lo completa que en el fondo ella soñaba. Decidida como siempre, acabó por comentárselo a Jorge. Hablaron largamente y en muchas ocasiones de ello, se plantearon alternativas, pero la cosa nunca pasaba de ahí, de palabras. Hasta que Natalia decidió pasar a los hechos.

Una noche ella cabalgaba lentamente sobre el sexo de Jorge, preparándolo para anunciarle la decisión que había tomado. Una sorpresa que a él no le iba a gustar nada pero que tendría que aceptar. Sabía que el mejor momento para hacerlo era en la cama, teniéndolo indefenso, mareado por el deseo. Llevaban ya más de dos horas de juegos en los que ella se corrió cuanto quiso pero sin permitírselo a él. Para manejarle a su antojo, le ató previamente las manos y los pies a la cama. Jorge se dejaba hacer, pues sabía que eso era el preludio de grandes sesiones de sexo. Natalia lo llevaba a las puertas del clímax para después impedírselo una y otra vez, dedicándole el mejor repertorio que como amante era capaz de ofrecer. Pero esta vez, el dulce y largo tormento que sufría Jorge empezaba a ser más de lo que podía soportar. Necesitaba correrse imperiosamente. Sintiendo cómo con una lentitud exasperante Natalia subía y bajaba sobre su polla, la excitación de Jorge llegó a tal punto que al final se rindió.

-Natalia… por Dios… que ya no puedo más…- le rogó con la cara desencajada.

Natalia se detuvo, empalada hasta el fondo de su vagina, y mirándole fijamente a los ojos inició un movimiento circular con la pelvis mientras pinzaba los pezones de Jorge para aumentar todavía más si cabe su excitación.

-Ay, cielo, ¿ya no puedes más? –le respondió con voz sensual.

-Por favor, por favor…

Natalia sabía que había llegado el momento. Se lo diría ahora, estaba tan necesitado de conseguir su orgasmo que nada le podría negar. Así que empezó a acelerar sus movimientos mientras se acercaba a su oído, restregando sus apetecibles pechos sobre él.

-Cariño, ¿lo quieres ya? ¿Quieres correrte ahora o esperamos un poquito más? –le susurró para luego besarle intensamente.

Jorge estaba a punto de explotar. Daba golpes de cadera intentando penetrar con dureza en el sexo de Natalia, pero ella se apartaba lo justo para impedírselo. Quería pedirle compasión a Natalia pero de su boca no salían más que gemidos ahogados por los húmedos besos de ella.

-Está bien –continuó ella-, pero antes te tengo que decir una cosa y no te puedes enfadar.

Pero Jorge apenas entendía lo que le estaba diciendo, ni la escuchaba, sólo pensaba en correrse. Natalia se dio cuenta y paró en seco, saliéndose de él. Tenía que captar toda su atención.

-No me estás haciendo caso, Jorge, haz el favor de escucharme –le riñó mimosa, sentada sobre sus muslos y dándole pequeños golpecitos en su durísima verga-. A ver si ahora me atiendes de verdad.

Natalia fue descendiendo por el cuerpo de Jorge, dirigiéndose a su polla. Con la mano repasaba lentamente aquel pedazo de carne tiesa y caliente, manteniendo su erección pero sin dejarle acabar. Bajando lo justo la intensidad de sus atenciones consiguió que él se calmase un poco. Jorge irguió su cabeza para mirarla a los ojos.

-Está bien, te escucho –le dijo con la voz entrecortada.

-Quiero hablarte de Alberto –le anunció ella mientras le introducía un dedito por el culo sin detener su paja.

Al sentirlo, Jorge pegó un bufido de placer, aquello que le estaba haciendo le volvía loco. Sin apenas fuerzas, asintió con la cabeza. Natalia continuó con aquel placentero masaje como medio para conseguir su objetivo.

-¿Qué tal te cae? –le preguntó-. ¿Crees que es bueno para mí? Y respóndeme si no quieres que pare otra vez.

-¡Por Dios… Natalia… deja que me corra, no puedo más! –le rogó Jorge, ya desesperado.

-¿No me quieres responder? Pues que sepas que este viernes he quedado con él. Y hace días que me propone que nos acostemos. Me lo estoy pensando, Jorge, y creo que lo voy a hacer –le soltó a punto del clímax, mientras le acariciaba suavemente los huevos con las uñas -. ¿Me dejas, cariño, me dejas que me lo folle?

Al oír aquello Jorge abrió los ojos como platos y se quedó atónito mirándola. Pero Natalia continuaba a lo suyo, volviendo a centrar la paja en su enrojecido glande. Sabía que Jorge no aguantaría mucho más.

-Dime, ¿me dejas? –volvió a insistir.

Y realmente Jorge no podía más. La mezcla de sensaciones le superó y antes de lo que Natalia esperaba soltó un intenso suspiro y empezó a correrse como una bestia. Andanadas de semen salían de su polla en fuertes disparos sin que ella parase de masturbarlo. Fueron instantes de un placer brutal para él. Jadeando, Jorge disfrutaba de los últimos estertores de su brutal orgasmo. Pero Natalia seguía necesitando su aceptación, así que si no había sido por las buenas sería por las malas. Pasaba el tiempo y para extrañeza de Jorge ella no dejaba de cascársela con fuerza. Al poco, el extraordinario placer que había sentido empezó a convertirse en molestia. Natalia tenía su polla agarrada con una mano mientras restregaba con violencia la palma de la otra sobre el chorreante glande de Jorge.

-Ya estoy, Natalia, desátame por favor –le pidió.

Pero Natalia no paraba. Se limitaba a seguir castigando la irritada e hipersensible polla de Jorge y a persistir en la misma pregunta. Se la agarraba con fuerza, subía y bajaba enérgicamente por ella, pareciendo que se la quería arrancar. Ella no iba a detenerse hasta obtener la respuesta que quería. Sabía que masturbarlo intensamente después de haberse corrido le acabaría generando una sensación insoportable.

-¡Basta, basta, basta! –gritaba angustiado.

Jorge se retorcía lo poco que sus ataduras le permitían, necesitaba detener aquel calvario, pero Natalia seguía y seguía. No iba a encontrar clemencia hasta que respondiese. Y el momento no tardó mucho más en llegar.

-¡Que sí, joder, que sí, que te lo folles si quieres! –acabó claudicando Jorge.

Con un gesto de enorme satisfacción, Natalia paró su tormento, se abrazó con fuerza a Jorge y con infinito cariño le susurró al oído.

-Gracias, cariño, eres un ángel.

Sólo entonces Natalia soltó las cuerdas que inmovilizaban a Jorge, se acurrucó en la cama con él y en posición de cucharita, como les gustaba estar acostados, se quedaron profundamente dormidos.

A la mañana siguiente, Natalia despertó a Jorge después de dejarle un espléndido desayuno en su mesita de noche. Era un su manera de pedirle perdón.

-Buenos días cariño –le dijo después de darle un besito en los labios-. Venga, a levantarse que hay que ir a trabajar. Y mira qué desayuno te he preparado para que repongas fuerzas.

Mientras Natalia abría las cortinas de la habitación, Jorge empezó a abrir los ojos.

-Ayer te pasaste un poco, ¿no? –le dijo serio.

-Anda, anda, no seas rencoroso –le respondió Natalia con una sonrisa pícara-. No me digas que no disfrutaste, que te vi la cara. Fue un juego alucinante.

-Ya, estuvo muy bien eso de sacarle humo a mi polla –dijo Jorge todavía algo picado-. ¿Y lo de Alberto? ¿También era un juego? –acabó reprochándole.

Natalia se quedó callada unos instantes, tenía claro lo que iba a hacer pero no cómo responderle en aquel momento. Se acercó a la cama, se sentó junto a Jorge y tomando con cariño una de sus manos se lo confirmó.

-Jorge, no me hagas esto –le respondió apenada-. Hemos estado hablando sobre este asunto durante horas y al final los dos estábamos de acuerdo, ¿no es cierto? Sabíamos que algún día llegaría el momento. Y va a ser este viernes –añadió con determinación.

Ambos se quedaron mirándose en silencio, hasta que Natalia se giró pues le costaba demasiado ver la expresión afligida de Jorge.

-Está bien, de acuerdo –acabó aceptando él, agachando la cabeza.

-Pues venga, no se hable más –dijo entonces Natalia forzando un tono animoso para aliviar la tensión-. Y a levantarse, que acabaremos llegando tarde al trabajo.

Y el viernes llegó. Cerca de las 9 de la noche Jorge estaba estirado en el sofá del salón, serio como un palo, mientras Natalia se arreglaba en el baño para salir. Él no quería verla acicalándose para otro.

-¿Qué te parece? ¿Crees que le gustaré? –preguntó coqueta Natalia cuando al acabar se presentó frente a Jorge.

Estaba preciosa, arrebatadora. Se había comprado para la ocasión un vestido rojo de punto, corto y muy ajustado, casi elástico, que se adaptaba a su cuerpo como un guante. Todas sus formas quedaban perfectamente definidas: sus firmes y redondos pechos, su vientre plano, su culito pequeño y respingón. Su ondulada y rubia melena estaba recogida, dejando tan solo pequeños mechones estratégicamente sueltos que le conferían un aspecto seductor. Unas sandalias de altísimo y fino tacón completaban el conjunto.

-Estás guapísima –reconoció Jorge, con una mezcla de celos y admiración-. Qué suerte tienen algunos…

-¡Anda, tonto, no seas exagerado! –le contestó Natalia con una sonrisa.

Jorge se levantó del sofá con intención de abrazarla, pero el sonido de un mensaje en el móvil de ella le interrumpió.

-¡Uy, es Alberto, ya me viene a recoger! –exclamó Natalia mientras iba a buscar su bolso.

Con todo listo, Natalia fue a despedirse de Jorge. Se abrazó a él, le dio un piquito en los labios y se quedó por un momento mirándole fijamente a los ojos, en silencio, pero con una expresión de enorme cariño que Jorge entendió perfectamente. No necesitaba más para saber que ella le quería de verdad. Pero a pesar de ello, le jodía mucho que se fuese con otro.

-¿Vendrás muy tarde? –le preguntó Jorge con cara de cordero degollado.

-A poco que pueda, sí –le respondió ella guiñándole un ojo con picardía-. Pero Jorge, no quiero que me mires como un novio celoso –añadió acariciándole-. Cariño, esto no es infidelidad –le recalcó al separarse de él-, lo sabes, ¿verdad?

Jorge, aunque con desgana, asintió con la cabeza.

-Hasta luego cielo –le dijo ella cuando ya se marchaba-. Y por favor, espérame desnudito en la cama –añadió con una sonrisa llena de malicia, mientras le enviaba un beso al salir.

Jorge, ya solo, se quedó en el salón, pensando en Natalia, en él, en su futuro… Recordó al tal Alberto. Se lo presentó Natalia en una fiesta, era un compañero de trabajo. Estuvo hablando con él un rato y la verdad es que parecía un buen tío. Un par de años mayor que ellos y, curiosamente, con una apariencia física muy similar a la de Jorge, era evidente que estaba encandilado por ella. Aquel día Jorge se enteró de que Natalia y Alberto salían de vez en cuando, pero, según ella, jamás tuvieron sexo a pesar de la insistencia de él. Y ahora, que parecía que había llegado el día, en pleno remolino de sentimientos Jorge no podía evitar reconocer que Natalia y Alberto en el fondo hacían una buena pareja.

El tiempo iba pasando muy despacio para Jorge aquella noche. Se retiró a su habitación con la intención de dormir, aunque con pocas esperanzas de conseguirlo. Desnudo, como le había indicado Natalia, se acostó con un libro del que no consiguió avanzar ni una página.

Eran cerca de las 12 de la noche cuando Jorge oyó abrirse la puerta de casa. Sorprendido por lo corto de la velada, quería ir corriendo a ver a Natalia. Pero a riesgo de parecer ansioso decidió no moverse y esperarla. Pero pasaban los minutos y ella no iba a verle. Después de lo que a Jorge le pareció una eternidad, por fin Natalia entraba en la habitación.

-¿Natalia, qué haces aquí tan pronto? –le preguntó al verla, disimulando su alegría al pensar que la cita no había ido como estaba planeado-. Siento que la cosa no haya funcionado… -añadió forzando cierta aflicción en su rostro y anticipándose a lo que ella fuese a decir.

Natalia se acercó a Jorge, se sentó a su lado en la cama y le besó suavemente.

-Te equivocas, cielo –le dijo mientras Jorge detectaba una cierta irritación en sus labios-, a mí no hay quien se me resista. De hecho Alberto está tomándose una copa en el salón, esperando a que vaya a buscarle –acabó diciéndole para luego volver a besarle.

Jorge se quedó helado. No entendía nada. ¿Qué hacía Alberto en su casa, para qué lo había traído? Toda la alegría que había sentido al verla llegar se esfumó de repente. Además, notaba a Natalia achispada, con una mirada intrigante que no presagiaba nada bueno.

-Cariño, he estado hablando mucho con él –le dijo mientras colaba su mano por debajo de la sábana- y cenando se lo he explicado todo. Y no te lo vas a creer… -añadió acariciando el dormido pene de Alberto-¡Nos entiende perfectamente y está de acuerdo con la idea, con nuestro futuro plan de vida! –acabó diciendo con una ilusión casi infantil-. Es un tío majísimo, de verdad. ¡Y muy liberal!

Natalia volvió a besarle, sintiendo cómo las caricias en el sexo de Jorge empezaban a tener efecto. Era verdad, ella sabía que si quería nadie se le resistía, y menos Jorge cuando le trabajaba la polla con esmero. Aunque esta vez estaba a punto de equivocarse.

-Entonces… ¿has venido a decírmelo y os volvéis a marchar? –preguntó Jorge totalmente desorientado-. ¿Al final sí que te lo vas a follar?

-No, pero sí –respondió ella sin aclarar para nada sus dudas.

Natalia vio que la cara de confusión de Jorge pasaba a ser de ansiedad y enfado. No quería hacerle sufrir, así que se lo dijo de sopetón.

-Nos vamos a quedar en casa porque… ¡quiero que me folléis los dos! Ale, ya está, ya lo he dicho…– dijo quedándose descansada como el que suelta una pesada carga.

Al oír aquello Jorge pegó un bote en la cama, apartando la mano de Natalia que tanto gusto le estaba dando. Enfurecido se encaró con ella.

-¡Pero te has vuelto loca! –exclamó indignado-. ¡Haz lo que te dé la gana, pero a mí no me hagas esto!

-Jorge, por favor, que nos va a oír –le dijo con una sorprendente serenidad-. Escúchame, te lo ruego.

Durante un buen rato Natalia le estuvo soltando el discurso que tenía preparado para la ocasión. Era obvio que lo tenía todo pensado. Le insistió en lo bueno que era aquello para los dos, que su futuro pasaba por ahí y que encontrar a una persona que estuviese de acuerdo no era nada fácil, que tenían que aprovecharlo. Le habló de las bondades de Alberto, de lo buena persona que era y que además le gustaba.

-Quiero follar con él. Y contigo. A la vez, los tres juntos –acabó diciendo-. Necesito saber si me puedes compartir con otro. Y eso no lo sabré hasta que lo vea, ¿lo comprendes, verdad? Hoy lo veré en tus ojos.

Aquello estaba superando a Jorge. Una cosa era que ella se acostase con Alberto y otra muy distinta era el plan con el que ahora se encontraba. Natalia notaba la duda, casi negativa, en la mirada de Jorge. Por primera vez en la vida parecía que no iba a poder con él, que todos sus esfuerzos quedarían en nada. Y, peor aún, con miedo a que su relación quedase afectada por lo que le había propuesto. Una inmensa tristeza se apoderó de ella, que no pudo evitar que las lágrimas asomasen por sus ojos. Intentó que Jorge no la viese así, pero le era imposible contenerse. Incapaz de verla llorar, fue suficiente para romper todas sus barreras y al final de nuevo claudicó.

-Está bien, tráelo a la habitación –le dijo muy serio-. Pero que sepas que como se le ocurra tocarme la polla lo mato.

Natalia saltó de alegría, se abrazó a Jorge con fuerza, dándole las gracias sin parar.

-¡Te quiero, te quiero, te quiero! –le decía llena de emoción-. ¡Ya verás como no nos vamos a arrepentir!

Natalia salió corriendo de la habitación para ir en busca de Alberto. Jorge, hecho un verdadero lío, apenas podía razonar. En aquel momento, su cabeza sólo le permitió pensar en una cosa: aquella noche tenía que demostrarle a Natalia que, a pesar de que en su estado anímico no estaba para grandes alardes, él era y seguiría siendo el mejor amante del mundo para ella, que no había competidores que le pudiesen hacer sombra, ni Alberto ni cien como él.

Natalia tardó poco en volver a la habitación. Venía con Alberto cogido de la mano. El primero en saludar fue él.

-Hola Jorge –dijo con cierto recelo.

-Hola –le respondió éste, frío como un témpano.

Natalia ya se esperaba ese tenso ambiente en el primer momento, incluso peor. Sabía que tendría que esforzarse en superarlo o aquello iba a convertirse en un verdadero fracaso para sus objetivos. Como una experta maestra de ceremonias, empezó a impartir instrucciones.

-A ver chicos, sé que lo que os pido hoy es difícil para los dos –dijo mirando alternativamente a uno y a otro-. También lo es para mí, no lo dudéis. Si os soy sincera, estoy súper nerviosa. Y me va a dar una vergüenza enorme estar desnuda delante de los dos. Sé que me la estoy jugando, pero estoy segura de que con lo que tú me quieres –dijo dirigiéndose a Jorge- y con lo que tú me deseas –dijo esta vez mirando a Alberto- todo va a ir sobre ruedas. Quiero gozar, quiero follar con vosotros hasta que me hagáis gritar de placer, sentir vuestros besos, vuestras lenguas, vuestras manos y vuestras pollas. Quiero correrme entre vosotros hasta desmayarme y que vosotros lo hagáis conmigo. Esta noche soy vuestra, de los dos. Y lo último que quiero son discusiones y malos rollos, ¿lo habéis entendido? Necesito saber si podemos estar los tres juntos y pasarlo tan bien como espero. Es muy importante para mí.

Lo dijo de forma tan imperativa que los dos hombres no pudieron más que asentir con un casi inaudible “de acuerdo”. Natalia dio por buena la aceptación de ambos y decidió que la sesión iba a empezar. Entonces se acercó a Jorge para hablarle al oído.

-Jorge, no te lo tomes a mal, pero siendo nuestro invitado creo que lo correcto es que empiece por atenderle a él primero, ¿te parece? –le dijo antes de besarle.

A Jorge lo que le parecía es que todo esto era una gran mierda. De todas las jugarretas que Natalia le había hecho en su vida, que eran muchas, ésta sin duda era la peor. Ver a Alberto de pie, en una esquina de la habitación, preparado para follarse a Natalia delante de sus narices, le sacaba de quicio. Pero también sabía que si no se avenía a los deseos de ella su relación podía acabar mal, después de todo lo que habían hablado. Así que no le quedó más remedio que aceptar su propuesta, tragar y autoimponerse el ser un mero espectador hasta que Natalia le diese permiso para intervenir. En definitiva, muy a su pesar asumió que iba a ser el segundo plato de la noche.

Natalia cruzó la habitación y con mal disimulados nervios se aproximó a Alberto hasta quedar a escasos centímetros de él. Después de dar un profundo suspiro, con gran delicadez empezó a darle pequeños besitos por el cuello, acercándose a su boca, mientras le iba desabrochando con parsimonia los botones de su camisa hasta quitársela. Continuó con sus besos, que progresivamente se fueron convirtiendo en intensos y húmedos morreos. Alberto intentó abrazarla pero ella se lo impidió.

-Todavía no –le dijo con una mirada golosa, mientras repasaba su torso con las manos-, quiero ver tranquila lo que me voy a follar esta noche. Ahora desnúdame –le ordenó.

Alberto llevó sus manos tras la espalda de ella hasta encontrar la cremallera del vestido y la bajó lentamente hasta el final. Entonces estiró de él con suavidad, empezando a desnudarla. A medida que lo hacía, los magníficos pechos de Natalia, grandes y firmes, fueron apareciendo, apenas cubiertos por un sugerente sujetador de encaje negro. El vestido fue descendiendo, mostrando primero un vientre plano y poco después unas pequeñas braguitas a juego con el sujetador. Alberto se agachó, las tomó por sus costados y las fue deslizando poco a poco por sus piernas hasta quitárselas. Mientras lo hacía, Natalia fue desabrochando coquetamente el sujetador y lo dejó caer, liberando sus pechos que quedaron majestuosamente ofrecidos. Todavía arrodillado, Alberto la observó por fin desnuda y se quedó embobado frente a aquella mujer perfecta. Nunca había visto nada tan hermoso. La belleza y sensualidad de su rostro, esos ojos verdes que le hipnotizaban, sus carnosos labios medio abiertos… y aquel cuerpo desnudo, maravilloso… Todo superaba con creces a como él la había soñado. Alberto sintió que se le iba a parar el corazón ante aquella imagen que nunca olvidaría. Natalia se sentía orgullosa a la vez que excitada, viéndolo así, entregado a sus pies. A pocos metros, Jorge miraba con una incipiente amargura aquella escena.

Natalia hizo levantar a Alberto y lo rodeó abrazándole por la espalda, provocando el máximo contacto entre piel y piel. Alberto, al sentirla, no pudo reprimir un escalofrío de gusto. Notaba los excitados pezones de ella clavados en él. Sólo con aquella sensación, Alberto no pudo evitar su primer gemido. Natalia empezó a acariciarle los hombros, pasando después por su pecho y su vientre, disfrutando de lo fibroso que estaba. Poco a poco, su mano fue colándose dentro del pantalón hasta alcanzar su polla, que agarró con ganas. Natalia sonrió satisfecha, era justo lo que quería, otra verga grande y fuerte para ella.

Alberto ya no podía contener más sus ansias de poseerla. Se separó un instante de ella, acabó de desnudarse en un santiamén y volvió directo a abrazarla. Necesitaba sentir la calidez de su piel, sus pechos contra el suyo, invadir su boca con la suya. Esta vez Natalia sí se lo permitió, acabando ambos enroscados en un sensual abrazo.

-Eres lo más bello de este mundo, no sabes cómo te deseo –le confesó Alberto al oído, excitado.

-Esas son las palabras que esperaba oír de ti –le respondió ella mimosa- y por ello tendrás tu premio.

Restregando sus pechos por el torso de Alberto, Natalia fue descendiendo hasta arrodillarse y situarse frente a aquella verga erecta. Sin dejar de mirarle a los ojos, empezó a acariciarla con una mano mientras con la otra sobaba sus testículos. El sentir aquel primer contacto de Natalia sobre su sexo supuso para Alberto una sensación sublime. Verla así, desnuda, agachada frente a él, con sus clavados en los suyos y sus manos dándole un placer infinito, Alberto se sentía a las puertas del cielo. Y en el cielo entró cuando poco después, estando ya su polla al máximo esplendor, Natalia, con una delicadeza infinita, abrió sus labios y la introdujo profundamente en su boca. Inició una mamada suave, saboreando y ensalivando, metiendo y sacando, marcando ella el ritmo. Sentir su calor y su humedad, sus labios rodeando su polla, supuso tal impacto para Alberto que casi le fallan las piernas.

Natalia estaba disfrutando, mucho. Ya no tenía los nervios del principio, se sentía desinhibida para poder gozar del cuerpo de Alberto y hacerle gozar a él. Le gustaba ese hombre, tan parecido en lo físico a su amado. “¡Hasta se parece a su polla!” se dijo pensando en Jorge, lo que por un momento la hizo sonreír. Pero la sonrisa le duró poco. Al decir mentalmente su nombre se dio cuenta de que en todo el rato no se había acordado de él, en lo mal que seguro lo estaría pasando. Tan enfrascada estaba mimando a Alberto que ni una mirada le había dedicado. Su cuerpo, su sensualidad, su mente, todo le estaba siendo dedicado a otro, sin que él se opusiese. Se sintió mal y miró de reojo a Jorge para ver cómo estaba. Y el diagnóstico no fue bueno. Inmóvil, con la mirada ida y apretando sus manos, era obvio que se sentía abatido al verla entregada de aquella forma. Ahora se daba cuenta de que probablemente había cometido un gran error con lo que estaba haciendo. Y se sintió mal.

Alberto, ajeno a los nubarrones que volaban por la mente de Natalia, seguía disfrutando de la maravillosa mamada que ésta, aunque ahora de manera menos intensa, le estaba dando. Excitado como un toro, empezó progresivamente a mover su cadera adelante y atrás para incrementar la profundidad de las penetraciones. Poco a poco, la delicada felación con la que empezó Natalia, se estaba convirtiendo en una auténtica follada de boca. Pero Natalia no se quejaba, en aquel momento tenía otras preocupaciones que la agobiaban más. Medio girada, miraba inquieta a Jorge, mientras aquella polla invadía sin piedad su garganta. Aquello no iba bien. Tenía que arreglarlo y sabía cómo. Así que volvió a centrarse en Alberto con la intención de acelerar al máximo su corrida y después poder dedicarse a Jorge.

-¡Venga, cabrón, demuéstrame que te gusto de verdad! –le soltó a Alberto, mirándolo con cara de vicio.

-¡Te gusta fuerte, eh! –le respondió retándola, indicándole con un gesto que ocultase las manos tras su espalda.

-¡Fuerte y duro! A ver si eres capaz de dármelo. ¿O no te mereces mi boca? –dijo ella para provocarle.

Esas palabras espolearon a Alberto, que apoyando sus manos en la cabeza de Natalia para dirigirla empezó a forzar más las penetraciones orales. Al cabo de nada, la polla de Alberto ya desaparecía entera, una y otra vez, en la boca de Natalia, que hacía enormes esfuerzos por contener sus arcadas. En los momentos en que él la sacaba, ella aprovechaba para decirle obscenidades y excitarlo todavía más, buscando su corrida con urgencia. Alberto le enterraba la polla hasta sentir que la naricilla de Natalia rozaba su vientre. Los jadeos del hombre eran constantes pero no se corría, estaba demostrando un aguante enorme. Aquello duraba y duraba. Al final, Natalia no pudo evitar excitarse con aquella lujuriosa situación. De manera inconsciente, empezó a masturbarse con una mano mientras con la otra se restregaba con ansia los pechos. Quería sentir la polla de Jorge bien adentro, notar cómo era dominada para su placer. Saber que él se derretía por tenerla a ella sometida de esa manera la excitaba enormemente. Los movimientos de ambos eran cada vez más fuertes. Él empujaba, ella tragaba mientras se masturbaba con desesperación. Hacía rato que Jorge había vuelto a desaparecer de su mente. En la habitación todo eran gemidos y jadeos, ruidos de carne contra carne, de deseo a punto de explotar. Alberto ya no aguantaba más, iba a correrse. Fijando su mirada en la boca de Natalia, apretó con fuerza la cabeza de ella contra su pubis y se corrió como una bestia, con su polla enterrada en lo más profundo de su garganta. Alberto no se quería perder aquel momento, quería fijarlo para siempre sus retinas. Quería ver a aquella belleza desnuda, sudorosa, tragándose toda su corrida sin pestañear. Al sentirlo, Natalia, desbordada de placer, aceleró su frenético masaje sobre el clítoris hasta alcanzar un orgasmo demoledor, que la dejó atontada recibiendo dócil los últimos trallazos de Alberto en su interior. Instantes después, cuando ambos empezaban a recuperarse, Alberto se agachó, levantó a Natalia, la abrazó con fuerza y se enroscaron en un húmedo beso.

-Ahora te voy a comer yo a ti –le dijo Alberto al oído a Natalia, mientras la tomaba en brazos con la intención de llevarla a la cama y darle allí una apoteósica comida de coño.

Pero Natalia, ya más serena, de nuevo miró a Jorge y un enorme sentimiento de culpa la invadió. Y aunque se moría de ganas de aceptar la proposición de Alberto, sintió que debía rechazarla.

-No, por favor, ahora le toca a Jorge–le dijo acariciándole tiernamente en la mejilla-. Déjanos solos un rato, que quiero hablar con él, ¿te importa?

Algo frustrado pero entendiéndola, Alberto la obedeció y salió de la habitación. Una vez solos, Natalia, con un andar todavía trémulo por el reciente orgasmo, se acercó a Jorge y se arrodilló junto a él.

-¿Cómo estás, cariño? ¿Todo bien? –le dijo sin notar que un hilillo de semen caía por la comisura de su boca.

Morgatius.

P.D. El desenlace de esta historia, en breve.