Caricias secretas (Parte II)

Su deseo la obliga a quedarse despierta una noche y amar su cuerpo, mientras en la oscuridad su hermano la observa.

Lo sentía en todas partes. En sus piernas, en su trasero, su vagina clamaba por él. No sabía quién era. Le robaba suspiros al dormir.

¿Era un sueño? Algo demasiado real... ¿Podía ser parte de su imaginación?

Lo sentía allí cada noche, acariciado su cuerpo, soñaba con la forma de sus labios haciendo presión en lugares privados. Aunque nunca sucedía, su tacto no iba más allá de un simple frote con sus manos o cuerpo, pero nunca intensificaba su arrebato. No le calmaba la necesidad, su orgasmo contenido no era nada comparado con todo lo que quería sentir.

Esa noche había decidido no tomar su usual pastilla para dormir, estaba de ánimos para terminar lo que el chico de sus sueños nunca hacía. Se deshizo de su ropa de diario como cada noche y se deslizó dentro de sus sábanas, al estar refugiada allí decidió apagar la lámpara, era la única luz que quedaba y le resultaba más placentero intentarlo en las penumbras de la noche.

Rozó su parte más sensible con su palma y cerró las piernas apretando su roque para jadear en deseo contenido. No lograba entender cómo era posible tener tantas ganas de hacerlo con alguien que sólo existía en su mente. Meció sus caderas contra su palma y entonces con sus ojos cerrados lo supo. No estaba sola, había alguien allí, la estaban observando en silencio.

Lejos de sentirse intimidada, el hecho de que su amante fuera real le impulsó a destaparse y continuar con su juego a la vista de su observador. Abrió sus piernas y recorrió su feminidad con dedos hábiles. Jugó con su clítoris retorciéndose de placer y sus fluidos besaron sus dedos, la viscosidad de su deseo ayudaba a esparcir sensaciones al resto de su vagina. Necesitaba que su amante entrara en ella, pero sabía que no debía decir nada o de lo contrario él huiría y el morbo que le daba la sensación de ser observada le daba el empujón que necesitaba para caer en un pozo de éxtasis. El orgasmo la golpeó tan duro que gimió al aire sin importarle quién pudiera oírla. Sintió que una sola vez no había sido suficiente para quedarse satisfecha, a pesar de la sensibilidad de su vagina siguió moviendo sus manos con frenesí, nuevamente la calidez se instaló en su estómago bajo, jadeaba sin control, su boca se encontraba abierta y sus ojos cerrados se iban para atrás gozando mientras su mente la guiaba a sus deseos más candentes, imaginaba que esas no eran sus manos sino las de él. Introdujo su dedo medio y no sintiéndolo suficiente otros dos dedos se unieron a la fiesta. Gimió pensando en un muchacho sin rostro que arremetía contra ella sin piedad, se dejó ir una vez más cerrando las piernas, apretando fuerte y temblando.

Juró haber oído un jadeo y supo que no había sido la única en encontrar su liberación.

—No sé quién eres. pero realmente no me importa, te necesito aquí, dentro de mí —susurró anhelante al aire.

No supo si él la escuchó.

Pero de pronto apareció bajo la luz que manaba de la ventana, su cuerpo desnudo brillando y su masculinidad marcada en una gran erección.

Su sorpresa fue grande al ver a Mateo. Pero no lo sentía su hermano en ese momento, estaba tan hermoso y la casi inexistente conexión familiar la incitó a abrir más sus piernas y acariciarse de manera sugerente.

Lo quería y no le importaba quién fuera, de hecho en lo más recóndito de su ser adoraba el hecho de que fuera él. Su atractivo era fatal y viendo su tamaño ardía en deseos de tomarlo como suyo.