Caricias secretas (Parte I)

Un hermano muy sucio se aprovecha de su hermanita mientras duerme.

Otra noche más.

Otra noche siendo atraído por su aroma irresistible, otra noche acechando en la oscuridad en aquella habitación impregnada de su fragancia. Sus piernas desnudas brillando a la luz de la luna, sus pechos sobresaliendo de su manta. Su cuerpo, que sabía que se encontraba desnudo bajo aquella tela blanca que la rodeaba. Sabía lo enfermo que era aquello, ella era mi hermanita. Si bien tenía dieciocho seguía siendo mi hermana menor. Mi familia.

Pero no podía resistirme, no la había visto por once años, la última vez que había compartido un momento familiar con ella tenía tan sólo séis, y lo que mas me llamaba la atención de su cuerpo eran sus dientes, o mejor dicho la falta de ellos. Pero estaba devuelta, después de haber pasado demasiados años viviendo con mi madre, que he de comentar no es la suya, en otra ciudad. Papá estaba enfermo, aunque yo me sentía aún peor que él al sentir todo ese revoltijo de emociones y hormonas por alguien con mi apellido y sangre.

Cada noche desde que se me había ocurrido pasarme por su habitación por casualidad en una ocasión y había descubierto su adicción por dormir sin ropa, me iba allí a contemplarla... o quizá no sólo a eso. Ella utilizaba pastillas para dormir, la dejaban en un total K.O. por toda la noche.

Revisé su respiración acompasada, asegurandome de su inconsciencia y entonces cometí mi peor pecado... una vez más.

Tomé su sábana y lentamente la retiré de su cuerpo, sus magníficos pechos se dejaron ver completamente y mi boca se hizo agua con tan solo imaginarme lamiendo y chupando sus pezones erectos. Cuando destapé su feminidad pude ver cómo la cubría una ínfima tanga gris de encaje. A veces oensaba que ella los utilizaba para seducirme pero luego me recordaba lo cerdo que era y que lo que le hacía ella no lo sabía.

Mi respiración comenzaba a agitarse, la observé sin emitir ningún movimiento por un momento y entonces no pude contenerme más y dispuse a comenzar con mi deleite.

Pasé mis manos por debajo de su cuerpo hasta llegar a sus nalgas sin un ápice de miedo, apreté ligeramente notando mi respiración incontrolable. La giré dejándola boca abajo y separé sus piernas para tener mejor acceso, subí sobre su cama como un gato e hinqué mis rodillas a cada lado de sus tobillos, me fuí arrastrando poco a poco hasta que mi pélvis conectó con sus nalgas, un jadeo se me escapó. Yo mantenía mis boxers y ella su tanga, pero la sensación se volvía cada vez más intensa, comencé un vaivén de movimientos sobre su entrada y sus nalgas, sintiendome crecer entre cada embestida, mi ropa interior se sintió húmeda de pronto y no supe si el líquido que lo empapaba me pertenecía a mí o a ella, los fluidos de mi hermanita eran una cosa hermosa y candente, fácil de avivar o al menos a mí se me hacía sensillo hacerlo, crecí al máximo y entonces sentí como si estuviera introduciendo mi pene dentro de ella, de hecho lo hacía ligeramente, su tanga se metía dentro de su vagina y se mojaba cada vez mas, lo noté al llevar mis manos a la parte baja de sus nalgas para separarlas un poco más, mis dedos se sintieron calientes y la viscosidad se hizo notar. Al instante me separé un poco para poder bajar su ropa interior, no toqué la mía. Pasé mis dedos por sus pliegues y su humedad no me sorprendió, Evey era muy receptiva, froté, apreté y pellizqué sin demasiada fuerza, lo suficiente para dar placer. Y al final hundí mi dedo corazón en su interior y comencé una embestida rápida y fuerte, ella se acaloraba y movía ligeramente sus caderas entre sueños. Al dedo corazón le acompañaron el índice y el anular, pero a un ritmo más tranquilo. Sentí su jugo chorrear y solo entonces la solté, llevé mis dedos hasta mi boca y sentí su sabor, aquellas caricias secretas me daban vida y su sabor era un elixir delicioso.

Volví a acercarme para frotarme contra ella con mi ropa aún puesta, la embestí con lentitud pero con precisión. Me encantaba sentirla, su calor, su humedad, su voluptuosidad. Mis estocadas iban cada vez más profundas y tenues gruñidos se escapaban de mis labios. Recorrí con mis manos la longitúd de su espalda femenina y jadee al sentir como mi orgasmo chocaba con tanto ímpetu contra sus nalgas.

Que Dios me perdonara pero mi hermanita me calentaba demasiado.