Caricias robadas
Una breve y anónima historia de metro
Un día cualquiera de mayo.
Un chico sube a un tren de metro de los antiguos, el aire acondicionado está apagado, afortunadamente no hay mucha gente, la suerte dura poco, en la siguiente parada el tren se llena, quedando apretujado con su bolsa de deporte en uno de los rincones del vagón. Pese a lo incómodo de la situación, se concentra en la lectura y la música, que nota a nota, frase a frase, le ayudan a relajarse.
Las prisas de la vida moderna le han llevado a hacer la bolsa de deporte deprisa esta mañana, metiendo lo primero que encontraba a mano, por lo que ahora, al salir del gimnasio va sin ropa interior, un pantalón de chandal con la cintura elástica desgastada y una pequeña camiseta de tirantes.
Va muy concentrado en lo suyo, tanto que no se ha dado cuenta que tiene el pantalón bastante caído.
El calor y la aglomeración le hacen sudar, debilitan su concentración que se pierde definitivamente cuando es consciente de que alguien le está acariando la raja del culo, lenta, delicadamente, a penas un roce, tan leve es el contacto, que no cree que esté pasando. Poco a poco su respiración se va volviendo más superficial, cercana al más suave de los gemidos.
Levanta la mirada y ve como las puertas se abren una vez más, esta es su estación, pero está paralizado, no oye la música, no ve las caras de tedio y astío de los demás pasajeros atrapados en su rutina, solo puede sentir las caricias.
Las estaciones se suceden una tras otra, enganchado en el placentero trance que le proporciona ese travieso dedo, deseando, suplicando en su fuero interno que llegue un poquito más abajo.
Cuando ha reunido el valor necesario para volverse, bruscamente le sube el pantalón mientras se abren las puertas de este lado del vagón. Se gira y busca entre la multitud, encontrando unos ojos que le devuelven la mirada...
Se cierran las puertas y el tren se pone en marcha de nuevo.