Caravana (1)

Dividido en 4 cortas partes, os cuento como inicié a mi hijo en el sexo. Experiencia inigualable que aconsejo a los no acomplejados.

Yo lo hice con mi hijo.. sin complejos.

1 PARTE

Hacía tiempo que mi marido se había marchado con "su amiga". Eso fue hace un año aproximadamente y desde entonces no habíamos sabido de él para nada. Ni siquiera se interesa por su hijo, que ahora tiene ya 16 años.

Yo sabía salía con otra desde hacía tiempo, pero la verdad es que no me importaba mucho. Yo tengo un trabajo agradable y, aunque no está muy buen remunerado, no me dá complicaciones y es cómodo, así como un horario que me concede bastante tiempo libre para mi hijo y para mí, pues salgo a las 5 de la tarde del trabajo.

Vivo desde entonces en una roulotte, ya que el banco ejecutó una hipoteca que tenía nuestro piso en la ciudad y, a decir verdad, tampoco este asunto había supuesto un trauma para mí. Cuando te acostumbras, significa que tienes que trabajar mucho menos y es mucho mas cómodo vivir con lo necesario prescindiendo de tanto trasto inútil como hay en una casa.

Creo que todo lo dí por bueno cuando se marchó el impresentable de mi ex. Esta situación me permite disponer de casi todo mi sueldo para nuestros gastos, sin que la casa nos suponga una carga insoportable que no podríamos pagar, por otra parte, tampoco recibo nada del padre de mi hijo, así es que es mejor reducir los gastos en lo posible.

Tenía suficiente para pagar los estudios de mi hijo, que aún estaba en el Instituto y en dos o tres años, comenzaría la Universidad, algo que también podría pagar si iba a la Universidad Publica.

Yo vivía cómoda en mi situación actual y aún no me había planteado reconsiderar

mi situación buscando una nueva pareja. Todo lo que quería, lo tenía ahora, la paz y tranquilidad que no había tenido nunca antes.

No puedo negar que la intimidad que se tiene en una roulotte no es la misma que un apartamento convencional, pero se puede vivir con cierta comodidad, sobre todo si se afronta la vida con una perspectiva positiva.

La roulotte disponía de una cama suficientemente grande para matrimonio y otra cama también grande, que se armaba a partir de dos sofás situados uno frente a otro y la mesa de su centro. Se transformaba por la noche para dormir.

Por lo demás, contábamos con un baño pequeño, una cocina también pequeña y un armario algo mas grande para nuestra ropa. La intimidad es muy alta en estas condiciones, máxime cuando no existen puertas de separación entre las diversas dependencias de la casa. En familia, todo es asumible, pero no es posible la convivencia con terceros en estas condiciones. No había problema, pues no era nuestro caso.

Cuando nos cambiamos o duchamos, o yo me depilaba, no es planteable la intimidad personal, pero llevado con discreción, tampoco constituye ningún problema para nosotros, aunque es inevitable el vernos en paños menores, incluso observar como algunas miradas indiscretas, -por ambas partes, no puedo por menos que admitirlo- son tambien inevitables.

Yo he seguido muy de cerca el desarrollo de mi hijo y le conozco a la perfección, sintiendo sobre mi cuerpo su mirada, aunque no le esté viendo. Esta curiosidad nunca me pareció anormal, sino todo lo contrario. Es una manifestación de su desarrollo sexual, de su incipiente madurez, su afán de conocer todas las facetas de su entorno, social, cultural.. etc. Es, en resumen, el motor que mueve la evolución de la sociedad: la curiosidad por todo lo que nos rodea hasta que desvelamos su misterio. Esa es su actitud. Por otra parte, nunca pasó de ahí la cuestión, es decir, el mirar mi entrepierna, mi escote, cuando me agacho el trasero, incluso darme algún de otro azote cariñoso en el trasero -costumbre que parece haber heredado de su padre- y poco mas.

Yo, por mi parte, si me encontraba algo mas preocupada con mi actitud ante su desarrollo físico. Me impresionaba el cuerpo atlético que estaba desarrollando y su abultado "paquete" bajo el calzoncillo o el bañador a sus escasos 15 años. Trataba de observarle con cierto morbo y descubrir su "secreto" y ciertamente me preocupaba este malsano interés, más cuando me sentía algo necesitada de gozar nuevamente del sexo después de tanto tiempo, pues desde mucho antes de mi separación, ya no manteníamos relaciones mi esposo y yo.

Temía cometer algún desliz que me pusiese en evidencia ante mi hijo: ¡Qué pensaría de su madre!!. Me avergonzaba terriblemente esta posibilidad.

El verano pasado, cuando el calor comenzaba a obligarnos a aligerar nuestro atuendo, yo solía llegar a casa y vestirme con un sencillo camisón corto y tan solo una braguita debajo. Mi hijo solía esperarme en la piscina del camping bañándose con los amigos y en bañador pasaba casi todo el día, cambiando éste por un pantalón corto de pijama para dormir. El solía comprar o preparar algo ligero para comer y me gustaba dormir después de la comida, un ratito, para después, ir también a la piscina, pues es la diversión mas barata que teníamos a nuestro alcance. Yo solía ponerme un bikini muy pequeño, pues he de confesar que soy muy coqueta y me gusta aún que me miren los hombres, he de admitirlo, aunque qué mujer no gusta de esto?.

Mi hijo también era un admirador de su madre, piropeándome casi a diario. Yo le correspondía en justa reciprocidad y en el convencimiento de que no había ningún chico mas atractivo en la piscina. Solíamos jugar en el agua todos los días y se propiciaban unos tocamientos que yo debo admitir que me excitaban en extremo. No me atrevo a decir que a mi hijo también en aquel momento, pero yo disfrutaba enormemente cuando él tocaba todo mi cuerpo y yo el de él. No puedo negar que observaba en él cierta complacencia con mis manoseos mas que provocativos, pero él reía y reproducía mis actos sobre mi cuerpo.

Yo, a partir de aquellas experiencias completamente nuevas para mí y que no sabían si respondían a una relación normal entre madre e hijo o no, observaba a mi hijo con mayor detenimiento y curiosidad, tratando de percibir en él, algún signo de provocación o exceso de libertad conmigo que pudieran darme respuesta a la verdadera naturaleza de la relación que se estaba desarrollando entre nosotros y si todo respondía a una mala apreciación mía, a un desenfoque de nuestra intimidad provocada por mis propias carencias sexuales y de las que mi hijo era completamente ajeno.

En éste sentido yo sí apreciaba -o me lo parecía a mí- un cierto grado de exhibicionismo por su parte, mostrando su gran musculatura en desarrollo o incluso su abultada entrepierna, y debo confesar que con lo que a mi me parecía tambíen, cierto aire provocador. Yo, evidentemente, no mostraba el menor interés aparente, aunque mostraba esa admiración que tanto les gusta a los adolescentes que les dispensen, aunque sea su madre y la objetividad quede en entredicho. En lo que a mí toca, no puedo negar que mi excitación era muy alta, sobre todo cuando alardeando de su enorme fuerza muscular, me cogía en sus brazos o me le levantaba a pulso y no digamos cuando, mostrando sus habilidades en la lucha, conseguía inmovilizarme en la cama y mostrarme que ya no era capaz de dominarle yo a él como cuando era un niño. En fin, yo disfrutaba mucho de estas experiencias y las propiciaba, provocándole o invitándole a exhibirlas ante mí en ocasiones y cuando yo, previamente, me había vestido adecuadamente para la ocasión. Solía cambiarme al llegar a casa y ponerme mi habitual camisón semi-transparente y una braguita algo provocativa. Nuestros contactos físicos, en esos momentos, eran del todo sensitivos y excitantes hasta el escalofrío. Yo me veía jugando con fuego y no era capaz de pararlo. El, o no lo percibía como yo, o jugaba a lo mismo.

En una ocasión, consiguió atraparme bajo su cuerpo y con intención o sin ella, no lo sé, consiguió situar sus genitales sobre los míos, y, con el forcejeo que yo misma provocaba en forma de rozamientos descarados, debo confesar que en los escasos dos o tres minutos que duró la situación y con unas sonoras carcajadas por su parte, yo alcancé un semiorgasmo maravilloso y, aunque no pude ocultar mi turbación que le llamó la atención a mi hijo, me excusé diciendo que me había hecho daño, ocultando los inevitables espasmos del mismo en forma de gestos de dolor. El se apartó de inmediato no pude evitar ver claramente que su pene sufría de una erección bien visible a través de su bañador, que en este caso era del tipo de los grandes con pata, pasando yo al baño a completar una masturbación atroz. Conseguí otro orgasmo increíble en el baño.

Mi hijo, preocupado y casi estoy segura que ignorante de mi experiencia, no dejaba de llamar a la puerta del baño solicitando información sobre mi estado.

Al fin y ya mas calmada, salí y le tranquilicé, diciéndole que me había hecho daño en el vientre y no tenía el caso mayor interés.

Esa, reconozco, fue una primera experiencia plena con mi hijo pero sin su participación voluntaria o activa.

Aquello no me sirvió mas que de acicate para intentar otras aventuras mas atrevidas.