Cara oculta de una madre cachonda. Cap. 1

Prólogo. O cómo la casualidad me permite descubrir una faceta desconocida y hasta impensable en mi madre.

Cara oculta de una madre cachonda. Cap. 1

Antes de iniciar este relato permitidme una reflexión sobre lo importantes que son las casualidades en nuestras vidas. Las cosas importantes seguramente todos tratamos de planearlas o de controlarlas de algún modo, pero incluso en ese terreno la casualidad, o la suerte, si se quiere decir así, tiene un enorme papel. Lo mismo ocurre en lo que tiene que ver con las relaciones personales: nos encontramos a nuestros mejores amigos por casualidad, porque el azar quiso que fuéramos a la misma clase o al mismo gimnasio, y lo mismo con nuestra novia o pareja; entramos en un bar sin ningún motivo más que el de tomar una copa con nuestros amigos y allí está la que luego puede que sea la mujer de nuestra vida, y por casualidad nos miramos, nos gustamos y acabamos compartiendo nuestra vida. Hago esta reflexión porque en la historia que voy a contar el desencadenante es la pura casualidad, el hecho de estar en un momento concreto en un lugar determinado sin mayor motivo que la casualidad o que el puro azar. Y es esa casualidad la que hace que se concatenen una serie de circunstancias para que se produzca un resultado o se dé una situación que de haber variado algún pequeño detalle, como cruzar una calle por un determinado sitio o haber salido de trabajar cinco minutos más tarde, nunca se hubiera producido.

Después de este rollete, y ya para presentarme, os diré que me llamo Guillermo, que tengo 23 años; he empezado a trabajar hace poco, tras acabar mi licenciatura en la universidad y vivo con mis padres aunque estoy buscando casa para independizarme. En lo que tiene que ver con el sexo, además de tener una vida sexual razonablemente normal con mi novia, debo reconocer que siempre me han gustado las mujeres maduritas, las cuarentonas, las cincuentonas y hasta la sesentonas si están buenorras y macizas. Sin embargo nunca había tenido ningún “affaire” sexual con ninguna madurita aunque sí que me fijaba mucho y hasta fantaseaba con algunas de las que conocía, sobre todo con algunas amigas de mi madre, quizá simplemente por ser estas las maduritas que me resultaban más cercanas. Con estos antecedentes y el impagable papel de la casualidad que antes comentaba, es como se gestó la aventura que me dispongo a contaros.

Todo se inició una tarde en la que había salido del trabajo a mediodía sin que tuviera que volver a la tarde pues en mi empresa tenían lugar unas acciones de formación de las que yo estaba exento pues versaban sobre una materia en la que yo ya tenía hechos varios cursos previos. Como tenía tiempo libre, antes de ir a mi casa dando un paseo, decidí pasarme por alguna tienda de ropa del centro de la ciudad pues hacía semanas que tenía intención de renovar algo mi vestuario. Fue así como me encontré por casualidad con Martina, una amiga de mi madre, junto a una parada de autobús. La saludé y ella reaccionó de forma un tanto nerviosa y desconcertada a la vez que murmuraba una especie de disculpa para irse cuanto antes y así lo hizo desapareciendo de mi vista en un abrir y cerrar de ojos. Su actitud me sorprendió pues de hecho esta amiga de mi madre es muy abierta y simpática y siempre ha tenido muy buena relación conmigo. Lo extraño de su comportamiento, tan huidizo y esquivo, picó mi curiosidad y casi sin pensarlo comencé a caminar siguiendo la calle por la que ella se había ido.

A los pocos minutos la divisé a lo lejos. Caminaba deprisa y de vez en

cuando miraba hacia atrás como con inquietud. Esta actitud me intrigó aún más y decidí seguirla por la otra acera, de modo que ella no viera que yo la estaba siguiendo. Poco después, y tras dar varias vueltas a la manzana, se detuvo ante una cafetería y empezó a mirar nerviosamente a uno y otro lado. Así estuvo un par de minutos en los que mi intriga fue creciendo por momentos mientras yo la observaba desde la acera de enfrente a cubierto resguardado por una enorme furgoneta de reparto.

Instantes después, y para que mi sorpresa fuera ya completa, apareció mi madre. Ambas hablaron brevemente y enseguida entraron en la cafetería. Yo estaba tan intrigado y sentía tal curiosidad que decidí entrar en aquel bar para tratar de averiguar a qué se debía aquella actitud tan esquiva y casi clandestina de la amiga de mi madre. También me sorprendía la presencia de ambas en aquella zona de la ciudad, bastante alejada de nuestro barrio y quise saber a qué se debía que ambas parecieran haber quedado citadas allí en lugar de verse en la casa de cualquiera de las dos, como solían hacer a menudo, o en una cafetería de nuestro barrio que les quedara más cerca. El establecimiento en el que ambas habían entrado resultó ser una de esas cafeterías grandes y con decoración un tanto antigua pero acogedora; en ella las mesas de madera estaban como en reservados, separadas por biombos también de madera. Pude ver el apartado que ocupaban mi madre y Martina sin que ellas me vieran a mí. Afortunadamente el contiguo estaba libre así que me senté, pedí una consumición y traté de afinar el oído. Entonces pude oír a Martina decir lo siguiente:

-Chica, me he encontrado con tu hijo y qué nervios. Creí que nos iba a descubrir. La verdad es que todo esto me pone un poco nerviosa. Debe ser que no estoy nada acostumbrada a ponerle los cuernos a mi marido.

Aquello desde luego era una revelación como para interesarme al máximo. Mi madre y su amiga Martina tenían una movida clandestina y además relacionada nada menos que con cuernos. Más interesante no podía ser y la vez casi increíble porque yo nunca hubiera pensado que la aparentemente conservadora amiga de mi madre, de la que yo tenía una imagen de lo más apocada y hasta mojigata en cuestiones de sexo, al parecer le ponía unos buenos cuernos a su marido, nada más y nada menos. Y ya para rematar el pastel allí estaba mi madre, que sin duda algún papel tendría en todo aquel asunto. Mi madre tranquilizó a su amiga diciéndole que seguramente yo me habría ido sin pensar nada raro pues al fin y al cabo no la había visto haciendo nada inapropiado ni con ninguna persona.

-Estaría por aquí de compras porque hoy a la tarde no tenía que ir al trabajo y me dijo que pasaría por alguna tienda antes de ir al gimnasio. –Le explicaba mi madre.

No pude oír con claridad lo que seguían diciendo las dos mujeres aunque sí que de vez en cuando reían con ganas haciendo patente que ambas estaban cada vez más tranquilas y relajadas, sin que la amiga de mi madre pareciera ya preocupada por su fugaz encuentro conmigo. En estas estábamos cuando llegaron dos hombres de unos 40 años, bien vestidos, que tras pedir unos refrescos en la barra de la cafetería se dedicaron a echar un vistazo por varios de los compartimentos de la cafetería como si buscaran a alguien. Miraron en el que ocupaba yo y enseguida me pidieron disculpas diciendo que buscaban a alguien con quien habían quedado. Yo acepté sus disculpas con un gesto y acto seguido miraron en el reservado contiguo, el que ocupaban mi madre y su amiga Martina. No cupo entonces la menor duda de que era con ellas con quienes habían quedado aquel par de hombres pues las saludaron con calor y  se sentaron con mi ellas. Esto ya era demasiado y más cuando, como continuación de su saludo, uno de ellos dijo en voz baja pero que yo pude oír muy bien pues el murmullo de la cafetería en aquel momento era más bajo:

-¿Cómo está nuestro par de macizas cachondas?

-Pues eso; macizas y cachondas. -Dijo mi madre riendo y con un desparpajo que yo nunca hubiera imaginado en ella. Ellos continuaron piropeándolas mientras tomaban su consumición y ellas respondían con picardía y hasta con atrevimiento a los comentarios y encendidos piropos de los dos hombres. Tras un rato de animada conversación uno de los hombres dijo:

-Bueno, chicas, ¿creéis que hoy tendremos oportunidad de estar un poco más cómodos en otro sitio que no sea esta cafetería?

-Por nosotras encantadas –respondió mi madre visiblemente satisfecha con la propuesta de aquellos hombres

-Nosotros hoy tenemos las casas ocupadas, así que habíamos pensado en ir a un hotel a las afueras o así.

-Mi casa está libre toda la tarde; -replicó mi madre-. Y creo que eso es más discreto, aunque parezca mentira, que ir a un hotel. Vamos nosotras primero y unos minutos después vais vosotros; así nadie sospechará nada, mientras que si alguien conocido nos viera entrando en un hotel con vosotros... bueno, no quiero ni pensarlo. Mi casa estará libre hasta última hora de la tarde, que será cuando llegue mi hijo tras salir del gimnasio, así que tenemos más de tres horitas por delante; seguro que suficientes para entretenernos, ¿eh? –Concluyó mi madre con una risita coqueta y a la vez atrevida.

Yo estaba más que sorprendido, casi patidifuso tras estas revelaciones. Era del todo evidente que mi madre y su amiga tenían nada más y nada menos que una aventura extramatrimonial con aquellos dos señores. Era del todo impensable, increíble; pero no había la menor duda; era cierto. Mi madre le ponía los cuernos a su marido, a mi padre. Curiosamente esta certeza no me enfadó sino que, en cierta medida, me pareció casi aceptable y hasta cierto punto excitante; después de todo yo creo que soy bastante liberal en cuestiones de sexo y creo que el amor y el respeto por una persona, por una pareja, no tiene que conllevar necesariamente la obligatoriedad de no tener ninguna relación sexual con alguien más. Eso siempre lo he pensado respecto de mí y mi novia aunque no es que yo sea muy dado a ponerle los cuernos. Y si tenía esa idea respecto de mí mismo supongo que era por eso por lo que también me parecía aceptable que mi madre y su amiga pensaran lo mismo respecto a la fidelidad a sus maridos. Además, me resultaba especialmente excitante haber descubierto aquella faceta oculta de mi madre y su amiga, aquella dimensión secreta de ambas que las hacía aparecer ante mí como unas mujeres dispuestas a disfrutar de la vida y de los placeres de sexo con otros hombres que no fueran sus maridos. Era todo increíble, casi inconcebible en unas mujeres tan formales y serias como mi madre y su amiga, pero a la vez muy interesante y excitante.

Por los comentarios de aquellos hombres y por la réplica de mi madre ofreciendo nuestra casa para pasar un rato juntos, estaba claro que aquellos cuatro se disponían a pasar una buena tarde en plan sexual y además en mi casa y eso azuzaba mi curiosidad y despertaba mi excitación sobre todo por ser quienes eran las protagonistas femeninas de aquella aventura: nada menos que mi madre y su amiga Martina, por cierto, una jamona esta Martina a cuya salud yo ya me había cascado más de una paja y más de dos en honor a sus más que respetables tetazas.

Desde luego no quería perderme nada de lo que fuera a suceder entre aquellos cuatro, así que en cuanto pude, salí de la cafetería sin que me vieran y me dirigí rápidamente a mi casa para estar allí con antelación y convenientemente oculto dispuesto a ser testigo de todo lo que fuera a ocurrir. No quería dejar de observar ni un detalle de la presumible orgía que iba a tener lugar nada menos que en mi casa y con mi madre como una de las protagonistas estelares. Mientras me dirigía rápidamente hacia mi casa me iba percatando de curiosamente no me causaba ningún disgusto que mi madre fuera una zorrangona dispuesta a ponerle los cuernos a mi padre y a gozar como una golfa en compañía de su amiga Martina y de aquellos dos hombres. Más bien al contrario la idea de ver a mi madre en plan guarrota con aquellos dos me excitaba; incluso diría que me excitaba enormemente. Además la posibilidad de verle a Martina sus tremendas tetazas y follando con aquellos tíos también me ponía caliente perdido. Martina es una mujer bastante atractiva para mi gusto. Es bajita, como mi madre, tiene 50 años, uno menos que mi madre, y al igual que ésta es más bien rellena sin llegar a gorda. Lo que más destaca en ella son de todas formas sus tremendas tetas, grandes como campanas. Su cuerpo macizo y su gordo culo son aspectos que a muchos chicos de mi edad no gustan pero que a mí me excitan mucho en las mujeres.

Imaginarme a las dos mujeres en plena acción sexual me excitaba una barbaridad. Así que con una erección tremenda llegué a mi casa y me oculté en mi habitación a la espera de que llegara aquel cuarteto de calentorros. Esperaba que la fiestecita tuviera lugar en el salón porque así, con un poco de cuidado, podría verlo todo sin ser visto. En todo caso esperaba que estuvieran los cuatro juntos y que no se preocuparan de cerrar las puertas ya que si se iban cada pareja a una habitación o cerraban

las puertas no podría disfrutar del espectáculo al completo.

Al cuarto de hora de haber llegado yo llegaron mi madre y Martina.

-Chica, que caliente estoy. Entre lo de joder con estos guarros y estarle poniendo los cuernos a mi marido la verdad es que estoy excitada del todo. -Decía Martina empleando un lenguaje que yo nunca le había oído, claro.

-A mi me pasa lo mismo -respondió mi madre-. En vaya par de guarras nos estamos convirtiendo a nuestra edad... pero, qué narices; hay que darle gusto al cuerpo. Y más vale tarde que nunca. Si nos hemos pasado la vida siendo unas reprimidas ya es hora de disfrutar con estos cuerpos serranos. Yo cada día lo tengo más claro y de lo que me arrepiento es de no haber sido así de lanzada desde hace más tiempo.

-Claro que sí -apoyó Martina la idea-. Estos dos tienen razón. Cuanto más gocemos mejor para nosotras, y disfrutando así no hacemos daño a nadie, ¿no? Mientras nuestros maridos no se enteren, ojos que no ven...

-Y lo bien que lo pasamos... porque hija, yo cada día que estamos con estos lo paso mejor. Ya hasta disfruto chupándoles las pollas... que es algo que siempre me había dado un poco de asco, como sabes. La verdad es que cada día soy más guarra y más calentorra. Lo que nos hemos estado perdiendo hasta ahora... –Decía mi madre mientras soltaba una risita llena de excitación.

Yo alucinaba con aquellas confesiones y comentarios de mi madre y su amiga. Ambas, a las que yo creía unas señoras de lo más decentes y normales, eran unas golfas de cuidado y además estaban orgullosas de ello. Y a mí, para decir toda la verdad, no me parecía mal en absoluto.

-Qué suerte tuvimos -seguía mi madre- el día de aquel chaparrón de verano ¿eh? Nos mojamos tanto que las blusas que hasta el sujetador se nos trasparentaba del todo y estos dos se ofrecieron a taparnos con sus paraguas y luego nos trajeron en coche hasta casa. Los muy cabrones no dejaron pasar la oportunidad de echarnos unos piropos y mira.

-La verdad es que nosotras, que se nos veían hasta los pezones, se lo pusimos a huevo ¿eh? -apuntó Martina-. A mí me daba una vergüenza terrible pero también me gustaba que se fijen en lo que una tiene, ja, ja, ja.

-¿Qué íbamos a hacer? –Reía también mi madre recordando aquel incidente.- Pero estuvieron muy educados, simpáticos y picantes a la vez.

-Mira que entonces nos propusieron quedar a tomar algo otro día y no quisimos ¿eh?

-Pero cuando nos volvimos a encontrar con ellos dos días más tarde ya se lió todo. Yo creo que, aparte de lo calentorras que somos en el fondo, aceptamos porque ellos

estuvieron muy simpáticos y educados y porque también son casados ¿eh? Así, como a todos nos interesa ser discretos...

Para entonces yo ya tenía una visión completa de cómo se había gestado aquella aventura sexual en la que estaban metidas mi madre y su amiga Martina.

-Bueno, ¿qué te parece si nos desnudamos y recibimos a estos dos con trapitos de los que les gustan a ellos?

-Claro que sí, yo ya llevo puesta lencería de esa, de puta. -Dijo Martina riendo campechanamente.

-Yo también, así que venga, vamos a desvestirnos y recibirlos con esa lencería de golfa. Yo también llevo unas bragas de auténtica fulana, como les gusta a ellos. La verdad es que nos regalan cada trapito ¿eh? –Decía mi madre riendo divertida.

Entonces pude ver cómo Martina se quitaba la blusa y la falda dándome una nueva sorpresa, si es que era posible. Martina llevaba debajo de su ropa de calle un conjunto de lencería negro con breve puntilla roja, medias negras y un liguero. Esto se completaba con los zapatos de tacón. Tenía una pinta de puta que nada envidiaba a las de las ilustraciones de las revistas porno más cachondas. Y a mí desde luego, me puso a cien verla con aquellas pintas de furcia. Cuando aún no me había recuperado del shock de ver así a Martina, fue mi madre la que se empezó a desnudar. Cuando se quitó la blusa y la falda que llevaba lo que vi me dejó atónito una vez más. Mi madre, que estaba de espaldas hablando con Martina, lucía una braga negra tipo tanga cuya fina tira se escondía entre sus amplias nalgas dejando todo su espléndido culazo prácticamente al aire. Su sujetador también era negro pues las tiras y lo que se apreciaba desde atrás era de ese color. Al igual que Martina también llevaba medias, no pantys, y seguía con los zapatos puestos, de modo que sus bonitas y bien torneadas piernas enfundadas en aquellas medias resultaban aún más atractivas. Mi madre responde también al tipo de hembra jamona, maciza y rellenita sin ser gorda, y ahora, viéndola allí medio desnuda de espaldas a mí lo cierto es que me pareció atractivísima con aquellos muslazos recios enfundados en aquellas bonitas medias y con su tremendo culazo prácticamente desnudo pues lógicamente la braga tanga lo que no hacía precisamente era taparlo.

-Sí, desde luego menudos trapitos nos regalan estos dos ¿eh? -decía Martina-. Se nota que les gusta vernos echas unas putonas. Si me viera así mi marido...

-Es que estos quieren que además de ser unas zorronas de verdad, lo parezcamos.

Entonces ambas se sentaron en el sofá a charlar tranquilamente mientras esperaban la llegada de sus amantes. Al hacerlo pude ver que el sujetador negro que llevaba mi

madre era transparente y que sus bonitas tetas, incluidos sus pezones, se podían ver por completo bajo la fina tela dándole un aspecto muy excitante. Verle así las tetas, aunque fuera mi madre, o quizá precisamente por ello, me puso no sólo cachondo sino, definitivamente, al borde de la eyaculación.

-Pues chica, qué nerviosa me he puesto cuando me he encontrado con tu hijo antes en la calle... –Comentó Martina retomando el asunto de su fortuito encuentro conmigo.

-Bueno, no nos ha visto hacer nada raro ¿no? –la tranquilizó mi madre-. Otra cosa sería que nos viera ahora así. Si nos ve a las dos con estas pintas de puta sí que sería más complicado explicárselo, ja, ja, ja… -reía mi madre al parecer divertida con la perspectiva de que yo las descubriera y tuvieran que explicarme qué hacían con aquella indumentaria tan excitante sentadas en el sofá de mi casa.

-Tienes razón; es que debo estar un poco nerviosa porque me da un miedo terrible  que se entere alguien de este puterío que nos traemos, y al encontrarme con tu hijo justo cuando iba a la cafetería... Por cierto y hablando de tu hijo; si te soy sincera, y espero que no te moleste lo que te voy a decir, la verdad es que, sobre todo desde que somos tan cachondas, algunas veces he pensado en tu hijo... ya

sabes...

-¡No me digas! Así que te gustaría que mi hijo te metiera mano ¿eh, zorrona? -Dijo mi madre riendo divertida.

-Hombre, pues la verdad es que sí. Me pone muy cachonda pensar en que un jovencito como él ya sabes, que me toque, que me chupe... Bueno, Julia, que no te parezca mal ¿eh?

-¡Cómo me va a parecer mal, tonta! Pues ya sabes, lígatelo. Por mi no iba a haber ningún problema; todo lo contrario. Incluso, si estuviera en mi mano ayudarte, te aseguro que podrías contar con ello.

-Sí, como si fuera así de fácil.

-Mira, le podías haber dicho hoy que te acompañara, que íbamos a tener una fiestecita un poco verde. Le podías haber enseñado un poco de escote e igual se había animado... -Sugirió mi madre en plan de broma haciendo que ambas rieran divertidas.

-Sí, -respondió Martina riendo con ganas-. Podía haber venido él también a descubrir que su madre está hecha una buena zorra y que folla como una golfa con dos tíos...

Las dos reían divertidas y a mi verlas con aquellas pintas y hablando así de mí me excitó hasta ponerme la polla a reventar.

-Bueno, -dijo mi madre- la verdad es que si tú te lo llegas a ligar espero que me tengas al corriente, ¿eh?. Fíjate, Martina, que te digo que hasta me gustaría veros en acción. Me gustaría ver cómo reacciona mi hijo si te viera con las tetazas esas que tienes al aire. Seguro que babeaba el muy cabrito, que alguna vez ya me he fijado en cómo te las mira, ja, ja, ja…

-Me parece que estamos soñando las dos –respondió Martina riendo también todavía divertida.

-Sí, seguro que sí -afirmó mi madre-. Pero, ya sabes, si algún día te lo llegaras a ligar, zorrona, no dejes de decírmelo ¿eh? Ya te digo que me gustaría ver a mi hijo metiéndole el cipote entre las tetas a una zorra como tú. Igual es que me estoy volviendo demasiado viciosa pero me pone cachonda a mí también pensar en cosas así incluso de mi hijo.

Las dos volvieron a estallar en una estruendosa carcajada con la ocurrencia de mi madre y Martina, cuando se iba recuperando de la risa, le replicó.

-¡Pero mira que eres guarra, Julia; incluso a tu hijo quieres verle la polla! Seguro que si en vez de en la calle sólo conmigo se encuentra con las dos en la cafetería cuando estábamos con estos y descubre todo el pastel, hubieras sido capaz de decirle que viniera con nosotros también.

-Pues en ese caso hubiera sido la mejor solución ¿no? Si nos hubiera descubierto lo mejor hubiera sido reconocer la verdad. De esa manera habría una oportunidad de que él mantuviera nuestro secreto si por ejemplo tú le gustas y le apetece magrearte las tetas... Chica, al fin y al cabo mi hijo es un hombre y le atraerán unas tetas como las tuyas como a cualquier otro.

-¿Tú crees?

-¿Por qué no? Igual es un calentorro y se había animado a unirse a nuestro grupito para echarte un polvete, je, je… Además, a ti mira qué bien te hubiera venido, ya que te gusta tanto.

Las dos mujeres reían divertidas con aquellas ocurrencias mientras mi polla estaba literalmente al borde de la eyaculación mientras seguía escuchando su conversación.

-¿Tú crees de verdad podría ligarme a tu hijo? ¿Crees que es posible que sea también un viciosillo? –Insistía Martina queriendo cerciorarse de que mi madre estaba hablando en serio sobre aquella posibilidad.

-Si sale a su madre... –Replicó mi madre divertida.

-¿Y a ti, Julia? No me digas que a ti no te apetece tener un lío con algún chaval jovencito de estos...

-Pues si te digo la verdad, y esto que no salga de entre nosotras, me ha puesto muy caliente todo esto que hemos hablado sobre mi hijo en plan de jodienda. Seguro que tú, con lo calentorra que eres, me lo enviciabas pero bien... Y ya te digo, a mi no me importaría verlo, no.

-No, si tú hasta te lo tirarías-. Le contestó Martina a mi madre riendo.

-Hombre, -replicó ésta-. No digo tanto, pero si supiera que no se iba a tomar mal descubrir que su madre se ha hecho un poco golfa, no me importaría, ya te digo, verlo liado contigo llenándote bien el coño de polla mientras yo estoy con estos otros dos, por ejemplo. Sería una situación muy morbosa, desde luego. Compartir una sesión de jodienda con mi hijo. Uff, si es que se me empapa la almeja de sólo pensarlo.

Yo estaba alucinando y hasta se me pasó por la cabeza irrumpir en la sala diciéndoles que desde luego lo que más me apetecía era tirarme a Martina y ver a mi madre hecha una buena zorra, cosa que, por cierto, no sólo no me importaba sino que incluso me excitaba verdaderamente.

En aquel momento sonó el timbre y mis ideas sobre entrar de repente en la sala y presentarme ante las dos calientes mujeres se paralizaron a la espera de acontecimientos.

Continuará.