Cara de boludo

Con su cara de ingenuo, con su culo de escultura, con sus ganas locas de sexo, un vendedor adolescente se enamora de un cliente que siempre llegaba temprano.

A veces me veo en el espejo y me digo, es cierto lo que dicen por ahí, tengo cara de boludo (de huevón, de gilipollas, como dice mi amigo el gallego, de menso como decía el Chavo del 8). Tengo cara de bueno, de "buenazo", de tener el "si facil", cara de generoso, de manso, de honesto, rostro de tipo decente y noble En fin, tengo cara de boludo. Quizás mi cara sea fiel reflejo de mi alma o no. Pero eso si, no puedo negar que tengo cara de boludo.

Por lo bajo así me apodan mis compañeros de trabajo. Es posible que también los clientes, cuando no los escucho, me llamen asi. En mis ocupaciones soy muy dedicado, eficiente, prolijo, cumplidor, disciplinado. Pero siempre con esa misma cara de asombro, sorpresa, miedo, pudor. Cara de poquita cosa, de mosquito mal terminado. Cara de nada. Mis compañeros se burlan de mi, porque casi no tengo una vida fuera del trabajo, dicen que nací con este guardapolvos gris y el lápiz en la oreja, ambos provistos por la Ferretería Cuñarro de Cuñaro Hnos SRL, en la que trabajo, lugar donde algunos especulan que yo vine al mundo con estos bigotitos de Cantinflas, chiquitito, esmirriado, medio debilucho y huevón, pero eso si, con un detalle geográfico llamativo en mi cuerpo: nací con un culo para inaugurar inodoros. Soy un petiso culón.

Es verdad. Soy fuerte de caderas, culón, nalgudo. Tengo mis posaderas abultadas como diría la Real Academia de la Lengua. Lo último que se ve de mi cuando doy vuelta la esquina, es este culo grandioso, que me regalaron mis viejos, culo redondo de nalgas pronunciadas, carnosas y firmes. Lisito, suave, sin pelitos, culito de melocotón con miel. A mi casi nadie me mira la cara de boludo cuando me ve. Ven mi culo y se ponen a reír. De los nervios, pienso. Alguien le hizo un poema a mi culo que imitando a La Flor de la Canela decía algo así "Culo de bellos cantos, que cantan cuando se menean, por la calle que se endurece cuando tu paseas". También se han escrito estudios filosofales sobre mi orto, como uno denominado "El hombre y su culin desconcertante" y hasta un cura cuyo nombre me reservo, para evitar acciones judiciales, dicen que colgó los hábitos, de tanto masturbarse bajo la sotana pensando en mi trasero, en mi parte de atrás, en el ortensio que tengo…… Creo que el Papa me debe odiar, no porque el tenga cara de culo, sino porque contribuyo a la escasez de vocaciones sacerdotales. Me debe odiar sin saber el manjar que se está perdiendo… Allá el. Que Dios lo perdone, y a mi no me desampare.

Un muchacho como yo, de semejante anatomía, tímido y reprimido, debe disimular tamaño culo en su trabajo, y yo lo hago con ropa holgada y suelta que esconda en lo posible mis curvas. También escondo, mi condición de gay, primero porque hasta que me pasó lo que voy a contar luego, nunca había estado con otro hombre y segundo, porque me muevo en un ramo del comercio muy machista, cuyos clientes son plomeros, herreros, pintores de brocha gorda (y no me refiero a sus pijas aclaro), electricistas, instaladores, carpinteros, albañiles, gasistas y otras yerbas muy varoniles y poco dispuestas a aceptar a un puto en la vida diaria. O sea de dia, porque de noche, más de uno debe satisfacer sus intintos con otros hombres. Putos hay en todas partes y a todas horas.

A la ferreteria vienen hombres de toda edad y condición: mayores, medianos, jóvenes, tanto los que tienen poder como los meros peones de obra, desde ingenieros a porteros de edificios, de cerrajeros y electricistas a arquitectos.

A mis 19 años, y con muy escasa, casi nula experiencia sexual, algunos de esos machos bien machos, de barba de varios días, pelo en pecho, olor a tabaco o a sudor, ropa de trabajo, pancita incipiente, manos ásperas, y uñas descuidadas me calentaban a rabiar. De noche mientras me hacía la paja, solía recordar aquellos cuerpos, aquellos bultos, alguna mirada al pasar, los ojos y las manos, los bultos y la forma de caminar, de tantos hombres bien machos, bellos y atractivos, a quienes atendía de día con total seriedad enfundado en mi guardapolvos gris y con mi lápiz en la oreja. A veces me pajeaba pensando en alguien en particular, y si recordaba su nombre o su apellido, lo llamaba, en el silencio de la noche, entre dientes mientras la leche se me escurría por el pito, los huevos, el ombligo… Las pajas y pajotas que me he mandado pensando en aquellos dos hermanos de pelo largo que solían bajar de un auto destartalado con sus jeans rotos en las partes más inoportunas……. Qué machos lindos…..

Hacia un par de meses, venía observando, que un cliente solía llegar muy temprano a la ferretería, era un hombre jóven, de unos treinta y pocos años, que se aparecía a primera hora, cuando el negocio estaba semi-vacío y algunos de mis compañeros aún no habían llegado. Yo tenía un orgullo secreto, el de llegar primero para abrir el local, barrer, limpiar los pasillos y mostradores, encender las luces, y oler aquella mezcla extraña de pinturas barnices y otros productos químicos, que siempre me había fascinado. Esa era mi vida. El resto, una miserable pensión a pocas cuadras, polvorienta y oscura, en la que por las noches caminaban cucarachas, malvivientes, putas varias y otros insectos.

Ese cliente tempranero tenía cabellos brillantes y ondeados, barba de varios dias y la cara enrojecida por el trabajo a la intemperie y el sol, en su cotidiano desafío de las inclemencias del tiempo. Que bueno que está, pensé, un lunes lluvioso mientras deslizaba mis ojos por su pecho fuerte con vello asomando, sus espaldas anchas, su cuerpo largo y esbelto, el pequeño tatuaje de su antebrazo. Nuestros ojos se encontraron, e inmediatamente se apartaron como avergonzados de haberse mirado. Ese día pagó con tarjeta de crédito y en un descuido de Jorgelina, la cajera, pude leer su nombre, Tibaut, Andrés Oscar.

Vino otras dos veces, y aunque lo atendieron otros empleados, siempre nos mirábamos disimuladamente. Sus ojos eran verdes, o pardos tirando a verdes, grandes, sus cejas tupidas, sus pestañas largas, su mirada brillante. No podíamos evitar la necesidad de mirarnos. Eran apenas latigazos de ojos que nos dábamos, dos hombres que se observaban, se evaluaban y que se estudiaban en silencio, como al pasar, en secreto frente a los demás: y esas miradas furtivas eran como estallidos sin ruidos, bombas sin estruendo, relámpagos de corto alcance, disparos sin balas. La atracción entre dos machos en un lugar inadecuado, no hace ruido ni encandila. Es secreta, oculta, disimulada. Es algo para esconder y callar.

Las próximas veces que vino , no se cómo hizo para que yo lo atendiera, y si bien nada en sus palabras delataba algo más que un buen entendimiento entre vendedor y comprador, mis manos temblaban cuando me ponía a medir los caños y su mano peluda y mas grande se acercaba a la mía con su calor varonil y atrayente. Yo que nunca me equivocaba en mis mediciones, tenía que repetirlas para evitar cometer errores. Su presencia me turbaba, su mirada parecía encontrar aquel rincón vacío de mi vida, y un calor insoportable me quitaba la respiración. Y esos ojos pedigueños, pordioseros, esos ojos que me decían miles de cosas en un instante y en silencio…..

Como te llamas, pregúntó un día y yo casi le digo "cara de boludo" y solo atiné a decir Leo y no Leonardo Martín Esponda, como fui bautizado

Hola Leo dijo, mientras sus ojos pardos tirando a verdes me sonreian por primera vez, pero no su boca. El guarda las apariencias, pensé.

Me llamo Andrés, me dijo luego mientras sacaba la tarjeta de crédito con la que iba a abonar la compra. Casi se me escapa un "si ya se como te llamas" pero me contuve. Mucho gusto Andrés dije mientras estrechaba su mano.

Su cara seria pareció ablandarse un minuto, y en esa mirada quizás o el apretón de su mano, me dijo un hola que no escuché. Caminó hasta la caja con paso seguro y lo miré de arriba a abajo y creí percibir el olor de su cuerpo con fragancia de su jabón, el calor de su piel, la suavidad de su voz. La tersura de su vello….. Comencé a temblar del deseo, a humedecer mis calzones, a sentir que mi pija quasi- adolescente se erguía dura y rebelde y lloraba de necesidad.

Me faltó el aire. Salí al patio. En mi saliva todavía estaban las palabras no dichas, el deseo no expresado. El silencio morboso al que se obligan dos hombres que se gustan, en un lugar y en circunstancias impropias.

Aquella tarde que vino a comprar algo de emergencia a última hora, lo seguí hasta su casa, necesitaba saber donde vivía y con quién. Me fui sin sacarme el guardapolvos gris y el lápiz de la oreja.

Andrés caminaba rápido con sus zapatos de goma gruesa, y por momentos me parecía perderlo en la muchedumbre, pero reaparecía con su camisa de trabajo, sus pantalones azules, su cabellos brillantes, la bolsa de la compra. En algún momento miró para atrás como si sospechara que alguién lo estaba espiando, pero vió a un gato deslizándose entre dos terrazas y se tranquilizó.

Cuando llegó a lo que parecía ser su casa, una construcción vieja y venida a menos, abrió con su llave la puerta de chapa zinc y recibió los cariños de su perro. A este hombre lo quieren hasta las fieras pensé.

Agachó su cuerpo para aceptar las fiestas del animal y su hermoso físico apareció a mi vista, y lo fui desnudando agazapado, me imaginé su cuello fuerte y grueso y mi lengua recorriéndolo, y el gimiendo mientras mis manos pellizcaban sus tetitas lindas, y sus ojos entrecerrados, mientras le apretaba el bulto, ese bulto gordo y grande de su pija maravillosa y sus huevos llenos de leche para mi. Me distraje y resbalé sobre el jardín mojado y escuche su pregunta que no tuvo respuesta "¿Quién anda ahí?"

Salí corriendo, salteando unos charcos enormes, las zanjas aumentadas por la copiosa lluvia reciente, el pavimento imperfecto. Corrí y corrí hasta llegar a la avenida. Una vez lo suficientemente alejado y protegido por la gente, recuperé el aliento. Caminé a casa y al encender la luz reparé que en la corrida había perdido el lápiz.

Eso me pasaba por pajero, por calentón, por curioso. Había dejado una prueba que me condenaba en el lugar de mi crímen. El lápiz de la Ferretería.

Volví a mi cuarto, lloré toda la noche o hasta que me venció el sueño. Luego el despertador me gritó al oido que debía levantarme para trabajar.

Caminé por las mismas calles de siempre, todas con nombres de batallas de la independencia, Junin, Maipú, Boyacá, Carabobo, Tucumán, Ayacucho.

Batallas gloriosas para mi derrota. En la esquina anterior al negocio, estaba Andrés comprando cigarrillos, comencé a temblar, la culpa y el miedo me paralizaban, pero no sé cómo, segui mi camino, nos saludamos y el me miró, asi como casi nunca me había mirado.

  • Te vi anoche, me dijo…. Yo moría de vergüenza. Me puse rojo y de todos los colores.

  • Y otra vez si me espíás, agregó, cuidá el lápiz, boludo

Me lo devolvió y en ese momento, me agarró la mano en la calle desierta, y no me la soltó por un rato. Y su mano era caliente, fuerte, de dedos grandes, mano de hombre. El me dijo después que nunca hubiera querido soltar mi mano, que la sóla posibilidad de perderme le producía un dolor agudo en el pecho. Pero por el camino, muy bajito y con su cuerpo chocando morbosamente con el mío, me dijo que me esperaba a cenar: total ya sabés donde vivo, agregó, que no faltara, que teníamos que hablar. En la puerta de la ferreteria me hizo un guiño con el ojo. Lo vi alejarse y en ese momento, me dí cuenta que algo estaba cambiando en mi vida.

Cuando llegué a su puerta me puse a temblar. Pasó un perro feo y por poco me orina en la pierna. Toqué el timbre. El vino a abrir casi enseguida, precedido por su perra labradora. La perra saltó cariñosa hacia mi pero el la detuvo.

-Veni, pasá Leo, esta es tu casa. Su voz era gruesa y suave a la vez, parecía emerger de su huevos . Me calentaba con sólo hablar, con sólo pronunciar mi nombre. Estaba perdido…..

En el fondo habia una parrilla encendida para hacer carne asada al carbón. Miré las plantas en la penunbra, se olía un aroma rotundo a jazmines del país y a otra planta llamada dama de noche. Olor a enredadera, perfume a tierra, fragancia inexplicable que une y atrapa.

El se puso atrás mío, y lo primero que sentí fue el calor de su cuerpo envolviendome, como una manta tibia y persistente. Cuando percibí el impacto de su ropa en la mía, me estremecí y sentí terror. Sabía que entraba en un territorio desconocido, en el misterio del sexo entre hombres, y mi culo comenzó a sudar igual que mis axilas, mis sienes y mis ingles. Senti su verga dura y fuerte apretándose a la tela de mi pantalón: sus brazos abrazándome por atrás, su cara apoyada en mi hombro y no quise darme vuelta; el recorría con sus manos grandes y curtidas mis tetillas casi adolescentes hasta excitarlas y prenderles fuego y yo en un movimiento de evitación movi mi culo hacia un costado para evitar el roce, pero al hacerlo excité aún mas a su pija dura y morcillona.

Fue un instante: apenas un corto anticipo de lo que vendria después. Antes de separarse, acercó mi culo a su bulto y me apoyó con fuerza mientras su boca mordía el lóbulo de mi oreja derecha y su pecho se apretaba a mi espalda. Suspiró. Al soltarme preguntó si quería algo de tomar. Negué con la cabeza aunque mi boca estaba seca, mis labios ardían, sentia como una fiebre que consumía mis últimas fuerzas y mi pija estaba dura y mojada.

Caminó hasta la cocina y yo lo seguí como un perrito faldero y mientras él revisaba lo que había estado preparando para la cena, yo me acerqué a el, con un coraje que desconocía en mí. Y me apreté a el, como antes lo habia hecho conmigo, apoyando mi pija enloquecida contra ese culo que delataban sus pantalones cortos: pensé que me rechazaría y que me apartaría de su piel pero no lo hizo, se limitó a mover sus caderas para sentir mejor la presión de mi verga. Se dió vuelta y me miró con esos ojos que me habían visto antes pero nunca tan francamente. Que lindo es este tipo me dije, mientras el me apretaba en silencio contra su pecho y buscaba mi boca, mi lengua, mis labios, mis encías para besarlos con una pasión que yo desconocía. Me quedé paralizado mientras su boca carnosa y húmeda jugaba con mi mi boca trémula , con mi cuello, con mi garganta y mis orejas, dejando una estela apasionada de su saliva. Quise gritar. Me dijo cosas que nadie me había dicho, beso mi pelo, masajeaó mis hombros y mi espalda de un modo loco, con mucha fuerza hasta causarme dolor. Con la valentía que me daba su pasión comencé a devolver sus besos apasionados mientras sus manos recorrían mi culo, la raya de mi culo, la redondez de mi culo tan tapado. Ay papito

Se sacó la camisa y la belleza peluda de su pecho, la redondez de sus pectorales, la erección de sus tetillas, me deslumbraron y comencé a morder su cuerpo delicadamente, a lamerlo hasta llegar a la línea de pelo que es como un camino recto a su verga hinchada.

El me sacó como pudo la remera, pero yo no dejé que interrumpiera mi adoración salvaje, seguí besando su ombligo mientras con la mano pesaba la rotundez de su verga enorme y de sus huevos "llenos de leche para vos mi amor". Su voz apasionada corrió por mi piel, alimentó mi sudor, y casi me voy en seco cuando me atreví a abrir su cinturón y bajar el cierre de su bragueta, para descubrir primero su slip entumecido y húmedo y luego su pija temblorosa y palpitante.

Besé su pija mientras el acariciaba mi pelo primero y sostenía mi cara después y me daba verga, mucha verga, toda su verga gorda hasta hundirla en mi garganta, mientras con mi boca, con mi lengua, con los dientes con la loca desesperación del que lo hace por primera vez, devolvía cada estocada con una chupada fuerte y arriesgada que lo acercara al orgasmo. Durante mucho tiempo me incitó a chupársela hasta que cambió de idea. Y llevándome hasta su pieza de soltero me tiró en su cama, terminó de desnudarme, y me cubrió con su cuerpo ya desnudo pronunciando mi nombre. Levantó mis piernas sobre sus hombros y comenzó a lamerme el culo de una manera frenética, llenando con su saliva copiosa los interiores de mi orto, mientras yo sentía la gloria de su lengua en mi agujero y gritaba de deseo, y temblaba de pasión.

No se en que momento se puso el profiláctico pero si sentí el instante en que venciendo todas mis resistencias, me penetró con violencia primero con paciencia después, hasta que su miembro ingresó en mi cuerpo adolorido y feliz, hasta que su pija comenzó a bombear y un chorro impensado de leche llenó el forro y mis entrañas, y abrió todos los caminos y cerró todo el pasado.

La comida se quemó, y ordenamos pizza por teléfono.

Nos bañamos juntos y el buscó mi orto nuevamente para pasar su pija no tan dura por mi orto como si fuera un pincel. Me enjabonó como a un niño y yo acaricié su verga muy despacio con la espuma del jabón. Luego sus piernas peludas y su culo. Cuando el me estaba secando con un toallón, me miré en el espejo del baño, y vi su cuerpo mas grande que el mío detrás y casi me caigo de felicidad. El , intrigado preguntó: ¿Qué mirás amor, tu cara de boludo?

galansoy

A todos mis fieles lectores este nuevo relato que espero les guste. Por favor califíquenlo, si les gustó. Besos, g.