Cara a cara

Ambos sólo oyen el húmedo ruido de la verga entrando y saliendo de la boca de la invitada. Mercedes siente su propia respiración profunda, aprisionándola.

Lola golpea suavemente la puerta de cristal del bar, haciendo que el anillo añada una nota metálica al sonido apagado de los nudillos. Tiene detrás el rumor de las olas batientes, pero delante suyo no distingue algún movimiento. El olor que desprende la madera húmeda a sus pies y lo que puede ver alrededor le indica que el chiringuito es de los que cierran tarde, temiendo haber llegado demasiado temprano. Pega las manos al cristal para poder escudriñar el interior. Sigue sin ver ningún movimiento, así que vuelve a llamar con pocas expectativas antes de dar un paso atrás. El vaho que ha dejado en el cristal, único testigo de su presencia allí, desaparece rápidamente haciendo que encuentre su propio reflejo. Se aleja un poco más para mirarse detenidamente. Lleva un vestido rojo muy ceñido y corto, con unos zapatos de tacón alto. Los tirantes del vestido y una diminuta gargantilla negra enmarcan su escote. Se atusa el pelo y se alisa el vestido alrededor de las caderas. Se gira para comprobar que no hay arrugas en la parte posterior. Mira hacia los pocos bañistas que hay en la lejanía, las únicas personas que tiene a la vista, pero desecha la idea de subirse los pechos metiendo las manos dentro del escote. Está bien como está.

Como en las otras veces, Lola ha seguido las instrucciones de Jorge, aunque ésta es la primera que se ha atrevido a llamar a la puerta. Jorge le había asegurado que a esa hora de la mañana había sitio de sobra para aparcar junto al bar, y que era mejor que usara la discreta puerta que daba a la playa. La primera vez que acudió aparcó el coche cerca de la puerta principal y vio la silueta del hombre moverse dentro, arreglando el caos de la noche anterior y preparando el local para el nuevo día. De vez en cuando la figura miraba hacia la calle y ella, temiendo ser descubierta, acabó yéndose. En los pocos minutos que estuvo allí intentando armarse del valor suficiente para acudir a la cita sólo vio a un anciano cruzar la calle, pero supo que ese anonimato junto al paseo marítimo desaparecería a lo largo de la mañana. Recordó las palabras de Jorge en las conversaciones con él en el chat de citas, en las que éste le confesaba que le gustaría verla llegar desnuda a la puerta del bar. Aquel día Lola, viendo la calle desierta, supo que la próxima vez podría ir, si no desnuda, todo lo atrevida que quisiera.

Al segundo intento de conocer a Jorge personalmente, se vistió tal y como iba ahora, con ese vestido rojo tan corto que nunca encontraba el momento de ponérselo, pero tampoco consiguió bajarse del coche. Esa vez vio a Jorge moverse por la planta superior. A pesar de que el miedo, la ansiedad y las dudas la mantenían atrapada en el asiento, decidió no irse, al contrario. No había nadie en la calle, no había peligro, nadie podía verla, no conocía a nadie en esa ciudad. Se esforzó para que la parte racional le diese fuerzas en aquel acto irracional, animal. Metió la mano por debajo de la diminuta falda, introdujo dos dedos dentro de las braguitas para mojar las yemas en una vagina que había estado húmeda desde que salió de su casa. A continuación subió los dedos unos centímetros y los mantuvo haciendo círculos en el clítoris mientras observaba al hombre. Tras mirar una vez más la calle desierta y se dejó caer más relajadamente en el asiento, pues la altura y robustez del todoterreno le daba cierta seguridad. Nunca se había masturbado en plena calle. A pesar de la excitación, el riesgo le hacía desear una pronta resolución al masaje. Se puso a fantasear con que Jorge la veía y salía del bar, que se subía al estribo del coche y pegaba el pene a la ventanilla... ventanilla que ella bajaba para hacerle una paja, una felación, lo que fuese. También se vio así misma arriba, con los pechos pegados al ventanal y Jorge detrás de ella, follándola. Concentrada en esas cosas, Lola sintió que se iba a correr, así que cogió el móvil y se grabó. Primero parte del rostro, luego el escote y las piernas, subiéndose el vestido para mostrar la destreza de sus dedos entrenados. El ya le había mandado vídeos tocándose, y ella siempre le había correspondido con menos efusividad. En cuanto Lola estalló en varios espasmos, giró el móvil para encuadrar la puerta del bar antes de cortar la grabación. Arrancó el coche y dobló la esquina, aparcando a unos pocos metros. Se bajó y buscó por los alrededores del bar una buena vista de la planta superior. Entonces le envió el vídeo. Pudo distinguir la figura de Jorge cogiendo el móvil y quedarse quieto mientras miraba la pantalla. Le pareció que hablaba con alguien, seguramente la limpiadora que a veces lo acompañaba por la mañana. En cuanto acabó el vídeo, Jorge se asomó a ver si ella aún estaba junto a la puerta principal y luego desapareció de su vista. Lola esperó un rato antes de volver al coche. Cuando fue a arrancar le llegó la respuesta de Jorge, un vídeo mostrando su pene masturbándose sobre un móvil que reproducía el vídeo de ella. En una paja sobre paja, el vídeo acabó poco después que un poco de semen cubriese su imagen. El vídeo le había puesto cachonda, pero al comprender que Jorge se había masturbado usando el móvil de una tercera persona, se sintió expuesta ¿Quién sería? ¿La había visto masturbarse también? ¿Se masturbaría con ella? Lola tenía su propia respuesta a la última pregunta, ella se masturbaría con algo así ¿Cuántas personas más verían su vídeo? Conocedora de que el vídeo podía ser de cualquiera, sólo tenía un pensamiento en la mente: llegar a casa y usar todos los artilugios que guardaba al fondo del cajón de su mesilla de noche. Dos horas después se juró que la próxima vez sí bajaría del coche.

Y ahí está junto al bar otra vez. Lola vuelve a mirarse en el cristal de la puerta. Esta vez no se irá con las manos vacías. Si hay alguien en el local, sea quien sea, tendrá una historia jugosa que contarle a sus amigos. Sabe que si está la limpiadora nada más, ésta la dejará entrar en cuanto le diga quién es, solo para saciar la curiosidad. Sabe que cada minuto que pase a solas con ella hará volar su imaginación y su excitación, hablando de Jorge y sus excentricidades. Sabe que si no es Jorge el que está dentro, sino algún compañero, seguramente será más apuesto que su amante epistolar. Sabe que ese compañero le dejaría pasar y que no le costaría hacer que la penetre. Lola siente fuego entre sus muslos y vuelve a llamar justo en el preciso instante en que una sombra se mueve adentro. Reconoce a Jorge, nunca ha visto su cara pero sabe que es él. Se muestra cansado y expectante mientras mira a esa la mujer de arriba abajo. No le cuadra ver alguien así a esas horas. Abre la puerta, que estaba cerrada sin llave.

—Buenos días, no abrimos hasta la una.

—Soy Lola.

Jorge vuelve a mirarla otra vez, abriendo los ojos cada vez más y sin atreverse a respirar. Su compañera de charlas se llama Lola, pero ya ha desechado la idea de verla alguna vez. De hecho, ya hacía varios meses que la había invitado a ir al bar. Piensa fugazmente en que puede ser una broma de Mercedes, su confidente en esas mañanas en las que hay tan poco que hacer. No obstante reconoce el vestido y la gargantilla por el vídeo que recibió el otro día.

—¡Lola...! Entra, entra, no te quedes ahí —Jorge toma la mano de Lola para hacerla pasar—. No te esperaba, me podías haber avisado. Qué alegría me da verte al fin... Lola... Lola... Un par de besos, ¿no?

Jorge la coge de la cintura y ambos se acercan para besarse en la mejilla. Es el primer contacto que tienen y Jorge no separa las manos, preguntándose cómo puede tener tanta clase la madura Lola a pesar de que al verla en la puerta con ese vestido y a esas horas la confundió fugazmente con una escort despistada. Cae en la cuenta de que se ha vestido así para él, y que él lleva unos simples vaqueros y sudadera. Además, los tacones de Lola hacen que ésta sea visiblemente más alta que él pero estilizan magistralmente sus piernas. Lola se aleja de Jorge andando lentamente por la tarima de madera haciendo resonar cada paso, balanceando las caderas, observando curiosa el bar, sin mirar atrás para que él pueda mirarla bien, sintiéndose como un tendero enseñando el género. Hablan de la actividad del bar, sin mucho interés por ambas partes. Lola vuelve sobre sus pasos y se acerca hasta Jorge, a una distancia mínima. Jorge comienza una erección que no le abandonará y la invita a subir a la planta superior, para estar más tranquilos. El se adelanta, pero espera en los primeros escalones para que Lola pase y poder mirar la danzantes curvas de la mujer. Conforme Lola va alcanzando la primera planta, el vestido se le ha ido subido tanto por el movimiento de las piernas que posiblemente su ropa interior está parcialmente a la vista de Jorge. Antes de culminar la escalera Lola ve a Mercedes sentada al otro lado de la sala, y piensa que lo decoroso sería bajarse el vestido. Pero no lo hace y se dirige hasta ella.

—Hola, me llamo Lola —Lola presupone que es la limpiadora de la que tanto habla Jorge.

—Hola, yo soy Mercedes.

—¡Mercedes! ¡Es Lola! —Jorge acaba de llegar donde están ellas, ausente de que ya están hechas las presentaciones— ¡Lola! —hace gestos a Mercedes para hacerle saber que es esa Lola.

—¡Ah, hola! —Mercedes entiende ahora que Lola es esa Lola y la mira con detenimiento. También se da cuenta de la erección de Jorge. Sabe que su presencia allí no va a alterar lo que ocurrirá a continuación, así que se toma su tiempo para tomar la decisión de irse o quedarse—. Jorge no para de hablar de ti.

—También habla de ti...

—A saber qué te habrá contado —ella sabe perfectamente qué le ha contado y que sale en alguna foto y vídeo de los que ha enviado Jorge—. Estuviste por aquí hace unos días ¿no?

La voz ha sonado algo nerviosa, con un fondo de excitación que contagia a Lola y Jorge, cuyas manos están ahora entrelazadas. Lola pega el dorso de la de Jorge entre el muslo y el glúteo, y finalmente se sujeta a él para subirse a una banqueta sin acabar de sentarse. El vestido está tan arriba que desde la posición de Mercedes se pueden ver las braguitas de Lola. Mercedes mira fugazmente y Lola se siente aún más desnuda. Jorge se pega a Lola, casi restregando el pene en ella.

— ¿Viste el vídeo? —pregunta Lola.

—Sí, me lo enseñó Jorge. Deberías haber subido.

—¿Lo viste entero? —Lola vuelve al tema del vídeo y evita una posible confrontación. Sabe por sus conversaciones con Jorge que Mercedes no se escandaliza por nada ni rehuye los temas morbosos, pero que por no poner en riesgo la amistad se resiste a tener sexo con él y él no le insiste en ello.

—Lo suficiente.

—¿Estabas delante cuando se masturbó él?

—Al principio sí...

—¿Cuál era tu móvil, el que grababa o el que se llenó de semen al final?

La conversación entre las mujeres es demasiado para Jorge, que se saca el pene y empieza a tocárselo. Mercedes no se muestra ni sorprendida ni incómoda y Lola recuerda una foto de Jorge con la polla fuera y Mercedes al fondo, junto a la puerta de cristal de la planta de abajo y la playa al fondo.

—¿Se suele masturbar delante de ti?

—¡Nooo!

Por unos segundos, el único movimiento es la mano de Jorge. Lola cambia de posición y ahora Jorge también ve a simple vista las braguitas de Lola. Pone una mano en el muslo de la mujer, cerca de la ingle. Lola lleva la suya a la polla de Jorge y toma el relevo en la masturbación. Jorge se pega más a Lola y acaricia la suave piel de su pierna.

—Tengo una foto de Jorge con la polla en la mano y tú tras él —Lola sigue jugando con Mercedes.

—No te hagas ideas raras, sólo hablamos —Mercedes se ha puesto de pie, pero se queda quieta mirando cómo Lola masturba lentamente a Jorge—. A lo mejor sí lo ha hecho, pero sólo un par de veces...

—¿Te importa que se la chupe? Por favor... —Mercedes no se puede negar a ser testigo de la felación.

Lola se baja de la silla y se pone en cuclillas, haciendo que el estrecho vestido se repliegue en la cintura, dejando medio culo al aire. Jorge ve desaparecer su polla entre los labios de Lola y siente cómo la lengua juega con ella. Mira a Mercedes y ella lo mira. Oyen el húmedo ruido de la verga entrando y saliendo de la boca de la invitada. Mercedes siente su propia respiración profunda, aprisionándola. No quiere follar con Jorge, pero ese ruido de sexo salvaje la envuelve como una melodía. Tampoco quiere follar con esa mujer, pero sabe que podría compartir la polla de su amigo con Lola. Jorge tiene su mirada clavada en Mercedes mientras su pene es succionado por Lola. Mercedes tiene la tentación de enseñarle los pechos desnudos, tal y como le ha pedido Jorge tantas veces cuando se ha masturbado delante de ella, inútilmente.

Lola está en su pequeño éxtasis, que había empezado incluso antes de entrar en el local. Tocar el pene de Jorge, ese desconocido que la había hecho correrse tantas veces sin siquiera rozarla, era como materializar el deseo puro. Si Jorge hubiera derramado su semen por su pierna desnuda al empezar a masturbarlo en la silla, para Lola ya habría merecido la pena venir hasta ahí. Entrar al fin en el bar, dispuesta a lo que fuera, era para ella abrir una puerta que no se podía cerrar otra vez. Aún así, chuparle la polla a ese hombre del que apenas conocía nada delante de esa mujer la estaba llevando a un pequeño orgasmo. "Si Jorge eyaculase ahora, me masturbo delante de los dos sin limpiarme", en eso pensaba Lola mientras Mercedes veía los dedos de la mujer aparecer y desaparecer dentro de las braguitas a un ritma creciente.

Mercedes se dirigió a la escalera y un pensamiento se cruzó por su cabeza.

—Jorge... esta gente está a punto de venir... — Mercedes lamentaba ser la portadora de las malas noticias.

—¡Joder! —Lola se sacó la polla de la boca al oír el lamento de Jorge—. Esperamos a un proveedor nuevo y viene el jefe.

Jorge no puede dejarlo así y vuelve a meter el pene. Mercedes tampoco termina de bajar el primer escalón mirando cómo Lola chupa el capullo mientras masturba la verga. Lola aprieta los labios y folla ligeramente con ellos el falo mojado. Poco a poco, va introduciendo más y más cantidad en el vaivén. Jorge siente su polla atrapada en aquellos labios y Mercedes sus pies clavados en la escalera. Lola se pone de pie y se quita las braguitas. La falda del vestido, encajada en las caderas, deja el sexo y el culo al aire. Se sube a la banqueta y se sienta dejando el pubis fuera, sujetándose firmemente a la base del taburete para no caerse. Las piernas abiertas no necesitan más instrucciones. Jorge la sujeta por las pantorrillas y la penetra. Mercedes los observa follar, las manos de Lola clavadas en la banqueta, las de Jorge en los muslos. Desde donde está sólo puede ver parte del pene erecto aparecer y desaparecer entre los glúteos de Lola, que empieza a gemir en voz alta y le recuerda a Mercedes que hay gente a punto de llegar.

—¡Voy abajo!

—Gracias, cariño —le dice Jorge.

Mientras baja, Mercedes oye a Lola pedirle a Jorge que la folle más fuerte. Busca una silla y se sienta cerca de la escalera, para poder atender a los rítmicos sonidos del amor. Arriba, cada vez que empuja Jorge, los pechos de Lola bailan debajo del vestido. Los tirantes van cayendo a cada embestida y Jorge agarra el escote y lo baja, deslizando el vestido más fácilmente de lo que esperaba, dejando la flácida carne de la mujer volar en un movimiento libre. Jorge se concentra en las oscuras aureolas de la mujer subiendo y bajando y en los estímulos que recibe su polla, a punto de estallar. Lola suelta una de las patas del taburete y busca un pezón de Jorge, sobre la sudadera. Jorge es algo gordito y su pecho es blando, pero encuentra fácilmente lo que busca. Lo aprieta. Como en cámara lenta, Jorge siente muchas cosas. Siente cómo sus testículos se estremecen, siente que la mujer gime porque tiene su falo clavado en ella, siente el coño húmedo y prieto que rodea su hinchada polla. Intenta agarrar uno de los pechos de Lola y sin querer le da un pequeño manotazo y una uña se clava en el pezón. La respuesta de Lola es otro gemido. La polla se desliza libremente dentro y fuera, sin control y Jorge siente brotar el primer chorro de semen.

—¡Me corro! —la ha avisado tarde y se angustia porque el esperma sigue saliendo a la vez que habla.

—Sigue, sigue, dame fuerte.

Jorge la obedece y la folla duro hasta que se poco después se le sale el pene, más blando.

—Me has llenado el coño de leche —Jorge reconoce a la Lola epistolar, guarra e insaciable, y le pellizca los pezones.

Lola lleva los pies al suelo y deja el culo apoyado en la banqueta, empezando a masturbarse mientras los dedos de Jorge siguen apretándole los duros pezones llevándola al límite del dolor. Cae semen por el interior de los muslos y se frota más rápido.

—¿Quieres comerme el coño? —la voz suave muestra que es una invitación sincera. No necesita que Jorge lo haga, ni Jorge siente que es una petición velada. Es por pura lascivia, por el hecho de decirlo en voz alta.

Jorge se pone de rodillas, da el primer lametazo y se oye a Mercedes hablar con alguien abajo. Jorge se pone de pie, alterado.

—No quiero que me vean así—dice Lola preocupada.

—Ven.

Jorge la coge de la mano y la lleva a una escalera de caracol oculta en un rincón. Antes de bajar, Lola se para y se pone las braguitas. Jorge ve cómo la tela al subir arrastra parte del semen y ella lo mira desafiante y juguetona cuando siente la fría y melosa crema tocar su sexo. Bajan hasta llegar a una cocina reconvertida en almacén y Jorge le abre la puerta trasera. Se despiden con un pequeño beso en los labios y un hasta la próxima. En la hora escasa que ha estado en el bar, la calle ha empezado a ser un hervidero de gente. Su ceñido vestido rojo destaca sobre las ropas de sport y playeras, y Lola es consciente de que si hombres y mujeres la están mirando tan descaradamente de frente, también lo harán por detrás. Lola se pregunta cuántos ojos le estarán mirando el culo en ese momento, si se están dando cuenta del semen de Jorge pegado a su piel, puede que manchando su falda. Cuando llega al coche, el balanceo de su cuerpo y el sonido de los tacones han adquirido un tono ostentoso. Se sube al coche y cierra la puerta, respirando aliviada y dando por terminada esa pequeña locura. Pedirse la mañana libre en el trabajo a escondidas de su marido no ha sido tan mala idea.