Capullo de socorrista

Iba a ser un domingo de tantos. Había salido de fiesta la noche anterior, me levanté tarde, comí con mi familia. No tenía nada que hacer así que me fui a echar la siesta en el sofá a ver si se me pasaba la resaca.

Iba a ser un domingo de tantos. Había salido de fiesta la noche anterior, me levanté tarde, comí con mi familia. No tenía nada que hacer así que me fui a echar la siesta en el sofá a ver si se me pasaba la resaca. A las seis y media me desperté, estuve un rato en el ordenador y como me aburría decidí ir a la piscina a última hora a despejarme un poco.

Tengo veinticuatro años, hago deporte y me gusta mucho nadar. Estuve en un club de natación hasta los 18 años, cuando me marché a estudiar a Madrid. El año pasado volví a casa de mis padres, soy de una ciudad del norte de España. Y retomé mi afición por nadar, ahora por mi cuenta. Paso los días estudiando, en trabajos esporádicos, con los amigos... lo normal, sin muchas emociones.

Suelo ir en bicicleta a una piscina que está cerca de mi casa. Voy sobre las ocho y media, se está más tranquilo, y nado una hora hasta que cierran. Vamos casi siempre la misma gente, los de los cursillos, señores a charlar, padres con los hijos a jugar, jóvenes a nadar... ¡y el socorrista! Normalmente está el mismo, menos cuando libra. Es un chico moreno de pelo corto, tendrá unos veintiséis años, atlético, medirá un poco más de 1,8 m. Está bastante bien, pero tiene un defecto, es un borde. Entiendo que esté aburrido de pasar ocho horas sentado en una silla, pero casi nunca saluda y las pocas veces que he hablado con él para preguntarle algo parece que te está perdonando la vida.

Ese domingo nadé tranquilamente, no estaba para muchos esfuerzos. Había pocas personas en el agua, a las nueve y media solo quedábamos una chica, un señor y yo. Salí del agua, fui para los vestuarios y al pasar al lado del socorrista me despedí. Me quedé con cara de idiota, no me dijo nada. Me sentó muy mal, por pasar así de mí, como si no existiera. Sobre todo porque yo sí me había fijado en él desde el primer día que fui a esa piscina. De hecho fantaseaba a veces con él.

El señor parecía tener prisa, enseguida me quedé solo en las duchas. Con el agua muy caliente cayéndome por todo el cuerpo empecé a pensar en lo tonto que había sido, le tenía que haber dicho algo por ser tan capullo. Sin darme cuenta me empecé a empalmar, ¡me había humillado y yo me empalmaba! Estaba tan a gusto que me empecé pajear, paré, podría entrar alguien y pillarme allí. Ya acabaría en casa. Me sequé, cambié y ya iba a salir al pasillo cuando entró el socorrista por la otra puerta, la que da acceso a la piscina.

Iba en vaqueros, chancletas y sin camiseta. Tiene un cuarto para cambiarse, pero venía al baño. Nos miramos y ninguno de los dijimos nada. Nunca lo había visto desnudo. Algunos socorristas se duchan en los vestuarios, éste parece que lo hacía en casa. Por primera vez podía ver algo de su cuerpo. Así que aproveché la ocasión. Hice como que cogía las llaves de la mochila y empecé a mirar cómo meaba. Estuve así unos segundos, hasta que de repente cambió la mirada de la pared que tenía enfrente hacia mí. Al instante noté como empezaba a sudar y a ponerme tenso.

Si hubiera habido más gente jamás se me habría ocurrido mirar, y si en lugar de el socorrista hubiese sido otra persona me habría disculpado sin dudarlo. Soy un chico seguro de mí mismo, no dejo que me pisen, pero también soy educado y sé cuándo me paso. Con él era diferente, me ignoraba y ahora por esa tontería no pensaba darle el gusto de verme otra vez humillado viéndome avergonzado o pidiéndole perdón. Disimulé lo mejor que pude y me dirigí otra vez a la puerta.

  • ¡Tú, qué cojones miras!

Sonó autoritario. Tiene pinta de machito al que no le gustan nada los gais. Fue más la sorpresa que el miedo. Era probable que se enfrentara a mí, no me preocupaba demasiado. Soy un poco más bajo que él, pero soy ágil e igual de corpulento, llevo nadando toda la vida y parece que se nota. En caso de ostias nos las llevaríamos los dos. No me dio tiempo a responder y ya se había girado completamente, enfrente mío a unos cuatro metros, sobándose la polla y dejándola bien a mi vista.

  • Nada, adiós.

No quería reconocer que había mirado, ni contestar a su provocación, y menos aún perder el culo por ir a comerle la polla. Aunque ganas no me faltaban.

  • ¡Echa el pestillo de esa puerta y ven aquí!

  • ¿Qué?

Era evidente lo que él quería. Yo no estaba tan seguro, por una lado intentaba resistirme por dignidad, por otro, estaba encantado con la idea de comerle la polla.

  • ¡Que cierres la puta puerta y vengas aquí!

Dudé, pudo más mi deseo. Fui hacia donde estaba y me paré a medio metro. Dejó que se le cayeran los pantalones y los gallumbos hasta las rodillas.

  • A ti te gusta mamar, ¿no? Pues ya sabes.

Estaba a cien. Me daba la oportunidad de hacer lo que había soñado más de una vez. Sin decir nada tiré la mochila al suelo y me puse de rodillas. Estaba a escasos centímetros suyo. Soplé suavemente y se estremeció como esperaba. Me la metí morcillona en la boca y esperé a que creciera. Tenía una buena polla con el vello recortado, era la única zona en la que tenía vello de todo el cuerpo. Cuando acabó de ponerse dura noto que me agarra de la oreja izquierda y me arrastra metro y medio. El cabrón quería verse en el espejo del lavabo.

Comencé a recorrer su polla con la lengua de arriba abajo mientras acariciaba sus huevos. Le cogí de las caderas y él a mí del pelo, mamaba, me la metía entera dejándome sin respirar, le daba lametones al capullo que le volvían loco. Cuando me metí los huevos en la boca empezó a temblar, creí que se caía. Poco a poco se animó a follarme la boca. No era brusco. Sus palabras, las pocas que dijo, y sus gestos eran de tío duro, pero ahora sus movimientos eran delicados, eran casi caricias. Me sorprendió, parecía que quería agradarme.

Me hizo mirarle a la cara mientras me la sacaba despacio y luego me la metía de golpe entera. Ese fue su error, enseñarme sus ojos en ese momento. Pude ver lo que sentía. Estaba gozando pensando que me humillaba, pero también vi miedo. Miedo a que dejara de darle placer. Tenía un dilema y lo vi sin más. En ese instante era transparente para mí. Enseguida empezó a follarme la boca con más ritmo. La vida le iba en ello. Ya sabía lo que significa.

  • ¿Donde me corro?

Las primeras palabras en casi veinte minutos. No esperaba esa consideración por su parte. Sin darme tiempo a responder, la sacó de mi boca y se corrió en mi cara, parte llegó al lavabo y al espejo. Menuda potencia. Parece que tenía ganas y yo había hecho un buen trabajo. Tenía la respiración agitada y su piel brillaba por el sudor. Me la restregaba por lo labios intentado limpiársela. Abrí la boca, sonrió, es lo que buscaba, y se la deje perfecta. Al momento cambió de actitud.

  • ¡Quita de ahí y limpia todo esto!

Me empujó, como estaba de rodillas y no me lo esperaba caí al suelo. Mientras se arreglaba, me levanté, me limpié la cara, recogí todo y cogí otra vez la mochila para irme.

  • Mamas de puta madre. Mañana quédate también el último que me vas a hacer otro trabajito.

  • Ya veremos.

Se lo dije con una sonrisa cínica, lo más chulo que pude, como si no me importara no volver a verlo, y así era. Se quedó descolocado. Se imaginaba que era un chico sumiso y manejable porque no le había llevado la contraria. Pensaba que le tenía miedo o que me moría por él. Aguanté sus borderías para satisfacer mi curiosidad y mi morbo, por nada más. Además ahora conocía su punto débil, que era yo. Y si seguía siendo un gilipollas sabía cómo putearlo.

  • ¿Cómo que ya veremos? ¿De qué cojones te ríes? ¡Mañana te espero aquí o te reviento!

A él le parecería que me daba miedo, y que por que gritara iba a hacer lo que dijera. A mí me sonó a súplica y me hizo gracia. El capullo del socorrista se había colgado de mí. Por imbécil iba a sufrir. Qué bien me lo iba a pasar. Con lo fácil que hubiera sido decir adiós y se acaba ahí todo, pero no podía soportar que alguien lo tratara con el mismo desprecio con el que él trataba al resto de la gente. Por bocazas iba a amargarle un poco la vida hasta que aprendiera modales y a ser más humilde.

  • Hasta mañana.

Lo dije simulando que estaba acojonado. Salí riéndome directamente en su cara. Ya en la calle me fumé un cigarro imaginando qué podría hacerle. Cuantas más salvajadas me venían a la mente más dura se me ponía la polla.