Capturados (versión actualizada)

Una pareja de abogados (Javier y Mónica) es secuestrada por una banda para entorpecer un proceso judicial. Los secuestradores no esperaban que Javier estuviese acompañado.

Capturados

Capítulo 1. “Capturados”

La pareja caminaba tranquilamente hacia el coche tras haber completado el documento que debían presentar ante un juzgado de la capital. El procedimiento contra una peligrosa organización que operaba en el sur de la ciudad estaba durando demasiado. Al día siguiente vencería el plazo para presentar un escrito que mantendría vivo el proceso. La defensa contraria buscaba desesperadamente retrasar el juicio pero en este caso les sería difícil presentar argumentos sólidos tras los numerosos retrasos anteriores.

Javier, el abogado de la causa, y Mónica, su ayudante, se habían conocido varios años atrás cuando él daba clases en la universidad y ella era una estudiante de derecho. Habían vuelto a coincidir de forma casual, ahora en el ejercicio profesional, y colaboraban de vez en cuando en algún asunto.

Ninguno de los dos se dio cuenta, enfrascados en una animada conversación, de que una camioneta blanca conducía muy despacio hasta situarse prácticamente en paralelo a ellos. La calle estaba muy cerca del despacho de Javier y se trataba de una zona muy tranquila. Todo ocurrió en segundos. La camioneta se paró de repente y de ella salieron dos hombres que obligaron a la pareja, a punta de pistola, a introducirse en la parte de atrás. La sorpresa fue tal que no tuvieron opción a resistirse. Una vez dentro, uno de los hombres cerró el portón y notaron como el vehículo aceleraba mientras eran atados y amordazados. Nadie fue testigo del secuestro.

Javier no sabía que había sido vigilado de cerca durante los últimos días. Sus captores conocían la hora a la que saldría de casa y le estaban esperando. Era fácil. Tenían informadores por todas partes, incluso en los propios juzgados. En ese preciso momento, el abogado, tumbado sobre el suelo de la camioneta, comenzó a atar cabos,

“Esto no tiene pinta de un robo. Tiene que ver con el proceso contra esa maldita banda” , pensó.

Capítulo 2, “La casa en las afueras”

La camioneta estaba en movimiento aunque ni Mónica ni Javier tenían la más remota idea de a donde los llevaban. Tenían los ojos y la boca tapados y estaban en la parte de atrás, sin ventanas, atados en el suelo y vigilados por dos de los hombres. El tercero conducía y no intercambiaron muchas palabras durante el trayecto. Sólo uno de ellos, al observar el nerviosismo de la abogada le dijo, con un leve acento extranjero difícil de identificar, “tranquila, si colaboráis no os pasará nada” .

Javier se preguntó qué diablos significaría eso de “colaborar” aunque ya se iba formando una idea del objetivo del secuestro: un abogado y su ayudante, retenidos el día antes de un vencimiento que podía marcar el curso del procedimiento. Tenía que ser eso. La americana de Javier se había roto en el forcejeo. Mónica vestía pantalón y camisa blancos y una chaqueta ajustada de color azul marino. Las ropas de ambos estaban arrugadas y manchadas por el polvo que había en el suelo del vehículo. Estaba claro que los trasladaban a algún lugar seguro porque en un sitio más concurrido hubieran llamado mucho la atención.

El trayecto continuó durante 30 ó 40 minutos más. Ya deberían estar en las afueras porque el sonido del tráfico había disminuido. Salieron de lo que les pareció una vía principal, quizás alguna de las grandes arterias que rodeaban la ciudad, y callejearon durante un rato hasta que finalmente la camioneta se detuvo. Las puertas se abrieron y los sacaron fuera. La venda que llevaba Javier en los ojos no estaba muy bien ajustada por lo que pudo apreciar vagamente que estaban frente a una casa de campo aislada. No podía identificar en que zona exactamente porque no se veía absolutamente nada alrededor, solo árboles. Era el sitio ideal para tenerlos ocultos durante el tiempo que necesitaban. Los tres hombres llevaban la cara descubierta y eran jóvenes, probablemente del Este de Europa. Haberles tapado los ojos era una medida para no identificar el recorrido hasta la casa, aunque desde dentro de la camioneta no se podía ver nada.

Fueron conducidos dentro y obligados a sentarse en un sofá. En ese momento les quitaron las vendas de los ojos. Mónica y Javier se miraron con cara de incredulidad y luego observaron a su alrededor. Estaban en el amplio salón de una casa de campo, decorada con muebles baratos.

En ese momento, Mónica preguntó con voz asustada, “¿por qué estamos aquí?, ¿quiénes sois?”

El que parecía el jefe contestó inmediatamente, “no os importa mucho quienes somos. Parece que estáis molestando a unos amigos y vamos a reteneros aquí hasta mañana. Después os dejaremos en el mismo lugar en el que os encontramos. Si colaboráis no os pasará nada”

Lo que imaginaba, pensó Javier…

Capítulo 3, “Una aburrida espera”

Los tres hombres parecían algo más relajados. El trayecto en la camioneta por las calles de la ciudad había tenido mucho riesgo y ahora se sentían más seguros. Era ya por la tarde y ninguno de ellos había comido. Tampoco Mónica ni Javier, por lo que los hombres compartieron con ellos unos bocadillos y algo de agua. Ellos no lo sabrían nunca pero, mezclado con el agua, les administraron un ligero sedante que producía un agradable sopor y que era muy útil para mantener a los rehenes tranquilos y bajo control. Los secuestradores eran muy profesionales y ya lo habían utilizado en otros trabajos. Después, confinaron a cada uno en una habitación, atados pero ya sin la molesta venda en los ojos. Mónica miró preocupada a Javier, mientras la conducían a uno de los dormitorios. Cuando cerraron la puerta fueron por el abogado para llevarle al otro y, aprovechando ese momento, Javier pudo intercambiar unas breves palabras con el jefe.

“La chica está muy asustada. Esto no va con ella. Yo soy el abogado de la causa y ella sólo me ayuda. Dejadla ir por favor”, dijo Javier.

“Ella es un contratiempo. No estaba prevista en todo esto pero tampoco va a salir de aquí hasta mañana”,contestó el jefe secamente. “No queremos riesgos. Una vez que pase el plazo, os soltaremos a los dos y todo habrá terminado. Portaos bien y no os pasará nada”

“Está bien. No os crearemos problemas”,contestó Javier resignado.

”Por cierto, la chica es una preciosidad, ¿es que tienes algo con ella?” insinuó entonces el jefe, con una sonrisa perversa.

“No… está casada”, contestó Javier. “Nos conocimos hace años cuando ella estudiaba y yo la ayudaba a preparar alguna asignatura, junto a otros compañeros. Ahora coincidimos en algunos temas. Nada más”

“Así que la ayudabas…. ¡qué curioso! ¿Sabes qué?, a mis hombres les encanta… se llama Mónica… ¿verdad? No hablan de otra cosa desde que la vieron. Creo que a ellos también les gustaría ayudarla y se les ocurrirían muchas formas de hacerlo, te lo aseguro”, replicó el jefe, en tono sarcástico.

“No le hagáis daño, por favor”, dijo entonces Javier .

“Tenemos instrucciones de no ponerle las manos encima. Es una verdadera pena pero así lo haremos”, contestó él secamente, mientras le empujaba hacia el interior de la habitación.

Cuando se cerró la puerta, Javier se quedó pensativo. El jefe había tratado de tranquilizarle pero había observado la forma en que los hombres miraban a Mónica. No le quitaron ojo en todo el trayecto, atada en el suelo de la camioneta, ni tampoco durante el tiempo en que estuvieron sentados en el sofá. Ella vestía de forma muy discreta pero sus curvas, disimuladas por la ropa, eran algo de lo que ya se habían dado cuenta los hombres. Mónica tenía 31 años y era una mujer preciosa, de ojos verdes y melena corta de pelo castaño claro. No era muy alta y la expresión de su cara, además de su piel pálida y ligeramente pecosa, le daba un aire de inocencia que la hacía parecer mucho más joven. Hoy estaba especialmente guapa… y quedaban muchas horas por delante hasta que los soltaran. Tres hombres, una mujer bonita a su merced y una larga noche por delante eran una combinación explosiva.

Pasaron el resto de la tarde encerrados en las habitaciones. Las ventanas estaban enrejadas y era imposible escapar. Al otro lado de la puerta se escuchaba como los hombres hablaban entre ellos, ya totalmente relajados. Javier, a sus 50 años, vivía sólo y nadie le echaría de menos esa noche. El caso de Mónica era distinto. Habían utilizado su móvil para llamar a su marido y explicarle la situación, amenazándole con consecuencias si se le ocurría llamar a la policía. “Mañana acabará todo, no lo estropees” , oyó que le dijeron.

Ahora los tres hombres estaban riendo y fumando. Se escuchaba el sonido de vasos y cristales por lo que dedujo que también estarían tomando alguna copa. Sólo esperaba que Mónica no estuviera escuchando la conversación porque llevaban algún tiempo hablando de ella. Seguro que no esperaban algo así. El aire inocente y asustado de su compañera, indefensa, encerrada en la habitación y separada de ellos solo por una puerta, no ayudaba precisamente a enfriar el ambiente.

Capítulo 4, “Una proposición indecente”

Era alrededor de la medianoche cuando Javier, que estaba adormilado por el efecto del sedante, escuchó el ruido de una cerradura y como el jefe entraba en el dormitorio en el que estaba confinada su compañera. Le siguieron sus hombres, que desataron a Mónica y la ayudaron a levantarse de la cama. Llevaron unas sillas del salón y se acomodaron en ellas, como si estuvieran disponiéndose a asistir a un espectáculo. Ella estaba desconcertada porque, aunque en el fondo temía lo peor, les notaba tranquilos, incluso más educados de lo normal. Si hubieran querido otra cosa, lo podrían haber hecho hacía ya tiempo.

Javier gritó indignado desde su habitación. “¡me prometiste que no ibais a ponerle las manos encima!”.El jefe gritó, “Ninguno de nosotros lo va a hacer, ¡¡ahora cállate imbécil!!”

Ella permanecía de pie, mirando a los tres hombres asustada. Uno de ellos se levantó, apagó las luces de la habitación y encendió un foco en el techo. El foco iluminaba tenuemente la parte de la habitación donde estaba Mónica mientras ellos permanecían en penumbra, prácticamente invisibles, y sentados cómodamente en sus sillas.

Entonces el jefe comenzó a hablar.

“Verás Mónica, somos gente educada y no te vamos a hacer daño. No temas por eso. Lo que nos pasa es que estamos aburridos. Ya hemos jugado a las cartas, hemos fumado, hemos bebido, y no podemos dormir porque tenemos que vigilaros durante toda la noche”

Ella estaba confundida pero atenta a la voz que salía desde la oscuridad, sin entender bien que es lo que pretendían.

“Pero… no entiendo. ¿Qué es lo que queréis?” , preguntó entonces, con voz temblorosa.

“Hemos pensado que podríamos entretenernos de alguna manera. Ya sabes… un poco de diversión” , contestó uno de los hombres, tomando el relevo al jefe, mientras el resto sonreía.

“¿Diversión?. Pero, ¿qué tipo de diversión?” , dijo entonces Mónica desconcertada.

“¿No se te ocurre nada?”, preguntó otro de ellos a continuación. “¿No te imaginas como podrías alegrarnos un poco la noche?” .

“No. De verdad que no”, murmuró Mónica, mirando hacia el origen de las voces que salían desde la oscuridad, sin saber que vendría a continuación. Podían hacer con ella lo que quisieran, estaba completamente indefensa, ¿qué es lo qué iban a pedirle?

Entonces el jefe se levantó de la silla y tomó el mando de nuevo.

“Verás Mónica, no estabas prevista en todo esto pero hemos tenido que cambiar el plan sobre la marcha. Sin embargo, tengo que reconocer que ha sido una sorpresa muy agradable. El caso es que… bueno… mis hombres creen que además de una cara bonita también debes tener un cuerpo precioso y les está matando la curiosidad. Incluso han hecho algunas apuestas para entretenerse”,continuó él con un tono inusualmente amable.

Un escalofrío recorrió la espalda de Mónica, comenzando a formarse una vaga idea de lo que vendría a continuación.“No… no puede ser… ”pensó entonces ella, bajando la mirada.

“Queremos ver cómo eres. Me refiero a… sin nada encima”,continuó entonces el jefe.

“¿Cómo?”, exclamó entonces Mónica indignada .“¿Me estáis diciendo que queréis verme sin ropa?”

“Así es”, replicó él.”Los chicos ya no aguantan un minuto más. Están deseando verte desnuda y, para qué negarlo, yo también. Considéralo como una especie de favor… un favor especial”

Mónica estaba paralizada, con los ojos muy abiertos, sin saber que decir.

El jefe continuó hablando.

“Incluso habían pensado en hacerlo ellos, ¿verdad chicos?, pero seguro que es más excitante que te quites la ropa tú misma. Además, así no romperemos nada. Seguro que lo que  llevas encima es muy caro”

Mónica seguía en silencio, inmóvil, sin poder reaccionar.

“¡Vamos!, ¡empieza a quitártelo todo!”,ordenó uno de los secuestradores impaciente.

“No… no me obliguéis a hacer eso… por favor”, suplicó ella sin acabar de creer lo que le estaba pasando.

“No es para tanto, te lo estamos pidiendo con educación y nos harás un gran favor, créeme. Te damos cinco minutos para pensarlo”,dijo el jefe, volviendo de nuevo a su tono más amable.

Entonces se hizo un silencio sepulcral mientras los hombres acercaban las sillas al centro de la habitación. Mónica se iba rindiendo a la evidencia según pasaban los minutos y empezaba a entender que no tenía salida. Le costaba mucho asimilar lo que le estaban ordenando. Iba a tener que desnudarse para entretener a unos desconocidos que la estaban reteniendo contra su voluntad.

Javier había escuchado la conversación desde su habitación “¡Tenía que haberlo imaginado! Están aburridos y van a divertirse un poco con ella”.Recordó como,una hora antes, pudo escuchar fragmentos que ahora cobraban sentido. Mónica era una sorpresa inesperada porque el objetivo principal era él y no esperaban que estuviese acompañado por una mujer. Oyó como los secuestradores pedían insistentemente a su jefe de que les dejase divertirse un poco con ella y ahora lo entendía.“Tienen instrucciones de no abusar de ella pero quieren un pequeño espectáculo que les compense. Van a obligarla a quitarse la ropa… y el jefe finalmente ha cedido”,murmuró en voz baja .

Aunque temía por su compañera, le avergonzaba reconocer que hubiera dado cualquier cosa por estar en esa habitación. En el fondo, entendía que los secuestradores aprovechasen la ocasión. A él también le mataba la curiosidad y la posibilidad de ver a Mónica desnuda era una tentación irresistible. Solo esperaba que se quedaran en eso y no fueran más lejos.

“Seguramente la obligarán a hacerlo poco a poco, para alargar la diversión.Si yo fuera cualquiera de ellos, lo haría así” , pensó, muy avergonzado pero excitado al mismo tiempo, imaginándose ya la escena.

Capítulo 5, “El regalo inesperado”

Los cinco minutos pasaron muy rápido.

“Vamos, ¿a qué esperas? Empieza por quitarte esa chaqueta tan bonita. Hace mucho calor aquí ”, dijo el jefe.

Mónica ya no podía resistirse más. Iba a tener que hacerlo quisiera ó no. Ayudada por los efectos del sedante y a que no les veía en la oscuridad, creando la sensación de que estaba sola, comenzó a desabotonarse lentamente la chaqueta y se la quitó, dejándola encima de la cama. No sabía muy bien cómo seguir y esperó instrucciones.

“Ahora quítate los pantalones” , dijo una voz desde la penumbra.

Entonces se agachó para quitarse primero los zapatos y los calcetines. A continuación, después de dudar unos instantes, se bajó los pantalones dejándolos en la cama encima de la chaqueta. Llevaba unas bragas negras que contrastaban con su piel, pálida bajo la luz del foco.

“¡Hemos acertado el color!”, dijo entonces uno de ellos riendo. Los hombres se estaban animando viendo como la abogada se iba quedando sin ropa. Como Javier había anticipado, hacerlo poco a poco era parte del juego y querían disfrutarlo.

“¿Qué más habrán apostado….?” pensó ella, que sabía que con la siguiente orden se quedaría en ropa interior.

Esta no tardó en llegar.

“Ahora la camisa. Queremos verte por arriba ”, dijo uno de ellos.

Tras dudar un poco, comenzó a quitarse los botones. Lo hizo lentamente, intentando retrasar lo inevitable… aunque eso solo consiguió aumentar aún más la excitación de sus captores. Cuando hubo terminado con el último, se quedó parada, con la camisa entreabierta y sin atreverse a seguir. Le costaba quitarse la última prenda que todavía le daba un mínimo de protección.

“Vamos, quítate la camisa de una vez” , ordenó el jefe con impaciencia.

Finalmente no tuvo más remedio que hacerlo, dejándola en la cama también y quedándose en ropa interior en mitad de la habitación. El sujetador, también negro, no podía ocultar el tamaño de sus pechos. Era algo que pasaba desapercibido cuando estaba vestida pero ahora no había forma de esconderlos.

“¡Vaya tetas! Lo que yo os decía. Las escondía muy bien”, exclamó uno de ellos .

Los hombres se estaban excitando cada vez más y se recrearon un buen rato en su cuerpo. Eran conscientes de que la presa no iba a escapar y comprobaban como sus sospechas sobre el cuerpo de Mónica se iban confirmando. Podían tenerla completamente desnuda cuando quisieran y el rubor de Mónica, que ahora miraba hacia el suelo avergonzada, acrecentaba su excitación. Solo su marido la había visto así antes.

Finalmente llegó la instrucción que más temía… le pedían que se quitara también el sujetador. Era el punto de no retorno…

“Ya… ya me habéis visto en ropa interior. No me hagáis continuar, por favor…”, suplicó ella, con voz temblorosa.

“¿Crees que, con lo que tenemos ahora delante, vamos a quedarnos sin verlo todo?, dijo el jefe, ya tan excitado como sus hombres. “Vamos… ¡quítate ahora mismo el sujetador!”

Mónica sabía que, llegados a este punto, no había forma de negarse. Tras unos segundos de duda que se hicieron interminables, se lo desabrochó, dejándolo deslizar por los brazos y tirándolo encima de la cama, junto al resto de la ropa. Se cubrió inmediatamente pero, aunque lo hizo muy rápido, no fue suficiente y los tres hombres tuvieran una fugaz visión de sus pechos, oscilando levemente mientras el sujetador caía en la cama.

¡Que par de tetas!, ¡como las disimulabas vestida!” , tuvo que volver a escuchar de unos de los hombres, sorprendido por lo que acababa de ver.

Ya no le quedaba mucho por esconder. Mónica permanecía de pie, cubriéndose con los brazos y mirando hacía el suelo, avergonzada y roja como un tomate. Podrían haberla obligado ahora a retirarlos para verla en todo su esplendor pero fueron más sutiles que todo eso.

“Quítate ahora lo que te queda a ver si eres capaz de taparte todo a la vez” , ordenó el jefe con una sonrisa perversa.

“Se acabó” , pensó Mónica. Tenía la esperanza de que no llegasen más lejos pero…. estaba claro que no la dejarían quedarse con nada puesto.

“¿Las, las bragas también?” , preguntó ella, sabiendo de antemano la respuesta.

“Claro, es lo único que te queda, ¿no?” , contestó el jefe.

Ya rendida, decidió no darse la vuelta y hacerlo de frente a ellos. Ya no tenía sentido tratar de esconderse. Intentó retrasarlo algo pero los hombres se estaban impacientando. Entonces, retiró los brazos, dejando sus pechos a la vista, se bajó las bragas hasta las rodillas y las dejó caer al suelo echándolas a un lado con el pie. Volvió a intentar cubrirse, pero ahora le faltaban manos.

La excitación de los hombres iba en aumento. La abogada, frágil e indefensa, tratando de taparse todo a la vez, era una visión perturbadora.

“¿Veis?. Cómo os decía. No lo tiene depilado” , dijo uno de los hombres. Hacía referencia a sus perversas apuestas anteriores tras haber visto fugazmente como el vello de Mónica contrastaba con la blancura de su piel.

“Espectacular”, continuó el jefe. “ Ves… no era tan difícil, Mónica. Lo estamos pasando bien y no te estamos haciendo daño”

“¿Puedo, puedo vestirme ya?” , preguntó ella, ingenuamente.

“No. Ahora queremos verte bien. Deja de cubrirte por favor”,ordenó el jefe.

Mónica ya imaginaba la respuesta. No tenía sentido esperar a que él tuviese que repetir la orden. Entonces retiró lentamente los brazos con los que se cubría y se mostró completamente desnuda ante ellos.

Los secuestros eran aburridos pero éste había venido con un regalo inesperado. Mónica no les podía ver bien, eran apenas siluetas en la oscuridad, pero los tres hombres la miraban boquiabiertos. Ella permanecía de pié, temblorosa, bañada por la luz del foco que la hacía parecer más pálida todavía y mirando hacia el suelo avergonzada. Sus brazos, ahora a lo largo de su cuerpo, dejaron ya de ocultar sus generosos senos, las bonitas curvas de sus caderas y el triángulo que formaba el vello castaño de su pubis.

Sólo algunos segundos después, los secuestradores acertaron a hacer algún comentario “Sólo por ver esto ha merecido la pena este encargo, ¡que cuerpazo tiene la chica!” , dijo uno de ellos. “ Si. La verdad es quenecesitábamos algo así…” , concluyó a continuación el jefe.

Dadas las circunstancias, estaban siendo relativamente civilizados. Sólo se divertían mirando. A continuación, pidieron a Mónica cambiar de posición. No querían perderse nada y lo hacían con una educación que la desconcertaba.

Date la vuelta para que te veamos bien por detrás”,ordenó uno de ellos, petición a la que ella accedió, moviéndose insegura.

“¡Un lunar en una nalga!… eso sí que no lo esperábamos” dijo el otro, cuando Mónica terminó de darse la vuelta quedándose de espaldas a ellos y mostrando el culo a los hombres.

A esta petición siguieron otras que ella tuvo que atender con la misma resignación. La más imaginativa, con la excusa de que hacía calor y Mónica estaba empezando a sudar, fue tener que ducharse en el pequeño cuarto de baño de la habitación.

“Seguro que tienes calor, ¿por qué no te duchas?... y deja la puerta abierta, por favor”

Podían verla perfectamente ya que el baño no tenía cortinas. Le ordenaron que se enjabonase el cuerpo, provocando todo tipo de comentarios cuando pasaba la esponja por sus pechos o por el culo. La visión de Mónica desnuda, cubierta de espuma y con el agua corriendo sobre su cuerpo era perturbadora.

Por fin la dejaron salir de la ducha y secarse. Tuvo que hacerlo delante de ellos porque no había lugar en la habitación donde ocultarse. Lo hizo muy rápido y se cubrió a continuación con la toalla, anudándosela arriba. Era demasiado pequeña y apenas le llegaba a la mitad de sus muslos pero… por lo menos era algo.

“¿Puedo vestirme ya?” preguntó ella en voz baja, avergonzada.

“Creo que todavía nos queda algo por ver” , dijo el jefe entonces, sonriendo, tras escuchar como uno de sus hombres le hacía una sugerencia.

“Pero, ya lo habéis visto todo” , balbuceó ella.

Entonces otro de ellos tiró un paquete de cigarrillos al suelo, detrás de ella. “Queremos que te des la vuelta y lo cojas”, dijo entonces . “Sin doblar las rodillas y con las piernas separadas. Queremos comprobar si estás en forma”

Ella ya sabía lo que querían. Al agacharse a coger el paquete, la toalla se levantaría… dejando de cubrirle el trasero. Y en esa postura, con las piernas separadas, ya no podría evitar enseñarles todo, absolutamente todo...

Los secuestradores disfrutaron de la visión de Mónica mostrándoles lo más íntimo, lo que hasta ahora había conseguido ocultar. Incluso la obligaron a repetirlo. Tras cumplir obedientemente la última instrucción, totalmente avergonzada, creyó que ya habían quedado satisfechos y confiaba en que la dejarían vestirse de nuevo. Les había mostrado… todo… de todas las formas posibles. Es lo que querían, ¿no?

Sentada en la cama, con el pelo mojado y cubriéndose con la toalla escuchó como los hombres hablaban entre sí aunque no pudo entenderles bien. Cuando callaron, el jefe se dirigió a ella de nuevo.

“Mis hombres no quieren terminar todavía y me han hecho una propuesta a la que no puedo negarme. Piensan que al abogado le encantaría verte también. Vamos a invitarle para que participe de la fiesta. Debe estar aburridísimo. ¿No te parece?”

“¡Dios mío!, ¡van a traer a Javier aquí!, ¡¡qué vergüenza!!” , pensó Mónica. Entonces enrojeció aún más y su cara empezó a arder.

Durante todo este tiempo, Javier había podido escuchar algo a través de la pared e intuía más ó menos lo que estaba ocurriendo. Por algunos fragmentos que consiguió oír y, sobre todo al escuchar el sonido del agua, dedujo que habían llegado al final. “Es increíble, Mónica está en la ducha… ¡la han dejado en pelotas! La pobre estará muerta de vergüenza, y ellos se lo estarán pasando en grande”, pensó, sin imaginar lo que ocurriría a continuación.

En esos momentos, sonó el cerrojo de su puerta.

Capítulo 6, “El peso del pasado”

Cuando Javier entró en la habitación y se encontró de golpe con Mónica sentada en la cama, cubriéndose con la pequeña toalla, no pudo evitar murmurar en voz baja “¡joder…que buena está!”, algo impropio de las circunstancias en las que se encontraban. Ella trataba de taparse pero apenas lo conseguía y estaba roja de vergüenza. El pobre abogado estaba incómodo y no sabía dónde mirar.

El jefe se dirigió a él.

“¿No os imagináis lo que viene ahora?”,dijo el jefe entonces.

A Javier le recorrió un escalofrío. El iba a ser ahora parte del espectáculo… de alguna manera.

El jefe comenzó a hablar.

“Ahora vas a hacer lo que te digamos. Nosotros tenemos instrucciones de no tocarle ni un pelo pero tú no, ¿lo entiendes? Quiero que hagas lo que nosotros no podemos hacer”. “Puedes negarte y te dejaremos libre, tal como estaba previsto, pero después iremos a por ti y te arrepentirás”.

“Sois unos cabrones”, dijo Javier

“Tienes razón pero obedece. Por tu bien y por el de ella”, contestó bruscamente.

“Quítate tú también la ropa y túmbate en la cama”, ordenó el jefe sin dar opción a réplica.

Javier obedeció con desgana, sin fuerzas para negarse. Iban a continuar con la diversión y ahora él era parte del juego. Se quitó la ropa y se tumbó en la cama, en calzoncillos, con la espalda apoyada en el cabecero que era bastante mullido.

“Quiero que empieces por sus tetas abogado, como si fueseis dos novios en su primera cita”,dijo . “Vamos, ve con él” , gritó entonces a Mónica.

A continuación, Javier le hizo un gesto para que se acercase y se sentase encima de él. No sabía bien por qué había pensado en esa posición… cualquier otra hubiera sido también embarazosa pero le parecía que, al menos, esta sugería cierta ternura. Ella obedeció, subiendo a la cama y poniendo una pierna a cada lado de su cuerpo, sin dejar de cubrirse con la toalla en todo el proceso.

Vamos, ¿es que no quieres verle las tetas?” , dijo uno de ellos impaciente.

Para no retrasar lo inevitable y evitar que los secuestradores se pusieran violentos, el abogado desanudó la toalla con cuidado. Lo que comprobó entonces le cortó la respiración. Las mejores tetas que Javier había visto nunca, grandes, bien formadas y con los pezones rosados, se mostraron oscilando ante sus ojos. Tenía que reconocer que había llegado a fantasear con ellas en el pasado pero lo que ahora tenía a pocos centímetros de su cara superaba con creces cualquier cosa que hubiera imaginado antes. Mónica no lo podía creer, “… ¡qué vergüenza! Javier me está… ¡me está viendo las tetas!…”.

“¿A qué esperas?”, sonó desde el otro lado de la habitación

El no esperó a la siguiente orden y, tras mirar a Mónica a los ojos, excusándose sin palabras por lo que iba a hacer, la inclinó un poco sobre él y comenzó a besarle los pechos, ahora justo frente a su cara, de la forma más tierna que supo. Mientras, apoyó las manos en sus caderas todavía cubiertas por la toalla. Después, pasó a recorrerlas suavemente con los labios pero cuidándose de rodear los pezones sin tocarlos, por respeto a su compañera. Pasaba de un pecho a otro alternativamente y siguió así durante algún tiempo, notando como su piel se erizaba. Lo siguiente que hizo fue meter su cara entre ellos, separándolos con las manos, para besar también esa zona intentando hacerlo suavemente. Pretendía satisfacer a los hombres sin avergonzar demasiado a Mónica aunque sabía que eso iba a ser difícil.

“¿ Eso es todo lo que sabes hacer?”, dijo el jefe impaciente.

Esos degenerados estaban pasándoselo bien, utilizándolos como conejillos de indias y querían que el espectáculo continuara. Javier reconoció que en el fondo, Mónica siempre le había excitado mucho. Ahora la tenía entera para él y además “…. ¡qué diablos, le estaban obligando…..” . Si eso servía para pasar por este trance sin problemas y que les dejasen finalmente en paz, ¿por qué no darles lo que querían? Ya habría tiempo de pedirle disculpas mañana.

Ella, por otro lado, comenzaba a sentirse flotando en una nube por el efecto del sedante y observaba fijamente como Javier recorría sus pechos, “… por favor, que no toque los pezones, ¡deben estar durísimos!… ¡qué vergüenza!” . En esos momentos, su cabeza le jugó una mala pasada y voló años atrás, a la época en la que se conocieron. El era un hombre muy atractivo, todas las chicas lo comentaban, y en esos tiempos Mónica fantaseó muchas veces con algo que la avergonzaba mucho, que escondía en lo más profundo de su ser y que nunca había compartido con nadie. En la fantasía… sus compañeros de estudio iban dejando la casa poco a poco. Finalmente, se quedaban solos, con toda la mañana por delante, y terminaban en la cama haciendo cosas que todavía hoy seguían escandalizándola y que intentaba olvidar.

No ayudaba el hecho de que Ana, una de las compañeras más descaradas del grupo, confesara una noche en que había tomado una copa de más, que a ella le ocurrió precisamente eso en una ocasión. Ella y Javier se quedaron solos y acabaron, según sus propias palabras… “haciendo todo lo que un hombre y una mujer pueden hacerse…”, palabras que retumbaron en su cabeza durante mucho tiempo, excitando su curiosidad . Incluso Ana había comentado entre risas que su novio le llamó al móvil justo cuando estaba cabalgando encima de él, bañada en sudor y gritando como una loca en mitad de un orgasmo.

“Anda Mónica, anímale un poco”, se escuchó a continuación.

Capítulo 7, “Desorden”

Mónica seguía en su nube y ese recuerdo del pasado, que la había asaltado de repente, había acabado por confundirla. Nunca supo porque lo hizo. Quizás era una de las fantasías que ocurrieron en el dormitorio del abogado y que todavía estaba grabada en su subconsciente. El caso es que cuando escuchó la orden se inclinó sobre él, apoyó las manos en el cabecero de la cama y comenzó a mover sus pechos muy lentamente, de un lado a otro, restregándolos por su cara, sorprendiéndose a sí misma por lo que estaba haciendo. Hacía calor en la habitación, ambos estaban empezando a sudar y sus tetas resbalaban fácilmente por la cara de Javier.

“Pero, ¿qué estoy haciendo?” , pensó entonces ella desconcertada, “ ¡ le estoy pasando las tetas por la cara a Javier!”** .

El fugaz remordimiento duró poco porque a continuación bajó un poco el cuerpo para restregarlas también por el pecho del abogado, sin dejar de apoyar las manos en el cabecero. Su subconsciente había tomado el control.

Javier estaba sorprendido porque siempre había considerado a Mónica como una mujer muy recatada. Las tetas de su ayudante resbalando por su cara y por su pecho, notando perfectamente los pezones contra su piel, acabó por sacarlo de sus casillas. Ya no se pudo resistir y de los besos y caricias iniciales pasó a lamerlas sin control. También dio por terminada la tregua que había dado a sus pezones y los metió, uno tras otro dentro de su boca para chuparlos, notándolos duros entre sus labios. Sus manos pasaron de acariciarle las caderas a recorrer todo su culo, retirando completamente la toalla que todavía lo cubría. Mónica volvió a escandalizarse de nuevo cuando se dio cuenta de que era ella misma la que conducía sus pechos hacía la boca de Javier, con sus manos, para ayudarle a llegar mejor. En la habitación reinaba un silencio sepulcral. Los secuestradores estaban disfrutando del espectáculo.

Después de un buen rato observando al abogado, completamente dedicado a las tetas de su ayudante, consideraron que ya era suficiente y dieron la siguiente instrucción.

“Ahora te toca a ti guapa, quiero que nos enseñes que es lo que sabes hacer”, dijo el jefe.

¿Qué queréis que haga? , preguntó Mónica en voz baja, ahora avergonzada por lo que había hecho, todavía sentada sobre él.

“Queremos que se la chupes y que lo hagas bien. Si hay alguna cochinada que no hayas hecho ni siquiera con tu marido, tranquila, no se lo vamos a contar. Hoy puedes hacer todo lo que se te pase por la cabeza. Nadie va a saberlo”

Javier sabía que no había opción y se quitó los calzoncillos. La sesión anterior le había dejado con una erección considerable. Por muy tensa que fuese la situación, haber estado entre los pechos de Mónica tanto tiempo había conseguido alterarle completamente.

Ella estaba flotando y en el fondo lo agradecía porque la falta de inhibición la ayudaba. Ya no sabía si estaba aquí, en manos de unos secuestradores, ó en el dormitorio de Javier años atrás. Lo que iba a hacer a continuación ya lo había imaginado varias veces por lo que ocurrió de forma natural. Todavía seguía sentada sobre él, por lo que gateó hacia atrás y se tumbó boca abajo, entre sus piernas. El miembro del abogado era de un tamaño considerable, como ella también lo había imaginado en muchas ocasiones. Tras observarlo unos segundos, “uffff… es grande… cómo me lo imaginaba ”, comenzó a pasarle la lengua tímidamente por la punta, para acabar recorriéndola en toda su longitud, desde abajo hasta arriba, durante un buen rato. Poco después, sorprendida por su propio atrevimiento, bajó hasta sus testículos, besándolos y rozándolos con los labios, para chuparlos a continuación, metiéndoselos en la boca uno tras otro, arrancando un gemido al maduro abogado que veía como su ayudante hacía cosas que ni la más experimentada profesional superaría.

“Pero, ¿que estoy haciendo?, ¿qué va a pensar Javier de mí?, ¡estoy comiéndome sus…. bueno…. eso! , pero, ¿por qué?, ellos no me lo han pedido…” , pensó avergonzada. A pesar los remordimientos continuó, concentrada y con los ojos cerrados, cambiando de posición para que su lengua llegara bien a todas partes. El contraste entre la inocencia, que Javier siempre le había supuesto y el atrevimiento que hoy estaba descubriendo le estaban volviendo loco.

Después de hacer con la lengua todo lo que se le antojó, se puso finalmente de rodillas junto a él. Inclinándose, se introdujo el pene en la boca y estuvo un buen rato chupándoselo, haciéndolo desaparecer casi completamente en su boca en ocasiones. Mientras tanto, Javier le acariciaba las tetas, que oscilaban rítmicamente con cada movimiento. Si no llega a ser por la voz que vino de la oscuridad, el abogado se hubiese corrido sin poder evitarlo.

“Esto no es justo, ella también se merece algo. ¡Tiene que estar a cien!”, dijo alguien. “Ahora te toca a ti también, vamos, ahora chupaos los dos a la vez”

En ese momento Javier, que había perdido ya todo su autocontrol e interpretando perfectamente lo que querían, la ayudó a darse la vuelta y a poner las piernas a ambos lados de su cuerpo, con el culo justo frente a su cara. El tenía la cabeza apoyada en el cabecero y la perspectiva que le daba el nuevo ángulo era para perder la cabeza: el culo de Mónica era blanco, redondo, perfecto, y en una posición que la obligaba a mostrarlo todo. Javier quería ser delicado con ella aunque ya era difícil…. Comenzó a besarlo delicadamente durante un buen rato, mientras le acariciaba las caderas al mismo tiempo. A continuación, le pasó la lengua entre las nalgas de abajo a arriba, una y otra vez, apenas rozando la piel. Su culo estaba suave como el de un bebé, tal como se lo había imaginado muchas veces. Notaba como ella se estremecía, algo imposible de evitar con una lengua recorriéndole una zona tan sensible.

“¡Qué vergüenza!, Javier me estará viendo todo, pero…. me gusta, ufff, como noto la lengua”,pensaba ella.

Que él la besase y lamiese por todas partes formaba parte de la fantasía, oculta en su cabeza y que ahora se desbordaba. Por eso, sin ser consciente de ello, separó las piernas y elevó ligeramente el culo para facilitarle el acceso.

“¡Dios santo!, ¿cuántas veces he querido hacer esto?” pensó entonces Javier, disfrutando de lo que ahora veía mejor que antes. Unos labios, rosados y entreabiertos, que contrastaban con la palidez del resto.

Una voz salió de la oscuridad, “tú también tienes que chupar guapa, ¡¡los dos a la vez!!”

Entonces Mónica se introdujo el pene del abogado en la boca. Se estaba volviendo loca al recordar que esta posición era una de las que ocupaba un lugar principal en su fantasía y quería recrearla bien “… ¡qué fuerte! estoy abierta… delante de su cara, como he imaginado tantas veces. Que me lo chupe todo por favor, que me meta la lengua en todas partes…” , pensó entonces, excitada y abochornada a la vez, por las cosas que pasaban por su cabeza.

Como si le hubiera leído la mente, la lengua de Javier recorrió cada centímetro: primero el clítoris, subiendo por los labios, y pasando entre las nalgas… deteniéndose en las zonas más recónditas, arrancando gemidos de placer y de sorpresa a su compañera. “… por favor, ¡nunca me habían lamido ahí!, creo que me voy a volver loca, ¡que siga así!…”

Los secuestradores, con los ojos muy abiertos, no perdían detalle de cómo el abogado se aplicaba a fondo, mientras Mónica se estremecía y daba leves respingos cuando él se aventuraba en sus zonas más sensibles. Cuando se hubo saciado, Javier comenzó a jugar con la lengua dentro de su vagina, metiéndola y sacándola completamente, una y otra vez, hasta que Mónica comenzó a temblar y finalmente se corrió, entre convulsiones, con gemidos entrecortados ya que tenía la boca bien ocupada.

“Muy bien, ¡¡vaya corrida!! Seguro que quiere repetirla” , dijo uno de los hombres. “A ver si es capaz de correrse otra vez”

Javier tomó entonces la iniciativa. Le dio la vuelta para ponerla boca arriba y entonces ya no quedó ángulo alguno del cuerpo de Mónica que le quedase por ver. Sin darle tiempo a recuperarse del orgasmo anterior, ella todavía temblorosa, comenzó a recorrerle el cuerpo empezando por el cuello, pasando por los pechos de nuevo, y continuando hacia abajo, hasta el interior de sus muslos. Mónica estaba muy excitada y ya no pudo aguantar más. Le agarró de los pelos, llevando su boca hasta el clítoris y abriendo completamente las piernas. Entonces Javier lo atrapó entre los labios, notándolo grande e inflamado. En esa posición, accedía mejor a él que desde atrás. La lengua de un hombre experimentado es un arma mortal y tras pocos minutos de dedicación consiguió que ella tuviese un nuevo orgasmo, ahora gritando sin control.

”… ¡qué barbaridad!... creo que me he corrido… como una loca…”, pensó ella jadeante,al terminar.

Los secuestradores asistían boquiabiertos al espectáculo. Ya no tenían que dar muchas instrucciones. Las cosas sucedían solas. Incluso algunas que ni siquiera imaginaron pedir.

Mónica seguía excitada y escandalizada al mismo tiempo pero ya no podía parar. Entonces se subió encima de Javier y ella misma se introdujo su pene, que estaba ya a punto de reventar. La visión de su ayudante cabalgando sobre él entre gemidos, sus pechos botando y ambos cuerpos resbalando por el sudor era más de lo que Javier podía aguantar y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no explotar. Siguieron follando en otras posiciones y ella se corrió varias veces más, sin preocuparse ya por sus tetas moviéndose sin control ni por lo escandaloso de sus orgasmos. Los secuestradores pudieron ver a Mónica desde todos los ángulos: de espaldas, cabalgando furiosamente sobre él y de frente a ellos, con sus antebrazos apoyados sobre la cama, mientras el abogado la penetraba desde atrás.

Tras unos minutos de tregua, tumbados en la cama, exhaustos y bañados en sudor, el atrevimiento de Mónica volvió a sorprender nuevamente a Javier. Sus antiguas fantasías con el abogado salieron a la luz de nuevo.

“Ahora te toca a ti, ¡córrete donde quieras!”, lemurmuró ella al oído , sin atreverse a mirarle a los ojos. Era la parte de la fantasía que más la avergonzaba porque ésta acababa con Javier corriéndose sobre ella, en todas partes, algo que no había hecho ni siquiera con su marido.

“Voy a correrme en tus tetas” , murmuró Javier tras dudar unos instantes. Consideró que era la opción más civilizada aunque tuvo que reconocer que, llegados a este punto, le hubiera regado la cara y la boca sin dudarlo.

El se sentó en el borde de la cama y Mónica se puso de rodillas en el suelo, entre sus piernas. Se empleó a fondo con la mano y con la boca, metiéndose de vez en cuando su pene entre las tetas, hasta que el abogado no pudo más y explotó.

Cuando Mónica, con los ojos abiertos, notó como el semen comenzaba a caer sobre su cuerpo, se introdujo rápidamente el pene en la boca, para sorpresa de Javier. En el fondo, era lo que ella siempre había deseado, “así… en mi boca, todo en mi boca, que no se escape nada…”, pensó ella en esos momentos . En cuanto a Javier, parecía que no iba a acabar nunca, un chorro, otro y otro, ya que llevaba más de una hora aguantando. Ella los recibió satisfecha, con los ojos cerrados, dentro de su boca…  su fantasía acababa muchas veces de esa manera.

A continuación, ambos cayeron extenuados en la cama. Los secuestradores observaban en silencio, sin palabras.

Capítulo 8, “Final”

Al día siguiente, volvieron en la misma camioneta que les había llevado a la casa. Mónica y Javier, con los ojos tapados pero ya con las manos libres, estaban sentados en una de las filas de asientos. El objetivo del secuestro se había cumplido y hubo que suspender el juicio por la incomparecencia de los abogados de una de las partes. Cuando entraron en la ciudad y ya no había riesgo de identificar su escondite les quitaron las vendas de los ojos.

Cada uno iba sumido en sus propios pensamientos. Javier pensando en cómo explicar a sus clientes la incomparecencia y Mónica preocupada porque no sabía si iba a ser capaz de mirar al abogado a los ojos, la próxima vez que se encontrasen en el juzgado. Además, tendría que ocultar a su marido lo que había pasado realmente esa noche. No podía creer que Javier y ella hubieran hecho todo aquello, apenas unas horas antes.

Cuando les dejaron en el lugar en el que fueron capturados y les vieron alejarse, los secuestradores se sintieron libres para hablar.

“¡Quién nos iba a decir que habría una chica y que iba a estar tan buena!” . “Por cierto, ¿lo grabasteis todo bien?” , preguntó el jefe.

“Si. Desde que la obligamos a quitarse la ropa”, contestó uno de ellos. Había un par de cámaras ocultas en la habitación para captarlo todo.

“¿Os imagináis la cara de su marido si viese la cinta?”, preguntó uno de ellos.

”Igual hasta nos pagaría por la grabación” contestó el jefe mientras se alejaban del lugar.

Los secuestradores no podía evitar pensar en las escenas que habían visto apenas unas horas atrás. La inocencia de Mónica, lo excitante que fue ver como se desnudaba ante ellos y el cuerpo que ocultaba bajo la ropa. Después, como ese recato inicial se convertía en una completa desinhibición con el abogado, como si ellos no hubieran estado allí.

“Me están entrando ganas de secuestrarla otra vez y tenerla encerrada una semana entera. El abogado se ha puesto las botas”,dijo el otro.

Los hombres se miraron con complicidad porque los tres estaban pensando exactamente lo mismo. La idea de volver a capturarla, ya sin ningún tipo de limitaciones era una tentación irresistible. Lo harían por la mañana temprano, para que nadie la echase de menos hasta la hora de comer, la llevarían a otra casa, tan discreta como la anterior y la chantajearían con la cinta, amenazándola con enseñarla a su marido. Sí, eso sería suficiente aunque también le darían, sin que se diese cuenta, unas gotas de un líquido con un ligero efecto afrodisiaco que le haría perder la cabeza y que conocían bien. Lo habían hecho antes, cuando retuvieron un par de días a la joven esposa de un importante empresario hasta que este consiguió reunir el dinero para pagar una deuda. Y funcionaba….

También ella llegó a la casa con los ojos tapados, asustada y temblorosa, sin saber qué es lo que harían con ella. Los secuestradores pactaron la entrega del dinero al día siguiente, por la tarde. Tenían que permanecer allí, con ella, muchas horas hasta completar el encargo y ocurrió lo inevitable. En cuanto se sintieron seguros, entraron en la habitación en la que estaba recluida y le quitaron la ropa entre todos, sin ningún tipo de miramientos. Ella se resistió pero no pudo impedir que sus captores la dejaran completamente desnuda sobre la cama. La chica tenía un cuerpo espectacular. A partir de entonces, no tuvo un momento de tregua. Al principio obedecía con resignación pero, según iba haciendo efecto el brebaje que le dieron al llegar, tomaba parte activa en todo lo que a los tres hombres se les pasó por la cabeza…. pasando de uno a otro…  durante horas.  El pobre hombre no podía imaginar que la inocente y llorosa esposa que le entregaron de vuelta había estado follando sin parar durante todo el tiempo que estuvo retenida.

Ellos jugaban con ventaja, porque ya sabían lo que le gustaba a Mónica cuando perdía la cabeza. Le darían la mañana de su vida. Harían que se corriese de todas las maneras posibles, hasta perder la cuenta. Y ellos por supuesto, también... Conocían su pequeño secreto y seguro que, cuando estuviera bien excitada, les pediría acabar como hizo con el abogado, y como también les pidió, por cierto, la joven esposa capturada. Recordaban como los vació a uno tras otro… y vuelta a empezar… hasta hartarse.

Antes de la hora de comer estaría bien duchada y libre de nuevo, como si no hubiera pasado nada. Y ellos se lo pasarían en grande.

Chicos, se exactamente lo que estáis pensando ”, dijo entonces el jefe.

Todos rieron…

FIN