Capturados
Un abogado y su ayudante son secuestrados por unos malhechores a sueldo para retrasar el procedimiento judicial contra una organización delictiva. El aburrido secuestro, pura rutina para los miembros de la banda, viene con un regalo inesperado.
Capítulo 1- Capturados
La pareja caminaba tranquilamente hacia el coche tras haber consensuado el documento que presentarían ante el Juzgado nº 2 de la capital al día siguiente. El procedimiento contra una organización delictiva que operaba en el sur de la ciudad estaba durando demasiado y al día siguiente vencería el plazo para presentar un escrito que mantendría vivo el proceso. La defensa contraria buscaba desesperadamente retrasar el juicio pero en este caso les sería difícil presentar argumentos sólidos tras los retrasos anteriores.
Germán, el abogado de la causa, y Marta, su ayudante, se habían conocido varios años atrás cuando él daba clases en la universidad y ella era una estudiante de derecho. Habían vuelto a coincidir de forma casual, ahora en el ejercicio profesional, y colaboraban de vez en cuando en algún procedimiento.
Ninguno de los dos se dio cuenta, enfrascados en una animada conversación, de que una camioneta blanca conducía muy despacio hasta situarse prácticamente en paralelo a ellos. La calle estaba muy cerca del despacho de Germán y se trataba de una zona muy tranquila. Todo ocurrió en segundos. La camioneta se paró de repente y de ella salieron dos hombres que obligaron a la pareja, a punta de pistola, a introducirse en la parte de atrás. La sorpresa fue tal que no tuvieron opción a resistirse. Una vez dentro, uno de los hombres cerró el portón y notaron como la camioneta aceleraba mientras eran atados y amordazados. Nadie fue testigo del secuestro.
Ellos no sabían que habían sido vigilados durante los últimos días. Sus captores conocían la hora a la que se reunirían y les estaban esperando. Era fácil. Tenían informadores por todas partes, incluso en los propios juzgados. En ese preciso momento, Germán, tumbado sobre el suelo de la camioneta, comenzó a atar cabos, “Esto no tiene pinta de un robo. Tiene que ver con el proceso contra esa maldita banda” , pensó.
Capítulo 2- Una casa en las afueras
La camioneta estaba en movimiento aunque ni Marta ni Germán tenían la más remota idea de a donde los llevaban. Tenían los ojos y la boca tapados y estaban en la parte de atrás, sin ventanas, atados en el suelo y vigilados por dos de los hombres. El tercero conducía y no intercambiaron muchas palabras durante el trayecto. Sólo uno de ellos, al observar el nerviosismo de la abogada le dijo, con un leve acento extranjero difícil de identificar, “tranquila, si colaboráis no os pasará nada” . Germán se preguntó qué diablos significaría eso de colaborar aunque ya se iba formando una idea del objetivo del secuestro. Un abogado y su ayudante, retenidos el día antes de un vencimiento que podía marcar el desarrollo de un procedimiento. Tenía que ser eso.
Germán estaba vestido de traje y la americana se le había roto en el forcejeo. Marta vestía pantalón azul, camisa blanca y una chaqueta corta estampada. Las ropas de ambos estaban arrugadas y manchadas del polvo y la suciedad que había en el suelo del vehículo. Estaba claro que los llevaban a algún lugar seguro porque en un sitio más concurrido ambos hubieran llamado mucho la atención.
El trayecto continuó 30 ó 40 minutos más. Ya deberían estar a las afueras porque el sonido del tráfico había disminuido. Salieron de lo que les pareció una vía principal, quizás alguna de las grandes arterias que rodeaban la ciudad, y callejearon durante un rato hasta que finalmente la camioneta se detuvo. Las puertas se abrieron y los sacaron fuera. La venda que llevaba Germán en los ojos no estaba muy bien ajustada por lo que pudo apreciar vagamente que estaban frente a una casa de campo aislada. No podía identificar en que parte exactamente porque no se veía absolutamente nada alrededor. Era el sitio ideal para tenerlos ocultos durante el tiempo que necesitaban, pensó. Los tres hombres llevaban la cara descubierta y eran jóvenes, probablemente del Este de Europa. Haberles tapado los ojos era una medida para no identificar el recorrido hasta la casa pero no parecía importarles mucho que se les reconociese a ellos.
Fueron conducidos dentro y obligados a sentarse en un sofá. En ese momento les quitaron las vendas. Marta y Germán se miraron con cara de incredulidad y luego observaron a su alrededor. Estaban en el amplio salón de una casa de campo, decorada con muebles baratos. Desde el salón se accedía a lo que parecían algunos dormitorios, a un cuarto de baño y a una cocina. También había unas escaleras que llevaban a una segunda planta.
En ese momento ella preguntó con voz temblorosa, “¿por qué estamos aquí?, ¿quiénes sois?”
El que parecía el jefe contestó, “no os importa mucho quienes somos. Parece que estáis molestando a unos amigos en el juzgado y vamos a reteneros aquí hasta mañana. Después os dejaremos en el mismo punto en el que os capturamos. Nada más. Si colaboráis no os pasará nada”
Lo que imaginaba, pensó Germán.
Capítulo 3- Aburrida espera
Los tres hombres parecían algo más relajados. El trayecto en la camioneta por las calles de la ciudad había tenido mucho riesgo y ahora se sentían más seguros. Era ya por la tarde y ninguno de ellos había comido. Tampoco Marta ni Germán, por lo que los secuestradores compartieron con ellos unos bocadillos y algo de agua. Ellos no lo sabrían nunca pero mezclado con el agua les administraron un ligero sedante que sólo producía un agradable sopor y era muy útil para mantener a los rehenes tranquilos y bajo control. Eran muy profesionales y ya lo habían utilizado en otras ocasiones. Después metieron a cada uno en una habitación, atados pero ya sin la molesta venda en los ojos. Marta miró a Germán preocupada mientras la conducían a uno de los dormitorios.
Cuando cerraron la puerta fueron a por Germán para llevarle al otro. Aprovechando ese momento, el abogado tuvo la oportunidad de intercambiar unas breves palabras con el jefe.
“La chica está muy preocupada. Esto no va con ella. Yo soy el abogado de la causa y ella sólo me ayuda. Dejadla ir por favor”, dijo Germán.
“Ella no va a salir de aquí hasta mañana. No queremos riesgos. Una vez que pase el plazo, os soltaremos a los dos y todo habrá terminado. Portaos bien y no pasará nada”, contestó el jefe .”Por cierto, la chica es muy guapa, ¿es que tienes algo con ella?”, preguntó a continuación.
“No. Está casada. Nos conocimos hace años cuando estudiaba y yo la ayudaba en alguna asignatura. Ahora trabajamos juntos en algunos temas. Nada más.”, contestó Germán.
“Así que la ayudabas…. Mis chicos dicen que también la ayudarían pero en otras cosas”, replicó el jefe con una sonrisa inquietante.
“No le hagáis daño por favor”, dijo Germán mirando al jefe a los ojos .
“No te preocupes. Tenemos instrucciones de no ponerle las manos encima y así lo haremos”, contestó él secamente.
Cuando se cerró la puerta, Germán se quedó pensativo. El jefe había tratado de tranquilizarle pero había observado la forma en que los hombres la miraban y no se fiaba. Quedaba muchas horas por delante hasta que los soltaran. Marta era una mujer muy atractiva, 36 años, de pelo castaño y ojos verdes, estatura media, la piel blanca y un aire de inocencia que la hacía parecer más joven. Vestía de forma muy discreta pero las curvas que se le adivinaban podían volver loco a cualquiera. Tres hombres y una larga noche por delante eran una combinación explosiva.
El resto de la tarde lo pasaron encerrados en las habitaciones. Las ventanas estaban enrejadas y era imposible escapar. Al otro lado de la puerta se escuchaba a los hombres hablando entre ellos ya totalmente relajados. Germán, a sus 50 años, vivía sólo y nadie le echaría de menos esa noche. El caso de Marta era distinto. Habían utilizado su móvil para llamar a su marido y explicarle la situación, amenazándole con consecuencias si se le ocurría llamar a la policía. “Mañana acabará todo, no lo estropees” , oyó que le dijeron. Ahora los tres hombres estaban riendo y fumando. Se escuchaba el sonido de vasos y cristales por lo que dedujo que también estarían tomando alguna copa. Sólo esperaba que Marta no estuviera escuchando algunos de los fragmentos de la conversación porque llevaban algún tiempo hablando de ella.
Capítulo 4- Una proposición deshonesta
Era alrededor de la medianoche cuando Germán, que estaba adormilado por el efecto del sedante, escuchó el ruido de una cerradura y como el jefe entraba en el dormitorio en el que estaba confinada su compañera. Le siguieron sus hombres que desataron a la abogada y la ayudaron a levantarse de la cama. Llevaron unas sillas del salón y se acomodaron en una zona de la habitación, como si estuvieran disponiéndose a asistir a un espectáculo. Ella estaba desconcertada porque, aunque en el fondo temía lo peor, les notaba tranquilos e incluso educados. Si hubieran querido otra cosa lo podían haber hecho hacía tiempo.
Germán gritó indignado desde su habitación, “¡me prometisteis que no ibais a ponerle las manos encima!”. El jefe replicó en voz alta, “Ninguno de nosotros lo va a hacer” . “¡Ahora cállate!
Ella permanecía de pie mirando con ojos asustados. Uno de los hombres se levantó, apago las luces de la habitación y encendió un foco en el techo. El foco iluminaba tenuemente la parte de la habitación donde estaba Marta mientras ellos permanecían en penumbra, prácticamente invisibles, y sentados cómodamente en sus sillas. Entonces el jefe comenzó a hablar.
“Verás…nosotros somos gente educada y ya te hemos dicho que no te vamos a hacer daño. No temas por eso”. “Lo único que pasa es que estamos un poco aburridos, ya hemos jugado a las cartas, hemos fumado, hemos bebido y tampoco podemos dormir porque tenemos que vigilaros durante toda la noche”
Marta estaba confundida pero atenta a la voz que salía desde la penumbra, sin entender bien que es lo que pretendían. “Pero….no entiendo…. ¿qué es lo que queréis?” , preguntó con voz temblorosa.
“Lo que hemos pensado los chicos y yo es que…….podríamos entretenernos de alguna manera….no sé…algún tipo de diversión…” , contestó el jefe mientras sus hombres sonreían.
“¿Diversión?...pero…. ¿qué tipo de diversión?” , preguntó Marta desconcertada
“¿No te lo imaginas?”, preguntó él
“No”, contestó Marta sin saber que vendría a continuación. Ella sabía que podrían haberla llevado a la cama y haber abusado de ella en cualquier momento….estaba indefensa. ¿Qué iban a pedirle?
El jefe continuó , “Marta…eres una mujer muy guapa y creemos que debajo de esa ropa tan formal hay un cuerpo muy bonito”, dijo . “A los chicos y a mí nos gustaría verte mejor. Incluso hemos hecho algunas apuestas para entretenernos”. “Hemos pensado que podrías quitarte la ropa aquí mismo, delante de nosotros”.
“¿¿Quitarme la ropa??” , exclamó la abogada entre sorprendida e indignada.
“Eso es”, contestó el jefe. “Los chicos y yo sólo queremos verte desnuda. Ellos llevan un par de horas imaginando cómo eres sin nada encima y les mata la curiosidad. Estamos pidiéndotelo con educación y sabes bien que podríamos hacerlo de otra forma”. “No es para tanto mujer, te damos 5 minutos para pensarlo”.
¡Me están pidiendo que me quite la ropa delante de ellos! Es una locura pero…. ¿qué puedo hacer?.... ¿tengo alternativa?... ¿qué pasará si me niego? Marta se iba rindiendo a la evidencia según pasaban los minutos y empezaba a entender que no tenía salida.
Germán había escuchado vagamente la conversación desde su habitación… “Lo imaginaba…van a divertirse con ella. Están aburridos y la tentación es demasiado fuerte”, pensó . “Espero que se conformen con verla en ropa interior….y que no vayan más lejos”. Aunque temía por ella, le avergonzaba mucho tener que reconocer que mataría por ver a Marta obligada a desnudarse.
Capítulo 5- El regalo inesperado
Los cinco minutos pasaron muy rápido.
“Vamos, ¿a qué esperas? Empieza por quitarte esa chaqueta tan bonita. Hace mucho calor aquí ”, dijo el jefe.
Ya no podía resistirse más. Iba a tener que hacerlo quisiera ó no. Ayudada por los efectos del sedante y a que no les veía en la oscuridad, lo que creaba la sensación de que estaba sola, comenzó a desabotonarse lentamente la chaqueta y se la quitó, dejándola encima de la cama. No sabía muy bien cómo seguir y esperó instrucciones.
“Ahora los pantalones” , dijo una voz desde la penumbra.
Se agachó para quitarse primero los zapatos y los calcetines. A continuación, después de dudar unos instantes, se bajó los pantalones dejándolos en la cama encima de la chaqueta. Llevaba unas bragas negras que contrastaban con una piel muy blanca.
“Hemos acertado el color de sus bragas”, dijo uno de ellos riendo. Los hombres se estaban animando viendo como la abogada se iba quedando sin ropa.
“¿Qué más habrán apostado….?” pensó ella que sabía que con la siguiente orden se quedaría en ropa interior. Esta no tardó en llegar.
“Ahora fuera esa camisa. Queremos verte por arriba ”, dijo alguien.
Tras dudar un poco, comenzó a quitarse los botones de la camisa y eso le llevó más tiempo, aumentando la excitación de los hombres. Cuando hubo terminado con el último, se quedó parada, con la camisa abierta y sin atreverse a seguir. Le costaba quitarse la última prenda que todavía le daba un mínimo de protección.
“Vamos, quítate la camisa de una vez” , ordenó el jefe con impaciencia.
Finalmente no tuvo más remedio que quitársela, dejándola en la cama también y quedándose en ropa interior en mitad de la habitación. El sujetador no podía esconder el tamaño de sus pechos. Era algo que pasaba desapercibido cuando estaba vestida pero ahora no había forma de ocultarlo.
“Vaya par de tetas que tiene. Lo que yo os decía”, exclamó uno de ellos .
Los hombres se estaban excitando cada vez más y se recrearon un buen rato observando su cuerpo, conscientes de que en pocos minutos podían tenerla delante de ellos completamente desnuda y anticipando ese momento. Después llegó la instrucción que ella más temía. Ahora le pedían que se quitase el sujetador. Era el punto de no retorno.
“Ya me habéis visto en ropa interior. No me hagáis continuar por favor…”, dijo ella con voz temblorosa
“¿Crees que viendo lo que tenemos delante nos vamos a quedar sin verte las tetas?, dijo el jefe. “vamos, quítate el sujetador”
Marta se desabrochó lentamente el sujetador por detrás, lo dejó caer al suelo deslizándolo por los brazos y se cubrió inmediatamente con ellos a continuación. Aunque lo hizo muy rápido no fue suficiente y los tres hombres tuvieran una rápida visión de sus pechos. “ Joder, que par de tetas” , volvió a escuchar.
Ya no le quedaba mucho por esconder. Estaba de pie, cubriéndose con los brazos y mirando hacía el suelo avergonzada. Podrían haberla obligado ahora a retirar los brazos para verla en todo su esplendor pero fueron más sutiles que todo eso.
“Quítate ahora lo que te queda a ver si eres capaz de esconder todo a la vez” , ordenó el jefe con una sonrisa perversa…
Se acabó, pensó Marta. Tenía una última esperanza de que no llegasen más lejos pero…. le pedían que se quitase las bragas también. Decidió no darse la vuelta y hacerlo de frente a ellos. Ya no tenía sentido tratar de esconderse porque sabía que, llegados a este punto, ellos iban a verlo todo. Retiró los brazos de sus pechos, se bajó las bragas y las dejó caer también al suelo echándolas a un lado con el pie. Volvió a intentar cubrirse pero ahora le faltaban manos.
La excitación de los hombres iba en aumento. Habían visto, aunque fugazmente, casi todo y la abogada, indefensa, desnuda delante de ellos y tratando de taparse como podía era una visión perturbadora.
“¿Veis?. No lo tiene depilado. Lo sabía” , dijo uno de los hombres haciendo referencia a sus perversas apuestas anteriores
“Espectacular”, continuó el jefe. “Ahora queremos verte bien. Deja de cubrirte por favor”.
Ella ya se había rendido. Sin esperar a que repitiese la orden, retiró los brazos con los que se cubría y se mostró completamente desnuda ante ellos.Los secuestros eran aburridos pero éste había venido con un regalo inesperado para ellos. Marta no les podía ver bien, eran apenas siluetas en la oscuridad, pero los tres hombres la estaban mirando boquiabiertos. Sólo segundos después pudieron acertar a hacer algún comentario “Sólo por ver esto merecía la pena este encargo” , dijo uno de ellos sorprendido. Dadas las circunstancias, estaban siendo relativamente educados. Sólo se divertían mirando.
Con la misma educación estuvieron pidiéndole cambiar de posición varias veces para no perderse nada. “ Date la vuelta para que te veamos bien por detrás…. que culo más bonito...”, dijo uno de ellos. A esa siguieron otras peticiones a cada cual más perversa. Tras un buen rato, cuando Marta se levantaba de la cama tras haber pedido los secuestradores verla a cuatro patas con el culo abierto hacia ellos, confiaba en que habían quedado saciados y la dejarían vestirse de nuevo. Ya les había mostrado lo más recóndito de su cuerpo de todas las formas posibles.
En ese momento escuchó como los hombres hablaban entre sí aunque no podía entenderles bien. Cuando callaron, el jefe se dirigió a ella de nuevo.
“Mis hombres se vuelven traviesos cuando se aburren y me han hecho una propuesta. Me han convencido de que al abogado le encantaría verte desnuda también….Creo que vamos a traerlo aquí para que participe de la fiesta. Debe estar aburridísimo. ¿No te parece?”
“Dios mío, ¡van a traer a Germán!….¡¡qué vergüenza!!” …..pensó Marta. De repente, enrojeció aún más y su cara empezó a arder.
Durante todo este tiempo, Germán había podido escuchar algo a través de la pared e intuía más ó menos lo que estaba ocurriendo. “No iban a tocarla…. ¡y lo han cumplido los muy desalmados! …. pero creo que la han obligado a quitarse la ropa” . ”Espero que le hayan dejado algo porque debe estar muerta de vergüenza” pensó ingenuamente. En esos momentos, sonó el cerrojo de su puerta.
Capítulo 6- El peso del pasado
Cuando Germán entró en la habitación y se encontró de golpe con Marta completamente desnuda no pudo evitar murmurar en voz baja “¡joder…que buena está!”, algo impropio de las circunstancias en las que ambos se encontraban. Ella trataba de taparse pero apenas lo conseguía y seguía roja como un tomate. El pobre abogado estaba incómodo y no sabía dónde mirar.
El jefe se dirigió a él.
“Abogado, ahora vas a hacer lo que te digamos. Nosotros tenemos instrucciones de no tocarle ni un pelo pero tú no, ¿lo entiendes?”.” Quiero que hagas lo que nosotros no podemos hacer”. “Puedes negarte y te dejaremos mañana libre, tal como estaba previsto, pero en cualquier momento podemos ir a por ti y te arrepentirás”.
“Sois unos cabrones”, dijo Germán
“Tienes razón pero obedece. Por tu bien y por el de ella”, contestó
“Quítate tú también la ropa, túmbate en la cama y tú, guapa, ve con él”, ordenó el jefe sin dar opción a réplica. “Quiero que empieces por sus tetas abogado, como si fueseis dos novios”.
Germán obedeció con desgana. Se quitó la ropa y se tumbó en la cama en calzoncillos con la espalda y la cabeza apoyadas en el cabecero que era bastante mullido. A continuación, hizo un gesto a Marta para que se acercase y se sentase encima de él. Germán no sabía bien por qué había pensado en esa posición. Cualquier otra hubiera sido también embarazosa pero le parecía que, al menos, esta sugería cierta ternura… Ella obedeció subiendo a la cama y poniendo una pierna a cada lado del cuerpo del abogado, sin dejar de cubrirse en todo el proceso. Para evitar que los secuestradores se pusieran violentos, el abogado le retiró despacio los brazos con los que se cubría. Aunque ya lo intuía, lo que vio le cortó la respiración. Las tetas más perfectas que Germán había visto nunca quedaron completamente a la vista. Eran todo un espectáculo, grandes y muy bien formadas. Tenía que reconocer que había llegado a fantasear con ellas en el pasado pero lo que ahora tenía justo delante de su cara superaba con creces cualquier cosa que se hubiera imaginado antes.
“¿A qué esperas?”, sonó desde el otro lado de la habitación
Germán no esperó a la siguiente orden y, tras mirar a Marta a los ojos pidiendo perdón, la inclinó un poco sobre él y comenzó a besar sus pechos un buen rato de la forma más tierna que supo. Después, los recorrió suavemente con los labios pero cuidándose de rodear los pezones para no tocarlos todavía, por respeto a su compañera. Pasaba de un pecho a otro alternativamente y siguió así durante algún tiempo. Lo siguiente que se le ocurrió para intentar contentar a los hombres fue meter su cara entre ellos, después de separarlos con las manos, y besar también esa zona intentando hacerlo delicadamente también. Intentaba satisfacer a los secuestradores sin avergonzar demasiado a Marta aunque sabía que eso iba a ser difícil.
“¿ Eso es todo lo que sabes hacer?”, dijo el jefe impaciente.
Esos degenerados estaban pasándolo bien utilizándolos como conejillos de indias y querían que el espectáculo continuara. Germán reconoció que en el fondo siempre había tenido mucha curiosidad sobre cómo sería Marta en estas circunstancias. Ahora la tenía toda para él y además…. ¡qué diablos! …..le estaban obligando…..Si servía para pasar por este trance sin problemas y que les dejasen finalmente en paz…. ¿por qué no darles lo que querían? Ya habría tiempo de pedir disculpas a Marta mañana.
Ella, por otro lado, comenzaba a sentirse como flotando en una nube por el efecto del sedante y observaba como Germán recorría sus pechos. En esos momentos, su cabeza le jugó una mala pasada y voló años atrás, a la época en la que se conocieron. El era un hombre muy atractivo, todas las chicas lo comentaban, y en esos tiempos Marta fantaseaba algunas veces con algo que la avergonzaba mucho, que escondía en lo más profundo de su ser y nunca había compartido con nadie. Una mañana cualquiera de las que iba a su casa, que hacía las veces de despacho, a preparar con él algunos temas de la carrera se encontraba con que no estaba ninguno de sus compañeros. Estaban solos, con toda la mañana por delante. De alguna manera, los dos terminaban en la cama haciendo cosas que todavía hoy seguían escandalizándola y que intentaba olvidar.
“Anda Marta, anímale un poco”, se escuchó a continuación.
Capítulo 7- Desorden
Marta seguía en su nube y ese recuerdo del pasado, que la había asaltado de repente, había acabado por confundirla. Nunca supo porque lo hizo. Quizás era una de las fantasías que ocurrieron en el dormitorio del abogado y que todavía estaba en su subconsciente. El caso es que cuando escuchó la orden se inclinó sobre él, apoyó las manos en el cabecero de la cama y comenzó a mover sus pechos muy lentamente, de un lado a otro, restregándolos por su cara y sorprendiéndose a sí misma por lo que estaba haciendo. Hacía calor en la habitación, ambos estaban empezando a sudar y sus tetas resbalaban fácilmente por la cara de Germán.
“¿Pero qué hago…?” , pensó. “ Le estoy pasando las tetas por la cara…” pero el fugaz remordimiento duró poco. Poco después, bajó un poco el cuerpo para restregarlas también por el pecho del abogado sin dejar de apoyar las manos en el cabecero. Su subconsciente había tomado el control y siempre había querido hacer eso en su fantasía.
Germán estaba sorprendido. Siempre había pensado en Marta como una mujer recatada pero notar sus tetas resbalando por su cuerpo era demasiado y eso acabó por sacarlo de sus casillas. Ya no se pudo resistir y de los besos y caricias iniciales pasó directamente a lamer sus pechos dando por terminada también la tregua que había dado a sus pezones. Ella, por su parte, volvió a escandalizarse consigo misma cuando se dio cuenta de que estaba conduciendo cada pecho hacía la boca de Germán con sus propias manos…. para ayudarle a llegar mejor. Empezó a sentirse culpable otra vez pero eso duró poco ya que, a continuación, también recreando fantasías pasadas, se elevó ambos pechos con las manos y los acercó a su cara para que la boca de Germán pudiese lamerlos también por debajo. En la habitación reinaba un silencio sepulcrar. Los secuestradores estaban disfrutando del espectáculo.
Después de un buen rato de disfrutar del abogado dedicado a los pechos de Marta y, cuando consideraron que ya era suficiente, dieron la siguiente instrucción.
“Ahora te toca a ti guapa, quiero que nos enseñes que es lo que sabes hacer”, dijo el jefe.
¿Qué queréis que haga? , preguntó Marta en voz baja.
“Queremos que se la chupes y que lo hagas bien. Si hay alguna cochinada que no hayas hecho ni siquiera con tu marido…tranquila, no se lo vamos a contar. Hoy podéis hacer todo lo que se os pase por la cabeza. Nadie va a saberlo”
Germán se quitó los calzoncillos con ella sentada encima todavía. La sesión anterior le había dejado con una erección considerable.
Ella estaba flotando y en el fondo lo agradecía porque la falta de inhibición la ayudaba. Ya no sabía si estaba aquí, secuestrada, ó en el dormitorio de Germán años atrás. Lo que iba a hacer a continuación ya lo había imaginado varias veces por lo que ocurrió de forma natural. Todavía seguía sentada sobre él, levantó el culo, gateó hacia atrás y se tumbó boca abajo, entre sus piernas. El miembro del maduro abogado era de un tamaño considerable, como ella también lo había imaginado en muchas ocasiones. Comenzó a pasar la lengua tímidamente por la punta y a recorrer después toda su longitud una y otra vez, desde abajo hasta arriba, durante un buen rato. Después, sorprendida por su propio atrevimiento, bajó hasta sus testículos, besándolos primero y chupándolos después, metiéndoselos en la boca delicadamente uno tras otro. La cabeza la traicionó de nuevo cuando terminó levantándolos y lamiendo la zona que hay debajo, arrancando un gemido al maduro abogado que veía como su ayudante le hacía cosas que ni la más experimentada profesional haría mejor.
“Pero…. ¿que estoy haciendo?, ¿Qué va a pensar de mí este hombre?, ¿le estoy chupando los huevos de verdad?”… , pensó ella. Otra vez la creatividad seguida de remordimientos.
Marta, con los ojos cerrados cambiaba de posición para llegar bien a todas las partes de su miembro. El contraste entre la inocencia, que siempre le había supuesto Germán, y el atrevimiento que hoy estaba descubriendo le estaban volviendo loco.
Después de hacerle con la lengua todo lo que se le antojó, se puso finalmente de rodillas junto a él, se introdujo el pene en la boca y estuvo un buen rato chupándoselo mientras Germán le acariciaba las tetas que se movían rítmicamente. Si no llega a ser por la voz que vino de la oscuridad, el abogado se hubiese corrido en pocos segundos….y ella la tenía en estos momentos dentro de la boca….que desastre….
“Esto no es justo, ella también se merece algo. Tiene que estar a cien”, dijo alguien.
En ese momento Germán, perdidos ya los papeles, la obligó a tumbarse boca abajo con la cara apoyada en la cama. Ese nuevo ángulo era demasiado para él. Un culo blanco, perfecto y en esa posición…..con todo a la vista. Germán quería ser delicado con ella aunque era difícil…. Comenzó a besarle suave y delicadamente el culo durante un buen rato. Un lado y después el otro. A continuación pasó la lengua por el espacio entre las nalgas de abajo a arriba muy lentamente, una y otra vez, apenas rozando la piel y llegando hasta la unión con la espalda. Su culo estaba suave como el de un bebé, tal como se lo había imaginado muchas veces. Notaba como ella se estremecía y se le ponía la carne de gallina, algo imposible de evitar con una lengua recorriéndole un lugar tan sensible.
“Qué vergüenza…” , pensó ella. “ ¿Cómo se me verá así? Menos mal que me depilé ayer, que tontería…. ufffff….como noto la lengua”. Que Germán la besase y lamiese por todas partes formaba parte de la fantasía que estaba oculta en su cabeza y que ahora se desbordaba. Por eso abrió ligeramente las piernas y elevó ligeramente el culo para facilitar el acceso a su lengua. Los secuestradores, con los ojos muy abiertos, no perdían detalle de cómo el abogado pasaba la lengua por cada centímetro de su culo no dejando nada por lamer.
El abogado cambió de táctica para no esperar a que sus captores pidieran más. Le dio la vuelta para ponerla boca arriba y entonces ya no quedó parte alguna del cuerpo de Marta que le quedase por ver. Recordó a la jovencita de hace años, con sus apuntes y, excitado con lo que veía ahora ante él, murmuró una grosería en voz baja “¡¡que culo y qué coño tienes, Marta!!”“que bien lo escondías” pensamiento del que se arrepintió inmediatamente.
Ella abrió completamente las piernas y la lengua de Germán comenzó a recorrerle el cuerpo desde los pechos y continuando hacia abajo… hasta llegar al interior de sus muslos y a sus labios, lamiendo muy lentamente, sin dejarse nada pero sin rozar todavía las zonas más sensibles. Después de un buen rato, Marta le agarró de los pelos con las dos manos porque ya no podía más y subió su cabeza hasta el clítoris. Entonces Germán lo atrapó entre los labios, notándolo grande e inflamado dentro de su boca. Una lengua, sobre todo la de un hombre experimentado es un arma mortal y tras pocos minutos de dedicación, muy delicadamente al principio y frenéticamente al final, consiguió que ella se corriese como una loca, gimiendo sin control.
Los secuestradores asistían boquiabiertos al espectáculo. Ya no tenían que dar muchas instrucciones. Las cosas sucedían solas. Incluso algunas que ni siquiera imaginaron pedir.
Marta seguía excitada y escandalizada al mismo tiempo. Tumbó al abogado boca abajo en la cama, se subió encima y ella misma se introdujo su pene que estaba ya a punto de reventar. La visión de su ayudante subiendo y bajando sobre él, sus pechos botando mientras el intentaba atraparlos con la boca, las manos acariciándole el culo y ambos cuerpos resbalando por el sudor era más de lo que Germán podía aguantar y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no explotar. Siguieron follando en otras posiciones y ella se corrió dos veces más.
El atrevimiento de Marta volvió a sorprender nuevamente a Germán. Sus antiguas fantasías con el abogado salían a la luz de nuevo.
“Ahora te toca a ti, ¿quieres correrte?, hazlo donde quieras”, dijo ella, “donde quieras…”. Era la parte de la fantasía que más avergonzaba a Marta porque ésta acababa con Germán corriéndose en su boca, algo que no había hecho ni siquiera con su marido.
“Voy a correrme en tus tetas” , contestó Germán tras dudar unos instantes. Era la opción más civilizada aunque tuvo que reconocer que se lo pensó hasta el último momento. Por su cabeza le pasaban ya todo tipo de barbaridades que ella, por cierto, hubiera agradecido.
Germán se sentó en el borde de la cama y Marta se puso en el suelo, de rodillas entre sus piernas. Se empleó a fondo con la mano y con la boca hasta que el abogado no pudo más y se corrió como un animal. Parecía que no acababa nunca……un chorro tras otro….porque llevaba casi dos horas aguantando. Intentó a toda costa hacerlo entre sus tetas pero no pudo controlarse y dejó a Marta perdida desde la cara hasta la barriga. A continuación, ambos cayeron extenuados en la cama.
Los secuestradores observaban en silencio, sin palabras.
Capítulo 8- Final
Al día siguiente, volvieron en la misma camioneta que les había llevado a la casa. Marta y Germán, con los ojos tapados pero ya con las manos libres, estaban sentados en una de las filas de asientos. El objetivo del secuestro se había cumplido y hubo que suspender el juicio por la incomparecencia de los abogados de una de las partes. Cuando entraron en la ciudad y ya no había riesgo de identificar su escondite les quitaron las vendas de los ojos.
Cada uno iba sumido en sus propios pensamientos. Germán pensando en cómo explicar a sus clientes la incomparecencia y Marta preocupada porque no sabía si iba a ser capaz de mirar al abogado a los ojos la próxima vez que se encontrasen en el juzgado. Además, tendría que ocultar a su marido lo que había pasado realmente esa noche.
Cuando les dejaron en el sitio en el que fueron capturados y les vieron alejarse hacía el coche de ella, los secuestradores se sintieron libres para hablar.
“Vaya nochecita, ¿no?”. “Me están entrando ganas de secuestrarla otra vez y tenerla encerrada una semana entera”
Todos rieron.
“Quién nos iba a decir que la chica iba a estar tan buena” . “Por cierto, ¿lo grabasteis todo bien?” , preguntó el jefe.
“Si. Desde que decidimos que le íbamos a pedir que se desnudase”, contestó uno de ellos. Había un par de cámaras ocultas en la habitación para captarlo todo.
“¿Os imagináis la cara de su marido si viese la cinta?”, preguntó otro.
“Chicos, no seáis malos”. “La mayoría de los hombres se excitan imaginándose a su esposa con otro”, “Le haríais un favor”. ”Igual hasta nos pagaría por la grabación” contestó el jefe mientras se alejaban del lugar.
FIN