Capricho de una noche
Una cena entre parejas. El deseo deja paso a una experiencia que formará parte del recuerdo de dos personas sin que el resto sepa nada de lo allí ocurrido aquella noche.
Lo que sucedió ese día quizá nunca debió de suceder, pero todos cometemos errores y lo importante es hacerse cargo de ellos cuando toca asumir responsabilidades.
La realidad es que en el momento en que decidí follarme a ese hombre nada me hubiera impedido cambiar de idea. Me encapriché de él y lo único que me importaba esa noche era sentirle dentro y comerme su polla, que se me antojaba grande y bonita. Puedo adelantar que no me equivocaba.
La velada comenzó sin ninguna novedad: tres parejas quedan una noche de sábado para tomar unos vinos y después irse a cenar a un restaurante. Los tres hombres son compañeros de trabajo y amigos, las mujeres han ido cogiendo cierta confianza con el paso de los años a través de los cinco o seis encuentros anuales; ya fuera en barbacoas, días de playa, comidas, vermut o cenas compartidas.
Cierto es que Rubén siempre me pareció un hombre interesante. Sin tener ningún rasgo que llame la atención en particular, resulta un hombre sexy y varonil en su conjunto. Tiene muy buena conversación y al trato es amable y simpático. Su voz es grave y masculina y viste como un pincel, siempre elegante y bien perfumado.
Hasta esa noche ese hombre nunca había formado parte de mis fantasías, pero la barbita de tres días que se había dejado para la ocasión desató a la bestia que reside en mis entrañas (o coño, como lo prefieras llamar). Estaba tan guapo, tan irresistiblemente guapo....Acababa de llegar de sus vacaciones al sol y su piel lucia bronceada, lo que destacaba aun más lo blanco de sus dientes perfectos.
El alcohol comparte el cincuenta por cierto de mi culpa, el otro cincuenta lo asumo yo solita. El pobre Rubén tan sólo fue, esa noche, un hombre débil que cayó en las redes de una mujer capaz de cualquier cosa por conseguir su objetivo. Tengo que decir en mi defensa que me resultó increíblemente sencillo. Una de dos; o Rubén es un hombre muy fácil o, quizá, él deseaba que algún día le llegase un momento como este. Es hombre, cualquier teoría puede ser válida.....
Antes de sentarnos a la mesa yo ya le había lanzado dos o tres miraditas que le dejaron descolocado, pero cuando comenzamos con los entrantes Rubén ya había captado a la perfección el mensaje.
Sonrisas tontas, miradas furtivas y algún que otro puyazo de soslayo confirmaron mi ilusión: esta noche me lo follaría.
Las circunstancias no iban a ayudar a tener un buen encuentro, más bien sería algo rápido y en algún lugar angosto, pero lo morboso de la situación y mi deseo por hacerle mío pesaban más que cualquier complicación.
La noche estaba resultando muy divertida pues el pobre hombre no daba pie con bola, se le notaba nervioso y descentrado. En un par de ocasiones su mujer hubo de reñirle, como solo sabemos hacer las mujeres cuando hay más personas delante, porque se le caían los cubiertos al suelo y a punto estuvo de derramar su copa de vino varias veces.
Yo no podía más que reírme y mojarme al mismo tiempo, su situación estaba provocada por mi y eso me ponía muy cachonda.
Tras la cena decidimos irnos a un bar a tomarnos unos digestivos. Nos trasladamos a un local de moda en la noche gijonesa, lleno de gente y con la música alta.
Esa noche el alcohol había regado cada uno de los seis cuerpos que formaban el grupo y las risas y los bailes no tardaron en llegar, margarita o gintonic en mano.
En mi defensa puedo alegar que apenas provoqué roces con Rubén, sino más bien estos ocurrieron solos fruto de los bailes. Nada diferente de lo que estaba haciendo el resto del grupo. Eso sí, en cada contacto con su culo o polla mi deseo por follarle iba en aumento y la dureza de su paquete me indicaba que estábamos en sintonía.
Miré el reloj, sin darme cuenta ya había pasado mucho tiempo desde que entramos en ese bar y la noche avanzaba sin piedad, el cruel tiempo no iba a esperar por dos amantes deseosos de carne ajena. Me dí cuenta que debía actuar rápido, irme a casa sin haberme comido la polla de Rubén no entraba en mis planes.
Entonces ataqué, lo hice del mismo modo que hacen las fieras cuando van a por su presa. Le lancé una mirada que no dejaba lugar a dudas; yo me iría al baño y él debía ir detrás mía.
Hice señas al grupo de que me hacía pipí y indiqué que me iba al baño. Por suerte, en ese local los baños están muy apartados de la zona de baile y, como suele ocurrir siempre, en el de mujeres hay largas colas de espera para poder entrar. Yo jugaría con esa baza.
Decidida me encaminé a la zona y me situé en la puerta de los baños masculinos a esperar a mi presa, segura de que aparecería en cualquier momento. Y así fue. Un Rubén con sonrisa nerviosa apareció de entre la gente y se acercó a mí entre excitado y acojonado. Abrí la puerta de los baños (de hombres) me adentré y él me siguió. Nos metimos en uno con puerta y no nos dio tiempo a cerrar el pestillo cuando ya nos estábamos besando como dos locos. El tiempo apremiaba y ambos lo sabíamos.
No tardé un minuto en desabrocharle el cinturón y abrirle la bragueta. Antes de que se quisiera dar cuenta yo ya tenía su polla en la mano, dura y grande como imaginaba. Las ganas de tenerla en mi boca eran tan inmensas que me encontraba ciega ante cualquier eventualidad. Solo deseaba comerla y saborearla, sentirla mía durante un tiempo.
Me puse en cuclillas y comencé a comer. A Rubén se le escapo un gemido de placer. Me cogió la cabeza y apretaba mi cara contra él, eso me volvía aún más loca.
Juro que esa polla es una de las más deliciosas que me he comido en mi vida. Recuerdo su sabor y aun me estremezco. Aun después de varias horas fuera de casa, incluso después de las veces que habría ido a hacer pipí al baño y al calor de la noche, su polla estaba fresca y sabía de maravilla. No podía dejar de pensar en cuan delicioso debía resultar su semen.
El tiempo se agotaba, así que me puse de pie y le dije, mirándole a los ojos, las palabras mágicas "necesito que me folles". Su cara se desencajó, en una mezcla de alucine e ilusión. También un poco de acojone, por qué no decirlo. Pero estaba todo pensado, yo siempre llevo condones. Porque si, porque para mi no llevar condones una noche de sábado es equivalente a un conductor que se mete en la nieve sin cadenas en un puerto de alta montaña.
Sin demora le puse el condón, mientras él me miraba alucinado. Como lo follar en el wc no me parecía lo más higiénico decidí apoyarme contra la pared de espaldas a Rubén y con el culo en ligera pompa y las piernas abiertas. Le dejé el terreno preparado para que el ejecutase su parte de la maniobra. Tan solo me hizo falta levantarme la falda hasta la cintura y desplazarme la braguita hacia un lado.
Increíblemente me la clavó en la primera embestida. Pocos hombres tienen esa capacidad y aquella parecía mi noche de suerte. Resulta que Rubén es un magnífico follador y me regaló dos orgasmos maravillosos antes de correrse. Mientras me llenaba con su polla el coño, jugaba con mis tetas y profería palabras que se me antojaban guarras pero no era capaz de distinguir con claridad debido al ruido. Ese mismo ruido que me permitió gemir y gritar con total impunidad cada vez que alcanzaba un orgasmo.
Cuando Rubén se corrió pude notarlo porque se apoyó sobre mí espalda y me abrazó con fuerza durante unos segundos. Con el condón resulta más difícil notar cuando la leche sale de la polla, como mucho se sienten las contracciones que algunos hombres sufren cuando se están corriendo.
Tuvo la deferencia de besarme cuando todo había acabado y eso me gustó bastante. Pequeños detalles que marcan la diferencia entre un caballero y un hombre cualquiera.
Salí del baño de hombres detrás de Rubén bajo las miradas de tres hombres que se quedaron anodadados al vernos salir y que, quizá, habían llegado a escuchar algún eco de gemido dentro de ese cubículo. Bueno, anodadados y con cierta envidia, por qué no decirlo. A todos nos pasa cuando vemos algo así y no somos los protagonistas.
Entré al baño que me correspondía, hice un pipí, me recoloqué la ropa y el pelo y pinté mis labios. Allí no había pasado nada! Volví a donde estaba el grupo y aún no había llegado Rubén. Lo hizo más tarde con cara de pocos amigos y con un gintonic en la mano, quejándose de la lentitud de los camareros. Yo también me quejé a mi llegada de la exagerada cola de mujeres que había para ir al baño y lo pesado que se me había hecho la espera. A nadie le pareció extraña la casualidad de nuestras ausencias, estaban demasiado entretenidos bailando y, por suerte, con el alcohol falla bastante la percepción del tiempo.
El grupo aun paso una hora más en aquel lugar y, entorno a las cinco de la madrugada, todos decidimos irnos para casa.
No fue hasta la mañana siguiente cuando fui verdaderamente consciente de lo que había hecho. No es bueno tener este tipo de experiencias con "conocidos". Es muy fácil que te traigan problemas a corto o medio plazo. No hemos vuelto a vernos desde ese día, así que confío en que cuando eso ocurra Rubén siga comportándose como lo que es, un caballero.
Sé que ya no volveré a mirarle con los mismos ojos, pero también sé que para mi eso tan sólo fue un encuentro sin más trascendencia. Algo que prefiero que nunca vuelva a ocurrir y un secreto que a Rubén y a mí nos unirá de por vida.