Capítulo XII: secuestro crítico 5.

La historia llega a su fin. El secuestrador decide castigar a las cinco chicas tras ver derrumbarse su plan.

El relato de las chicas llega a su fin.

El Doctor escucha de primera mano el nivel de depravación y violencia que tuvieron que soportar las cinco jóvenes durante su cautiverio a manos de un sádico secuestrador.

Capítulo XII: secuestro crítico 5.

7. Cuando los planes de derrumban.

  • Silvia *

Al final todo se había torcido de la peor de las maneras.

La entrega del rescate había fracasado.

El hombre que las tenía retenidas había acudido, dejando inesperadamente a Izaskun al cargo, pero Aitor, el chófer del padre de Tania, no, y todo parecía apuntar a que se había largado con el dinero del rescate de las cinco chicas.

Pero eso le daba igual.

Era sobre ellas sobre quien descargaba toda su frustración y una ira que ya era incapaz de contener.

Todos sus planes se habían derrumbado y ya no veía la posibilidad de conseguir el dinero.

Sólo le quedaba la venganza.

Y ellas eran el objetivo más sencillo y cercano.

Desde que la castigase por encabezar el intento de fuga, Silvia había permanecido inmovilizada de la peor de las maneras contra y sobre la mesa.

El culo y los muslos ya no la ardían tras el severo castigo propinado con el látigo de varias colas, en cambio lo que si ardía con intensidad dentro de ella era la rabia por haberse dejado engañar por Izaskun y su doble traición.

Porque estaba claro que ella había facilitado que ese odioso hombre la encontrase cuando se escondía durante el breve conato de fuga y descargase contra ella el táser con el que la había dejado inconsciente.

Y no sólo eso, también lo había ayudado y colaborado en el castigo al que la habían sometido, tanto dando su apoyo en voz alta cuando él preguntaba si estaban de acuerdo en que fuera castigada como aplicando ella misma con gran violencia la condena a cincuenta latigazos.

No podía dejar de pensar en todo eso desde que recuperó la conciencia, sujeta a la mesa en la misma forzada postura que durante la ejecución del castigo.

Sus piernas estaban separadas, cada una sujeta por los tobillos a los extremos de las patas de ese lado de la mesa.

Silvia estaba reclinada, sin poder casi levantarse del tablero, con los brazos extendidos hacia delante, atados entre sí y, a su vez, sujetos con una cuerda que iba desde sus muñecas hasta algún punto inferior al otro extremo de la mesa, de forma que no pudiera cambiar de posición ni encontrarse cómoda de ninguna manera por mínima que fuese, dentro de lo que era la tremenda situación de vulnerabilidad en que estaba dentro de esa sala que se había convertido no sólo en una prisión sino en un centro de torturas ilógicas en manos del sádico secuestrador.

Cuando el hombre que las tenía retenidas se marchó en busca de su sueño en forma de compensación económica, dejó al cargo a Izaskun.

La rubia no intentó siquiera excusarse, al contrario.

  • Ya os dije que la fuga era una tontería y sólo le enfadaría –contaba, mientras se movía entre ellas con una lentitud en sus movimientos y su forma de hablar que tenía que ser deliberada, o eso pensaba Silvia, sobre todo cuando la acarició con una mano una de las piernas, que por el tiempo pasado y la postura, hubiera cedido y la habría hecho caer de no estar sujeta con las cuerdas, tal era el grado de debilidad que tenía la chica por la postura, la falta de circulación de la sangre y el duro castigo recibido antes-. Ya veréis como cuando venga con el dinero todo va mejor y nos libera. Lo mejor es quedarnos como estamos y aguantar un ratito más. Todo va a salir bien si le obedecemos un poquito más, ya veréis.

  • Serás hija de puta –la insultó Lara, la única que no estaba amordazada junto a la propia Izaskun-. Mira lo que nos ha hecho. Claro, como a ti no…

  • ¡Cierra el pico! –contestó, alterada, la rubia-. Si me hubierais hecho caso desde el principio nada de esto habría pasado y lo sabes –dijo, antes de cambiar a un tono más suave y, casi, avergonzado-. Bueno, con Alba se ha pasado un poco y lo siento… lo siento mucho…

  • ¿Qué haces?. ¡Déjala en paz! –se quejó en voz alta Lara por algo que debía estar haciendo Izaskun pero que, por su posición, Silvia no alcanzaba a ver.

  • No estoy haciendo nada –la rubia contestó a la defensiva.

  • Estás con él –atacó Lara-. En vez de con nosotras estás con él.

  • Eso no es verdad –entonó, dolida, la rubia.

  • Demuéstralo. Suéltanos.

  • Sabes que no puedo hacer eso.

  • Y una mierda. Claro que puedes. Nos sueltas y nos largamos. Tú misma dices que va a tardar bastante.

  • No he dicho eso. Sólo que se ha ido a por el rescate. Pero no sé cuánto tardará. ¿Y si sólo está a cinco minutos?. Nos volvería a atrapar escapando y, entonces, yo no podría hacer nada para impedir…

  • ¿Impedir qué?. Mira cómo has dejado a Silvia por tu afán de ayudar…

  • ¡No tenía alternativa! –e, inclinándose y acercando su boca a la oreja de la derecha de Silvia, repitió en voz baja sólo para su oído-. De verdad que no tenía alternativa y lo siento mucho, de verdad –luego, recuperó el volumen para contestar a Lara-. Nos iba a capturar de todas formas. Yo sólo he fingido para poder interceder y que él no estuviera tan enfadado y no fuera más cruel.

  • ¡Ya! –cuestionó la otra amiga.

  • De verdad. Con alguien de su lado, fingiendo que lo ayuda, es más fácil moderar sus respuestas que si él toma las decisiones en solitario y en caliente. ¡Es un hombre!. Sé de qué hablo y sé cómo convencerlos… o, al menos, moderarlos…

  • Serás hija pu…

  • ¡Cómo si tú no hubieras hecho lo mismo si te hubiera ofrecido la posibilidad! –respondió, furiosa, la mayor del grupo.

  • Pues no –se revolvió la bailarina.

  • ¡Mentirosa!. Tú también lo habrías intentado… ¡ni que fuera la primera vez!. Sólo que yo he tenido más sangre fría y he sido capaz de utilizar lo que hay dentro de la cabeza, niñita tonta.

  • No sé de qué hablas.

  • Ya, sigue pensando eso si quieres… pero tú y yo sabemos que eres capaz de hacer cualquier cosa… cualquiera –remarcó.

  • No, no es verdad –se defendió la otra desde su puesto, encadenada, o eso imaginaba Silvia, que no podía ver la escena completa de la sala y tenía que valerse de sus oídos y la imaginación para tratar de ubicar la escena.

  • Ya me he cansado. Callaos todas –dijo, como si alguna más hubiera dicho nada- y conservad las fuerzas, que dentro de poco nos va a soltar y todo se acabó.

A partir de entonces apenas se escuchó nada salvo el incesante goteo del grifo en una esquina, algún quejido o sollozo amortiguado, no era capaz de definirlo ni diferenciarlo completamente por su postura, y, quizás, algún murmullo extra.

No fue consciente del tiempo que pasó hasta el retorno de hombre que las había privado de su libertad, pero, antes incluso de ver su cara, supo que pasaba algo malo por la forma en que quitó el candado y desbloqueó la puerta antes de entrar.

Cuando vio su cara, congestionada por la furia, supo que todo estaba perdido y temió lo peor.

Unas gotas de pis se la escaparon antes de que abriera la boca, unos segundos después de volver a cerrar la puerta de acceso a la sala y de mirarlas detenidamente, con una entonación rabiosa, fruto del total desastre en que se había convertido su fracasado plan basado en el rescate de las chicas secuestradas.

  • No hay rescate –escupió-. Ese maldito chófer de mierda me ha traicionado y os ha traicionado. No hay rescate –repitió-. Pero vosotras me lo vais a pagar con intereses –prosiguió, casi escupiendo las palabras por la furia-, vaya si me lo vais a pagar…

  • Mi señor, por favor –se adelantó Izaskun, con un tono adulador, interponiéndose en su trayectoria cuando avanzaba hacia ellas con los puños cerrados y una expresión de locura en el rostro-. Tengo una idea. Dejadme ha…

La interrumpió con un puñetazo dirigido al ombligo y, luego, otro al rostro, que hizo que la rubia primero se encogiera sobre sí misma antes de caer al suelo, desde donde prosiguió aún con un tono suave y extrañamente adulador.

  • Por favor, mi señor, escuchadme, por favor…

  • Está bien –respondió él un rato después, tras quedarse parado a su lado, con los puños cerrados y respirando entrecortadamente-. Vamos a ver qué tienes que decir, niñata malcriada.

  • Pero aquí no –dijo ella, aún desde el suelo.

  • Al confesionario –sentenció él tras dudar unos segundos, en los que las volvió a mirar.

  • Sí, mi señor –aceptó, humilde, Izaskun.

Se marcharon un rato y, al poco, él regresó solo.

Silvia temió lo peor cuando no regresó la rubia y empezó a temblar.

Pasó a su lado y cogió a Lara, para volver a salir.

Silvia estaba ahora muerta de miedo.

Mucho más que antes, de lo que nunca había estado jamás.

El tiempo se la hizo eterno y se volvió a orinar encima lo poco que aún tenía dentro.

Cuando los tres regresaron tuvo una increíble sensación de alivio.

Y el ver una ligera sonrisa en el rostro de su captor, la hizo imaginar que podía haber alguna esperanza todavía.

No sabía lo que iba a pasar.

Si lo hubiera sabido… aunque habría dado igual, no podría haberse evitado.

Lo que siguió fue un nuevo nivel en la pesadilla que habían vivido hasta ahora.

Y lo peor fue que sólo era capaz de oír lo que sucedía y su imaginación ponía el resto para generar unas escenas terroríficas.

El olor de la sala también cambió, y mucho, y Silvia se dio cuenta de que se parecía muchísimo a aquel que antes había intentado ocultar su secuestrador con la lavanda.

No supo cuánto tardó hasta llegar a ella.

En todo ese tiempo prácticamente no habló.

Supo que estaba a su lado por el intenso calor que desprendía, antes incluso de notar el impacto del primer tortazo en el culo.

Pasó un buen rato golpeándola, y ella sólo resistía porque estaba inmovilizada contra la mesa, y no se detuvo hasta que tuvo su culo completamente enrojecido, cosa que ella sabía sin tener que mirarse, tal era la sensación que la transmitía su piel.

Entonces apoyó algo contra ella, contra la entrada de su coño, y presionó con fuerza.

Al principio no podía entrar casi, pero algo húmedo y pegajoso, ligeramente frío, fue cayendo sobre su culo y su entrepierna y él la empezó a tocar por debajo, alcanzando con facilidad su rajita y las partes más sensibles de su anatomía, hasta que, al cabo de unos segundos que se la hicieron eternos, logró empezar a meter la cabeza de su pene, porque ella lo supo.

Supo instantáneamente que era la polla de ese hombre lo que la estaba perforando.

Notaba cada palmo de esa gruesa masa de carne, palpitante como nunca se hubiera podido imaginar, avanzando y llenándola, rompiéndola, quebrando su virginidad de una forma cruel y fría, con una extraña pasión que nada tenía que ver con el amor que ella habría deseado sentir a la vez durante su primera experiencia.

A él todo eso le importaba una mierda.

Allí sólo cabía su deseo animal, su venganza terrible sobre ellas por su fracasado plan.

Silvia gemía, atormentada, sabiendo que la estaban robando su virginidad, algo que ella estaba reservando para Miguel y que, ahora, ese cincuentón estaba destruyendo.

Por fin introdujo toda su hinchada carne en lo más profundo de la chica y empezó a bombear con fuerza, en una serie de golpes y sacudidas intensos, sin parar, sin piedad, intercalando algún azote repentino en el culo mientras la perforaba.

Era tal el grado de humillación que hasta las lágrimas se secaron en el rostro de la chica antes de salir de sus ojos.

La agarró con fuerza salvaje de la cabellera y siguió penetrándola con energía, con una fuerza y una intensidad que la abrumaban.

Taladraba su interior sin detenerse, como un autómata, e incluso escuchaba los golpes de sus huevos al chocar contra ella en cada profunda embestida.

No podía hacer nada.

Estaba totalmente impotente.

La polla del hombre entraba y salía sin parar, recorriendo su vagina de un extremo a otro, llenándola con ese cacho de carne gruesa y ardiente, que la provocaba unas sensaciones contradictorias, de asco y repugnancia y, también, como de una especie de subidón eléctrico que provenía de su habilidad manual con su clítoris, que masajeaba a ratos cuando no estaba golpeando con fuerza el trasero de la chica.

Cuando por fin estalló, Silvia estaba completamente desgarrada por el dolor y la sensación de tremenda humillación que se mezclaba con un punto de excitación que no había podido evitar y que la hacía sentir tremendamente sucia.

Sintió salir cada chorro de semen, cada mililitro de esa leche caliente que inundó el interior de su coño, que se mezcló con la sangre de su virginidad perdida.

Él presionó con su cuerpo contra ella hasta que ambos notaron que había vaciado hasta la última gota de su esperma dentro de la vagina violada de Silvia.

Después sacó su tronco fálico, aún duro de una forma antinatural y lo usó para golpear el culo de la morena y lo restregó contra sus muslos.

  • Sé que he sido el primero –susurró en su oído- y sé que te ha gustado, niñata de mierda. Quiero que lo recuerdes, que me recuerdes a mí y que nunca olvides que eres mía. Todas lo habéis sido y todas lo seréis siempre. Mías y sólo mías.

Fue lo último que la dijo.

  • Tania *

El sádico que las tenía secuestradas había perdido.

Dio a entender que sus padres no habían pagado o que Aitor no llevó el dinero, pero ella se negaba a creer que el chófer la pudiera dejar allí tirada a su suerte.

Escuchó su furia y supo que la descargó incluso con Izaskun, pese a que antes le ayudara, y eso la aterrorizó.

Después llegó el ojo del huracán y todo pareció tranquilizarse.

Se llevó primero a Izaskun y luego a Lara fuera.

Pero cuando volvieron las cosas se desmadraron como nunca habría podido imaginar.

A ella la cogieron de las piernas y se las obligaron a subirlas de forma que sus pies quedasen a la altura de su cabeza, sujetos al otro lado del sofá de forma que adoptara una postura extrema y super incómoda.

No sabía la razón y pareció que a Izaskun y Lara también las sorprendía.

Quedó con el culo hacia arriba y encogida sobre sí misma, aunque no lo suficiente como para que no pudiera ver un poco por encima de su propio coño que quedaba ligeramente por debajo de su cabeza.

No pudo ver qué hacían donde Alba, pero sí escuchó un sonido de vibración continua, aunque muy bajo, como dentro de un cubo o algo así pareció.

Luego vio a Lara e Izaskun.

Nunca se la olvidaría lo que allí sucedió.

Ni tampoco cuando él llegó donde estaba ella.

Ni olvidaría esa tremenda erección, resultado de unas pastillas azules que se tomó antes de empezar y que ya había visto en la guantera del coche de Aitor y que él llamaba las pastillas del amor .

Se acercó a ella con la polla gruesa, goteante, brillando con una humedad y agitándose en el aire de una extraña manera amenazante y, a la vez, un poco como de risa.

Llegó hasta ella y empezó a poner un líquido sobre su entrepierna de un bote que llevaba.

La empapó por todos lados, derramándose hasta sus tetas por el exceso que aplicó.

Lo extendió con sus manazas por toda su entrepierna, excitándola sin que ella lo pudiera evitar cuando la tocaba cierta zona de su rajita.

Empezó a meterla un par de dedos.

Los metía y sacaba, una y otra vez, varias veces, metódico, dilatándola sin prestarla atención, con una sonrisa brutal en el rostro.

Cuando consiguió lo que buscaba, hizo lo mismo con su culo.

El pánico la inundó nuevamente.

Había llegado a imaginarse que la violaba el coño, pero no que pensase hacerlo con su culo.

Intentó cerrarse, hacer que su ano fuese una fortaleza impenetrable, pero él la forzó, rompió su resistencia con su dedo gordo y toneladas de lubricante.

Sintió oleadas de humillación bestiales.

Él seguía a lo suyo, sin importarle lo más mínimo ella ni sus sentimientos ni la extremadamente forzada postura que la estaba haciendo tener unos dolores y calambres desde hacía tiempo.

Usó las dos manos para agachar su entrepierna, para obligarla a tener su rajita más accesible, a costa de un brutal e intenso dolor en los tobillos sujetos con cuerdas.

Apuntó su polla adentro, pero no a su coño, sino a su culo.

Empezó a meterla.

Tania sintió una intensa repugnancia junto a un dolor como si algo se estuviera rompiendo, como si un folio se rajase por la mitad, y estuvo a punto de vomitar, aunque logró controlarse porque temía qué pudiera pasar con la boca tapada.

A él le importaba una mierda.

Siguió follándola, introduciendo poco a poco el grueso trozo de carne que llamaba pene dentro de su culo, hasta que, al final, tras un proceso largo en el que fue follándola poco a poco hasta lograr agrandar el espacio y vencer toda su resistencia, entró prácticamente entera.

Su sonrisa se hizo más amplia.

Sólo entonces la miró.

Y ella vio odio en su mirada.

Entonces comenzó a bombear de verdad, lanzando toda su fuerza contra ella, apuntalando su polla en el interior de la chica y rompiéndola como nunca habría podido imaginar.

Una y otra vez la llenaba con su insaciable polla, introduciéndola más y más adentro de su culo, follándola como un animal salvaje, destrozando su agujero sin ningún atisbo de piedad o, ni siquiera, de que él estuviera disfrutando.

Por un momento pensó que eso era casi peor, que él lo hiciera por causarla sufrimiento, sin ninguna necesidad, sin siquiera hacerlo para su propio disfrute, sólo por castigarla.

Siguió forzándola, cada vez más fuerte, babeando incluso.

Notaba ese cacho de carne dentro de ella, húmeda y caliente a partes iguales, grueso de una forma que la desgarraba y palpitando como si fuera un organismo autónomo, una lombriz antinatural que surgiera del cuerpo de ese hombre maduro.

La empotraba metódicamente, con una cadencia brutal.

Se dio cuenta de que estaba llorando cuando la visión de su violación empezó a desdibujarse.

Y sintió, aunque nunca la habían follado, que estaba a punto de soltar su carga líquida.

Él también.

Riendo como un poseso, sacó su polla del culo de Tania y sustituyó la violación anal por la de su coño.

Por un breve instante el tiempo se detuvo, le vio usar la mano para colocar su pene y apuntar, antes de dejarlo caer con un golpe seco y, a la vez, húmedo, con un sonido de chapoteo extraño, y pudo notar cómo avanzaba y penetraba en su interior sin casi ninguna oposición.

Esa primera embestida destruyó su himen.

Ella lo sabía.

Él lo sabía, y su amplia sonrisa lo demostraba, aunque fuera una sonrisa sin alegría, casi tétrica.

En realidad Tania no se dio cuenta, pero no tuvo ninguna duda.

Y cuando vio cómo al subir la polla de su secuestrador apareció con un tono rosado, no tuvo ninguna duda.

Fue una fracción de segundo antes de que volviera a dejar caer todo el peso de su cuerpo con el movimiento de bajada según la iba penetrando.

Cinco empujones.

No hicieron falta más.

Cinco veces bajó su polla, cinco subió, y, mientras bajaba por sexta vez, una corriente la inundó, anticipando el descenso cruel del miembro viril, que descargaba el contenido de sus huevos durante el viaje hacia abajo hasta clavarse profundamente en el interior de la vagina de Tania, que aún pudo sentir cómo unas tremendas convulsiones sacudían el pene hasta que la última gota fluyó fuera de él y, a la vez, dentro de ella.

Sacó la polla, aún dura por el efecto de las pastillas azules, ese trozo con un movimiento tan extraño y, a la vez, hipnotizante, y lo sacudió, tirando unas últimas gotas sobre el rostro de la chica forzada.

Sólo entonces la habló.

  • Ya te dije que eras mi preferida, niñita… en bandeja de plata… en bandeja de plata –se reía, antes de añadir, serio-. Ya os lo advertí. Eres mía. Ellas son mías. Todas sois mías. Y lo vais a ser siempre –terminó, acariciándola el coño y descendiendo hasta su abdomen, donde empezó a presionar a la altura del ombligo y a dar vueltas con su mano, como señalando la barriga de la chica.

Entonces entendió.

Tania lo entendió.

Las iba a dejar embarazadas.

Eso era lo que quería decir.

Y un nuevo terror la llenó, el imaginarse con la semilla de su violador fructificando en su interior.

  • Alba *

  • Tengo algo especial para ti, mi niña –avisó su sádico violador, que la mostró una especie de micrófono alargado con un cable largo-. A una puta como a ti te encantará. Tú amiguita –y señaló con la cabeza a Izaskun, que estaba de pie detrás de él junto a Lara- me ha pedido que sea bueno contigo y, ya ves, no quiero que pienses que soy el malo. Aquí los malos son vuestras familias y el cabrón que no trajo mi dinero, ¿de acuerdo?.

Pasó el aparato por debajo de la silla, subiéndolo por el hueco de entre medias que debiera haber estado ocupado por el asiento ausente y lo apoyó contra el coño de Alba.

Inmediatamente notó cómo vibraba.

Su captor sonrió y subió la velocidad, de forma que Alba no pudo evitar sentir una tremenda excitación que surgía de su coño en contacto con esa máquina imparable, de ese consolador eléctrico enchufado a la red.

Se levantó y la abofeteó repetidamente, riéndose de ella porque era tal la excitación que provocaba en ella el aparato que superaba incluso el dolor de los bofetones, haciendo que su respiración se acelerase y sus pezones se erizasen sin poderlo evitar.

Él lo notó y se los atrapó entre los dedos, pellizcándoselos con fuerza.

Más dolor.

Pero no lograba centrarse.

Su cabeza cada vez daba más vueltas, enloquecida por las señales que llegaban de su coño, hiperexcitado con la máquina.

Vio cómo se marchaba con Lara e Izaskun y ella seguía excitándose cada vez más.

Se corrió al rato.

Y luego otra vez.

No podía ni mirar lo que sucedía a su alrededor.

Las oleadas eran intensas y no paraban.

Sentía que iba a reventar.

Tuvo un tercer orgasmo.

La máquina no se detenía y ella luchaba contra sus ataduras, en una mezcla de lujuria y, a la vez, intentando soltarse para detenerlo, porque sabía que tampoco podría aguantar ese ritmo.

El cuarto orgasmo la hizo brincar y arañarse las muñecas.

La máquina la llevaba una y otra vez al límite.

Hasta que él volvió.

La quitó el bozal de la boca y la mostró su polla rígida, a la vez que palpitante.

Alba no dudó.

Él no necesitó decir nada.

No quería, pero fue incapaz de hacer otra cosa.

Necesitaba hacerlo y no sabía por qué.

Bueno, lo sabía, pero las hormonas que los orgasmos lanzaban a su sangre la impedían pensar con claridad.

Se metió esa húmeda polla dentro de la boca, sintió la mezcla de flujos, el olor del sudor, la orina y el semen.

No la importó.

Chupó.

Chupaba con ansiedad, sin poder evitarlo.

Él la estrujaba las tetas, pellizcaba sus pezones, pero a ella no parecía importarle ya nada.

Sólo sabía que necesitaba esa polla, lo que contenía.

Se lo ordenaba su coño.

Y chupaba, seguía chupando sin parar.

Se tragó el pene de su violador, el hombre que las había secuestrado, que la había maltratado y humillado, y no podía parar de lamerlo pese a ello.

Al final se corrió.

La agarró por la cabeza y la atrajo hacia sí hasta que descargó toda su furia convertida en esperma dentro de su boca, atragantándola e inundándola.

Cuando terminó con ella, incluso goteaba por la punta de la nariz parte de la espesa semilla del hombre.

  • Desde la primera vez que te vi, supe que habías nacido para esto. Puta. Eres una puta.

Sentenció, antes de abofetearla.

Se marchó dejando el aparato encendido y ella no podía reaccionar, sólo gemir desesperada por la intensidad de las sensaciones que brotaban de su interior por la acción del aparato, a la vez que notaba en su garganta el regusto del semen de su secuestrador.

Cuando terminó con Tania, volvió a ella y, de nuevo, Alba se tragó su polla y se la limpió hasta que volvió a correrse, aunque esta vez lanzó su esperma por su cara y su cuello.

Volvió a marcharse y atacó a Silvia, pero a ella no la importaba.

Nada importaba.

Sólo las sensaciones que provocaba el aparato entre sus piernas.

Cuando regresó, después de violar a su amiga, orinó sobre ella, gastadas ya todas las reservas de semen de sus huevos.

  • Eres una puta. Mi puta. ¿Verdad, niñata?

  • Sí… sí… sí… por favor… detenlo…

  • Sólo cuando lo admitas.

  • Soy… soy una pu… una pu… una puta… una PUTA, joder, joder…

  • Siempre lo he sabido.

Sólo entonces detuvo el consolador y se acercó a ella, colocando su rostro a un centímetro del suyo.

  • Cuando esto empezó ya os lo dije. Sois todas mías. Para siempre. ¿De acuerdo?. Y tú la que más, asquerosa cerda, ¿de acuerdo? –y, antes de levantarse, volvió a mirarla y preguntó-. ¿Qué eres?.

  • Una puta –afirmó ella, totalmente derrotada.

  • Y siempre lo serás, mi niña –terminó él, volviendo a colocarla el bozal-, siempre puta.

Volvió a enchufar el consolador y se marchó.

  • Lara *

Cuando su torturador las dejó a solas, Lara no pudo evitar responder a la sarta de tonterías que decía Izaskun para justificarse.

- Ya os dije que la fuga era una tontería y sólo le enfadaría. Ya veréis como cuando venga con el dinero todo va mejor y nos libera. Lo mejor es quedarnos como estamos y aguantar un ratito más. Todo va a salir bien si le obedecemos un poquito más, ya veréis.

- Serás hija de puta –lo pudo evitar insultarla ante semejante desfachatez, mientras la veía acariciar a Silvia apenas un rato después de haberla machacado a latigazos-. Mira lo que nos ha hecho. Claro, como a ti no…

- ¡Cierra el pico!. Si me hubierais hecho caso desde el principio nada de esto habría pasado y lo sabes. Bueno, con Alba se ha pasado un poco y lo siento… lo siento mucho… -se disculpó con la otra chica en un tono que simulaba dulzura, a la vez que la acariciaba los pechos sin cortarse, aprovechando la indefensión de la amiga que tenía los pechos más desarrollados del grupo

- ¿Qué haces?. ¡Déjala en paz! –estaba más que harta de la prepotencia de la rubia y de cómo tocaba a Alba, que no podía defenderse ni quejarse ni negarse a nada mientras Izaskun paseaba una de sus manos por sus tetas y con la otra dejaba descansar el látigo que aún tenía en su poder entre las piernas de su amiga.

- No estoy haciendo nada –se reía en su cara, como si no la estuviera viendo, pero eso no era todo, además es que las estaba manteniendo así para él, para su secuestrador y sin ninguna razón.

- Estás con él. En vez de con nosotras estás con él.

- Eso no es verdad.

- Demuéstralo. Suéltanos.

- Sabes que no puedo hacer eso.

- Y una mierda. Claro que puedes. Nos sueltas y nos largamos. Tú misma dices que va a tardar bastante.

- No he dicho eso. Sólo que se ha ido a por el rescate. Pero no sé cuánto tardará. ¿Y si sólo está a cinco minutos?. Nos volvería a atrapar escapando y, entonces, yo no podría hacer nada para impedir…

- ¿Impedir qué?. Mira cómo has dejado a Silvia por tu afán de ayudar…

- ¡No tenía alternativa! –y la vio moverse contoneándose hasta Silvia, para susurrarla algo al oído que no pudo escuchar antes de volverse a mirarla directamente-. Nos iba a capturar de todas formas. Yo sólo he fingido para poder interceder y que él no estuviera tan enfadado y no fuera más cruel.

- ¡Ya!.

- De verdad. Con alguien de su lado, fingiendo que lo ayuda, es más fácil moderar sus respuestas que si él toma las decisiones en solitario y en caliente. ¡Es un hombre!. Sé de qué hablo y sé cómo convencerlos… o, al menos, moderarlos…

- Serás hija pu…

- ¡Cómo si tú no hubieras hecho lo mismo si te hubiera ofrecido la posibilidad! –se fue acercando a ella, con el rostro enfadado.

- Pues no –mintió, puesto que, en el fondo, tuvo que admitir que, por un momento, ella misma había pensado en intentar seducirlo para escapar.

- ¡Mentirosa!. Tú también lo habrías intentado… ¡ni que fuera la primera vez!. Sólo que yo he tenido más sangre fría y he sido capaz de utilizar lo que hay dentro de la cabeza, niñita tonta.

- No sé de qué hablas –volvió a mentir, sonrojándose.

- Ya, sigue pensando eso si quieres… pero tú y yo sabemos que eres capaz de hacer cualquier cosa… cualquiera.

- No, no es verdad.

- Ya me he cansado. Callaos todas y conservad las fuerzas, que dentro de poco nos va a soltar y todo se acabó.

Se acercó entonces a su lado y comenzó a susurrarla muy cerca, de forma que la hizo sentirse tremendamente incómoda, y no sólo por el látigo que notaba contra su cadera.

  • Mira, las cosas son así. Es un hombre. Yo una mujer. Si le haces pensar en sexo, entonces ya no piensa. Por eso le hago las mamadas. Me da asco, pero gracias a eso él deja de pensar en hacernos daño, ¿o es que no te has dado cuenta?. Me lo estoy ganando por todas nosotras, así que sé un poco más agradecida y deja de criticarme –la iba diciendo al oído, demasiado cerca para su gusto, a la vez que notaba una de sus manos pasearse por su pierna-. De hecho, deberías de agradecérmelo. Y, si te portas bien, te dejaré ayudarme y las dos tendremos una oportunidad extra, ¿qué te parece?.

  • ¿Ayudarte en qué? –preguntó, picada su curiosidad pese a todo.

  • En un plan B, tonta. ¿O te crees que nos va a dejar irnos así, sin más?. ¿No te has dado cuenta de que no se esconde, de que podríamos identificarle?.

  • Ya… -admitió ella su propio temor.

  • Y yo sé cómo hacerlo –insinuó la rubia, guiñando un ojo a un palmo del rostro de la morena.

  • No pienso follar con él –se escandalizó Lara.

  • Con él no. Conmigo –aclaró Izaskun, con una sonrisa traviesa.

  • ¿Qué… qué? –preguntó, asombrada, su amiga.

  • Sólo será tocarse y poco más. No pongas esa cara, que no muerdo –se rio de ella-. Sólo lo justo para que él se distraiga y tengamos una oportunidad. Lleva la llave al cuello –la recordó- y cuando se acerque para tener un primer plano se la quitamos y a correr.

  • ¿Eso funcionará? –cuestionó la otra chica.

  • Ya te digo. A los hombres eso les da un morbo impresionante. Son tontos. Sólo pueden tener la sangre o arriba o abajo, pero no en los dos lados. Funcionará.

  • Pero… ¿y ellas? –dijo Lara, mirando a sus amigas.

  • Con la llave podremos negociar. Le podemos encerrar y tendrá que dejarnos huir si quiere poder llevarse el dinero.

  • ¿Estás segura?.

  • Sí –afirmó con seguridad Izaskun.

  • No sé –tenía dudas sobre ese plan.

  • Piénsatelo –concluyó la rubia, besándola en la mejilla.

No estaba convencida, pero cuando él regresó y vio lo que sucedía, todas las alarmas se encendieron en su mente y cuando fue a buscarla para llevarla al cuartucho en mitad del pasillo, Lara ya había tomado su decisión.

Regresaron poco después con el resto de sus amigas y la promesa del secuestrador de que el espectáculo lésbico saciaría por ahora su sed de venganza contra quienes le habían robado su recompensa por ese plan que tanto le había costado organizar.

Al principio todo fue bien.

Ella interpretó una escena de un ballet con música de un conocido compositor romántico ruso, aunque se la tuvo que imaginar, porque él se negó a llevar nada para poner música y en la sala no había cobertura suficiente para datos.

Después se tendió sobre la cama, con las piernas abiertas exageradamente, como Izaskun le había dicho que hiciera porque llamaría muchísimo la atención y centraría al hombre en ellas en vez de en su fracasado plan.

Despojadas ambas de cualquier rastro de ropa, la rubia se colocó sobre ella en el colchón y empezó a besarla.

El cincuentón se puso a su lado, observando todo con atención, en primer plano, completamente concentrado en lo que hacían, tal y como Izaskun había pronosticado y Lara empezó a creer en el plan, dejándose llevar pese a que ella se consideraba completamente heterosexual.

Sólo tenía que seguir la corriente a Izaskun, ella se encargaría de todo.

La rubia iba besando su cara lentamente, a la vez que una de sus piernas se colocaba entre las de Lara y se frotaba involuntariamente contra su entrepierna, haciendo que se sintiera demasiado vulnerable y expuesta.

Cuando los labios de Izaskun se posaron sobre los suyos tuvo un instante de duda, pero la diestra mano de la rubia presionó una de sus tetas, alcanzando con rapidez el pezón y apretándolo lo justo para que captase la idea y la morena del flequillo abriese su boca para dejar que el beso fuera más intenso y prolongado.

Sintió la lengua de Izaskun penetrar dentro de su boca, ganando un terreno que ninguna otra mujer había poseído jamás.

Fue una sensación extraña, allí, tendida sobre ese sucio colchón en el que se imaginaba que el secuestrador había forzado a Alba y en el que ahora ella misma se dejaba sobar y besar por Izaskun.

No la disgustaba tanto como había imaginado y los suaves dedos de Izaskun alcanzando su coño ayudaron bastante a relajarla y aceptar mejor la situación.

La mano dominante de la rubia alcanzó su entrepierna y jugó con habilidad con su coño y su clítoris, demostrando su amplio conocimiento de la anatomía femenina y el punto justo donde estimularla.

Lara tuvo que admitir que la estaba gustando, aunque nunca lo diría, pero pronto las caricias de Izaskun en su coño la excitaron y la hicieron sentir unas oleadas de un calor eléctrico que pocas veces había experimentado.

Se dejó hacer y cedió ante la rubia, correspondiendo a su beso con ansiedad mientras la jefa del grupo de amigas estimulaba su otro pecho con su mano siniestra.

La mano de Izaskun era maravillosa, se desplazaba con una habilidad asombrosa, casi conocía mejor su cuerpo que ella misma, y eso que se masturbaba casi a diario.

La sensación que estaba produciéndola en lo más hondo de su sexo la estaba empezando a hacer dudar de cosas que pensaba que tenía por ciertas… y, en todo eso, la rubia cortó el beso y se lanzó a devorar las tetas de su amiga.

Ya no tenía que fingir.

Estaba realmente excitada.

La mano de Izaskun se movía por todas partes, y sus dedos se introducían sin pudor alguno dentro de la vagina de Lara, haciendo que empezase a sentir unos temblores y un calor en la zona que se iba extendiendo por toda su cintura.

Sin saber por qué, la rubia la hizo darse la vuelta, quedándose boca abajo, con la otra chica sobre ella, con sus pechos sobre su espalda, a la vez que seguía tocándola el coño y, sobre todo, el clítoris.

La besaba en el cuello cuando no aguantó más y tuvo un orgasmo provocado por los dedos de la rubia.

En ese momento, sintió un peso extra sobre su espalda y una queja de Izaskun, silenciada por su captor.

Estaba sobre ellas.

Sentía su calor extra, junto con su peso y los empujones que daba, apretándolas.

No tenía muy claro qué pasaba hasta que, un rato después, notó cómo clavaba su pene dentro de su expuesta vagina, abierta por ese primer orgasmo al que la había conducido su amiga.

Su secuestrador introdujo con facilidad su polla, ayudándose de la lubricación natural conseguida con el orgasmo, y clavó sin oposición su miembro hasta el fondo, destrozando su himen con tremenda facilidad, tanta que ni siquiera se dio cuenta entonces.

Sólo sintió una barra de carne hinchada y caliente entrando como una barrena dentro del agujero que era el acceso a su vagina.

La clavó con fuerza, sin tantear el terreno, la metió de un golpe seco y potente, llenándola con ese cacho de carne gruesa y ardiente, follándola rápida y profundamente.

Tan pronto como empezó, la penetración concluyó, y notó que el peso cambiaba y que ahora era Izaskun la que más se hundía contra ella en ciertas zonas, gimiendo sin pudor.

De nuevo volvió a clavársela, metiendo de una estocada su polla dentro del coño de la bailarina, follándola con una intensidad rabiosa.

Entonces lo tuvo claro, estaba follándolas a las dos a la vez, primero a una y luego a la otra y de regreso a la primera.

Esa imagen mental se prendió en su retina, aunque no la viera, sólo basándose en lo que sentía y porque era lo más lógico.

Las tenía allí, una sobre otra, expuestas y con sus coños en la misma posición, sólo separados ligeramente en altura.

Y era lo que hacía.

Primero follaba a una un rato, luego a la otra y después volvía a empezar.

Era una sensación extraña, entre humillante y ligeramente excitante.

Perder así la virginidad, con un hombre de esa clase y edad, no entraba en los planes de Lara, pero no podía hacer nada por evitarlo.

Las tenía en su poder y, con el peso extra de esos dos cuerpos, tampoco había nada que pudiera hacer para evitarlo.

Él siguió follándolas, alternando sus coños, hasta que, al final, clavó su polla vibrante, con un movimiento extra propio, dentro del coño de Lara y la metió hasta el final, apretando todo lo que podía contra el fondo hasta que esas vibraciones que había notado la chica se transformaron en una explosión que liberó una corriente de un fluido ardiente que la inundaba y salía a borbotones del extremo de su pene.

Esperma, era su esperma, no podía ser otra cosa.

Sintió cómo lanzaba chorro tras chorro de su leche, y lo imaginó intentando preñarla, con Izaskun tendida sobre ella y riéndose por haberla timado otra vez para servir de ama de cría del secuestrador.

Una estupidez.

Era una estupidez ese pensamiento.

Pero lo tuvo, no pudo evitarlo, mientras él apretaba aún más su cuerpo contra el de ellas hasta exprimir la última y pegajosa gota de su leche dentro de Lara.

Después las palmeó los traseros antes de agarrar rápidamente unas cuerdas con las que las ató sus piernas y manos entre sí, de forma que no pudieran estar separadas.

  • Os quedáis así un ratito mientras termino con vuestras amiguitas, ¿de acuerdo? –las dijo-. Me ha gustado veros en acción, bolleras, pero es hora de hacer mejores cosas. Además… sois mías. Todas lo sois. Y siempre lo seréis, ¿verdad, putillas?.

No esperó respuesta y se marchó en busca de su siguiente víctima.

  • Izaskun *

Después de ejecutar el castigo sobre Silvia, Izaskun supo que había perdido supuesto líder del grupo de amigas.

No es que en ese momento la importase.

En ese momento lo crucial era sobrevivir, ganar poder sobre el hombre que las retenía y usarlo en su favor.

Pero ella no era cortoplacista. Sabía que llegaría el día después, y tenía que volver a ganárselas, aunque tardase.

Intentó justificarse, pese a las pegas de Lara, la única sin mordaza y que se enfrentó a ella.

Pero, al final, logró introducir la duda incluso en la chica de ojos azules y negra cabellera.

Sólo necesitaba eso, que la vieran como que todo estaba pensado por y para el grupo, y lo demás ya se iría superando poco a poco.

Entonces regresó él y supo que había pasado algo malo antes incluso de que abriera la boca.

- No hay rescate. Ese maldito chófer de mierda me ha traicionado y os ha traicionado. No hay rescate. Pero vosotras me lo vais a pagar con intereses, vaya si me lo vais a pagar… -era un discurso peligroso y tenía que interrumpirle, debía arriesgarse si aún quería conservar alguna ventaja, algo con lo que poder negociar más adelante.

Tocaba hacer la pelota, suplicar y humillarse.

- Mi señor, por favor. Tengo una idea. Dejadme ha…

Recibió los dos puñetazos, pero logró mantener la cabeza fría y atenerse a las líneas maestras del plan B… con algunas modificaciones, para hacer frente al riesgo que suponía que no hubiera conseguido nada de dinero con su rescate.

- Por favor, mi señor, escuchadme, por favor…

- Está bien. Vamos a ver qué tienes que decir, niñata malcriada.

Había conseguido su primer objetivo.

Romper su visión cerrada por la ira y ampliarla.

La adulación muchas veces funcionaba, y esa era una de ellas.

Ahora tenía que buscar la forma de llevarlo a otro lugar, romper el ritmo de los acontecimientos y crear un nuevo escenario que pudiera influir.

- Pero aquí no.

- Al confesionario.

- Sí, mi señor.

Fingió que la idea había partido de él, aunque había sido ella quien había logrado que el cambio de escenario fuera posible.

Se sintió orgullosa de sí misma, de su capacidad para trabajar bajo presión y de manipular a los demás.

Pero se recordó que tenía que ir con cuidado.

Era un hombre violento, peligroso, no podía despistarse.

Fueron hasta el pequeño almacén situado en mitad del pasillo, desde donde antes habían hecho algunos vídeos e… interactuado de una forma más mundana.

  • Mi señor… -fue interrumpida por un tortazo fuerte.

  • Más te vale que sea algo muy interesante o me voy a cabrear mucho, ¿de acuerdo?.

  • Sí, mi señor jefe –respondió ella, aguantándose las ganas de llevarse una mano hasta el pómulo golpeado-. Lo es. Quiero ofrecerte un espectáculo.

  • ¿Espectáculo?. ¿De qué hablas?. ¿Se puede saber qué piensas que es esto o quién soy yo?.

  • Nuestro Amo y Señor, nuestro Dueño y Jefe –aduló ella, logrando su objetivo, y haciendo que al cincuentón se le hinchase el pecho ante tantos falsos títulos-. Lara es bailarina y desea que hagamos un espectáculo lésbico sólo para usted, por su gran paciencia y bondad con todas nosotras –él alzó una ceja, quizás se había pasado con la adulación e intentó corregirse-. Otros nos habrían tratado mucho peor, pero usted ha sido sabio y justo todo el rato. Por favor, déjenos ofrecerle éste regalo antes de enviar una nueva petición de rescate directamente a mi padre. Él está acostumbrado a trabajar fuera de las normas y cumplirá, se lo prometo –eso último era una mentira total, pero él no tenía por qué saberlo, ¿verdad?.

  • De acuerdo. Voy a traer a… ¿cuál es?.

  • La del flequillo… la de los ojos azules.

  • Vale. Ni te muevas.

  • Para nada, mi Dueño y Señor.

Al poco regresó con Lara y hubo suerte, la chica fue lo suficientemente despierta para decir a todo que sí.

Regresaron a la sala, dispuestas a hacer un pequeño espectáculo y a quitarle la llave en cuando se despistase, algo que Izaskun estaba segura que sucedería.

Con el sexo todos los hombres eran predecibles.

Y cuando pensaban en sexo, no pensaban en nada más.

No había sangre suficiente para los huevos y el cerebro.

O uno u otro.

Estaba segura del éxito.

Al principio todo fue bien.

Lara bailó y se dejó hacer, tumbar sobre la cama y responder a todo lo que ella hacía.

Cuando tuvo su orgasmo, que incluyó una buena dosis de gemidos en voz lo suficientemente alta como para que ningún hombre lo pasase por alto, pensó que todo iba de maravilla.

Notó al hombre acercarse y supo que era su oportunidad de quitarle la llave, pero ya fue lo último que siguió su plan.

En vez de acercarse a un lado para mirar, se bajó los pantalones y se subió sobre ella, no del todo, pero lo suficiente para que la resultase complicado moverse.

Y tampoco podía quitárselo de encima.

Si lo intentaba, descubriría con certeza sus planes.

Por un breve instante aún pensó que podía salvar su plan.

Por un breve instante…

Hasta que notó cómo colocaba su polla contra su coño y presionaba.

Y se dio cuenta de que no había calculado esa opción.

El hombre la penetró con demasiada facilidad y se dio cuenta de que ella misma se había excitado mientras tocaba a su amiga y tenía el coño tan lubricado que su secuestrador no encontró contratiempos que le impidieran metérsela.

Las estuvo follando por turnos.

Primero a ella, luego a Lara y después, repetir.

Cada poco se la clavaba y metía su gruesa polla dentro de su coño, llenándola con ese trozo hinchado, húmedo y caliente de carne.

Sentía cómo palpitaba con vida propia, cómo la perforaba sin amor alguno, a lo bestia, como algunos de los tíos con los que Peter, su antiguo profesor particular, la obligase a fornicar a cambio de dinero.

Eso la hizo sentirse una mierda de nuevo.

Una vulgar puta.

Aunque eso a él no le importaba.

Siguió alternando entre los coños, follándolas por turno, introduciendo su grueso miembro hasta el fondo, jodiéndola en plan animal.

Notaba cómo iba cargándose, cómo se llenaba lentamente de esperma dispuesto a salir disparado del extremo, sentía cómo temblaba la polla con cada embestida, con otro ritmo propio interno, preludio del lanzamiento de su semilla.

No se vació en ella.

Lo sacó en el último instante y terminó la desvirgación de Lara, llenándola con oleadas de semen caliente.

Sintió pena por un instante.

Pero mejor ella que yo, pensó, harta de los hombres que las veían como juguetes de usar y tirar.

Las ató entre sí y se marchó rumbo a su siguiente víctima.

Pudo ver lo que las hacía a todas, una a una, y se sintió mal por haber retrasado el intento de fuga.

Quizás sí hubiera podido funcionar… quizás…

Él salió a por algo.

Fue la última vez que lo vieron.

Cinco minutos después entraba Aitor con la policía.

Habían puesto un rastreador al vehículo del secuestrador cuando fue a cobrar el rescate y, si no se hubiera caído a un par de kilómetros de allí, quizás hubieran podido evitar que las violara y, a algunas, las desvirgase.

Lo que estaba claro es que ya nada volvería a ser igual para ellas.

Nota1: el relato es inventado y va dedicado a mi inspiradora Musa.

Nota2: ¡hora de tomar una copa en Paraíso y relajarse!.