Capítulo XII: secuestro crítico 4.

Cinco jovencitas fueron secuestradas cuando iban rumbo a su instituto privado. La situación es cada vez más insostenible y una de ellas decide intentar fugarse con sus amigas antes de que su secuestrador estalle.

El Doctor sigue escuchando fascinado y asombrado la historia de las cinco chicas, del peligroso cautiverio que sufieron en manos de un sádico secuestrador.

Capítulo XII: secuestro crítico 4.

6 .La fuga.

  • Silvia *

Había estado interrogándolas un buen rato.

Con algunas había tardado más, con otras algo menos, pero ni Silvia ni sus amigas se atrevieron a comentar nada por temor a las represalias, por miedo a que siguiera usando alguno de los móviles que las había confiscado para grabar lo que decían y luego tener una excusa para volver a castigarlas de alguna forma.

Al final, regresó con la última, con Izaskun, que, además, fue con la que más se entretuvo, y se aseguró que todas estaban bien sujetas.

  • Tengo que hablar con vuestras familias, ¿de acuerdo, princesitas?. Cuando vuelva no quiero escuchar ninguna tontería, ¿de acuerdo?. Recordad que sois mías. Todas mías. Totalmente mías –remarcó-. Si os portáis bien, seré bueno con vosotras, pero si os portáis mal… -esta vez lo dejó en el aire, pero todas supieron a qué se refería- Muy bien. Enseguida vuelvo, princesitas, y nos vamos a dormir un ratillo, ¿de acuerdo?.

Se acercó a Alba, que se encogió instintivamente en su sitio, pese a que no podía escapar, y la agarró de la cabellera para poder acercar su rostro al de ella y darla un profundo beso en la boca.

  • Muy bien, pequeñas, vais aprendiendo quien manda aquí, ¿verdad?. Es lo mejor. Así todos estamos felices y contentos. No os mováis, que vuelvo enseguida –y se marchó, riéndose de su propio chiste.

La impotencia de las chicas era total.

Silvia tenía el estómago revuelto.

Podía ver cómo Alba lloraba en silencio, con el miedo reflejado en el rostro, sospechando y temiendo que el secuestrador la volviera a usar a su antojo en el colchón durante esa noche igual que había hecho en la famosa siesta.

Su inmovilización no era absoluta, pero el ambiente de sumisión sí.

Un pequeño esfuerzo habría podido servir para liberarse de los ganchos de la pared a los que el brutal captor había enlazado esa suerte de esposas con las que tenían sujetas las muñecas.

Después habría sido sólo esperar un rato para recuperar la circulación de la sangre cuando por fin hubieran podido tener los brazos en una postura normal, en vez de sujetos hacia arriba y contra la pared.

Luego se hubieran podido quitar los pesos que sujetaban sus pies y esperarlo junto a la puerta para intentar la fuga.

Pero ninguna lo hizo.

Ninguna se atrevía.

Ni siquiera Silvia, que, mientras lo pensaba, sabía que ni lo intentaría.

La sombra de la violencia era excesivamente grande.

Tanto para ella si lo intentaba como para las demás si alguna se quedaba atrás.

Y ella no era como Izaskun, que había planteado una fuga de una, de ella, y que las demás se hubieran quedado allí, en ese lugar miserable, con su malvado secuestrador.

No. Ella no era así. Si había una fuga, tenían que irse todas juntas.

No se atrevía ni a imaginar qué podría pasar si alguna se quedase atrás.

No se lo quería imaginar.

Así que no, ni siquiera hizo el intento.

Ella no podría dejar a ninguna de sus amigas atrás.

O todas o ninguna.

Cuando regresó estaba de buen humor.

Incluso cuando fue la hora de llevarlas a dormir, barrió el suelo alrededor de la cama antes de tumbarlas y bajó de algún lado un trozo de lona con el que las envolvió a modo de sábana.

A todas salvo Alba, que dejó reservada para el final.

Silvia tuvo que hacer un esfuerzo para captar algo de la conversación entre ella y su captor, pero apenas logró entender palabras sueltas tanto por su postura bajo la cama como por la distancia que los separaba al principio, pero el tono era lo suficientemente claro como para que se sintiera fatal por su amiga y que el miedo a una nueva escena de violencia brutal surgiera por el cambiante humor de ese hombre que las tenía secuestradas.

Se sentía una mierda.

Quería protestar, luchar por su amiga, pero era absolutamente impotente.

Y lo sabía.

No podría hacer nada por impedirlo, fuera lo que fuese.

Ése hombre no era un empleado de ninguna de sus familias o del exclusivo recinto escolar al que iban.

Era un animal, impredecible.

A veces rabioso y bestial, a veces con un punto de sensibilidad y amabilidad , otras casi parecía una persona normal… bueno, si no fuera por las circunstancias en que estaban… y otras, otras parecía destilar un odio y una amargura con un punto de locura que daban mucho miedo.

O eso es lo que pensaba hasta ahora de lo que había visto.

Y su propio miedo, casi pánico por momentos.

Silvia quería, deseaba ayudar a su amiga, a Alba, pero estaba bloqueada. No veía una salida. No veía cómo solucionar el problema en que se encontraban. Y se dio cuenta de que dependían demasiado de Izaskun, que habían dejado que fuera ella la que tomase la mayoría de las decisiones casi ese último año y ahora la inercia las hacía depender excesivamente del liderazgo de la rubia.

No, no podía culpar exclusivamente a la otra chica.

Ni siquiera al ambiente casi entre algodones en el que muchas de ellas se movían casi todo el rato.

Era… era otra cosa… no sabía cómo definirlo… pero… pero… el caso es que estaba bloqueada, y no sólo por cuerdas y alambres, era algo interior que la dominaba como una segunda prisión.

Empezó a pensar en Miguel , intentando alejarse de lo que sucedía a su alrededor, de lo que oía sobre su cabeza, de las propias lágrimas de impotencia que luchaban por brotar de sus ojos, de la sensación de miedo y angustia que sentía, pero incluso entonces lo primero que pudo imaginarse fue que su chico, su novio, porque sí, era su novio, lo reconoció ya definitivamente en su interior, y eso logró atraer un punto muy pequeño de alegría a esas horas de terror y pánico, que él también habría descubierto que la habían secuestrado y se encontraría fatal, o eso se imaginó.

Pero después, al final, logró cambiar el chip, y empezar a recordar cosas positivas y dejó crecer un nuevo sentimiento, uno de esperanza y la necesidad de luchar para sobrevivir, para volverle a ver, para volverle a besar, para volver a sentir todo lo que la hacía sentir, para darle lo que a nadie más había dado jamás y compartir con él un futuro.

Y pensaba tener un futuro, iba a sobrevivir al secuestro… y… y… se durmió, pese al lugar, su situación y lo que pasaba sobre ella, se durmió, aunque no descansó, con unas pesadillas que asomaban por las esquinas de sus sueños, infiltrando incluso allí la sensación de vulnerabilidad que ya rondaba en su mente consciente desde el momento en que se despertó de la descarga táser con la que la había dominado el cincuentón que las tenía retenidas.

Las maldiciones de su secuestrador, del hombre que las tenía retenidas, la hicieron despertarse de golpe.

No sabía cuánto tiempo había estado en ese estado de inconsciencia que se hacía pasar por sueño pero que de reparador no había tenido nada.

La dolía todo el cuerpo por la postura y sentía la garganta irritada.

Por un momento llegó a pensar que se había resfriado y eso casi la hizo reírse, ese pensamiento tan normal en mitad de esa situación tan anormal.

Estaba segura de que esa no sería la razón del enfado de ese hombre.

  • ¡Joder, joder, joder!. ¡La puta de oros!. ¡Joder, mierda, joder!.

Se marchó dando un portazo, pero la puerta rebotó y se quedó abierta unos centímetros.

Lograba verlo desde su posición en el suelo.

El corazón la dio un vuelco, allí había una esperanza.

Como si la leyera el pensamiento, Izaskun habló.

  • No hagáis tonterías. Ha ido a buscar cargadores. Los móviles se han quedado sin batería.

  • La puerta está abierta –declaró Silvia-. Podemos intentar escapar.

  • No digas tonterías, eso sólo le servirá de excusa para castigarnos –se opuso la líder del grupo de amigas.

  • Quiero intentarlo –afirmó Lara, que empezó a revolverse en su sitio.

  • Yo también –se sumó Tania.

  • Si lo intentamos todas no podrá alcanzarnos a todas –insistió Silvia y también comenzó a removerse.

  • No, no y no –se opuso la rubia-. Nos atrapará y será peor. Ya casi le han pagado –se atrevió a asegurar aunque Silvia tenía la certeza de que sabía lo mismo que el resto de ellas, es decir, nada-. Sólo hay que aguantar un poco...

  • Díselo a Alba –interrumpió Silvia.

  • Eso, eso –asintieron también Tania y Lara.

Poco a poco se fueron arrastrando, desplazando la lona y reptando hasta salir de debajo de la cama donde aún estaba tumbada Alba.

Izaskun también, aunque a regañadientes.

Desde su posición aventajada Silvia seguía viendo la puerta abierta, un poquito más incluso gracias a alguna corriente.

Casi no se distinguía el pasillo, pero sabía que estaba allí, al otro lado de esa puerta metálica y, un poco más allá, unas escaleras que las llevarían al exterior y, luego, a la libertad.

Realmente no tenía ningún plan aparte de salir de ese sótano, pero algo era mejor que nada, ¿verdad?.

Quería fugarse. Deseaba escapar de ese sitio y regresar a su vida, ver a su familia y a Miguel, recuperar la normalidad y su libertad.

Se fueron poniendo en pie alrededor de la cama.

Alba estaba tirada allí, desnuda, con el cabello revuelto y varios moratones.

Olía a sudor y orines, aunque Silvia se dio cuenta de que el resto de ellas no estaban en mejores condiciones. Con más ropa, sí, pero el olor… sobre todo cuando ya no había ese aroma a lavanda del principio del secuestro, que su captor había dejado agotarse y no reemplazó, seguramente porque ni siquiera existía un repuesto al haber pensado que todo iba a ser muy rápido.

Pero los planes a veces se tuercen. Y éste se estaba torciendo mucho. Y Silvia se daba cuenta de que la impaciencia le estaba haciendo estar cada vez más nervioso y eso lo hacía más bestial y peligroso.

Tenían que intentar escapar.

No podían hacer caso a Izaskun.

Entre las cuatro lograron incorporar a su amiga y comenzaron a moverse hacia la salida.

No había tiempo para buscar nada con que cubrirla.

No sabían cuánto tardaría en regresar.

Poco a poco, llegaron a la puerta.

Silvia miró.

El pasillo se veía gris con la poca luz que entraba por las escaleras del fondo. Se podía ver la puerta a mitad del pasillo donde estaba el cuartucho donde habían grabado los mensajes para sus familias y en donde las había intentado sonsacar. No había nadie a la vista ni se oía nada. Era ahora o nunca.

  • No está –informó a las demás.

  • Vámonos antes de que vuelva –dijo Tania, nerviosa.

  • Deberíamos… -intentó hablar Izaskun.

  • Cállate –la interrumpió Alba-, no pienso quedarme aquí ni un minuto más, joder –concluyó con un taco impropio de ella y que hizo que todas se la quedasen mirando por un instante, imaginándose por lo que había tenido que pasar.

  • Venga, vamos –se decidió Silvia, abriendo la puerta lo suficiente para pasar. No se atrevió a más por si las delataba el ruido. Luego, se volvió a las demás y se llevó un dedo a la boca-. En silencio.

Las demás asintieron y la siguieron en fila, pegadas a la pared opuesta a la puerta del falso confesionario.

Casi habían llegado a las escaleras cuando una sombra se cruzó en su camino.

Allí estaba, en lo alto, con las dos manos sosteniendo una serie de cargadores para teléfonos móviles de distintos modelos y varios alargadores y bases para varios enchufes.

Su rostro pasó de una momentánea sorpresa a endurecerse por la rabia.

  • Vaya vaya con las niñitas, así me agradecéis lo bien que os he tratado, ¿verdad?. Intentando que pierda el dinero que me merezco.

  • ¡No te mereces nada, cabrón! –chilló Alba, para sorpresa de las demás-. ¡Bastardo hijo de…!.

  • ¡Silencio! –gritó él a su vez, imponiéndose con su voz y su presencia física en lo alto de los escalones-. Ya me he hartado de vuestras estupideces. Os habéis quedado sin desayuno y como no volváis ya mismo a donde os corresponde me voy a enfadar de verdad, princesitas.

Por un segundo pareció que todo había terminado ahí, allí y en ese momento, pero Silvia no podía evitar pensar que era ahora o nunca, que no volverían a tener esa oportunidad, que no podían confiar en ese hombre que las había raptado, que no debían hacerlo.

  • ¡Corred! –exclamó y se lanzó arriba todo lo rápido que podía.

Detrás de ella escuchó a sus amigas moverse, pero no giró la cabeza, no era momento de distraerse, sólo podía intentar controlar a su secuestrador para intentar esquivarlo.

Se dio cuenta de que podían conseguirlo.

Él sólo era uno y tenía las manos ocupadas.

No podría seguirlas o todas, ni atraparlas. Podrían buscar ayuda. Era su fin.

Pensó que veía miedo en sus ojos, que le habían sorprendido y que se daría cuenta de que lo mejor sería huir y dejarlas en paz al fin.

No fue así.

La tiró lo que llevaba en brazos, pero falló y Silvia consiguió alcanzar lo alto.

Escuchó cómo alguien se tropezaba detrás de ella, pero no tuvo tiempo de volverse, porque se dio cuenta de que ese cincuentón tenía un as en la manga.

Porque de la parte de atrás de su pantalón sacó el táser y una sonrisa diabólica apareció en su rostro.

Disparó, pero no a ella, a alguien por detrás, y Silvia pudo escuchar un cuerpo derrumbándose y el pánico en la voz y los chillidos de sus amigas.

Alguien la empujó y la hizo moverse adelante.

Era Izaskun.

  • Corre, idiota, corre o estás perdida –la dijo a un palmo de su cara.

Siguieron adelante las dos, mientras el hombre se lanzaba sobre sus tres amigas, atrapadas en la escalera.

Oyeron sus gritos y Silvia no pudo evitar que las lágrimas llenasen sus ojos.

Corría como podía tras Izaskun, porque sin los zapatos se la clavaban todas las piedrecitas del suelo.

La rubia iba delante, sorteando los restos que cubrían el suelo de la gran nave industrial en la que se encontraban, porque era eso, el enorme esqueleto con restos de bloques de cemento desperdigados y unos muros que casi cerraban por completo el recinto.

Vio cómo Izaskun miraba atrás y levantaba la mano.

Se imaginó que a lo mejor alguna otra había logrado esquivar a su captor y las seguía, pero no podía volverse y mirar.

  • Entremos ahí –dijo, de repente, Izaskun, deteniéndose ante otro agujero en el suelo.

  • No –fue lo primero que se le ocurrió responder a Silvia al ver otro tramo de escaleras que bajaban hasta otro túnel.

  • Tenemos que escondernos –insistió la rubia.

  • Vamos a la salida –respondió ella.

  • No hay tiempo. Hay que esconderse y cuando él baje con las demás salimos –expuso su plan.

  • Eeee… bueno… -aceptó, tras pensarlo unos segundos, y porque no había visto aún ningún espacio en los muros por donde escapar pero seguro que lo habría y era verdad, cuando estuviera en el otro túnel con sus amigas, entonces podrían seguir la fuga.

Bajaron los escalones y la líder del grupo propuso salir a mirar mientras Silvia descansaba.

Estaba sentada, recuperándose de la carrera, cuando un calambrazo la recorrió desde la espalda y todo se volvió negro.

Cuando se despertó, la pesadilla había vuelto a empezar.

Estaba de nuevo en la sala, pero esta vez no la había puesto contra la pared, estaba atada a la mesa.

Se encontraba inmovilizada por completo, reclinada sobre le mesa, con las piernas separadas y sujetas de alguna manera a las patas de la mesa, algo que la resultaba obvio sin necesidad de verlo, por la postura que se veía obligada a adoptar.

Sus brazos estaban extendidos hacia delante, atados entre sí y con una cuerda que partía desde las muñecas y la fijaba al otro extremo de la mesa.

La había vuelto a poner cinta en la boca.

  • Bueno, bueno… -escuchó la voz del hombre a su espalda-. Parece que por fin la bella durmiente regresa con nosotros. Todas estáis de acuerdo en que ella es la única culpable de lo de antes, ¿verdad, princesitas? –y se escuchó como sus amigas respondían afirmativamente-. Es justo que la castigue, ¿verdad, princesitas? –y, de nuevo, todas contestaron con un “sí, jefe”-. Han sido cincuenta metros… así que… que sean cincuenta latigazos, ¿estáis de acuerdo, princesitas? –y ante su respuesta, él lanzó una risa que parecía más un graznido y anduvo alrededor de la mesa lentamente hasta ponerse frente a Silvia-. Ahora, niñata –la dijo en voz más baja-, te voy a enseñar que aquí no está papaíto para sacarte las castañas del fuego ni para poner unos billetes y comprarte el aprobado o darte ropita de marca. Aquí mando yo y sólo yo. Tú eres mía y has sido una niña muy mala y te voy a castigar… bueno, yo no, pero porque yo lo decido. Mientras vuestras putas familias no paguen y me den mi dinero, sois mías y cuanto antes lo aceptes, mejor, ¿de acuerdo? –y, luego, levantándose, alzó la voz y ordenó a quien estaba detrás de Silvia-. Recuerda, son cincuenta. ¡Adelante!.

El primer golpe fue bestial, un trallazo que la alcanzó el culo.

Gritó.

Lo intentó, porque la cinta sobre su boca lo impidió.

Eso y el ruido de los golpes, ahogaron los gemidos que lograban escaparse con cada latigazo.

Intentó contenerse, pero cuando llevaba diez, Silvia empezó a llorar.

Él la miraba todo el rato con una sonrisa perversa en el rostro.

Y ella supo que la cosa había empeorado aún más.

Los latigazos siguieron golpeando su trasero y sus muslos, algunos más fuertes, otros no tanto y cada vez con menos energía, pero aun así, completó la cincuentena.

Cuando, al final, su verdugo se detuvo y llevó una especie de látigo de cuerdas pequeñas hasta la mano extendida de su captor, Silvia pudo ver que había sido Izaskun la encargada de ejecutar el castigo.

Por un momento la odió.

Por un momento.

Después se desmayó.

  • Tania *

Cuando se sumó a Silvia en contra de Izaskun para probar a fugarse, Tania imitó a las demás, centrándose en lo que el secuestrador había hecho pasar a Alba, sin atreverse a contar lo que le había hecho a ella misma en el cuartucho donde había grabado los dos mensajes, el que iba a su familia y el destinado al chófer.

Casi podía notar como si acabase de pasar cómo había cortado en trozos el uniforme de su elitista centro escolar, apenas dejando su falda para cubrirla.

Recordaba con absoluta claridad el frío contacto de la navaja contra su piel, el pánico que vivió al imaginarse que la cortase o la hiciera algo peor.

No sabía cómo no se desmayó de terror, claro que en ese momento estaba absoluta y totalmente bloqueada, incapaz de pensar nada ni de reaccionar con claridad.

Su olor.

Esto también lo recordaba.

El mal aliento que salía de su boca cuando estuvo abusando de sus tetas y mordiéndola los pezones. Sólo pensar en ello hizo que sintiera unas punzadas de dolor en sus extremadamente sensibles pezones.

Por eso y porque no podía parar de pensar que todo saldría mal si seguían en su poder, decidió apoyarla y romper con el liderazgo de Izaskun.

El maldito canalla no intentaba cubrirse nunca y eso era muy mala señal para la joven.

No podía seguir allí.

Tenía que intentarlo.

Podría ser su única oportunidad de sobrevivir.

A la mierda la vergüenza.

Si media ciudad la veía casi desnuda ya no la importaba nada, sólo quería salir de allí ya, ser libre y olvidarse de todo.

A la mierda la vergüenza.

Ella estaba con Silvia y las demás también.

Al final Izaskun no tuvo otra opción que sumarse a ellas, quedarse atrás no era una opción para ninguna.

Junto a sus amigas, liberó a Alba y la ayudó a ponerse en pie, pese a la poca capacidad de maniobra de que disponían con esos alambres retorcidos alrededor de sus muñecas.

Deberían de habérselos quitado, liberar sus propias muñecas, pero eso hubiera sido perder un tiempo del que no sabían si podrían disponer.

Por fin llegaron a la puerta y Silvia se asomó.

El corazón casi se le sale del pecho los segundos que tardó en comprobar que no había nadie.

  • Vámonos antes de que vuelva –dijo apresuradamente, deseando con toda su alma el escapar y poner toda la distancia del mundo posible entre ella y su captor… bueno, entre todas ellas y ese maldito.

El tiempo que tardaron en recorrer la distancia hasta las escaleras se le antojó eterno.

No sólo porque se la clavaban en la planta de los pies las piedrecitas que había por el suelo, que se notaba que llevaba muchísimo tiempo sin estar cuidado y ni siquiera habían pasado una escoba, sino también por la increíble cantidad de ruido que hacían al moverse.

Cada roce, cada traspiés, cada respiración un poco más alta de lo normal… todo parecía multiplicarse en el silencio del túnel y, a cada paso, era algo tan escandaloso para Tania que no sabía cómo su secuestrador no se había dado cuenta ya de que estaban allí.

Por fin llegaron al extremo de ese no tan oscuro túnel gracias a la luz que se colaba desde lo alto del tramo de escaleras.

Fue cuando todo se torció de nuevo.

Él las estaba esperando allí, arriba del todo, bloqueando la única salida posible.

Incluso con los brazos ocupados llevando un montón de cosas eléctricas, cargadores y eso, o, al menos, era lo que alcanzaba a divisar la chica, el cincuentón tenía un aspecto aterrador e imponente.

Tembló, derrotada, cuando esa voz terrible sonó en lo alto del tramo de escaleras que debería haberlas conducido a la libertad.

  • Vaya vaya con las niñitas, así me agradecéis lo bien que os he tratado, ¿verdad?. Intentando que pierda el dinero que me merezco –escuchó decir a su secuestrador, antes de que, a su lado, Alba, rabiosa y con los puños cerrados, le respondiera a gritos.

  • ¡No te mereces nada, cabrón!. ¡Bastardo hijo de…!.

  • ¡Silencio!. Ya me he hartado de vuestras estupideces. Os habéis quedado sin desayuno y como no volváis ya mismo a donde os corresponde me voy a enfadar de verdad, princesitas –amenazó con su profunda voz.

  • ¡Corred! –gritó Silvia, que iba en primer lugar, antes de saltar hacia delante y correr escaleras arriba.

Alguien la empujó cuando iba por mitad de las escaleras, ni siquiera recordaba haber arrancado a correr, sólo que lo estaba haciendo y que las lágrimas pugnaban por escaparse de sus ojos y ella intentaba contenerlas y cerraba la boca con rabia en un intento de no gritar.

Era Izaskun, abriéndose paso entre ellas.

A la vez, su captor las lanzó un montón de cables y cosas.

Parte la golpeó, pero las apartó de un manotazo, pero, a su lado, Alba se enredó con los cables y, al caerse, la desequilibró y ella también terminó en el suelo justo a tiempo de ver cómo el muy cabrón alzaba el táser que usó para someterlas en el microbús y disparaba contra Lara, que empezó a convulsionar como un juguete agitado por espasmos incontrolables y se derrumbó sobre ellas, vomitando y, por lo que olía Tania, meándose encima.

Las tres se deslizaron por las escaleras en un revoltijo.

Alba y Lara cayeron sobre ella justo cuando el cuerpo de Tania chocó contra el suelo del túnel.

Intentó moverse, pero con sus dos amigas encima y los movimientos de Alba las enredaban aún más.

Lara era poco más que un peso muerto encima de ellas.

Antes de darse cuenta ya tenían encima al hombre que, pese a su edad y su apariencia física, o simplemente porque la percepción del tiempo de Tania era aún más confusa que el lío que habían formado sus tres cuerpos enredados, parecía moverse a una velocidad escalofriante.

Lanzó un puñetazo a Alba, que gritaba histérica, y la noqueó.

Con sus dos amigas tiradas sobre ella, Tania supo que no tenía escapatoria antes incluso de escucharle.

Sintió el impulso de llorar, pero logró contenerse.

No iba a servir de nada. No le ablandaría. Lo más probable es que el resultado fuese el opuesto, que eso lo cabrease aún más, y luchó contra su instinto.

Su rostro apareció por encima de los cuerpos de sus dos amigas, con una sonrisa maligna y sin humor.

  • ¿Recuerdas que te dije que eras mi favorita, pequeña?. Pues te has portado muyyyy mal y os voy a tener que castigar, ¿lo entiendes, verdad?.

  • ¡Cerdo! –soltó con furia, escupiéndole.

Él la agarró del cuello con una mano que parecía de acero, apretando y ahogándola.

  • Has sido una niña muy mala –la decía, con una voz rabiosa, mientras con la otra mano se quitaba los restos del escupitajo-, pero ahora no puedo darte lo que mereces, zorra. Pero volveré y cómo te muevas de aquí te aseguro que lo vas a lamentar muchísimo, ¿de acuerdo, puta niñata de mierda? –la amenazó lentamente, mientras seguía asfixiándola con su manaza sobre el cuello.

No podía hablar, pero algo en la forma que parpadeó o las lágrimas que ya se desbordaban sin control, le hizo aflojar la mano sobre su cuello y, entre toses, Tania logró articular un casi inaudible “sí”.

Su secuestrador no contestó, pero la soltó y se marchó corriendo escaleras arriba, dejándola atrapada bajo el peso muerto de sus amigas.

Tembló de puro terror sólo con pensar en ello y en lo que las esperaba cuando regresase.

Incapaz de moverse, de intentar nada, se quedó allí tirada, a unos pocos peldaños de la libertad, mirando el hueco por el que entraba la, cada vez más brillante, luz del sol, hasta que unas formas la volvieron a ocultar.

Entre su secuestrador e Izaskun llevaban a Silvia, inconsciente, y la condujeron por el pasillo hacia la sala donde las iba a volver a depositar a todas.

Ninguno de los dos habló al pasar a su lado e Izaskun evitó mirarla.

No entendía cómo su amiga podía ayudar a ese hombre.

No lo entendía.

Dejaron abierta la puerta de la sala donde las había tenido, y volvería a tener, no cabía ya duda, presas.

No parecía importarle que supiera dónde estaba, sabía que no intentaría nada.

Tardaron un buen rato en regresar.

Escuchó ruidos y cómo se arrastraba algo por el suelo.

Les escuchó hablar, a Izaskun y a él, pero no lograba captar el contenido de la conversación, estaban demasiado lejos para ello.

Regresaron en silencio y agarraron entre los dos a Lara, inconsciente aún por el efecto del calambrazo con el táser.

Justo cuando se levantaban con el cuerpo de su amiga en brazos, el secuestrador se volvió hacia Tania y ladró una orden.

  • Tú quietecita aquí, niñata, o me enfadaré. Hasta que yo no te diga no muevas ni un músculo, ¿de acuerdo, princesita? –terminó con una patada no muy fuerte.

  • Sí, jefe –se acordó de responder Tania, intentando parecer arrepentida, aunque por dentro pensaba otra cosa.

Tardaron nuevamente más de lo que Tania esperaba y empezó a inquietarse. No era posible que tardasen tanto para volver a dejar colgadas a sus amigas. No, no era posible.

Y empezó a imaginarse cosas que la hicieron sentir mucho miedo.

Pero fue incapaz de moverse.

Seguía tendida en la misma postura cuando regresaron a por Alba, a la que el secuestrador se puso a manosear los pechos delante y encima de Tania, descaradamente, mientras la miraba para ver su reacción, con una sonrisa falsa en el rostro.

  • Bien… bien… vas aprendiendo, niñata… vas aprendiendo… -murmuró, mientras pellizcaba con fuerza los pezones de las tetas de Alba, que empezó a quejarse y moverse, empezando a recobrar la consciencia, por lo que el secuestrador la cogió con una mano la cara para obligarla a mirarlo y la amenazó-. Tú calladita y quieta, mierdecilla, o sabrás de verdad lo que es verme enfadado, ¿te enteras, pedazo de mierda? –y, luego, volviendo a dirigirse a Tania, terminó su breve discurso-. Y a ver si de una puta vez os enteráis de que aquí sólo importa mi voluntad. Sois mías y sólo mías hasta que reciba el dinero y puedo hacer lo que me dé la gana con vosotras, así que empezad a portaros bien o me voy a cabrear mucho, ¿de acuerdo?.

  • Sí, Jefe –logró articular Tania, que se mantuvo pegada al suelo mientras el hombre e Izaskun trasladaban a su amiga al interior de la sala y la acomodaban en otro largo rato que se la hizo eterno.

Cuando por fin volvieron, el sol ya brillaba con fuerza y la chica se imaginó un día luminoso y despejado, ni se habría imaginado que algo tan simple pudiera echarse de menos tan rápidamente.

  • A cuatro patas, mierdecilla –la ordenó su captor, con Izaskun a su lado-. Quiero verte desfilar como la perra que eres, ¿de acuerdo?.

  • Sí, Jefe –respondió, sumisa, la chica, y se puso en la postura ordenada antes de escuchar la burla de Izaskun.

  • No te olvides de ladrar, perrita –dijo la que se decía su amiga.

El cincuentón no la contradijo, sino que tuvo un breve ataque de risa, una risa enlatada, pero lo suficiente para que Tania se diera cuenta de que tendría que hacerlo, que el no hacerlo podría servirle de excusa para añadir un nuevo castigo en su cuenta.

Y lo hizo.

Fue moviéndose a cuatro patas, como si fuese un bebé gateando, mientras iba imitando el sonido del ladrido de los perros.

Al pasar por la puerta, se encontró con un espectáculo que no se hubiera podido imaginar y supo por qué habían tardado tanto en trasladar a sus amigas.

Habían desplazado la mesa hacia el centro y Silvia estaba atada a ella.

La vio reclinada, con el cuerpo de cintura para arriba tendido boca abajo sobre la mesa, con los brazos extendidos y atados entre sí y con el extremo contrario de la mesa por una cuerda larga.

Según fue rodeando el mueble vio que la habían sujetado las piernas por la zona de los tobillos a las dos patas, de forma que formaban una especie de V invertida.

Alba estaba en la silla rota, con las manos atadas a su espalda y las piernas a las patas de la silla.

Su coño estaba completamente a la vista, enrojecido y con unas marcas como líneas rojas que surgían de su entrepierna hacia el ombligo y alrededor.

Estaba llorando, con el pelo revuelto, y una especie de bola dentro de la boca que la impedía cerrarla y que se sujetaba a su nuca para que no pudiera sacársela, de forma que no paraba de manar saliva por las comisuras de sus labios, resbalando por su mentón y garganta o goteando sobre sus tetas.

Lara estaba colgada del gancho más cercano a la cama, también amordazada, pero despierta, lo cual era un alivio después de haberla visto sufrir esa segunda descarga eléctrica del táser.

La habían limpiado los restos del vómito.

  • Al sofá –ordenó el hombre.

Tania siguió gateando y ladrando, moviéndose entre sus amigas hasta llegar al destrozado sofá monoplaza, que también estaba desplazado para formar un semicírculo junto a los otros dos muebles de forma que fuesen visibles totalmente desde la cama, que hacía la vez de centro de ese pequeño universo.

  • Siéntate.

Obedeció.

  • Quieta –y, de nuevo, Tania obedeció mientras entre Izaskun y su secuestrador llevaban sus brazos hacia los lados del sofá y se los ataban por detrás, de forma que no pudiera moverlos ni para acercarlos o alejarlos entre sí de lo tensionadas que estaban las cuerdas y tampoco subirlos hacia arriba para pasarlos por encima-. Abre la boca, niñita pija de mierda –la instruyó su captor y ella, sumida en la inercia y la tensión del momento, se dejó hacer y permitió sin oposición que la metiera una especie de bola dentro de la boca, que sujetaron con una especie de correa detrás de su cabeza-. ¿Ves?. Así os puedo tener vigiladas a todas y sin escuchar vuestras malditas gilipolleces, ¿a qué es una buena idea, niñita estúpida?. Y, ahora, es el momento de castigar a la más idiota de todas, ¿no os parece?. ¿Quién ha sido la imbécil que traicionó mi confianza y por la que ahora estáis todas así en vez de tratadas con la amabilidad con la que os estado tratando y que me pagáis con ésta traición?. ¿Quién?.

  • Silvia –contestó Izaskun, al lado de Tania, que dio un respingo ante esa traición.

  • Debería castigarla, ¿no os parece? –preguntó, aunque era obvio que sólo una persona podría responder, y lo hizo.

  • Sí, Jefe, castíguela, merece un castigo. Las demás sólo fueron tontas y la siguieron, pero ella fue la culpable –Tania no daba crédito a las palabras de Izaskun, al nivel de traición que mostraba.

  • ¿Cómo con Alba?.

  • Sí, Jefe –asintió la rubia.

El hombre avanzó hasta un lado, se agachó y regresó con una cosa que era una mezcla entre fusta de caballo y un mini látigo de varios segmentos que se movían ondulantes en el aire.

  • Sí –murmuró para sí-. Es hora del castigo… pero –añadió, en voz algo más alta-, esta vez lo harás tú –y entregó el extraño látigo a Izaskun-… cuando se despierte.

Su captor se quedó sentado en la cama, esperando, hasta que Silvia empezó a removerse en su forzada postura, sólo entonces volvió a levantarse.

  • Bueno, bueno… Parece que por fin la bella durmiente regresa con nosotros. Todas estáis de acuerdo en que ella es la única culpable de lo de antes, ¿verdad, princesitas?. Es justo que la castigue, ¿verdad, princesitas? –y, por dos veces, Lara e Izaskun se pronunciaron a favor, pues la rubia había convencido a la otra amiga para evitar con ello ser castigada-. Han sido cincuenta metros… así que… que sean cincuenta latigazos, ¿estáis de acuerdo, princesitas? –la risa del secuestrador era gélida, terrible, mientras andaba hasta ponerse delante de Silvia, a la que dijo algo muy cerca y bajito, que Tania no llegó a poder escuchar antes de que volviera a subir el tono y declarase su sentencia, dirigiéndose directamente a Izaskun, que se había colocado por detrás de Silvia-. Recuerda, son cincuenta. ¡Adelante!.

La rubia golpeó con el látigo a Silvia una y otra vez, dejando unas líneas enrojecidas a su paso por los glúteos y muslos, cosa que hizo que Tania se diera cuenta de que, posiblemente, a Alba la habían hecho lo mismo mientras ella se quedaba tumbada en el suelo del pasillo fuera antes.

Sintió una vergüenza renovada, por ella misma, por su miedo, por su complicidad al aceptar las órdenes de su captor y por no ser capaz de impedirlo, aunque, en el fondo, sabía que no habría podido lograrlo jamás, sobre todo si Izaskun estaba de su parte, como ahora parecía.

Al final, Silvia se desmayó y casi fue lo mejor, o eso pensó Tania.

El hombre estaba excitado y se llevó a Izaskun a un lado, donde hicieron algo que repugnó a Tania, antes de tumbarse un rato.

No supo cuánto tiempo estuvo durmiendo el hombre hasta que sonó la alarma.

Entonces fue agarrando uno a uno todos los teléfonos móviles ahora cargados y se fue hacia la puerta.

  • Te dejo al cargo. Vigílalas –ordenó directamente a la rubia, que aún poseía el látigo de varias colas-. Es hora de recaudar jajaja y luego, ya veré dónde os dejo, princesitas.

Se marchó con un buen humor que no había mostrado antes.

Cómo volvería, eso ya era un misterio.

  • Alba *

La volvió a elegir para pasar la noche tumbada con él.

  • No sabes cómo me gustan estos momentos, mi pequeña princesita –empezó a susurrarla, tumbado a su lado, esta vez después de quitarse los pantalones y los zapatos, que dejó sobre la mesa, mientras la iba acariciando el cabello, jugueteando con él, agarrando mechones y dejándolos escurrir entre sus dedos-. A lo mejor cuando esto termine y vuestras putas familias me den lo que merezco, podremos volver a vernos, mi pequeña, ¿eso te gustaría, verdad? –la habría gustado negarse, pero dudaba que fuese a tomárselo bien, así que Alba mantuvo cerrados los labios con fuerza mientras él seguía hablando a su lado, bajando la mano de su cabello hasta sus senos, que empezó a recorrer con la yema de los dedos, apenas rozándolos y haciendo que se estremeciesen al contacto-. Claro que siendo una niñita malcriada seguro que serás de las caras. Una putita pijita muy cara… ¿verdad?... pero me harás descuento, por lo bien que lo estamos pasando, ¿de acuerdo?. O mejor, gratis. Sí, creo que lo mejor es que conmigo lo hagas gratis… ¿qué te parece, niñata, me lo merezco?. Ya sé que gratis es una palabra que a las putas no os gusta, pero conmigo harás una excepción, ¿verdad putita?. Responde, putita, dímelo con esos labios de zorrita, venga… -y como Alba seguía sin responder, comenzó a retorcerla el pezón más cercano, cambiando a un tono más amenazador- Que me lo digas, joder, no me hagas repetir las cosas o me voy a cabrear, niñata de mierda.

  • Sí… sí… jefe… -articuló ella a regañadientes.

  • No sé quién puñetas te crees que eres, pero a mí no me engañas, niñata de mierda –y dicho eso la cruzó la cara de un tremendo bofetón-. Sé lo que eres, sé lo que son tus padres y sé lo que vas a ser de mayor, una puta de mierda. De las caras, pero puta, así que empieza a practicar y ponle más sentimiento, ¿de acuerdo?.

  • Si… si… jefe… -volvió a responder ella, intentando resistirse y ser lo más ambigua posible, pero él no estaba por la labor, no iba a dejarla escabullirse con palabras neutras esta vez.

Se puso sobre ella de rodillas, con su cuerpo entre sus piernas, y con un rostro demencial, rabioso.

Extendió la mano y agarró un trozo de sábana, una ridículamente pequeña que había traído para la ocasión y la acercó a la cabeza de Alba.

  • Abre la boca –ordenó, pero ella se cerró en banda, no sabía qué pretendía, pero no iba a dejarse por las buenas, ella no era lo que decía él ni sería cómo Izaskun quería, ella quería decidir y no ceder ante el primero que se presentase-. Que abras la boca o te reviento a palos, niñata de mierda –y, antes siquiera de dejarla asimilar lo que estaba diciendo y responder, la dio un puñetazo en su hombro derecho que la hizo chillar-. Cinco, cua… -empezó a contar y antes de que completase la segunda cifra, la chica tenía abierta la boca-. Mejor. Obedecerme es lo mejor, ¿verdad, zorrita?.

Estaba a punto de meterla parte de la sábana en la boca cuando cambió de idea y se detuvo.

  • ¿Sabes?, creo que vamos a hacer otra cosa, un juego que te encantará, ya lo verás… salvo que admitas ya mismo que eres una hija de puta y que vas a ser una puta zorra de mierda porque no vales para nada más. ¿Qué me dices, me dices lo que eres y deseas ser de mayor o mejor jugamos un rato antes? –y, ante la negativa de la chica a admitir eso en voz alta, el cincuentón metió los cuatro dedos de su mano izquierda, la misma con la que la había golpeado el hombro un instante antes, dentro de su boca abierta-. Chúpamelos.

Lo hizo. Se los chupó.

Hubiera podido morderle, tenía unas ganas enormes de hacerlo, pero tenía la certeza absoluta de que eso hubiera sido firmar su sentencia.

Él la moraba con una sonrisa de superioridad desde su elevada postura, mientras Alba chupaba y lamía esos cuatro dedos que la habían aporreado apenas un instante antes.

Los sacó e, inmediatamente, la abofeteó con esa misma mano la cara con violencia.

  • Dime que eres una puta. Última oportunidad.

No la dejó responder.

Nunca tuvo eso en mente, sólo era una excusa para lo que venía a continuación.

Porque cada vez estaba más fuera de sí. El retraso en sus planes le estaba volviendo cada vez más brutal, eso era obvio incluso para una adolescente como Alba.

El cincuentón que las tenía secuestradas usó la sábana para envolverla la cabeza y, luego, a través de ella, la susurró.

  • No quiero oírte decir ni mú hasta que acabe. Si dices cualquier cosa, lo que sea, te aseguro que va a ser mil veces peor de lo que te imaginas. ¿De acuerdo, puta niñata de mierda? –ella fue capaz de responder agitando la cabeza, comprendiendo que hasta eso era una trampa-. Bien, muy bien. Vas aprendiendo. A lo mejor al final no eres tan imbécil como el resto de esas niñatas malcriadas que llamas amigas. Quiero que comprendas que eres mía, sólo mía, completamente mía, hasta que yo decida lo contrario o me paguen lo que es justo. En el fondo lo sabes, sabes que la culpa de todo esto es vuestra y de vuestras putas tacañas familias.

Dejó de hablar y se arrastró por la cama, o eso captaba Alba por el resto de sus sentidos ahora que no podía mirar.

Cómo se hundía el colchón cuando él se desplazaba fue determinante para hacerse una imagen mental de él dejándose caer hacia abajo.

Notó cómo sus manos subían su falda y cómo una corriente alcanzaba sus partes íntimas.

Tuvo un escalofrío.

Era completamente vulnerable.

Podía hacer con ella lo que quisiera.

Se sentía fatal.

Humillada, dolorida y totalmente a su merced.

Para calentar motores él comenzó a golpearla las tetas, con tortas secas, con las palmas abiertas, primero en un sentido, luego en otro.

Perdió la cuenta de las veces que la atizó, pero cuando terminó las notaba ardiendo, inflamadas, que la escocían.

No se atrevía a quejarse, por miedo a que la cosa fuese a ser peor, ni siquiera cuando la mordió ambos pezones con saña, que casi pensó que se los arrancaría.

La golpeó un par de veces más por otras partes del cuerpo y tuvo la certeza de que al día siguiente estaría cubierta de moretones.

Pero eso no fue lo peor.

Ni siquiera cuando cogió entre sus manos los labios vaginales de la chica y se los estiró y retorció varias veces, cosa que volvió a hacer que estuviera a punto de chillar del dolor que sentía y que sólo lograba aplacar mordiendo la sábana con furia para que los sonidos no escapasen de entre sus labios y que el castigo fuese aún más cruel.

Fue después, cuando empezó a lamerla.

Cuando esa lengua gruesa comenzó a recorrer su rajita y a entrar dentro de su desprotegido coño.

Eso fue lo peor.

Y fue lo peor porque aunque ella se resistiese, aunque le odiase con todas sus fuerzas, aunque la situación fuese la que era, aunque le dolía medio cuerpo, esa lengua lograba hacer que sintiera cosas, unas cosas que hacían que sintiera como si su cuerpo fuera recorrido por unas descargas eléctricas y unas oleadas de una estimulación que hacía que su cuerpo temblase, pero no de dolor, sino de placer, y que dentro de ella, de su vagina, el calor y la humedad fuesen creciendo como un río que se desborda de una presa improvisada.

Eso era absolutamente lo peor.

Porque no quería, porque no lo deseaba, porque le odiaba, porque la estaba torturando, porque las tenía secuestradas, porque… porque… ¿por qué la traicionaba así su cuerpo?.

Era algo que no lograba entender.

Esas oleadas de placer.

Cómo su interior respondía cada vez más a esa lengua y los gruesos dedos que también la toqueteaban.

Notaba sin dudarlo que tenía el coño abierto, que un agujero iba creciendo para darle acceso a lo más profundo de ella, de su sexualidad, de su más secreta intimidad.

Y allí estaba ella, vulnerable, cansada, molida a golpes, pero tremendamente excitada por lo que el mismo hombre que la torturaba la estaba haciendo en su coño.

Sin querer, sin darse cuenta, separó sus piernas y él entró más, acercó aún más todo su cuerpo al de ella y tuvo su clítoris a su total disposición, ya sin esconderse, sin intentar resistirse a lo que estaba pasando.

No sabía cuánto tiempo siguió lamiéndola y metiendo sus dedos en su interior, pero, al final, lo inevitable sucedió, aunque ella habría dado cualquier cosa porque no pasara.

Se corrió.

Un placer inmenso la acometió en oleadas imposibles de parar y se corrió.

Escuchaba chapoteos y otras cosas que no lograba identificar, pero también sabía con total seguridad, que se estaba bebiendo sus jugos, que estaba chupeteándola y lamiéndola y relamiéndose con el orgasmo de la chica, y seguía sin parar lamiendo y jugando con sus dedos morcillosos allí abajo.

Una y otra vez los movía, adentro y afuera, alrededor, agitando su clítoris, acompañando los movimientos de la gruesa lengua del secuestrador… hasta que la labor de esos gruesos dedos volvió a verse recompensada cuando Alba tuvo su segundo orgasmo.

Cansada y dolorida, pero también tremendamente excitada y agobiada, le escuchó de nuevo susurrar en su oído.

  • Dímelo. Dime lo que eres, niñata. Dime que eres una puta. Sé que lo sabes. Tú cuerpo lo sabe… dímelo. Dime que eres una puta, dímelo… sé que quieres decirlo, tú cuerpo me lo está diciendo… quiero escuchártelo decir… dime que eres una puta, dilo…

  • So… soooy una… una… pu… una puta… joder… porfa… por favor… no…

  • Shhhh… shhhh… putita… silencio… shhhh… déjame hacer… -dijo, meloso.

Y regresó a la entrepierna de Alba.

Su tercer orgasmo fue brutal, más rápido y fuerte que los anteriores, por culpa de cómo esas manos morcillonas y la lengua de su secuestrador trabajaban su coño y, sobre todo, su clítoris.

El placer la llenaba.

Y, por un rato, se olvidó de dónde estaba y lo que estaba sucediendo, incluso de la tortura anterior.

Hasta que la dio la vuelta.

La pilló desprevenida y sin capacidad de resistencia alguna, incluso aunque se hubiera imaginado lo que iba a pasar.

Usó su saliva y el propio flujo de Alba para lograr meterla un par de dedos por el culo, cosa que costó menos de lo que ella misma habría esperado, por lo que creía conocer.

Pero después vino otra cosa.

Algo grueso y duro.

No exactamente duro, pero a la vez lo estaba, pero también era un  poco blandito y redondeado, húmedo sin pasarse y caliente, más caliente de lo que se habría imaginado de haber sabido qué era.

Lentamente fue clavándola su polla, porque eso era, al final no tuvo otro remedio que admitir que tenía que ser eso.

No la entró entera, pero lo suficiente para mantener dilatado su ano y que ella sintiera algo completamente nuevo.

Empezó a bombear lentamente, despacio, sin prisas, al fin y al cabo tenían mucho tiempo por delante.

Ella no lograba relajarse y eso parecía divertirle, de hecho no intentaba tranquilizarla de ninguna forma, hasta que Alba comprendió que lo disfrutaba aún más así, cuando le costaba meterlo, cuando ella hacía presión con su esfínter alrededor de su tronco de carne hinchada y caliente.

Pero la resultaba imposible relajarse.

Y él empujaba cada vez más, moviéndose adentro y afuera, adentro y afuera, aunque sin llegar a sacarla del todo.

La fue perforando con lentitud, saboreando cada palmo de culo desvirgado y provocándola unas sensaciones contradictorias, de dolor y humillación por un lado, y unas corrientes de excitación por otra, sobre todo con la mano que él seguía usando para acariciarla el coño por delante de vez en cuando.

El proceso se la hizo eterno, su sodomización fue a medias repugnante y excitante, pero al final él logró lo que quería, y la mayor parte de su pene entró por el culo de la chica, y, entonces, comenzó a bombear más rápido y fuerte.

Una y otra vez Alba notó sus embestidas, notó cómo los huevos de su secuestrador impactaban contra ella, una y otra vez… una y otra vez… hasta que él se corrió, hasta que la llenó de un líquido espeso y ardiente, que la quemaba, aunque quizás fue el efecto de la distensión de su ano durante tanto tiempo.

Se tumbó a su lado y descansaron y, el resto de la noche, una sensación de asco e impotencia la fue llenando y, luego, de rabia y dolor.

Al final, se quedó dormida.

Por la mañana él se marchó corriendo en busca de cargadores para poder comunicarse y saber cómo iba el rescate y dar las últimas instrucciones.

Se marchó tan deprisa que se dejó la puerta sin cerrar.

Sus amigas, por mediación de Silvia, se apuntaron a escapar y la ayudaron a moverse, sin prestar atención a los golpes que la cubrían ni a nada más ni preguntar tampoco nada, cosa que agradeció mucho.

Llegaron hasta las escaleras y allí todo se torció.

Él las estaba esperando, o eso la pareció.

  • Vaya vaya con las niñitas, así me agradecéis lo bien que os he tratado, ¿verdad?. Intentando que pierda el dinero que me merezco.

  • ¡No te mereces nada, cabrón! –gritó Alba, sin poderse contener después de todo lo vivido-. ¡Bastardo hijo de…!.

  • ¡Silencio!. Ya me he hartado de vuestras estupideces. Os habéis quedado sin desayuno y como no volváis ya mismo a donde os corresponde me voy a enfadar de verdad, princesitas –las amenazó su secuestrador.

  • ¡Corred! –escuchó gritar a Silvia, que se puso a correr.

Alba intentó seguirla, pero Izaskun apareció por detrás, empujándolas a todas para lograr ascender la primera.

Luego, él las lanzó lo que llevaba en las manos y entre eso y un tropezón, terminó cayendo a la vez que el hombre dejaba fuera de combate a Lara con el táser.

Antes de poder recuperarse, estaba cayendo en un revoltijo con Tania y la inconsciente Lara, y al poco lo tenía encima y la lanzó un puñetazo cuando empezó a gritar que hizo que su mente desconectase, perdiendo el conocimiento.

Se despertó mientras Izaskun y su secuestrador la ataban a la silla rota.

Fue incapaz de resistirse, se rindió a la evidencia.

Estaba de nuevo en su poder y, encima, su amiga le estaba ayudando, y eso la hizo sentirse deprimida.

  • Con que soy un cabrón y un bastardó, ¿eh? –la dijo, enfadado, frente a su cara-. Pues ahora verás si lo soy, puta niñata de mierda.

Trajo una especie de látigo corto con varios extremos y la azotó sin piedad en la zona del coño, donde no mucho antes la había dado un placer que no podía ni imaginar.

Tampoco se imaginó el dolor que le iba a causar entonces, golpeando con ese látigo esa parte tan sensible de su anatomía.

Gritó en silencio, amordazada por algo que la habían metido en la boca y que convertía cualquier sonido en algo ininteligible y que, además, la secaba la boca al hacer que la saliva la resbalase fuera constantemente.

Cuando terminó con ella, Alba era un mar de lágrimas y casi no lograba enfocar.

La escocía todo el coño y el abdomen, y no se atrevía a mirarse por miedo a lo que pudiera ver.

Luego fueron trayendo a las demás y él hizo que Izaskun castigase a Silvia por dirigir la fuga, dejándola marcadas las nalgas y los muslos con unas líneas rojas por la acción del látigo.

Un rato después se marchó, dejando al cargo del grupo a Izaskun, la única que no se quedaba inmovilizada.

No pudo evitar sentir que la odiaba, aunque una parte de ella deseaba que hubiera algún motivo oculto para todo eso, que fuese todo parte de un plan maestro de la rubia que las permitiera escapar, aunque, ahora mismo lo dudaba y sólo podía mirarla con una mezcla de asco y resentimiento.

  • Lara *

La noche fue muy larga para Lara.

Se dio cuanta con total claridad de que su secuestrador estaba follando con Alba. Ese ruido de muelles era demasiado característico, aunque intentasen hacerlo despacio.

No sabía qué pensar.

No sabía si estaba violando a su amiga o si ella se había abierto de piernas ante ese hombre para conseguir algo, a lo mejor para que la soltase.

Todo era posible.

Las demás ya dormían y no se daban cuenta, pero ella sí.

Y, por un momento, lamentó no ser ella la de allí arriba, porque deseaba con toda su alma salir de ese lugar, de que la dejasen fuera de todo eso.

Que su familia pagase, eso la importaba una mierda.

No recordaba ni siquiera cuándo había empezado a ser tan mala hablada, aunque fuera mentalmente.

No era capaz de decidir si era por la influencia de Izaskun o por la situación que estaban viviendo, pero no podía dejar de pensar de una forma que nadie habría imaginado que ella fuera capaz, de rebajarse a un nivel como el que usaría alguna de las criadas.

Empleadas domésticas… y una leche, criadas. Estaba hasta las narices de todas esas palabras que sólo servían para intentar esconder lo que cada uno era, ni que fuese algo de lo que avergonzarse.

Ella estaba arriba y ellas abajo.

Era lo normal.

Y si ella estuviera abajo, desearía subir y en eso Izaskun la estaba dando buenos puntos de referencia.

A lo mejor no bien vistos desde la óptica de sus padres, pero fáciles de hacer y con resultados rápidos, muy rápidos.

Porque, al final, con el cuerpo, se lograban más cosas y más rápidas que con el esfuerzo.

Que sí, que lo otro era más seguro y duraba más, pero ella lo quería ya y ahora, no dentro de cinco años.

Y ahora estaba deseando escapar de ese lugar.

Y, si hubiera estado en el lugar de Alba, ella también estaría follando con ese hijo de la gran puta con tal de que la soltase.

Cada vez se parecía más a Izaskun en ese sentido y eso la hizo sentir una pizca de culpabilidad.

Antes ella no era así.

Valoraba el esfuerzo y valoraba mucho su amistad con las otras chicas del grupo, pero últimamente se estaba volviendo más hacia sí misma, más egoísta, como dirían sus padres.

Pero es que veía que las cosas se conseguían con más facilidad así y que, a veces, algunos lazos entorpecían el lograr las cosas.

Se quedó dormida con esos oscuros pensamientos.

Cuando, por la mañana, Silvia organizó la fuga, se olvidó de ello y se apuntó sin dudar, cambiando el chip y decidiendo que colaborar con el grupo sería la mejor forma de salir de allí entera.

Y, cuando vio a su amiga tendida y magullada sobre la cama, lamentó aún más lo que había pensado antes y lo tuvo claro, la había violado.

No dijo nada, no hacía falta decirlo.

La ayudó a ponerse en pie y acompañarlas, tremendamente arrepentida de todo lo que había pasado por su mente y deseando con todas sus fuerzas poder borrarlo y decidida a que la ayudaría cuando estuvieran de nuevo en casa.

Todo iba bien, o eso parecía, hasta que alcanzaron las escaleras.

Allí les sorprendió e intentaron una fuga desordenada y a la carrera.

Pero esta vez no fue como Izaskun, que las empujó para subir más rápido y asegurarse mayor posibilidad de éxito que siendo la última del grupo.

Esta vez se quedó con Alba para ayudarla, esta vez iba a ser la amiga que debería de haber sido todo el rato.

Pero toda su buena intención se detuvo cuando el táser impactó en ella y perdió el control de sus extremidades y de todo su cuerpo.

Vomitó sin poderlo evitar, mientras corrientes de electricidad la hacían tambalearse como un títere al que le cortan los hilos y se derrumba sin control.

Notó cómo se meaba también en el mismo momento en que su cabeza caía sobre una de sus amigas y su mente pasaba al negro, perdiendo toda noción de lugar y tiempo.

Cuando se despertó estaba de nuevo atada en la sala.

Entre Izaskun y el secuestrador la habían aseado y pudo ver cómo castigaban primero a Alba y luego a Silvia.

Lo sintió como si a ella misma la hubieran golpeado.

Intentó decirse que Izaskun estaba haciendo lo que había que hacer para sobrevivir, pero en el fondo sabía que ya no sería nunca capaz de llegar a imitarla, que ya no quería ser como ella, que deseaba volver a ser una buena amiga y compañera, aunque, una parte de ella, seguía pensando que sería capaz de hacer cualquier cosa para evitar sufrir como sus otras amigas.

  • Izaskun *

Izaskun no era tonta y sabía que lo que contó en ese pequeño cuartucho que el secuestrador había reconvertido en una especie de confesionario la haría sumar puntos ante el tipo y que le haría revisar a la baja cómo veía al resto.

Era importante añadirle siempre un punto sexual.

Eso siempre distraía a los hombres.

Cuando pensaban con el nabo, la sangre no les llegaba a la cabeza y eran más fáciles de dirigir y controlar.

Y eso es lo que necesitaba ahora, controlar la situación para obtener una ventaja para el futuro.

Por eso no la importó lo que fuera a pasar encima de ella entre Alba y ese hombre. Mejor ella que yo , pensó, y se durmió casi con tranquilidad.

La despertó la agitación del cincuentón cuando se dio cuenta de que se habían descargado los móviles de tantos mensajes y vídeos y de no haberlo tenido en cuenta y dejarlos cargando por la noche, así que ahora le tocaba ir corriendo a buscar una solución.

Ni siquiera dejó cerrada la puerta.

Es lo que pasaba cuando la sangre se quedaba abajo en vez de arriba. Todos los hombres eran iguales.

Era tan fácil llegar a dirigirles que casi la aburría.

Quizás por eso disfrutaba tanto con sus amigas, con ir alentando esos cambios y sexualizarlas como si fueran armas con las que ella también podría obtener algo.

Y por eso también la molestó que Silvia tuviera una idea propia que incluso podría tener éxito.

Intentó oponerse por inercia, por conservar el dominio del grupo, pero descubrió que había dejado de ser la líder indiscutible y, por un momento, sintió celos de Silvia y algo parecido a un resentimiento rabioso.

Entre todas se desplazaron hasta las escaleras, pese a que Alba era claramente un lastre en esos momentos.

Allí se lo encontraron y antes incluso de que Silvia gritase que corrieran, ella ya se estaba abriendo paso entre las demás, que la habrían entorpecido con su intento de ayudar a Alba y, en ese momento, pensó que podría ser posible escapar sin necesidad de seguir haciendo la pelota a su secuestrador.

Como imaginaba, Tania, Lara y Alba fueron presas fáciles para su captor, mientras ella y Silvia corrían, hasta que se dio cuenta de que iban sin rumbo, de hecho, habían escogido justo la única parte de la fábrica abandonada que aún contaba con los muros a nivel de suelo intactos.

Era imposible que escapasen.

Lo supo.

Por eso hizo una señal al hombre, que no era necesaria porque las estaba viendo, pero que la serviría para después.

Engañó a Silvia para esconderse en otra abertura en el suelo y esperó a su secuestrador arriba mientras su amiga se escondía un poco más abajo.

  • Aquí, aquí, mi señor –le dijo en voz baja mientras agitaba los brazos cuando estaba casi a su lado-. Está abajo.

  • ¿Qué, otro intento de fuga, pequeña babosa? –contestó él, golpeándola en el vientre con un puño.

  • No, no… mi señor –logró articular la rubia, encogida por el dolor-. Todo ha sido idea de Silvia. Yo sólo estaba para avisarte y para hacer que las otras no pudieran subir y por eso las empujé, para que pudieras controlarlas, mi señor jefe.

  • Ya… -respondió, como si no la creyese pero, a la vez, pensándoselo y reviviendo la escena por dentro, intentando que cuadrase, o eso fue lo que Izaskun entrevió y calculó siguiendo sus ideas de cómo funcionaban las mentes masculinas-. Y tú me vas a ayudar…

  • A castigarlas o lo que desees hacer, jefe. Sí, totalmente. Soy tuya. Soy la única que lo es porque sé que tú mandas y lo acepto, mi señor jefe –le peloteó.

  • Ya veremos…

Pasó a su lado y taseó a Silvia, que perdió la conciencia.

  • Curiosa elección –dijo entonces, en voz alta.

  • ¿Perdón, mi señor jefe? –preguntó ella.

  • Allí abajo, un poco más adelante, hay una sala como la otra, pero aún está llena de juguetitos… de la época en que aquí había un club sadomaso –explicó, y sin poderse contener, relató algo que no debería, pero, como a todos los hombres, la sensación de victoria le hizo relajarse y decir algo que no tendría que haber dicho a una mujer-. Después de que cerraran la fábrica por culpa de esos buitres me quedé sin trabajo pero un tío que conocía me dijo que estos sótanos serían un buen lugar para unos jueguecitos y me pagaron por vigilarles esto y que nadie se enterase de sus secretitos jejeje… pero después se marcharon y me quedé en la ruina. Pero ahora vosotras me lo vais a compensar, ¿verdad?.

  • Sí, claro, mi señor, claro. Tienes todo el derecho.

  • Ayúdame a llevarla.

Entre los dos llevaron a Silvia y luego a las demás, tras cambiar los muebles de sitio y decidir que el seguir manteniéndolas atadas a los clavos de las paredes era demasiado peligroso, que podrían volver a intentar la fuga cuando él fuera a por el rescate y entonces todo estaría perdido.

Lo que Izaskun no sospechaba era que ese intento de fuga había desestabilizado aún más a su captor y el nivel de violencia subió.

Le vio castigar a Alba y tuvo que fingir que lo apoyaba.

En cambio, ayudarle a limpiar a Lara fue algo que la excitó un poco.

No por tener que limpiarla el vómito, sino porque pudo tocarla en lugares que nunca antes había podido y eso la excitó un poquito, despertó su lado bisexual y, en el fondo, deseo poder hacer lo mismo con las demás, pero no se atrevió a sugerirlo cuando se dio cuenta de que estaba demasiado nervioso y rabioso.

Cuando la ordenó a ella castigar a Silvia intentó no pasarse, hacerlo para que él no sospechase, pero a la vez sin querer descargar el látigo con demasiada fuerza, pero hubo un rato en que lo hizo, en que recordó cómo la había robado el liderazgo y la castigó de verdad, pero, al final, se arrepintió cuando vio las líneas rojizas que marcaban el cuerpo de su amiga.

En el fondo no era mala chica, sólo que si se encontraba con un problema, buscaba asegurarse de salir ella y, si luego se podía ayudar a más gente, pues mejor, sobre todo si eso la podía beneficiar a ella también, por eso era muy importante saber quién era quién para saber con quién juntarse o a quién ayudar… o fingir ayudar.

Por fin terminó de castigar a Silvia y el hombre fue hasta ella, terriblemente excitado por lo sucedido, estaba claro por el bulto en sus pantalones, y la rubia supo qué venía a continuación y puso cara de viciosa, como sabía que él deseaba.

Se arrodilló y le sacó la polla del pantalón, lamiéndosela lentamente de arriba abajo con la lengua mientras le decía cosas con las que seguir ganándose su confianza.

  • Bufff jefe, que dura la tienes… eres el mejor… muchas gracias por dejarme castigar a esa pedazo de zorra… no sabes cuánto te lo agradezco… mi señor… -iba soltando entre medias de un lametazo y otro, sin apartar los ojos de él, que la miraba desde arriba con una sonrisa de suficiencia.

Fue lamiéndole el tronco fálico hasta que se dio cuenta de que empezaba a impacientarse, y, entonces, sin necesidad de que él dijera o hiciera nada, se metió el rabo en la boca, comiéndoselo lentamente, metiéndoselo en la boca todo lo que podía y haciendo que su dureza y calor la llenase por completo hasta la garganta.

Sin que él necesitase hacer nada, la rubia fue tragándose el pene del maduro secuestrador una y otra vez, cada vez con más fingida ansiedad y lanzando gemidos que sabía que le excitarían aún más.

Luego se dejó sujetar la cabeza y que él tomase el control, relajó la garganta y le dejó follarla la boca unos pocos minutos antes de correrse, llenando su boca y su garganta de la espesa y cálida lefa.

Tragó sin pudor y luego remató la faena lamiéndole de nuevo la polla mientras se la guardaba en el pantalón, manteniendo una cara de viciosa que sabía que él tomaría por una buena sesión de sexo.

No había estado mal, en realidad, pero las prefería de otro tipo, la verdad… y ahora, después de haber estado lavando a Lara, la verdad es que la apetecía… otra cosa…

Él se tumbó en la cama hasta que sonó una alarma.

Entonces se marchó con todos los móviles, no sin antes dejarla al cargo antes de salir y cerrar, esta vez sí, con el candado por fuera.

Ya sólo quedaba esperar y ver qué pasaba.

Continuará...

PD: siento el retraso. El capítulo final de esta historia de ficción espero tenerlo concluido pronto.