Capítulo XII: secuestro crítico 3.

El fallo de la primera versión del plan para cobrar un rescate rápido por las cinco chicas hace que su depravado secuestrador empiece una serie de vídeos para motivar a las familias de las jovencitas a colaborar con él.

Las cinco víctimas del secuestro avanzan en el relato de lo que las sucedió en manos del peligroso sádico que las secuestró.

El fracaso del plan inicial del hombre que las capturó deriva en nuevas situaciones y nos muestra un poco más de cómo se encontraban las chicas en ese momento tan duro.

Capítulo XII: secuestro crítico 3.

5 .Un pequeño confesionario.

  • Silvia *

No tenía ni idea de cuánto tiempo pasó.

El hombre que las tenía secuestradas no era capaz de quedarse quieto.

Tan pronto estaba leyendo una revista como se levantaba y empezaba dar vueltas por la sala como si fuese él quien en realidad estuviera enjaulado y no ellas.

Otras veces se ponía a mirar los móviles, el suyo y el de sus amigas, y hacía comentarios sarcásticos o lascivos de lo que veía.

Por suerte, no había conexión allí abajo y al menos sabían que no podía acceder a todo.

Otras veces salía con alguna nueva foto tomada a las chicas para enviarlas a modo de recordatorio a sus familias para que se dieran prisa.

Cada vez volvía más enfadado con cada retraso.

No se le había ocurrido que fuese tan complicado. Demasiadas películas.

A veces sólo se sentaba con el rostro huraño, otras pegaba gritos que las hacían temblar en sus sitios y otras agarraba a alguna y la daba un bofetón o la pegaba un puñetazo en el ombligo para descargar su frustración.

Cada vez era más violento.

Se notaba que ni se le había pasado por la cabeza que aquello fuese a durar tanto.

  • Joder, la ostia puta. La cena os la voy a dar, pero el desayuno no estaba incluido en el menú, así que portaos bien princesitas y a lo mejor voy a comprar algo mañana, ¿de acuerdo?. Porque vuestras putas familias de mierda son incapaces de hacer algo tan sencillo, ¡joder!. ¡Mierda, joder!.

Las volvió a alimentar con potitos y el agua del grifo, sólo que esta vez, antes de que llegase la hora de que durmieran para pasar la noche, decidió llevarlas a otro cuarto una a una para grabar un mensaje a sus familias.

  • Tú primera, morenita –anunció, señalando con su propio móvil a Silvia.

La sacó fuera de la sala y pudo ver un pasillo no demasiado largo, que terminaba en unos escalones que iban a una especie de nave con un techo que no alcanzaba a ver.

La poca iluminación provenía de la Luna, lo que daba un aspecto que, combinado con su estado de ánimo, hacía parecer todo muy tétrico y como de película de miedo.

A mitad del pasillo una sola puerta.

Entraron.

Era un cuarto minúsculo, seguramente un pequeño almacén de material o para limpieza, pero ahora no tenía nada.

Bueno, nada nada no. Una estantería abierta de metal contra la pared del fondo.

  • Quieta –la avisó antes de sacar unos alicates y cortar los hilos de metal con que mantenía inmovilizadas sus muñecas y gracias a los cuales la colgaba en su sitio de la pared-. Ahora agarra las barras –instruyó, poniéndola con la espalda contra la estantería y llevando sus manos recién liberadas a los extremos, de forma que tocaba las barras de los laterales.

Obedeció casi por inercia.

Ni se le pasó por la cabeza la posibilidad de intentar escapar hasta después, pero después siempre es tarde.

Usó unas cuerdas para sujetarla por las muñecas a la estantería y, a su vez, la cuerda se extendía por su espalda para que no pudiera zafarse con facilidad si intentaba raspar la cuerda contra el metal.

Le tuvo pegada a su cuerpo todo el rato, emanando un olor mezcla de sudor, loción barata de afeitado y otras cosas en las que prefería no pensar.

  • Bueno, ya casi estás lista. Sólo falta el toque dramático para convertirte en toda una estrella, ¿qué te parece, princesita?. ¿De acuerdo, verdad?.

  • Por favor, no me haga daño, Jefe –fue lo único que se la ocurrió decir.

  • Ayyyy mi princesita, eres la que mejor me cae. Te lo aseguro –respondió con total tranquilidad después de dejarla suplicar, manteniendo una mueca que hubiera podido pasar por una sonrisa torcida, pero que no era más que una máscara que ocultaba su naturaleza perversa, cada vez más decidida a calmar su impaciencia incluso por encima de esa otra parte de su mente que había sido capaz de diseñar ese secuestro para obtener una importante suma de dinero por las cinco colegialas-. ¿Quieres confesarte antes de empezar?.

  • ¿Qué? –no entendía nada.

  • Ayyyy mi niña, de verdad que esto me sienta peor a mí que a ti. La culpa es de vuestras tacañas familias, recuérdalo, princesita –siguió diciendo mientras situaba el móvil de Silvia en una esquina desde la que se viera a la chica con claridad.

  • No en… -hubiera dicho que no entendía de qué iba eso, pero él se giró y lanzó, en el mismo movimiento fluido, una bofetada fuerte que la alcanzó en el rostro y la hizo girar la cabeza con brusquedad-. ¡Por favor, no…! –chilló cuando la agarró por el mentón para volver a poner su cara frente a la cámara, mientras su cabellera se había enredado con la estantería metálica y tiraba de ella.

  • Por favor no, por favor no –repitió él con soniquete, burlándose de ella mientras volvía a abofetearla una y otra vez, haciéndola chillar tanto por los golpes con sus manazas como cuando terminó con varios cabellos arrancados al quedarse enredados y atrapados en los agujeros de la estantería-. Creo que no habéis entendido aún que sois mías –remarcó cuando se aburrió de abofetearla, con su propio rostro pegado al de Silvia, que notaba la saliva del hombre saltando a su rostro lanzada con la rabia de su forma de hablar-. Totalmente mías. Mías para lo que yo decida hasta que vuestras familias me paguen, ¿lo entiendes ya, princesita?. No soy tu papaíto ni tu noviete. Si te portas mal te castigo, ¿de acuerdo, princesita?. Hasta que me paguen eres mía en cuerpo y alma, ¿de acuerdo?. Y, ahora, cuando te diga que hables a la cámara, lo haces y dices lo que yo te diga y como yo te diga, ¿de acuerdo, princesita?.

  • Sí… sí… Jefe –se humilló Silvia, rota por dentro y con un labio que debía de estar cortado por la sensación que la producía, palpitando.

  • Muy bien, cariño. ¿Ves por qué eres mi favorita?. Enseguida entiendes las cosas, princesita –la decía con un tono amable, a la vez que con un paño húmedo la limpiaba la boca-. Muy guapa –anunció, contemplando el resultado de sus cuidados y después de colocarla la melena. Luego, volvió a preguntarla-. ¿Me quieres confesar algo, cariño?. Yo sé que quieres ser muy buena y aquí nadie te va a oír. Es todo entre tú y yo. Si quieres decirme algo es el momento. Luego no me vengas con “lo siento” si otro pajarito es más sincero que tú. Me entiendes, ¿verdad?. ¿Estamos de acuerdo, princesita?.

  • Sí, sí, Jefe.

  • ¿Entonces?. ¿Algo que quieras confesar? –insistió, con un brillo malvado en los ojos.

  • No, no, Jefe.

  • Está bien –aceptó, después de un suspiro largo como de pena-. Pues con una sonrisa enrome, quiero que leas esto –y la enseñó un texto escrito en unos folios con letra grande-. ¿De acuerdo? –y, en cuanto ella asintió con la cabeza, y antes de darle al botón de la grabadora del propio móvil de Silvia, dijo-. ¡Acción!.

Silvia leyó en voz alta el texto que él sostenía delante suyo, procurando mantener la sonrisa en su cara todo el rato, tanto cuando remarcó que todas estaban bien, pese a que era mentira, como cuando pidió la cifra del rescate antes de insistir en lo bien que las estaban tratando, fingiendo que eran varios hombres y que estaban siendo tratadas con una cortesía absolutamente falsa, pero sabía que si decía otra cosa las represalias hubieran sido bestiales o, incluso, que podría violarla allí mismo como pensaba que había hecho con Alba.

  • Piénsate lo de confesarte, princesita, es la única forma de que confíe plenamente en ti, ¿lo entiendes, verdad? –insistió mientras la liberaba y, esta vez, la ponía unas cadenitas alrededor de las muñecas para colgarla de nuevo al regresar a su puesto en la pared.

Silvia asintió, como sabía que esperaba de ella, pero no respondió. No pensaba contarle sus intimidades, rebajarse a esa humillación como él pretendía, o, peor, traicionar de alguna forma a sus amigas.

Ella no era así.

Ella era leal.

Era mejor que él.

Aguantaría.

  • Tania *

Cuando la inmovilizó con esa gruesa cuerda a la estantería, dejando sus muñecas atadas a las barras y por detrás entre sí, Tania esperó lo peor.

Había visto regresar a Silvia con el labio partido, pero como inmediatamente la había agarrado a ella, no había podido preguntar nada a su amiga, incluso aunque las estuvieran espiando con las grabadoras de los teléfonos móviles como decía Izaskun.

Cada vez creía menos a la rubia. Había algo sospechoso en esos susurros con su secuestrador.

A lo mejor estaban compinchados.

Sí, a lo mejor era ella la que le decía lo que hablaban… a lo mejor… aunque no sabía cómo y, por otro lado, esperaba que fuese sólo su imaginación.

Se había estado imaginando en sueños que el chófer de su padre las había seguido y que de un momento a otro aparecería la policía para rescatarlas.

Pero no había pasado.

Y el reloj avanzaba.

Volvió a la realidad cuando él se apartó de ella y miró su obra, sonriendo de una manera que la daba miedo.

No era capaz de evitar que las emociones la superasen y unas lágrimas empezaron a formarse en sus ojos.

  • ¿Quieres tener una razón de verdad para llorar, princesita? –preguntó su captor con un tono que sonó muy peligroso en la cabeza de Tania.

Ella negó con la cabeza con energía y él sonrió un momento.

Luego, la dio un bofetón bien fuerte.

  • Por si acaso necesitabas un recuerdo, princesita.

Como pudo, logró aguantar las lágrimas que amenazaban con desbordarla.

Intuía que sólo estaba buscando una excusa para ejercer la violencia ante el fracaso de su plan, por no tener el dinero en su poder ya.

  • Tu amiguita ha sido muy… valiente –comentó, como si nada-. Muy… obediente. Se ha sincerado conmigo completamente. Y te quiero dar la misma oportunidad, ¿de acuerdo, mi niña? –ella asintió con energía-. Te pregunto lo mismo que a tu amiguita: ¿quieres confesar algo?.

  • ¿El qué? –picó Tania.

  • Lo que quieras. Ya sabes cuánto te aprecio, mi niña. Eres mi favorita y no quiero que sufras por culpa de las otras, ¿de acuerdo? –decía, acariciándola la mejilla abofeteada-. Venga, aprovecha antes de que grabemos el mensajito para tu familia. Confiésate conmigo.

  • Eeee… pu… pu… pues… -tartamudeó mientras pensaba qué cosas podía querer saber ese hombre, sobre todo si evitaba así que siguiera enfadado.

  • ¿Sí, princesita? –se mostró muy interesado, acercando su rostro al de Tania-. Sé que eres muy lista, mi niña, más de lo que piensan las otras –siguió, malmetiendo al grupillo de amigas y mezclándolo con halagos a la chica que tenía delante-. Lo eres, ¿verdad?. Yo sé que sí. Que eres lista y me lo vas a confesar todo, ¿de acuerdo, pequeña?.

  • Vale –concedió Tania, picando en parte, aunque sin dejar de saber que aquí él era el malo, pero, aún así, ella seguía asustada y se agarró a esas frases como a un salvavidas en mitad de una tormenta-. Aitor me… el chófer de papá –aclaró cuando su secuestrador inclinó la cabeza-. Pues Aitor me dijo que papá tiene algo con unos buitres en Holanda y que todos los sábados lleva una maleta con billetes morados al aeropuerto y luego el lunes viene la maleta con unas piedras de colores que dice que valen mucho, pero no me dijo donde las deja, de verdad –su secuestrador la miraba, sin decir nada, pero Tania creía que era como si la estuviera diciendo con los ojos ”¿y qué más?”-... bueno… a veces se queda alguna por algo del hipódromo me dijo, pero papá no lo sabe y no sé, es que es muy majo y siempre me está contando cosas y me enseñó a conducir y… -estuvo casi media hora contándole todo sobre su relación con el chófer de su padre, su ludopatía y cómo había empezado a mostrar curiosidad por el cuerpo de la chica.

  • Muy… interesante, mi niña –la interrumpió su captor-. Pero no tengo todo el día. Pero muy… pero que muy… interesante. A lo mejor luego me puedes contar cositas de tus amiguitas, ¿de acuerdo?. Y lo que habléis cuando yo no estoy, ¿de acuerdo?. ¿Harás eso por mí, princesita?.

  • Sí –aceptó, dudando apenas un par de segundos.

No se esperaba el bofetón que la golpeó, ni la rabia que desprendía el rostro del cincuentón que las retenía.

  • JE-FE –deletreó gritándola a la cara, antes de volver a un tono normal-. Merezco un respeto, ¿de acuerdo, niña pijita?. Hasta que papaíto no pague lo que me debe, tú eres mía, ¿entendiste?. Todas sois mías –remarcó-. Soy vuestro maldito JE-FE –insistió de nuevo en voz alta por un segundo-, ¿de acuerdo?.

  • Je-fe… sí, Jefe –asintió ella, temblando nuevamente de miedo y con las lágrimas al borde de sus párpados.

  • Muy bien, cariño. Sabía que eras muy lista –la agasajó, a la vez que volvía a acariciarla el pómulo y, con un dedo morcilloso, retiraba la humedad de sus ojos antes de que fuera un lagrimeo que volviera a precipitar otro castigo-. Y, como eres tan lista y obediente, haremos dos vídeos, ¿de acuerdo?. Uno para papaíto y otro para Aitor, ¿de acuerdo?. Vas a ser mi estrella de brodguay –concluyó con un tono de burla y un brillo de malicia en la mirada que la habría asustado de no estarlo ya.

Aunque no lo sabía, el vídeo que grabó para su familia fue prácticamente el mismo que Silvia un rato antes, con la diferencia de que su captor añadió una nota para especificar que él iba a escoger a quien le fuera a entregar el dinero cuando las cinco familias lo tuvieran reunido.

Porque Tania, sin saberlo, le había proporcionado una información exclusiva que antes no tenía y que su captor pensó que le daba una ventaja extra.

Por eso grabaron el segundo vídeo.

Para el chófer del padre de Tania.

Fue un vídeo completamente distinto.

  • Verás, cariño –la decía, mientras escribía con grandes letras el segundo mensaje en otra libreta-, para éste vídeo quiero que seas muy natural, ¿vale?. Con mucho sentimiento, no te cortes, ¿de acuerdo?. Vas a ser mi pequeña estrellita de brodguay. ¿Verdad que deseas ayudarme con esto, princesita? –y se giró para mirarla con esos ojos que tanto miedo la estaban dando.

  • Sí… sí… sí, je-fe –se acordó de decir la adolescente.

  • Muy bien, cariño, muy bien. Puedes llorar, ¿de acuerdo?. Quiero que seas muy natural, que no me enfadaré, ¿de acuerdo? –la iba preguntando y ella aceptaba con un gesto de la cabeza-. Pase lo que pase, no quiero ni una palabra que no sea lo que pongo, ¿de acuerdo?. Muy bien, cariño. Toda una estrella –terminó, acariciándola el cabello con una delicadeza insospechada-. Me encanta tu cabello, ¿sabes?.

Colocó la libreta y preparó el teléfono móvil de Tania para la segunda grabación, antes de hacerla el gesto para que empezase a leer.

  • Hola. Este mensaje es sólo para ti y si se lo dices a alguien más, esta gente me hará… –empezó a leer antes de ser sorprendida por un fuerte tortazo, que la interrumpió y lanzó su cabeza hacia un lado.

Si no hubiera estado atada, eso la habría desequilibrado.

El cincuentón la agarró con fuerza del cabello, que había ido extendiendo hacia delante antes mientras se lo acariciaba, tirando hasta hacerla daño, que se hizo evidente con sus gemidos, y la volvió a poner de cara a la cámara antes de darla otro bofetón por el otro lado.

Repitió la maniobra varias veces, hasta que Tania no pudo aguantarse y empezó a sollozar, pero, involuntariamente por lo vivido, procurando no hacerlo demasiado para evitar otro castigo.

Su secuestrador señaló en silencio el punto donde estaba leyendo.

  • … yo… esta… esta gente... esta gente me hará… me hará daño si lo cuentas. Quieren que sepas –siguió leyendo, manteniendo el mensaje y la idea de que eran varios los secuestradores de cara a sus familias y, ahora, del chófer de su padre- que pedirán que tú traigas el dinero, que… ¡no, por favor! –suplicó sin poderse contener cuando le vio avanzar de nuevo.

Otra vez volvió a darla varias tortas, y ya no pudo contener el río de lágrimas.

  • Por favor…

Antes de terminar su súplica, supo que lo siguiente sí era el castigo y se dio cuenta de que todo lo anterior lo había preparado antes ese cabrón que las tenía secuestradas.

Esta vez fue un puñetazo directo a su ombligo, que la hizo chillar de dolor y retorcerse, aunque casi no se podía inclinar, y mucho menos caer, gracias a las ataduras con que la había sujetado a la estantería metálica.

Se puso un dedo delante de los labios y ella comprendió su mensaje.

Asintió.

Él sonrió y volvió a señalar el texto.

  • Que pedirán que tú traigas el dinero. Que te asegures que no hay cosas que sirvan para rastrearlo. Que te dará un sitio distinto para traerlo y que tendrás diez… –tuvo un momento de duda al leerlo, porque incluso ella se daba cuenta de que seguro que sería suficiente para comprar a Aitor- diez mil y… y… me recu… recuperarás… para… para… -no se veía capaz de seguir leyendo, temía decirlo en voz alta, que quedase grabado y, también, reconocerlo así, casi de una forma pública- seguir jugando… jugando a todo… todo sin… sin lími… límites –terminó, roja de vergüenza por el uso que estaba dando su secuestrador de lo que ella había dicho.

Terminó de leer, pero supo que la grabación no terminaba ahí cuando el hombre que las había raptado volvió a hacer el signo del silencio, a la vez que avanzaba con su navaja abierta y una sonrisa repugnante en su rostro.

En silencio.

Metódicamente.

Fue rasgando las prendas de vestir que la cubrían, dejando al descubierto sus pechos y su cuerpo aún más pálido de lo normal ante lo que estaba pasando.

Su captor empezó a jugar con la acerada navaja, helada para la piel de la jovencita, recorriendo su cuerpo desde el cuello hasta el ombligo y desde un sobaco al otro, repasando las formas de sus tetas con el filo metálico.

Tenía una sonrisa peligrosa en la cara y Tania no se atrevía casi ni a respirar, aguantando la humillante situación, demasiado avergonzada incluso para seguir llorando.

Su secuestrador paseó varias veces la navaja por su cuerpo hasta que fue bajando hasta la falda, la única prenda que aún la cubría.

Gimoteó sin querer.

Él se guardó la navaja con lentitud y paró la grabación.

  • Te dije que eras toda una estrella de brodguay, niñita –empezó, y Tania pudo suspirar tranquila-. Pero… -dejó caer el negro manto de la amenaza- como vuelvas a salirte del guión me enfadaré de verdad, ¿de acuerdo?.

  • Sí…

Un bofetón la cruzó la cara, el más fuerte que la había dado hasta entonces.

Intentó añadir lo de “jefe” para complacerle, pero estaba desatado.

La golpeó con fuerza en la cara dos veces más antes de propinarla otro par de puñetazos en el abdomen.

  • No me vuelvas a defraudar, niñata. Eres mía. Todas sois mías. Absolutamente mías. Vuestros cuerpos me pertenecen hasta que me paguen, así que ya puedes empezar a comportarte o me enfadaré de verdad, ¿de acuerdo, puta desagradecida? –preguntó antes de remarcar a gritos-. ¡PREGUNTÉ QUE SI ESTÁS DE ACUERDO!.

  • Sí, Jefe, sí Jefe, sí…

  • Shhhh… muy bien, cariño, muyyy bien –cambió de nuevo a un tono dulce, acariciándola con ternura en las zonas de su cuerpo que había golpeado.

Luego, mientras la iba desatando, comenzó a besarla lentamente las tetas, provocando una sensación confusa en la jovencita, hasta que la mordió uno de los pezones.

  • ¡No, no, por favor, Jefe, me haces año, no! –gimoteó, suplicante, mientras él apretaba aún más el pezón entre sus dientes y le retorcía el otro con la mano.

  • Shhhh –la silenció, apartando la boca de su castigado pezón-… si el gilipollas del chófer te las puede comer, yo también, ¿a qué sí, princesita?. ¿A qué sí? –insistió, y Tania supo que sólo había una respuesta correcta.

  • Sí, Jefe, sí…

  • Buena niña –dijo antes de lanzarse sobre el otro pezón y marcárselo con los dientes pese a los gritos ahogados de la chica, que intentaba controlarse por una vez y no mostrar sus emociones, con poco éxito.

  • Alba *

La tercera en ser conducida al pequeño cuarto fue Alba.

Había visto regresar a Silvia con el labio cortado, o eso la parecía desde su esquina, porque Izaskun se encargó de que no hablasen por temor a estar siendo grabadas por su secuestrador.

Pero luego regresó Tania.

La visión de su amiga medio desnuda, apenas cubierta por la falda y con algo parecido a mordiscos en sus pechos, hizo que saltasen todas las alarmas en su mente.

Se acordaba perfectamente de lo que la había hecho ese hombre no hacía tanto sobre ese colchón y se imaginó que había repetido la acción contra Tania aprovechando su mayor corpulencia y las ataduras.

A pesar de ello, se dejó arrastrar sin oponer resistencia.

Tenía asumido que no iba a aparecer nadie para rescatarlas y que, cada vez que intentaban algo o simplemente lo pensaban, él aparecía, lo descubría y castigaba a alguna de ellas, y Alba había tenido de sobra con lo de antes.

Lo sentía mucho por Tania, pero no quería que la volviera a atacar.

Se dejó llevar como una autómata, dando paso tras paso como si la cosa no fuera con ella, como si fuese un robot.

El cuartucho la dio mal rollo, pero no podía hacer nada.

Por un instante, un pequeño instante, miró al final del pasillo y las escaleras que conducían al exterior, pero supo que no podría escapar de él y que sería peor.

Se dejó atar a la estantería en silencio y grabó el mensaje que tenía escrito mientras él enfocaba su rostro de cerca, seguramente, pensó Alba, porque si sus padres la veían prácticamente desnuda, a lo mejor se decidían directamente por llamar a la policía, y estaba claro que su asaltante no quería.

  • ¿Qué, mi niña? –preguntó al terminar la lectura de su rescate-. ¿Lista?. ¿Tienes algo que confesarme?.

Ante la negativa de Alba a contestarle, pues simplemente lo miró casi como si no entendiese lo que decía, el cincuentón que las había raptado, la soltó una rápida bofetada seguida de una serie de tortas en sus tetas hasta dejárselas completamente rojas por la irritación de los golpes.

La chica gritaba y suplicaba, pero su torturador parecía recrearse en el castigo al que estaba sometiendo sus pechos y no paró hasta que se cansó.

Entonces comenzó a hablar de nuevo, despacio, como si estuvieran charlando tomando un café o un refresco como amigos, pero, a la vez, la iba retorciendo los pezones lentamente y sin piedad.

  • Sigues siendo una cría. Una niñita malcriada. El ojito derecho de tu papaíto, seguro. Pero yo no soy tu papaíto. Yo soy un hombre adulto que merece que le respetes y, cuando te hable, me escuchas y cuando te pregunte algo, me respondes. ¿Lo has entendido, niñita?. Estás de acuerdo, ¿verdad, princesita?.

  • Sí, sí… por favor, pa… -su suplicante defensa fue cortada por otro bofetón.

  • A ver si te enteras, niñita. Esto no es un cuento de hadas y tú no eres la princesa del cuento. Éste es MI cuento, ¿de acuerdo?. ¿Lo entiendes? –Alba asintió a sus palabras y él siguió su discurso-. Aquí mando yo. Tú y tus amiguitas sois mías y sólo mías, ¿lo entiendes ya?. Aquí soy el amo y señor. Soy vuestro sol, vuestra luna y lo que coño os haga mover vuestro puto culo de niñatas malcriadas, ¿de acuerdo?. Así que si os dije que me mostréis un poco de jodido respeto y os dije que me llaméis JE-FE, lo haces y punto. No pienses. No estás para pensar. Calla, obedece y cuando yo te pregunte algo me respondes y me respondes con educación y llamándome JE-FE. Me lo he ganado, puta niñata, ¿entendido? –y cesó de retorcerla los pezones conforme ella seguía asintiendo en silencio, con el rostro congestionado y las lágrimas desbordándose en silencio de sus ojos-. Venga, venga, que no es para tanto, niñita. No aguantáis nada –siguió, acariciándola con suavidad el rostro y rompiendo el camino que surcaban las lágrimas de Alba-. Dentro de poco éste cuento terminará, vosotras volveréis a vuestros palacios de cristal y yo tendré un poco de esa fortuna, y todos contentos y a comer perdices, ¿te gusta la idea, verdad?. Pues ahora piensa, niñita, piensa y confiesa. Dime, ¿qué tienes que decirme?.

  • No lo sé, Jefe. De verdad que no lo sé. No se me ocurre nada, jefe. Perdóname, por favor. Seré buena, jefe, lo prometo –decía Alba, suplicante.

  • Shhhh mi niña, vale, te creo –aceptó él, antes de inquirir-. Te gustó lo de antes, ¿verdad?. En la cama, ¿a que sí, niñita?.

  • Sí, Jefe –respondió ella, tras concluir precipitadamente su angustiado cerebro que lo mejor era dar siempre la razón al bestia que la tenía retenida, sobre todo ahora que, encima, estaban ellos dos solos en un espacio tan reducido. Por alguna razón, el estar con las otras chicas en la misma sala, el estar con sus amigas, la hacía sentirse más tranquila, pese a que ellas estaban presentes cuando la hizo lo que la hizo sobre el colchón antes.

  • Lo sé. Se te notaba que disfrutabas como una perra. ¿Era la primera vez que te tocaban ahí? –siguió indagando, metiendo la mano bajo la falda de Alba y alcanzando sin problemas el coño de la chica, desprovisto de toda defensa después de que rompiera las bragas de todas ellas-. Venga, sé sincera, mi niña –prosiguió, a la vez que acariciaba cada palmo de la entrepierna de la adolescente y la hacía estremecerse.

  • Sí… sí, Je… Jefe –no se atrevía a negarlo ni a pedir que cesara en los tocamientos, convencida de que cualquier otra cosa sería peor.

  • Ummm… muy bien, niñita. Ya noto cómo te abres para mí –decía a la vez que rozaba la rajita de acceso al coño y, poco a poco, adentraba uno de sus gruesos dedos en la húmeda intimidad de Alba-. Te gusta, ¿verdad? –ella asintió, mordiéndose los labios, intentando resistirse a decir lo que él deseaba oír y, a la vez, buscando con sus gestos evitar otra vía de castigo-. Lo sabía desde que te vi. Esas tetazas lo dicen a gritos, ¿lo sabías?. Y esa zorrita de Izaskun también me lo dijo –ella lo miró esta vez a los ojos, sorprendida. Él sonrió mientras seguía metiendo su dedo en el coño de la dulce chica-. Me dijo que eras la mejor opción para dormir la siesta. Se ve que la gustan mucho tus tetas, cariño… casi tanto como a mí –y empezó a lamérselas y mordisquearla los pezones a la vez que uno de sus dedos ya se insertaba completamente dentro del sexo de Alba y un segundo se abría paso al interior.

Ella sólo podía aguantar en silencio.

Descubrir que Izaskun era la responsable de lo de antes la había dejado en shock.

Siempre había sospechado que la rubia iba a lo suyo, que, cuando las cosas se complicaban, siempre anteponía su YO al ELLAS, pero eso… que fuese la culpable de que ese hombre la hiciera eso… no sabía si nunca la llegaría a perdonar.

Eso pensaba, pero su cuerpo iba por otro lado.

Los dos dedos jugueteando en su coño, tocando su clítoris, acariciando la vulva… y esa boca que se paseaba entre sus tetas tan pronto dando besos como mordiéndola los pezones… todo eso la estaban haciendo temblar y sentir un calor por dentro que no quería sentir, que no debería sentir, que odiaba sentir, que… pero su cuerpo no era su mente, su cuerpo reaccionaba de forma autónoma, animal, sin los criterios de la mente consciente, del espíritu humano.

Morderse el labio no era suficiente.

Su secuestrador ya no hablaba, la tocaba sin parar, cada vez más rápido, y sus labios avanzaron hasta el lóbulo de su oreja izquierda y empezaron a estimulársela.

No lo pudo evitar.

Se corrió.

Y gritó, pero esta vez por un placer del que se sintió culpable automáticamente, casi un segundo después de que las contracciones de su útero y su vagina comenzasen.

Pero las ondas del orgasmo barrieron la culpabilidad, sólo dejaron placer y una sensación de cansancio.

Luego vino la humillación.

Un sentimiento de vergüenza que superó todo lo anterior.

Él se reía en su cara al contemplar el cambio, mientras volvía a colocarla los cables de metal alrededor de las muñecas y la regresaba a su trozo de pared.

  • Lara *

  • Mi guarrilla favorita –dijo ese hombre maduro que las tenía secuestradas al terminar de inmovilizarla contra el armazón metálico de la antigua estantería-. Esta vez no llevas las bragas mojadas como antes, ¿verdad? –se reía de ella, recordando el episodio en que la había hecho defecar por un agujero que daba al desagüe bajo el grifo de la esquina de la sala donde las tenía presas a todas, y, luego, encima de obligarla a hacerlo delante de todas sus amigas, la había terminado de humillar limpiándola con su mano mojada con agua del grifo, aprovechando para toquetearla el coño y meterla, la daban casi arcadas sólo de recordarlo, un dedo por el culo antes de colocarla las bragas, que se mojaron porque no la había secado con nada y luego lo hizo pasar como si fuera ella quien hubiera mojado las bragas-. Venga, venga, no me pongas esa cara que sé que estabas pensando en escaparte. Fui muy bueno contigo. No te castigué como merecías. Aquí soy tu mejor amigo, ¿lo ves?. Venga, me he ganado un besito, ¿a qué sí? –y, sin esperar su respuesta, empezó a besarla en los labios, buscando abrir su boca y meter su lengua, pero Lara se resistió y cerró con fuerza sus labios-. Vaya, así me lo agradeces. A lo mejor debería de empezar a tratarte como a las demás, ¿eso quieres?. ¿Que te trate como a la tetona?. ¿Es lo que quieres? –ella negó con la cabeza, recordando la imagen de Alba sobre esa cama, por llamarlo de alguna forma, mugrienta-. ¡DILO!.

  • No, no quiero –contestó al final, tras el grito con el que su cara se llenó de gotas de saliva de su captor, apenas a un palmo en ese pequeño cubículo.

La abofeteó rápidamente. Dos veces.

  • Menuda panda de niñatas malcriadas tengo aquí –se quejó él, mientras Lara lo miraba con una mezcla de rabia y dolor por el ataque sufrido, pero sin atreverse a decir nada-. Y sordas. Os pedí un poquitín de educación. Sólo que me llaméis JE-FE, pero sois a cual más gilipollas. Demasiadas bandejas de plata. Pero aquí –bajo el volumen hasta un susurro con un tono que le daba un aire de violencia mal contenida-, niñita, sois todas mías. Mías en cuerpo y alma. ¿Quieres que te lo demuestre o vas a ser una buena niña?.

  • No, Jefe –respondió ella, rápidamente-. Seré buena. Muy buena –y entreabrió los labios, pasándose la lengua, ofreciéndose al beso que antes había impedido.

  • Así me gusta, princesita –regresó el cincuentón al tono normal, más relajado, y acercó su boca a la de Lara, que cerró instintivamente los ojos-. Los ojos abiertos –ordenó él-, quiero que me mires, ¿de acuerdo?.

Ella accedió sin pronunciar palabra.

Sintió repugnancia por sí misma, pero aún más por lo que ése hombre las estaba haciendo, y, sobre todo, la manera en que la humillaba a ella, además de tenerla secuestrada.

Permaneció con los ojos abiertos, mirándole, mientras él volvía a poner sus labios sobre los de ella y metía su lengua dentro de su boca, en un beso húmedo y profundo, y demasiado largo para su gusto.

  • Te ha gustado, ¿verdad?. Venga, dilo, no seas tímida.

  • Sí, Jefe.

  • Bien. Muy bien. Ahora –se separó, sacando una libreta grande y colocando el móvil de la chica para que la enfocase-, quiero que leas esto y sólo esto, ¿de acuerdo?. Ya sé que estás deseando quedarte más conmigo –se burló de ella, con una sonrisa lasciva, relamiéndose los labios-, pero prefiero el dinerito de tu familia. Venga, lee cuando te haga la señal.

Puso a grabar con la cámara del móvil e hizo una seña.

Lara fue leyendo, mientras él iba pasando hoja tras hoja hasta llegar al final y detener la grabación.

  • Muy bien, mi niña. Has salido divina. Tus padres se van a poner muy contentos. Y yo más cuando me paguen. Pronto todos estaremos bailando y comiendo perdices como en los cuentos. ¿Qué te parece?. Pero antes… ¿qué me dices de hacerme una pequeña confesión?.

  • ¿Co… confesión?. No entiendo –y, en el último momento, se acordó, entre medias de la confusión que tenía porque no sabía a qué se refería, si era algo de lo que habían estado hablando ellas antes o qué, de añadir la fórmula que él deseaba que empleasen al hablarle-… Jefe.

  • Bueno… una niñita como tú debe tener secretillos, ¿verdad?. Con esos ojazos que parecen el fondo de un estanque tendrás a los hombres comiendo de tus manos y seguro que te cuentan cosillas, ¿verdad?. Y el flequillo, -dijo, señalándolo y agitándoselo con los gruesos dedos- es un símbolo claro de que eres misteriosa y que ocultas muchas cosas. ¿Qué ocultas?. Vamos, estamos los dos solitos. Sé sincera. Confiésate, aprovecha tu oportunidad.

  • Pues… no sé… no se me ocurre nada… -decía mientras buscaba algo en su cabeza que poder contar para salvar la situación.

  • ¿Por qué llevabas esas bragas en la mochila?. Dime, guarrilla –regresó a la denominación que ya había usado para insultarla antes.

  • Ahhhh… ehhhh… era… -cada vez lo veía más cansado de que ella no dijera nada, así que probó con lo primero que se la ocurrió- me lo pidió un profe. No sé para qué, de verdad. Chateamos anoche y me lo pidió, pero no sé para qué las quiere. No son mías –añadió-. No quiero que hagan nada raro con mis bragas.

  • Ya… ya vi que a ti… bueno, a todas vosotras –remarcó-, os gustan marcas más finas. Sois unas niñitas de bandejita de plata, todo de lujo y sin tener que ganároslo. Pero esto es mi castillo y aquí no hay bandejitas ni de plata ni de nada. Aquí os tendréis que ganar lo que yo os diga y cuando yo lo diga, ¿de acuerdo?. Hasta que vuestras familias me den lo mío, lo que me merezco, hasta entonces sois total y absolutamente mías, ¿de acuerdo?. Venga, sigue, niñita.

  • ¡Lo de antes fue idea de Izaskun! –se acordó e intentó usarlo para que no tuviera excusas para hacerla nada como a las demás, tenía pánico a que la pudiera hacer algo y cada vez lo veía más posible con cada minuto que se prolongaba su cautiverio-. Yo no quería. Tenía ganas de cagar de verdad, fue ella la que dijo de fugarse y que las demás te liásemos. Yo no quería, de verdad. Eres el Jefe y sé que tengo que portarme bien. No me hagas daño, por favor.

  • Vale, vale, mi niña –la calmó, acariciándola con suavidad-. No te preocupes, que soy un tío muy justo, ya lo verás. Ya lo verás…

  • Izaskun *

  • Bueno, bueno… por fin solos, amiguita –la susurró al oído mientras tensaba la cuerda por detrás de su espalda, tras sujetarla por las muñecas.

  • Ya era hora, Jefe –empezó a meterse en el papel de aliada y pudo ver un gesto como mezcla de asombro y, luego, una sonrisilla.

  • Vamos, que lo estabas deseando, ¿verdad, niñita?.

  • Ya sabes que sí, Jefe. Quiero serte útil, ya lo sabes. Quiero que cuentes conmigo, Jefe-remarcó.

  • Vaya vaya con la niñita pija –comentó él, con una expresión ligeramente sorprendida en la cara que intentaba ocultar con una sonrisa torcida, pero Izaskun se fijó y siguió tendiendo cebo.

  • Somos tuyas. Todas lo somos –incidió en ello, en el mantra que tantas veces había dicho el propio secuestrador, adoptando la chica su mensaje, intentando que la viese como a una aliada y, así, obtener una posición mejor para el futuro-. Pero yo más que las otras. Ellas ni sabían lo que era un mínimo de diversión hasta que llegué. Soy rubia pero no tonta –recurrió a la típica frase despectiva con que se solía minusvalorar a las mujeres con su color de cabello-. Y aquí la única que te es fiel de verdad soy yo. Las otras lo hacen por miedo. Yo lo digo de verdad. Soy tuya, Jefe. Toda tuya para lo que órdenes y desees –recalcó con un movimiento de su cabellera dorada- … o para ayudarte con quien… -y, como si hubiera sido un desliz, se corrigió- con lo que sea necesario.

  • Vamos, que vas a dejar de planear fugas, ¿verdad, niñita?. ¿Te crees que me chupo el dedo? –la preguntó, agarrándola por el mentón y girando su cabeza como si estuviera pensando hacerla algo.

Izaskun se dio cuenta de que debía pensar algo rápido, que estaba perdiendo el control de la conversación y ya había podido comprobar que cada vez más el cincuentón estaba recurriendo a la violencia física contra ellas.

  • Sabía que nos grababas –soltó rápidamente, pese a ser una mentira total, pero eso contuvo de nuevo al secuestrador, que volvió a prestarla atención-. Eres demasiado listo –lo aduló- para nosotras. No somos más que unas crías y tú… tú eres nuestro Jefe. Eres nuestro dueño. Somos todas tuyas porque tu plan es magnífico. Muy inteligente. Y yo deseo ayudarte. Haré cualquier cosa que me pidas, Jefe.

  • Ya… por amor al arte, ¿no? –cuestionó sus razones el hombre, aunque la rubia notó que estaba claramente intrigado.

  • No, mi Señor –siguió adulándolo-. Tengo mis motivos –lanzó un globo sonda, y el interés que causó su frase fue suficiente para darse cuenta de que había picado el anzuelo- y sé que servirte me puede ayudar. Por eso puedes confiar en mí, Jefe. Yo sé que tú lo tienes todo planeado y está claro que es algo genial. Yo sólo quiero una pequeñísima recompensa a cambio de servirte en todo lo que desees.

  • A lo mejor te tomo la palabra… a lo mejor…

  • No te arrepentirás, Jefe –le agradeció con rapidez la frase.

  • Pero lo primero es lo primero, princesita. Quiero que grabes un pequeño vídeo para tu familia, ¿de acuerdo?.

  • Estoy para obedecerte, Jefe. Lo que desees –volvió a recalcar ella antes de leer el texto del mensaje de rescate que tenía escrito ante la atenta lente de su propio móvil último modelo.

  • Bueno, bueno… ¿y ahora qué?. ¿Lista para confesarte, princesita?.

  • Cualquier cosa que me pidas, Jefe.

  • Tú dirás… -la dio pie para que hablase.

  • Ummmm… pues… tengo 17 años… me enseñaron a ser bisexual…

  • ¿Enseñaron? –preguntó, curioso, su captor, que, como había previsto la rubia, rápidamente se vio atraído por un cotilleo sexual en vez de concentrarse en datos íntimos más importantes o de la propia familia de la chica, aunque eso no quería decir que no la fastidiara hablar de ese tema, pero un rápido cálculo la hizo pensar que sería un buen cebo y, a la vez de distraerle de otras cosas, la garantizaría que pensaría que ella estaba de su parte como había dicho antes.

  • Peter y Ruth –él no dijo nada, sólo esperaba que ella hablase. Izaskun supo que había captado su atención. Era el momento de darle más sedal para que se confiase. Era el momento de hacerle creer que era él quien controlaba la situación-. Él era mi profesor de inglés técnico. Mi padre se empeñó en que tenía que mejorar mi nivel porque dice que el futuro son los negocios internacionales y que se necesita un buen inglés. Debía tener treinta y pico y yo era muy tonta. A las dos semanas de empezar ya estábamos follando. Le dejaba hacerme lo que quería, estaba enamorada… o eso creía yo. Pensé que él también y… bueno… le dejé que me sacase unas fotos… y… bueno, me dijo que si no quería que todo el mundo las viera, que tenía que hacerle unos favores a una gente que conocía. Todos tíos de la base americana. Aprendí más inglés allí que con él. No recuerdo ni cuántos me follaron, pero por lo menos usaban condones y no tuve otros problemas –hizo una pausa, mientras él digería la resumida información sobre casi seis meses de su vida hacía dos años, y luego la rubia siguió-. Mis notas bajaron y me llamaron al despacho de la tutora, de Ruth. Se lo conté todo y me ayudó a dejar a Peter sin que lo supiera nadie. La estuve viendo hasta final de curso y me enseñó otras formas de tener sexo que ni sabía que existían. Y ahora soy bisexual. Y me… encanta -aprovechó entonces para cambiar el rumbo de su monólogo- … no como a las otras –movió la cabeza en un gesto que pretendía señalar hacia donde sus amigas estaban inmovilizadas contra los muros de la sala donde su secuestrador las tenía presas-. Son unas mojigatas. Pero estoy segura de que es pura fachada. Son unas auténticas zorras. Tendrías que ver a Lara cómo se contonea en las pistas de baile, cómo se frota con tíos que podrían ser su padre… o Silvia, que la encanta calentar al crío de la pizzería para cenar gratis… y no te digo de Tania, que si no se cepilla al chófer de su papaíto es casi un milagro… y Alba, ya has visto que es toda una exhibicionista, se hace la estrecha pero para salir no veas cómo se pone unos escotes bien pronunciados para que todos los tíos babeen con sus tetas, antes se hizo la cortada contigo, pero vamos, que por dentro se ha corrido como una pequeña puta, ya te digo… y te podría contar cosas y cosas de ese grupillo, que desde que las conozco no he visto a cuatro chicas a las que las guste más zorrear. La de veces que he tenido que cortarlas para que no monten un espectáculo, sobre todo la guarra de Lara, con sus contoneos y sus piernas que parece que lleva un muelle. Si sus padres supieran para qué sirve el dinero de las clases de ballet de esa putilla seguro que vomitan. Pero vamos, que no te creas que es la peor, que Tania tiene una boca de buzón de correos que te apuesto algo a que el chófer la mete algo más por allí que los buenos días. Y Alba. El profesor de gimnasia no veas cómo se pega y cómo la toca las tetas con la excusa del baloncesto y de enseñar a marcar al contrario… y ella no dice ni mú ni se ha quejado ni una sola vez. Pero vamos, que si te digo la verdad, Silvia es la peor. Va de monjita y de madre superiora de la moralidad pero a mí no me engaña. Lía a los tíos fingiendo ser la típica novia super virginal pero lo único que busca es sacarles algo. Me da asco. Son todas unas falsas. Aquí el único cien por cien verdadero y honrado eres tú, Jefe –terminó, con una adulación a su captor, que dio resultado, pues se hinchó como un pavo real, sin darse cuenta de que todo lo que había escuchado de labios de Izaskun no era más que una trampa para ganarse su confianza, minar la credibilidad del resto de chicas y posicionarse mejor frente a lo que pudiera pasar.

Estaba muy segura de que pronto lo tendría comiendo en sus manos.

Todos los hombres eran iguales.

En cuanto había algo relacionado con el sexo delante de sus narices se volvían idiotas y perdían la perspectiva.

Y su secuestrador no era una excepción, sólo que tenía más años que cualquiera de los otros hombres con los que había tenido que lidiar… o casi todos.

  • Muy… interesante… mucho… -dijo, en una voz que iba subiendo de tono según iba despertándose de esa especie de ensoñación a la que lo habían transportado las palabras de la rubia.

  • Cualquier cosa que necesites, mi… Jefe… Señor –estaba segura de tenerlo bien atado en la red de su trampa.

  • Pues… creo que sí… -dijo, como hablando para sí- Creo que puedes hacer una cosita por mí antes de volver con tus… amiguitas –dijo, con tonillo.

  • Cualquier cosa. Lo que sea, mi Señor –afirmó Izaskun, que aprovechó para tantear y descubrir que él pasaba por alto que no le llamase “Jefe”.

Lo que vino a continuación no lo tenía en mente, pero bien sabía ella que a veces hay que ensuciarse las manos. U otra cosa, en ésta ocasión.

La desató y apoyó sus manos sobre los hombros de la chica, ejerciendo una presión ligera, pero suficiente para que ella fuera consciente de sus deseos.

Se arrodilló frente a él, pegada a él, muy pegada.

El cincuentón se bajó la cremallera y ella supo lo que pediría.

Por un momento sintió asco.

Pero a veces es necesario mancharse las manos.

Izaskun usó sus manos para sacar la palpitante masa que era el pene de su captor, sacándolo como pudo de la cárcel de sus calzoncillos y pantalones.

No era precisamente enorme ni bonito, pero el tronco fálico de su secuestrador era bastante grueso y casi estuvo a punto de reírse.

Ese cacho de carne palpitaba en sus manos, ante sus ojos, tenía una vida propia y crecía por momentos.

Fue una suerte el no reír, eso habría estropeado todo.

Él lo habría malinterpretado.

Los hombres son unos niños con un cuerpo más grande, nada más.

Y cualquier cosa relacionada con su hombría se la tomaban demasiado a pecho.

Lo sabía muy bien.

Algún guantazo se había llevado por eso.

Pero la risa que había estado a punto de escapársela no era porque fuera un miembro pequeño. Al revés.

Era porque al no ser demasiado larga, estaba segura de terminar pronto.

Eso y su edad harían que fuese fácil lo que tenía que hacer, pese al asco que también sentía… asco y un poco de miedo, porque nunca se podía estar segura al cien por cien de tener el control total de lo que fuera a pasar.

Chupó con delicadeza, lentamente, el pene del hombre.

Pasó su lengua por todo el tronco una y otra vez, varias veces, mientras el miembro viril palpitaba frente a ella, emitiendo una curiosa cantidad de calor, mucha mayor de la que había pensado.

Después de un rato, alcanzó el glande.

Le pareció algo mayor de lo que recordaba de unos segundos antes, y estaba bien lubricado.

El sabor tenía un puntillo dulce… pero también un cierto regusto a las últimas gotas de orina de alguna micción reciente. No era desagradable, tenía que reconocer.

El hombre gimió y tembló cuando paseó la lengua por el glande, rodeándolo como su fuera una serpiente enrollándose alrededor de su víctima.

Izaskun tenía una gran habilidad con la lengua y estaba orgullosa de ello.

Antes de que él la agarrase por el cabello, se tragó la polla.

Era más ancha de lo que había calculado y tuvo que abrir la boca al máximo.

Llegaba casi hasta tocar la garganta y, no sabía por qué, de repente no la pareció tan corta.

Llevaba demasiado tiempo sin tragarse una polla. Eso debía ser.

Él empezó a bombear, mientras ella se adaptaba al ritmo y relajaba la garganta.

Empujaba con frenesí, estaba claro que él también llevaba mucho sin follar.

Una y otra vez la metía la polla hasta el fondo, cada vez más rápido y con más fuerza.

Izaskun notaba que estaba babeando, que la saliva se escapaba de las comisuras de sus labios con cada embestida, pero sabía que no debía de interrumpirle, de tratar de bajar el ritmo, eso podría ser un error y ella era demasiado lista para eso.

Sólo tenía que estar tranquila, relajada y mirarle.

Era muy importante.

Mirarle a los ojos, desde abajo, casi mostrando adoración.

Eso les encantaba.

Él no era una excepción.

Sonreía como un bobo imaginando que ella estaba mirándolo por lo buena que estaba siendo la mamada.

En realidad no era la peor… pero tampoco la mejor.

Él siguió bombeando, esta vez sujetándola fuertemente del cabello para impulsarse con más fuerza y violencia.

Una y otra vez clavaba su polla dentro de la boca de la rubia, una y otra vez la llenaba con su grueso tronco de hinchada carne ardiente.

Ella notaba palpitar ese pene, con un calor interno que parecía fuego, llenándola la boca y golpeando a ratos el fondo de su garganta.

Una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez… alzó sus ojos, interrumpió el contacto visual con el rostro de Izaskun.

Fue la primera señal.

La agarró con mucha más fuerza, tirando con violencia de su cabellera y empujando su cabeza a un ritmo bestial.

Esa fue la segunda señal.

El hinchado pene, cada vez más caliente, palpitaba con más violencia dentro de la boca de Izaskun, llenando su boca de una mezcla de saliva y líquidos preseminales cada vez más abundantes y con un sabor que inundaba sus papilas gustativas, a la vez que se deslizaba por su garganta hacia su esófago mientras otra parte resbalaba por sus labios y resbalaba por su mentón y su cuello para empapar la parte de arriba de su uniforme de instituto.

Esa fue la tercera señal.

La última señal.

Lo siguiente fue la descarga.

Brutal, directa al fondo de su garganta.

Chorros espesos y ardientes, con un sabor potente, la llenaban por completo, no paraban de salir a borbotones del extremo de la polla del cincuentón, que la tenía atrapada entre sus manos y no permitió que se separase ni un centímetro de sus pantalones.

Más chorros seguían brotando sin parar.

El olor ascendía directo de su garganta a su nariz.

El sabor de la lefa inundaba cada milímetro de su lengua.

La espesa masa del caliente fluido llenaba su boca e, incluso, subía por momentos hacia su nariz mientras Izaskun trataba en vano de tragar con la suficiente rapidez la leche del hombre.

Era como una fuente.

Por fin, tras unos momentos casi interminables, el tronco fálico empezó a palpitar con menos fuerza, a soltar menos chorros de lefa, que cada vez era menos espesa y, al final, el hombre soltó a Izaskun y la dejó hacer.

La rubia sabía lo que se pedía de ella.

Fue tragando toda la espesa masa que aún tenía en la boca y limpió con cada parte de su boca palmo a palmo la verga del hombre, usando desde la lengua hasta los labios e incluso su paladar cuando ya casi todo el miembro viril había salido de su interior.

Se relamió.

Ella sabía que él disfrutaría del detalle.

  • A lo mejor luego te cuento el origen de éste sitio –propuso él en voz baja, después de volver a atarla las manos, mientras la regresaba junto a sus amigas.

Esa pequeña frase la hizo sonreír.

Estaba segura de que había picado.

Era el momento de ir recogiendo el sedal de tu trampa… poco a poco.

Continuará...

PD: el relato es obviamente de ficción.