Capítulo XII: secuestro crítico 2.

Un depravado secuestra a cinco chicas de familias acomodadas cuando iban a su instituto privado. El botín que espera sacar se empieza a retrasar y los nervios empiezan a ocasionar más problemas para sus cinco víctimas.

La complejidad del caso es evidente.

Todas las chicas han sufrido una experiencia terrible a manos de un secuestrador sádico.

El Doctor no deja de sorprenderse por la profundidad del mal al que tuvieron que enfrentarse esas cinco chicas.

Capítulo XII: secuestro crítico 2.

2.1.Cuando las cosas se empiezan a torcer...

  • Silvia *

Fue la última en bajar del microbús.

Y la primera a la que quitó la bolsa de basura de la cabeza, después de cerrar una puerta con un sonido tan profundo como una condena.

Sin embargo, siguió oliendo a lavanda, aunque esta vez no por la bolsa que llevara puesta, sino porque estaban en una sala que tenía varios frascos con la típica varilla de ratán que iban soltando el perfume para encubrir otro tipo de olor que también flotaba en el ambiente… un olor que la recordaba a algo, pero no sabía a qué… estaba tan camuflado que se la escapaba por poco. Lo tenía en la punta de la lengua, pero… se la escapaba.

No había ventanas.

Era una sala alargada, con una cama en un extremo y varios muebles repartidos.

Por llamarla cama, porque era apenas un colchón con unas manchas oscuras sobre un esqueleto metálico demasiado grande, en el que casi hubieran podido caber otro colchón de esas dimensiones.

Tenía un cabecero también de metal abierto, oxidado en parte y otras desgastado de forma que faltaban trozos y tenía zonas afiladas.

Dos barras de metal, sacadas de alguna señal de tráfico olvidada, servían para sujetar el extremo contrario, con unos trozos de hormigón en la base que impedirían que cediese, o eso imaginó.

También había una televisión antigua, de las de tubo como las que su abuelo aún tenía guardadas, un par de sillas de madera, aunque sólo una tenía el asiento de enea completo, un sofá pequeño y lleno de rotos y una mesa de madera de cuatro patas que era lo que mejor estaba de todo ese mobiliario.

Había un grifo en un extremo que no paraba de gotear.

La iluminación procedía de una hilera de fluorescentes que colgaban del techo en hilera por el centro, aunque uno no dejaba de parpadear y otro estaba claramente fundido.

Lo único que parecía en perfecto estado era la puerta de hoja doble, metálica y cerrada con un pasador y un candado.

Su secuestrador, un hombre maduro que debía rondar la cincuentena, se movía por la sala, retirando las bolsas de basura de las cabezas del resto de sus amigas y, ahora, compañeras de cautiverio.

Tenía el cabello corto, oscuro pero con multitud de canas asomando entre medias, y una barriga aún no excesivamente prominente.

Tanto ella como el resto de sus amigas estaban colocadas a lo largo de las paredes, con los brazos en alto y sujetos a unos clavos que sobresalían a unos dos metros entre cada uno.

Llevaban las muñecas sujetas con alambres metálicos a los que había dado varias veces la vuelta para asegurarse de que no pudieran quitárselos y con el espacio justo entre medias para engancharlos en los clavos, que iba retorciendo justo antes de quitarles las bolsas para que fuese aún más complicado que pudieran liberarse de la postura en que las había colgado.

Sobre los pies, que, ahora se dio cuenta Silvia, había descalzado, había puesto una especie de pesas para inmovilizarlas.

Aunque, también se dio cuenta, que si hubieran podido bajar los brazos de los clavos de los que colgaban, hubieran podido quitárselas de encima de los pies y escapar.

Claro que no había adónde escapar con la puerta cerrada con un candado y sin las llaves a la vista.

  • Mejor, ¿verdad? –dijo el hombre, una vez las tuvo a todas ellas aseguradas-. ¿Os gusta vuestro palacete, princesitas? –siguió, con sorna-. Podéis llamarme Jefe, que aquí todos vamos a ser amiguitos, ¿verdad, princesitas?. Nos vamos a llevar muy bien, vais a ser todas muy obedientes y cuando vuestras familias me paguen, yo seré muy feliz y os dejaré en una carretera haciendo autostop, ¿de acuerdo?. Ahora me vais a dar vuestros pin, os haré unas bonitas fotos y todo irá bien, ¿de acuerdo, princesitas? –y, como no hubo ninguna reacción aparte de los temblores de miedo de varias de ellas, insistió en voz más alta, acercándose a Silvia y adoptando un gesto de enfado-. ¿De acuerdo, prin-ce-si-tas?.

Según iba diciendo por sílabas la última palabra, agarró del cabello a Silvia y representó el gesto de afirmación adelante y atrás de forma exagerada, haciendo que se golpease un par de veces contra el muro, que notó cedía en parte y que desprendía restos de polvo sobre su pelo y la chaquetilla del uniforme.

Esta vez el resto de las amigas de Silvia movió sus cabezas afirmativamente con rapidez, logrando que el secuestrador se diese por satisfecho.

De un gesto brusco, retiró de golpe la cinta con que cubría su boca.

  • Tu pin –preguntó, cogiendo su móvil de entre los seis que había sobre la mesa-. ¡YA! –gritó, después de propinarla un puñetazo en el abdomen que la hizo chillar, y antes de volverse hacia las demás y añadir-. No me gusta repetir las cosas dos veces, así que no quiero a ninguna sorda, ¿de acuerdo, princesitas? –mientras todas asentían con rapidez, giró de nuevo el rostro hacia Silvia, sabedor de que no necesitaría repetir la orden.

  • Tres Uno Cero Uno.

  • Muy bien, cariño –aplaudió su respuesta, tras desbloquear el teléfono móvil-. Ahora una fotito –y, luego, como si se le acabase de ocurrir, añadió-. Te voy a cambiar el pin, ¿de acuerdo?. Sí, ¿verdad?. Lo suponía –dijo, mostrando una sonrisa amplia cuando Silvia aceptó porque sabía que de todas formas no habría habido alternativa.

Fue repitiendo el proceso con el resto de chicas, liberándolas de la cinta que tapaba sus bocas, obteniendo los pines de sus móviles y sacándolas fotos.

  • Ahora voy a mandar unos mensajitos. No quiero oír ni un murmullo, ¿de acuerdo, princesitas?. Sois todas mías, recordadlo. Sois todas mías hasta que vuestros papaítos me paguen una minucia. Luego os soltaré y todos tan contentos, ¿de acuerdo?.

Sacó una llave que llevaba colgando de una cadena al cuello, abrió el candado y se marchó con los cinco teléfonos de las chicas para lanzar su petición de rescate.

El secuestro exprés empezaba para sus familias, pero para ellas comenzó mucho antes.

  • Tania *

Tania no dejaba de temblar.

Escuchó lo que decía el hombre malo que las tenía secuestradas.

Sabía que estaba mintiendo. No era su amigo, ni ellas de él. Era un falso y un mentiroso. Lo único que quería era que lo obedecieran y el dinero del rescate.

Pero, sobre todo, lo que más miedo la daba es que no se cubría el rostro y pensó en todas esas series y películas y… y la entró mucho miedo.

Se volvió a mear encima.

Muy poquito, porque estaba casi seca, pero lo suficiente para que durante unos segundos el aire se llenase de ese perfume que acompañaba al miedo que impregnaba todo lo que las estaba pasando.

Luego, todos esos tarros de lavanda ganaron la batalla del olor, cubriendo tanto ése como otro que había antes de que ellas llegasen.

También supo que no tenía pensado tenerlas mucho allí, porque casi no había nada, ni siquiera vio comida o agua o un frigorífico.

Bueno, había un vaso con un cepillo de dientes en una esquina junto al grifo goteante, pero nada más.

Lo vio golpear a Silvia para sacarla el pin de su móvil y mostrarlas quién mandaba, porque no era su amigo ni un “jefe” como decía que le llamasen, era un maldito secuestrador.

Una persona mala.

Cuando la quitó la cinta de la boca casi chilló los dígitos que desbloqueaban su teléfono, simplemente por el deseo de que terminase cuanto antes y se apartase de ella.

La tomó una foto y siguió su camino.

Cuando se marchó para mandar sus mensajes de extorsión, no pudo contenerse y lloró aún con más ganas.

  • ¡Tania!. ¡Tania! –la gritaba Izaskun hasta que la prestó atención-. Deja de llorar, joder, que está loco y hay que ganárselo, no enfadarlo.

  • Pero… pero es… que nos va a…

  • ¡Que te calles!. Callaos todas y dejadme pensar.

  • ¿Pensar qué? –preguntó Alba.

  • Pues algo para poder escapar, joder, ¿tú qué crees?.

  • ¿Y cómo? –volvió a preguntar Alba.

  • No sé –admitió Izaskun-. Dejadme pensar.

  • Tengo ganas… -se oyó decir bajito a Lara.

  • ¿Qué? –la preguntó Izaskun-. Di lo que sea si es algo útil o cierra el pico.

  • Que tengo ganas de cagar –soltó de golpe Lara, molesta por las palabras de la rubia.

  • Pues mira… a lo mejor eso nos sirve… -dijo, pensativa, la líder del grupillo de amigas.

  • ¿De qué nos va a servir eso? –inquirió Alba.

  • Nos va a ma… -empezó a decir, desdichada, Tania.

  • ¡Cierra el pico! –volvió a interrumpirla Izaskun, que se daba cuenta de la falta de moral y que un error podía acabar con cualquier opción de fuga-. Le decimos que tenemos que ir al baño y nos ponemos a gritar y hacer ruido y cuando venga salgo corriendo a pedir ayuda.

  • ¿Y por qué tienes que ser tú?. La idea era mía –protestó Lara.

  • Corro más que tú –aseguró la rubia.

  • ¿Y por qué no llamamos? –preguntó, inocentemente Tania.

  • Ha cambiado los pin, ¿o es que no lo has visto?. Y, aunque alguna tenga lo del desbloqueo por dedo, hay que subir porque si hubiera cobertura aquí no se habría ido, ¿lo entiendes ya? –aclaró Izaskun.

En ese momento, entró el hombre, directo a por su propio móvil, que estaba sobre la mesa, y volvió a marcharse sin que ninguna se atreviera a decir nada, sorprendidas por lo brusco y corto de esa nueva visita de su captor.

  • Alba *

Cuando regresó de nuevo el secuestrador, Alba ya estaba imaginándose que el plan de Izaskun podía funcionar, porque no habían visto a nadie más allí y si únicamente estaba ese hombre, la cosa podría funcionar.

No las podría controlar a todas a la vez si hacían lo del baño.

Pero Lara no podía aguantarse y pidió ir al baño un segundo antes que Izaskun.

Y la cosa no fue como esperaban.

El hombre lo había previsto.

Liberó a Lara y la condujo hasta donde caían las gotas del grifo.

Levantó la tapa del registro y la hizo cagar allí, en cuclillas, delante de todo el mundo y, al terminar, la limpió antes de volver a colocarla en su trozo de pared.

Se marchó dejando el hueco abierto y ni se molestó en cerrar la puerta esta vez, dejando que entrase una corriente de aire fétido, como de cloacas, que casi las hace vomitar.

Regresó con un trozo de manguera, que acopló al grifo y lo usó para limpiar el desagüe.

  • ¿Alguna más quiere usar el baño, princesitas?. Porque estaré encantado de ayudaros. ¿No?. ¿Nadie? –siguió, mostrando una sonrisa torcida-. Entonces mejor me aseguro que no tengáis que molestarme por tener pipí, ¿de acuerdo?.

Agarró una navaja con una hoja enorme y fue una a una subiéndolas las faldas y cortando en pedazos sus bragas.

Cuando la tocó el turno a ella, Alba logró contener las lágrimas por la nueva humillación y casi, sólo casi, no tembló por el escalofrío que sintió al contacto con el frío metal en su piel mientras rompía sus bragas.

  • ¿Alguna más lleva puesto un tampón? –preguntó en voz alta, mientras metía sus rollizos dedos en la entrepierna de la chica y tiraba hacia fuera de ese producto de higiene femenina.

Lo mostró en algo a las demás antes de tirarlo a un lado.

Otro par de ellas también llevaban y volvió a ellas para sacárselos de un tirón del interior de sus vaginas.

  • ¿Qué tal así, mejor, verdad?. Todo más natural, princesitas. Sois mías y conmigo no tenéis que tener ningún secreto, ¿de acuerdo? –y como sólo asentían, insistió-. He dicho que si estáis de acuerdo, niñitas. Os lo quiero oír decir.

  • De acuerdo –sonaron varias voces nerviosas.

  • Jefe –especificó el secuestrador-. Sed un poco más educadas y nos llevaremos bien, así que si os pregunto algo, quiero escuchar el nombre que os dejo usar para estar seguro que me habéis entendido, ¿de acuerdo, niñatas?.

  • De acuerdo, Jefe –volvieron a entonar las cinco chavalas.

  • Muy bien, así me gusta. Voy a ver si hay noticias, no os mováis de aquí, princesitas, ¿de acuerdo?.

  • De acuerdo, Jefe –repitieron ellas, incapaces de ofrecer una resistencia única.

Antes de marcharse, recogió de nuevo los móviles de las cinco chicas y sólo se quedó allí el suyo propio.

Cerró con el candado por fuera y las dejó con una nueva conspiración en marcha en la cabeza de Izaskun.

Regresó varias horas después y, entonces, Alba supo que todo se había torcido definitivamente y se olvidó de golpe del hambre que tenía.

  • Lara *

  • Quiero cagar –soltó Lara de golpe cuando su secuestrador volvía, pese a que Izaskun había insistido en que fuese ella la que intentase escapar desde el baño cuando la sacase a hacer sus necesidades.

  • Sin problema, niñita.

Retiró los pesos que bloqueaban sus pies y la descolgó los brazos tras un rato maniobrando con el clavo y el hilo de metal.

Tenía las manos completamente insensibilizadas y los brazos adormecidos.

No pudo resistirse mientras la arrastraba hasta la esquina que ocupaba el grifo.

No entendía qué pasaba hasta que el hombre se agachó y quitó la tapa de metal que cubría un agujero del que salía olor a tuberías sucias, a cloacas.

La hizo darse la vuelta, de forma que quedó frente a sus amigas, y la subió la falda del uniforme.

De un golpe, con sus manazas, bajó las bragas de Lara, casi rompiéndolas y la hizo acuclillarse sobre el agujero.

  • Ya puedes cagar, princesita. ¿O necesitas que te ayude más? –se reía de ella.

En silencio, muerta de vergüenza, Lara se esforzó y, al segundo intento, empezó a cagar.

  • Ya –anunció al terminar, sin saber muy bien qué iba a pasar.

El hombre la empujó hacia delante y la hizo quedar a cuatro patas, con los brazos apoyados por los codos en el suelo y las rodillas apenas salvadas por la falda de entrar en contacto con ese suelo sucio.

Su secuestrador empezó a mojarse la mano con el grifo y luego la iba pasando por el culo de Lara, metiendo a veces el dedo dentro, no mucho, apenas una falange, una y otra vez hasta que consideró que la chica estaba limpia.

Fue una experiencia terriblemente humillante.

La volvió a su sitio después de colocarla de nuevo las bragas, que se mojaron por la humedad que aún tenía por todo el culo en cada sitio por el que él había estado pasando sus manazas y lo que se había empapado de segundas al ponerse en pie.

Tras limpiarlo todo a manguerazo y asegurarse que ninguna más tenía ganas de cagar, fue rompiéndolas una a una las bragas.

  • Vaya cerdita estás hecha, ¿verdad?. Toda mojadita. Que guarrilla eres, princesita. Jajaja… -la dijo mientras rompía sus bragas, húmedas por el agua que él había aplicado con sus manos para lavarla sin secar.

Cuando se marchó, Izaskun volvió a la carga en su idea de escapar pese al fracaso de ese primer intento, del que culpó a Lara.

  • Izaskun *

Izaskun pudo ver cómo el resto de sus amigas iban dando el control sobre sus teléfonos móviles a su captor.

No tenía opción ni sentido el negarse, y también dio su pin para que pudiera sacarla una foto del rostro con su propio móvil para usarlo como reclamo cuando enviara la petición de rescate a su familia.

No se creía lo de que fuese a liberarlas si sus padres pagaban.

Lo deseaba, pero no confiaba en ningún hombre.

Ni siquiera en su padre cuando se trataba de dinero.

Como solía decir, nadie se hacía rico gastando.

Y a saber si consideraría que eso era malgastar su dinero o si pensaría en ello como en una inversión de cara a la prensa.

No podía depender de ello. No pensaba depender de ningún hombre.

Necesitaba tener el control.

Cuando se marchó, ya estaba comenzando a pensar un plan, pero Tania la molestaba con sus gimoteos y lloriqueos.

  • ¡Tania!. ¡Tania! –gritó para llamar su atención-. Deja de llorar, joder, que está loco y hay que ganárselo, no enfadarlo.

  • Pero… pero es… que nos va a… -respondía Tania entrecortadamente, pero también diciendo en voz alta algo que ella misma había imaginado.

  • ¡Que te calles!. Callaos todas y dejadme pensar –dijo, intentando controlar al grupo.

  • ¿Pensar qué? –fue Alba quien la interrumpía ahora.

  • Pues algo para poder escapar, joder, ¿tú qué crees? –contestó, un poco enfadada.

  • ¿Y cómo? –otra vez Alba, hoy estaba un poco tonta.

  • No sé. Dejadme pensar.

  • Tengo ganas… -susurró Lara, pero no tan bajo como para que la acústica de la sala no dejase moverse el mensaje por todas partes.

  • ¿Qué? –preguntó Izaskun-. Di lo que sea si es algo útil o cierra el pico.

  • Que tengo ganas de cagar –aseguró Lara, entre molesta e incómoda.

  • Pues mira… a lo mejor eso nos sirve… -dijo Izaskun, empezando a elaborar un plan.

  • ¿De qué nos va a servir eso? –¡otra vez Alba!.

  • Nos va a ma… -Tania, la alegría en ese calabozo, sarcásticamente.

  • ¡Cierra el pico! –chilló Izaskun y explicó el esbozo de plan que se le había ocurrido-. Le decimos que tenemos que ir al baño y nos ponemos a gritar y hacer ruido y cuando venga salgo corriendo a pedir ayuda.

  • ¿Y por qué tienes que ser tú?. La idea era mía –Lara.

  • Corro más que tú –dijo con certeza Izaskun, pero sobre todo, porque deseaba tener la primera oportunidad de sobrevivir.

  • ¿Y por qué no llamamos? –Tania estaba tonta ese día, pensó la rubia antes de explicar algo obvio.

  • Ha cambiado los pin, ¿o es que no lo has visto?. Y, aunque alguna tenga lo del desbloqueo por dedo, hay que subir porque si hubiera cobertura aquí no se habría ido, ¿lo entiendes ya?.

Siguió exponiendo su plan y logró que, por la inercia de su liderazgo del grupo, las demás asintieran.

Sin embargo, Lara hizo fracasar su plan.

Bueno, en realidad no era culpa suya, no había modo de que funcionase desde que el lavabo era el propio sumidero del grifo de la esquina de la habitación, pero Izaskun se sintió mejor culpabilizando a la otra chica.

Un poquito mejor.

El hombre se volvió a marchar no sin antes arrancarlas las bragas.

En otro momento y lugar eso la habría hecho sentirse ultrajada, pero ahí y ahora no, sólo reforzaban su idea de que tenía que recuperar el control y lograr escapar.

  • Sólo es uno –dijo a las demás.

  • Ya, no me digas –respondió Alba.

  • Lo que quiero decir… si nadie más me interrumpe –y centró su mirada en Alba, después de pasear la mirada por el resto de chicas-, es que tarde o temprano tendrá que parar a descansar. Por eso la cama. Para descansar y tenernos vigiladas a la vez –señaló con la cabeza el colchón-. Propongo que cuando esté bien dormido nos bajemos muy despacito los brazos y cuando tengamos la circulación de nuevo en marcha –siguió explicando, señalando con la cabeza a Lara, que había mostrado a las demás que tenía los brazos adormecidos por la postura y la falta de riego normal-, nos quitamos esto de los pies –hizo un gesto hacia abajo, que todas repitieron y visualizaron lo que las bloqueaba los pies- y nos subimos todas juntas encima de él para coger la llave del candado y escapamos –y, ante las miradas de incredulidad de sus amigas, extendió la explicación-. Bueno, a lo mejor no todas a la vez, pero alguna podrá salir por la puerta y llamar a la policía con alguno de los móviles o ir hasta la carretera. Me parece la mejor opción.

Tenía otro plan ya formado en su cabecita cuando ese hombre volvió, pero era una parte que no iba a compartir con las otras después del anterior fracaso.

El rostro de su captor estaba sombrío, contraído en una mueca de frustración y furia.

Agarró de nuevo su teléfono móvil y salió otro instante antes de volver de nuevo, listo para enfrentarse con sus víctimas.

Fue en ese momento cuando Izaskun se dio cuenta de que la razón de dejar ese móvil allí no era evitar que alguien lo detectase como en las películas, era usarlo de grabadora.

Por eso había descubierto sus planes.

Por eso se adelantaba a lo que ideaban.

  • A ver, princesitas… -empezó el secuestrador-. Parece que nos tendremos que quedar más de lo que esperaba porque algunos no han podido reunir todavía mi dinero –iba contando, enfadado, moviéndose como una bestia enjaulada, como si en realidad fuera él quien estaba preso y no ellas-. ¡Joder!. ¡Qué mierda!. Pero… pero… -y se detuvo, mirándolas de nuevo, una por una- creo que hay formas de que se den más prisa. Ahora os voy a dar de comer y luego nos tumbamos un ratito, ¿de acuerdo?. La siesta es sagrada. ¡Dije que si estáis de acuerdo, niñatas!.

  • Sí… de acuerdo… Jefe –se escuchó por toda la sala.

Una a una, las fue descolgando.

Las hizo sentarse para ofrecerlas de menú un potito, que sacó de la mochila que trajo consigo de su última salida fuera de la celda en que había convertido esa sala industrial, y agua del grifo, para lo que usaba el propio envase ya vacío del potito a modo de vaso.

Luego las fue colocando otro trozo de cable alrededor de los tobillos, a los que dio varias vueltas y comprobó que apenas podrían separar las piernas unos centímetros.

  • Si alguna está pensando en hacer tonterías –anunció a todas ellas, pasando su mirada de unas a otras-, hay más cosas dentro de la mochila –amenazó sutilmente-. Recordar. Sois todas mías hasta que me paguen. Sois todas mías, ¿entendido?. ¿Estamos de acuerdo?.

  • Sí… claro… de acuerdo… Jefe… -se escuchó murmurar a las chicas, renovada la sensación de miedo a su carcelero.

Luego, las fue dejando tumbadas bajo la cama, de forma que sus cabezas quedasen bajo el colchón, pero no tan cerca como para que no se escuchase si susurraban, eso quedó claro.

Ella fue la última.

Y supo que tenía que buscar otro plan.

Dar la vuelta a la situación.

  • No nos vamos a escapar – dijo, seria, entre una cucharada y otra.

  • Lo sé, pero, por si acaso, tú vas a dormir conmigo –anunció él, con una malicia en la voz que hizo recordar algo a Izaskun.

  • Alba tiene mejores tetas –lanzó su señuelo, bajando un poco la voz, ante la sorpresa del hombre.

  • Vaya con la niñita…

  • Haré lo que sea para demostrarte que soy muy… útil… que puedo ser útil si no me haces nada.

  • De acuerdo –accedió, tras unos segundos, el secuestrador al nuevo plan que, entre susurros, le había sugerido la rubia-. Creo que algo se podrá hacer. Después de la siesta –la chica tuvo que ceder, dejar que él siguiese pensando que mantenía el control pero con la idea de manipularle, hacer que bajase la guardia como pasaba con todos los hombres maduros ante la tentación de una chica joven y tener su oportunidad.

Al menos eso era lo que pasaba por la mente de la líder del grupo de amigas. Entablar un juego con su secuestrador y tomar el control, o lo suficiente como para que ella pudiera salir de allí.

Lo que Izaskun no sabía es que había abierto una puerta peligrosa y que había momentos en que sus juegos podían escapar a su control.

Ni se le pasó por la mente.

2.2.No es buena idea jugar con fuego.

  • Silvia *

No lograba escuchar de qué hablaban Izaskun y el malvado secuestrador, y tampoco se atrevía a cambiar de posición ni para oírlo mejor ni tan siquiera para estar algo más cómoda dentro de la absoluta incomodidad de estar tirada en un suelo sucio y lleno de arenilla que se la enredaba en el cabello y se la clavaba por todas partes.

Aunque, en cierto sentido, era mejor que la anterior postura, colgadas de la pared como si fuesen jamones puestos para su curación en bodega.

Al menos ahora podía sentir los brazos.

Intentó pensar en su novio, en Miguel, para evadirse de su situación, pero eso sólo la hizo sentir peor.

Al principio no, al principio pensar en su chico la hizo recuperar un poco la esperanza, pero luego recordó que todos sus planes para ese día se habían roto, como un plato de porcelana al chocar contra el suelo y romperse en mil fragmentos.

Y… y… a lo mejor no le volvería a ver.

No pudo contener las lágrimas, pero al menos lo hizo en silencio.

Recordó que tenía a sus amigas a su lado y no quiso preocuparlas más de lo necesario.

Todas estaban embarcadas en esa situación terrible y deseaba con todas sus fuerzas poder salir de ello para contarlo.

Quería volver a ver a su familia.

Quería volver a ver a Miguel.

Quería volver a ser libre.

Sin querer, empezó a dormirse, pero el ruido de los muelles sobre su cabeza al sobresaltó.

De repente, volvió a ser muy consciente de dónde estaba, con quién estaba y lo que estaba sucediendo.

Fue muy consciente del repugnante hedor que manaba del colchón sobre su rostro, de una especie de polvillo que iba cayendo lentamente en espirales sobre ella, mezclándose todo con el de una de sus amigas al mearse.

La escena anterior, cuando su captor las mostró lo que iba a ser su baño las había dejado sin ganas de usarlo, de ser expuestas y humilladas y de que las sobase en lo más íntimo de sus anatomías con esas manazas.

Podía entender que una de sus amigas hubiera preferido ensuciar su falda, la falda del uniforme del prestigioso instituto privado al que sus padres las mandaban, antes que sufrir esos tocamientos.

También se reavivaron los olores de los vómitos de algunas.

No es que hubieran desaparecido, pero allí no llegaba el aroma de la lavanda.

Toda la situación era tan… tan… tan sumamente humillante y asquerosa, tumbadas allí, bajo la cama en la que se había tendido el repulsivo hombre que las hacía llamarle Jefe y hasta fingir que le respetaban al hablar.

Hubiera deseado poder escupirle a la cara. Insultarle. Chillar. Gritar de rabia y soltar toda su impotencia y miedo.

Pero no se atrevía.

Se sentía impotente.

Y, sin venir a cuento, revivió el momento en que la dio el puñetazo por tardar más de lo debido en decirle su código PIN para desbloquear su teléfono móvil y todas las cosas que contenía.

Sintió un nuevo pánico al pensar que tenía acceso a sus fotos, a todas sus cuentas, a sus redes sociales, a su e-mail, a sus mensajerías instantáneas… a todo. Y se dio cuenta de lo vulnerable que la hacía ese mismo teléfono.

Intentó concentrarse en las palabras que sonaban sobre sus cabezas, pero la conversación entre Izaskun y ese endemoniado que las había secuestrado fue breve

Bajó del colchón y sacó a rastras a Alba de debajo de la cama.

Ella chilló asustada por el repentino cambio y recibió una patada, y luego otra.

  • ¡No, por favor! –empezaron a gritar todas bajo la cama-. ¡Por favor, Jefe! –se acordó de decir Silvia cuando descargaba la tercera patada contra su amiga-. ¡Nos portaremos bien, de verdad!. ¡Por favor, Jefe, pare!.

Las otras chicas repitieron cosas parecidas y el furioso ataque terminó.

Su captor levantó a Alba y la dejó caer sobre el colchón, provocando una auténtica lluvia de unos restos y un olor que casi las hizo vomitar.

Después tumbó a Izaskun y la empujó bajo la cama en el sitio que antes ocupaba Alba.

Unos segundos duró el nuevo silencio, hasta que Alba lo rompió con un grito de sorpresa.

  • ¡Silencio! –gritó el secuestrador-. Es mi momento de la siesta y no quiero oír ni una palabra ni un llanto ni nada, ¿Entendido, prin-ce-si-tas? –y golpeó el colchón, haciendo que una nueva lluvia de mierda las hiciera cerrar los ojos antes de responder casi al unísono afirmativamente a la orden del hombre-. Tú, también, a callar –y Silvia supo que se lo decía a Alba.

Con los ojos cerrados, escuchó los crujidos encima suyo y otras cosas en las que prefería no pensar.

Tardó un rato en darse cuenta de que intentaba estar tan en silencio que estaba conteniendo la respiración y fue soltando el aire poco a poco.

Al final, los sonidos y el movimiento cesaron y, a pesar de que intentó no hacerlo, se quedó dormida por la tensión y el cansancio acumulados.

Más tarde la despertaron las manazas de su captor cuando la arrastró por sorpresa por el suelo y la llevó en silencio hasta el sitio donde volvió a dejarla con los brazos colgados.

Casi suspiró aliviada al ver que estaban todas.

Hasta que miró a Alba.

Su amiga tenía varios moratones al costado, donde la había pateado, y de su uniforme escolar sólo quedaba la falda.

En el suelo, junto a la cama, estaba lo que quedaba del uniforme y el sujetador.

No se atrevió a mirarla a la cara.

Sintió una vergüenza atroz, aunque sabía que no era la culpable y que tampoco habría podido hacer nada por impedirlo, pero… aun así…

Y lo peor era que sabía que no iba a ser el final, que seguían en poder de ese maldito hombre y que no había nada que pudiera hacer por evitarlo.

Era una sensación horrible.

Y lo que pudiera pasar a partir de entonces… la daba miedo.

No sabía ni como la aguantaban las piernas.

Pero no era más que el principio.

Con todo lo que ya habían pasado, apenas había vislumbrado la parte más oscura de ese individuo que las tenía en su poder.

  • Tania *

Sabía que ese hombre era malo.

Muy malo.

Antes incluso de lo que hizo a Alba.

No pudo dormir mientras estaba sobre ella con su amiga, sobre todo cuando lanzó la ropa que cubría a Alba en el suelo junto a ella.

No podía dejar de imaginarse lo que la estaría haciendo.

Se la escapó un poco de orina, pero allí bajo la cama el olor se multiplicaba.

No era el único, pero como ella sabía que era la suya, su orina, sintió un miedo y vergüenza renovados.

Cuando la arrastró de nuevo hasta su lugar en la pared sintió un momento de auténtico terror, sobre todo al contemplar a Alba, tendida medio desnuda en la cama, y pensó lo peor, que la había violado y que ella iba a ser la siguiente.

Sólo cuando la dejó firmemente sujeta de nuevo a la pared, respiró con tranquilidad, o con la suficiente tranquilidad dadas las circunstancias.

Y se sintió una mierda por no haber podido defender a su amiga y, doblemente, por haber dado las gracias en su mente de que fuese Alba la ultrajada y no ella misma.

Era basura.

No podía evitar sentirse así.

Él era un hijo de puta, ese hombre era lo peor de lo peor, pero ella… ella no había hecho nada… y, encima, había dado las gracias por pensar que mejor su amiga que ella. El sentimiento de vergüenza la inundó, como una ola enorme que lo aplastaba todo a su paso.

El captor regresó a la cama, pero no sacó a otra de sus amigas, sino que se inclinó para estrujar con fuerza una de las tetas de la chica antes de morderla el pezón.

No contento con ello, se puso el dedo en los labios, señal de silencio, que Alba obedeció incluso cuando la empezó a lanzar tortas contra sus senos una y otra vez hasta dejárselos enrojecidos.

Sólo entonces arrastró a Izaskun, a la que mostró su obra un segundo, sujetándola de la cara y murmurando algo en su oído antes de volver a colocarla en su sitio contra la pared.

Se marchó.

  • Alba –llamó bajito-, Alba, Alba –su amiga giró el rostro en la cama para mirarla, con los ojos velados por la humedad de las lágrimas que se resistía a dejar salir y correr por su rostro-. ¿Estás bien? –preguntó, sintiéndose tonta casi al instante.

  • Silencio –interrumpió Izaskun, antes incluso de que la joven sobre la cama pudiera abrir la boca-. Callaos las dos. Lo oye todo –y, con la cabeza, señaló hacia la mesa, con el grupo de móviles encima.

  • ¿Qué? –Tania no entendía nada.

  • Joder tía, que está grabando –explicó la rubia.

  • ¿De qué ha…? –seguía sin comprender.

  • Con el móvil, so tonta. Nos graba con el móvil. Estaos calladitas y a lo mejor podemos salir de esta, ¿lo entendéis? –y las miró a ambas.

No entendían nada.

O ella desde luego, pero asintió y se calló, incluso cuando lo vio regresar mucho más tarde con otra bolsa que dejó en el suelo con un sonido que la hizo sentir un profundo escalofrío y que la hizo imaginar cosas terribles.

  • Bueno, vuestros papaítos ya están avisados de que habrá consecuencias si se siguen retrasando, princesitas –anunció en voz alta, aunque Silvia y Lara seguían bajo la cama y Tania no sabía si podían escucharlo-. Espero que a partir de ahora todas seáis muy buenas y muy obedientes, ¿de acuerdo?. Y, si todo va bien, pronto todos estaremos muy contentos y comiendo perdices, ¿qué os parece?. Os gusta mi plan, ¿verdad, princesitas?.

  • Sí, Jefe –respondió Izaskun, sólo ella.

El cincuentón pareció dar por buena la exclusiva respuesta de la rubia y, sin consideración, agarró a Alba y la arrastró hasta su sitio en la pared, dejando que la falda que había llevado subida en el colchón se desenrollase para cubrir al menos su sexo y parte de sus piernas.

Luego arrastró por los suelos a las otras dos amigas y las volvió a situar en la pared mientras tarareaba una cancioncilla.

  • Alba *

El potito sabía a rayos, pero no había otra cosa y ese hombre tampoco daba opciones.

Alba se tragó cucharada tras cucharada del contenido y luego vio cómo enjuagaba el bote en el grifo y lo llenaba para ofrecérselo.

  • Bebe –ordenó, moviendo el apaño de vaso hacia arriba y obligándola a alzar la cabeza mientras parte del líquido se iba escurriendo fuera de su boca, empapando en parte su ropa.

Fue asqueroso ver cómo la miraba las tetas y notar el contacto de sus manos cuando fingió que la secaba con un poco de papel, apretando más de la cuenta.

Pero no se quejó.

Algo, una especie de sexto sentido, la decía que no tenía que darle ninguna excusa para que la hiciera algo, lo que fuese que estaba pensando, porque estaba cada vez más claro que buscaba cualquier excusa para sobarla.

Después de un rato sin lograr que ella hiciera nada o dijese nada, pareció darse por vencido o aburrido o las dos cosas, pero el caso es que la arrastró hasta dejarla tumbada debajo de ese esqueleto sobre el que había un colchón demasiado pequeño y que pasaba por una cama.

Cuando ya estaban cuatro colocadas, llegó el turno de Izaskun, la líder de la pandilla, la que siempre copiaba en sus exámenes y que seguro que la habría dicho que usase sus atributos femeninos para intentar seducirle o algo así… al secuestrador, no al profesor del examen de ese día, bueno quizás también lo habría dicho si se hubiera dado la situación, pero no había pasado, por suerte, porque cada vez se sentía menos cómoda con la sexualización del grupo de amigas por parte de la rubia.

Estaba pensando en eso y no prestó atención a la breve conversación que se produjo cuando el secuestrador tumbó a Izaskun sobre el colchón, cuando, de repente, su captor la agarró con fuerza de los tobillos y tiró de ella hacia fuera.

  • ¡Eeehhh! –chilló, sorprendida y asustada por el repentino cambio de los acontecimientos.

No esperaba lo que sucedió luego.

El hombre que las había secuestrado se puso furioso, lo pudo ver en su rostro congestionado por la rabia, y empezó a darla patadas.

Sus amigas bajo la cama empezaron a suplicar que parase.

  • ¡No, por favor!. ¡Por favor, Jefe! –escuchó añadir a Silvia entre medias de la lluvia de golpes, seguida de más peticiones para que se detuviera mientras ella misma también pedía piedad y se encogía ante el cruel castigo-. ¡Nos portaremos bien, de verdad!. ¡Por favor, Jefe, pare!. ¡Por favor, tenga piedad!. ¡Seremos buenas!. ¡Por favor, no!...

Y, tal como empezó, todo paró y detuvo la descarga de su pie contra el costado de Alba, a la que agarró por las caderas y lanzó como si no pesase nada al centro del colchón, que tenía un aroma asqueroso que se podía oler tan cerca.

Izaskun ocupó su puesto bajo la cama y el secuestrador sacó su gran navaja a la vez que subía al camastro.

Alba no sabía lo que iba a pasar, el dolor y el miedo la confundían y no lograba pensar con claridad, sólo en que todo estaba mal.

El cincuentón agarró su uniforme justo en el espacio que quedaba entre sus pechos y clavó la navaja.

No llegó a tocarla, sólo hizo un primer agujero, pero gritó.

  • ¡Noooo, no por favor, nooo!.

  • ¡Silencio! –respondió él con otro grito en su cara cuando pareció que iba a volver a tener al resto parloteando y solicitando que dejase de hacer lo que en realidad no podían ver-. Es mi momento de la siesta y no quiero oír ni una palabra ni un llanto ni nada, ¿Entendido, prin-ce-si-tas? –golpeó el colchón con una rodilla, junto al cuerpo de la chica, a la que luego miró con furia renovada-. Tú, también, a callar.

Prosiguió ampliando el desgarro y luego siguió cortando en trozos todo el uniforme que la cubría de cintura para arriba, rompiendo luego el sujetador justo por el centro, de forma que se soltó de golpe hacia los lados, liberando ya sin impedimentos, los senos de la chavalilla ante su secuestrador.

Los fue repasando muy lentamente con el helado filo de la navaja a la vez que con su otra mano levantaba la falda y se la recogía justo por debajo del ombligo.

Se tumbó a su lado y la susurró al oído.

  • Esto es culpa tuya, princesita. Ya os avisé que sois mías y que tenéis que obedecerme absolutamente en todo. Te mereces un castigo y lo sabes, ¿verdad, mi niña?. ¿Estás de acuerdo? –la decía sin dejar de mover el cuchillo entre las tetas antes de hacerlo descender poco a poco hasta el ombligo.

  • Sí, sí… -Alba supo, más allá de toda duda, que estaba condenada sí o sí y que lo menos malo sería fingir obediencia- sí, Jefe… seré buena, lo prometo, pero…

  • No te preocupes. Ya lo sé. Vales mucho –y ella tuvo la duda de si sólo se refería al dinero, porque dejó de hablar.

Cerró la navaja y empezó a tocarla el coño, de una forma sorprendentemente delicada, a la vez que la mordía los pezones, primero de una de las tetas y luego de la otra.

Fueron unos instantes humillantes.

Ese hombre maduro casi sobre ella, tocándola a placer por donde le apetecía, babeando como un animal… y con su pene erecto.

No podía verlo, pero lo notaba a través de la tela del pantalón contra su piel.

Resoplaba, lamía su cuello y sus tetas, la estrujaba a ratos los pechos o se apoyaba con una mano sobre su ombligo, presionando con fuerza, cuando bajaba su rostro hasta su entrepierna y empezaba a lamerla el coño.

Metía sus dedos gruesos entre sus piernas para acariciar su sexo y logró meter un dedo primero y luego un segundo con dificultad, era lo máximo que se podía por la forma en que había inmovilizado sus piernas.

Intentaba resistir como podía esas otras sensaciones que pululaban por su cuerpo.

Porque aparte del asco, la impotencia y esa sensación humillante, las manos morcillonas de su secuestrador habían encontrado su clítoris y jugaban con él de forma que se estaba excitando.

Y no quería.

Se mordió los labios, pero él lo sabía. Como había descubierto otras cosas antes, como había desbaratado las anteriores intentonas para escapar o lograr alguna ventaja, como había logrado secuestrarlas dentro de una urbanización con seguridad privada y con un microbús igualito al de la ruta de su colegio privado.

O eso es lo que ella imaginaba, mientras luchaba contra la ola de emociones que chocaban dentro suyo, atormentándola entre las oleadas cada vez más fuertes de placer que enviaba su coño y el dolor, la angustia, el miedo y la humillación de la situación, de su secuestro y de que ese fuese el primer hombre que pudiera lograr algo así con ella.

No podía soportarlo.

Casi gritó, casi suplicó que parase, casi estuvo a punto de desencadenar otro cambio de humor en su secuestrador.

Pero, otra vez, era como si lo supiese.

Tapó su boca con su manaza cuando Alba cogió aire y siguió moviendo sus dedos dentro del coño de la chica, masturbándola cada vez más rápido y jugando con su clítoris como nunca había hecho nadie.

La mordía uno de los pezones con fuerza, pero el dolor fue superado y olvidado por la descarga poderosa de su entrepierna.

Sin querer, mordió la mano de su captor, ahogando el grito involuntario que brotaba de su garganta cuando tuvo el orgasmo provocado por la manaza del cincuentón.

Todo se detuvo un instante.

Se dio cuenta de lo acelerada que estaba su respiración.

De que estaba mordiendo la mano de ese hombre, que soltó presa del pánico.

Un pánico que no podía luchar contra otra sensación, mucho más fuerte entonces.

La del placer que el orgasmo había liberado en su torrente sanguíneo, por todo su cuerpo, que aún temblaba por las contracciones.

Le vio sonreír a un palmo de su propio rostro y, luego, mirarse la mano que había mordido.

Sacó con un ruido húmedo y pegajoso los dedos que la habían llevado al orgasmo y los usó para pasearlos por el centro de su cara, desde la frente hasta la barbilla, pasando por su naricilla.

  • Al final resulta que tú tampoco eres una princesita, mi niña… eres una guarrilla, una putilla pija, –susurró, antes de darla una bofetada con la mano que había sido mordida- ¿verdad, niñita?.

  • Sí –logró articular, con el pómulo ardiendo por el golpe, cuando vio que alzaba de nuevo la mano.

No tenía alternativa.

Tuvo que decirlo.

  • ¿Sabes qué? –siguió susurrándola, colocándose sobre ella, con las rodillas a ambos lados del cuerpo de la chica, erguido y, pese a la situación, Alba pudo ver que con un bulto en el pantalón que tenía que ser su polla erecta por toda esa situación-. Creo que te lo quiero oír decir. Di que eres una putilla –y empezó a golpear sus tetas con las palmas abiertas de las manos-, dilo, mi niña. Dime lo que eres, ¿de acuerdo?.

  • Sí, sí… sí… soy una puta, pero para, por favor… Jefe… para… soy una puta… por favor… -dijo mientras él golpeaba sus tetas cada vez más fuerte- soy una puta...

Sólo cuando se lo escuchó decir tres veces, se detuvo.

  • Lo sé. Pero tenías que decirlo, ¿verdad, mi niña?. ¿A qué te sientes mejor al decirlo, mi pequeña putita pijita?.

  • Sí… Jefe.

  • Ahora a dormir la siesta. En silencio, putilla, ¿de acuerdo?.

  • Sí, Jefe.

Al despertar, cogió el móvil de Alba y la dio nuevas órdenes para asegurarse de que esta vez las familias entendieran que eso iba muy en serio.

  • Me llamo… Alba y… y… y estoy bien… y quiero que paguéis todos los rescates… y… y… porque… porque sino… sino me harán ser su puta… por… por favor… pagad… y…

  • Ya está. Muy bien, princesa… upsss… quiero decir, putilla, ¿verdad?. Putilla pijita. ¿A qué sí?. Bueno, vamos a colocar a tus amiguitas y a mandar esto a vuestros padres para ser todos muy felices, ¿de acuerdo?.

  • Sí… sí, Jefe –convino, absolutamente humillada, con el rostro congestionado, la chica.

Fue sacando a sus amigas desde debajo de la cama, para colgarlas de nuevo contra la pared.

Entre medias, se pasaba por su lado y la estrujaba con fuerza las tetas o la mordía algún pezón, o las dos cosas, pero ella no respondía a sus provocaciones, no necesitaba saber lo que podría pasar si se quejaba, ni aunque él no hubiera impuesto su dedo sobre sus labios para remarcar la necesidad del silencio.

En un momento dado, la propinó unas cuantas tortas, sólo como recordatorio del castigo anterior, logrando que sus pechos se quedasen completamente enrojecidos.

Cuando sacó a Izaskun, la obligó a mirar a Alba antes de colgarla y se marchó un rato.

  • Alba, Alba, Alba –escuchó decir bajo a Tania, desde la pared-. ¿Estás bien?.

  • Silencio. Callaos las dos. Lo oye todo –dijo la rubia, señalando los móviles encima de la mesa.

  • ¿Qué? –preguntó Tania.

  • Joder tía, que está grabando –Izaskun contestó.

  • ¿De qué ha…? –habló de nuevo Tania, aunque Alba ya había captado la idea.

  • Con el móvil, so tonta. Nos graba con el móvil. Estaos calladitas y a lo mejor podemos salir de esta, ¿lo entendéis? –ordenó la líder de las amigas.

Su maduro secuestrador regresó más tarde con una nueva bolsa, antes de hablar de nuevo.

  • Bueno, vuestros papaítos ya están avisados de que habrá consecuencias si se siguen retrasando, princesitas. Espero que a partir de ahora todas seáis muy buenas y muy obedientes, ¿de acuerdo?. Y, si todo va bien, pronto todos estaremos muy contentos y comiendo perdices, ¿qué os parece?. Os gusta mi plan, ¿verdad, princesitas?.

  • Sí, Jefe –se escuchó decir en solitario a Izaskun, pero el hombre pareció darlo por válido y no insistió esa vez.

Luego, por fin ya sacó a Alba de la cama y la apuntaló en su trozo de pared, cubriendo su sexo con su falda, la única prenda que la cubría ya, aparte de los calcetines.

Sus otras dos amigas fueron las últimas en ser colgadas, mientras el tiempo seguía pasando y el miedo volvía a crecer en el interior de Alba al mismo ritmo que el aroma de lavanda iba desapareciendo y otros olores comenzaban a llenar el ambiente.

  • Lara *

Lara sabía que la humillación de antes no la olvidaría jamás.

Esas manazas limpiándola el culo y tocando más allá, moviéndose a lo largo de toda su rajita, aprovechando la situación para pasearse por su depilado coño.

Fue algo retorcido y asqueroso.

La comida no mejoró la situación.

Potitos como a los bebés.

Pero, cuando sintió miedo de verdad, más incluso que antes, fue cuando, después de tirarla al suelo bajo la cama, a donde había temido que la llevara para violarla después del tocamiento al que la había sometido antes, sacó a rastras a Alba y la pateó mientras todas las amigas suplicaban que se detuviera.

Los ruidos que escuchó le parecieron inconfundibles y se imaginó a ese cerdo, a ese hombre mayor, sobre su amiga, follándola como un bruto, como un animal salvaje.

Lo maldijo en silencio.

Pero, pese a todo ello, la tensión acumulada hizo que terminase durmiéndose.

La despertó cuando la sacó a rastras.

Vio una mancha nueva de humedad en el colchón y vio prácticamente desnuda a Alba, con los pechos enrojecidos y una expresión en el rostro… una expresión… y no tuvo ya dudas de que algo malo la había pasado y sintió mucho miedo.

Muchísimo miedo.

No quería que la violaran.

Era egoísta, pero, por un momento, dio las gracias de que hubiera sido Alba y no ella.

Sabía que su cuerpo estilizado por el baile y los ojos claros llamaban la atención de muchos hombres y el que las había secuestrado no era una excepción, así que sí, por un instante fue tremendamente egoísta y casi hasta se alegró de que hubiera sido su amiga y no ella.

Luego las inundaron los remordimientos, pero fue incapaz de decir nada.

Sólo sabía que todo iba mal.

Y esperaba que no fuese a ir peor.

Aunque cada vez lo dudaba más.

  • Izaskun *

La llevó hasta el colchón.

La rubia pudo ver a sus amigas tendidas bajo la cama.

Sólo veía sus piernas, más o menos cubiertas por las faldas del uniforme del colegio privado, tendidas allí, sobre ese suelo sucio, lleno de polvo y suciedad y arenilla.

Cuando la tuvo allí, tuvo un momento de debilidad.

Pero supo que haría lo que fuese por sobrevivir.

Tenía que lograr el control, debía hacerlo.

Él era un hombre.

Y todos, al final, eran esclavos de las hormonas y ese grupo de chicas jóvenes eran un potente reclamo, un cebo excelente para conseguir dar la vuelta a la situación si se sabía cómo.

Izaskun creía saber cómo.

Cuando él se inclinó sobre ella, hablaron en susurros.

  • Deberías hacerlo, Jefe –se dio cuenta de que le gustaba que le llamasen así, era una debilidad, tenía que explotarla-. Alba tiene unas tetas preciosas. Si yo fuera tú también lo haría, ¿me entiendes? –guiñó un ojo.

  • ¿Eres una puta bollera? –pareció sorprenderse momentáneamente, aunque a la chica le pareció que la situación pasó a hacerle gracia de alguna forma.

  • No –respondió unos segundos después, dejando que el mensaje fuese calando-. Soy bi, Jefe –admitió públicamente ante ese desconocido-, así que me imagino lo que piensas.

  • ¿Ah, sí? –respondió con otra pregunta en un tono de sorna el cincuentón-. Ilústrame.

  • Has pensado en Lara, -y, al ver que ponía una cara confusa, aclaró- la del flequillo y los ojos azules. Ya sabes, la que hace ballet –siguió lanzando un segundo cebo, porque siempre era mejor tener dos opciones que una-. Sé que te habrás fijado en ella.

  • No está mal –admitió el hombre.

  • Pero Alba… no veas qué tetas. Si yo fuese tú, preferiría dormir con ella. Yo, ya ves… éste moreno es falso, es de máquina –se ninguneó a sí misma, buscando aumentar el valor de sus cebos-, pero ellas… Alba, tiene un cuerpo virgen que –y luego, fingiendo que se le había escapado, aunque no era así, debía decirlo, a los hombres les atraía mucho la idea de la virginidad femenina y el brillo en los ojos de su secuestrador fue clarificador-… bueno, quiero decir, que nadie ha tocado sus tetas y seguro que te gustaría apoyar la cabeza encima… como no hay almohada –dijo, como si todo fuese una conversación inocente-… vamos, si yo pudiera elegir, me gustaría dormir con…. Comodidad… y, además, ella es muy obediente y seguro que lo está deseando. A las mujeres nos gustan los hombres grandes y poderosos, como tú, Jefe –terminó de lanzar su cebo.

  • Ufff… me has convencido –y el bulto en su pantalón demostraba que la trama de Izaskun había funcionado.

Era cuestión de ir lanzando cebos y rastros de migas.

Al final comería de sus manos.

Y ella tendría poder.

Podría tener control sobre la situación.

Debía hacerlo.

Sus amigas serían sus peones.

En el fondo, seguro que lo entenderían… más tarde.

Lo que no pudo prever fue que el hombre se imaginase que Alba se lanzaría en sus brazos con alegría, deseosa de estar con un hombre fuerte y poderoso.

Izaskun pensó que eso era lo que esperaba su captor y que por eso reaccionó con violencia cuando su amiga gritó, sorprendida, al ser arrastrada de debajo de la cama.

Al final, el castigo se detuvo e intercambiaron posiciones.

Tuvo remordimientos como un minuto.

Luego, su pragmatismo ganó.

Ella era inteligente.

Ella podría ganarse a ese hombre.

Lograr un poder sobre él.

Y, luego, ayudaría a las demás, después de ayudarse a sí misma, claro está.

Había que tener preferencias.

Y un plan.

Y seguir el plan.

Cuando todas escapasen lo entenderían, al final siempre terminaban dándose cuenta de que su liderazgo era lo mejor que tenían.

A lo mejor incluso se lo recompensaban.

Sí, seguro.

Cuando vieran que todo había sido por su bien… más o menos… pues seguro que la darían las gracias.

No prestó atención a los sonidos sobre el colchón.

Era mejor centrarse en ella misma y su plan.

Las demás no lo entenderían ahora, pero luego seguro que lo verían tan claro como le pasaba a ella misma en ese momento.

Se quedó dormida casi con tranquilidad.

La despertó él, sacándola a rastras y poniéndola en pie junto a la cama.

La hizo mirar a su amiga, que estaba tendida prácticamente desnuda, con sólo la falda enrollada alrededor del cuerpo por debajo del ombligo, y la mancha de humedad entre sus piernas y por la zona del colchón donde estaba.

También vio los moratones de las patadas y lo rojos que tenía los pechos por los golpes que debió de recibir de su torturador.

  • Ten cuidadín y no juegues conmigo, zorrita –susurró peligrosamente a su oído mientras la hacía mirar a Alba-. No soy vuestro amiguito. Sólo quiero mi dinero, así que portaos bien y no me vuelvas a mentir, ¿de acuerdo?.

No llegó a contestar, pues su captor la arrastró de nuevo rápidamente hasta su sitio en la pared.

  • Alba, Alba, Alba –dijo Tania, la otra chica que estaba colgada, hablando en susurros-. ¿Estás bien?.

  • Silencio –ordenó Izaskun-. Callaos las dos. Lo oye todo –e hizo gestos con la cabeza en dirección a los teléfonos móviles.

  • ¿Qué? –otra vez Tania.

  • Joder tía, que está grabando –tuvo que aclarar.

  • ¿De qué ha…? –de verdad, la líder del grupillo de amigas pensó que Tania era imbécil.

  • Con el móvil, so tonta. Nos graba con el móvil. Estaos calladitas y a lo mejor podemos salir de esta, ¿lo entendéis? –concluyó Izaskun.

Logró que se mantuvieran en silencio mientras su mente seguía dándole vueltas y mejorando sus planes.

Ignoró a Alba, pese a que una parte se sentía responsable de lo que la hubiera podido pasar, cosa en la que no quería pensar.

Lo primero era lo primero.

Salvarse. Lograr el control. Y luego, ya se vería.

No podía dejarse distraer por lo que hubiera podido pasar. No tenía ningún sentido hacerlo.

Tenía que ser pragmática y centrarse.

Los problemas de uno en uno.

Por fin regresó el torturador de Alba, el hombre que las tenía retenidas, con una segunda bolsa, aún más grande que la primera.

No alcanzó a determinar el sonido que hizo al soltarla sobre el suelo, pero supuso que todo era por culpa del retraso en el pago del rescate.

Él había pensado que sería algo rápido, de unas horas como mucho, y se estaba alargando más de lo previsto.

  • Bueno, vuestros papaítos ya están avisados de que habrá consecuencias si se siguen retrasando, princesitas. Espero que a partir de ahora todas seáis muy buenas y muy obedientes, ¿de acuerdo?. Y, si todo va bien, pronto todos estaremos muy contentos y comiendo perdices, ¿qué os parece?. Os gusta mi plan, ¿verdad, princesitas?.

  • Sí, Jefe –contestó ella en nombre del grupo de amigas, asumiendo su rol de líder.

Después, colgó a Alba de la pared y a las otras dos chicas del grupo de amigas.

Izaskun pensó que alguna la miraba de mala manera, pero no tenía tiempo para eso, debía de seguir extendiendo su red y sus cebos.

Lo importante era ganar tiempo, lograr una posición de poder para controlar la situación y luego… ya se vería.


Continuará…