Capítulo IV Una cuchilla de Afeitar

Salgo un momento, voy a comprarme una maquinilla eléctrica de afeitar Nos vemos por la noche, Te quiero.

Me levanto temprano, con los primeros rayos del sol; y me dirijo al cuarto de baño. Antes de salir de la habitación, me giro para mirarte… parece tonto, pero me encanta verte dormida, con tu rostro en paz. También me gusta saber que estás ahí, que estás protegida, y que compartes mis sueños, esperanzas y alegrías cada noche y cada día.

Tras haberte visto, entro lentamente en la ducha después de haberme despojado de la ropa, de la misma forma que me quito esas barreras que ocultan y protegen mi alma de cualquier agresión. El agua caliente cae sobre mi cuerpo, mi cara, mi pelo; golpeando sin piedad toda mi piel. El vapor comienza a inundar la pequeña estancia; formando brumas que me envuelven y abrazan con su cálido e incorpóreo tacto.

Salgo de la ducha y me dirijo al lavabo; paso mi mano por la cara.

¡Aaaagh! ¡Parece papel de lija!.- Me digo en voz alta. Tomo en mi mano la cuchilla de afeitar, y, sin previo aviso, una oleada de recuerdos asalta mi mente.

AYER

Las lágrimas caían por mi rostro mientras un punzante y agudo dolor me atravesaba el pecho. Ella me había abandonado; ella, por la que todo había dado; ella, que era mi única fuente de alegría y felicidad en aquellos locos y confusos años de mi adolescencia tardía; ella que había tocado mi corazón como nadie lo había hecho hasta entonces. Y ya no estaba conmigo; se había marchado dejándome lleno de amargura y fúnebres pensamientos.

La puerta del baño estaba cerrada a cal y canto, pues quería estar sólo; no quería que nadie me viese así; ahogándome en la bilis de mi tristeza; ni tampoco deseaba la compasión de nadie. Sólo, total y completamente sólo; sentado en el frío suelo del cuarto de baño, con la espalda apoyada en la puerta; y unas lágrimas saladas y amargas recorriendo mis mejillas.

Miré hacia mis manos; una con el puño cerrado fuertemente y marcando las azuladas venas a través de la piel; en la otra, el puño sostenía temblorosamente una cuchilla de afeitar

  • ¡Vamos!.- me decía - ¿Tanto miedo tienes a morir?.- Era una voz interior que me invitaba a la muerte, a compartir su gélido abrazo, a abandonar esta vida que se me antojaba sin sentido y llena de dolor. Había bebido mucho esa noche, el alcohol nublaba mis sentidos, reflejos y razonamientos. El mareo era tal, que no podía ni tan siquiera ponerme en pie. Las píldoras ingeridas también contribuyeron en los acontecimientos que se sucedieron.

Entonces lo ví… mi difunto hermano se encontraba ante mí; sonriente. Estaba allí como siempre le recordaba y le quería recordar: Fuerte, seguro de sí mismo, cariñoso y atento con su hermano; en su perfecto papel de hermano mayor. Me esperaba con los brazos abiertos, invitándome a compartir con él el otro lado.

  • Ven conmigo, hermano. ¿Para qué seguir en este mundo lleno de sufrimiento y dolor? Ven conmigo a lo que llaman “el más allá”. Abandona esta existencia tan desagradable y acompáñame, que te echo de menos. Yo también pasé por algo así, y créeme, el reunir valor para dejar ese mundo injusto es lo mejor que he podido hacer en mi vida. Hazlo tú también y sígueme.

La invitación era cálida. Mi hermano, mi querido y amado hermano, cuya muerte tanto había llorado, venía a buscarme para llevarme con él y jamás separarnos. Pero algo frenaba mi mano; me daba miedo el dolor, tenía pánico a morir; mas vivir se me hacía insoportable. El pulso me temblaba horriblemente, parecía que mi mano había cobrado vida propia, y se resistía a hacerme abandonar esta vida.

Sentado en el suelo, mi espalda sentía la firmeza de la puerta, y el frío de las baldosas del suelo empezaba a calar a través del tejido de mis pantalones; restándole calor a mi carne, entumeciéndome las piernas. Pero yo permanecía inconsciente a todo ello; se me antojaba lejano, muy lejano, como si le pasase a otra persona totalmente ajena y distinta a mi. En el cuarto de baño, aislados del mundo exterior, sólo existíamos mi hermano y yo. Su semblante se volvía serio por instantes, y sus ojos me juzgaban con dureza.

  • ¿Qué te sucede?... ¿No quieres venir conmigo?... ¿Acaso no deseas abandonar todo esto? ¿Es que no ves que te hace daño?... Hermano mío, ¿Acaso ya no me quieres?

Llegados a este punto, su rostro se tensó más aún, su ceño se fruncía, a la vez que su mirada adquiría un fuego cuyo fulgor me era imposible de contemplar; un rictus de rabia se dibujaba en sus labios, convirtiendo su cara en una máscara de furia mientras su voz sonaba a puro desprecio.

  • ¡Déjalo!.- Practicamente me escupía las palabras junto a su nada disimulado desprecio por lo que era una clara muestra de debilidad y temor por mi parte.- Me estás demostrando que no eres más que un sucio cobarde; una jodida nenaza a la que le da miedo darse un simple cortecito. No quiero a semejante escoria miedica a mi lado por toda la eternidad.- Se dio media vuelta y empezó a caminar hacia ninguna parte… dio tres pasos, y se detuvo un instante; parecía que cogía aire para elegir cuidadosamente su última lanza verbal que iba arrojar para terminar de herirme en sus sentimentos. Giró su cabeza, y lanzó la andanada.- ¡Me das asco!.- Volvió a mirar en dirección opuesta a mi, y prosiguió su marcha al frente hasta desvanecerse en la pared de azulejos.

Sentí como si un inmenso jarro de agua fría se hubiese derramado por mi espalda. Era una sensación gélida, escalofriante y enfurecedora. Un rápido vistazo a mis manos; una, con el puño apretado con más fuerza que antes, con los nudillos pugnando por asomar a través de la piel, en la otra, la cuchilla fuertemente aferrada; una rabiosa determinación se apoderó de mí, seguida de una sombría elección y…

Estaba hecho; apenas notaba el dolor que me mordía en la muñeca donde se había producido el corte, del cual, manaba un torrente cálido y carmesí. A pesar de esa sensación como de estar flotando, conseguí ponerme en pie y enfrentar mi mirada a la de mi reflejo en el espejo; intenté esbozar una expresión de triunfo, pero mi otro yo, el que me devolvía la mirada desde el otro lado del espejo, esbozaba una expresión que se me antojaba patética y estúpida. Mejor así, el autodesprecio que sentía por mí mismo era tan grande, que me alegraba de saber que era la última vez que iba a ver aquel rostro bobalicón. El mundo comenzaba a dar vueltas a mi alrededor; se me ocurrió pensar que tal vez era yo, que estaba bailando para así festejar el fin de mi existencia y el de mis días en este mundo que se me antojaba cada vez más hediondo y miserable.

La realidad era otra: El riego sanguíneo empezaba a no llegar al cerebro, provocándome aquella dulce sensación de mareo. Cerré los ojos, y casi podía oir un riachuelo correr, pájaros cantando y algo más… a lo lejos, me parecía oir que alguien gritaba mi nombre, pero al intentar prestar algo de atención a aquel sonido, descubría que se trataba sólo del rumor del viento…

HOY

El calor una lágrima resbalando por mi mejilla, me devolvió a la actualidad; al aquí y ahora. Instintivamente, miré hacia la muñeca donde me hice el corte años atrás, buscando algún vestigio o resto de la cicatriz que me recordase la estupidez cometida por aquel entonces. Los recuerdos; los benditos y a la vez malditos recuerdos duelen más que las heridas originales, y sus cicatrices son mucho más difíciles de cerrar y olvidar. Dejé que la lágrima cayera al lavabo, juntándose con el resto del agua caliente que tenia preparada para limpiar la cuchilla de afeitar tras varias pasadas. Me miré al espejo, y ahí estaba mi otro yo, llorando también, y hablándome sin palabras.

Enseguida supe lo que tenía que hacer: quité el tapón dejando que el agua se fuese con el desagüe, permitiendo que mi lágrima se fuese junto al resto de gotas de agua hacia un nuevo destino. Me vestí, y tiré la cuchilla de afeitar a la papelera.

Salí del baño en silencio, y ahí estabas; dormida aún en la cama, por lo que decidí no despertarte. Jamás te he contado ese capítulo de mi vida; y por Dios, por el amor que te tengo y por el juramento que nos hicimos, que jamás lo sabrás. Es por eso, que dudo que comprendas en su máxima expresión el negro humor que destila la nota que te dejo encima de la mesa del salón.

Salgo un momento,

voy a comprarme una maquinilla

eléctrica de afeitar

Nos vemos por la noche,

Te quiero.