Capítulo iii. la cacería

María se lleva a los chicos al monte para darles una peculiar lección de caza en la que ellos son los depredadores y ella la presa.

CAPÍTULO 3

LA CACERÍA

La tarde anterior me había sentido algo traviesa cuando contacté con mis chicos, por lo que había quedado con ellos al día siguiente sobre las 1130 para pasar el día fuera. Eso fue lo único que les dije, además de que habíamos quedado en que en sus casas pondrían la excusa de irse al monte como tenían por costumbre, por lo que aparecerían vestidos para ello. Mientras me arreglaba, iba rematando los detalles de mi plan y veía en el espejo la pícara expresión que se formaba en mi rostro. Me puse un vestido ligero de tirantes estampado en azul y blanco, ajustado al cuerpo excepto en la falda, que con unos ligeros volantes tenía un vuelo al moverme que me encantaba. La había cortado y cosido hacía unos días para ellos, de manera que me quedaba tan corta que a poco que me moviera se empezaría a ver el comienzo de mi culito respingón y no digamos si me inclinase lo más mínimo. Desde luego no me puse ropa interior, ni arriba ni abajo, para resultarles irresistible. Me calcé unas sencillas zapatillas deportivas de loneta blanca y me recogí el pelo en un moño informal y me puse algo de colorete y sombra de ojos. Me ví francamente guapa y quedé muy satisfecha con el resultado, dirigiéndome a la cocina para tomar un café mientras venían mis hombres.

A la hora en punto escuché la verja de la entrada, me acerqué a la ventana  y allí entraban, mis cuatro guapos jinetes, vestidos de montañeros con sus botas y mochilas, alegres y extrovertidos, sobre todo Fernando que, como siempre, venía contándoles algún chiste o historieta de la que los otros tres se reían con ganas. Fui a la puerta y con una sonrisa de verdadera alegría por verlos de nuevo, los fui besando en la boca a medida que entraban, Pablo el primero: “Buenos días, cariño. Caray, hoy vienes con el guapo subido ”. “Gracias María. Tú sí que estás preciosa” , me contestó. Y la verdad es que debía estarlo, porque se veía en las caras de todos, recorriendo mi cuerpo lujuriosamente con sus miradas. “Hola, mi amor”, saludé a Fernando. “Cada día estás más bueno, tío cachas”, le dije a Chema dándole un cachete en el culo tras su correspondiente beso, mientras a Rulo le estampaba su beso en la boca cogiéndolo entre ambas manos y murmurando de placer. ¡Cómo me gustaban!.

Tras dejar sus equipos en la entrada pasaron al salón y tomaron asiento a la mesa, donde les tenía preparado un desayuno consistente. Les serví el café y, separándome de ellos abrí los brazos y les dije: “Bueno, ¿qué os parezco?”. “Espectacular, María”, dijo Rulo hablando por todos. “Estás absolutamente espectacular, y con los brazos así en cruz como los tienes, más todavía, que nos permite ver que no llevas nada debajo” . Murmullos de aprobación de los demás mientras yo me reía alegremente y les hacía muecas levantando la falda y mostrándoles el culo. Aplaudieron mi pequeña actuación y siguieron desayunando sin apartar la mirada de mi cuerpo. Definitivamente me encantaba sentirme tan deseada. “Bueno”, les dije, “mientras termináis el desayuno, quiero que vayáis pensando en algún sitio en la montaña que conozcáis y en el que tengáis la seguridad de que vamos a estar solos”. Ellos se miraron con alegría y anticipación, pues aunque ya habían comentado la posibilidad cuando venían, yo acababa de confirmárselo: sería la primera vez que tuviésemos un encuentro fuera de las paredes de mi casa. Empezaron a discutir nombres que ni me sonaban y rutas que para mí podrían estar en el otro lado de España. Tras unos minutos de charla y varias consultas a un mapa de la zona, me preguntaron: “¿En coche o andando?”. “En coche”, contesté yo. Ellos se volvieron al plano y, sin más dudas, me señalaron un sitio. “Aquí”, me dijo Rulo. “Hay un camino asfaltado que lleva a la orilla de este pequeño río, pero no hay nada alrededor que pueda incitar a ir. No hay pesca, no hay zona recreativa ni de barbacoa, ni nada parecido. Ahí estaremos tan solos como si camináramos por la Luna”. “De acuerdo. ¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar hasta allí?”. “Bueno”, dijo Fernando con su coña de siempre , “teniendo en cuenta que vamos en tu cacharro….” Yo hice un mohín de disgusto pegándole un manotazo en el hombro mientras le decía: “Calla, tonto, no te metas con mi cacharro, que gracias a él nos conocimos los cinco y estamos hoy aquí y así” y me abracé a él con fuerza mientras le daba un apasionado beso, recorriendo su boca con mi lengua para llevarme el sabor del café mezclado con su saliva mientras los demás reían su ocurrencia. Rulo continuó: “Aproximadamente una hora y cuarto desde aquí”. “Bien. Son las doce, por lo que  parece buena momento para ir saliendo y estar por allí sobre la una y media. Llevad las mochilas, porque comeremos en el monte” . Ellos se miraron y sonrieron ampliamente, demostrando que la idea les gustaba. Mucho.

Tras recoger la mesa nos dirigimos a mi coche y nos subimos todos con Rulo al volante ya que conocía el camino y yo ocupé el sitio junto a él. Las mochilas iban en la parte trasera y los otros tres amigos muy formalitos en el asiento correspondiente. Nos pusimos en marcha mientras charlábamos y ellos intentaban sonsacarme  el plan del día y yo me hacía la loca contestando cosas que no tenían nada que ver con las preguntas y que provocaron sus sonoras risas. Y así enfilamos la carretera hacia la sierra, estableciendo un cómodo y tranquilo crucero. Llevé la conversación hacia los documentales de animales, que me encantaban y que todos ellos me dijeron que veían siempre que tenían oportunidad, aunque Chema, según confesó, no los cambiaba por un programa deportivo,. Discutimos sobre lo que los elefantes y los delfines eran capaces o no de discernir, de las técnicas de caza de los grandes felinos y su forma de devorar las presas o de cómo marcaban su territorio con orina. Con gran curiosidad, pues no tenían ni idea, atendieron a mis explicaciones sobre la forma de comerse a los antílopes que les sirven de alimento, ya que normalmente comienzan por las ingles al ser las partes más blandas que les dan acceso a las vísceras, que es lo que primero devoran al contrario que los humanos, que buscamos más la carne de los músculos. Tras un rato la charla decayó algo, lo que aproveché para pasarme al asiento trasero mientras le decía al oído a Rulo: “Lo siento mi vida. Te toca conducir”. “¡Hola, granujas!” , saludé al sentarme entre ellos, “¿me podéis calentar un poquito mientras llegamos?” . Y empecé a pasar las manos por sus entrepiernas y a besarlos dulcemente al tiempo que ellos comenzaban a tocarme por todas partes tumbada como me coloqué sobre sus piernas. Pablo comenzó a pasarme la mano por el coño mientras Chema me metía la mano por el escote y empezaba a masajearme las tetas y Fernando hacía lo propio con mis piernas. Yo me fui abandonando a sus magreos apenas acariciando el pecho de Chema bajo su camiseta y tras un rato les dije que me quitaran el vestido apoyando mis pies en el tirador de la puerta y levantando las caderas para facilitarles la labor. Ellos no se hicieron de rogar y en un segundo estaba desnuda para su goce, girada un poco sobre el costado para besarme con Chema, al tiempo que los tres continuaban sus manoseos y luego moviéndome para cambiar la posición y permitirles a los tres comerme la boca, las tetas y todo lo que quisieran comerse. Tocaba sus vergas  por encima de los pantalones, que ya se sentían duras como piedras, y las masajeaba para excitarlos aún más de lo que ya lo estaban.

Entonces sentimos disminuir la velocidad del coche y levantamos la mirada. Rulo lo había adentrado por una senda de asfalto cuya anchura sólo permitiría el paso de un vehículo, y que estaba rodeada por un paisaje espectacular. En el fondo de un valle, junto a un pequeño río que serpenteaba a la falda de un escarpado monte a la derecha en tanto que a la izquierda la montaña ascendía de modo mucho más suave. Los árboles lo cubrían todo y dejaban pasar los rayos del sol tras filtrarlos y dulcificarlos, concediendo al panorama una luz espectacular y el olor característico del bosque, además de templar la temperatura notablemente. En resumen, un pequeño paraíso que, como había avisado Rulo, se percibía completamente solitario. El camino terminó repentinamente a la vuelta de una curva a la izquierda, donde Rulo detuvo el coche. “ Hemos llegado” , anunció. Yo terminé de incorporarme y salí del coche vestida sólo con las zapatillas ante la evidente mirada de frustración de mis tres amantes que me siguieron en silencio con Rulo. Me volví frente a ellos y les dije: “Desnudaos, pero dejaos las botas”. Ellos se miraron aunque enseguida empezaron a hacerlo, obedientes y ya acostumbrados a mis peculiares peticiones, pero también con la seguridad de que aquello tendría, de una manera u otra, su recompensa. Echaron toda la ropa en el coche y le pedí a Rulo que me diera las llaves, que coloqué en un pequeño imán sujeto tras la placa de la matrícula delantera: “Este es mi escondite secreto por si alguna vez lo necesitáis” , les dije.

“Bien. Este es el plan. ¿Os acordáis de lo que hemos venido hablando en el coche?. ¿Los métodos de caza de los leones y cómo matan a sus presas asfixiándolas?. Bueno, pues hoy toca ir de cacería. Vosotros sois los leones y yo soy vuestra caza. Me vais a dar un par de minutos de ventaja mientras yo escapo. Después tendréis treinta minutos, tras los cuales la cacería habrá terminado. Creo que tenéis todas las ventajas, pues conocéis el terreno en tanto que yo no tengo ni idea de dónde estoy. Además sois cuatro y mucho más fuertes que yo, por lo que no creo que podáis quejaros en este aspecto. Si me cazáis, podréis devorarme. Si no lo hacéis…bueno, pasaréis hambre”, terminé con una sonrisa traviesa en mi boca. Ellos me miraban sorprendidos y excitados como podía verse claramente, desnudos como estaban. Cómo me gustaban los cuatro, con aquellas vergas magníficas comenzando a mirar a las copas de los árboles y aquellos cuerpos jóvenes y atléticos con el deseo incontenible reflejado en sus rostros, pero siempre tan correctos y cariñosos que me desarmaban por completo cada vez que nos encontrábamos . “Daos la vuelta”. Ellos se giraron y quedaron mirando hacia el coche. Yo me acerqué y les fui acariciando los culos, duros y tersos y las espaldas, donde les dí algún beso leve. “Espero que no tengáis que volver a casa con el estómago vacío….”, les dije con un falso tono melindroso mientras me daba la vuelta y salía corriendo como alma que lleva el diablo. Como, efectivamente, no conocía aquello, mi plan era mantenerme cerca del río para tener una referencia, pero tampoco quería permanecer demasiado cerca del mismo para no ponerles a los chicos las cosas más fáciles de lo debido, así que ascendí la suave pendiente del lado izquierdo del río en diagonal al curso de éste, corriendo entre los árboles y mirando hacia atrás de vez en cuando por si veía a alguno de mis cazadores.

Al cabo de un par de minutos reduje el ritmo de mi carrera para no cansarme en exceso y tomé un trote más relajado prestando atención a no hacer demasiado ruido y delatar mi posición, comenzando a disfrutar de la belleza del lugar y del hecho de encontrarme correteando desnuda por él con el sol acariciando mi piel y sintiendo el aire fresco del bosque sobre todo mi cuerpo. Miraba hacia atrás de vez en cuando pero sobre todo hacia el río, tanto para no perderlo de vista como para vigilar la que supuse que sería su ruta de búsqueda. Transcurridos unos diez minutos, reduje todavía más mi marcha y vigilé aún más la zona del río, mientras mantenía la dirección general de mi huida desde que les dejé junto al coche. Y fue durante uno de estos giros de cabeza, cuando la volvía hacia el frente, cuando me tropecé con un pecho justo delante de mi nariz sin tiempo alguno de reacción. Simplemente había aparecido allí cuando dos segundos antes, al comenzar a mirar yo hacia el río, no estaba, pero no me dio tiempo ni a sorprenderme, pues tal y como me di contra él sentí sus fuertes brazos rodearme mientras por detrás otro cuerpo chocaba contra mi espalda y me derribaba junto con el dueño del pecho que me sujetaba con fuerza. En medio de los dos, como un bocadillo humano, caí al suelo rodando por efecto de la velocidad que traía el que atacó por detrás. Ya había reconocido a Chema en aquel pecho y mientras rodábamos los tres por la hierba ellos me protegían  con sus cuerpos y los brazos, rodeándome como en una jaula para que no sufriera daño alguno. Tras mi susto inicial comenzamos los tres a reír todavía girando por el suelo y supe que era Fernando el que se apretaba contra mi espalda.

Ambos fueron soltándome mientras nos deteníamos y los tres nos quedamos tumbados sobre la fresca hierba, sonriendo durante unos segundos, relajando la tensión del momento y escuchando los gritos de victoria de Rulo y Pablo que venían unos metros detrás. Todos nos miramos alegres aunque con la respiración acelerada debido al esfuerzo y a la incipiente calentura que comenzaba a trepar por nuestras piernas y ellos de inmediato empezaron a ponerse a mi alrededor anticipando lo que iba a suceder, pero yo les dije: “¿A dónde vais?. ¿Os acordáis de cómo matan los grandes gatos a sus víctimas y cómo las devoran?”. Ellos asintieron. “Pues vosotros habéis derribado vuestra comida de hoy, pero todavía no la habéis matado”. Y tal y como dije aquello me incorporé rápidamente y comencé a correr como loca aprovechando la sorpresa inicial para ganar unos metros, aunque Pablo reaccionó de inmediato y, con su altura, dio unas grandes zancadas para alcanzarme y, sujetándome por la cintura, llevarme al suelo de nuevo, también sobre él para protegerme mientras yo reía a carcajadas pensando en la cara que se les había quedado cuando huí de nuevo y en lo que estaba disfrutando con toda aquella situación. Pablo reía también, acompañada su risa de la de sus amigos que ya se encontraban junto a nosotros: “Acordaos, sois grandes felinos y yo vuestra gacela. No deis nada por sentado y acabad con vuestro almuerzo como ellos lo harían antes de que pueda volver a escaparse”.

Y, para mi sorpresa, captaron mis deseos con asombrosa exactitud. Rulo se abalanzó sobre mí, cubriendo mi boca con la suya completamente abierta imitando a los leones que a veces sujetan a sus víctimas así para asfixiarlas. Fernando y Chema se lanzaron sobre mis suaves y cálidas ingles, lamiendo, como hacen ellos, con toda la lengua la zona que luego van a morder con pasadas lentas y seguidas, y comenzando después a morderme con suavidad y tirando de la piel remedando igualmente los movimientos de estos depredadores cuando la arrancan con sus fauces para acceder a los blandos y nutritivos órganos internos. Pablo se dedicó a hacer lo mismo sobre mis pechos, mordisqueando y tirando suavemente de los pezones y de todo el resto de ellos. La presa de Rulo me impedía respirar por la boca, pero no así por la nariz, y aquellos mordisqueos por mi cuerpo empezaron a hacer su efecto poniéndome a cien en unos pocos minutos. Me sentía transportada a otra dimensión, con aquellas lenguas paseando por mi piel en lamidas largas, lentas y fuertes y aquellos dientes mordisqueando y tirando de mis tetas, ingles y labios exteriores de mi coño, mientras sentía la pesada respiración de Rulo sobre mis labios. Como buenos felinos, no me tocaban en absoluto con las manos más allá de mantenerlas sobre mi cuerpo para inmovilizarlo, y poco a poco comencé a sentir un ligero temblor recorriéndome por entero que avisaba de un orgasmo que se acercaba, y al sentirlo Pablo, soltando su presa en un pezón, se incorporó con rapidez hacia Rulo mientras le decía: “Todavía no está muerta. Déjame a mí”. Rulo le cambió el puesto y se fue hacia mis tetas con el deseo pintado en la cara, en tanto que Pablo se tumbó boca abajo a la altura de mi cabeza, perpendicular a mí y apoyado en los codos. Pasó su antebrazo izquierdo por debajo de mi cuello y apoyó la mano derecha sobre mi cara, sin agarrarla, sólo apoyándola como haría un león con sus zarpas. Inclinó así mi cabeza hacia atrás curvando mi cuello hacia arriba para que quedara completamente a su merced y entonces se lanzó sobre él con la boca abierta y, con decisión, clavó con suavidad sus dientes en el comienzo de la tráquea, justo bajo la mandíbula, ejerciendo la presión justa para no hacerme daño, pero sí para causarme una ligera sensación de asfixia.

Aquello fue como una explosión nuclear. Aquella sensación de la presa sobre mi cuello, la pequeña asfixia, el ligero movimiento de su cabeza mirando a sus compañeros sin soltar la mordida que se traducía en el mismo movimiento de mi cuello y mi cabeza, casi suspendida de sus dientes, mientras los demás arañaban delicadamente con los suyos mis zonas erógenas, me llevaron a un clímax como no había tenido otro en mi vida, que se mostró como un estertor incontrolable que me recorrió de arriba abajo y me arrancó un grito de infinito placer ahogado por la presión que Pablo mantenía sobre mi garganta, para quedar tras unos segundos absolutamente relajada e inerme. “Ya”, anunció Pablo soltándome el cuello y dejando mi cabeza reposar en la hierba. Y al oírlo,  los cuatro se movieron de manera que Rulo se puso de rodillas con mi cabeza entre ellas y Fernando hizo lo propio frente a mi coño, dispuestos ambos a follarme sin demora. Ya habían acabado con su presa, por lo que yo mantenía los ojos cerrados y todos mis músculos absolutamente relajados, a lo que ayudaba el sopor en que caí tras el soberbio orgasmo que acababa de experimentar. Rulo pasó las manos por debajo de mi cuello para mantener la torsión que antes había obtenido Pablo y poder clavarme la polla en la boca, lo que hizo con urgencia, queriendo correrse cuanto antes como parecía su costumbre. La metió con facilidad tras entreabrir mis labios con la presión constante de su glande y sentí sus huevos suaves y calientes apoyarse en mis mejillas y nariz, mientras Fernando por su parte, inclinándose hacia adelante, colocaba sus manos en la hierba junto a mis costados para meterme la suya en el coño con suavidad y lentamente. Me encantaba aquello y deseaba poder moverme para tocarlos, masturbarlos, acariciarlos, besarlos, mamarlos…Pero las reglas eran las reglas, y yo era el resultado de su caza del día, por lo que permanecí absolutamente inmóvil por más que anhelara lo contrario.

Entonces Pablo les dijo: “¡Esperad!. Mirad esa piedra”. Se había fijado en una gran piedra que asomaba del suelo entre varios árboles y que tenía una forma redondeada y cuyo tamaño calculó que podría servir perfectamente a sus propósitos, así que le dijo a Chema: “Cógela en brazos y tráela aquí”. Chema no dijo nada, pero se acercó para tomarme en sus brazos mientras Fernando  y Rulo sacaban sus vergas de mí a regañadientes, sobre todo el segundo, al que oí musitar a Chema: “Date prisa por favor. ¡Me estoy corriendo!”. Me dio tanta pena mi pobre Rulo que estuve a punto de romper el juego y salir corriendo hacia él para que me la metiera en la boca y se descargara a gusto, pero me dije a mí misma que tenía que mantener el plan, así que lo único que hice fue entreabrirla mientras Chema me levantaba en vilo, de manera que cuando me depositara en la piedra Rulo no tuviera que perder el tiempo. Y en efecto, me sentí apoyar la espalda en una piedra redondeada que me obligaba a arquearla, quedando con las piernas abiertas y las puntas de los pies tocando la hierba, mientras la cabeza colgaba hacia atrás por el otro lado de manera parecida a como la había colocado antes Rulo. Con los brazos en cruz, también en el aire, cuando todavía Chema retiraba las manos por mi espalda y piernas, sentí la polla de Rulo apoyarse en mis labios, ya goteando, y empujar con fuerza para entrar en mi boca y llegar hasta el fondo, soltando un tremendo chorro de leche que casi me atraganta debido a la postura, y que conseguí ir tragando sin hacer mis movimientos muy evidentes, aunque no sin que Rulo me llenara la boca por completo al expulsarla mucho más deprisa de lo que yo podía llevarla a mi garganta, además de por la postura, porque me gustaba tanto su sabor que no podía evitar paladearla con glotonería antes de despedirme de ella.

Fernando por su parte se había colocado, ahora de pie, entre mis piernas y empujaba su verga penetrándome con calma, casi regodeándose, y comenzaba a moverse despacio una vez llegó a apoyar su pelvis en la mía. Me encantaba cómo me follaban los cuatro. Eran distintos, evidentemente, y cada uno tendía a hacerlo de manera diferente, pero ¡qué maravilla!. Podía disfrutarlos a todos y cada uno de ellos al mismo tiempo y aquello me resultaba maravilloso a la vez que muy excitante.

Mientras Fernando comenzaba su bombeo, Chema ocupaba el sitio de Rulo y colocaba sus testículos entre mis labios. Identificado con el juego, y para evitar que yo me tuviera que mover, empujó suavemente mi barbilla con los dedos para abrir más mi boca, empujando con la otra mano hasta meterme los dos huevos dentro de ella y volver a empujar la barbilla en sentido contrario para cerrar mis labios y dientes sobre ellos. Una vez separó la mano, yo cerré lentamente los dientes hasta sentir que la presión que hacía no permitiría a Chema sacarlos sin tirar con fuerza, que era precisamente lo que él buscaba, ya que, sintiendo mis dientes aprisionar su piel, tiró firmemente hacia arriba de manera que sus huevos quedaron sujetos por los dientes con la piel del escroto tirante como la de un tambor y comenzó a masturbarse gruñendo de placer y excitación. Era delicioso. Fernando aceleraba paulatinamente el ritmo de su follada  y yo estaba de nuevo excitada. Sentía las mejillas acaloradas y, con toda seguridad, con un color que nada tendría que ver con el de una presa supuestamente muerta, pero la verdad era que estaba disfrutando aquella situación mucho más de lo que en principio había supuesto. Definitivamente, Fernando se venía. Imprimió una cadencia muy rápida a sus caderas y, mientras sujetaba las mías con gran fuerza, soltó un gruñido que se fue convirtiendo en grito a medida que se descargaba en mi vagina, poniéndome a punto del orgasmo al sentirla por fin llena de semen caliente. Atenta a la corrida de Fernando, había relajado ligeramente la presión sobre los cojones de Chema sin darme cuenta de que él había acelerado también el ritmo de su paja, por lo que, en uno de sus violentos movimientos, escaparon de mi boca  resbalando entre los dientes, lo que produjo a Chema el punto de placer que le faltaba para llegar al orgasmo, y con un rápido movimiento me puso el glande entre los dientes, sin meterlo más y sin dejar de pajearse, corriéndose como un loco. Aquello subió mi excitación como la espuma, pues aunque disparaba su esperma con fuerza, la posición relativa de ambos hacía que fuera a golpear en mi lengua  y no irse directamente por el esófago, lo que me permitió mantener en la cavidad bucal todo el semen que me disparó aún después de retirar su verga una vez hubo terminado. Yo intentaba no mover la cara, pero sí lo hacía con la lengua sin abrir los labios para que no se notase, saboreando toda aquella nata blanca y espesa que me volvía loca para tragarla después sintiéndola deslizarse hacia el estómago.

Pablo era el único que faltaba por follarme y yo esperaba, inmóvil sobre la piedra, con los brazos abiertos y suspendidos hacia abajo en el aire y con las piernas también abiertas dejando salir un reguero de esperma de Fernando que me resbalaba por el ano en una deliciosa caricia. ¿Porqué no venía?. ¿A qué esperaba para penetrarme por alguna parte con aquella portentosa polla suya?. Me encontraba excitadísima y deseando alcanzar un nuevo orgasmo, del que me sabía muy cerca, pero Pablo no parecía decidirse. Y entonces sentí una verga apoyarse en mis labios al tiempo que otra lo hacía sobre mi coño. “¡Diablos!. Tiene que ser Rulo que vuelve para enmendar su rápida corrida anterior”. Y así era. Rulo empujaba los labios inferiores mientras el tremendo rabo de Pablo hacía lo propio para entrar entre los superiores y llenarme la boca de carne caliente. Había abierto mucho sus piernas para quedar algo más bajo y alinear bien su polla con mi cuello, y empezó a empujar hasta que dejó atrás la campanilla e ingresó directamente en mi garganta, comenzando entonces un lento y largo vaivén que alternaba la punta del glande entre mis dientes con la presión de su pelvis y testículos sobre mi cara. Aquel recorrido interminable del enorme falo por mi boca y garganta entrando y saliendo pausadamente, disfrutando de cada milímetro en toda su longitud ayudado por las pistonadas  violentas con que Rulo me estaba jodiendo, me llevaron a un orgasmo incontenible que me sacó un gruñido del fondo de la garganta que fue apenas audible a causa de la polla de Pablo. Nuevamente relajada, me dediqué a disfrutar plenamente de la follada a la que me sometían mis dos chicos, sintiendo cada movimiento, cada roce de su piel contra la mía, cada temblor. Pablo me cogió ambos pezones con la punta de los dedos y tiró hacia arriba manteniendo tirantes mis tetas e inmovilizando sus brazos, de manera que los embates de Rulo causaban que éstas se movieran a su compás mientras los pezones permanecían quietos en el aire sujetos por los dedos de Pablo. Estuvimos así unos minutos, ellos bombeando y sujetando mis pezones y yo absorbiendo la multitud de sensaciones que me inundaban, por lo que pude sentir perfectamente  los latidos de la polla de Pablo en mi boca anunciando a mi paladar una nueva descarga de deliciosa leche. Conociéndome ya como me conocía, y con el cariño que yo sabía que me tenía, controló el impulso que le dictaba su instinto de empujar hasta el fondo para vaciarse y en lugar de esto, apoyó la punta del rabo en mi paladar explotando en una abundantísima corrida que llenó mi boca por completo. Pero el muy bandido seguía sujetando mis pezones en su posición proporcionándome un placer exquisito que, unido al sabroso semen que inundaba mis carrillos, contrajeron mis músculos vaginales e hicieron que al sentirlo Rulo me apretara fuertemente las caderas con sus manos y, empujando hasta golpear con su pelvis en la mía, me inyectara un chorro de esperma a tal presión que me cosquilleó todo el fondo de la vagina y me hizo temblar de placer experimentando un orgasmo espectacular mientras él terminaba de vaciarse en mí en tanto que yo tragaba con lentitud la leche de Pablo saboreando cada gota.

Yo estaba sumida en un estado de modorra causado por el placer extremo que había disfrutado y permanecía quieta en la posición en la que Chema me había depositado sobre la piedra. Follada hasta reventar, en aquella postura impúdica con los cuatro chicos a mi alrededor que me adoraban y seguían nuestro trato con una fidelidad y caballerosidad impropias de su edad, me sentía tan puta y sucia para ellos que sólo pensarlo me estremecía de placer. Sin embargo a mi plan le faltaba un detalle para coronarlo y, antes de que pudiera moverme y decir nada al respecto, oí a Pablo pronunciar exactamente las palabras que quería decirles yo: “Chema, vuelve a colocarla sobre la hierba. Hay algo que nos queda por hacer”. Los demás le miraron sin comprender. “ Tenemos que marcar nuestro territorio” , lo que me hizo temblar de emoción al comprobar de nuevo lo asombrosamente bien que mis jóvenes folladores entendían y compartían mis deseos. También temblaba con la anticipación de saber lo que estaba por venir, cuando sentí de nuevo los fuertes brazos de Chema deslizarse bajo mi espalda y piernas y levantarme en vilo con facilidad mientras yo mantenía mi actitud de absoluta inmovilidad y relajación. Casi de inmediato volvió a depositarme sobre la hierba con el mismo cuidado que si fuera de cristal. Oh, cómo me gustaba aquel mimo en el trato de todos, pensaba mientras notaba las pisadas de sus botas a mi alrededor y sus quedos cuchicheos que no me permitían entender sus palabras pero sí que estaban preparándose para entrar en acción. Y entonces sentí en mi vientre el primer chorro de caliente y abundante orina que empezó a recorrerlo dirigiéndose lentamente a mis tetas y al que inmediatamente se unió un segundo. La piel se me erizó debido a la súbita oleada de placer que experimenté y mis rodillas, separadas por alguno de ellos al colocarme Chema en el suelo, comenzaron a vibrar, casi más que a temblar, colocándome al borde de un orgasmo absolutamente inesperado. Sentía la meada de ambos correr por mis tetas, costados y piernas  tras impactar en su caída a todo lo largo del vientre, los muslos y los pezones y entonces una tercera hizo blanco directamente en mi empapado coño arrancándome un gritito de placer que no pude reprimir, aunque conseguí permanecer inmóvil mientras el cuarto comenzaba a mear directamente sobre mi cara, entreteniéndose especialmente en los labios, que entreabrí disimuladamente para permitir que por lo menos parte de aquella orina accediera al interior y poder así saborearla. Me supo fuerte, pero me gustó sobremanera, por lo que lentamente seguí abriendo mis labios hasta que, gracias a la puntería del lanzador, el chorro accedió directamente a mi interior, inundándome por completo antes de tragarlo con una pasión que me sorprendió a mí misma y que me hizo finalizar en un orgasmo rápido y profundo. Poco a poco, la lluvia dorada fue remitiendo hasta terminar, y en ese momento, presa de esa pasión desconocida para mí, me incorporé de un salto y me fui metiendo aquellas pollas chorreantes en la boca para, chupando con fuerza, llevar a mi interior las últimas gotas del precioso oro líquido ante las caras de sorpresa pero indisimulado placer de mis jóvenes amantes.

Antes de que los chicos pudieran reaccionar, me senté en el suelo entre ellos y comencé a descalzarme tras lo que me puse en pie y, con una sonrisa tan traviesa como de felicidad, les dije: “¡Qué!. ¿Un bañito para limpiarnos?” y salí corriendo como una ardilla en dirección al río mientras ellos se descalzaban y salían al galope tras de mí. Sólo cubría hasta la cintura, pero el agua se sentía muy fría a pesar de encontrarnos en Agosto, pues se trataba de un río de montaña, y esa circunstancia me levantó los pezones poniéndolos duros como piedras, llegada al centro del río, me dí la vuelta para verlos a los cuatro corriendo como posesos entrando en el agua y, entre risas, comenzamos a arrojarnos agua entre todos golpeando con las manos la superficie. Uno de ellos se abalanzó sobre mí venciéndome hacia atrás sumergiéndome por completo en el agua junto a él para sacarme enseguida mientras me besaba en los labios con pasión y yo le correspondía mientras le acariciaba la espalda y el culo. Era Chema. Los demás seguían con su particular batalla de agua entre ellos hasta que vieron que Chema y yo rompíamos nuestro abrazo y nos uníamos a la lucha. Poco a poco fuimos calmándonos hasta que con el cansancio haciendo mella en todos, nos fuimos sentando en el lecho del río para refrescarnos dejando sólo las cabezas fuera del agua. “Gracias chicos”, les dije . “Gracias por la felicidad y el placer que me habéis proporcionado hoy, pero sobre todo por haber sabido entender tan bien mis deseos hoy como cuando hicimos nuestro trato el mes pasado y haber respetado tan exquisitamente las reglas del juego. Hoy he tenido dos sorpresas inesperadas cuando Pablo me ha sujetado el cuello con su boca y cuando habéis meado sobre mí. El placer que he sentido en ambas ocasiones ha sido extremo, y los orgasmos, brutales, mejores que cualquiera que haya experimentado con anterioridad, así que tendré que pensar un poco sobre eso…para que me lo volváis a hacer, claro”, añadí sonriendo con picardía. “También quiero agradeceros lo bien que sabéis compartirme, sin celos ni rencillas entre vosotros cuando alguno me besa o se corre en mí más que otros. Esto, que puede sonar fácil, es exactamente todo lo contrario, y vosotros me estáis demostrando una madurez y saber estar muy por encima de vuestra edad. Os quiero mucho a los cuatro”, dije para terminar y acercarme a besarlos a los cuatro en la boca intensamente, mientras acariciaba sus vergas y sus testículos encogidos a causa de la temperatura del agua. “Habéis hecho bien en mear sobre mí para marcar vuestro territorio, porque desde este momento soy precisamente eso: vuestro territorio. ¿Nos volvemos al coche a comer?. Estoy hambrienta”. Y así fuimos saliendo del río lentamente, dejando que el sol comenzara a secarnos mientras íbamos en busca de nuestro calzado, tras lo cual nos volvimos al coche los cinco, desnudos, abrazándome a uno o a otro según la charla cambiaba de protagonistas mientras caminábamos. Me besaban con cariño cuando me agarraba a sus cinturas y ellos pasaban el brazo por mis hombros y yo jugueteaba alegremente con sus sexos y sus torsos pasando mi mano libre por ellos en una suave caricia, sintiéndome la mujer más afortunada del mundo.

Llegamos al coche y sacamos la comida que habían traído en sus mochilas, además de la bebida y fruta que había incluido yo antes de salir, distribuimos todo sobre la hierba y nos dispusimos a devorar, hambrientos, los enormes bocadillos allí desplegados. Fernando, fiel a su carácter bromista, se acercó a Pablo con un bocadillo en la mano para, sin decir nada, acercarlo a la verga de éste en un movimiento exagerado de comparación mientras pintaba un gesto dubitativo en su cara. Todos estallamos en carcajadas y los dos, partidos de risa, nos obsequiaron con una falsa pelea de artes marciales durante la que nos hicieron desternillar de risa ante el despliegue de las más cómicas posturas imaginables, a las que se sumaba el hecho de hacerlas vestidos nada más que con sus botas.

Tras aquella simpática situación nos fuimos sentando en el suelo para comer, tras lo que nos fuimos estirando perezosamente sobre la hierba mientras la modorra se iba apoderando de nosotros. Chema, sentado junto a mí, se había echado hacia atrás con las piernas y brazos extendidos dejándose acariciar por el sol y yo me recosté entre sus piernas, apoyando mi cabeza en su muslo muy cerca de la ingle, lo que me permitía acariciar distraídamente su verga y testículos, besándolos levemente de vez en cuando mientras charlábamos medio dormidos y mi conciencia se deslizaba lentamente a la relajación reparadora del sueño.

Me desperté un rato después para darme cuenta de que mis cuatro jinetes, que tan maravillosamente me habían montado poco antes, dormían a mi alrededor agarrando uno de ellos una de mis manos, otro abrazado a una pierna y el tercero sujetando uno de mis pies con las dos manos, además de sentir la respiración de Chema bajo mi cabeza.

“Caray”, pensé con una sonrisa. “Realmente parece que no están dispuestos a dejarme escapar. Si supieran lo feliz que me hacen y lo poco que pienso en poder escapar…”.