CAPITULO II: Mi tio, mi tutor, mi amante.
Mis padres me pusieron bajo la custodia de mi tío sacerdote.
Fui a los servicios caliente como no lo había estado antes para darme una paja. Entré en uno de los váter cuando escuche un fuerte portazo en los aseos, guardé silencio, aquellas voces las conocía.
- No te escondas palomita, sabemos que estás aquí.
¡Joder!, me habían seguido.
- Sabemos que no has terminado tu trabajo.
Cerré el pestillo en un intento absurdo de pasar inadvertido, pero tamborilearon sobre la madera.
- Ábrenos venga ¿no querrás vernos enfadados?.
Soltaron un fuerte puñetazo que hizo temblar las bisagras. Asustado y avergonzado abrí obediente la puerta, tiraron del suéter escolar colocándome en mitad de su corrillo.
- Bien, bien… parece que no le has gustado a tu tito, tal vez no seas lo suficiente para él, pero eso vamos a arreglarlo. Hoy mismo empezaremos tu entrenamiento harás todo lo que te digamos y nos tendrás satisfecho a los tres convenientemente, si alguien te pregunta tú dirás que eres nuestra mascota y que te estamos preparando para ser mejor ¿entendido?.
Yo estaba abochornado y encogido, me sentía minúsculo ante ellos.
- Porque si no, podrías sufrir un accidente dentro del colegio, no sé, caerte desde una ventana o resbalarte en la ducha abriéndote la nuca, ya se nos ocurriría algo.
Me estaban intimidando de verdad, sabía que aquellos hijos de perra serían capaces de hacerlo, así que asentí en silencio bajando la mirada al suelo. Ramón se puso la mano en la oreja burlonamente, en una mueca:
No he escuchado nada ¿y ustedes muchachos? – los otros rieron la gracia.
Si, lo he entendido.
Muy bien así está mucho mejor, ahora vamos a empezar con el adiestramiento. Vamos metedle la puta cabeza en el váter, me apetece darle por culo a este mamón.
Uno de los secuaces me retorció el brazo hasta que me doblé por la cintura de puro dolor, él otro se fue a vigilar la entrada. Me llevaron hasta el inodoro yo grité “estaba acojonado”, metieron mi cara en el váter lleno de meados y para acallarme tiraron de la cisterna, el grito quedó echo un gorgojeo mientras tiraban de mis pantalones hacia abajo.
Hostias alguien viene – escuché detrás de mí - tenemos que irnos son los de la limpieza.
Ya seguiremos con esto – dijo Ramón, antes de salir “por patas”.
Me dejaron tirado de rodillas con la cabella mojada y las piernas chorreando hasta los tobillos habían conseguido que me orinara de terror… así empezó la época más humillante de mi existencia.
Buscaban cualquier oportunidad para demostrar ante los demás que yo había pasado a ser su esclavo, a veces me pedían que me bajara los pantalones delante de otros para avergonzarme… todos hacían comentarios burlones a mi paso.
Cada día tenía que hacer de criada y de puta para Ramón, haciéndole sus deberes, limpiando la habitación y poniéndole el culo o la boca según se le antojase. Incluso se averiguó un dilatador anal que me obligaba a llevar bajo los calzoncillos para que tuviera presente siempre que le pertenecía.
Su maldad no tenía límites y no contento con eso ideó la forma de venderme, si como habéis leído, vendían mis favores, mi cuerpo que había dejado de pertenecerme. Yo tuve que acostumbrarme a mamadas y penetraciones de todo tipo, a insultos, a lamer glandes como si fueran caramelitos, a despojarme de cualquier atisbo de dignidad, tragándome cipotes de todos los tamaños.
Allí hacinados había casi ciento cincuenta adolescentes con las hormonas revolucionadas y sin posibilidad alguna de contacto con mujeres, lo que nunca me imaginé es que en aquel maldito lugar hubiera tanta depravación.
Mi tío notó que yo había cambiado, cada vez estaba más consumido y demacrado. Varias veces asistí a dirección donde fui acribillado a preguntas, pero yo no podía confesar lo que estaba sufriendo. Él a pesar de su rudeza intentaba darme confianza con un cariño paternal que parecía sincero o al menos así quise creer, lo necesitaba:
- ¡No se que leches te pasa Marcos! – exclamaba mientras con las manos peinaba sus cabellos ligeramente grisáceos hacia atrás, negando con la cabeza - pero no estás bien, sea lo que sea tienes que pararlo o caerás enfermo. Yo te ofrezco mi ayuda incondicional, pero no podré hacer nada si no se lo que tienes.
¿Cómo iba a decirle que me había convertido en el perro del internado?. Que me penetraban, me agredían e incluso a veces se meaban en mi cara mientras yo tenía que tragarlo y sobre todo… ¿cómo confesar que aquello había empezado por su insinuación y que la misión principal que me habían impuesto era follar con mi propio tío, para que Ramón pudiera grabarlo y así sobornarle a él y al colegio?.
Yo aguantaba sus sermones cada vez más seguidos y me marchaba en silencio, para continuar con mi mísera existencia. Sus palabras me martilleaban en el cerebro, sabía que tenía razón pero no le hacía caso. La única salida lógica que veía era suicidarme, pero no me atreví.
Como suele pasar muchas veces en la vida las cosas cambian inesperadamente, todos los tíos prepotentes tienen sus enemigos. Alimañas aun peores que ellos que esperan a la sombra para quitárselos de en medio ocupando su lugar y ese era Sergio Mendoza otro interno que se la tenía jurada a Ramón.
Empezó a facilitarme estupefacientes que él mismo se agenciaba de la consulta de su madre farmacéutica, en solo una semana me aficioné a tomarme aquellas drogas en un intento de que los días pasaran más rápido. Parecía una marioneta en manos de unos y otros.
Ramón quiso desembarazarse de mí ya no le servía para sus planes, había pasado a ser un muerto andante. Nadie pagaba por mí cuerpo y yo era incapaz de reaccionar ante una orden, por mucho que me maltratase.
Una de las tardes en que preso de las alucinaciones estaba tumbado sobre la cama, miraba entre neblinas como Ramón estaba preparando una gruesa soga que ató a una barra trabada entre el armario y la puerta del baño, seguramente aquello lo llevaría preparando varios días, pues lo hacía con metodismo y tranquilidad.
Luego me alzó, mi cuerpo laxo caía sobre el suyo, noté como me pasaba la soga por la cabeza y por primera vez su contacto no me asustó, me sentía feliz ¿aquella sería mi liberación?.
Noté como mi cuerpo se alzaba en el vacío, haciendo más dificultosa la respiración, fue como un sueño, cuando la puerta se abrió estrepitosamente. Yo colgaba en el vacío sonriendo, vi entrar a mi tío acompañado del cabrón que me daba las drogas y algunas otras personas unos instantes antes de perder el conocimiento.
Desperté en una habitación que no reconocía, estaba relajado, no había dolor ¿estaría muerto?.
Mi tío al verme abrir los ojos, se puso de pié a mi lado, había estado junto a mi los dos días que permanecí inconsciente. Yo me encontraba débil cuando de pronto sentí mucho miedo y me puse a llorar, él me abrazó con una ternura infinita besándome en la frente y me agarré a él deseando no perder nunca aquel contacto protector.
- No te preocupes, no pasa nada – susurraba en mi oído -
se ha descubierto todo. Algunos alumnos han sido voluntariamente retirados del internado por sus familias para evitar males mayores, ya nadie te molestará - las palabras salía de mi tío con una mezcla de
dolor y vergüenza incapaz de disimular.
Quise creer sus palabras, me soltó de su tierno abrazo acomodando mi cabeza sobre la almohada, notaba como las lágrimas me mojaban la sien. Manuel apoyando su palma sobre la mejilla, las limpió con el pulgar.
- Todo ha sido por mi culpa – afirmó cerrando los ojos.
No respondí, solo le besé aquella mano cálida que me consolaba, él aproximó su boca a mi frente y me beso, apenas un roce que reconfortó hasta el alma. V
olví a cerrar los ojos y quedé dormido de nuevo.
Pasaron los días, volví a recuperar las fuerzas bajo los cuidados y atenciones de mi tío, me sentía bien a su lado, descubrí que era un ser magnífico, culto y alegre. Pensé que lo mismo lo hacía para evitar que lo denunciara, pero cual fue mi sorpresa, cuando una tarde se sentó frente a mi y con toda la seriedad del mundo, me dijo que podía volver a casa cuando quisiera, que si deseaba denunciarlo, el me ayudaría y se haría cargo de sus errores (era un hombre valiente que no se escondía). Aquello tiró por tierra los resquicios de dudas que me quedaban acerca de su personalidad.
- Manuel, lo que pasó no fue solo culpa tuya, todos tuvimos parte y cometimos errores – la madurez de mis propias palabras me sorprendía – falta sólo un mes para terminar el curso y deseo quedarme.
Lo cierto es que ya no me imaginaba el estar lejos de él, empezaba a amarlo y estoy seguro de que era correspondido, a pesar de que tenía un miedo atroz a lo que me esperaría cuando volvieran a verme con los compañeros.
Pero al volver al aula y para mi sorpresa nadie me dijo nada, no había comentarios, por el contrario algunos de los que habían abusado de mi (no se si por miedo a que los denunciara o por arrepentimiento), empezaron a tratarme amistosamente, el caso es que me sentí acogido.
Para ponerme al día en los estudios mi tío se ofreció a darme clases particulares fuera del horario, apartando a un lado sus obligaciones para dedicarme varias horas, que ambos disfrutábamos. Normalmente íbamos a la biblioteca del centro, un día como otro cualquiera, cuando ya nos marchábamos para la cena, pensé en voz alta:
- Estoy agotado.
Sentí en ese instante como apretaba un poquito mi mano, sonriéndome. Desde que no tenía relaciones con otros chicos estaba vacío, echaba de menos ese tipo de sexo que había descubierto, incluso me masturbaba en la intimidad, pero el objeto de mis fantasías no era otro que Manuel.
Me atraía cada vez más su cuerpo macizo, grande, aquel pecho fuerte y me desesperaba que él no diera pie a nada. Acerqué mi cuerpo al suyo, arriesgándome a ser rechazado de nuevo (como pasó en el aula), quedando completamente pegados, tan juntos que podía sentir su aliento, ver mi rostro reflejado en sus ojos, notar el calor que desprendía, oler aquella mezcla de virilidad madura y jabón… mi interior comenzó a arder como un volcán.
- Te deseo – dije haciendo un esfuerzo titánico para que no me temblara la voz – te deseo con toda mi alma – repetí.
Él no respondió, o tal vez sí… a su manera. Estrechándome fuertemente, apoyé mi cabeza en su hombro cubierto de la sempiterna camisa negra, percibí el calor masculino de su piel, apoyó su barbilla sobre mi pelo y mi cuerpo se tensó lleno de deseos y placer. Di un paso más, sacando su camisa para poder acariciarle el bajo vientre velludo, bajé la mano perdiéndola por la barrera elástica del boxer, jugando distraídamente con su vello púbico, espeso y rizado, para confirmar lo que era ya evidente por su respiración. Rocé
un pene completamente erecto, en toda plenitud “por y para mí”, lo rodeé con la palma de la mano.
- Vámonos puede venir alguien - dijo deshaciendo el abrazo, con fuego en los ojos.
Saqué la mano del interior de su ropa algo apenado, me sentía como un idiota. Cuando, sin esperarlo ya, me ví inmerso en un beso pasional que me puso al límite del orgasmo. Comí su boca, bebió la mía, sus manos apretaron mis nalgas, mientras nuestros penes erectos se rozaban bajo la tela, metió sus dedos dentro del pantalón amasándome los cachetes, separándolos adentrándose por mitad, explorando mi escroto, subiendo hasta el ano, con una sensualidad tan aguda que me volvía loco.
Perdiendo toda cordura doblé la cintura para que me penetrase con aquellos fuertes dedos ¡No podía más!. Él sólo entró un poquito, no quería dañarme, pero al ver que mi interior ya había estado usurpado y dilatado por otros no dudó en continuar su deliciosa penetración, yo jadeaba contra su cuello, aferrándome fuerte a él. Añadió un nuevo dedo que al poco pasaron a ser tres, arrastrándome en una espiral de placer, hasta que el semen espeso y ardiente saltó de mi interior a largos intervalos estando todavía vestido.
Su pene erecto me enloqueció y postrándome ante él, adorándolo como si fuera un dios, quise mamársela.
- Aquí no, vamos al despacho de dirección – increpó alzándome del suelo para darme un fuerte abrazo.
A pesar del esfuerzo que me costaba separarme de él, sintiendo su verga como frotaba en mi vientre completamente húmedo, me dispuse a hacerle caso y lo seguí guardando que nadie nos viera. Nada más cerrar la puerta con llave me tomó por la cintura, resoplaba como un toro
- ¿Estás seguro?, si quieres podemos olvidar todo esto y marcharnos – propuso.
Claro que lo estaba, nunca en mi vida había estado más seguro de algo, deseaba sentirlo dentro de mí.
- Si – afirmé con rotundidad.
Abrió su pantalón dejando al descubierto una enorme polla que sobresalía de la espesa mata de pelo.
-
Mira como me tienes.
Era la más hermosa pija que había visto en toda mi vida, me arrodillé dándole besos por el tallo, mientras bajaba sus pantalones, hasta que salieron unos huevos grandes y peludos, los tenía contraídos por el placer que mi boca le daba, succionándolos para que entrasen en ella, mordisqueándolos suavemente.
- Así vas a conseguir que me corra.
Gemía apoyado contra la pared, lamí las abultadas venas de su polla, al llegar al glande lo rodeé con los labios y presioné mi lengua contra su rajita, su sabor me derritió. Toda su vibrante columna se hallaba dentro de mí, la cabeza alojada sobre el paladar lo cosquilleaba, con la lengua lo acaricié con leves toques, parando sólo un momento para responderle
- Eso es lo que más deseo ahora mismo.
Tomó mi cabeza con ambas manos y empezó a guiarme, me follaba lentamente hundiéndose hasta la garganta, pasando por mis labios en forma de “O”… mi saliva al salir dejaba una capa caliente mi que volvía a arrastrar fría hacia abajo al entrar de nuevo en la boca.
- ¡Más deprisa!...¡Hasta el fondo! ¡Ya está!... ¡Ya me viene!.
Gritó como un semental, de su pene saltaron entonces unas pocas gotas blanquecinas y viscosas.
- ¡Húndela!, ¡húndela aún más! – gimió.
Volcándome un tremendo chorro que tragué con ansia, seguidos de otros menos potentes que retuve dentro de la boca. Cuando terminaron sus espasmo la sacó ya flácida de mi cavidad, me puse de pie, por los labios se derramaba algo de semen, le sonreí y abrí mi boca para enseñarle que dentro conservaba todavía aquella sabrosa leche, la trague sin cerrarla mostrándole como pasaba por mi garganta abajo. Mi tío sonrió:
- Eres el más delicioso de los muchachos con los que he estado, vas a ser mi perdición.
Pasó su lengua por la comisura de mis labios recogiendo los restos de su propio orgasmo. Tomó mis caderas girándome hasta quedar de espaldas a él, mordisqueándome el cuello desabrochó mi pantalón bajándolo junto a los calzoncillos hasta los tobillos, cosa que agradecí, porque tenía el sexo duro y apretado en aquél
reducido espacio.
Apoyé las manos entra la pared deseándolo, mientras notaba sus manos buscando mi polla desde atrás, rozándome el culo con su verga que volvía a tomar grosor. Me dolían los huevos de tan cargados como se me habían puesto.
Manuel por favor, fóllame – Acabé ronroneando como un gatito mimoso.
Claro que si cariño, pero tienes que tener un poco de paciencia.
Sus manos subieron por el vientre, dibujando suavemente el contorno de mis tetitas, acariciando la aureola… Su pene pronto comenzó a tomar vida, a hincharse, adquiriendo volumen de nuevo, me lo pasaba entre las piernas, rozándome los testículos, hasta que la punta llegaba a la base el mío. ¡Me derretía en deseos!. En el silencio de la habitación se escuchaba con claridad nuestros gemidos, pellizcaba alternativamente con una mano los pezones y con la otra mi capullo que resbalaba por los dedos cargado de preseminal.
Se retiró apuntando con su rabo directamente a mi orificio trasero y mordiéndome en el cuello con un leve empujó de caderas, el glande quedó perfectamente encajado. Notaba aquella carnosa cabeza abrirse paso por mis entrañas, no tenía nada que ver que lo que hasta ese momento había recibido, era realmente gruesa, metía cada centímetro con una lentitud que me desesperaba, temblaba necesitándolo… a mitad del tronco lo sacó un poco, pero el placer que sentí mientras lo hacía fue tanto que me pareció un metro, jugó así entrando y saliendo de mi hasta que por fin su pelvis tocó mis nalgas, yo disfrutaba como nunca, quedó hundido hasta la raíz, estrechamente envainado por mi recto. En ese momento en lugar de retirarse para cabalgarme empujó un poco más, subiéndome los pies hasta quedar de puntillas, resbalando su mano por mi tallo, dejándome la piel del glande tirante con mi pequeña rajita abierta y destilando.
Uuuuuuufffffffffff, no puedo más.
Aguántame un poquito – decía lamiéndome la parte que antes había mordido.
¡No podré conseguirlo!, te lo suplico.
Pero él permanecía sordo a las súplicas, se mantuvo así alzándome todo el cuerpo con la fuerza de sus caderas, mientras me masturbaba, sin menearse, el más mínimo movimiento nos hubiera llevado a eyacular. Al sentir que mi uretra se expandía recorrida por los fluidos abriendo las puertas espermáticas de mi glande como dos minúsculos labios hinchados, comenzó a follarme. Embistiéndome rítmicamente, con golpes secos de riñones sacándomela hasta la punta, para sepultarla de nuevo.
Sus huevos martilleaban contra los míos como dos badajos, me mordí los labios para no gritar al sentir como mi tito llenaba mis entrañas de su cálido y denso semen… al acabar de vaciar la última gota, yo estallé en un delirio inundado por mi propio esperma.
Giré la cabeza, encontrando su boca que me besaba la oreja, la mejilla los labios.
Me has hecho sentir lo que nunca antes había sentido. Te he deseado siempre, desde que eras un crío y te subías a caballito en mis rodillas… jamás pensé que podríamos llegar a ser amantes – me susurraba cariñosamente.
Te quiero, te quiero, te quiero. – era lo único que lograba decirle.
Las semanas que quedaron hasta terminar el curso pasaron sin darnos cuenta, nuestros encuentros privados se hicieron cada vez más seguidos e intensos y vivíamos en un estado de felicidad perfecto.
Al año siguiente les pedí a mis padres que volvieran a matricularme en el internado, ellos no lo dudaron un segundo al ver como había cambiado y las buenas notas que saqué… pero yo sólo deseaba volver a estar al lado de mi tito. Recuerdo que contaba los días que le restaban al verano igual que un preso a punto de salir de su condena.
Menos mal que Manuel vino a visitarnos durante el puente de agosto, fue como una brisa fresca en mitad del desierto o mejor dicho como un día caluroso y soleado en mitad de la tundra glaciar. Procurábamos quedarnos a solas con cualquier escusa, para amarnos, arriesgándolo todo. Incluso casi nos pilla una vecina dentro del coche en los aparcamientos… pero eso es otra historia.