Capítulo ii. el reencuentro

Tras su primer encuentro y el trato alcanzado, María le regala a sus chicos una rápida aunque intensa sesión de sexo.

CAPÍTULO 2

EL REENCUENTRO

Había transcurrido una semana desde que mis chicos y yo nos habíamos conocido y habíamos suscrito nuestro particular trato. Cuando se marcharon en aquella ocasión, habíamos dejado establecido un sistema discreto de contacto a través del correo electrónico, que ellos habían utilizado en varias ocasiones, impacientes por “verme” de nuevo. Yo, primero por razones de trabajo y segundo para establecer un ritmo algo más tranquilo, había pospuesto la visita hasta el fin de semana, aunque debo decir que, si por mí hubiese sido, los hubiese citado para el día siguiente. Tan caliente me ponía pensar en ellos y recordar las escenas recientemente vividas, cuando leía sus correos.

El caso es que quedamos en que vendrían el sábado por la tarde, aunque sólo para pasar un rato ya que tenían una fiesta de cumpleaños de una hermana de Rulo y la asistencia de los cuatro era obligada.

Eran las cinco de la tarde cuando franquearon la verja que cierra el pequeño terreno  que rodea mi casa y llamaron a la puerta. Yo, a pesar de no haberles dado pista alguna sobre mi urgencia en verlos de nuevo y haber retrasado nuestra cita durante toda la semana, estaba tan impaciente como ellos, por lo que me había vestido ya con la previsión de una nueva sesión de sexo, poniéndome sólo un ligero vestido veraniego y un poco de colonia. Les abrí y los recibí sin disimular mi alegría al igual que ellos, que me saludaban con una mezcla de ésta y de lujuria a partes iguales. Fueron entrando a medida que recibían mi apasionado beso de bienvenida  y nos  fuimos al salón mientras les ofrecía unas bebidas. Ellos aceptaron y nos trasladamos a la cocina, donde las preparamos mientras me contaban sus actividades durante la semana y algunos pormenores sobre la fiesta que tenían a continuación. Aunque inquietos tanto por las ganas de follarme de nuevo como por el poco tiempo disponible, los cuatro seguían mostrando aquel  comportamiento exquisito del que habían hecho gala la semana anterior, y me contaban sus cosas mientras tomaban despacio sus bebidas esperando pacientemente a que les diera el pistoletazo de salida. Pero hablando de salidas, yo lo estaba tanto o más que ellos, viéndolos allí vestidos ahora como chicos normales de su edad en lugar de los atavíos de montañeros que lucían en la ocasión anterior, peinados y encoloniados, guapos a rabiar y mostrando unos sospechosos abultamientos en sus pantalones, no podía evitarlo y me ponían a cien con una sensación incrementada por los días de espera forzosa que habían transcurrido, por lo que les dije: “Chicos, para deciros la verdad, estoy como una perra en celo. ¿Qué os parece si dejamos las bebidas y la charla para luego y nos vamos a mi cama a que vaciéis vuestros huevos en mí y me llenéis de leche?”.

Me encantaba hablarles con ese lenguaje soez que me enardecía a mí tanto como a ellos.Fernando casi se atraganta con la cerveza que estaba tomando en ese momento, pero no hizo falta ni medio segundo para que los cuatro dejaran sus copas en la encimera y se volvieran hacia mí con el deseo dibujado en sus caras, otra cosa que me ponía como una moto, así que los cinco nos fuimos a mi habitación, donde me puse frente a ellos abriendo los brazos como para recibirlos y ellos se lanzaron sobre mí besándome el cuello, la boca, los hombros, y metiendo las manos bajo mi vestido para comprobar con gusto la desnudez  absoluta que les ofrecía bajo él. Yo correspondía a sus besos y tocaba por donde podía, bajando las manos para alcanzar aquellas pollas que iban saliendo de los pantalones de todos, deseosas como ellos de verme de nuevo. Me sentía encendida como la feria de Abril de Sevilla, febril por sentirlos en mí, taladrándome y corriéndose en mi interior para llenarme por completo. “Desnudadme”, murmuré sintiendo de inmediato cómo el vestido ascendía por mi cuerpo para, subiendo los brazos, permitir que saliera por completo.

La sensación de estar desnuda rodeada por ellos, como a su merced, me volvía loca, por lo que me arrodillé entre ellos y comencé a hacerles una mamada múltiple, repartiéndome entre aquellas vergas ya en llamas, chupándolas y lamiéndolas, acariciando los testículos de todos, hinchados del semen que habían estado conservando durante toda la semana para mí. Cogí los de Pablo con los dientes y tiré de ellos hacia mí suave pero firmemente, arrancándole un rugido de placer que me encendió aún más y comencé a sentir los fluidos salir de mi coño y deslizarse por mis piernas. Rulo estaba terminando de desnudarse, y le dije que se tumbara boca arriba en la cama. Me incorporé y me fui hacia él subiendo a la cama y girándome para mirar hacia sus pies, colocando los míos junto a sus caderas para descender lentamente y ponerme en cuclillas agarrando su rabo, duro como una piedra, y dirigirlo hacia mi coño por el que paseé su glande empapándolo con mis abundantes jugos y apuntarlo a continuación en mi culo, que también mojado por éstos, lo aceptó con facilidad y abriendo las piernas todo lo posible, bajé las caderas para penetrarme lentamente el recto con aquella polla pulsante y ardiente hasta que quedé sentada sobre el vientre de Rulo. Me eché entonces hacia atrás apoyando mis manos junto a sus brazos y miré con lujuria a Chema: “Venga, valiente” , me ofrecí con voz sensual mientras abría las rodillas todo lo posible y le enseñaba mi mojado coño incitándolo a tirárselo. Y así lo hizo, subiendo a la cama frente a mí para acercarse y, flexionando sus musculosas piernas, colocar las mías sobre ellas cuidando que la polla de Rulo continuase firmemente encajada en mi culo, para alinear su grueso rabo frente al chorreante coño que lo reclamaba con urgencia y ensartarlo de una sola estocada.

Yo sentía mis dos conductos llenos de carne por completo y el roce de una y otra polla a través de la separación entre ellos y cómo el orgasmo se acercaba a galope tendido. Me follaban con mucha fuerza, producto de las ganas que les consumían, y yo les pedía más gritando hasta que otra polla me llenó la garganta sin previo aviso y me dediqué a chuparla con avidez, aunque tras unos pocos minutos, tuve que soltarla para permitir la entrada de otra, enorme, que deduje la de Pablo. Era una pena que el tamaño desmesurado de esta última no me permitiese disfrutar de las dos al tiempo, pero no podía hacer nada por remediar aquello, así que me dediqué a disfrutar lo que tenía que no era poco, la verdad. La cabalgada a la que me sometían Rulo y Chema era de las que hacen historia, rápida pero profunda y violenta, lo que permitía a Pablo alojar toda su tranca en mi garganta y no digamos a Fernando. Rulo, que no había soltado mis tetas desde que me coloqué sobre él, comenzó a apretarlas con saña, lo que señaló que su venida estaba próxima, como la mía, y me centré en aquella sensación mientras notaba cómo Pablo y Fernando alternaban sus pollas entre mis labios. Y con un  grito enloquecido y unos desesperados golpes de caderas, Rulo me regó el recto con su semen caliente y abundante para sacar después aquella barra de carne con lentitud y escurrirse debajo de mí como una anguila mientras Chema continuaba su bombeo en mi coño, ahora hasta golpearme con la pelvis, mientras me sujetaba por las caderas para mantenerme en posición.

No sé cómo lo hizo Pablo. Supongo que enardecido por no haber podido encularme la semana anterior, se tumbó boca arriba y se deslizó hacia abajo desde mi cabeza pasando las piernas entre las mías y las de Chema, y con aquella tranca majestuosa mojada con mi saliva, y mi culo chorreando esperma de Rulo, colocó cuidadosamente su punta frente al dilatado esfínter y empujó, lenta pero decididamente para empalarme junto con Chema, que sintiendo la presión de aquel monumental rabo contra el suyo a través de mi cuerpo, aceleró su bombeo para producirme un orgasmo inenarrable mientras él me disparaba potentes chorros de semen en el coño. Gritábamos como posesos a causa del placer que experimentábamos, y Chema, una vez hubo terminado de vaciarse en mí, desenfundó su polla de mi vagina, que dejó a merced de un Fernando completamente loco de deseo que dejaba su sitio en la cama junto a mi cabeza para, corriendo, subir por los pies y dirigir su rabo hacia mi raja como un misil, envainándolo con facilidad a pesar del inconveniente que el pollón de Pablo en mi culo representaba. Yo no podía más de placer, cachonda como una perra a pesar de haber tenido un descomunal orgasmo hacía tan sólo un minuto, y les pedí a Chema y Rulo que me pusieran sus pollas en la boca para que pudiera limpiárselas. Flojas como estaban ya, les fue fácil encajarme ambas entre los labios para que yo pudiese extraer de ellas los restos de sus jugos y saborear los míos propios, lo que me encantaba hasta límites insospechados. Chupé y lamí con ganas mientras Pablo y Fernando me usaban como la puta que quería ser para ellos, bombeando como auténticas máquinas. Una vez terminé de comerme  las pollas de los otros dos y las dejé escapar de mi boca, sentí a Fernando inclinarse sobre mí, obligándome a dejar mi apoyo sobre las manos para hacerlo sobre los codos. El tamaño del rabo de Pablo permitía aquel movimiento sin que se saliera de su ajustada vaina, y Fernando continuó su presión sobre mi pecho para hacerme apoyar la espalda en el pecho de Pablo y aplastarme sobre él en un sensacional bocadillo de María.

Los dos se abrazaron conmigo en medio y rotaron sobre la cama hasta quedar en las posiciones opuestas y con el culo de Fernando al borde la cama, sus pies apoyados en el suelo, yo sobre mis rodillas colocadas a lo largo de su cuerpo y adelantadas abriendo mi coño y mi culo al máximo, mientras Pablo quedó de rodillas en el suelo todavía con su verga firmemente ensartada. Y en esta nueva posición me follaron como fieras hasta que entre violentas arremetidas y gritos de placer, vaciaron sus huevos en mí casi al tiempo. Yo sentí la eyaculación de Pablo subir por mi intestino como si llegara a mi garganta, tal era su fuerza y en medio de los espasmos coitales de ambos y el posterior resbalar de sus vergas por mi interior, a medida que las sacaban una vez satisfechas, volví a tener un monumental orgasmo que me dejó desfallecida por completo sobre Fernando con el que me besé lánguidamente durante los momentos de relajación que siguieron hasta que pude recuperar el aliento, cuando me separé de él y me dí la vuelta para atacar con ganas su ya blanda polla y poder limpiarla cuidadosamente, lamiéndola en  toda su longitud sin olvidarme de los huevos, y pasando después a ocuparme de la de Pablo, que chupé y lamí de la misma forma, metiéndome sus huevos en la boca para pasear mi lengua por ellos hasta dejarlos brillantes y lustrosos. Me tumbé en la cama boca arriba y les dije: “¡Qué gozada!. Me volvéis loca, muchachos. ¿Os queda algo de tiempo antes de iros?” . Uno de ellos consultó su reloj y anunció que tenían el tiempo justo para asearse un poco y salir pitando, por lo que contesté: “Bueno, dejadme sólo un par de minutos comeros los huevos, anda”. Ellos se pusieron de rodillas sobre la cama alrededor de mi cabeza y juntaron sus pollas todo lo posible hasta que los aquellas bolas sensacionales quedaron sobre mi boca como un racimo de uvas gigantes, que me entretuve en lamer, chupar y morder mientras disfrutaba oyendo sus quedos gemidos de placer.

Pero tenían obligatoriamente que marcharse, por lo que tras unos minutos de regodearme con todas aquellas bolas, me incorporé diciéndoles: “¡ Hala, perezosos, a la ducha, que no sé qué hacéis aquí todavía!”. Riendo, ellos se separaron de mí y se dirigieron a “su” cuarto de baño para salir tras un breve tiempo, limpios y arreglados otra vez, y despedirse de mí con unos besos apasionados a la vez que tiernos mientras me pedían que no retrasase  mucho nuestra próxima cita.