Capítulo i. el encuentro

Este es el primero de doce capítulos (por ahora) sobre una chica de 35 años (María) y cuatro chicos con los que mantendrá unos más que apasionados encuentros sexuales. No sé en qué categoría añadirlo exactamente, porque a lo largo de la historia se tocan varias categorías.

CAPÍTULO 1

EL ENCUENTRO

Aunque soltera y viviendo sola, mi coche era, cuando sucedió esta historia, un monovolumen de los grandes, regalo de mi padre como resultado del cambio de automóvil que hizo cuando mis hermanos y yo fuimos mayores y nos independizamos. Yo estaba todavía trabajando con un contrato eventual y no podía permitirme muchas alegrías, por lo que me vino muy bien a pesar de que ya tenía sus años. Más o menos a los tres años de pasar a mi propiedad el coche había desarrollado la mala costumbre de negarse a arrancar de vez en cuando a causa del motor de arranque, pero como el mecánico me había enseñado el truco de golpearlo con una llave inglesa para soltar las escobillas, según decía, y la cosa funcionaba, me acostumbré a llevar siempre esa herramienta en el compartimento bajo el asiento para cuando era necesaria.

Soy veterinaria, y ese día regresaba a casa bajo un tiempo de perros a pesar de estar en Julio, y malhumorada porque el parto de una vaca, que venía de asistir, no había podido ir peor y el ternero había nacido muerto. Me detuve como a 40 kilómetros de casa a poner gasolina, pero al arrancar, el coche se negó. Sin preocuparme mucho, salí armada con la “llave de contacto secundaria” y, tras abrir el capó, golpeé el motor de arranque varias veces con decisión, como solía hacer en estos casos. Pero ese día el coche no estaba por la labor y tras varios intentos, el condenado chisme se negaba a ponerse en marcha. La petición de ayuda al encargado no sirvió de mucho pues, aunque lo intentó con la mejor de las voluntades, su ostensible cojera no le permitió empujar el coche lo suficiente como para conseguir arrancarlo. Frustrada, pude con su ayuda empujarlo de vuelta bajo el techado de la gasolinera para resguardarnos al menos de la pertinaz lluvia y llamar a un servicio de grúa. En eso estaba con el encargado cuando entraron cuatro jóvenes armados con sus mochilas, botas de montaña y chubasqueros. A pesar de su aspecto desaliñado y empapado, parecían chicos bien educados y simpáticos, por lo que sin pensarlo les pedí ayuda para arrancar el coche. Ellos me dijeron de inmediato que sí, así que subí, puse el contacto y engrané la marcha. Ellos comenzaron a empujar con la fuerza de su juventud y, a la primera, el motor volvió a la vida. “ Buf. Estos chicos me han sacado de un buen apuro”, pensé,así que dí marcha atrás y me acerqué a ellos para agradecerles el favor y preguntarles para donde iban. “A Ávila”, me contestaron. Yo vivo en una casita en el campo a dos kilómetros de la ciudad, por lo que creí que lo mínimo sería ofrecerles el trayecto en mi coche. Lo hice y les escuché decidirse entre ellos, aunque tardaron poco en aceptar. Metieron las mochilas en el maletero y subieron al coche.

Aunque tímidos al principio, conseguí averiguar que se llamaban Rulo (como mote de Aurelio), Fernando, Chema y Pablo. Acababan de terminar 2º de bachillerato para comenzar cada uno sus estudios,  y fueron confirmando mi primera impresión sobre su educación y cortesía. Me contaron que eran íntimos amigos desde pequeños y que su afición era el senderismo y el montañismo, que practicaban principalmente por las sierras de Gredos y Guadarrama, y que venían de pasar unos días en la primera con previsión de llegar caminando hasta Ávila el día siguiente, ya que las familias de los cuatro estaban fuera y la de Pablo, primera en regresar, no lo haría hasta esa fecha, pero la incómoda y persistente lluvia les había estropeado los planes de dormir esa noche al raso a unos 20 kilómetros de Ávila para estar allí al día siguiente ya por la tarde y dar tiempo así a los padres de Pablo a llegar antes.

Al oír este último comentario, lo pensé unos momentos y, habiéndose ganado mi confianza inicial en aquel corto periodo de tiempo desde que les pedí ayuda, me lancé y les dije: “Si queréis, podéis dormir en mi casa esta noche. Sólo tengo una habitación libre con dos camas, por lo que dos tendríais que dormir en el suelo, pero al fin y al cabo eso era lo que ibais a hacer en cualquier caso, y por lo menos dormiréis secos. ¿Qué os parece?”. La cara de sorpresa de los cuatro me resultó hasta divertida, mirándose entre ellos y preguntándose sin palabras cómo habían tenido tanta suerte. En todos los aspectos, porque debo decir que, a mis 35 años, tengo una figura muy bonita, delgada aunque con formas bien definidas, unas piernas largas espectaculares, aunque esté mal que yo lo diga, que terminan arriba en un culo respingón herencia, según mi madre, de antepasados cubanos que me da un andar sensual que yo por mi parte no me preocupo en disimular, pues no me importa gustar a los hombres, unos pechos no muy grandes pero todavía muy consistentes y bonitos y una tez morena enmarcada en un pelo negro liso que resalta unos grandes ojos verdes. En resumen, como me han dicho muchas veces, un bombón. Enseguida contestaron que desde luego, agradeciéndome el gran favor que les hacía ya que en aquella época del año, y con la previsión meteorológica que tenían, no habían traído tiendas de campaña adecuadas y la perspectiva de dormir al raso con esa lluvia no les seducía mucho. “Bueno, perdonadme porque todavía no os he dicho ni mi nombre. Me llamo María, y yo sí que os estoy agradecida a vosotros por el apuro del que me habéis sacado, por lo que creo que es lo menos que puedo hacer para compensaros”.

Seguimos charlando animadamente durante el corto trayecto hasta mi casa, donde entramos y los dirigí a la habitación para que se quitaran la ropa mojada que llevaban y me la dieran para meterla en la lavadora y que la tuvieran seca al día siguiente, proporcionándoles unos albornoces. Yo por mi parte fui preparando también mi ducha para hacer lo mismo, y al poco comenzaron a aparecer enfundados en los albornoces y con su montón de ropa en la mano, que me entregaron entre risas y bromas hacia Rulo, que, bastante alto,  venía cubierto con un albornoz rosa que le llegaba bastante por encima de la rodilla. Las bromas salían principalmente de Fernando, un pelirrojo de ojos oscuros y vivos que estaba en continuo movimiento y metiéndose permanentemente con sus amigos. Se dirigieron a su cuarto de baño mientras yo ponía en marcha la lavadora y me dirigía hacia el mío, y tras una reconfortante ducha me puse una bata de estar en casa, ligera y más bien corta, la verdad, aunque pensé: “¡Qué demonios!. Que los chavales disfruten de buenas vistas por lo menos” .

Comencé a preparar algo en plan tapeo a modo de cena para tomar sentados en los sofás frente al televisor y lo dispuse todo en la mesa baja frente a ésta, de manera que cuando fueron saliendo de la ducha y apareciendo por el salón se encontraron todo listo para una agradable cena. A medida que iban tomando asiento podía percibir cómo la timidez los iba ganando, pues empezaba, o así lo verían ellos seguramente, la parte ”íntima”, por llamarla de alguna manera, de la velada al no tener ya otra salida que charlar directamente conmigo, lo que con toda seguridad les producía ese sentimiento, por verme mucho mayor e independiente. Una mujer adulta, vamos. Y guapa. Pero con algo de ayuda por mi parte, fueron ganando confianza y a charlar animadamente entre todos, lo que me permitió estudiarlos un poquito más detenidamente. Fernando, como ya he dicho, era el más extrovertido y dinámico del grupo y el más bajo de ellos, aunque esa definición era relativa pues la estatura media de los cuatro debía andar cerca del metro ochenta. Chema, rubio y pelado a cepillo, dejaba en evidencia su afición por el deporte mostrando un desarrollo muscular muy notable y sus ojos azules unidos al conjunto le hacían parecer escandinavo aunque procediera de lo más saneado de Castilla. Rulo era más alto, moreno de ojos oscuros y también bastante abierto y Pablo, por fin, era el más introvertido y tímido de los cuatro. También era el más alto y también era moreno, aunque en su caso los ojos eran de un color gris azulado claro, casi hipnóticos. Los cuatro me parecieron guapos, aunque si tuviera que elegir probablemente señalaría a este último.

La conversación siguió su curso natural, durante el que les pregunté por novias, pero ellos movieron negativamente la cabeza, asegurándome que ninguno tenía, que su tiempo se lo llevaba la montaña y que tampoco habían puesto demasiado interés en el asunto. A mí me sorprendió aquello, pero lo dejé pasar mientras seguíamos charlando hasta que en un momento determinado noté que se callaban y, volviéndome hacia ellos, ví que me miraban fijamente. Demasiado fijamente. Y no precisamente  a los ojos. Yo estaba medio tumbada en el sofá pequeño, con las piernas extendidas sobre el mismo, mientras ellos cuatro se sentaban tres en el otro sofá y uno en una pequeña butaca frente al mío. Seguí la dirección de sus miradas y me encontré con que la bata se me había abierto bastante más arriba de lo que sería socialmente correcto, dejando ver toda mi pierna derecha y parte del vientre y algo más. Reprimiendo mi reacción instintiva de taparme, los miré de nuevo y les pregunté: “¿Os gusta lo que veis?”. A lo que ellos no respondieron más que apartando sus ojos de inmediato y agachando la cabeza, mientras murmuraban disculpas ininteligibles y se ponían colorados como tomates. “No os preocupéis. No me importa que me miréis. De hecho, me está gustando que lo hagáis, y parece que no soy la única a la que le gusta”. Al decir esto, todos miraron hacia abajo para ver los bultos que crecían rápidamente bajo sus albornoces, y la vergüenza que sentían se multiplicó por tres. “Tranquilos. Como os digo, no me importa que me miréis. Seguid haciéndolo, por favor” , les dije mientras empezaba a sentir un  agradable calorcito creciendo en mi interior, que se incrementó notablemente al volver ellos a mirar hacia mi vientre y pierna sin disimulo. Buf, cómo estaba empezando a gustarme aquello… “¿Sois vírgenes?”. Silencio y ojos de nuevo fijos en el suelo. “Sed sinceros. Por lo que me decís, sois amigos de toda la vida, así que estoy segura de que tenéis confianza suficiente entre vosotros para haberos confesado ésta y otras muchas cosas” .  Ante ese velado desafío empezaron a levantar la mirada hacia mí muy despacio contestando con su expresión lo que no decían con palabras. Yo, que me estaba poniendo como una moto por momentos, les sonreí abiertamente para darles algo de cancha y les dije: “Bueno, no os pongáis tan serios. ¿Qué os parece si lo arreglamos?” , lo que cambió la expresión de sus caras a extrañeza primero e incredulidad después. “¿Q-Qué?”, consiguió articular uno de ellos. “Que si queréis, podemos arreglar ese asuntillo, aquí,  esta noche”.

Debo decir que aunque parezca lo contrario, nunca he sido demasiado osada en asuntos de sexo, pero aquellos chicos me estaban ganando sólo con su comportamiento y yo me estaba sintiendo cada vez más lanzada. “Venid”, les dije y me levanté para rodear el sofá y ponerme de espaldas a la mesa de comedor que hay detrás mientras ellos se incorporaban también haciendo más evidentes los cuatro bultos que marchaban por delante de sus pasos. Frente a mí, uno junto a otro, se los cubrían con las manos como la barrera de un equipo de fútbol frente al lanzamiento de una falta y avergonzados de que pudiera pensar que eran unos salidos cuando en realidad lo que pensaba era que me parecía maravilloso que se excitasen conmigo de aquella manera sólo con haberme visto una pierna. Bueno, una pierna y algo más. También pensé que quería verlos más excitados. Mucho más.

Sin decir nada, mirándolos alternativamente a todos, desanudé el cordón de la bata y la deslicé por mis hombros hacia atrás dejándola caer al suelo y quedando completamente desnuda ante ellos. Los cuatro pares de ojos adquirieron el tamaño de platos soperos mientras involuntariamente recorrían mi cuerpo de arriba abajo con una intensidad tal que casi me parecía sentir físicamente en la piel. Tras unos momentos que estoy segura que disfruté más aún que ellos, me senté en la mesa y me eché hacia atrás apoyándome en los codos y abriendo las piernas apoyando los pies en ella mientras les decía: “Bueno, corazones. ¿Os atrevéis?”. Ellos seguían sin dar crédito a lo que veían. Mi vulva perfectamente rasurada se ofrecía a su vista en todo su esplendor y aquello les superaba por completo. “¿No os animáis?”, les desafié. “¿No queréis dejar de ser vírgenes y poder presumir de haber follado?”. Ellos se miraron entre sí todavía incrédulos, aunque poco a poco iban apartando las manos de sus bultos. “Venga, chicos. Dudo que vayáis a encontrar un chollo como éste alguna vez”, dije sonriendo. Los cuatro parecieron animarse y empezaron a cambiar las expresiones de sus rostros, que fueron pasando  de la sorpresa a la lujuria y supe que había ganado. “ Quiero que me la metáis los cuatro seguidos, uno detrás de otro. Tal como uno eyacule, el siguiente ocupará su lugar hasta que los cuatro acabéis en mí”. Creí que iban a desmayarse. “¿Quién se va a atrever a ser el primero?”, continué, pero en ese preciso momento advertí que Rulo se agarraba la verga sobre el albornoz como tratando de parar la inminente corrida, por lo que le dije: “¡No te corras. Ven, rápido!”. Rulo respondió automáticamente viniendo hacia mí prácticamente sin darse cuenta de lo que hacía. Me incorporé para arrancarle el albornoz de un tirón y rápidamente lo rodeé con mis piernas y lo atraje hacia mí, afortunadamente con buena puntería ya que su polla coincidió exactamente con mi más que lubricada raja y entró como una lanza mientras comenzaba a expulsar los primeros chorros de semen.

Sujeto como estaba por mis piernas para mantener la penetración lo más profundamente posible, y con la cabeza vuelta hacia el techo gemía muy alto mientras descargaba sus huevos en mi vagina y yo por mi parte disfrutaba como una loca sintiendo aquel líquido caliente inundarme por completo. Una vez acabó, bajó la cabeza y mirándome musitó: “Lo siento”. “¿Porqué?. ¿Qué sientes?”. “Me ha venido enseguida”, me contestó él profundamente avergonzado. Sonriendo, les dije a todos: “No os avergoncéis por eso. Siendo vuestra primera vez es lógico que estéis sobreexcitados y que os corráis enseguida. No pasa nada. Quiero que me folléis así esta primera vez para correros tal y como os venga y tranquilizaros un poco y que luego podamos tomarnos las cosas con más calma”. “Porque esto no va a terminar aquí”, terminé con una sonrisa pícara. “Ponte aquí a mi lado, pero no te toques ni te limpies”, le dije a Rulo que, lentamente, sacó su rabo de mi cueva y se colocó a mi lado, muy quieto. Volviéndome a los otros, les dije: “Quitaos los albornoces y que venga el siguiente”.

Haciéndolo, pude comprobar que Fernando y Chema tenían pollas de similares dimensiones aunque la primera era algo más larga y delgada que la segunda. Pero lo de Pablo era de Guinnes. Un enorme y grueso rabo miraba fijamente a la lámpara del techo del salón, liso y brillante como una barra de metal, mientras mi conciencia analítica me decía que debía andar por encima de los 20 centímetros. “¡Vaya pedazo de carne!”, pensé para mí. Fernando, más atrevido, dio un vacilante paso al frente animado por mi sonrisa: “Venga, cariño, métemela hasta el fondo ”.

Y así lo hizo. Colocándose entre mis piernas, se agarró la polla con la mano y la dirigió a la entrada de mi raja, sin poder evitar empujar en cuanto sintió el contacto de ambos. Entró fácilmente hasta el final golpeándome con los huevos en el perineo, lo que me produjo un escalofrío de placer. Agarrándome los muslos, comenzó  el movimiento que pretendió lento los primeros segundos, pero que no pudo evitar acelerar enseguida, a punto de venirse. En menos de un minuto comenzó a gruñir quedamente aumentando la presión de las manos sobre mis piernas e inmediatamente después otro potente chorro de leche me inundó las entrañas. Con fuertes espasmos, se vació en mí haciéndome gemir de gusto ante la cantidad de semen que me lanzaba. Sin esperar más, Chema ya estaba detrás de él reclamando su turno, por  lo que terminado Fernando, se retiró rápidamente y se colocó junto a Rulo. Chema apenas había dejado sitio a Fernando para retirarse empujado por la urgencia de follarme, por lo que prácticamente no sentí el coño vacío de Fernando antes de que Chema me la clavase mientras colocaba sus manos sobre mis rodillas y empezaba un rápido movimiento, casi violento, que hacía moverse todo mi cuerpo sobre la mesa y mantenía a Rulo y a Fernando hipnotizados con el bamboleo que producía en mis tetas. Poco a poco, Chema fue acelerando el ritmo hasta alcanzar una velocidad increíble que hacía parecer el movimiento de mi cuerpo sobre la mesa más un temblor que otra cosa. Lo que en parte era cierto, ya que aunque todo estaba sucediendo muy deprisa, la intensidad con la que me follaban suplía ampliamente su falta de experiencia, y yo estaba acercándome a mi primer orgasmo con rapidez. Pero no tan rápido como le llegó a Chema que,  gritando intensamente, descargó su semen en mi coño manteniendo aquella velocidad portentosa de sus caderas.

Aquello era simplemente fantástico y me encontraba en el séptimo cielo cuando, tras retirarse Chema, me encontré con Pablo que lentamente se colocaba entre mis piernas mientras me miraba a los ojos y pasaba sus brazos por debajo de mis rodillas para agarrarme sobre las caderas y apoyar su glande en mi coño chorreante, acercando con su movimiento mis rodillas hacia mi cabeza, y levantando así mis pies de la mesa dejándolos en el aire, al tiempo que abría más mi coño que parecía ofrecerse a sus deseos. Lentamente, metió la cabeza de aquella tremenda verga y empezó a empujar, parándose un momento para corregir ligeramente la posición de sus pies y alinearse bien, tras lo que continuó su empuje lentamente pero sin descanso hasta que la alojó por completo en mi vientre mientras a mí me parecía como si una tuneladora  en plena faena hubiese comenzado las obras de ampliación del túnel del Guadarrama, y comenzaba a sentir un temblor en las rodillas que indicaba mi venida inminente. Y mientras Pablo efectuaba unos movimientos cortos y secos con la polla metida hasta lo que me parecía la garganta, yo tenía un orgasmo sobrecogedor que me dejó exhausta. Y entonces él comenzó a disparar su esperma como un poseso, aplastando sus huevos contra mí, y llenándome la vagina hasta que no cupo más y comenzó a resbalar por los lados de aquella polla sin par y deslizarse hacia el ano.

Sorprendida por la rapidez con la que había alcanzado el orgasmo y a la vez con la sensación de aquel enorme barreno de carne todavía incrustado en mi vientre, resoplé con vehemencia y pude acertar a decirles con voz temblorosa: “Caray, chicos. Me habéis llevado al orgasmo en cinco minutos. ¡Y es vuestra primera vez!”.” Hay por ahí cuatro chicas que todavía no lo saben, pero que van a ser muy felices…” , dije sin poder terminar la frase al fallarme otra vez la voz a medida que Pablo extraía aquel armamento pesado de mi interior y pasaba mansamente a reunirse con sus amigos.

Entonces me incorporé y poniéndome frente a ellos les dije sonriendo: “ Prácticamente no me habéis tocado”. Ellos no sabían muy bien qué hacer, pues seguían atenazados por la vergüenza que les producía la situación, pero yo me acerqué más y tomé las manos de dos ellos, llevándolas a mis pechos con algo de resistencia por su parte. Las dejaron allí donde las coloqué, sin atreverse a moverlas, hasta que volviendo a colocar las mías sobre ellas, las apreté para que me estrujaran las tetas y me las sobaran. Aquello los animó a todos y ocho manos empezaron a toquetearme por todas partes, produciéndome una sensación tan placentera que echando la cabeza ligeramente hacia atrás, cerré los ojos y abrí los brazos para ofrecer mi cuerpo por completo a sus tocamientos. Ellos, ya más animados, sobaban y apretaban, deslizaban y pellizcaban cada centímetro de piel desde las  rodillas hasta el cuello, aunque, evidentemente, se entretenían más en determinadas zonas que en otras. Mi culo fue objeto de sobeteos, estrujamientos e incluso algún pequeño cachete, al igual que mis tetas, y yo disfrutaba de todo aquello como nunca hubiera podido imaginar, en una situación que se prolongó durante muchos minutos, ya que ellos no parecían cansarse de sobarme, sino al contrario, y yo tampoco estaba por la labor de que lo dejaran. Uno de ellos, subiendo por mis muslos, intentó colocar su mano  sobre mi raja por lo que abrí las piernas de inmediato para facilitarle la tarea, pero, habiendo simplemente seguido su instinto, llegó allí y allí la dejó sin saber bien qué hacer a continuación, así que, bajando mi mano, la coloqué sobre la suya y presioné su dedo corazón para que abriera los labios del coño y quedara sobre el clítoris. Sentí el contacto y con él un escalofrío, y comencé a mover su mano y su dedo para que me masturbara. Él captó la mecánica del asunto rápidamente, por lo que pude retirar muy pronto la mía y volver a ponerla en cruz mientras el hacía crecer mi botón mágico con sus magreos. Y entonces otro me pellizcó los pezones, pero en vez de soltarlos tiró levemente de ellos, como queriendo estirarme las tetas lo que, junto con la mano que me andaba en el coño y el resto de ellas que me sobaban todo el cuerpo, me puso a temblar como una hoja mientras experimentaba otro sensacional orgasmo que me hizo fallar las piernas y a punto estuve de caer al suelo de no ser por todas aquellas solícitas manos que, inmediatamente, me sujetaron casi en el aire.

Tras unos momentos para recomponerme, les dije: “Gracias, chicos. Desde luego, sois fantásticos. ¡Cómo me estáis haciendo gozar!” . Y entonces, arrodillándome, les dije: “Bueno guapos, creo que os debo algo más, después de este fantástico orgasmo que me habéis regalado, así que os la voy a chupar a los cuatro”. Caras de incredulidad ante aquella suerte que el destino había colocado en su camino. “Pero tengo una condición. Nadie puede correrse fuera de mi boca. Quiero que los cuatro acabéis dentro de ella y que no se desperdicie ni una gota, así que si alguien no puede aguantar más y ve que va a correrse mientras se la estoy mamando a otro, quiero que me agarre la cabeza y, sin miramientos, me la meta hasta el fondo y me descargue su semen dentro. ¿Entendido?”. Ojos como platos y leves asentimientos de cabeza, que no me bastaron, por lo que repetí: “¿Entendido?”. Ahora sí, enérgicos movimientos de cabeza arriba y abajo en señal de asentimiento me permitieron bajar la mirada para atender a aquellos cuatro magníficos rabos, ya de nuevo tiesos como palos. “Rodeadme y acercaos todo lo que podáis”. Ellos obedecieron y fueron cerrando filas a mi alrededor, de manera que enseguida tuve aquellas vergas en contacto con mi cabeza, rodeándome por completo y comencé a mamar pollas por todas partes. Las tragaba, las lamía y mordisqueaba el frenillo, bajo del glande, recorría toda su longitud pasando de una a otra según me parecía, las acariciaba y pajeaba, sin olvidarme de sus deliciosos testículos que también metí en mi boca, hasta que en un momento determinado, sentí unas fuertes manos aferrarse a  mis sienes y girarme la cabeza con rapidez poniéndome frente a una polla gruesa y ya goteante que identifiqué como la de Chema. Sin compasión, tal y como yo les había dicho que hicieran, me la clavó hasta el fondo de la boca y comenzó a lanzar chorros de espeso semen que mantuve en ella para deleitarme después con su sabor, mientras masturbaba lentamente otras dos pollas. Pero no me iba a resultar tan fácil saborearlo, pues no estaba terminando Chema de llenarme cuando volví a sentir unas manos en mi cabeza que volvían a girarla para tropezarme con las herramientas de Rulo y Fernando pugnando por entrar en mi boca al mismo tiempo. Alargué mis manos hasta coger los culos de ambos y empujarlos hacia mí para que se juntaran todo lo posible y poder comerme las vergas  de ambos al tiempo que tragaba con avidez el esperma de Chema. Tras conseguir meterme en la boca los dos glandes, solté los culos y les agarré las pollas comenzando una paja simultánea que no duró más de diez segundos antes de que los dos me vaciaran los huevos en la boca al mismo tiempo. Aquello era inenarrable. Ambos chorros golpeando contra el interior de mi boca al unísono pero a la vez en lugares distintos, llenando de leche hasta los más recónditos rincones de mi cavidad bucal y los gritos de placer de ambos, lograron hacerme perder la noción de la realidad por unos instantes, en los que ambos terminaban de correrse con movimientos cortos y secos de caderas y yo tragaba aquella violenta descarga doble como podía.

Una vez terminaron conmigo, me soltaron y me volví para seguir con la verga que faltaba, la tremenda polla de Pablo. Éste me sujetó la cabeza dejándola inmóvil y empezó a penetrarme, moviéndose rítmicamente adelante y atrás como si estuviera follándome la boca, lo que en realidad hacía, por lo que me dediqué a acariciar aquellos testículos enormes que colgaban esperando mis atenciones. Los sobé, acaricié y estrujé mientras el continuaba usando mi boca como un coño para su placer, recorriéndola con aquel falo enorme de dentro afuera en toda su longitud, hasta que en un momento determinado, con los dedos en la parte trasera de sus huevos, comencé a rascarlos delicadamente con las uñas en un gesto parecido al de “ven aquí”. Aquello fue como una descarga eléctrica para Pablo que tiró de mi cabeza hacia él con ambas manos y, aunque despacio, me metió toda la verga dejando atrás mi campanilla para entrar directamente al esófago, explotando en una corrida indescriptible mientras yo continuaba acariciando y sobando sus testículos, apretándolos con cuidado como si los estuviera ordeñando para que no quedara una gota de leche en su interior. Aquello era superior a mis fuerzas, y no pude evitar sentir un orgasmo bajar desde el vientre hacia mi coño que me hizo temblar las rodillas a pesar de tenerlas apoyadas en el suelo.

A medida que me iba calmando pude soltar los testículos de Pablo, que había mantenido firmemente agarrados durante el orgasmo y él pudo a su vez ir sacando aquel rabo extraordinario de mi interior. Sin fuerzas, me senté sobre los talones mientras los cuatro amigos me miraban sin saber muy bien qué hacer, hasta que levantando los ojos hacia ellos, les dije: “Esto ha sido impresionante. Me habéis dejado lista de papeles. Ayudadme a ponerme en pie, por favor”. Al instante, ocho manos se lanzaron sobre mí y prácticamente me levantaron en el aire. “Gracias chicos”, dije con sonrisa cansada. “Me ha encantado haberos ayudado a estrenaros y tengo que deciros que habéis estado extraordinarios. Mucho mejores que algunos que van por ahí de expertos y sabihondos. ¿Qué os parece si nos vamos a la cama a descansar y mañana charlamos con calma?. Ellos asintieron y yo, desnuda como estaba, me volví y me dirigí a mi habitación donde caí sobre la cama sin limpiarme, pues quería permanecer con el olor al sexo de los cuatro, sentirme así, sucia y poseída por aquellos cuatro muchachos que me habían ganado el corazón, y alguna cosa más, en tan solo unas horas. Pero no tuve tiempo siquiera de arroparme antes de quedar profundamente dormida, por lo que no pude  disfrutar de aquella sensación ni medio minuto.

Desperté a la mañana siguiente sintiendo el cálido sol que entraba por la ventana acariciándome el rostro. Sin moverme, dejé que la realidad me fuera envolviendo lentamente a medida que recuperaba la consciencia y me di cuenta de que las sábanas me rodeaban tersas, como recién colocadas. Sonriendo mientras recordaba la noche anterior, me invadió un sentimiento de ternura cuando pensé que tenían que haber sido ellos los que me arroparan, pues, aunque podía suceder que yo misma lo hubiese hecho mientras dormía, se encontraban demasiado bien colocadas y metidas por debajo del colchón como para que aquella posibilidad fuera cierta. Estaba hecho con mimo y cuidado, y pensé que eran fantásticos y que, aunque ellos pudieran estar pensando en la suerte que habían tenido de encontrarme, era yo la que realmente había sido afortunada con el encuentro, ya que me había tirado a la piscina sin haber comprobado antes si tenía agua. Los cuatro podían haber resultado otra cosa y lo que había salido tan fantásticamente, haberse torcido hasta extremos de robo, violación o incluso peor. Pero no sólo no había sido así, sino que se habían comportado extraordinariamente bien…y me habían follado extraordinariamente bien. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar la noche anterior, y abrazándome las rodillas, rememoré instantes que hicieron que mi coñito se humedeciera como si lo hubiese metido en agua templada.

Me levanté para evitar excitarme demasiado, y poniéndome la bata de la noche anterior, que encontré perfectamente doblada y puesta sobre la banqueta junto a mi cama lo que me hizo volver a sonreír abiertamente, me fui a la cocina y comencé a preparar un desayuno que estuviera a la altura de cuatro máquinas de quemar energía como las que se encontraban durmiendo todavía en la habitación de al lado, y preparé la mesa del comedor hasta en el menor detalle. La cubertería, las servilletas, las bandejas con el pan tostado, las tazas, zumo, fruta, todo en fin perfectamente colocado como si del mejor hotel se tratara.

Supongo que fue el penetrante olor del café lo que los despertó, aunque a mí me había dado tiempo a prepararme uno para tomarlo mientras los esperaba, así que, con la taza en la mano, ví la puerta de la habitación abrirse lentamente y desfilar los cuatro hacia el salón envueltos en los mismos albornoces del día anterior, con los pelos revueltos y las marcas de las sábanas todavía en sus rostros, aunque todos con una expresión de incontenible alegría que hizo que mis ojos chispeasen de emoción. “ Buenos días”, les dije en el mismo tono alegre que ellos utilizaron para contestarme. “¿Qué tal habéis dormido?”. “Cómo leños”, me contestó Fernando. “ Sentaos a desayunar. Supongo que estaréis hambrientos, y la mesa está lista”. Ellos repararon entonces en la mesa y sonrieron mientras me miraban, agradeciéndome el mimo con que la había puesto. “Las gracias os las tengo que dar yo a vosotros de nuevo. Ya he notado esta mañana que me habéis arropado y doblado mi bata”. Ellos bajaron la mirada con un trazo de vergüenza marcado en sus caras. “ Perdona”, me dijo Pablo. “No queríamos pasarnos, pero cuando nos íbamos a la cama, tu puerta estaba abierta y vimos que estabas dormida sobre ella desnuda, por lo que entramos a taparte con la sábana y a dejarte la bata a mano, que se había quedado aquí tirada en el suelo”. “¿Pasaros?. Habéis sido unos auténticos caballeros conmigo desde el momento en que nos encontramos, Pablo, ni siquiera anoche, en los momentos en que me comporté como la más puta entre las putas dejasteis de hacerlo”. Ellos apartaron la mirada un poco avergonzados por mi lenguaje, aunque sin poder evitar la lujuria escrita en sus expresiones recordando la experiencia vivida, y comenzaron a atacar el desayuno, en parte también para romper ese momento de apuro en que se encontraban. “¿Os gustó?”, insistí. Ellos se miraron azorados, pero Pablo continuó hablando por todos: “Gustar es una palabra que se queda muy corta para definirlo. Nos llevaste a la gloria, María. Más de una vez a cada uno, por cierto. Jamás, ni en nuestras conversaciones más atrevidas, pudimos soñar con algo así. Tener nuestra primera experiencia sexual todos juntos y con una belleza como tú, era algo de otra galaxia. Nos llevaste de la mano, haciéndonos sentir seguros cuando en realidad teníamos más miedo que otra cosa. Por eso somos nosotros los que jamás podremos agradecerte lo suficiente lo que has hecho por nosotros”. “¿Todos pensáis igual?”, les pregunté, a lo que asintieron con enérgicos movimientos de cabeza. “ Por supuesto”, terció Rulo. “Lo que te ha dicho Pablo es el sentimiento de todos. Anoche lo hablamos en la habitación después de arroparte. Si podemos alguna vez hacer algo por ti para pagarte esta deuda, cualquier cosa, no tendrás más que decírnoslo”. “¿No os dormisteis enseguida?”, pregunté algo sorprendida. “Bueno, todavía estábamos con el subidón”, contestó sonriendo abiertamente “ y, como te ha dicho Pablo, sin poder creernos lo que nos había pasado”.

“Bueno, en cualquier caso, no me debéis nada. Vosotros también me disteis a mí una noche fantástica”, le dije devolviéndole la sonrisa . “Lo que me lleva a haceros una oferta que puede que os resulte interesante”. Ellos dejaron quieto el desayuno y se volvieron a mirarme fijamente, extrañados. “Veréis. Como os he dicho, además de hacerme pasar una noche fuera de serie, creo que habéis sido muy caballerosos conmigo hasta cuando me llenabais la boca de leche, y eso me gusta todavía más que lo anterior. Me parecéis unos chicos educados y responsables, además de guapos con ganas. Por todo eso, os propongo el siguiente trato. Desde hoy, si aceptáis, podréis venir cuando queráis y seguir follándome todo lo que queráis siempre que cumpláis las condiciones que os voy a poner”. Sus bocas se abrieron estupefactas. Fernando, que tenía una taza de café en la mano, había aflojado la presión sobre el asa sin notarlo y la taza se inclinaba peligrosamente comenzando a derramar el café sobre su plato. Pablo tomó la palabra: “ María, con lo que nosotros te hemos conocido a ti, te puedo decir desde ya que las aceptamos antes de que las plantees”. “Gracias, Pablo. Estas son mis condiciones. La primera es el secreto más absoluto. Nadie, absolutamente nadie fuera de nosotros cinco debe saber una palabra de esto. No amigos, padres, hermanos, novias. Nadie”. Ellos asintieron. “Yo pongo las reglas. Punto. Esto, que ahora que aún no tenéis experiencia puede pareceros obvio, probablemente no os lo parezca tanto con el paso del tiempo, pero yo soy la que dice lo que se hace o lo que no se hace, la que os deje la iniciativa o no, la que quiera ser  la puta más puta del mundo para vosotros  pero que graduará vuestra respuesta en todo momento. La que manda”. Más movimientos de cabeza. “ Bien. ¿Tenéis más amigos en el grupo?. ¿Alguien que sea también vuestro amigo y que por la razón que sea no estuviera ayer con vosotros?”. Ellos se miraron y pronunciaron el nombre de Bosco. Pablo se volvió hacia mí, y me dijo: “Está Bosco. Es muy amigo nuestro, aunque llegó más tarde a la pandilla. Ahora está de vacaciones en la costa con su familia y por eso no estaba ayer con nosotros, pero solemos andar juntos”. “Bien, no me queda claro si es tan amigo como para participar en esto, por lo que dejaré a vuestro criterio el traerlo aquí o no, pero si lo hacéis será sin decirle una sola palabra de nuestro trato ni de lo  que hemos vivido. Le decís que tenéis que traer a vuestro perro, si alguno tiene, a una consulta o algo así, pero seré yo quien, tras conocerlo, decida si se une al grupo o no. Si no le digo nada, vosotros os vais con él tras terminar la consulta sin más y no le decís una palabra. ¿Está claro?”. Ellos se miraron unos instantes y después volvieron a asentir. “Por último: sólo podéis venir en grupo. No abriré la puerta a ninguno de vosotros si viene solo. Tres es el mínimo que aceptaré, pues no quiero ser causa de diferencias entre vosotros ni afectar vuestra amistad. No habrá absolutamente nada entre nosotros fuera de este trato. Si me veis por la calle, no me conoceréis y a la inversa. No quiero que esto interfiera para absolutamente para nada en vuestras vidas”.

Pablo habló de nuevo: “ Hablando por todos, aceptamos sin reservas tus condiciones y te prometemos que no saldrá de nuestras bocas una sola palabra que pueda revelar la menor señal de este trato”. Los demás contestaron también firmemente, y entonces relajé la expresión seria que había tenido en la cara mientras les exponía mi propuesta y, sonriendo, les dije extendiendo una mano sobre la mesa: ” Bueno, entonces tenemos un trato, ¿no es así?. Ellos extendieron las suyas colocándolas sobre las mías y contestaron: “ ¡Tenemos un trato!”. “Vale, pues entonces vamos a estrenarlo, ¿queréis?”. Me miraron sin entender, mientras me levantaba de la mesa y mirándolos, volvía a dejar caer mi bata y comencé a caminar lentamente hacia atrás mirándolos con una sonrisa traviesa y, levantando los hombros en gesto infantil, puse dos puños cerrados ante mi cara para extender los dedos índices moviéndolos adelante y atrás indicándoles que me siguieran. Ellos sonrieron con la anticipación pintada en las caras y se fueron levantando. El albornoz de Fernando fue el primero en caer al suelo seguido rápidamente por los demás, permitiéndome observar que todos se alegraban muchísimo, y de manera muy evidente, con el trato pactado.

Me dirigí a mi habitación siempre caminando hacia atrás y manteniendo mis gestos de invitación a seguirme hasta que llegué a mi cama, donde me paré para esperar a que todos estuvieran dentro. Entonces me giré lentamente e inclinándome hacia adelante, me puse a cuatro patas sobre la cama y volviéndome a mirarles les dije con voz sensual: “Hay un sitio por donde todavía no me habéis estrenado…” , dije bajando los riñones y levantando el culo para que pudieran contemplarlo con todo detalle. “¿Queréis encularme?”. Fernando fue el primero en reaccionar: “¡¡Uoah!!. ¡No lo dudes, María!”. “Tú serás el primero, Fernando. Pablo, lo siento pero tú serás el último. No puedo permitir que me taladres con semejante rabo sin que antes tus amigos me lubriquen y ensanchen el culo”. “Pero no te preocupes. Mientras puedo hacerte algún otro trabajito”, añadí con una sonrisa pícara mientras le hacía un gesto con la cabeza para que viniera hacia ese lado de la cama. Y en tanto que ocupaba su puesto, yo le di instrucciones a Fernando sobre dónde podía encontrar vaselina en mi cuarto de baño para lubricar la enculada múltiple que se me venía encima.

Chema y Rulo se deslizaron bajo mi pecho para adueñarse cada uno de una teta y comenzar a estrujarlas y chuparlas. El placer empezó a invadirme en una sensación que empezaba  a serme familiar, mientras el glande fabuloso de Pablo llamaba discretamente a la puerta de mis labios, que abrí lentamente para recibirlo con gusto. Qué rico estaba, todavía con los sabores de la pasada noche. Chupé con avidez su glande, sin dejarlo entrar más por el momento, lamiéndolo con lentitud, deleitándome en su sabor y su tacto, mientras sentía a Fernando regresar anunciando que estaba listo. Yo moví el culo ligeramente hacia atrás invitándolo a follárselo y él me agarró de las caderas apoyando su glande en el ano y comenzando poco a poco a empujar. Me costó unos instantes relajarlo lo suficiente como para que comenzara a penetrar, pero una vez la punta estuvo dentro, conseguí dominar el esfínter abriéndolo de par en par a Fernando para que me follara a su placer. Él continuó barrenando despacio para no dañarme el recto hasta que sentí sus huevos en contacto con mi empapado coño, lo que me mandó al cerebro un calambrazo de placer mientras mordisqueaba la punta de la polla de Pablo. “¡ Pero cómo me hacen disfrutar! “, pensé. Chema y Rulo mordían mis pezones con delicadeza o chupaban como queriendo mamar una leche inexistente o abrían sus bocas al máximo para meterse toda la teta en su interior. Era asombroso. No habían transcurrido cinco minutos y ya me tenían caliente como una perra en celo. Y entonces Fernando comenzó a bombear en mis entrañas, sin violencia pero con la fuerza suficiente como para transmitirme su movimiento de vaivén y hacer que la mamada que le estaba haciendo a Pablo se convirtiera en una verdadera follada,  lo que no solo no me importaba nada, sino que me ponía cada vez más cachonda deseando que  las arremetidas de Fernando me fueran obligando a tragar cada vez más profundamente aquella formidable barra de carne mientras sentía los testículos de Fernando golpear rítmicamente mi coño y su verga deslizarse por mi culo.

Aquella sensación de sentirme tan absolutamente puta en manos de aquellos cuatro jóvenes me ponía al borde del orgasmo. Y éste llegó cuando los dos artistas que me trabajaban las tetas decidieron, uno sujetar su pezón con los dientes y dejar la cabeza inmóvil mientras la teta se movía a causa del empuje de Fernando, y el otro, por el contrario, a dejar con la boca entreabierta que ese mismo movimiento hiciera rozar su pezón con sus dientes. En una monumental corrida, grité como una posesa lo que el rabo de Pablo me permitía mientras mi cuerpo entero temblaba como una hoja en medio de un vendaval. Y como celebrando mi venida, Fernando llegó justo detrás de mí, inyectándome su semen en lo más profundo del vientre en una larga y abundante corrida. Mientras yo me recomponía y Fernando sacaba cuidadosamente su herramienta del alojamiento en el que había estado pasándolo tan bien, Pablo me sujetaba la cabeza para mantenerla quieta, y con tan sólo la punta de la polla entre mis dientes me disparó su esperma en varias descargas tremendas llenando mi boca por completo, lo que me permitió mantenerlo allí hasta que terminó entre gruñidos de placer infinito y me soltó. Entonces yo levanté la mirada para encontrarme con la suya, y poniendo la expresión más viciosa que jamás había puesto, entreabrí la boca y le mostré todo aquel esperma, moví la lengua jugando con él y saboreándolo para, cerrándola despacio y exagerando el  gesto para hacérselo evidente, tragarme lentamente su jugo vital sin dejar de mirarle a los ojos. Aquello casi lo lleva a correrse de nuevo si no fuera porque estaba prácticamente terminando de hacerlo en aquel momento. ¡Y a mí igual!.

Mientras tanto, Rulo se había puesto en pie y ocupado el sitio de Fernando. Sin mucho preámbulo, me ensartó el conducto trasero y empezó a moverse frenéticamente en mí. “Este Rulo, siempre tan impaciente” , pensé divertida y excitada con su urgencia. Pablo había caído sobre la cama junto a mí colapsado por la visión de mi cara de puta tragando su leche con tanta fruición, y se arrastró lentamente bajo la teta que había poseído Rulo, mientras Chema le dejaba la suya a un extenuado Fernando y se ponía frente a mí para, loco de deseo, agarrar mi cabeza y meterme la verga en la boca de un solo golpe gritando de placer como un poseso. Así, los dos me follaban violentamente mientras mis tetas jugueteaban con las bocas más perezosas de los dos que ya me habían usado para su placer. Lamían alrededor de mis pezones y los mordían con dulzura, besando luego las tetas en toda su extensión mientras me tocaban por todas partes con esa misma languidez. Pablo movió una de sus manos hasta mi mojado coño y dejó resbalar dos de sus largos dedos por su interior hasta que contactaron con el clítoris, proporcionándome una súbita descarga de placer que me empujó a adelantar la cabeza para sentir la polla de Chema lo más profundamente posible en mi garganta al tiempo que levantaba una mano para sobarle los huevos y hacer que me descargara su leche lo antes posible como yo deseaba en ese momento de calentura. A Rulo lo sentía ya a punto, y quería que los dos vaciaran sus testículos  en mí al mismo tiempo y de ahí mi prisa con Chema. Tras unos instantes,  ambos terminaron prácticamente a la vez, llenándome de semen espeso, caliente y embriagador.  Yo me sentía flotar de placer deglutiendo el semen esta vez de Chema, como había hecho antes con el de Pablo. Jamás pude imaginar que me gustaría tanto beber la leche masculina y disfrutarla al máximo como lo estaba haciendo con la de estos muchachos. Claro que tampoco podía haber imaginado nunca que iba a disponer de cuatro hombres que me follaran a la vez por todas partes, llevándome a extremos de placer desconocidos para mí.

Chema y Rulo salieron de mí mientras Fernando y Pablo continuaban con sus magreos, lamidas y mordisqueos. Le pedí a Rulo que me follara un poco el coño antes de que su polla bajara la tensión que todavía tenía y él me obedeció de inmediato penetrándome de un golpe de caderas empujando mi cuerpo hacia adelante con su arranque. Yo gemí de placer, aunque por muy poco tiempo, ya que el pobre Rulo estaba agotado y su rabo necesitaba un rato de descanso, pero ese descanso era el que ya había disfrutado Pablo, que al ver que Rulo se retiraba, dejó su teta colgando libre y se colocó a mi retaguardia. Yo le dije entre jadeos: “Pablo, sé que no me has enculado todavía, pero necesito que me folles con todas tus fuerzas, por favor. Agárrame de las caderas y clávamela de un solo tajo y jódeme a lo bestia y con toda la mala leche de que seas capaz. Necesito que me taladres hasta lo más profundo de mi coño”. Y Pablo se puso en marcha. Y de qué manera. Como le había pedido, me agarró de ambas caderas con fuerza y, de un solo envite, me clavó aquella gigantesca polla hasta que el golpe de su pelvis en mi culo y un agudo dolor en lo que me parecía el estómago, me avisaron que había  entrado hasta el final. Sin mostrar compasión alguna hacia mis gritos de dolor, me jodió como un auténtico energúmeno, ensartándome hasta lo más recóndito de mis entrañas con golpes brutales de caderas mientras tiraba de las mías todo lo posible para abrir más mi coño y penetrarme lo más profundamente posible. La escena era tan caliente que Fernando, que había seguido indolentemente tumbado bajo mi pecho hasta ese momento, se levantó y se puso frente a mi cara para, aprovechando uno de mis gritos, meterme los testículos en la boca y yo, aunque en los primeros momentos no pude cerrarla sobre ellos debido al lacerante dolor que me causaba la follada de Pablo, conseguí ir dominándolo poco a poco y ajustar mis labios para sujetarlos firmemente y comenzar a pasear la lengua por ellos mientras Fernando comenzaba a gemir. Una vez pasado el dolor inicial, comencé a disfrutar plenamente el empalamiento al que Pablo me sometía y a sentirme presa de un placer incontenible que me llenaba por momentos. Además, los movimientos causados por las tremendas embestidas de mi follador hacían que tirase o empujase alternativamente de los huevos de Fernando. Y entonces me vino un nuevo orgasmo con tal violencia que no pude evitar apretar los dientes sobre los testículos que me llenaban la boca, pero contrariamente a lo que pudiera parecer, en vez de causarle dolor, lo que provoqué en Fernando fue como una descarga eléctrica quien, aunque sin terminar de tener la polla tiesa del todo y sin poder contenerse lo más mínimo, puso los ojos en blanco y, gritando a pleno pulmón, se corrió nuevamente salpicando su vientre y verga de la nata caliente que tanto me gustaba. Yo traté de vencer la presión de Pablo sobre mis caderas y adelantarme para poder lamer la corrida, lo que no conseguí hasta que se dio cuenta de lo que pretendía y aflojó su presa sobre mí. Con la cara aplastada contra el vientre y la polla de Fernando, yo lamía como una posesa para no perder ni una gota del néctar que éste me regalaba y una vez limpiado, conseguí meterla, fláccida como estaba, en la boca y chupar para tragar las últimas gotas que pudieran quedar en su interior así como limpiar por completo el exterior. Por último, con un casi rugido de placer, Pablo me apretó contra él al máximo de sus músculos y me lanzó tales chorros de esperma con tal fuerza que los sentí rebotar por toda mi vagina y llenarla hasta que ya no cupo más. Sacando él aquella masa de carne de mi coño, me desplomé sobre la cama casi sin sentido y  de inmediato los cuatro estaban sobre mí preguntándome solícitos por mi estado. En especial Pablo que, aunque sólo había obedecido mis órdenes, estaba sinceramente preocupado por el abuso al que me había sometido. Yo me di la vuelta ayudada por mis caballerosos amantes y, sonriendo cansadamente y dejando resbalar mis manos por sus cuerpos, les dije que no se preocuparan, que estaba simplemente desfallecida por el placer que me habían proporcionado. “¿Podríais hacerme el favor de traerme un café?”, solicité. Prácticamente no había tenido tiempo de acabar la frase cuando Pablo, como impulsado por un muelle, ya había saltado de la cama y cruzaba al salón como un misil para regresar con una taza de humeante café en las manos. Yo me había sentado en la cama con la espalda apoyada en el cabecero y las piernas dobladas abrazando mis rodillas, bajo la atenta mirada de los otros tres, todavía algo preocupados por mí. Tomé la taza con las dos manos apoyándola en mis levantadas rodillas y tras un primer sorbo, los miré a los cuatro sonriendo todavía exhausta y les dije: “ Jamás en mi vida había tenido una sesión de sexo tan buena como ésta.Sois los mejores amantes que cualquier mujer pudiera desear y espero que hagáis honor a vuestra palabra y mantengáis vuestra parte del trato para seguir haciéndome la ramera más feliz del mundo”. Ellos sonrieron francamente: “ Espero que no seas tú la que se canse antes, porque me parece a mí que no vas a sacarnos de aquí ni con agua caliente”, contestó Fernando ante las carcajadas de todos.

Tras terminar el café, y sin decirme nada, me levantaron en vilo entre los cuatro y me llevaron al cuarto de baño y abrieron la ducha. Dos de ellos sujetándome desde dentro de la bañera, y los otros dos haciendo lo mismo desde fuera, me ducharon, me enjabonaron y frotaron todo el cuerpo con un mimo que casi me hizo llorar de emoción. Yo estaba en una nube, mitad de cansancio mitad de cariño y placer y me dejaba hacer como una niña pequeña. Tras secarme cuidadosamente, me pusieron la bata y me llevaron en volandas al salón donde me depositaron en el sofá y me colocaron otra taza de café entre las manos, tras lo que dos de ellos fueron a ducharse y vestirse mientras los otros dos se mantenían de guardia atentos al menor de mis movimientos, uno acariciando mis piernas extendidas sobre las suyas y el otro con mi espalda encajada entre su costado y el brazo, que hacía lo propio con mi pelo. No había dado tiempo a que los dos primeros salieran de la ducha antes de que un profundo y reparador sueño me envolviera con su pesado manto y perdiera la noción de cuanto sucedía a mí alrededor.