Capítulo 85 .-ANDROIDE
Unos robots con aspecto humano que se dedicaban a follar a hombres
ANDROIDE
Los dadores de nivel 3 u hombres de negro normalmente sufrían gran desgaste puesto que se dedicaban, a veces, a follarse a 10 tíos cada día (y el límite humano eran cinco polvos, por lo que ejercían un acto sobrehumano=). Un ritmo que, para aguantarlo les obligaba a ser recargados al menos dos veces en cada jornada –o lo que es lo mismo, a ser follados–. Para ello tenían a su disposición otros dadores que no entraban nunca en contacto con los chicos de la isla, y cuya vida se dedicaba a follarse a sus compañeros de primer nivel dos veces al día para recargarles de semen y que se pudieran seguir follando a diez chavales. Follar se convertía para ellos en un acto mecánico que era ayudar a recargar de semen a sus compañeros. Tan mecánico era esto a veces que no todos los que follaban a otros en las torres de el complejo eran seres de carne y hueso: había una serie de robots con aspecto tan similar que parecían seres humanos de carne y hueso, aunque su interior era de metal: eran los androides.
Este era uno de los oscuros secretos de ‘el complejo’: unos robots con aspecto humano que se dedicaban a follar a hombres. Tenían una piel que parecía natural –de hecho se había coloreado dándoles aspecto de las distintas razas humanas–, y estaban dotados de un falo o pene mecánico muy especial y complejo. Se trataba de un pene adaptable a cada individuo que se iban a follar, que se ajustaba ergonómicamente al largo y ancho del ano al que iban a penetrar. El pene de los androides se inflaba ajustándose al cuerpo de su receptor. Y si el ano del mismo se iba dando de sí, dilatando después de cada follada, el pene del androide que ‘lo recargaba’ en cada nueva ocasión que lo penetraba, para rellenarlo de fluidos, se hacía más grande en grueso o largo. La CPU interna del robot hacía los cálculos al instante pudiendo reconfigurar en cero coma segundos la profundidad de la follada que le iban a dar al dador, el grosor del pene de silicona con el que le iban a penetrar, la cantidad de fluidos que esa persona necesitaba, con lo que ajustaba, el robot, el tiempo de penetración. Era como cuando se llevaba a un coche a una gasolinera a repostar, pero aquí, en estas estancias secretas de ‘El Complejo’, lo que se repostaba era semen: el fluido vital en la isla –era más necesario que el comer–, ya que en la isla todo se basaba en follar y ser follado.
El dador acudía a una habitación especial, donde se quedaba completamente desnudo, y aparecía el robot, que lo penetraba. Tras clavarle su pene en el culo el robot vertía a través de su pene, como si de la manguera de un surtidor de gasolina se tratase, de la cantidad que ese ser humano necesitase de fluido tipo semen. Al crear este fluido dependencia se ajustaba la inyección o inseminación del humano automáticamente con cantidades milimétricas. Las justas para que ese ser humano pudiese continuar su tarea follándose a cinco seres humanos antes de volver a repostar. Sin embargo, una vez empezabas a ser follado por el androide, cada vez ibas a necesitar más, y más, y más. Este fluido creaba adicción por lo que siempre era mejor recuperar el semen perdido de otro hombre.
John, el dador número seis, empezó con apenas 10 centímetros cúbicos, siendo follado por un pene de 16 x 3 centímetros, y a lo largo de los años había pasado a necesitar 250 c.c. de fluido por un pene de 21x5 cm. La tarea de repostar cada vez se dilataba más en el tiempo. El humano se tenía que dejar acoplar al androide, que le enchufaba su pene en el receptáculo anal (culo), y le bombeaba durante minutos y minutos los fluidos, con el falo autoadaptado al ancho para que no se escapase ni una gota de la sustancia que le estaba bombeando, al exterior.
Lo que empezaba siendo un acto breve, de placer, terminaba siendo una tortura de estar unido a una máquina durante media hora, mientras iba bombeando fluidos en el interior de tu cavidad intestinal. Y es que el problema de los seres humanos es que sus miembros, con el tiempo, el uso, la edad, se iban dando de sí, y finalmente estropeando sin tener solución, ya que todo culo tenía un límite de dilatación y el pene del androide un límite en su ancho o grosor que no podía aumentar. Y cuando la inseminación no se podía realizar sellando el ano correctamente el humano perdía los líquidos que le daban para repostar, algo que en una isla marcada por la necesidad y dependencia de semen no se podía concebir. No se podía permitir que nada de este fluido se derramara, y tampoco se podía permitir la continuación vital de alguien que agotase las reservas de semen de la isla… por lo que los dadores obsoletos, cuando como los coches viejos daban más averías que servicio a la comunidad, eran llevados al desguace.