Capítulo 8 - Sueños marítimos
Vacaciones... ¿A donde pensaría Agus llevar a Sofía? Aún a pesar de la pasión sexual, no dejará que su mujer no olvide disfrutar del viaje del amor...
Las vacaciones habían empezado ya para la mayoría de trabajadores, al menos para marido y para mi, y nuestros amigos. Mi marido estaba a mi lado durmiendo desnudo habiendo tenido calor del día anterior, eran las 11:30, me pareció raro haber despertado en la cama, tras aquel día de acampada. Juré que lo había hecho todo él, me había llevado él a casa, que romántico. Me incorporé con los brazos sobre el cabecero de diseño blanco y miré a mi alrededor. Me levanté y me cogí una bata de satén azul oscuro junto con unas pantuflas de la firma de Agent Provocateur.
Me fui hacia la ventana y la abrí para salir al balcón. Pude dislumbrar una maravillosa vista de Madrid a las afueras de las torres Kio con un cielo azul con suaves nubes de algodón al fondo. Entonces oí como el somier crujió. Mi marido pareció desvelarse, bramó un poco y se giró para volver a dormir y al darse cuenta de que no estaba en la cama se despertó de un salto.-¿Sofía? Me dediqué a sonreír desde el balcón.
-Joder Sofía que susto me has dado.
Yo le miré con una risa burlona quedándome en el balcón y este se levantó con su erección y en un bóxer negro de Hugo Boss. Me encantaba como le abultaba nada más levantarse.
-Ven aquí anda.. ven con tu mujer... Le dije mientras me mordía el labio y le indicaba que viniese con el índice como le gustaba.
-¿Así que quieres jugar...eh? Este se acercó y me rodeó con sus brazos suavemente como si cogiera un papel de la más pura seda. Sus labios buscaron los míos y me comió la boca, suavemente, acompasando su lengua con la mía. Mi mano se fue a acariciar su nuca y me comía su boca con ansias mientras él se encargaba de mi.
-Cariño... había pensando en algo para nosotros... El no le apetecía hablar mucho, me empezó a apretar el culo con sus manos y a besarme el cuello. Se intentó colar entre mis piernas para conseguir el calor de mi entrepierna. Parecía deseoso. Y así fue. Con ganas me quitó el camisón tirándolo como si le molestase, al suelo. Y con su boca empezó bajar lentamente mientras con sus manos subía de mis nalgas a mis pechos rodeándolos y acariciandolo con sus pulgares. Gemí. Había empezado a calentarme.
-Quiero follarte aquí, en el balcón, quiero follarme tú precioso culo, y te voy a castigar por haberme asustado mientras dormía, te quiero en la cama, te quiero follar aquí y en mi cama... Volví a gemir. Mis pezones estaban duros ya y mi coñito estaba empapado.
-Vas a darme tu coño y me lo voy a follar aquí y ahora, date la vuelta. Él me ordenó muy firmemente y siguió.
-Desnúdate. Sus órdenes eran pequeños bocados del cielo y así obedecí en su juego. El camisón cayó con prisa y me abrí de piernas delante suyo poniéndome de puntillas para respingar mejor el culo. Quería que me follase ahí, en el balcón de nuestro chalet privado. No nos veía nadie, ya que nos tapaba una arboleda frondosa que servía de telón dándonos privacidad. Me abrí el coñito para el y este se bajo el bóxer tirándolo a un lado y con firmeza me dio uno de sus azotes en el culo.
-No vuelvas a hacerme esto...¿De acuerdo? Gemí. Y menee el culo delante suyo para provocarle.
-¿Con que esas tenemos? Pues te vas a enterar... Fue cuando entonces me agarró del pelo y se escupió a la pedazo de polla que estaba lista y dura para romperme en dos. Grité. Mi pobre coño disfrutó de la dura embestida que me dio y gemí de placer deseando que me echase un buen polvo.
-Mastúrbate, rubia. Me ponía cachonda que me dijera eso. Le hice caso mientras me follaba y me masturbe con ganas mientras su dura polla me follaba duramente y sin cesar. Mis dos tetas se lucían en público botando a su libre albedrío. La escena era sexual y salvaje. Adoraba follar con mi marido en cualquier rincón de la casa. Y este día se sumaría a la colección de los mejores polvos de mi vida.
-Quiero que te corras, vamos, córrete. Mi marido insistía en su placer y yo me agarraba al muro del balcón mientras rebotaba con fuerza contra sus firmes caderas. Mi culo ya estaba molesto de la dureza que tenía contra mí y seguía. Seguía y yo gemía sin parar. Follaba con mi marido por el placer que nos unía, el amor, la pasión. Él era mío y yo era suya. En mí extasís me corrí y agarrada el muro mojé de mi squirt el suelo temblorosa.
-Aaaaguuuuuuuuussss... ah... Mi marido aguantó como un toro y sin dejarme descansar me cogió al hombro y en un azote me tiró a la cama abriéndome de piernas acercándome de las mismas hacia él. Cuando rápidamente lo tenía ya comiéndome todo el coño como a él le gustaba. Con sus dedos me torturaba el punto G y con sus ojos me taladraba. Era una escena digna de dos dioses concibiendo otro dios. Tras acabar de saciarse se escupió de nuevo a su enorme polla y me azotó tras después el coñito que ya tenía empapado y listo para otra ronda. Me ponía cachonda que me azotase también en el coño. Mi clítoris se volvía loco. Temblé de placer y me escupió para lubricarme y no hacerme daño. Con sus enormes puños se inclinó sobre mí y apoyándose con estos, me clavó la dura polla que sostenía en sus ligeros pero hábiles dedos. Me los metió en la boca para verme como los succionaba y mientras me follaba el coño, yo me comía sus dedos para hacerlo enloquecer. Sus embestidas me abrían las piernas y tras saciarse me sacó los dedos y me abrió de piernas escupiéndome de nuevo. -Ahora voy a follarte y a castigarte, para que sepas lo que debes hacer... Dicho esto me cogió de la cintura y me la hundió hasta las entrañas. Le miré cachonda perdida mordiéndome el labio. Sabía lo que me gustaba y yo lo que le gustaba a él.
-Agus... fóllame... Se volvía loco cuando se lo decía. Arremetió duramente contra mí y entre sus embestidas, nuestros gemidos y arañazos me corrí de nuevo salpicándole con mis fluidos. Era el cielo. Y él un cohete. Era como viajar a la luna... Al borde del orgasmo sacó la enorme polla que tenía y se masturbó delante de mi, esperando su corrida, mientras lo hacía me apretaba las tetas y le sacaba la lengua jugando con la saliva. Gimió y con un rugido, su semen cayó por encima de mi cuerpo como una guirnalda de flores sobre un prado. Estaba llena de él y decorada con su esencia. Era una de las muchas maneras en las que adoraba estar. -Sofíaaaaa... joder... Al acabar me miró agotado y se movió a un lado para caer en la deshecha cama y darme un beso en el hombro.
-Espero que hayas aprendido... pero te advierto que quien juega conmigo sale avisado. Como tú precioso culo. Adoro follarmelo.. joder.. es el puto paraíso.. en vida... La última palabra salió de su boca y su cuerpo se hundió en el viscoelastico del colchón. Estaba agotado. Le arropé y me limpié con la sábana para seguir descansando otro poco junto a él antes de que volviera a despertar.
Cuando volví a notar su movimiento, su respiración me daba cerca de la boca y se desplazó sutilmente hacia mis labios. Lentamente me abrazó con sus grandes brazos y recubrió con su cuerpo el pequeño del mío. -Ha estado genial... anda... dime lo que querías decirme vida mía...
Sonreí bajo su presencia masculina y protectora.
-Había pensando en tomarnos unas vacaciones. ¿Te gustaría ir a algún sitio paradisíaco...? Aún medio dormido dudó unos segundos. Fue entonces cuando le di un toque en la nariz y se espabiló.
-Am... si, si mi vida, vayámonos de vacaciones. ¿A donde te gustaría ir vida mía?
Yo, en mi plenitud le contesté con una fresca sonrisa. -A Bora Bora amor...
Él abrió el ojo y dudoso pensó por donde estaría eso. -¿Dónde está eso exactamente?
Yo me reí. -Está en el Océano Pacífico amor, en la Polinesia francesa.
Él enseguida contestó. -¿En mitad del mar? ¿Cuantas horas son eso?
Proseguí -50h aproximadamente con escalas incluidas. He estado mirando y saldríamos desde Madrid a Cancún, desde Cancún hasta San Francisco, desde allí a Papeete hasta Bora Bora.
Mi marido se quedó horrorizado. -¿50h de viaje? Dios mío de mi vida... voy a avisar a Carl que me traiga el Jet... no voy a tragarme 50h de viaje... uf deja deja... Se levantó y cogió su móvil yéndose a su despacho. Su espalda se tensó mientras iba desnudo por la habitación y me miraba de reojo con esa sonrisa que me mataba. Se sumergió en su llamada y yo me contoneé acariciando mi cuerpo pegajoso del polvo de hace unas horas. Quería tocarme pero me decidí reservar. Ya había tenido suficiente con el polvo de hoy.
Mi marido satisfecho volvió y se llevó las manos a la cintura. -Ya he avisado a Carl. Nos llevará el mismo con el jet. Vamos a preparar la maleta vida mía. Acercó su mano hacia mí para irnos a la ducha y me cogió de nuevo en brazos para limpiarnos antes de irnos de “Segunda luna de miel”.
-Te vas a volver a enamorar de mi... te lo prometo.
Tras una romántica ducha salimos y nos sacamos, eligió la ropa que le gustaría verme, escogió un vestido cómodo de color gris, elástico de Guess junto con un tanga de encaje de Agent Provocateur. No me puso sujetador por que amaba verme sin el como mis pechos jugaban al escondite bajo mi tela de cualquier prenda de ropa. Mi marido buscó dos pares de maletas de YSL, negras que me regaló en uno de los aniversarios y empezó a ir y venir del vestidor metiendo su ropa más veraniega en sus maletas y él me ayudaba con la mía. Mientras yo iba al baño para coger mi neceser, con todos mis productos de belleza y cosméticos, el miró de reojo para meter un par de cajas en su maleta sin que yo viera tapados por la ropa. Al volver siguió metiendo toda su ropa con sumo cuidado respetando el lado de las camisas y los pantalones y camisetas, sus zapatos, cinturones y demás complementos. Poco a poco fuimos rellenando la maleta y mi marido volvió al vestidor para ponerse unos piratas cómodos azules marino con unas menorquinas y un polo fresco de la firma Ralph Lauren trayéndome a mi unas sandalias a juego de la misma firma para completar mi atuendo. -Se te olvida lo más importante nena... Mi marido me guiñó el ojo y volvió al vestidor. Tras unos segundos rebuscando en mi cajón de lencería trajo varios conjuntos con sus respectivos ligeros y medias.
-Esto te lo quiero ver puesto cada una de las noches... y no se me olvida. Volvió al vestidor a trompicones y volvió a rebuscar. Esta vez regresó con unos cuantos bañadores y bikinis bastante monos y sensuales bastante adecuados para mi gusto.
-Así que no te quieres perder ver a las sirenas... ¿es eso, no? Entonces fue cuando de una zancada se paró en seco delante de mí y dejando antes mi ropa de baño en mi maleta con cuidado en una bolsa respectiva, cogió mi rostro entre sus manos y me besó. Por unos segundos se paró el mundo. Tras ese beso casi infinito que no deseaba que se acabase, separó sus labios de los míos y sus párpados dejaron ver sus esmeraldas de las cuales un día me cautivaron.
-La única sirena que quiero ver en ese Bungalow que reservemos, es a ti. Ojos azules sacados de los diamantes submarinos más hermosos jamás hallados en este planeta, pelo digno de la misma hija de Poseidón y curvas que harían encallar a los barcos mejor equipados de los 7 mares. Mi respiración se aceleró y me sonrojé. Es por esto que amaba a mi marido. Sabía verme como la mujer entre las mujeres. Como si él mismo Dios hubiera bajado para hallarme en el sitio donde estaba ahora mismo.
-Mi vida... gracias... Pude decir en mi increíble idilio de marido. Tras este detalle volvió a besarme en la sien con extrema delicadeza y en una sutil caricia siguió metiendo las pocas cosas más que quedaban, pasaporte, DNI, seguro médico... todo estaba listo. Mi marido me trajo una pequeña mochila de verano muy fresca y un pequeño bolso de cañamo para conjuntar mis prendas más veraniegas.
-¿Estas listo para que te caiga un coco en la cabeza..? Le dije entre risas y este me lanzó una mirada furtiva.
-Pues no te rías que mueren muchos por un golpe de coco. Te lo digo de verdad. Me asusté. No quería jamás por los jamases que este viaje se arruinase por un coco de mierda. -Iremos con la sombrilla entonces... no quiero que te me mueras y volver viuda... En mi pecho sentí ya triste pena de solo imaginarlo. Sería un desastre. Como pude me quité la imagen de la cabeza y acabamos de cerrar las maletas y procuré llamar a mi suegra para que viniera a dar de comer a los perros que teníamos de compañía. Nos despedimos de ellos, teníamos dos Huskys Siberianos y una Boxer. Dos hembras y un macho. Los dos Huskys, Link y Zelda y la joven Boxer, por mi marido, Kiara. Le dio ese nombre debido a una perrita que tuvo de joven y tuvo que ser sacrificada pero no ha querido que su presencia solo esté en el cielo, así que quiso volver a tener una de sus familiares de vuelta, aunque fueran lejanas. Tras despedirnos de nuestras mascotas y dejarles los cuencos llenos de comida, por supuesto; salimos al garaje. Ahí mi marido y yo disponíamos de varios coches, entre ellos un Mercedes de alta gama, de acabado más deportivo en negro AMG GT 4 y otro blanco con acabado más clásico pero elegante CLA 220. También tenía un Cadillac negro Escalade Sport Edition. Y para acabar a joya de la corona, un Lamborghini Veneno Coupe en gris metalizado. Mi marido sabía cuánto dinero podía permitirse en cada ocasión. Y esta vez iríamos en el Lambo hasta el Velódromo privado. Levantó la puerta para que entrase y me acomodé mientras se acercaba a mi y me ataba el arnés que tenía por cinturón. Me besó con una caricia y bajando la puerta se fue a su sitio. Metió las maletas en el maletero tras esto he hizo el mismo proceso pero esta vez me besó en la sien. Metió las llaves en el contacto y arrancó con una fiereza brutal. Poco a poco salió del garaje privado y puso rumbo al velódromo donde nos aguardaba Carl, el piloto de alquiler que disponía mi marido para viajes urgentes. Y este era uno de ellos al parecer. Mientras íbamos por una carretera secundaria poco transitada, me puso la mano en el muslo y me lo apretó con suavidad acariciando la cara interna, le miré con una sonrisa y mientras apretaba el volante me fijé en ese detalle como cuando él mismo se apretaba la entrepierna y sus venas se marcaban cuando hacía ese gesto. Lo adoraba. Esos detalles eran lo que más me gustaba de él. Centrado en la carretera mi marido apretaba la mandíbula y fruncía el ceño muy serio mientras mantenía su mano en mi muslo. Parecía muy concentrado en algo. Quizás no quiera que sepa sus problemas...
Llegamos al velódromo y el capitán de vuelo nos esperó en la pista. Llegamos y mi marido y yo con un ayudante de servicio que se apresuró a coger nuestro equipaje y estrechó la mano con firmeza al jefe, Jeff.
-¿Cómo está el asunto Jeff? ¿Todo bien, la mujer, los hijos? Jeff sonrió dándole una palmada amistosa en la espalda y apretó su mano con más delicadeza y al soltarse se agradeció de su preocupación. Le contestó con una sonrisa paternal.
-Todo muy buen Agustín, la mujer feliz y los hijos me van a dar pronto nietos, estoy muy feliz, si te soy sincero. Mi marido seguido de la noticia le abrazó.
-Me alegro mucho Jeff, mándales un abrazo de mi parte, por cierto, te presento a Sofía, mi mujer. Jeff me miro con una sonrisa de oreja a oreja y le estreché la mano a la misma manera formal para dar una imagen seria y respetuosa. -Encantada Jeff. Mi marido me ha contado de usted. Son buenos socios. Jeff me contestó seguido a lo que le dije.
-¿Si? Que cosas tiene, desde que contactó conmigo hemos generado bastante más dinero gracias a su marido. Su empresa suele necesitar viajes rápidos y busca la solución en nuestros jets privados y están muy contentos con nuestro servicio. Jeff tras saludarnos nos llevó a nuestro jet privado. -Srta. Dendariena, me dijo su marido que hoy tenía una sorpresa para usted, espero que le guste, trabajamos muy duro para tener a nuestros clientes plenamente satisfechos. El chico de servicio nos metió el equipaje en la pequeña bodega del jet y se marchó a seguir trabajando en otros clientes que había también por ahí, preparando su vuelo. Llegamos a nuestro jet que estaba tapado por una lona y mi marido sonrió a Jeff. Jeff asintió y prosiguió.
-Srta. Dendariena, puede quitar la lona. Me quedé sorprendida y avancé un poco para poder quitar la lona con algo de tiempo, al quitarla, mi marido se metió la mano en los bolsillos y miró al suelo. En la carrocería del jet al lado de la ventanilla ponía un título en letras plateadas en un acabado muy elegante y refinado. En el título se leía muy elegantemente: “Sofía”. Sé que a mi marido no le gusta volar y que prefiere tener los pies en la tierra ya que es un Tauro, pero el lo hace por mi y se esfuerza en superar ese obstáculo interno que tiene. Me quede asombrada, mi marido había nombrado uno de los jets a mi nombre. Me giré hacia él con las manos en la boca del asombro y me lancé a besarle con todo el amor del mundo. Mi marido era el mejor de los maridos. Tras esta sorpresa la escalerilla del jet bajó al suelo y Carl bajó impoluto en su traje de piloto. Me encantaba simplemente.
-Sr., Sra.Dendariena, bienvenidos a bordo... En ese momento sentí como unos brazos me suspendían en el aire y yo miré a mi marido que me sostenía en el aire con sus grandes brazos. -Primero las damas... Despidió a Jeff con un gesto de cabeza y subió conmigo como si fuera una pluma metiéndome en el jet. Dentro volvió a sorprénderme en sus brazos. El interior estaba lleno de flores, rosas que olían al perfume mezclado de mi marido con el olor floral característico. Me miro con timidez y me acerqué a él lentamente para volver a besarlo. Era mágico. Nada podía ser mejor.
-Gracias... Le dije en un susurro y él me hizo una suave caricia con su frente a la mía. -Lo hago por que te quiero... deseo que lo disfrutes. Me bajó con cuidado de sus brazos y me adentré despacio hacia dentro. Había unos sillones cómodos de color gris muy elegantes y al fondo la habitación, con una cama decorada con más pétalos de rosa y un ramo encima de la cama. Era simplemente perfecto. Mi marido sabía como ser romántico. Le amaba. Cogí el ramo de encima de la cama y me inundé de su perfume. Era increíble... era como un sueño. Dejé el ramo en un jarrón al lado de una de las ventanas con agua y retiramos las flores a una zona donde estarían bien preservadas. El espacio así quedó más limpio y ordenado, olía a rosas y a la colonia de mi marido. Este cogió mi mano dándole un aviso a Carl que podía despegar cuando quisiera. Seguido de avisarle se sentó conmigo en uno de los sillones relax que incorporaba el jet y entrelazó sus dedos con los míos.
-Estaba deseando realizar un viaje así pero quería asegurarme que lo deseases tanto como yo... y aquí lo tienes. Todo esto es por ti y para ti. Mientras hablaba yo le miraba con los ojos llenos de ilusión, era el mejor marido que podía haber deseado. Fue cuando entonces se acercó a mi y puso sus mullidos y carnosos labios sobre los míos y los acompasó con su lengua metiéndonos en una pequeña vorágine de amor y cariño. Su lengua se entrelazó con la mía y mientras lograba encajar sus labios con los míos me acariciaba el cuello con su mano libre y me atraía hacia si para profundizar aún más en sus pasionales besos. No quería separarme mientras nuestras bocas danzaban como el ritual de dos cisnes en mitad del amor. Pura y salvaje naturaleza humana. Sin enterarme, me colocó el cinturón mientras despegábamos sin darme cuenta los 5 minutos que llevábamos ya sentados y entregados. Se colocó el suyo y el jet despegó con extrema suavidad. Carl, mientras avisaba por los auriculares el número de avión y despegue, se le concedió el permiso y pusimos rumbo a nuestro paraíso del amor. Bora Bora, en la Polinesia Francesa. Seguimos entregados un rato más y al acabar nuestro tórrido y pasional beso. Cogió el mando de la televisión la cual disponíamos y con el mando busco una película romántica. Colocó el brazo del sillón hacia atrás para poder acurrucarme a su lado y disfrutar de una experiencia mucho más conjunta. Buscó una de las películas que más me gustaba. Perdona si te llamo amor. Le dio al botón de play y las luces del avión se atenuaron al bajarse las ventanillas. Disfrutamos de la
película hasta casi el final donde mis párpados pesadamente me hacían intentar caer en un pesado sueño. Cuando me di cuenta ya había caído en un profundo sueño acurrucada en él. Perdida en la noción del tiempo tras lograr despertar, estaba en la preciosa cama de nuestra habitación aún decorada con pétalos de rosa alrededor, sobre el suelo. Estaba únicamente en el tanga de encaje en el que vine y me acurruqué en las maravillosas almohadas casi perfectamente adaptadas a mi gusto. Supe que las había elegido para mi. Es un detallista hasta para el mínimo detalle tan personal como el gusto de la almohada a la hora de dormir. Oí unos pasos en la zona de descanso principal y apareció mi marido por la puerta. Iba con el pecho descubierto y la camisa abierta junto con el pirata y descalzo. Me tría algo de comer en una pequeña bandeja. -¿Tienes hambre pequeña fierecilla? Te quedaste dormida casi al acabar la película. Llevas tres horas durmiendo...
-¿Tres horas durmiendo? ¿De verdad? El siguió.
-Te llevé poco después de que cayeses dormida... y mientras tanto he estado haciendo otras cosas... realizando llamandas y tal... Fue entonces cuando me dio su móvil.
-Abre la galería y pon el último vídeo. Cogí su móvil y pulsé sobre la aplicación de la galería. Había un vídeo y curiosa le di al play. Salía mi marido masturbandose con su enorme envergadura deseosa de guerra.
-¿Cariño? ¿Y esto? El vídeo fue apenas pocos minutos hasta que eyaculó y pausó el vídeo con un final bonito: “Me vuelves loco Sofia..”
-Tenía muchas ganas y estaba algo estresado, espero que no te haya molestado... Medité un poco tras su confesión y dejé el móvil bloqueado para hacerle caso.
-¿De verdad te has aliviado conmigo...? Contento, me contestó.
-¿Cómo no voy a hacerlo si eres una diosa en el cielo? Me ruboricé. Mi marido había estado aliviándose mientras dormía para no interrumpir mi sueño... fue bonito, supongo. -Después de eso, me dormí un rato contigo mientras te protegía y me fui poco rato a prepararte algo de comer, imaginé que tendrías hambre pequeña leona. Me llamaba leona por mi signo zodiacal. Leo. Era un romántico.
Miré la bandeja, había un té verde como me gustaba y unas galletas de chocolate con unos cupcakes de diferentes sabores para darme a elegir. Entonces mi marido cogió uno y me lo acercó a la boca.
-Abre la boca... Me invitó a hacerlo. El exquisito sabor del azúcar con nutella y fresa invadió mi boca. Estaba delicioso, estaba por manchar su envergadura masculina en ese sabor y disfrutar de ello. Pero más tarde. Mordió tras habérmelo dado y saboreó el sabor que estaba saboreando yo.
-Mmmm... es lo más dulce que he probado a cuánto a comida.. esta buenísimo... Soltó mientras se apoyaba en el cabecero de la cama. Disfrutamos juntos del pequeño tentempié y tras esto se acurrucó a mi lado, se puso a cucharita contra mi. Con su mano empezó a acariciar con la suavidad de sus yemas mi vientre, los muslos, el pecho desnudo. Mientras lo hacía, su respiración era pesada y arrastrada ligeramente jadeante. Algo me estaba incomodando entre mis nalgas. Su erección. Joder. Me entraron ganas de hacerle el amor allí mismo. Y sin pensarlo demasiado, su mano se coló entre mis piernas, las abrí poco a poco dejándole hacer. Entonces se dio cuenta de lo que quería. Me puse boca arriba y pasé la pierna por encima de su cintura para que accediera mejor.
-Sofi...¿Quieres que te haga mía..? Asentí a esto, mis pezones ya estaban duros como piedras y exuberantes. -Si... hazme tuya.. Seguido a esto metió su mano dentro del tanga y empezó a masturbar mi clítoris y comprobar mi humedad. Gemí de gusto. Con su mano libre acarició mi barbilla y me encajó un beso lleno de amor cuando antes de poder llevar la mano a su nuca se llevó uno de mis pechos a la boca mientras me masturbaba. Adoraba que me tuviera en esa postura. Se movió lentamente mientras me besaba el vientre con lentitud y al llegar a mi tanga, se puso entre mis piernas. -Levanta un poco el culo mi vida... Levanté un poco la cadera y mi marido se ocupó de bajar mi tanga mientras me besaba los muslos. Sacó el pequeño trozo de encaje entre mis piernas y lo dejó en el suelo para seguir ocupándose de mi.
-Voy a pecar a gusto contigo hoy... Me dio un suave bocado a mi húmedo sexo. Tenía el pelo azabache y frondoso, olía a cítricos y a frescor. Mi mano sin pensarlo se agarró a su pelo y le atraje hacia mi. Gemí de nuevo. Mi marido estuvo ocupado un buen rato con mi clítoris, sus lametones eran precisos y recorrían de abajo a arriba mis labios dándome toques en el pequeño detonador del placer. Me encantaba y lo hacía agarrándole del pelo. Con sus dedos, los llenó de saliva para hacer hueco en mi apretada vagina que ya deseaba ser penetrada por él. Ahí logré mirarle y sonrió con una traviesa sonrisa. Se levantó desplazándose hacia su maleta. Sacó una cuerda y un plug anal junto con un masajeador de clítoris.-Vamos a divertirnos... hoy tengo ganas de jugar. Mi marido con una cuerda de color rojo me ató al cabecero con un nudo “esposas” practicado de las veces que hacía sus sesiones de sumisión. Me dejó atada de las muñecas al cabecero, me dio la vuelta ayudándome y tras estar boca abajo, me dio uno de sus azotes que amaba.
-Levanta el culo. Así hice, con ayuda de las rodillas eleve en culo y lo abrí delante de él. Sentí su aliento cerca de mi entrepierna. Noté como su saliva me lubricaba por todo mi húmedo sexo, previamente. Con otro poco de saliva lubrico mi ano e introdujo el plug con un corazón rojo en el final. Decorado mi culo, me volvió a azotar y disfrutó un poco de mi entrepierna. Cuando estuvo contento me giró boca arriba de nuevo y me abrió de piernas todo lo que pudo.
-Estate quieta o te castigaré. ¿De acuerdo? Asentí divirtiéndome. Vi que no llevaba la fusta ni el collar pero me gustaban sus juegos. Amaba tenerme postrada para él. Me disfrutó postrada para él. Mi pecho jadeaba subiendo y bajando y podía percibir la tremenda erección con la que iba a trabajarme. Era su obra maestra. Y él el discípulo de Miguel Ángel.
-Agus... Reclamé y él se puso serio. Amaba cuando sus labios se quedaban planos. Le daba un toque de poder y masculinidad. Cogió el masajeador y lo encendió hasta la mitad de la intensidad dejando caer algo más de saliva en mi entrepierna. Con sus dedos lo esparció e introdujo también sus dedos en mi estrecha vagina que ansiaba ser hecha el amor. Mi marido me miraba con las pupilas dilatadas en su placer y acabado de prepararme me colocó el cabezal del masajeador en el clítoris y gemí arqueándome del placer que sentí. La vibración recorrió todo mi cuerpo hasta el mismísimo bulbo raquídeo que expandió aún más la vibración a lo largo de todos mis nervios. Disfruté del placer que me daba y ofrecía. -Quiero que te corras Sofía.. haré que te corras en el mismo cielo. Jadeé y sonreí
-¿Y que pasa con Carl? Nos va a oír... Él añadió.
-Está medio sordo con los auriculares. Así que no grites muy fuerte tampoco... o nos echará la bronca.. preciosa. Aumentó la intensidad del masajeador y tiré de las cuerdas. No podía con el placer que me ofrecía y temblé. Mis piernas poco iban a aguantar pero resistí a las torturas de mi marido.
-Aguuuussssss... por favor. Él siguió moviendo el juguete sobre mi clítoris y yo no dejaba de temblar mientras me besaba los muslos con todo el cariño y se ocupaba de mi placer.
-Joder... no puedo... por favor.... Estaba a punto de correrme del placer. Sonriente de saber el punto de mi éxtasis, hizo algo más de presión sobre mi pequeño órgano sexual y me corrí sin poder aguantarlo más. Un chorro salpicó su rostro y con sus dedos metidos en mi vagina provocó que saliera aún más.
-AAAAAAAGGGGUUUUUUSSSS... Fue el mejor orgasmo que tuve desde hace bastante tiempo. Estaba temblando, el placer era inmenso. Mi marido satisfecho se limpió del desastre que había provocado. Mi ano se contrajo y sentí una punzada más que incrementó ese placer hasta volver a otro viaje astral. Mi marido era experto en torturarme sexualmente y lo hacía cada vez mejor. Tras el orgasmo, afirmó.
-Eres explosiva mi vida... mi diosa en cielo y tierra... Me sonrojé. En ese momento soltó un jadeo y se quitó la camisa con elegancia. Amaba verle desnudarse, a pesar de no tener un cuerpo perfecto. Sus ojos se clavaban en mi desnudez y veía como observaba cómo caía mis fluidos entre mis labios. Seguía abierta para él. Mis labios permanecían abiertos para su disfrute, como no. Con sus manos se desabrochó el pirata y dejó salir la grandísima erección lista para disparar. Iba a lo comando como me encantaba a mi verle. El pubis ligeramente recortado pero dejando ver ese toque masculino de vello púbico que aún le hacía más masculino aún. Se lubricó la erección con su saliva y continuó. Se vino hacia mi desnudez y besó mi rodilla, mi Monte de Venus para seguir con mis pechos. Su cuerpo como un velo de estrellas hizo sombra ante mi cuerpo pequeño y ligero. Su erección más abajo buscaba su lugar y cuando esto fue así la deslizó hasta el fondo de mi cuerpo, haciendo mi cuerpo arquearse. Dios mío... era el Nirvana. Mi marido se ocupó de besarme y atenderme como ningún pétalo de rosa jamás había rozado labios tan carnosos y suaves. Su erección me esculpió por dentro con suaves estocadas y arremetía contra mi, cogido de la cintura. Mi cuerpo rebotaba contra el suyo y mis pechos seguían el ritmo ligeramente descompasados. Gemía y trataba de quitarme las ataduras. Imposible. Lo intente varias veces y sin éxito. Las caderas de mi hombre iban y venían como un náufrago intentando coger tierra. Sentía sus firmes estocadas, notando el calor de las carnes de mi hombre, y como el placer iba creciendo como germina la semilla de un árbol frutal. Mis pechos se conviertieron en dos dulces frutos del pecado.
-Aguuuusss... Ésta vez me miró y llevó mi mano a mi pecho para torturar un poco más el pezón, gemí y él junto a mi. Estábamos de nuevo
en nuestro limbo. En el siguiente movimiento se le ocurrió acelerar. Sus dedos me agarraron y apretaron más seriamente mis carnes.
-Sofi, me vuelves loco. Quiero verte abierta para mi. Ábrete. Gemí desesperada a sus órdenes y trataba de abrirme como podía para complacerle. Nuestros gemidos nos rodeaban en aquel habitáculo bastante espacioso para moverse. El colchón sonaba ligeramente entre nuestro encuentro pero sin llamar mucho la atención. Entonces fue cuando noté como su semen me inundó por dentro. Se corrió dentro de mi, llenando con su espeso fluido mis carnes femeninas... cada hendidura hasta hacerme rebosar. -Aguuuuussss.. ahh... Gemí en un orgasmo que estiró todos mis nervios como si tuvieran vida propia. Él se sacudió violentamente dentro de mi y sentía el calor de su fuego interno. Estaba sudando ligeramente y para finalizar, se reclinó para fundirse conmigo en un beso.
-Sofiiii... Dios mío, has estado genial. No se olvidó de desatarme y sacarme el plug antes de finalizar nuestro encuentro. Guardó la cuerda en la maleta y el plug lo limpio con unas toallitas especiales para juguetes, tras su meticulosa limpieza, lo metió en una bolsita de terciopelo y lo guardó. Su erección fue cayendo poco a poco mientras le veía en la cama.
-Estoy cansado... vamos a dormir vida mía... este viaje me va a costar la vida... Se acercó a la cama pausadamente y se metió conmigo abrazándome, y al acurrucarse conmigo con su manó acarició mi vientre y la curva de mi muslo antes de posarse en mi edén del amor. Su erección dejó de hacerse notar pero aún se percibía la grandeza de su órgano sexual más potente. Que completaba el pack de mi marido junto con su completa musculatura ligeramente tonificada pero no demasiado. Y poco a poco.. nuestro calor se convirtió en sueño.
Carl nos despertó por megafonía desde la habitación de que nos aproximábamos a Bora Bora. Miré mi reloj. Habían pasado unas 19h casi 20h. Fue un viaje bastante rápido. Para ahorrarse las escalas. Mi marido tardó en ser persona y me inundó con su cálida presencia. -Mi mujer... mi hijo... Pude entender en sus sueños. Yo le miré con una sonrisa y le acaricié el rostro con delicadeza para dejarle descansar algo más. Me quedé tumbada a su lado acariciando su rostro con la yema del dedo. Era una vista digna de ser pagada. Mi marido durmiendo como un león, fuerte, grande, imponente. Todo un semental en su línea. Y mi vagina lo confirmaba. Su semen era de la máxima calidad y ella lo aceptaba con el máximo de su esfuerzo. Cuando se despertó, esta vez le ofrecí yo de comer y reponer las fuerzas del encuentro. En la bandeja que traje había un dulce cupcake con un trocito de chocolate blanco como le gustaba a él y le traje también fruta troceada para compartir.
Al despertar consiguió incorporarse y juntos nos dimos otro romántico momento para compartir juntos la merienda, o por llamarlo de alguna manera. Tras habernos comido la merienda nos dimos una ducha en una espaciosa ducha que incorporaba el jet. Tras secarnos y vestirnos nos sentamos de nuevo en la zona de descanso y nos abrochamos los cinturones listos para aterrizar. El jet aterrizó suavemente en los pocos minutos que quedaban. Llegamos sobre las 17:30 en esa franja horaria, diferente a la de España. El jet frenó suavemente en la pista de Papeete y mi marido me desabrochó el cinturón y él se desabrochó el suyo. Me cogió de la mano y fuimos a la escalerilla.
-¿Preparada para unas vacaciones perfectas?
Yo le sonreí feliz -Sí. Me acerqué a sus labios y con mi mano le acaricié la nuca plantándole un suave beso lleno de felicidad. Después de ese beso sus brazos me cogieron al aire y con cuidado me sacó bajándome por la escalerilla hasta el suelo donde me bajó y una azafata nos entregó una copa de champán y un collar de flores típicas de Bora Bora. Otra azafata se encargó de nuestras maletas y nosotros nos ocupamos de disfrutar nuestras vacaciones y brindamos por ello. Mientras íbamos al pequeño aeropuerto con la copa en la mano, nos despedimos de Carl. Mi marido y yo nos bebimos el champán y la azafata que nos atendía nos recogió las copas para seguir dándonos la bienvenida, un encargado llevaba un pequeño cartel con el nombre de “Sr. y Sra. Dendariena” y en un pequeño carrito de golf desde el aeropuerto nos llevaron en pocos minutos por las largas pasarelas hacia nuestra suite en el bungalow que habíamos alquilado 2 semanas. El conductor del carrito se paró a pocos metros de la puerta y nos cedió las llaves del bungalow y se despidió estrechándonos las mano y que disfrutaremos de la estancia. Nos metió las maletas y se marchó dejándonos a solas de vuelta al aeropuerto.
-¿Y bien? ¿Qué te parece? La pasarela de madera estaba a casi media luz, mientras atardecía, se veía el sol casi a poco de fundirse con el mar Pacífico y yo me quedé sin palabras. Por fin pude articular palabra. Estábamos en la puerta mirando el atardecer.
-Es precioso cariño... es.. simplemente perfecto. Mi marido me miró a los ojos y se puso detrás de mi mientras me abrazaba por detrás dándome un pequeño beso en la mejilla. -¿Quieres ver como es por dentro, amor mío? Con toda la ilusión del mundo asentí y entré con alegría al interior del bungalow. La entrada era amplia, de fondo se veía el atardecer y según avanzaba a mi derecha estaba la cama, con un precioso dosel blanco semitransparente, para dar intimidad. El suelo que pisaba estaba recubierto de pétalos y para no estropearlo, me quité las sandalias dejándolas a un lado apartadas. No tenía palabras para ese momento. A mi izquierda había una zona de relajación con sofá y un pequeño televisor. El suelo donde pisaba en ese momento era de cristal y debajo se podían ver el agua con ese azul celeste y paradisíaco. Casi mágico. Avancé un poco más hasta salir al balcón donde disponía de un porche amplio a ambos lados, a mi derecha unas tumbonas de color blanco elegantemente diseñadas conforme al cuerpo y una pequeña piscina delante de estas. Al mirar a mi izquierda una zona de descanso con un sofá en color blanco con una mesita baja delante. Y en el centro, unas escaleras que bajaban a una pequeña zona de relax con otras dos hamacas con reposapiés para admirar la infinidad del mar y los atardeceres. Sin olvidarme de una malla elástica en la esquina izquierda para tumbarse y sentirse como en las nubes. Aún de todas formas sin necesidad de tumbarme ahí, ya me sentía en un sueño. Y estaba siendo realidad gracias a mi marido. Él estaba detrás de mi, y descubrí que estaba haciendo fotos de mi reacción.
-No quiero que esto se olvide nunca. Entonces sonreí mirándole de reojo y avancé hacia él mientras me grababa y le besé con todo mi amor.
-Es perfecto. Gracias. Este sonrió y apagó el móvil metiendoselo en el bolsillo. -Es más perfecto aún si tú estás aquí, conmigo. Entonces fue cuando me abrazó y me besó hundiendo sus labios en los míos y comiéndose con delicadeza mi boca. Al separarnos me cogió en brazos y me tumbó en la mullida cama. Se había descalzado y trataba de no pisar las flores para no romper el encanto que daban a la estancia. La cama estaba también llena de pétalos de las flores típicas y de rosas, invadiendo el bungalow de un olor del paraíso.
-¿Nos ponemos el bañador y nos damos el primer baño? Yo estoy deseando ver a los tiburones para enseñarles la maravillosa presa que se les va a hacer difícil no resistirse a morder pero les voy a enseñar de quien es esa presa. Se rió con un toque burlón pero ligeramente fanfarrón. Pero prosiguió.
-¿Dónde están esos tiburones que les enseño lo que es bueno? Me reí y mi marido fue a deshacer las maletas quedándome disfrutando en la cama del olor de las flores y la suave brisa que entraba. Era un sueño hecho realidad. Mi marido tras colocar la mayor parte de la ropa en los armarios que disponíamos y colocar en el baño nuestros neceseres, se acercó con nuestra ropa de baño y el equipo básico de snorkel. En sus manos había un triquini de Agent Provocateur, sexy y provocador, en color negro con una anilla plateada uniendo las dos partes del mismo. Me lo dió y él llevaba un bañador de Massimo Dutti azul marino básico. Nos desnudamos el uno al otro mientras jugábamos en la cama y me acabó dando unos cuantos azotes y bocados indebidos incluso hasta un orgasmo con su experta boca. Tras el juego y desnudos, procedió a colocarme el triquini con cuidado y dejando ver mis nalgas para una mejor vista. Él se puso su bañador y se ató el cordón que llevaba a la cintura. -Sal afuera y pon una pose natural. Voy a capturarte. Le miré sonriendo y me desplacé despacio mientras él con su cámara del móvil sacó un par de fotos y se olvidó de él después tirándolo a la cama yendo conmigo plantándome otro de sus besos.
-Vamos al agua. Cogió los equipos de snorkel y se paró en seco. -Madre mía, se me olvidaba lo más importante, ven aquí. Sonó preocupante y me di la vuelta para ir con él. -La crema solar, rubia, que como te quemes no habrá castigo suficiente para arrepentirme por tal pecado. Mi boca sonrió aliviada y me acerqué a él de puntillas. Fue al baño a por la crema y regresó con la de mayor protección.
-A ver ese culo, que se presente. Me reí y me quejé. -¡Oye! Jo... Se colocó a mi espalda y con mimo empezó a embadurnarme en crema de la más alta protección para mi blanca y delicada piel. Mis hombros y escote fueron de pasar a blancos a blanco nuclear junto con mi cara. Me dio un poco de tiempo habiéndole echado yo en su gran espalda y en la cara para evitar quemarnos. Por último cogió un poco más de crema y me la puso por las nalgas y finalizó con un azote y un beso en mi oreja.
-Ya puedes ir para el agua, pequeñaja. Volví a quejarme -Oye, que soy muy alta ¿Vale? Nos reímos y tras dejar la crema en la cama cogió el equipo de snorkel y nos metimos al agua de un chapuzón. Nos colocamos las aletas en los pies junto las gafas y el tubo. Me cogió de la mano y empezamos a bucear juntos
mirando desde la superficie todas esas maravillas que había alrededor de nuestro bungalow. No mucho más lejos debido a que estaba oscureciendo. Me atreví a bajar un poco y vi algo reluciente en la arena. Me acerqué para cogerlo y mi marido me ayudó indicándomelo con el dedo que bajaría a por el. Me quedé en la superficie mientras le veía bajar. Cogió la bolsita con aquello que relucía pero no se veía demasiado lo que era. Se lo guardó en el bolsillo para más tarde y me hizo una señal con el dedo como si diera vueltas. Le asentí entendiéndole. Seguimos mirando alrededor mirando algunos peces y los alegres colores de los corales que teníamos debajo. Me encantaba bucear en aguas cristalinas. Era el paraíso. El cielo bajo el mar. Tras acabar nuestro viaje bajo el agua me ayudó a quitarme las aletas y las subió con un pequeño impulso a la plataforma de madera para poder subir más cómodamente por la escalera. Me dejó subir primero.
-Las damas primero. Se quedó cerca de mi y sabía por que lo hacía. Le encantaba ver las vistas de mis nalgas. Era su perdición. Le pude oír entre sus pensamientos. “Tus nalgas me vuelven loco”. Sabía que mis nalgas eran unas nalgas preciosas y mi marido le encantaba disfrutar de ellas. Tras haber subido y disfrutado de ese maravilloso mundo submarino, fue a por las toallas y vino con una gran toalla blanca con la que nos tapó y frotaba lentamente mi cuerpo para secarnos mientras se acercaba a mis labios y encajarme esos sensuales besos que me encantaban. Mis pezones se endurecieron ligeramente y él los vio. Su sonrisa delató la ligera erección que tuvo y me pegó hacía si. El atardecer cerraba la romántica escena de amor que había entre nosotros.
-Ahora voy a desnudarte y a secarte bien ¿Vale? Asentí y retiró la toalla a su hombro mientras bajaba el biquini lentamente y descubría con sumo cuidado mis pechos pesados y deseosos de que se los comieran. Los pezones estaban rosados y duros, me los besó con la suma delicadeza que sus mullidos labios lo hacían y mientras bajaba la tela poco a poco, siguió bajando por mi vientre hasta bajar el bañador al suelo. Mi pubis estaba rasurado en un triángulo invertido no muy grande pero dándole un toque arreglado. A mi marido le encantaba que me hiciera dibujos en el pubis. Y él lo besaba acariciandolo con su nariz y besando el capuchón del clítoris que ligeramente sobresalía. Gemí y mi mano le invitó a seguir agarrando su pelo. Entonces su mirada se clavó en la mia, estaba desnuda y mojada delante de él.
-Luego. Asentí frustrada y con la toalla me secó el cuerpo dándome besos en los hombros y escote.
-Eres una diosa en mundo... joder... tu cuerpo es el mayor de los pecados para cualquier mortal. Me sonrojé y mis pezones no dejaban de insinuarse. Pero mi marido se resistía, sabía que en el fondo quería comerme entera. Pero desistió un poco más. Me gustaba cuando se preservaba pero en sus ojos se veía su deseo más carnal. Retiró mi bañador y lo tendió en un tendedero bastante rústico que había fuera al lado de la piscina. Para que se secase. Me quedé desnuda unos segundos delante de los pocos rayos de Sol que quedaban. Mi marido al volver captó mi imagen y su erección creció. En silencio cogió su móvil de nuevo e hizo una foto en mi natural desnudez para el recuerdo. -Es lo más simplemente perfecto... que he visto creado en ese mundo. Volvió a olvidarse del móvil y me siguió secando para no resfriarme. Él se secó rápido. Había vuelto desnudo. Quería comerme esa erección con sabor a mar. Salado y masculino. Pero no se dejaba. Cogió un secador y lo enchufó para poder secarme el pelo mientras con un peine lograba darle mejor aspecto. Estábamos desnudos en nuestro paraíso. No nos importaba nada más. Era simplemente el mismo cielo en tierra.
Tras habernos secado me puso unas braguitas cómodas y un delicado blusón de encaje blanco para estar cómoda. Él se colocó un bóxer cómodo que no le apretase demasiado para estar más aireado y encima se colocó un pareo a la cintura para andar más cómodo, de colores oscuros con flores típicas estampadas. Era maravilloso. Llamaron a la puerta. Fue mi marido a abrir, nos traían la cena. Algo fresco típico de las islas y ligero. Venía un encargado con un carrito que nos dejó y se marchó con una sonrisa. Mi marido cerró la puerta y cogió del carro empujándolo suavemente hasta mi. -¿Vemos lo que hay debajo de las campanas? Le miré con curiosidad. Cogí una de las campanas y había una ensalada de productos de la isla, con frutas y marisco. Entre esos productos se percibía, coco, papaya, maracuya, pomelo, plátano.. entre otros. Olía súper bien y acompañaba con una agua de hibiscus. Cogimos nuestra cena y nos acomodamos en ese sofá mientras mirábamos al horizonte reflejándose en el agua la luna llena. -¿Estás feliz, vida mía? Yo miré con una sonrisa a mi marido y me acerqué a besar sus labios. Solo con ese beso, le bastó. Entendió lo que le decía.
En esa maravillosa noche, compartimos nuestra cena y nos quedamos acurrucados en el sofá hasta que poco a poco mi marido empezó a besarme en la oreja, en el cuello... Soltó su confesión a los pocos minutos.
-Deja que te haga el amor... en esa cama del cielo... quiero hacerte el amor.. en este paraíso mortal... Le miré con ojos dulces y le acaricié la nuca para acercarle a mi y besarle. Entonces, se levantó conmigo en brazos muy cuidadosamente me llevó dentro mientras nos besábamos lenta y pausadamente. Era el momento perfecto. El momento ideal para descubrir los pequeños placeres del paraíso. Me tumbó en la cama con extremo cuidado y me besó como si él mundo fuera a acabarse.
-Espérame aquí un segundo... Entonces se fue en busca de algo, al tendedero de fuera. A los pocos segundos volvió con la bolsita que nos habíamos encontrado en la arena. Se acercó a mi y delante de mi sacó un anillo con un diamante incrustado. Se arrodilló a los pies de la cama. Y con los ojos llenos de todo el amor que me profesaba su boca dejó susurrar.
-Sofía, mujer de mi vida, ¿deseas volver a casarte con tu actual marido, el que ahora está pidiéndote volver a casarse contigo? Yo no hacía acopio de lo que estaba viviendo. Era todo un sueño. Me pellizqué para comprobarlo. Era real. Sin poder hablar me lancé a él y en un beso le expresé todo aquello que con palabras no era capaz. Para él era todo lo que podía desear. Tras ese beso, su sonrisa iba de oreja a oreja. Y me colocó el delicado anillo en mi dedo anular de la mano izquierda debido a que ya llevaba el de pedida y el de casada de la anterior vez. Me cogió de las nalgas para seguir besándome y poco a poco me fue tumbando en la cama para acariciarme y conseguir ese momento de intimidad que ambos deseábamos. Mientras me besaba fue quitando poco a poco el blusón para dejar paso a mi cuerpo, con sus manos acarició mis curvas de mujer y mi vientre, subió poco a poco a rodear mis pechos, donde mis pezones ya no se escondían, deseaban vérselas con su lengua. Mi jadeos iban incrementando. Y su boca seguía en proceso de prepararme. Sin dejar de mirarme, comenzó por mi vientre, haciendo un camino del amor, de respeto y cariño. Subiendo poco a poco besó mi esternón y entre mis pechos mientras con sus yemas de los dedos se acompañaba entre mis dos pechos. Sabía bien lo que hacía. Era un maestro del amor, del sexo y los polvos. El triple lo tenía asegurado en cualquier momento. Mi sexo ya estaba lubricándose y las braguitas empezando a humedecerse.
-Agus... por favor... Él sonrió. -No seas impaciente... es la noche del amor... Siguió y alcanzó con sus labios mis pechos, los besaba con suavidad y sin dejar de mirarme como más me gustaba. Con mis manos le acariciaba la espalda desnuda y los pétalos empezaron a bañarnos en el aroma del amor. Del sexo íntimo y sensual. Se comió con delicadeza cada uno de mis pechos amasándolos como dos masas madre haciendo el mejor pan del mundo y con ternura los mordía y besaba. Yo gemía con suavidad y me arqueaba por querer más. Era la noche perfecta. Soplaba una ligera brisa. No había ventanas. Era todo diáfano y abierto. Mis gemidos revoloteaban libres como las gaviotas sobre la mar y mi marido se ocupaba de darme el amor que merecía. Subió por mi cuello y con suaves roces de su nariz se acompañaba. Era el cielo en tierra. Y no quería bajar de allí. Cuando completó el camino del amor, siguió hacia abajo. Con ambas manos y colado entre mis piernas, levanté las caderas para ayudarle mientras besaba mis piernas hasta mis pies. Sin prisa. Dejó caer las braguitas ya mojadas y abrió mis piernas como una ostra abriera sus valvas para dejar ver su perla. Donde estaba mi sexo. Húmedo y preparado para él. Se paró en medio de mis piernas arrodillado para ver las vistas que mi cuerpo le ofrecía y mis jadeos incrementaban poco a poco su deseo. Se soltó el nudo del pareo y bajando de la cama se bajó el bóxer dejándolo con mi ropa interior. Corrió los doseles de la cama para darnos un habitáculo de intimidad, y al estar a solas con la suave brisa de testigo de nuestro acto de amor, besó mi rodilla para comenzar. Su cuerpo entonces se reclinó sobre el mío y el somier crujió ligeramente bajo nosotros. -Eres mujer, esposa y diosa... las tres divinidades juntas en una sola figura femenina. Digna del hombre más bondadoso y merecedor de una ofrenda del mismo cielo. Me sonrojé y me acaricié el cuerpo moviéndome sutilmente. Entonces se acercó a mis labios para cerrar nuestra introducción. Y ayudado de su mano, y saliva previamente esparcida en mi sexo, encajó con suavidad su glande en mi abertura ligeramente abierta. Su cintura lentamente se hizo hueco entre mis piernas y con mi mano alzada sobre mi lateral, se entrelazó con la suya y creamos una unión fuera de este paraíso terrenal. Mis piernas se enredaron en su cintura y acompañaban al naufrago a la costa con cada suave embestida. Mis gemidos eran volcados en su boca al suave vaivén de su lengua contra la mía mientras
danzaban entre nuestros faros de la confesión; y entre nuestras súplicas, nos rozábamos con la nariz el uno al otro y nos acariciábamos el uno al otro para reforzar nuestra intimidad. Tras mi orgasmo, sonreímos acurrucándonos y besándonos sin cesar cambiando lentamente a otra postura más íntima, donde él me ladeó y se puso detrás de mi para levantar mi pierna detrás de su cintura y penetrarme con la suavidad de una mariposa en un batir de alas. Su mano se colocó en mi nuca para seguir besándome y nos miramos entregándonos todos nuestros secretos. Acarició mi labio con el pulgar y me penetraba lentamente mientras me miraba con sus profundos ojos esmeralda. -Báñame en tu oro blanco cielo... báñame... Sus palabras eran como el terciopelo en mis oídos y gemía con suavidad. Sin prisa, estábamos unidos, más unidos que nunca. Era el lugar perfecto para unir a una pareja necesitada de descanso y placer. Me contraí alrededor de su erección y mi flujo le bañó junto con algo de squirt que logró salir tímidamente. -Aguuuussss... te amo... Él me miró y antes de que casi pudiera acabar, me besó mientras me acariciaba con el índice y el corazón el clítoris en círculos para darme un punto más a mi placer. -Vida mía... te amo... amo cuando me bañas en ti... en tu ternura, en tu amor, en tu cuerpo... infinito... Su mano recorrió mi torso desnudo entre mis pechos hasta el cuello y mis labios, bajando por el mismo camino hasta mi clítoris que me hacía despertar el deseo de hacer que él se liberase. En la siguiente postura se tumbó él con la erección apuntando al techo y con sus manos me ayudó a incorporarme sobre él. -Ven aquí... mi vida... llévame al cielo...
Me sonrojé y me senté sobre él acariciando con suavidad su erección entre mis labios. Poco a poco me deslicé su erección y noté como la punta de su glande tocaba el fondo de mi vagina. Comencé a cabalgar a mi marido como le gustaba a él. Suavemente y con cariño. Con sus manos, él, comenzó a acariciar mis nalgas, les dio un delicado azote y gemí tras este. -Ahh... Agus... Él sonrió satisfecho y siguió acariciando mi cuerpo mientras le cabalgaba con suavidad. Con sus yemas, recorría mi suave piel y provocaba que se me erizase la piel del placer. Me despertaba el mayor de los placeres y poco a poco se puso erguido. Con sus brazos me rodeó y acarició a lo largo de mi espalda con sus yemas hasta mis nalgas cuales apretó con sus manos y volvió a subir con sus yemas hasta mi nuca soltando un jadeo en mis labios. Se acercó a mi y me besó con una pasión voraz, dándole una ternura añadida al encuentro. -Sofía... hazme explotar en tu edén... Mis labios le besaron y con mis manos le acaricié la nuca y el pelo repasándole con las uñas el cuero cabelludo. Se estremeció. -Dios mi vida... aráñame así... me encanta... Repetí el proceso mientras le cabalgaba e incrementé la rapidez. -Sofía... me matas... Su boca me lo expresó comiéndose la mía y nuestros cuerpos se unieron en uno solo hasta que nuestros gemidos inundaron nuestras bocas y juntos... llegamos al clímax. -Sofi... Sofiaaaa... diooosss… Jadeé del placer y me contraí alrededor de la envergadura de mi hombre. -Aaaaaguuuuuussssss... Ahhh... Mi cuerpo se estremeció del placer y nos corrimos a la vez el uno dentro y sobre el otro. Tras finalizar, nuestros jadeos se unieron en una danza de amor y cariño. Nuestros brazos se entrelazaron y acariciaban las espaldas de nuestro amante. Y finalmente me volvió a besar acariciando mi mejilla con su pulgar. -Sofía, te amo... si supieras cuanto te amo... deberían de arrestarme por la cantidad de amor y deseo que te profeso. Yo le miré y le acaricié sutilmente la mejilla y la barba de apenas 2 días que se había dejado. -Gracias por este día... ha sido perfecto, mi vida... Logré decirle. Apenas podía expresarle mi enorme gratitud hacia él. Eran la 1 de la mañana y estábamos en la cama del paraíso, desnudos, ligeramente sudados y sobretodo, unidos. Nuestros cuerpos cayeron suavemente sobre la cama protegidos por el dosel y acurrucados, caímos en un mar de sueños.