Capítulo 74 ACADEMIA GAY(4) Examen Final

El curso escolar se acaba, y tras la última lección, un examen final. La prueba: meterse un dildo por el ojete

EL DILDO FIJO EXAMEN FINAL

La última lección del curso escolar era un nuevo dildo. Este estaba fijo en el suelo. Los chicos creían que estaban colocados allí y anclados con una ventosa, como el resto de dildos. Lo que ignoraban es que el profesor no los había colocado, sino que estos estaban ya instalados en el aula, y que el profesor sólo había pulsado un botón para que emergieran del suelo.

Los dildos estaban perfectamente alineados, en tres filas de cuatro, cada uno con suficiente distancia para dar espacio a cada chico entre ellos.

–Buenos días chicos. Este es el examen final –les dijo el profesor

Los chicos se colocaron al lado de su dildo desnudándose. Y una vez estuvieron todos en pelotas el profesor continuó.

–Bueno, a lo largo de este curso escolar habéis probado dildos pequeños, butplugs, dildos más gruesos. Y este, de 18 centímetros de largo, será vuestra prueba final.

Os tenéis que sentar sobre él, introducioslo del todo, y correos con él dentro. Una vez lo hayáis superado habréis aprobado y pasaréis de curso escolar

Los doce chavales se pusieron sobre el dildo, tras lubricarlo abundantemente, abriendo las piernas agachándose poco a poco hasta quedar en cuclillas sobre la punta del mismo. Con el roce de la punta del dildo en su ano algún chaval ya se empezó a empalmar. Era todo un espectáculo verlos.

Los pequeños novatos, con sus jóvenes penes, con las piernas abiertas y apoyados por las puntas de los dedos de los pies, fueron poco a poco bajando las plantas de los pies hasta apoyarlas completamente en el suelo. Y empezaron a bajar su culo autopenetrándose poco a poco para que el profe no les obligase a hacerlo violentamente como a Chao el primer día.

Cada uno a su ritmo fue tomando un centímetro, dos, tres, cuatro. La experiencia previa con dildos de tamaños y grosores diferentes, a lo largo del curso, les había preparado para este momento. Hasta a Chao, el chino de culo estrecho, que le costó mucho aceptar un dildo medio el primer día, se había acostumbrado a tener esto en el culo.

Ser profesor de la academia era un reto, porque era un reto ver a chavales de esta tierna edad y no empalmarse, más aún cuando los veías desnudos todos, autopenetrándose en penes de látex.

Los cuerpos de estos jóvenes de primer curso eran unas auténticas bellezas. Jóvenes a rabiar, fibrados, sin vello en el pecho, con diferentes tonalidades de piel, pelo, y penes de tamaño diferente porque en el grupo había chicos de todas las razas, desde el chino Chao, con su pene delgadito, hasta jóvenes altos, rubios y fornidos de centro Europa, con penes de buen tamaño, hasta árabes o negros, con los miembros más largos y rollizos.

Al profe se le hacía la boca agua ver esos miembros enhiestos hacia adelante empalmados por el contacto del glande de látex que acababa de traspasar su ojete.

Cada uno, con su tiempo, fue bajando hasta introducirse los 14-16 primeros centímetros a los que ya todos se habían habituado. Hasta aquí fue todo fácil. Los cuatro centímetros restantes, hasta los 18, no parecían mucho, pero eran los que más costaba traspasar. Por eso los muchachos habían estudiado la lección de ir poco a poco entrando y saliendo, subiendo y bajando de sus dildos, y en cada estocada conseguir una un poco más profunda penetración.

El profesor les dio su tiempo y pudo ver cómo todos los chicos cabalgaban sus dildos de látex hasta conseguir que en cada subida y bajada les entrase medio centímetro más.18 no era mucho -habría dildos de 22 y 24 centímetros y más- pero para esta edad, para los recién iniciados hacia unos meses, era una prueba más que suficiente para probar el sometimiento de su voluntad.

Al de 10-15 minutos, todos los chavales, exhaustos, alguno sudando, yacían en cuclillas con sus nalgas sobre el suelo -era lo que se les había enseñado: el objetivo a cumplir–.

Los que primero acabaron esperaron a sus compañeros sentados en cuclillas con en pene empalmado por el efecto de tener el dildo entero metido en su ano. Algunos ya manaban precum.

–Muy bien chicos -dijo el profesor.- A unos os ha costado un poco más de tiempo que a otros, pero ya veo que todos tenéis el dildo en los más profundo de vuestro ano.

–¡No os mováis!! Habéis superado la primera parte de la prueba, pero el examen aún no ha terminado.

Los chavales seguían en cuclillas, con sus penes enhiestos y los dildos en el interior de sus culos, esperando la parte dos del examen.

–Bueno, ahora ya sabéis lo que tenéis que hacer –espetó el profesor

–Subir y bajar de vuestro dildo, levantando las puntas de los pies, sin que salga por ningún momento el consolador de vuestros tiernos culetes, hasta que consigáis una corrida de semen abundante hacia delante, sin ningún pudor.

Los chavales ya sabían en qué consistía el examen porque se lo habían explicado antes. A parte, en la escuela ya habían tomado esa lección varias veces aunque no con un dildo tan grande: habían empezado con los de 13 centímetros yendo cada día a  uno más grande: 14, 15, 16… Y más grueso… Aunque nunca habían probado uno tan largo como el que tenían en sus culetes.

Los chicos cabalgaron como si estuvieran montando a caballo. Cada cual con su técnica. Cada cual conocía qué le excitaba más para llegar a correrse.

Los chavales estaban tan abstraídos en hacerlo bien que ninguno se percató que del interior de los dildos mecánicos con los que se estaban autopenetrando manaba, por el glande, un líquido viscoso que cada cabalgada que hacía salía cual jeringuilla apretando el émbolo, lubricando y sensibilizando el interior de sus paredes intestinales, lo cual hacía que cada vez sintiesen más y más placer con el roce del dildo en el interior de su ojete.

Los chavales habían visto los dildos colocados en el suelo de la habitación y pensaban que eran dildos normales como los que el primer día y los días siguientes les había ido dando su maestro. Ignoraban que estos dildos mecánicos estaban instalados al suelo de la habitación del aula y conectados en su interior con tuberías, conductos por los que podían salir fluidos de depósitos. Cada dildo era un complejo sistema mecánico con tubitos y cables.

Tom puso cara de felicidad. No sabía por qué. Nunca se había excitado tanto con el roce anal de un dildo en el interior de sus intestinos, y cabalgaba a gran velocidad subiendo y bajando, e inyectándose, sin saberlo, en cada bajada, en el interior de su pared anal, una nueva dosis de líquido hipersensibilizante. Lo cual, a más placer, le hacía, su instinto, repetir los movimientos de su cuerpo subiendo y bajando su culo, cabalgando más vigorosamente aquel pene de plástico que salía del suelo. Era un efecto adictivo: a más clavadas en el dildo más fluido, a más fluido más sensibilidad, a más sensibilidad de las paredes del interior de su ano más placer. Hasta que el frenesí invadió la habitación del aula y los doce chicos estallaban en jadeos de placer.

–Ahh, si

–Sí, sí, sí.

–Oh, Dios

–Qué bueno

Y los doce penes de los doce muchachos, casi simultáneamente, estallaron lanzando unos grandes trallazos de semen hacia adelante que alcanzaron las espaldas de sus compañeros de las filas anteriores e incluso del profesor, sin haberse tocado el pene con sus manos.

–Ahhhhhhggg

-Ohhhhhggg

-¡¡Qué corridaaa!

Los chicos experimentaron unos orgasmos como nunca antes los habían tenido. Y cuando acabaron de correrse, soltando cinco, siete trallazos de lefa, exhaustos de cansancio como estaban, con una sonrisa de tontos y caras de placer, aún permanecieron sin poderse levantar de los dildos de plástico. Momento que el profesor apretó un botón oculto, sito en la mesa de su escritorio, que hizo que de cada dildo se inyectase un supositorio en cada ano de cada chico. Los chicos no se enteraron de nada y seguían envueltos en una nube de placer con sus penes, ya lacios, aún manchados de semen, y sus culos descansando con el dildo dentro de ellos.

Mientras, el supositorio que el profesor les había inyectado, iba adentro de sus intestinos, derritiéndose con el calor de la temperatura anal, haciéndolos sumisos a esa nueva droga que a partir de ahora, cada día, iban a necesitar. Y pronto sabrían que la única manera de conseguirla era, como hoy, cada día, cabalgando un dildo de 18 centímetros, con todas sus fuerzas, hasta que el dildo vomitase un supo en el interior de su ojete.

FIN