Capítulo 7 - Pasión mutua
Cuando mi marido y yo hemos descubierto los límites de nuestro placer, comienza el romanticismo de los pequeñoa detalles fuera de nuestro hogar.
Una caricia me hizo despertar del bello sueño en el que permanecía dormida, me moví un poco para girarme hacia donde estaba mi marido que aún dormía plácidamente de la última orgía que tuvimos, aún me acuerdo, el se folló a Kyla junto con Alec, volver a recordarlo despertó algo de celos tras el encuentro tan voraz y erótico y en ese mismo instante, me acerqué al rostro esculpido por los dioses de mi marido y le besé como si se fuera a esfumar. Él era mi marido y solo mío, pero también admitía que sus juegos eran puro morbo y placer, ver como Kyla era follada por dos hombres dignos de levantar el mundo, era un limbo en mi línea del placer. Donde mi marido, lo superaba. Me abracé entonces a él y le miraba dormir mientras respiraba despacio, bajé la vista despacio y si. Ahí estaba otra vez. Su enorme erección deseando su ronda. Pero esta vez no sentía demasiadas ganas, me dediqué a abrazarle únicamente y a besar su blanco hombro mientras aún despertaba en su profundo sueño y analizaba con meticulosidad sus perfectas cejas arregladas y su barba recién cortada pero crecida de varios días. Era tan masculino… su simple presencia desprendía testosterona. Le estreché entre mis pechos como a él le gustaba sentir el calor de estos y en el cálido contacto contra estos, su enorme cuerpo cambió de peso y dejó salir entre sus labios, lo que parecía un gemido lastimero. -No me voy a ir aún cielo… Este aún algo adormilado siguió. -No quiero… Pausadamente siguió como si el sueño se apoderase de él. -Que te vayas… Sus enormes brazos me atraparon y se acomodó entre mis redondas nubes que tenía por pechos. -Joder, amor tus tetas cariño… son la mejor almohada que existe… Me sonrojé y dejé que dijera sus tonterías aún medio dormido en sus sueños. Mientras él disfrutaba de su almohada me moví u poco para sacar mi Smart Watch de la muñeca, las 10:15, acaricié entonces la oscura cabeza de mi hombre que aún dormía como un león bajo su gacela recién cazada y por fin, logré escapar. El león que tenía por marido se quejó y levantándose me cogió en brazos en silencio y en sus pequeñas esmeraldas que escondía en sus caídos parpados aún risueños, me llevó a la ducha. -A la ducha que huele a queso, y no son mis pies. A esto contesté indignada. -¡Oye! Que yo no huelo tan mal. Enseguida me respondió pero tomándose una pausa mientras me cogía con sus fuertes brazos y caminaba con firmes pasos hacia el gran baño que disponíamos. -Sun quejarse, canija, a la ducha ¿O los gatos como tú tienen miedo al agua? -No soy un gato, sabes perfectamente que amo el agua, pero huelo al polvo que ayer echaste con nuestros amigos. A sexo, completé en mis pensamientos. Dicho esto, se paró en seco y me bajó con delicadeza al suelo, se bajó el bóxer y dio una zancada para alcanzar el cesto de la ropa sucia. Creo que había unos cuantos tangas míos y boxers suyos de las últimas duchas que no me acordé de coger para lavar. En ese aspecto si que olía a queso. La damas primero. Con su enorme mano, indico el camino que debía seguir y yo le miré con una sonrisa. Caminé en mis bragas, hacia la espaciosa ducha, con mampara transparente y una cascada en el techo de la cual caía el agua, se podía perfectamente ver a quien había duchándose, sin ningún pudor. Antes de llegar, un dedo se metió en mis bragas y me agarró para traerme hacia si. -¿Quien te ha dicho que puedes entrar con esas bragas, eh, traviesa? Sus palabras me acariciaron la oreja y gemí suavemente mientras mi marido, con sus manos, empezó a bajar mis bragas hasta el suelo y se tomó un momento arrodillado para coger mi muslo y apretarlo para seguido, besar mi nalga con extrema suavidad y cariño. Hoy era un día de amor, romántico, sin prisas, quería hacerme ver que el polvo de ayer no quitó su atracción por mi. Y yo lo estaba sintiendo, me deseaba a mi, y solo a mi. Me giré en esto y pregunté. -¿Qué haces, mi amor? Contestó, clavando sus ojos en los míos, rotos en desesperación por ver una sonrisa tranquila en mis labios. -Amarte, esposa mía, como jamás amaría a otra mujer. Sus palabras resonaron en mi cabeza y me sonrojé, lo amaba en el alma. Así se levantó y con su firme mano, me dio un azote en la nalga derecha. -Quiero que sepas, Sofi, que este cuerpo solo tengo derecho a amarlo yo, pero que ninguna otra mujer, va a tener mi atención más que tú. Acabó de hablar y mi boca se quedó entre abierta, era lo más sincero que había oido, no me dio ni tiempo a contestar. Sus manos cogieron mi rostro con la más absoluta de las delicadezas de este mundo, como si cogiera el papel más fino del mundo. Me besó como una mariposa se posa en los pétalos de una rosa. Mis ojos se cerraron, y mi corazón, lleno de amor, respondió moviendo mis labios al compás de los suyos para cerrar el beso en una caricia llena de sentimientos encontrados. -Quiero que ahora entres delante de mi, y te muestres para mi… vamos mi vida.. muéstrame esa leona que eres bajo el agua.
Él, mandaba y yo así lo hice, quería jugar con él y así avancé y me metí debajo de la cascada abriendo el grifo que dejaba pasar el agua hasta el contacto con mi cuerpo. Él estaba desnudo tras la mampara pero para evitar el rápido fuego de la excitación, cogió su toalla negra y se la ató a la cintura poniendo los brazos en jarras. Yo, tras el cristal y dejando caer el agua, temblé al sentir el frío contacto de esta con mi piel. Y esta respondió calentandose. Ahí seguía, de pie tras el cristal, se marcaban ligeramente la V en su zona baja del abdomen y su torso estaba ligeramente definido, no resaltaba en pectorales ni en músculos hinchados, pero su corazón era lo más grande que podría ofrecerme (a pesar de otra cosa, pero no quiero pensar en eso, todavía). Él me miraba fijamente y apretó la mandíbula como si deslumbrase a su presa tras un e¡muro de cristal que se lo impedía. Su pequeña gacela, yo. Mientras él me miraba, me empecé a contonear y a jugar con mi cuerpo delante de él. Mientras jadeaba, mis manos, empezaron a bajar por mis turgentes e hinchados pechos que comenzaban a excitarse mientras su mirada petrificada en mi, seguía puesta, así lo comprobaba, mirándole cada cierto tiempo. Me excitaba que me mirase y mis pezones se empezaron a excitar. Gemí de nuevo. Me movía haciendo sensuales movimientos como una bailarina de agua invocando la lluvia, la cual ya caía sobre mi. -Eso es, sigue cariño… muévete, quiero verte. Él disfrutaba de mis movimientos y enseguida bajé cuanto rápido pude a tocarme el húmedo sexo que tenía ligeramente mojado ya. Fue cuando entonces relajó la mandíbula y su rostro cambió a un rostro satisfecho. Mostraba gratitud y aceptación. -Esa es mi leona… quiero verte, muéstrame tus encantos..Habiéndole escuchado, doblé mis piernas para bajar, contra la pared, toda mojada y me senté mirándole mordiendo mi labio inferior. Sabía que le gustaba, él lo aprobaba. Mientras él seguía clavando su mirada en mi, me abrí de piernas y cogí el mando de la ducha, poniendo el chorro más potente que había y lo apunté a mi clítoris. -AHHHH… Gemí de tal gusto que casi rompí en el orgasmo. Mi marido sonrió como un lobo. Esa mirada suya me mataba, me ponía. Y en ese momento lo incrementaba. Fue cuando entonces se quitó la toalla y mientras yo me daba placer, decidió acercase. -Quiero que te ocupes de él, mientras yo lo hago de ti. Disfruta de él cariño, mientras yo te veo disfrutar de ti. Se arrodilló delante de mi ayudándose de la toalla para no hacerse daño con el duro mármol del suelo y me dio un beso mientras con su mano cogía el mando de la ducha y abría con su otra mano los labios y quitaba el capuchón de mi clítoris para matarme. Esa era su idea. Gemí como una loca -AAAAHHHHH… AGUUUUUSSSS… POR FAVOR… Eran gritos de placer, pero él parecía disfrutar y con su mano me ayudó a agarrar de su erección. Nada más tocarla comprimí su glande y salió una perla de preseminal que utilicé para lubricar el miembro de mi marido. Estaba casi exhausta y ni apenas había empezado. No podía llevar el ritmo con el hidrocañón que mi marido sostenía apuntando a mi más delicado punto de explosión. Y me corrí, y volé por los cielos más lejanos, vi estrellas, galaxias, y hasta algún cohete perdido. AAAAAAGUUUUUUUUUUUUUUSSSSSSS… AAAAAAAHHHHHHHH… Mi gemido, fue un gemido de ayuda, de súplica, de rendición, no conseguí su orgasmo pero él me ayudó a solucionarlo. -Amor mío, eres lo más increíble que he visto, las mujeres en vuestro éxtasis sois el pecado mortal de los hombres, como tú eres el mío. Mírame, mientras te masturbas tú ahora… Dejé el mando apagado y me toqué para el con los dedos, mientras lo miraba, temblando. -Eso es, cielo, no pares.. sigue.. Soplé. -Agus… no puedo… Continué despacio y sin poder evitarlo cerré los ojos y me desmayé cayendo a un lado. Sufrí tal carga de placer, que mi cuerpo no supo tolerarlo. Ahí fue cuando entonces antes de perder la conciencia, algo me sujetó. Todo se oscureció alrededor. -¡Sofía! Pude lograr entender al final de la luz.
Cuando desperté, estaba seca y en la cama, tapada hasta el cuello, mi marido estaba sentado en la silla de la esquina y nada más vio moverse la cama, se levantó. -Sofía...Dios mío...¿Estás bien? Este cogió mis manos y las estrechó entre las suyas besando mi frente. -Pensé que… Le miré antes de acabar la frase. Mi mirada lo expresó todo. -Ya no volveré a superar tus límites, he sido un estúpido. Disculpame mi vida. Yo cerré los ojos despacio y traté de descansar un poco hasta que logré conseguir decir. -No te preocupes… estoy bien. -No, no estás bien, he superado tu línea, he sido un completo imbécil. Contestó rabiando para si. Menos mal que has recuperado la consciencia… quiero que descanses, y cuando te encuentres mejor, he preparado algo mejor que estar en casa. Seguro que te sienta mejor. Este intentó recuperarse y se tumbó a mi lado para descansar, cuando despacio, noté sus labios en mi hombro, se hundían milímetro a milímetro, y me demostró, en un solo gesto cuanto se había culpado. Miré a la nada y en unos segundos mi silenció habló. -Te amo…
Tras unas cuantas horas, mi cuerpo pareció sentirse mejor, y logré recomponerme y sentarme en la cama, cuando mi marido, al poco de despertarme, reaccionó y se acercó a mi con cautela. En ese instante me acarició la nuca y me besó clavando mis ojos en mi. -He temido tanto a quedarme solo… no me dejes. Yo le miré y sonreí. -Gracias por cuidar de mi… Me limité a decir. Mientras yo permanecía sentada y en calma. Mi marido se levantó y preparó esa supuesta sorpresa. Tras unos minutos había unas mochilas de campo preparadas con una gran mochila para la tienda de campaña y una cesta como para comer 2 días. Intuí la idea. Fue cuando se sentó a mi lado y cogió mis manos con delicadeza y logró hacer que le mirase. Tenía los ojos algo rotos pero con esperanza. -Salgamos de acampada, el aire fresco te sentará bien. Dicho esto, me levanté poco a poco y fui al vestidor, él, vino detrás. -No lo hagas sola, deja que te ayude…
Preparados y listos, cogimos las mochilas y salimos de casa rumbo al campo. Allí mi marido con un mapa preciso marcó puntos de interés, miré mi Smart Watch, eran las 19:15. Era una buena hora. Ayudados de nuestros palos de trekking, subimos a una zona algo alta pero el tiempo iba a nuestro favor. -¿Te gusta, cielo? Me tomé me tiempo para mirar el paisaje. -Sí, es precioso. Espero que sí, por que esta noche la pasaremos aquí. ¿Qué te parece? Respondí a los pocos segundos. -Pues genial, espero que no venga un corzo o nos invadan las hormigas. Este se rió. -Si nos invaden las hormigas, usaré mi trampa. Sabía de lo que hablaba. -¿Y si viene algo más grande? -¿Pero tú has visto a quien tienes por marido? Que venga un oso si tiene las zarpas para pelearse conmigo, que le meto al rió y le pesco los salmones a patadas. Nos reímos juntos. Habíamos recorrido 30 minutos ya andando y llegado a la zona deseada. Mi marido me ayudó a descargar todo el equipo y llegamos a una zona de pradera junto a un precioso lago donde estaba totalmente en quietud. No se oía absolutamente nada, apenas el fluir del agua. -¿Quieres empezar por un baño y luego nos preparamos la cena? Le afirmé con una sonrisa y tras habernos instalado, mi marido cogió lo primero de todo la tienda de campaña y me ofreció ayudarle. Por supuesto que le ayudaría. -¿Crees que dormirás bien aquí? Le miré con cariño y le acaricié el hombro mientras colocaba las varillas que formarían la base. -Seguro que contigo a falta de colchón se duerme estupendamente, cariño. El se rió complacido y me acarició con suavidad la nalga, dejando entrever un sentimiento de cariño y cuidado por mi. Quería cuidar de mi en este pequeño paraíso. Y yo iba a disfrutarlo con él. Tras ultimar la base, le ayudé a meter las varillas en la lona que nos cubriría, era bastante espaciosa, lo suficiente para dos o más personas. Y el equipo. Acabamos de montar la tienda y entre sus cosas chistosas, me reía y divertía, era un marido lleno de sorpresas pero le gustaba ser más el mismo y no siempre dar la fría y dura imagen que debía tener en el trabajo. Aún así adoraba cuando era tan suelto y estaba más cómodo consigo mismo. -¿Qué te parece cielo? Mi marido se puso a mi lado contemplando la enorme tienda de la que disponíamos y me abrazó por la cintura. -Es enorme ¿No? Este volvió a reír y me miró sabiendo lo que quería decirme y le empujé a un lado. -Ala, vete por ahí… Me reí con él y tras esto me dió un beso en la frente y cogiendo mi mano entró conmigo. Dentro habíamos colocado en el centro, unas esterillas mullidas y unos almohadones suaves como una nube para una mejor experiencia. No habíamos traído sacos, pero si una manta delgada para compartir. Nos sobraría. -¿Entonces te animas a meterte conmigo en el lago? Este me hizo unas señas con las cejas, como retandome y yo me reí mientras buscaba en mi mochila la ropa de baño. -¿Dónde has metido mi bañador? Le miré preocupada. Lo tengo en mi mochila ¿Te la pongo? Yo me acerqué a él y este me volvió a besar en los labios y comenzó quitándome la camiseta que llevaba puesta, dejando mi sujetador de encaje a su vista. -Aquí están mis preciosos pechos… quiero que estén libres… como deben todas mujeres ir, a gusto con sus pechos. Me sonrojé y siguió llevando sus manos a desabrochar mi sujetador con maestría. Cayó a mis pies y mi marido jadeó. -Son los pechos más hermosos que he visto jamás… Fue cuando los cogió entre sus manos y se los comió con suavidad. Su táctica lengua rodeó mis pezones con delicadeza y gemí suave. Paró. Me quejé y mientras, bajó las manos y siguió con el pantalón y las botas. -Eso es.. todo fuera.. A los pocos minutos ya estaba desnuda, solo quedaban mis bragas. Con un estampado en flores negras en unas bragas blancas. -Deja que… Le puse el dedo en los labios y continué. -Sigue… lo estás haciendo perfecto. Él sonrió y dándome besos lentos y delicados en mi vientre continuó bajando poco a poco mis bragas. Hasta el suelo, y sin intentarlo, me besó con delicadeza el monte de Venus, que llevaba finamente recortado en un triángulo, invertido. Como a él le gustaba. -Lo llevas como me gusta… Asentí. Se levantó y se desnudó delante de mi. -¿Y mi bañador..? Este se acabó de desnudar y se acercó a mi completamente desnudo pero esta vez sin la erección. -Sofi, no debes esconder tus bellos trajes, tu piel… es lo más bello y no se debe de poner telas que tapen tal monumento de mujer, como lo eres tú, esposa mía. Cogió entonces con sus manos de mis mejillas y ladeando la cabeza, cerró los ojos y me besó encajando un beso húmedo y sensual. -Ahora quiero ver tu mejor sonrisa y poder bañar tu piel de luna en agua de montaña… para que el agua quede bendecida… por mi esposa… Antes de salir, me hizo un moño para no mojar mi pelo y asegurar no sacarlo después ya que no había electricidad para un secador. Me sonrojé y acto seguido cogió mi mano y en unas sencillas zapatillas de rió nos metimos desnudos en el agua mientras atardecía. Nos abrazamos juntos y nos bañamos enseñándole a la luna nuestro amor.
Tras acabar nuestro romántico baño, me sacó en brazos y con una gran toalla dispuesta fuera en el palo de trekking clavado en el suelo, nos rodeó con ella y sentí su calor corporal, era una estufa humana. Y amaba eso en invierno. Caminó conmigo dentro de la tienda y me tumbó en las esterillas con suma delicadeza para secarnos. Me vistió con cariño colocándome unos leggins y unos calcetines mullidos. Hacía fresco fuera. Me colocó una camiseta básica y una sudadera encima para salir a cenar mirando las estrellas. Él se vistió con unos vaqueros de campo, otros calcetines mullidos y una sudadera con otra camiseta básica debajo. Estaba encantador. Me ayudó a salir y cogí la cesta para salir a cenar fuera. Dentro de la cesta había unos sandwich vegetales, ensalada, unos yogures y algo de fruta. Cogí uno de los sandwiches y me lo llevé a la boca con hambre. Mi marido se sentó a mi lado en el césped fresco y le serví la otra mitad, comimos en mitad de la moche. Cuando una voz rompió en la estrellada noche. -¿Sabes qué, vida mía? Le respondí. -¿Sí?
-Que el trío de ayer para mi no significó nada… Kyla no tiene ninguna de mis atenciones, solo quiero que sepas, que era para que tú conocieras, ese placer, pero a quien yo deseo es a ti. No quiero que lo olvides jamás. ¿De acuerdo, Sofi? Yo le miré con los ojos brillantes a causa de las estrellas y él hizo lo mismo en su silencio. -A quien yo amo es a ti, me casé contigo, te dí mi casa para vivir, te di una cama, un techo con el que compartir… eres mis desayunos, mis almuerzos, comidas, meriendas y cenas, y si hace falta receno otra vez. Pero solo existes tú en mi cabeza Sofía. Solo tú y esos ojos que se funden en el largo e infinito firmamento. Eres mi hermosa esposa y una mujer por muy mojada, excitada o cachonda que se me ofrezca, no se compara a la grandeza que le muestro a mi cama cada noche con tu sola mera existencia en ella. Eres todo lo que tengo Sofía, y no quiero que tengas la menor duda. Jamás se te ocurra dudarlo un solo segundo de tu vida. Sus ojos estaban rotos en lágrimas sinceras. Yo permanecía callada mientras él se abría delante de mi. -Eres mi gran tesoro, y por muchas mujeres vengan delante o detrás de ti, a quien voy a elegir siempre es a ti… Su mano acarició como la seda mi mejilla. Sentí como sus palabras hacían a mi pobre corazón sentir el amor que un día sentí en el altar por él. Realmente amaba a mi marido. Y por ende casada estoy hoy con él. Por que su amor era lo más grande que un hombre me había dado. La fragilidad de su corazón, sus miedos, sus temores, sus grandes sueños, ilusiones… él, era todo un libro abierto lleno de sensaciones y emociones. Que día a día descubro. Y hoy fue el día del amor. Cuando soltó todo esto, se colocó detrás de mi y apoyado en una gran piedra, se recostó y me apoyó en su pecho acariciando mi cintura. Todo en ese momento era perfecto. Yo, no tenía una sola palabra para él. Pero él mismo sabia que mi propio silencio hablaba por si mismo. Mirando al firmamento acabamos de comer y me ofreció ir dentro de la tienda a descansar. Acepté y me acompañó dentro y nos tumbamos en las esterillas. Tras acurrucarnos él, me besó en la frente y llevó su mano a mi nalga que la cubría la tela del cómodo leggin. -¿Sabes cuanto me gustan las mujeres rubias, de ojos azules, blancas de piel, con gafas y de corazón puro que llevan un leggin como el tuyo decorando sus piernas? Este siguió con sus caricias y con un suave gesto me subió a su regazo para continuar acariciando mi culo, estaba su entrepierna ligeramente endurecida, pero quise pensar que estaba en su estado normal, pero me engañó. Era la noche del amor. Y los dos sabíamos que queríamos unirnos como el matrimonio que éramos. Así pues, con sus manos, empezó desde mis nalgas, subiendo lentamente por mi espalda y acabó en mi nuca plantándome con sus jugosos y tiernos labios, un beso lleno de propuestas llenas de amor, y cariño. Adoraba sus labios, eran expertos en trasmitir los sentimientos sin hablar. Volvió a bajar mientras encajaba los besos, como un maestro hace los quesos, con tiempo y paciencia. No había tiempo para nosotros. -¿Quieres que te haga el amor, aquí?¿Bajo este manto de estrellas y que ellas sean testigo del ángel que llevan reclamando toda su existencia? Yo le miraba bajo la tenue luz de la linterna que nos iluminaba dentro de la tienda. Y se escapó una sonrisa tímida de mi boca. -Sí, quiero… Asentí para reafirmarlo y sin prisa, empezó cogiendo mi sudadera y sin dejar los besos, fue quitándome prenda a prenda. Después siguió cogiendo los extremos de mi camiseta y me hizo subir los brazos mientras nuestros besos se despegaban y unían como una telaraña a su red. Yo era la araña y él mi red. Mi red del amor. Bajó sus manos a mis nalgas para agarrarlas y darles un suave azote sin firmeza alguna. Su rostro era pasivo, como el de un cachorro, pero protector y dispuesto a darme la seguridad y el confort que necesitaba. Teniendo mis pechos delante, llenos en su plenitud y mis pezones endurecidos, mi marido, se los acercó a la boca sin dejar de mirarme y se los comió como dos pedazos de cielo hubiese podido saborear. No quería más que eso. Puro amor. Puro sentimiento. Un matrimonio sin fisuras, que se amaba. Me miró tras acabar de comerse con extrema delicadeza cada uno de mis pechos, prestando atención a la forma, al peso, al pezón, a los gemidos que yo le daba. Marcando su propio ritmo. Mis pechos estaban preparados, pero mi sexo menos. Fue en ese momento que agarró de mis leggins y los rompió sin esfuerzo y dejó mis bragas a la vista y mi redondo culo al aire. -Quiero hacerte mía, pero los leggins, los necesito romper… por que es un deseo para mi poder tenerte en leggins esta noche… para mi… Gemí y asentí. -Sigue mi vida… hazme tuya… Disfrutó con mis nalgas fantaseando con los leggins y tras romper mi leggin lo rompió a lo largo de toda la costura con cuidado y lo dejó hecho trizas para dejarlo aun lado y se volvió a acercar para besarme y darme esa seguridad que necesitaba, mientras lo hacía, yo le acariciaba la nuca y le besaba acariciando su lengua con la mía. Para enlazarnos en un viaje astral. Estaba en bragas sobre él. -El leggin me encanta, pero tu desnudez no la supera un trozo de tela… amor de mi vida… Le ayudé a desnudarse quitándole las capas que llevaba y nos quedamos en ropa interior. Entre nuestros besos, él me atraía hacia su enorme cuerpo y me reconfortaba. Poco a poco nos quitamos la poca ropa que nos quedaba y con sus grandes brazos, me tumbó desnuda y abierta toda para él, sobre la suave manta que nos arroparía después. Con ayuda de su saliva, me lubricó los labios y abrió estos con sumo cuidado para que no sufrieran, con mi saliva, ayude a su pene a lubricarse y cuando estabamos casi listos. Su cuerpo se abalanzó sobre mi apoyado en su brazo y sosteniendo su erección, se deslizó como un pergamino dentro de una botella de cristal, suavemente hasta el fondo, en ese instanté, sus labios se pegaron a los míos y me besó cuanto su amor grande era. Tanto que tenía que forzar mi boca casi para encajar sus besos de tanto amor podría expresar. Con suaves olas, chocaba suavemente contra mis caderas, como un bote en la mar sosegada. Mi mano en su nuca le atraía a mi y se lograba llevar los cientos de besos que su boca me daba, con absoluta desesperación funció el ceño y enfadado consigo mismo, me miró preocupado. -Te amor, Sofía, joder, eres todo para mi, absolutamente todo…. Ninguna más reina en mi corazón y me nubla la razón como lo haces tú vida mía. La culpa le reconcomía, era capaz de distinguirlo. -Mi vida, no te sientas culpable, has hecho lo correcto, no te martirices más… te amo… Él se sumió en su culpa y se desplomó un poco para no aplastarme con su cuerpo, entonces me abrazó. Lo sentí y le abracé dándole un suave beso en la cabeza para calmar sus demonios. Se recompuso y sus caderas retomaron el ritmo y yo mientras le besaba, gemía en su boca para expresarle cuanto le amaba. Y bajo las estrellas. Me grabó esa noche en el firmamento, las estrellas guardarán el secreto.