Capitulo 43: soy dador

Mi primera experiencia como 'hombre de negro' tras conseguir ser 'dador' o 'follador activo' es poderme follar a 8 chavales tiernos jovencines

(CONTINUACIÓN) (LEE LOS EPISODIOS ANTERIORES del 1 al 43)

Tras pasar todas las pruebas y conseguir ser dador de nivel 1, el truco para ser el jefe siempre estaba en no dar nada gratis. Es decir, la gente que venía a por una dosis de semen, salvo los casos de salvar la vida, a los otros había que completar el intercambio 1:1, es decir, si tú lo follabas a él y te corrías dentro de él dejándole tu líquido vital en sus intestinos, tendrías que lograr sutilmente que el chico que había venido buscando tu ayuda, se corriera, y perdiera una dósis de su sémen, para que así siempre tuviera que volver a por más. Y era normal que si lo excitabas bien anualmente con tu pene follándole, en el éxtasis de placer se corriese bien sobre el skay de la camilla, si te lo follabas a lo perrito, bien en el suelo, si te lo follabas por la espalda, bien sobre su pecho, si te lo follabas tú encima él debajo con sus pies sobre tus hombros-

Las pruebas para ser dador eran muy complejas como ya habéis leído en episodios anteriores, pero ellas te cargaban de una gran cantidad de líquido vital, por eso tras superarlas todas eras como un súper hombre cargado de miles de dósis de sémen, por lo que te podías follar a todo el mundo sin necesidad de los intercambios 5:1, ya que tenías en tu interior reservas de fuertes y poderosos animales salvajes y multitud de humanos de la aldea. Así que ahora venía la mejor parte: follar, tras haber sido follado durante meses, o años.

Todos los chavales del complejo, de cualquier edad, estaban a mi disposición como hombre de negro. Tenía una habitación privilegiada, con vistas, con sol, y un monitor con cámaras que lo controlábamos todo y veíamos todo y podíamos ir a cualquier parte por pasillos secretos, a echar un polvo con quien nos apeteciese –a parte de que los muchachos necesitados porque habían perdido sus 5 dósis de sémen vital, acudían de motu propio a ser follados para no morir (un muchacho normal necesitaba al menos cada 5 pérdidas de sémen, recuperar una dósis de líquido seminal, y como hemos visto en episodios anteriores, en correrías o aventuras era muy fácil perder tu sémen al follar, ser mamado o que te lo robaran chicos más avispados que tú.)

Mi habitación daba a un pasillo que veía lo que pasaba en el interior de la granja (cómo los muchachos eran follados a su elección, por diferentes animales). El pasillo era de cristal, por un lado, el del muchacho, no se veía nada, pero al otro lado de la pared te estaba viendo un hombre de negro. Esto era una experiencia muy excitante.

En otro nivel superior veíamos un cuarto donde se endildaban los muchachos en cuclillas autopenetrándose con penes de plástico. Ellos tampoco se daban cuenta de que las paredes eran de un material que permitía verles sin que se dieran cuenta. Ver sin ser vistos. Todo un privilegio.

Los cubículos de los hombres de negro estaban dispuestos alrededor de esta serie de instalaciones secretas de el complejo. Había muchos hombres de negro, en sus cubículos, con vista a una determinada zona o túnel de la granja y a un determinado cubículo de dildos, etc. Ningún hombre de negro veía lo mismo que el otro. Era como una serie de colmenas, cada una daba a diferentes celdillas, y sólo podías ver las que tenías al lado… pero era suficiente para tener un recorrido excitante teniendo en cuenta que por las instalaciones iban pasando diferentes muchachos. También podían ver parte de los laberintos… y lo que no podían ver a través del espejo, lo podían ver con cámaras (todo el complejo estaba lleno de cámaras de tv de circuito cerrado, ocultas).

Pero a parte de tener un miniapartamento con vistas y luz solar, en lo alto de unas torres con maravillosas vistas a los jardines de ‘El Complejo’ -piscinas, bosque, cataratas–, a parte de tener vistas en dos niveles a esas estancias, a parte de tener un salón grande, cocina, y todo lo que pudiera necesitar, el cubículo/miniapartamento de cada hombre de negro daba a un pasillo en un tercer nivel, que era un glory-hole, donde ellos –cada hombre de negro tenía el suyo– podía entrar y follarse todo lo que quisiese al otro lado de un montón de agujeros donde elegir.

Había tres subniveles: el que daba a la granja, el que daba a los cubículos y el de los gloryholes. Y en estos había tres tipos: el típico gloryhole de toda la vida (diferentes mamparas, agujeros, y diferentes personas detrás de cada agujero: sin duda birrias humanas, despojos que ansiaban una gota de semen en sus miserables culos). Y había otras dos habitaciones en forma de corredor o galería, que daban a un montón de camillas donde esperaban chavales a ser cogidos. A los chavales el hombre de negro les podía ver a través de una mampara o pared falsa de cristal tipo espejo por el lado de ellos. Los chavales aguardaban en hila esperando ser follados. Y había dos formas de ser cogidos: de espaldas (para los menos privilegiados), o tumbados boca arriba en una camilla con las piernas elevadas hacia el techo exponiendo su cuele (para los más privilegiados). Esta última manera permitía al chaval ver quién le estaba follando e incluso podía ser besado por el dador, lo cual era todo un privilegio. La otra era algo más mecánico: los chicos, separados entre ellos, entre sí, por diferentes mamparas, permanecían en una camilla con el pecho pegado en la misma y el culo hacia atrás, hacia el pasillo por donde entraría el dador / hombre de negro, a follarles. Y no le prodían ver, sólo sentir su pene horadándoles sus entrañas.

Esto era muy mecánico. El hombre de negro podía entrar en uno de estos pasillos y follarse a cinco o diez chicos a la vez, uno tras otro. Las mamparas estaban dispuestas pegadas, en cubículos estrechos. Así que el dador podía penetrar un culo, pasarse al culo de al lado, sacarla y meterla en el culo de al lado, y así hasta que se corría, lo que solía hacer en el muchacho que más le excitara (no todos iban a tener el privilegio de tener una dósis de sémen en su culo, tras ser follados…) Los no privilegiados tendrían que esperar que entrase otro dador a los cubículos, y se los follase, hasta que alguno se corriese dentro de ellos bien porque le había gustado mucho o excitado, o bien porque le había llegado la hora de correrse (hay un momento en que después de tantas metidas y sacadas no te puedes aguantar más y te vas.)

Mi primera experiencia en ‘La Galería’ iba a ser con 8 muchachos, a cada cual más bueno. Había un rubio pelo lacio, un pelirrojo de rizos, un negrito jovencito con culón respingón, dos morenos super guapos -uno pollón y el otro con abdominales marcados–, un blanquito pecosito de piel rosada, un oriental superatractivo ¡¡siempre me han vuelto loco los ojos achinados!!– y un jovencito árabe vergón al que le iba a dar pal pelo y se iba a enterar de lo que es una buena polla en su estrecho ojete (pues este era de follar mucho y no de ser follado, y le iba a dar yo la receta). Todos estaban boca abajo, en sus respectivas camillas, separados entre ellos (ellos no podían verse uno a otro aunque sí oírse) por un biombo. Estaban metidos en una especie de cubículos con una puerta delante que se cerró. Y una vez se tumbaron en la camilla boca abajo se abrió una puerta atrás, puerta por la que iba a acceder yo a follármelos a todos.