Capítulo 4: Piel y pecado

Eras implacable con tus complacencias, me desvestías arrojándome al suelo, mientras que los fantasmas de aquellos momentos estériles temblaban de tanto goce.

Capítulo 4: Piel y Pecado

Me encantaba saber a qué sabias, me encantaba olerte en lo oscuro, imaginarte en el tacto, me encantaba cuando inventábamos juntos rituales, lentos, exasperantes, minucioso. Aprendí una lengua sin origen desconocido, rudo y dulce, en la que el pudor más profundo era la obscenidad más pura.

Concluíamos un pacto donde los nervios morían y donde ningún ojo ennoblecía nuestro refugio, mientras me descubría empapada en su ritmo.

Eras implacable con tus complacencias, me desvestías arrojándome al suelo, mientras que los fantasmas de aquellos momentos estériles temblaban de tanto goce.

Eran noches, tardes y madrugadas, únicas.  Donde las verdades que solo nosotros entreabríamos, la piel reclutaba cada pliegue de nosotros que nos transportaban al precipicio. Esos momentos locos, eran un perdurable parque de diversiones, esa delicia pura de seguir estando contigo, donde la felicidad privada por su parte se desbordaba de alegría contagiando el aire.

Respiraba cada vez el fortuito perfume, degustaba el picante de este platillo acelerado, como si el corto tiempo que se nos fue permitido, acrecentase la astucia, solo bastaba con mirarlo para que la realidad cambiara.

Conversábamos especulando en que quizá lo importante no se dice, citábamos lo obvio, no lo que nos dejabas entontecidos.