Capitulo 35: pastor vasco
Sigo superando pruebas para ascender a controlador de la isla de los muchachos (flashback)
–Ya he elegido. -grité
Y se abrió una compuerta blanca en una pared que no había visto. La compuerta, cerrada, estaba completamente disimulada, tanto que parecía sólo una pared. La compuerta se levantó y ví a través del vano de la puerta un pasillo iluminado con luz azul turquesa, donde me adentré. Allí había un pequeño monitor a la altura de mi mano en el que salían diferentes dibujos de perros, mostrando lo grueso y largo de sus penes. Presioné sobre el dibujo de un perro dogo. Era para mí lo suficientemente grande. Podría haber elegido un perro más pequeño para recuperarme de una gran follada y elegir el segundo animal o primer animal en el segundo nivel. Pero también pensé que si me dilataban bien el ojete podría ser mejor para poder acomodar en él, sin dolor, un pene más grande.
El icono del perro seleccionado –estaban todos dibujados en trazos verdes sobre fondo negro– se ilumino en color rojo. La compuerta de acceso se cerró a mis espaldas.
–Coja un arnés de cuero y pinchos, y póngaselo en su cuello, -me indicaron por megafonía– y póngase también un arnés de pecho de cuero, cruzado. Pongase una careta (la careta era tipo bozal, y daba a mi cara aspecto de perro. De hecho también tenía unas orejas puntiagudas de perro, de cuero negro.
Así lo hice. Una vez hube acabado en la sala vestidor, descubrí que de los 3 pasillos que tenía enfrente de salida de la sala, se iluminó uno con flechas intermitentes, señalándome una dirección. Me adentré por la galería indicada, que a los pocos metros dobló como un recodo del laberinto y se hizo un pasillo más estrecho. Yo sólo tenía que caminar hacia adelante. Caminé doblando dos recodos más y ya tuve que arrodillarme porque el techo se bajaba mucho, a 1,20 m.y no podía ya caminar erguido. El suelo estaba mullido y acolchado y empecé a andar de rodillas, como un perro.
De repente en una zona al doblar una esquina 180 grados el pasillo, me rociaron desde el techo sobre mi espalda y ano algo como vaporizado. Era un líquido que se pegó a mi piel. Yo no sabía que era el olor de una perra en celo pero no tardaría en darme cuenta. Cinco metros más adelante, cuando iba a meterme en un túnel con el techo un poco más bajo, y agaché la cabeza, me dí cuenta que de frente no había más que una pared. Estaba yo con la cabeza algo agachada, a cuatro patas, con el culo en pompa y de repente por detrás vino un gran dogo que salió no se donde y al olerme el ojete el aroma a hembra en celo que me habían echado, puso las dos patas sobre mi espalda. Yo estaba atrapado y sin salida hacia adelante. Y me clavó si pene.
–Guaaaaaaaaaaaaaaaa grité. -pero el recinto era acolchado y entre esto y la máscara que llevaba puesta mi grito apenas se oía (para no asustar al perro) que me empezó a dar fuertes estocadas abriéndome el ojete en carnes vivas de tanto rozamiento y mete y saca, con un gran y largo pene. Más largo de los que había probado. Más largo que el dildo de 22 cm. Y sobre todo, clavado en mi ano con más fuerza, con la potencia de un animal que se quiere follar a su perrita en celo. Y yo era su perrita.
Minutos después el perro eyaculó y perdió su dósis de semen en el interior de mis entrañas, que quedaron empapadas. El polvo había terminado, y yo me quería ir, pero no me di cuenta que estaba atado. Los perros tienen una bola que hinchan dentro del ano (o del coño cuando follan a perritas) para que no pierdan el semen y queden inseminadas. Bola o nudo que no se baja hasta que pasan unos minutos en los que el cuerpo de la perrita en celo absorbe los fluidos. Mi intestino, por raro que parezca, también empezó a absorber el semen canino, que me iba a dar una potencia bestial.