Capítulo 3: Explorando.

Episodio 3: P acaba de recibir a Carlos en su boca, tragando su semilla. La cosa no acaba ahí.

Carlos sudaba, embargado por una sensación pletórica de placer. Acababa de eyacular, y apenas veía su propio semen, P lo estaba tragando todo y solo unos chorros habían caído fuera de su boca. P le miraba a los ojos, con adoración, lamiendo, tragando…

“Eres un puto muy bueno”. P se sintió en la gloria al oír aquello, quiso incrementar aún más el placer a Carlos. Cogió el capullo con sus labios, apretó la polla todo lo largo con sus manos, exprimiendo las gotas que quedaban dentro de semen y a la vez hizo vacío con su boca, aspirándolo todo. “Agggggg!” exclamo Carlos, con placer al sentir el vacío dentro de su propio pene. P no paraba de mirarle, entrega total, adoración, no había nada más en su mirada. Carlos se sintió seguro, vio un terreno firme para avanzar, ¿era P lo que tanto había buscado?

“Vamos de la ducha”, invitó Carlos. P asintió. Mientras iban al baño P le preguntó con un comentario “Espero que te haya gustado…” Carlos no le respondió, simplemente le beso, un morreo largo, “Si, ven, quiero ducharme contigo”.

Entraron en un baño amplio. La ducha estaba separada de la bañera. El baño era amplio y bonito. Bañera de diseño, sobre patas, sin recibir con albañilería. Y en una esquina de la estancia había una ducha con mampara a ras de suelo, amplia, cabían dos personas… o más. ¿Cuánta gente se habría duchado ahí a la vez? P no pudo evitar preguntárselo.

Abrieron el agua, solo unos segundos más tarde alcanzó la temperatura correcta. Carlos invitó a P a pasar primero, obedeció. El contacto del agua con su cara mezcló el sabor en sus labios, agua con semen… Aún tenía ese sabor inundándole la boca. Trago agua, el sabor cambió, noto como el del semen iba dentro de su cuerpo, en la boca quedó solo el del agua. También notó como el agua caliente le producía un leve dolor al contacto con su ano, lo tenía dolorido por la enorme penetración que acababa de sufrir. Un agradable dolor leve… que le calentó.

P acababa de conocer uno de los misterios de la vida que tanto ansiaba, acababa de sentir una polla enorme en su cuerpo. Y a pelo, tragando su semen. ¿Qué más se podía pedir? En ese momento P estaba flotando en una nube… No se había corrido, pero ni puta falta que le hacía. P era pasivo, sumiso. Su placer, su NECESIDAD, no residía en correrse. Su cuerpo pedía dar placer, punto. Si lo daba, si sentía como era penetrado, y cuanto más fuerte y más grande mejor, entonces alcanzaba una plenitud, un equilibrio que le duraba horas, días incluso.

Pero ese día no sería esa su única ración de plenitud. Carlos se unió a P bajo el agua. Enjabono a P, metiéndole los dedos por donde quiso. El ano de P sintió como varios dedos entraban, sin abrirlo, solo pasaban por ahí y entraban, de un modo natural. P se sintió usado, poseído, deseado… se sintió bien.

Carlos no paraba de acariciar el cuerpo de P, le gustaba ese cuerpo. Y lo que más le gustaba era como P le dejaba, como le invitaba a usarlo. Carlos se preguntó qué tenía P que le ponía tanto. No era un cuerpo increíble, tampoco estaba nada mal. P tenía un cuerpo delgado, con musculatura de hacer ejercicio físico. Era un hombre maduro, le faltaba pelo y lo que tenía lo tenía muy corto. Su culo, sus piernas, su sexo… todo depilado. Carlos era más alto que P, lo que le gustaba, no buscaba nunca parejas más altas que él mismo, P cumplía el estándar. Ese cuerpo en definitiva estaba bien, tenía un BUEN polvo. Y sus labios, sus glúteos eran toda una invitación a poseerlos. Pero no era algo que Carlos no pudiese tener con facilidad, eso no explicaba esa atracción que sentía Carlos, con su enorme polla había catado cuerpos como ese y mucho mejores. Aun así… había algo que le atraía más. Su mirada. Esa era la clave. Esa era la invitación en bandeja de plata. Los ojos de P, en silencio, mirándole mientras hacía con él lo que le apetecía, diciéndole “Haz conmigo lo que quieras”. La sumisión y la entrega de P eran como miel para una mosca con Carlos.

Carlos terminó de enjabonar a P, el agua aclaró la espuma y P quedó limpio.

“Déjame enjabonarte ahora” suplicó P. Inmediatamente Carlos vio que P no quería solucionar algo higiénico, quería tocarle. Y sabía que eso iría acompañado de una entrega total, esos ojos no paraban de decírselo. Carlos le dejó a P hacer.

P cogió jabón, juntó sus manos esparciéndolo en ambas palmas y empezó por el pecho de Carlos. Sus pectorales estaban duros. Bajo por los abdominales, se paró en las areolas, jugando con ellas… Las chupó momentáneamente.

Carlos le informó a P “No eres el único que hoy está completamente limpio. Yo también me he preparado… a fondo”. P no entendía bien, ¿Carlos le estaba diciendo que se había hecho él también un enema? P era sumiso, pasivo. Esa declaración podía significar algo en contra de su propia naturaleza como pasivo - sumiso. ¿Quería Carlos que P le follase? P no era un semental, era un puto, un cuerpo con el que jugar y que su función era ser usado para descargar semen, para vaciar huevos, para recibir semen, saliva… o lo que se terciase.

“¿Quieres que yo te folle? Yo no soy un semental, para nada… Y no lo necesito”.

“No me has entendido, no quiero que me folles. El que folla aquí soy yo”. P respiró aliviado al oír aquello. No quería decepcionar a Carlos, ni por asomo iba a estar al nivel de Carlos como semental. Y no era ese el modo de obtener el máximo placer para P.

“¿Entonces te vale con que yo sea el pasivo, sin follarte?”. P esperaba una respuesta, con el corazón en un puño.

“Me vale, y es lo que quiero”. P se derritió, aliviado. Encajaban bien ambos. “Lo que quiero decirte es que mi culo también requiere atención, pero sin que dejes mi polla desatendida”. P empezaba a comprender… “Estoy limpio, completamente, a fondo” repitió Carlos. Un interruptor hizo clic en el cerebro de P, que pasó a modo sumiso automáticamente. Este macho le estaba pidiendo, lo que para P era una orden, porque él era muy muy sumiso, que le diese placer de otro modo. Y P supo qué hacer ya sin más dudas ni palabras.

Se arrodillo. El agua caía en su rostro y el cuerpo erguido de Carlos. Tenía a la altura de su cara ese falo, blando ahora, pero aun así grande, mediría unos 15cm en reposo, un tigre frente a un cervatillo. Y P era el cervatillo, un cervatillo suicida.

P empezó a besar el falo, acariciando los huevos. Sus manos pasaron a los muslos, por la parte delantera de los cuádriceps. La boca de P sorbió el falo, poco a poco, sin prisa, suavemente… Las manos de P rodearon las caderas de Carlos… Hasta sus glúteos, miró a Carlos y vio la confirmación de que iba bien, eso era lo que Carlos deseaba, atención en su culo. P amasó esas dos esferas de carne al final de la espalda de Carlos, mientras sorbía y sorbía su tremenda polla. Sus dedos agarraron los glúteos, y ambos dedos corazón llegaron al ano de Carlos. A los corazón se unieron los índices. P empezó un suave masaje en el ano de Carlos, mientras no paraba de chupar su polla.

Carlos cogió un bote de lubricante, que se encontraba junto a los de champú, suavizante y jabón…Y echó un buen chorro en la mano de P ¿Una ducha con lubricante en ella? P no podía creerlo… “¿De verdad que no has estado con nadie en una temporada?” preguntó P, sin parar de lamer. Carlos le miró a los ojos “Si, llevo una temporada buscando alguien como tú. Quiero estabilidad, no mil parejas que no acaban de ser lo que busco”. Aquella declaración encendió a P.  Se puso puto, muy puto. Abrió la boca y engullo todo. Aquella verga resucitaba. Sus dedos habían esparcido ya el lubricante por el ano de Carlos, y P entró en él. Carlos gimió al sentir como las falanges de los dedos de P se abrían paso en su interior. Mil estrellitas inundaban sus nervios con un placer nuevo, no solo su enorme polla estaba recibiendo atenciones, de un modo increíble por abarcarla en toda su enorme dimensión, también su culo estaba siendo atendido como es debido.

Su polla no paraba de emitir placer, dentro de la boca de P. Cada vez más grande, pero no paraba de desaparecer en esa gruta, coronada por dos ojos que no paraban de invitarle a desatarse. Carlos se apoyaba con las manos en la pared y la mampara. No quería tomar el control esta vez, le dejó a P llevar el ritmo de su boca alrededor de su miembro. Notaba también placer en su ano, los dedos de P no paraban de entrar y salir en su culo. Su polla, su culo…. “Aggggggg” Carlos notaba como sin estar ni siquiera dura del todo, P podía lograr sacarle otra corrida, era simplemente impresionante.

Carlos no quería terminar así, aún no, “Ven” dijo mientras tiraba del rostro de P hacía el suyo, besándolo cuando llegó hasta él. P no paraba de meterle los dedos por el culo a Carlos, que estaba muy muy caliente.

“Quiero pedirte una cosa”.

P esperó un instante, mirándole, pensando “¿El qué?”.

“Quiero que hagamos más cosas, pero no sé qué eres capaz de hacer y qué no. Solo quiero que me digas, antes de hacerlo, si no quieres”.

“Vale, pero hay pocas cosas que no me gustan. Solo pregunta y si no te digo que no, hazlo”.

“¿Cómo el qué no te gusta?” inquirió Carlos.

“No me gusta… el copro… las heces. Eso no me va nada.”

“No te preocupes, esa parte a mi tampoco me va. A mí tampoco me atrae eso” Carlos le guiño un ojo a P, dándole confianza.

P se puso rojo… Carlos notó que tenía algo por decir, pero que no lo soltaba. “¿Qué pasa?”

“Hay una cosa que si me gusta” y P guardó silencio. Carlos notaba que era un secreto oscuro, uno de esos que habita en el interior de cada persona, lo que nunca solemos decir a nadie. Ni siquiera a nuestra pareja formal, por temor a que provoque su rechazo.

“Dímelo, no tengas miedo, mejor aclararlo” invitó Carlos.

P dudaba. Veía que Carlos era un semental con experiencia, mucha experiencia. De un modo inocente, sumiso, decidió ceder a las dudas y se abrió. “No me gusta las heces… pero si tu saliva… tu semen… y… me gustaría tu orina, si quieres”. P se puso rojo como un tomate. Carlos sonrió ampliamente. Le beso a P, un buen morreo.

Tras el mismo le dijo “Abre la boca”. P obedeció y Carlos lanzó un escupitajo potente dentro, al que siguió otro beso. P se derretía… Aquel macho le estaba besando tras lo que acababa de confesarle, aceptándole como era. ¿Qué más harían hoy? P decidió desconectar esas preguntas lógicas, la parte lógica de su cerebro que anulaba su parte más animal, su parte más sumisa, su parte más… placentera. Y se dejó llevar. Sacó el animal sexual que todos llevamos dentro, y lo dejó tomar el control.

Las piernas de P se doblaron, como si tuvieran vida propia. De rodillas volvió a por ese falo. Sus dedos no paraban de abrir, de penetrar a Carlos. La boca de P chupaba y chupaba, glotona. El falo de Carlos en unos instantes estaba erecto completamente, engullirlo era ahora una tarea imposible.

P quería más, bajó besando el falo, desde el capullo hasta los huevos, pasando por ese mástil lleno de venas, grueso, digno de un altar. Un puto monumento al sexo viviente. Llego a las pelotas, las lamió. Y no se quedó ahí, bajó más aun, pasando al perineo de Carlos. No tenía ni un pelo, estaba depilado completamente. Lo lamió, pasando la lengua desde el nacimiento del ano hasta las pelotas, varias veces y con la lengua lo más extendida posible, abarcando todo lo que podía con ella. Carlos no paraba de gemir, miraba al techo, cerrando los ojos, y alternativamente miraba a ese rostro. La lengua de P no paraba de lamerle el perineo a Carlos, sus dedos entraban ya de dos en dos en su ano. Lamer, meter, lamer, meter. De vez en cuando P se alejaba y chupaba la punta del glande, enorme ya… Y vuelta al perineo. Los dedos ya entraban varios a la vez en ese culo, abriéndolo de par en par con ambas manos, tirando de ese ano con ambas manos.

Carlos se giró, sin decir nada. P comprendió y obedeció a una orden sin palabras. Los glúteos de Carlos estaban frente a él. A través de la entrepierna colgaba ese falo enorme, duro… Las manos de P cogieron una ese falo, masturbándolo, mientras la otra apartó un glúteo, dejando el ano expuesto. P se acercó y lo lamió. Al principio inquisitivamente, sin saber qué sabor se encontraría, no quería lamer algo que no estuviese limpio en esa zona. Pero Carlos no había mentido, se había limpiado a fondo, ni rastro de malos sabores. Solo un agradable sabor a carne. La lengua de P notaba la forma del ano de Carlos. Tomó confianza, se relajó viendo que estaba todo le gustaba y siguió.

Oyendo los gemidos, cada vez más altos de Carlos, P supo que con su mano en la verga de Carlos y su lengua en su ano, el placer era mucho mayor que antes. Siguió.

Carlos quería más, el torrente de placer era indescriptible. La lengua de P no paraba de lamer su ano. Notaba como se iba dilatando, como esa lengua cada vez lo abría más y más… Con sus propias manos Carlos abrió sus glúteos a tope, separándolos. P respondió hundiendo su boca en su culo, apretándose contra él. Ahora los labios de P besaban todo el ano por fuera, y su lengua lamía y lamía… Ambas manos de P cogían su pollón y sus huevos. Más y más placer… Carlos decidió que no jugaría más, eso es lo que el cuerpo le pedía ahora. Se dejó llevar, no se contuvo más. Se abandonó al placer y dejó de tomar el control, dejando a P que siguiera sin intervenir ni cambiar nada.

P supo que tenía ahora el control, Carlos no cambiaba la postura, ni hacía nada. P sabía lo que tenía que hacer, era su función, su razón de ser. P existía por y para estos instantes, toda su vida giraba en torno a estos momentos claves en los que era un instrumento para dar placer, no para recibirlo. Dando placer recibía su recompensa. Su naturaleza se lo pedía y así actuó. Masturbó a Carlos con las manos. Los glúteos de Carlos estaban separados continuamente, sus manos no los soltaban, incluso se auto amasaba el mismo el culo, dándose más placer de un modo muy erótico.

P besaba el ano de Carlos, sin parar. Su lengua cobraba vida. Lamía y lamía. Saliva a mares en ese ano. Y su lengua intentó penetrar, y penetró, ese culo. Notó como el sabor cambió dentro, pero no había nada malo, todo en orden. Los gemidos de Carlos fueron ya asnales, P lo iba a lograr de nuevo… Una satisfacción como un volcán en erupción apareció en el interior de P, lo estaba logrando de nuevo, podía darle placer a este macho, un macho de un nivel para nada dentro de lo normal. Insistió con la masturbación, lamiendo fuerte, metiendo su lengua, pasando los labios por el exterior del ano, succionando, chupando…

El pene de Carlos se puso durísimo, Carlos subió el volumen de sus gemidos y empezó a eyacular. Los espasmos del semen saliendo provocaban que el conducto del pene se hinchase con cada chorro… P no paraba de lamer el culo de Carlos, que con los ojos cerrados dejó salir todo el semen que le quedaba dentro. El semen quedó en un charco en el suelo. P se pasó gateando al otro lado de Carlos, le miro de rodillas aún, y agachándose hasta pegar su rostro con el suelo, lo lamió todo, limpiándolo. No dejo nada. El suelo quedó perfecto, prístino.

Carlos sentía un placer enorme, su cuerpo no paraba de darle una recompensa física por sus actos. Veía a P lamer y lamer el suelo de la ducha. El agua caía a sus espaldas, donde antes estaba P. Los ojos sumisos de P le miraron desde el suelo, se alzó hasta ponerse de nuevo de rodillas y paso a lamer su verga. La limpió de los restos de la corrida que tenía colgando, se metió el capullo en la boca y lo lamió todo, besándolo. Carlos estaba en la puta gloria. P no pensaba, era un ser puramente instintivo en ese momento. Si Carlos le hubiese nombrado en ese momento su mascota, poniéndole un collar, dándole de comer en un comedero y llevándole con una correa por el mundo, desnudo a sus órdenes, lo habría aceptado sin chistar. En ese momento no había P, solo había puto, solo había sumiso. Y un amo al que servir, al que complacer.

(Continuará)