Capítulo 24: Reino Kar-Blorath, planeta Dolmund
Victoria y Tolium fueron arrestados. Se encuentran en prisión preventiva a la espera de juicio, acusados de infiltrarse por la frontera y sospechosos de ser espías.
Capítulo XXIV: Kar-Blorath, planeta Dolmund
Diario de a bordo de la capitán Joanne Reynolds, U.S.S. Nueva Nueva York III:
Hemos atravesado la singularidad, pero desde entonces vamos a la deriva. Algo interfirió en nuestros sistemas, y desde entonces todo nuestro personal de ingeniería está intentando resolverlo. Tras 25 horas su rendimiento ha bajado, así que les he ordenado descansar. Los sistemas vitales funcionan con el primer generador de emergencia, pero todo el sistema de viaje interestelar ha sido inutilizado. Creen que casi han restaurado la propulsión de espacio local, porque era solo un problema de circuitos sobrecargados. También creen estar a punto de reconectar la energía principal. Han confirmado que el segundo generador está intacto. De modo que tenemos un momento de respiro, y podemos concentrarnos en resolver la cuestión principal: ¿dónde estamos?
Las primeras teorías apuntaban al reverso de antimateria del universo. Pero en cuanto recogimos los datos de la sonda, antes de cruzar, el doctor Zaius insistió en la hipótesis del universo paralelo. Sus colegas lo descartaron como algo imposible, pero las últimas horas han comenzado a dudar. La disposición de las estrellas no tiene nada que ver con un desplazamiento en el espacio, ni conllevan simetría inversa. Es una configuración completamente nueva, e incluso las galaxias y su distancia son diferentes.
Clarkson especuló con un viaje en el tiempo, pero los ordenadores han descartado la posibilidad, ya sea miles de millones de años hacia atrás o hacia adelante; no encaja de ningún modo. Los estaba volviendo locos, así que también les ordené ir a dormir.
Las cosas están tranquilas en el puente de mando, como era de esperar siendo la mayoría veteranos de guerra. Aunque esto sea una misión científica, estos hombres están entrenados para repeler fuerzas hostiles y mantenernos con vida; mientras solo seamos atacados por fuerzas de la naturaleza o problemas técnicos, parecen confiados delegando la responsabilidad. Pero yo no puedo tomarme ese privilegio, maldita sea. Todos dependen de mí. Y del primer oficial Johnson, claro. Pero se golpeó la cabeza durante las turbulencias, y permanece en enfermería bajo observación. Si no recibe ya el alta, tendré que delegar el mando al doctor Zaius. Yo también estoy agotado. Pero nuestra misión es científica, y se supone que el número uno del personal científico está cualificado para dirigir una nave civil. Mientras no entremos en batalla, no debería haber problemas.
Espero que no haga nada estúpido.
Tom observaba el cielo. Estaba sentado en un acantilado, fuera de La Mazmorra, en su mundo natal. Le gustaba ver las puestas de sol con el fuerte del barón como parte del paisaje, sobre la loma rodeada de árboles y cortafuegos. Especialmente cuando había doble luna llena, como habría aquella noche. Balanceaba sus pies colgando en el vacío, con el sol en el horizonte y la luna verde asomando por el sur, a su izquierda. Cuando la luna rápida, la roja, llegaba a su cénit, buscaba algo que cazar: era un pequeño ritual personal. Ya estaba acariciando la empuñadura de su espada, con las piernas colgando impacientes sobre el precipicio, a punto de saltar sobre un korvak que había visto cincuenta metros más abajo. Como si fuera una cuenta atrás, esperaba a que la luna roja, como un presagio de sangre y muerte, llegara a lo más alto. De modo que se encontraba mirando el cielo con atención cuando vio aquello. Al principio le pareció una estrella fugaz, pero era demasiado lenta. Luego notó que era demasiado grande, y su estela demasiado pequeña. Y poco a poco se hizo más lenta y su cola menguó incluso más, hasta convertirse en un óvalo plateado, inmóvil sobre el cielo. Amplificó su vista con maná, y logró distinguir su forma. No era una roca, ni un pedazo de luna, ni un cometa con su nube de hielo. Era metálico, lleno de aristas, afilado. Y tenía luz propia. Esto le resultó difícil de distinguir al principio, pero finalmente estuvo seguro de que no se limitaba a reflejar la luz. ¿Eran eso cañones de maná? Si era algún tipo de vehículo extraño, parecía que sus armas principales estaban en la popa. ¿Pero con qué viento se propulsaría? ¿A caso absorbía y expulsaba maná del éter para tener empuje en el aire?
—Qué pregunta más idiota —se regañó a sí mismo—. Vuela con maná, estúpido. Eso no es la popa, es la proa. Se abre paso disparando —alzó su espada—. Es una nave de guerra.
Envainó su arma, se dejó caer hasta el pie del acantilado con un sonoro estruendo, y se irguió desafiante. «Es realmente enorme. ¿Cuántos soldados caben ahí dentro?», pensó sacando del suelo sus garras incrustadas. Nunca había visto nada semejante. Algunos botes voladores sí, incluso en el laberinto. Una vez incluso lo utilizaba un aventurero de clase explorador, pero era un artefacto que se trajo de su propio mundo. No podía ser una recompensa, por supuesto, La Mazmorra sólo daba artículos de esclavitud. Pero tras darle caza no pudo pilotarlo, así que tuvo que abandonarlo por ser demasiado grande y pesado. Se limitó a cobrar la recompensa llevando su cabeza al Amo de La Mazmorra, así que esa era toda su experiencia con Artefactos Voladores de Otro Mundo. Pero allí, en el pequeño pueblo de Descanso del Anciano, le tomarían por loco si fuera contando historias sobre AVOMs y abduccionies. Sólo los locos y los borrachos lo hacían. «¿Debería informar de esto? ¿A quién? ¿Al barón? ¿Al Amo?». Evitó pensar en que ya no tenía familia, y en la relación estrictamente profesional que tenía con algunos cazarrecompensas. ¿A quién debería poner Tom a salvo, si aquello era realmente una amenaza? «Me está sobrevolando, así que también están sobre la entrada a La Mazmorra, y eso va a enfadar al barón. Lo más probable es que estén preparando una invasión». Entonces su monstruosa faz leónica sonrió enseñando sus colmillos.
—Creo que voy a ganar mucho dinero por esto…
Sin embargo, había un problema. Había abandonado el último encargo en cuanto sintió que el halcón de guerra penetraba en el sexto piso a través de un atajo. Si le hubieran pillado confraternizando con sus presas, sería el hazmerreír del gremio, y El Amo desataría su ira sobre él. Todavía no estaba preparado para darle su merecido a ese arrogante que lo menospreciaba, principalmente porque no tenía su propio ejército. Pero esto le abrió la mente a una nueva posibilidad: «¿Y si dejo que se peleen entre ellos, y luego saqueo los restos? Incluso con un poco de suerte podría encontrarme al Amo herido y solo, y lo remataría yo mismo». Se encontraba acariciando un mechón de su larga barba, pensativo, cuando vio un pequeño punto de luz separarse de la nave. Concentró de nuevo maná en sus ojos para potenciar su visión. Supuso que era un pequeño bote, aunque mucho más grande que el de aquél aventurero. «Así que no queréis llamar la atención. Seguro que ahí dentro hay solo un pequeño equipo. ¿Vais a hacerlos pasar por aventureros?».
La entrada a La Mazmorra se encontraba en el interior de La Cueva Sin Retorno, a quinientos metros de él, antes de las alcantarillas del fuerte y las de Descanso del Anciano. Había un perímetro vallado con guardias armados, pero los cazadores de alto nivel tenían salvoconducto. Ambas entradas conectaban con el mismo piso en una zona, y el templo abandonado con la otra. Esta estaba más cerca y llegaría seco y sin soportar malos olores (con su olfato podían ser una tortura).
Echó una mirada atrás y localizó al guardia más cercano. Apenas le prestaba atención, estaba tan interesado como él en la nave. Ya le conocían y ni siquiera le pedían el documento firmado por la secretaria del barón. Iba a menudo a cazar en los terrenos de la baronía, un privilegio que concedía a unos pocos como muestra de reconocimiento.
Sonrió al ver que la nave exploradora se dirigía directa a la cueva. Pero en vez de aterrizar se detuvo a cien metros sobre el acantilado, casi donde estuvo él un minuto antes. No parecía hacer nada salvo esperar. A tan poca distancia la nave era fácilmente visible de forma natural, sin refuerzos, pero utilizándolo pudo ver en profundidad: tenían una barrera casi transparente, y tras ella pudo ver una gruesa ventana oscura. ¿Sería para bloquear la luz del sol? A través del cristal pudo ver seres humanos. «¿Sólo son humanos? Entonces la amenaza no es grave». Eso le hizo decidirse. El Amo valoraría aquella información. Sólo necesitaba inventarse una excusa sobre haber dejado a medias el otro trabajo. Además, puede que aquellos dos todavía no hubieran sido capturados, así que tal vez El Amo no supiera que había colaborado con ellos estúpidamente. Durante una fracción de segundo, pensando en que tal vez siguieran libres esos dos, sonrió; y esa vez no había rastro de maldad. ¿Pero por qué les ayudó? No lo entendía. De algún modo aquel chico le había confundido con sus palabras. Como resultado incumplió por primera vez un contrato, y estaba avergonzaba por ello.
El momento de duda terminó cuando oyó voces provenientes del interior de la cueva. ¿Cómo habían llegado tan pronto y sin tocar el suelo? ¿Tenían magia de teletransporte? No importaba. Desenvainó su espada y corrió hacia la oscuridad.
Victoria estaba apesadumbrada, sentada y con la cara entre las rodillas, encogida sobre su cama de paja y lana. Le habían dado un vestido de campesina que le resultaba áspero como el esparto, y no tenía reemplazo para sus bragas mojadas; le resultaban molestas, como si se negaran a secarse por completo. Tenía frío y estaba envuelta por la única manta. Tolium corrió peor suerte: parecía un mendigo, incluyendo la ropa sin lavar desde quién sabe cuándo. Le costaba ignorar el mal olor en aquél pequeño espacio. Sabían que la guardia había sacado la ropa de entre las pertenencias de otros arrestados, pero Victoria se preguntaba sobre su suerte. ¿Es que les cambiaban la ropa por uniforme de presidio? ¿O simplemente los mataban y saqueaban sus pertenencias? ¿Llevaban ropa de muertos, y luego les tocaría a ellos? No quería ponerse en lo peor. Se abofeteó la cara con ambas manos sobresaltando a Tolium, que estaba distraído.
—¡Cálmate!
—Estoy bien. Todo lo bien que puedo estar en una celda oscura.
—No es para tanto.
—¡Que no, dice! ¿A caso ya te habían arrestado antes? ¡Estamos atrapados en un mundo medieval! ¿Pero qué cojones es esto? Todavía no me lo puedo creer. Tiene que ser algún programa de la tele, una superbroma muy cara y elaborada, aprovechando viejos decorados de cine.
—No has visto lo mismo que yo.
—Ya vi el hombre lagarto. Pero debía ser algún tipo de disfraz. Una broma pesada. Más les vale que haya un premio gordo al final, porque los voy a demandar. La madre de mi amigo es abogada, y de las buenas. Seguro que acepta el caso. Yo no he firmado ningún consentimiento informado.
—Necesitas tomártelo con calma, mujer. Sé que tenéis tendencia al drama, a la histeria, y que con la regla vuestros problemas se acentúan…
—¿Qué qué ?
—…pero lo importante es que estamos a salvo de monstruos, y como no hemos hecho nada malo, nos soltarán. De momento ya nos han servido la cena…
—¿Llamas a esas gachas sin sal “cena”?
—…y cualquiera con autoridad no nos prestará atención hasta mañana, así que lo mejor que podemos hacer, por ahora, es dormir.
—¿Con esa peste? Tira la ropa que llevas fuera de la celda.
—¿Y helarme? No, gracias.
—Lo digo en serio. Yo necesito quitarme las bragas húmedas, no se secan las cabronas.
—Sólo con esta manta pasaría frío.
—Pues usemos ambas.
—¿Pretendes dormir sólo con tu ropa?
—No, idiota. Te estoy diciendo que juntemos las dos camas y pongamos una manta sobre la otra.
—¡Imposible! Son demasiado pequeñas.
—No es momento de andarte con mojigaterías, chico. Vamos a dormir pegados uno al otro. Calor corporal y doble manta. Te garantizo que vamos a sudar.
—…
—Cuando me haces guardar silencio, es por no insultarte o pegarte. ¿Por qué te has callado tú?
—Porque no soy tu hermano mayor. Si fueras Neif, te hubiera soltado una buena reprimenda. ¿Cómo te atreves a sugerir algo tan obsceno?
—¡Despierta! Eras tú el que creía que esto era real. Sé coherente.
Discutieron por algunos minutos, otro recluso se quejó y lo ignoraron, y al final vino un guardia y les ordenó silencio.
—Por favor, llévese esa ropa apestosa —pidió ella señalando a su compañero—. ¡Así no hay quien duerma!
—Por mí no hay problema. Tírala fuera, chico. Luego me la llevaré.
Victoria no dijo nada. Sabía que probablemente era mentira. A menos que le obligaran a volver, pero sin hacerlo enfadar. “Mejor eso que nada. La tiraré lo más lejos que pueda”. El guardia se fue, y los siguientes minutos consistieron en una mujer tenaz y dominante forcejeando y desnudando a Tolium. Él estaba acostumbrado a tener el control con su hermana menor, pero aquella chica era extremadamente frustrante e irritante. ¿Cómo podía ser tan desvergonzada? ¿Es que sus padres no les habían enseñado nada? Si hubiera sido como otros que conocía bien, la hubiera puesto en su sitio con dos bofetadas bien pegadas, pero se sentía incapaz. Siempre se arrepentía cuando hacía daño a Neif, y por extensión, sabía que no podría ponerle la mano encima a otra mujer. A pesar de lo que le habían enseñado y visto como algo normal, era demasiado culposo, demasiado preocupado, siempre atento a lo que estaba bien y lo que estaba mal, y tenía su propia opinión para todo. De modo que aquella mujer lo desnudó contra su voluntad, y lo humilló, y aun así fue incapaz de defenderse. Se le saltaron las lágrimas y recordó burlas del pasado, cuando Neif siendo menor lo dejaba en evidencia por incontrolable y otros lo culpaban a él por su debilidad y falta de carácter. “Si yo fuera tú”, “Si tuvieras lo que hay que tener”, “¿Cómo vas a cuidar de tu hermana siendo así?”, “¿Tu esposa también hará lo que quiera contigo?”. Eran frases que se le clavaron como estacas afiladas, y esa mujer, esa tal “Victoria”, las hizo emerger con toda su fuerza.
—¡Por fin, coño! —Trapo por trapo, todos arrojados fuera por el pasillo, lo dejó por fin en calzoncillos. Calzoncillos “limpios”, o todo lo limpia que estuviera el agua de las cloacas, aquel río subterráneo al que cayeron. Pero notó que también estaban húmedos.
—Quítatelos y ponlos junto a mis bragas —dijo colgándolas sobre uno de los barrotes horizontales. Al menos había tenido cuidado de no levantarse la falda larga de campesina más de lo necesario, aunque Tolium tuvo buenos reflejos para darse la vuelta a tiempo. Lamentablemente había podido ver de nuevo sus piernas. Por alguna razón le resultaron más interesantes que unas horas antes, a pesar de que la veía medio desnuda. Y temía que no fuera sólo porque por entonces estaba preocupado por su seguridad.
—¡Bajo ningún concepto, súcubo! ¡No me voy a desnudar para ti!
—¿Súcubo? ¿No es eso un demonio sexual? ¿A qué viene…? Oh.
Aquella despiadada mujer sonrió burlonamente al comprender, saltó delante de él y bajó la mirada prestando atención. Entre la luz mortecina de las antorchas del pasillo pudo ver su vergüenza. Totalmente a su pesar, Tolium sufría una furiosa erección imposible de ocultar. Aunque intentaba darle la espalda, ella seguía saltando a su alrededor como si estuviera jugando, y se reía.
—¿Cómo puedes tener ganas en un momento así? —preguntó divertida.
—¿¡Por quién me tomas!? ¡No soy ningún depravado! Es sólo… la naturaleza. El lado de las bestias —ella se reía cada vez más—. ¡Cállate ya!
—¡Tengo que tener cuidado con la bestia, o podría devorarme!
Y de repente cambió de actitud. Se dio la vuelta y juntó las dos camas, ante un horrorizado e inmóvil Tolium.
—¡Lo decías de verdad!
—Pues claro.
Y sin mediar palabra puso una manta sobre otra y se rebulló bajo ellas.
—Vamos, chico. ¿A qué esperas?
Las manos de él se crisparon. Se imaginó nítidamente aplastándole la cara con una bofetada. Después se tranquilizó. Contó hasta 10 ignorando las palabras de la chica, y luego intentó separar su cama. Era demasiado pesada. Ella se rio de nuevo al desplazarla unos centímetros.
—Menuda bestia más canija.
Él entrecerró los ojos y se puso serio. Levantó las mantas y se tumbó en su lado. Miraba fijamente al techo, enfadado. No dijo nada ni movió un músculo.
—¿Me estás castigando con tu silencio? Qué varonil…
—Cuando salgamos de aquí no quiero volver a verte. Nunca.
—Wow, qué mal genio tienes. ¿No aceptas una broma?
—Eres mala. Rebelde. Descontrolada.
—Que tú no me puedas controlar no me hace una mala persona. Es más, nadie tiene por qué controlarme. Bueno, a parte de la policía, la ley y todo eso. Están para lo que están. Si no, habría anarquía y competición salvaje y oligopolio de los más fuertes.
Aquello le desconcertó. ¿Cómo podría haber divagado con tanta facilidad hacia la filosofía política? Neif jamás hubiera reaccionado así ante una crítica suya.
—Espero que te comportes, señorita. Estamos conviviendo por ahora, a mi pesar. Seamos civilizados.
—No prometo nada, pequeña bestia. A lo mejor soy de verdad un súcubo. A lo mejor todo esto es un sueño erótico concebido para ordeñarte hasta la última gota. A lo mejor en este momento estoy sobre ti, llenándome, y por eso la tienes tan dura… ¡Buuuh! ¡Tenme miedooo, soy un demoniooo!
Ella se rio otra vez, pero Él se puso rígido, abrió mucho los ojos e inspiró con fuerza. Lo miró y Victoria supo que había acertado, así que se rio a carcajadas.
Él se giró dándole la espalda y la ignoró. Ella esperó para concederle su turno, y al final él le siguió el juego.
—Si tú sales en mi sueño es sólo una pesadilla.
Ella se rio con suavidad. Él supo que no había sido especialmente gracioso, sino que ella le concedió tener una réplica mordaz como un gesto de cortesía. Intuyó que si hubiera querido podría haberle contestado con todo su ingenio, y se preguntó desde cuándo temía su inteligencia en lugar de su comportamiento caótico. “La inteligencia sólo es algo que temer en manos de tu enemigo”, se dijo en silencio.
—Señorita Victoria, ¿le gusta debatir?
—He participado en concursos escolares. ¿Cómo lo sabes?
—No estoy seguro. Asociación de ideas, quizá.
Poco a poco se estaba relajando, y el calor era reconfortante. “Al menos no está desnuda”, pensó aliviado.
—Ahora que estamos tapados, no veré nada —dijo ella—. Me taparé la cara con la manta si eso te hace sentir más tranquilo. Pero quítate esos calzoncillos húmedos. Deja que se sequen.
Aquel giro en su actitud le hizo tomárselo de otra forma. Al final accedió, y lo hizo. Ella cumplió su palabra. Tolium, completamente desnudo ahora, colgó su ropa interior en el extremo opuesto a la de ella, y se metió de nuevo entre las mantas. Victoria seguía sin destaparse la cara. Por un incómodo momento temió que ella pudiera ver sus genitales, pero se obligó a recordar que no podía ver nada en la oscuridad bajo la manta, con tan poca luz en el ambiente.
—Tolium, háblame de tu hermana.
Se sintió extraño hablando con una casi desconocida a centímetros de su cara, en contacto directo con ella, y totalmente desnudo, pero lo hizo. Le habló de cómo había sido su vida, los planes de futuro, sus estudios, su responsabilidad con su hermana… pero no mencionó el dinero de su familia. Eso siempre traía problemas. Que los demás pensaran que era de clase media era la opción más segura.
—Yo no tengo hermanas, pero sí una amiga muy cercana. Somos amigas desde el jardín de infancia. Siempre ha sido… un poco torpe. Descuidada, impulsiva…
—¿Más que tú?
—¡Ja! Pues claro. Estaba intentando relajar el ambiente, señor cara de palo. Ocupándome de ti también cuido de mí misma, me despeja la mente.
Él arqueó las cejas. No se le había ocurrido que aquella actitud fuera calculada, y con un buen propósito. En cierto sentido había funcionado: ninguno de los dos parecía ya triste ni preocupado. Aunque él estaba irritado, por supuesto.
—Pues bien, esta chica, Mary, siempre se metía en problemas. Aunque teníamos la misma edad, en algún momento me hice responsable de ella. Así que en cierto modo entiendo cómo te sientes respecto a Neif… pero, por otro lado, somos totalmente opuestos. No sé si me entiendes…
—Claro, las dos sois hembras. Chicas, quiero decir.
—No me refiero a eso… en fin, digamos que nuestra vida ha cambiado mucho en los últimos meses. Habíamos conocido a alguien…
—¿Ambas habíais encontrado pareja?
—En realidad la estábamos compartiendo .
—¡¿Qué?! ¡Espero que sin llegar a nada… extramarital!
Victoria se rio de nuevo. Él se tapó la cara por vergüenza ajena.
—¡Estás completamente echada a perder! ¿Qué pensarían tus padres si lo supieran?
—Y no sabes ni la mitad. Pero tú no eres apto para juzgarme. Como iba diciendo, compartíamos pareja. “Los buenos hermanos comparten todo”, ¿verdad? ¡Pues Mary es como mi hermana! — y en aquella ocasión su risa fue para provocarle, pero él no picó. Sus palabras eran intencionadamente ofensivas, pero no se dejó influenciar. En su lugar, sólo se dio la vuelta lentamente para enfrentarla. La miró fijamente a los ojos, ante la escasa luz, ahora mortecina, con las antorchas descuidadas en el turno de madrugada. No eran permanentes como en el Laberinto. Sus ojos color miel resplandecían anaranjados. Intentaba reprenderla con toda la fuerza de su ceño fruncido, pero en su lugar ella le dio un besito en la nariz. Se rio provocadoramente otra vez.
—¿A quién pretendes asustar con esa mirada, pequeña bestia? Sólo eres un cachorrito.
Entonces ella se tumbó de cara al techo y suspiró.
—Espero que estén bien.
—¿Quiénes te preocupan? —preguntó tras una larga pausa, frustrado y resignado. Victoria se había internado en el laberinto buscándonos, pero había intentado evitar el tema con Tolium.
—Pues de los que te estoy hablando, evidentemente: mis amigos, Mary y…
—¿Os interrumpo, muchachos? —preguntó una voz tras ellos, sobresaltándolos. Era aterciopelada, transmitía lujo y clase. La autoridad de la nobleza. El instinto de Tolium no falló. Envuelto por la manta con cuidado, se sentó y miró al hombre. Iba ricamente vestido y todo en él decía “yo tengo el poder”.
—No esperaba que nadie se encargara de nuestro caso hasta mañana, señor. Muchas gracias por tomarse las molestias de venir a estas horas.
—No es un problema. Veo buena educación y comprendes tu situación. ¿Cómo os llamáis?
—Yo Tolium. Ella se llama…
—Me llamo Victoria —dijo ella interrumpiéndole con un manotazo en el hombro por hablar por ella. Se puso en pie bruscamente y se acercó, sonriendo a la alta figura—. ¿Puedo saber cómo os llamáis y qué título tenéis? —al parecer ella tenía la misma impresión. Pero algo le daba mala espina: ¿Qué hacía la nobleza visitando a unos donnadies en las afueras?
—Soy el barón Amadeus von Munchausen de Ziggurat y Asbergo.
“Ese nombre es falso”, pensó automáticamente Tolium, pero no podía decir nada.
—¡Un barón, nada menos! —exclamó Victoria entusiasmada y pegada a los barrotes; daba saltitos de adolescente cachonda ante una estrella del pop. ¿Estaba fingiendo? Tolium tuvo la sensación de que no era coherente con la actitud que ya conocía. “Debe estar siguiéndole la corriente. ¿Pero para qué?”. El barón sonrió, complacido.
—Me preguntaba cómo serían los dos aventureros esta vez. La última vez fueron cuatro.
—¿Aventureros? —preguntó Tolium. Ella le dedicó una fugaz mirada diciéndole que se callara.
—¿A caso no venís de La Mazmorra? Los guardias de fronteras os vieron las marcas.
—¿Se refiere a esto? —preguntó Victoria enseñándole la palma.
—¡Sólo eres de nivel 1! ¿Por qué este chico te ha puesto en peligro llevándote tan lejos?
Por respuesta Tolium también alzó la palma. El barón frunció el ceño. A Tolium no le gustaba aquel hombre. Pero Victoria parecía una fan idiotizada, buscando su aprobación.
—¿Lo ve? él también tiene el número 1, mi señor.
—Tú no eres de la nobleza, llámame sólo señor. O barón.
—¡Lo siento! Perdóneme, jijiji…
—Esto es muy inusual. ¿Cómo habéis sobrevivido?
Permitió que Victoria se lo contara. También respondió a sus preguntas, como la forma en que se había adentrado en primer lugar, a través de la trampilla en la casa de un amigo.
—Eso es interesante. Al parecer La Mazmorra reclamó a tu amigo, y tú sólo te colaste. Has tenido suerte de no ser rechazada. Habrías sido eliminada inmediatamente, pero en su lugar se te ha concedido el don.
—¿Qué don? —preguntó haciéndose la boba. Toda ella parecía ser estúpida. “Una bimbo, como dicen los americanos. Pero morena”, pensó Tolium. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que no entendían cómo habían aparecido sin más esos tatuajes blancos en sus manos. Los notaron al levantar las manos al ser arrestados, porque los guardias se asustaron al verlos, sólo un momento. Eso hizo que se miraran las manos. Ambos estaban igual de desconcertados mientras les ataban las manos a la espalda. Pero ninguno de los guardias respondió las preguntas de Victoria, que intentó sondear el tema. “¿Se trata de eso? ¿Intenta sonsacar información haciéndose la tonta, en vez de intentar que respondan sus preguntas? ¿Intenta que intente impresionarla?”
—¿De verdad no sabéis nada de La Mazmorra? Qué situación más extraña.
Tolium estuvo tentado de responder, pero decidió confiar en la jugada de Victoria, fuera lo que fuera que estuviera tramando.
—¡Es totalmente extraña, señor barón! ¡Yo estaba tan tranquila cuando me arrestaron, y de repente, zas! ¡Ahí estaba la marca! ¿Se lo puede creer? Estaba intentando comprender lo que estaba pasando, pero me dije que era mejor que no me metiera en asuntos complicados. Mi señor me comprende, ¿verdad? ¡Jijiji!
El barón sonrió complacido de nuevo. Tolium alzó una ceja. ¿Funcionaba?
—Parece que los soldados han sido discretos. Bien hecho, aunque en realidad no fuera información relevante. Pero demuestra buena disciplina. Haré que los feliciten.
—Lo siento, a veces soy un poquito lenta en comprender algunas cosas, señor barón. No entiendo qué quiere decir.
—El número de nivel representa el grado de poder que os ha concedido La Mazmorra. No es exactamente un secreto, aunque muchos lo consideran leyendas o rumores.
—Antes ha dicho que nos arrestaron guardias fronterizos —intervino Tolium—, ¿significa eso que hemos cruzado una frontera? ¿Por eso nos han arrestado? Los guardias sólo repetían que “nosotros sabemos lo que hemos hecho”.
—Nos encontramos muy cerca de la guarnición fronteriza que nos separa de otros 3 reinos, muchacho. Hay muchos espías circulando. Incluso a veces, durante la noche, algunos soldados desplazan unos metros las banderas fronterizas, para que poco a poco, su país gane terreno. Por supuesto es un movimiento contrarrestado por sus rivales en algún otro momento de distracción de las patrullas. Siempre me ha parecido gracioso.
Tolium observó que no había respondido a su pregunta relativa a “La Mazmorra”.
—Pero señor barón —continuó Tolium—, ¿si tenemos marcas de nivel no podemos ser espías de la frontera, verdad?
—No necesariamente. De vez en cuando algunos soldados voluntarios logran ser “tolerados” o incluso aceptados. Son misiones suicidas en la mitad de los casos, pero la otra mitad obtiene la marca. Lo que nos lleva al siguiente problema —a Tolium no le gustaba el camino que llevaba la conversación—. Hay muchos más soldados que obtienen la marca para pasar desapercibidos, que los que logran “subir de nivel”. Tras ser puestos a prueba, o fallan lamentablemente porque aparecen directamente en el piso 3 o 4, o son rechazados. Los otros reinos están atrasados y no comprenden los criterios de selección, y fallan a menudo al cribar voluntarios.
Por su forma de hablar, Tolium supo que el reino en que se encontraban sí los conocía.
—¿Cómo se llama este reino, señor? —preguntó de repente Victoria.
—Kar-Blorath, en el planeta Dolmund. Gobierna el rey Astreus de la dinastía de los Blorath. Quizá os interese saber que aquí hay gremios de cazadores de monstruos, magos, monstruos, y mercenarios que a veces trabajan en La Mazmorra. Aquellos que han sido aceptados, por supuesto, lo cual supone un enorme filtro para ellos. Así que están muy cotizados para obtener artefactos mágicos. Aunque son mayormente juguetes y herramientas de esclavitud.
A Tolium le extrañó que de repente se volviera tan locuaz.
—¡Cuánto sabe, señor barón! —exclamó Victoria dando saltitos y palmitas—. Había oído que muchos políticos eran ignorantes de su tierra y sólo gastaban el dinero de los impuestos en sus caprichos, pero el señor barón sabe.
El hombre sonrió de nuevo. A Tolium le desagradaba lo fácilmente que lo estaba manipulando.
—Sé que vosotros no sois soldados ni espías. Sois demasiado torpes para encubrir vuestro rastro, estabais demasiado interesados en conocer cosas ampliamente conocidas por el pueblo, y tú eres demasiado evidente intentando manipularme.
Victoria retrocedió avergonzada, y se sonrojó.
—¿Entonces puede dejarnos salir de aquí y volver a La Mazmorra, barón? —preguntó Tolium—. No somos espías, no queremos causar problemas y…
—Continúa. No te guardes nada.
—…y no es justo que estemos aquí encerrados. Señor.
El hombre sonrió sutilmente, con condescendencia, y no contestó.
—¿Significa eso que quiere algo de nosotros? —preguntó casi retóricamente.
—Así es. A cambio de vuestra libertad y algunas monedas de oro. Si las fundís, tendrán valor en vuestro mundo. Es valioso en todos los mundos conocidos.
Aquello dejó perplejo a Tolium.
—¿No lo comprendéis? Hay toda una red de mundos ahí fuera, todos interconectados por La Mazmorra. Siempre hay patrullas fronterizas vigilando los accesos, como en cualquier frontera. Pero el paso no es libre. Lamentablemente no podemos aprovecharlo para comerciar con otras tierras, porque el camino es demasiado peligroso. Y eso suponiendo que los mercaderes o viajeros no sean automáticamente rechazados.
—¿Alguna vez ha habido una invasión de monstruos? —Preguntó Victoria, abandonando su papel de bimbo.
—Buena pregunta. No hasta ahora, que sepamos. En ninguno de los mundos. Pero no por eso vamos a dejar las fronteras desprotegidas.
—¿Cuándo habló de fronteras con 3 reinos incluía La Mazmorra? —preguntó Tolium.
—No, muchacho. Pero por los mercenarios sabemos que hay un diminuto reino ahí dentro; no son peligrosos por su número, sino por el enorme poder que les ha concedido La Mazmorra. Son extremadamente peligrosos, esclavistas, torturadores, asesinos y no tienen piedad. El amo que gobierna ese lugar vive rodeado de un harén de esclavas, junto a sus hijos y nietos bastardos.
Victoria estaba escandalizada. Tolium preocupado.
—¿Y nosotros tendremos que pasar por ahí para volver a nuestro mundo? ¿No hay otro camino, barón?
—Siempre podéis quedaros aquí y trabajar… ¿qué sabéis hacer?
—Los dos somos estudiantes, señor —contestó Victoria, mientras que Tolium se hundía rápidamente.
—¿Quieres decir “eruditos”? Esa es una palabra poco común.
—Sí, en nuestro mundo la gente pasa muchos años leyendo y escribiendo acerca de todo tipo de temas.
—Qué mundo más extraño. No había oído hablar de algo así. Si tampoco conocíais los peligros de La Mazmorra, es que sus gobernantes no habían tomado medidas preventivas. Debe ser una nueva incorporación a la red. ¿Cómo se llama, chico?
—Tierra, señor. La Tierra.
—Me recuerda al planeta Agua, un nombre que su civilización dominante le puso porque su imperio era un conjunto de archipiélagos y penínsulas en un gran mar interior. ¿Y decís que allí todos saben leer y escribir?
—Es lo normal, sí. Desde niños.
—Podría ser útil hacerlo aquí. Si no lo fuera, vuestros líderes no se hubieran tomado las molestias para hacerlo a gran escala, y de forma obligatoria. Porque si no le obligas, no puedes sentar a un niño hasta que aprenda a leer para que no se aburra.
—Señor barón —interrumpió Victoria—: ¿qué tenemos que hacer para volver a casa?
El noble sonrió una vez más con complacencia.
—El primer paso es que vengas a cenar conmigo, señorita.
Los dos se quedaron perplejos.
—¿Qué? ¿Ahora? ¿No es tardísimo?
—Ahora. Sé que ya os sirvieron la cena, pero estoy seguro de que apreciarás algo mucho mejor que las gachas baratas.
Miró a Tolium preocupada. Instintivamente él se adelantó sin acordarse de sujetar la manta para taparse bien.
—¿Con qué intenciones, señor? —preguntó mirándolo a los ojos.
El barón, siempre con su educada sonrisa modesta, sólo con los labios, esta vez sonrió con agresividad, entrecerrando los ojos y aceptando el desafío.
—No tienes el poder para impedirme hacer nada que yo quiera hacer. Aprende cuál es tu lugar. Y ahora, señorita, si sois tan gentil de acompañarme, os proporcionaré un vestido decente en vez de esos harapos. Lamento ver que la soldadesca ni siquiera os ha podido proporcionar ropa íntima seca —dijo mirando los calzoncillos con desagrado. Tolium adivinó que como tapaban mucha más carne, el barón pensó que debían ser de la chica. “No tiene ni idea de cómo es en realidad”.
—No le haga daño, señor.
—¿Por quién me tomas? No soy un sucio plebeyo. Si quisiera podría tener a cualquier mujer del reino, casada o no.
—¿Estáis seguro de vuestras palabras? ¿No incluye eso a la reina o la princesa? —dijo provocándolo, haciendo un triple salto mortal a una piscina que ni siquiera sabía si tenía agua, y marcándose un farol, todo a la vez.
—¿Estás insinuando que soy un traidor?
—No, señor. Sólo os ayudo a recordar vuestro lugar.
Victoria estaba flipando.
—Abrid la puerta —ordenó. De repente Tolium se arrugó, retrocedió y tragó saliva. Ella reprimió un bufido y desvió la mirada. “A quién se le ocurre, tontaina”, pensó. El soldado vino corriendo y la abrió de inmediato. El barón le ofreció la mano a Victoria e ignoró a Tolium.
—Aunque no tengáis sangre noble, ¿querréis ser mi dama por esta noche? ¿U os encontráis ocupada con vuestros quehaceres?
—Yo… eh… um… —Tolium parpadeó perplejo ante la visión de Victoria quedándose sin palabras.
—Guardias, aseguraos de que este chico reciba un buen trato. Ha sido valiente dando la cara por ella. Ropa y mantas limpias, buena comida… y sólo es nivel 1. Estoy seguro de que no es un espía. Podéis relajaros con él. Ve y díselo a los demás.
—A la orden, señor.
—¿Y bien, dama Victoria? ¿Qué decidís?
—Espero que no sea una proposición indebida, señor barón.
—Aún no he propuesto nada más que un vestido y una cena. Otras propuestas podrían hacerse en otro momento, pero no estáis obligada a hacer nada.
—¿Eso significa que en cuanto me niegue volveré a mi celda?
—No. Quedaréis libre. Pero retendré a vuestro amigo por un tiempo, por seguridad. Para asegurarme de sois lo que parecéis, los dos.
—¿Y ya está? ¿A partir de mañana puedo volver a La Mazmorra, volver a casa, y simplemente esperar a que algún día le liberéis?
—¿Qué problema tenéis con eso? ¿Estáis prometidos? Sé que no os lleváis bien. Un guardia ha escuchado al otro la ventana todo el tiempo, y me ha informado al llegar.
Los dos cerraron los ojos a la vez, arrepentidos por ser tan idiotas.
—Señor barón, no puedo permitir que este chico se quede aquí apresado sin razón.
Tolium se conmovió. Esta vez ella daba la cara por él.
—Bien hecho, chica. Mañana hablaremos los tres de nuevo, y tomaré una decisión acerca de vosotros.
—¿Eh? ¿Era una prueba?
—Sí, Victoria. ¿Por qué tienes que preguntar lo evidente? —se quejó Tolium—. Quería comprobar si eres escoria. Hasta ahora sólo ha visto que eres guapa, manipuladora y que ocultas tu inteligencia.
—No es necesario que hables por mí, chiquillo. Pero tienes razón. Qué encantadora, se ha sonrojado cuando has dicho que es guapa. Oh, ¿no lo habías visto? Supongo que no ves bien con sólo la luz de la antorcha. Está cerca de apagarse.
—Desde su punto de vista, señor, tenemos otra biología y somos “alienígenas”, si es que tienen una palabra para eso, pero lo que no entiendo es lo del idioma. ¿Cómo es posible que podamos entendernos?
—No sabéis ni lo más básico. Se debe a la magia de La Mazmorra. Abarca una gran distancia a su alrededor, y de eso sí se beneficia el comercio. En la red de mundos hay mucho tráfico comercial alrededor de las entradas, aunque no las atraviesen. Facilita los negocios hablar como un nativo en otro país.
A Tolium le costaba asimilar que en aquel momento estuviera bajo un hechizo, pero ya había notado que no había sincronización entre los labios y lo que oía, así que por el momento eligió creer al barón.
—Señor, acepto su proposición —dijo Victoria de repente. Tolium giró bruscamente la cabeza hacia ella, preocupado. Le advirtió con la mirada que era un error, y ella le contestó con otra que decía “sé lo que hago”. Intentó convencerse a sí mismo de que no se trataba de Neif. Hasta ahora había demostrado ser más lista que ella. “Pero parece que es igual de imprudente”, se lamentó. El barón sonrió de nuevo con los labios, tanto que parecía que se le fueran a romper, de lado a lado de la cara. Tolium tragó saliva. En ningún momento el hombre había bajado la mano, siempre relajada, ofreciéndose a la chica. Ella finalmente la tomó con delicadeza, y entonces el barón se la llevó a sus labios y se la besó. Ella se sonrojó, y eso turbó a Tolium.
—Cuando se apague la antorcha, simplemente duerme, chico. Cuidaré bien de tu amiga.
Estuvo a punto de replicar “no somos amigos”, pero se contuvo. No era momento de discutir, y menos con el barón. La forma en que ella le miró entonces le recordó a cuando se burlaba de él, cómo lo llamaba “pequeña bestia canija”. Eso le hizo indignarse. “¡Encima de que me preocupo por ella!”.
Desaparecieron de su campo de visión, y se entristeció. Se acostó y trató de dormir, pero no paraba de dar vueltas. Habían sido demasiadas experiencias horribles: atrapado en la telaraña por tanto tiempo, la caída, el río en el que casi se ahoga, el hombre lagarto persiguiéndolo, cuando casi se despeñó en la salida de las cloacas, pero Victoria le salvó agarrándolo del brazo justo a tiempo… cómo vieron a la criatura alejarse juntos. Cómo exploraron el nuevo mundo juntos. Cómo fueron arrestados juntos, y su primera experiencia carcelaria juntos. Las tonterías que le decía y cómo jugaba con él. Su ingenio. Su risa.
Ya la echaba de menos.
Victoria tenía sueño. El huso horario de aquel lugar no coincidía con el suyo en La Tierra por completo, pero se adentró en La Mazmorra después de clase y para su reloj biológico ya debería haber amanecido. Las sirvientas la habían lavado en una tinaja de agua caliente, que le había relajado hasta quedarse dormida, apoyando la cabeza en un soporte pensado para ello. La despertaron unos minutos después y se hizo de rogar mientras la secaban como a una niña pequeña, con resistencia pasiva. Sólo quería dormir. Después le pusieron un vestido verde de algo que quizás era seda, con filigranas doradas y adornos plateados. Le cubría hasta las rodillas, no como el vestido de campesina hasta los tobillos. Le pusieron una tiara amarilla que hacía contraste con su largo cabello negro, y la peinaron, mientras dormitaba sentada. Apenas sabía que le estaban haciendo algo elaborado, muy caro de hacer en una peluquería. Notó que las sirvientas no parecían tener sueño en absoluto, y pensó que hacían turnos para que siempre hubiera personal disponible a cualquier hora del día y de la noche. Si le hubieran pillado espabilada, seguramente su libido le hubiera hecho valorarlas justamente, pero en aquél estado apenas reparaba en que eran todas muy guapas.
—El barón pasa buenos controles de calidad en la selección de personal —murmuró bromeando medio dormida.
—Gracias dama Victoria, es un halago viniendo de la invitada del barón —respondió mecánicamente la que le cepillaba el último tramo de pelo rebelde.
—Pero ahora mismo sólo quiero dormiiiiiir…
—Ya tendréis tiempo de dormir, dama. Una oportunidad como esta es soñada por miles de muchachas ahí fuera. Deberíais valorar lo que tenéis —dijo la mayor de todas, de mediana edad y visiblemente cascarrabias. Era la que daba las órdenes, y en aquel momento no hacía nada más que mirar a las dos que la peinaban.
—¿Por qué es tan especial?
—¡Porque es un barón! —contestó una de las que le peinaban, una morena como ella pero con dos trenzas cayendo tras sus hombros. Victoria no tenía energías para impresionarse por el tamaño de su busto—. Si jugáis bien vuestras cartas, quién sabe… pero claro, el barón tendría que renunciar a la dote. A menos que vuestra familia sea fabulosamente rica y pueda pagarla.
—¿De qué estás hablando? —Se espabiló un poco—. ¿Dote? ¡No quiero casarme con él!
—En ese caso —intervino la más joven de las tres—, también os envidiarán. ¡Ojalá el barón me eligiera a mí para eso! —y tuvo una risita de adolescente traviesa.
—¿Cuántos años tienes?
—18, dama Victoria.
Se preguntó en silencio en qué medida se correspondería con la traslación de La Tierra. Estaba segura de que no llegaba a tanto, pero en cualquier caso, todas parecían seres humanos, con sutiles diferencias raciales que ella no había visto nunca. Pretender adivinar la edad mirando el rostro era demasiado ambicioso, y más con esa precisión.
—¿Tanto te gusta el barón?
—¿Vos lo habéis visto bien? ¡Menudo hombre!
Se rio de nuevo, y a Victoria le recordó cómo había fingido ser una tonta cachonda una o dos horas antes, pero para aquella chica era real. “Empiezo a entender los gustos del barón”, se dijo. Además aquella chica era rubia con tirabuzones, también parecía venir de la peluquería. En cambio, la huraña jefa de las sirvientas tenía el pelo tapado como parte del uniforme. En ella era ropa de trabajo, pero en las otras dos era casi un disfraz sexy. El trabajo de la jefa no era gustar al barón. Pensar en su aspecto hizo que Victoria se mirara en el espejo, y entonces apreció lo elaborado del peinado. Tirabuzones morenos y todo tipo de detalles, como si esculpieran su pelo. Pequeñas pinzas negras aquí y allá, disimuladas bajo el pelo, así como gomas negras, para sujetar el conjunto. Parecía una actriz o una modelo de pasarela. “O una actriz porno”, añadió cínicamente para sí misma. Ya había notado que en las webs de pago, en fotos estáticas, las actrices salían espectaculares, a diferencia de los vídeos. Cuidaban cada detalle para dar la mejor impresión e incitar a la fantasía con una polla dura a centímetros de su boca. “¿Pero por qué estoy pensando en el porno ahora? Estoy cansada, la que está salida es esta chica. Me lo está contagiando”. Se centró felicitándolas.
—Habéis hecho un trabajo fantástico, estoy impresionada. Nunca me había visto tan guapa —entonces notó que en algún momento también la habían maquillado y ni se había enterado, adormilada. El contorno de ojos era afilado, casi agresivo, alargándose hacia los lados y hacia arriba en un “estilo egipcio o algo parecido”. A ella no le gustaba mucho el maquillaje, rara vez lo usaba, así que no entendía del tema.
—Nos basta con que el barón esté contento, dama —dijo risueña la adolescente, contemplando su obra. Las dos mujeres se apartaron, la daban por concluida. La jefa, sin embargo, parecía ocupada buscando fallos.
—Permíteme hacerte una pregunta… espera, ¿cómo te llamas?
—Shanty, dama Victoria.
—Shanty, has reconocido que deseas al barón… —la chica se sonrojó, pero no lo negó— y casi todas las sirvientas que he visto sois francamente impresionantes. Físicamente, quiero decir. ¿A caso al barón le gusta rodearse de bellezas, pero nunca les pone la mano encima? —la rubia negó con la cabeza, un poco triste—. ¿Ni siquiera aunque alguna como tú lo desee?
—Ya basta —ordenó la jefa—. No es momento, lugar ni persona para chismes. Cada una tiene su lugar. El barón la está esperando, dama Victoria.
—Pero tengo que saberlo, señora —aquél fallo en el protocolo las molestó a las tres, llamarla “señora” no era como en La Tierra, pero lo ignoró—. No sé si el barón me desea, si quiere algo carnal conmigo. Al parecer vive rodeado de hermosuras que nunca toca. Ahí falta una pieza de información importante, y siento que puede ser trascendental para mí. También tengo un amigo en una situación delicada, y podría ser importante que supiera reaccionar de la forma adecuada. Por favor, necesito que me habléis acerca de él.
—Sólo necesitáis saber que el barón quiere pasar un rato agradable con vos, dama —cortó secamente la jefa.
—Por si sirve de algo —dijo la más joven, ignorando la mirada de advertencia de su jefa—, es un hombre muy culto e inteligente. Por cómo habláis, vos también habéis tenido una educación. Tal vez por eso nos rechaza. Para él sólo somos sirvientas. Como sus cuadros en las paredes, bonitos para observar, pero sólo unos minutos.
—Por cómo nos hemos conocido podría ser. En nuestro mundo casi todas las personas reciben una larga educación desde muy pequeños.
—¿Qué mundo es ese? —preguntó cruzándose de brazos la jefa, cada vez más irritada.
—Uno nuevo, al parecer.
—Pues no me parece bien. Cada una vale para lo que vale. La educación es para la gente que nace en familias con tanto dinero como para no tener que preocuparse jamás por ganarlo.
—En mi mundo es muy diferente. Si quieres ganar bastante dinero, necesitas una buena educación. Aunque si quieres ganar mucho dinero, es más importante la suerte.
Mientras hablaba, las doncellas le habían puesto calzado elegante. Era de cristal rojo, zapatos de tacón, y se sobrecogió al sentirse como cenicienta.
—¡¿Pero esto no se romperá?!
—No, es muy resistente —dijo orgullosa la joven morena con trenzas—. Me dais envidia, yo siempre quise tener algo así. Aunque los deseaba en color verde, a juego con mis ojos. Como esmeraldas.
—Estos parecen rubíes. ¿Y tú cómo te llamabas?
—Melbina, dama Victoria. Mi padre era molinero, y mi abuelo prestamista. Me temo que mi familia ha ido a menos, aunque mi madre opine lo contrario sobre mí.
—Melbina, hija de molinero, cuando vuelva a casa intentaré que el barón te deje usarlos cuando no los lleven sus invitadas. ¿Te parece bien?
—¡¿Vos haríais eso por mí?! ¿Pero por qué? ¡No, señorita, no debo!
—Es muy inapropiado —zanjó la jefa.
—¿Y no hay nada para mí? —protestó Shanty—. Yo he respondido la pregunta.
Victoria sonrió.
— Si le hablo bien de ti, a lo mejor convenzo al barón para que pase una noche contigo.
—¡Dama Victoria! —exclamó furiosa la jefa, poniéndose en pie— ¡Eso es muy inapropiado!
—¡¿De verdad lo harías?! —dijo sonriendo risueña la rubia. Aquellos ojos zafiro resplandecían casi hipnotizándola. sintió ganas de besarla, y le devolvió la sonrisa con cara de boba. Le recordaba a Mary.
—Shanty, Melbina, hemos terminado aquí. Vamos, dama. La guiaremos hasta el salón de baile.
A Victoria le había sorprendido lo rápido que llegaron hasta el castillo del barón en el coche de caballos, y comprendió que se trataba del fuerte que había sobre la salida de las alcantarillas, sobre la loma. No era ostentoso ni muy grande, era una edificación defensiva junto a las fronteras. En aquel momento se había preguntado por qué un rango tan alto de la nobleza se arriesgaba a estar en un lugar tan cerca de las líneas enemigas, y supuso que se debía a sus dotes diplomáticas. En un mundo con medios de transporte lentos, el equivalente a un ministro de exteriores tenía que estar cerca de los reinos rivales. Sería, por tanto, una decisión pragmática por el buen gobierno. Pero ahora, viendo los lujos del interior, ya no le parecía en absoluto que el barón llevara una vida de soldado acuartelado. Todo desbordaba lujo, y el salón no era menos. Recordó a Bella bailando en la película de dibujos y se sintió de forma parecida, contemplándolo todo. Se le hacía muy difícil caminar con tacones, eso era más propio de Susan, pero aquellos no tenían acolchado. Eran muy duros y fríos, y estaba deseando quitárselos. “Son la encarnación de sacrificarse para estar guapa”. Y además cada paso era muy ruidoso: clac, clac, clac…
Y allí estaba. El barón soltó la copa de vino a medias y se dio la vuelta. Victoria tuvo que reconocer que estaba impresionante. Vestido de gala como si recibiera a una princesa, le tendió la mano de nuevo, y una música empezó a sonar. “¿Dónde está la orquesta?”, pensó. Y luego “Si en este mundo hay magia, supongo que pueden reproducir música”.
—Dama Victoria, ¿me concedéis este baile?
—Me siento halagada, barón. Acepto.
Le tomó la mano y bailó. El hombre la guio como la novata que era en bailes de salón, y de algún modo se las apañó para aprender con él, guiándola, sólo siguiéndole el ritmo. Se sentía arropada por su envergadura, protegida de cada tropiezo por su penetrante mirada, y Victoria bailó y bailó, canción tras canción, dejándose llevar. El sueño desapareció por completo. Se lo estaba pasando bien, y la música era cada vez más rápida y alegre, en la misma medida en que le cogía el tranquillo. No había salido muchas veces de fiesta dada su edad, 19 años, pero estaba segura de que por alguna razón nunca le había gustado tanto salir a bailar. Ni con sus amigas.
—Caramba, barón, me tenéis impresionada —dijo jadeando tomándose un descanso—. No era buena con bailes en pareja, pero siento como si llevara un mes dando clases. Sois un gran maestro.
El hombre no contestó, sólo seguía mirándola a los ojos, sonriente y educado. Esa mirada… no es que la pusiera cachonda. Pero algo le hacía. Era una mezcla de seguridad en sí mismo que la hacía sentir segura, dominancia gentil que hacía que ella quisiera dejarse llevar, y serenidad que la tranquilizaba porque él estaba a cargo de todo y ni siquiera tenía que pensar. “No es sólo su mirada”, se corrigió. Todo él la dejaba completamente fuera de juego. Estaba acostumbrada a lidiar con personas dominantes, agresivas, egoístas… pero es como si todo eso fueran juegos de niños irrelevantes para Él. “Es un hombre, no un chico”. Ahora sabía perfectamente cómo se sentía Shanty. En algún momento la música había continuado, y acababa de dar una vuelta sobre sí misma, casi automáticamente, mientras divagaba acerca de cómo le hacía sentir aquel hombre. Su cuerpo había aprendido a moverse tan sólo dejándose guiar por su acompañante. “Casi me siento como una marioneta”.
—Barón, si yo soy una marioneta, vos sois un titiritero excepcional.
—¿Qué os hace pensar en esos términos, dama?
—Que habéis conseguido que me deje llevar hasta tal punto que me muevo sin pensar.
—¿Y os gusta?
—¡Me encanta! —exclamó mientras le hacía girar varias veces sobre sí misma, su brazo hacia arriba le hizo sentirse una peonza mientras él la hacía girar. Los zapatos parecían diseñados para poder apoyarse sólo en el resbaladizo tacón sin perder fácilmente el equilibrio, y el barón lo aprovechaba. Le pasó por la cabeza la imagen de una patinadora sobre hielo haciéndole girar su compañero. Él la detuvo para que no se mareara, y la dejó descansar. “¿Qué me deja descansar? ¿Y si yo quiero no puedo?”. Pero esas discusiones por orgullo contra sí misma eran en vano. Aquel hombre hacía lo que quería con ella, y ya no le importaba. Entonces se acordó de Shanty, cómo la había mirado embobada. Recordó cómo se acostaban ella y Mary conmigo, nuestros tríos. “Que este hombre haga lo que quiera conmigo, no me importa. Pero que Shanty participe. Pobrecita, que no se quede con las ganas”.
El barón se rio a carcajadas y se apartó de ella de repente.
—¿Qué pasa? —preguntó desconcertada. Además, era la primera vez que no se limitaba a sonreír.
—El baile ha terminado.
—Jooo, ¿ya?
—Mis sirvientas me dijeron que estabas tan cansada que te dormiste en la tina. Mira por la ventana.
—¿Qué, tan tarde es? Está amaneciendo.
—Seguís siendo mi invitada, y podéis dormir donde queráis en este castillo.
Ella sonrió. Captó la indirecta, aquello incluía la alcoba del barón. Luego se sorprendió por estar dando por hecho que iba a dormir con él. “¡Contrólate, guarra! ¡Ni siquiera lo estabas dudando!”.
—¿Entonces tengo habitaciones propias?
—Si de verdad queréis dormir en un dormitorio para invitados, Shanty os guiará.
Se quedó paralizada. De inmediato su libido se descarriló, pero para el otro lado, al tiempo que su excitación se multiplicaba. ¿Podría acostarse con Shanty? “¿Pero te quieres controlar, pedazo de guarra? A ti el que te gusta es el ba…”.
—Oh.
—¿Hmm? ¿Qué sucede, Victoria? —dijo el hombre bajando la voz, hasta casi un susurro, al acercarse a ella. Nunca se había pegado tanto si no era bailando, y también era la primera vez que se dirigía a ella por su nombre omitiendo “dama”, “señorita” o algo parecido. Lo tenía casi pegado a su cara, y se le abrieron los ojos como platos. Él no pretendía besarla, pero estaba en la posición y distancia perfectas para que ella le besara impulsivamente.
Logró resistirse, con mucho esfuerzo. El hombre se separó poco a poco, como si no hubiera habido ninguna tensión sexual, todo con naturalidad.
—Shanty, lleva a mi invitada a la alcoba que preparasteis para ella.
La sirvienta apareció de la nada corriendo, como si hubiera estado escondida detrás de un tapiz para obedecer de inmediato cualquier orden de su amo. “Si este casi consigue hacer conmigo lo que quiera… está claro que es tu amo”, pensó en silencio. Iba cabizbaja junto a la chica, y se dio cuenta de que se arrepentía de su decisión. “¿Por qué no? ¿Por qué le rechazo?”. Un montón de razones perfectamente lógicas se agolparon en su cabeza, como “es un desconocido de otro puto planeta, ¿en qué coño estás pensando, guarra?”, pero las desechó todas. “Debería dormir con él. Qué coño, todavía estoy a tiempo”.
—Shanty…
—Dama Victoria —la interrumpió mirándola fijamente a los ojos.
—Eh… ¿qué pasa?
—No lo haga.
—¿Hacer… qué? —“no puede saber lo que pienso, es casualidad”.
La doncella le tomó la mano con firmeza y se le pusieron los pelos de punta. “Como con el barón al bailar… casi no me había dado cuenta, pero estuve así minutos enteros. Espera, ¿ella me hace sentir lo mismo? No, sólo estoy cachonda. El barón me ha puesto como una perra”.
—No lo haga.
—¿Por qué no?
—Se arrepentiría —susurró. Tragó saliva preocupada y mirando alrededor, y Victoria supo que Shanty se sentía como si estuviera traicionando a su señor.
—Yo… está bien —entonces ella fue la que le tomó la mano con fuerza, envolviendo la mano de doncella que envolvía su propia mano—. Pero no me gustaría estar sola esta noche, en otro mundo y rodeada de desconocidos y peligros.
—¿Qué quiere decir?
—Me gustaría que me hicieras compañía, dulce Shanty. Me haces sentir bien. Y me recuerdas a una gran amiga.
Ella sonrió conmovida, y parecía aliviada.
—Afortunadamente hay espacio de sobras para las dos.
Estoy acostumbrada a dormir con mis amigas. Nos hacemos mucha compañía.
—Eso sería un escándalo, dama.
—Si se corriera la voz. Pero sólo lo sabremos nosotras.
—¿Hablaréis bien de mí al barón cuando os vayáis?
Victoria comprendió que Shanty sabía que quería sexo lésbico. No necesitaba intentarlo poco a poco una vez que estuvieran bajo la misma manta. De hecho, parecía dispuesta a aceptar, pero por un precio.
—Por supuesto, haré lo posible para que te acepte en su lecho. Pero no es una negociación. Lo haré hagas lo que hagas.
—Entonces, si lo hago bien, seréis más convincente con él. Lo sabrá, lo verá en vuestros ojos.
—¿Y eso te preocupa?
—No, dama. Al barón le da igual que las doncellas compartan lecho. Hay una pareja bien conocida en el servicio.
Paso a paso, y escalón tras escalón, habían subido varios pisos y salieron al rellano. El corazón de Victoria latía con fuerza, y no era sólo por el esfuerzo. Se notaba que era un fuerte porque no había ventanas, sino rendijas para otear y disparar flechas, y estaban tapadas con postigos que abrigaban del viento. Sabía que los castillos podían ser muy fríos. Había candelabros para iluminar cada varios metros, sobre mesas con decoración.
—No suele venir nadie por aquí, ¿verdad?
—No recibimos muchas visitas.
—¿Y la guardia? Si esto es un fuerte debería haber visto un montón de soldados, pero creo que no he visto ni una docena.
—Están en otra parte del castillo, donde también duermen los cocineros y carniceros.
—Parece que el barón teme que alguien se acueste con sus cuadros vivientes.
—La última vez castró al que lo hizo.
—Y yo que lo decía en broma.
Se detuvieron en la puerta.
—¿Estás segura, Shanty? ¿Esto te gusta?
—No seréis la primera, si es lo que os preocupa.
—¿La pareja que has mencionado te incluye?
—No. Ellas se aman. Pero en su lecho fuimos tres en un par de ocasiones.
—¡Anda, como yo! Tengo una amiga y un amigo que…
—Yo sólo he estado con mujeres, esas dos.
Ninguna de las dos parecía decidirse a abrir la puerta. ¿Cómo empezar?
—Vi cómo me mirabais, dama Victoria. Antes, cuando os peinaba. Queríais besarme.
—¿Te diste cuenta? Qué vergüenza…
Y pasito a pasito, la rubia estaba a escasos centímetros de su rostro.
—Recordad cómo os sentisteis entonces. Cómo os hice sentir. Cerrad los ojos, y recordadlo.
Lo hizo. Cómo se quedó embobada mirándola, acordándose de Mary, perdiéndose en esos ojos relucientes como el mar.
—Yo…
Shanty la besó.
—¡Mmmf!
Y Shanty abrió la puerta tras ella. La morena se apartó para tomar el aliento. No sabía si desde que le peinaron sus pezones habían dejado de estar duros, pero ahora sentía el clítoris rabiosamente duro mientras su coño se humedecía de nuevo, como al bailar con él. Se preguntó cómo había logrado ignorar tener el coño húmedo y caliente, cómo había podido concentrarse en bailar, y recordó que llegó un punto en el que el barón hacía lo que quería con su cuerpo, y ella ni siquiera tenía que pensar, y de hecho divagaba. No había tenido ninguna dificultad por sentirse mojada y cachonda.
Pero con Shanty era diferente. Mientras la besaba, paso a paso empujando hacia atrás a Victoria hasta la cama, no hacía más que recordar a Mary, y sentía que la estaba engañando. Recordaba sus besos y sus caricias, pero rubia demostró tener tal destreza que se sentía como si estuviera de nuevo en manos de Mary, como si ya conociera cada rincón de su cuerpo, y cómo hacerla excitarse y gemir.
—¡Aaaahh…! —gimió al separarse de sus besos. La rubia la miraba fijamente a los ojos, sobre ella, penetrándola con la mirada. En momentos como ese, en los que ella dejaba de besar a Mary para tomar el aliento pero se le escapaban gemidos, la pelirroja siempre le metía dos dedos por sorpresa. Miró hacia abajo, hacia su coño, y volvió a mirar a Shanty. No tuvo tiempo de formular su petición y se estremeció al ser penetrada por la rubia.
—¡AAAAAAHHHH!
Recordó cómo me la follaba yo. Y cómo usaba mis dedos cuando no podía seguir con mi polla. Lo hacía más parecido al sexo real, más rápido y con tres dedos.
—¡Jodeeer! —exclamó al ser penetrada por el tercer dedo, y entonces aceleró y aceleró.
—¡¿De verdad sólo… agh… af… dos veces?!
—Dos noches dando placer a una de ellas, mientras la otra me guiaba. Muchas horas. Mientras me lo explicaba todo.
—Agh, ah, uf.
—Dos noches con la primera devolviéndome el placer. Aprendí lo que me gustaba, y con las explicaciones de la segunda, cómo hacerlo sentir.
—¡Mmmmmhh! —gimió al chupar su clítoris, sin dejar de penetrarla. Recordó cómo yo le lamía haciendo círculos mientras lo succionaba, aprovechando que lo tiene grande y le sobresale mucho. Paró y en su lugar se puso a dar vueltas con los dedos dilatando todo, como antes de que yo la penetrara de golpe, que la abría todo lo posible. Eso le hizo sentir que se avecinaba lo gordo, el plato fuerte.
—¡Sí, sí, sí!
—Dos noches dándole placer a la otra, la que sólo me había enseñado. Estaba muy agradecida. Muchas horas practicando lo aprendido. Sabía lo que intentaba hacerle sentir, y me corregía. Aprendí mucho.
—¡Uuuuufffff! —ya estaba combinando la dilatación con golpecitos en el clítoris con el pulgar, cosa que le encantaba hacerle Mary justo antes de que yo la penetrara, mientras yo la seguía dilatando.
En algún momento cogió una botella de aceite de la mesita, y mientras presionaba el coño de Victoria con la rodilla, masajeándolo, se embadurnó la mano.
—¡No pretenderás…!
—Y dos noches dándome placer la “profesora”, como agradecimiento de parte de las dos. Ya estaba lista —dilató de nuevo, forzando más, y metiendo poco a poco el puño—. Pero yo se lo pedí y la primera participó, dejando que yo le diera placer a ella. Esos dos días fue cosa de tres —metió el puño entero.
—¡AAAAAAAAAAGGGHHH!
—La que me explicaba las cosas me metía el puño, mientras yo se lo metía a la otra. Entonces comenzó a enseñarme sobre los hombres. Decía que el puño es más grueso que cualquier pene. Me habló de juguetes, como velas aceitadas. Sobre cómo les gusta a las mujeres que las penetren. Y me lo hicieron sentir.
Para entonces ya combinaba meter y sacar el puño con darle vueltas, y seguía echándose chorros de aceite al sacar la mano. Victoria comprendió que ya se había corrido antes, probablemente al penetrarle con el puño, y que ahora sentía el segundo o tercer orgasmo. Pensó que no había notado el primero al camuflarse con la intensidad, y algo de dolor, de aquella sensación. Pero aquél lo disfrutó plenamente.
—¡MMMM! ¡AAAAAAAGHH!
—Es tu quinto orgasmo, pero es la primera vez que te concentras en ello.
—Agh… af… ¿qui… quinto? —sus piernas temblaban incontrolablemente.
—Chupar clítoris. Penetrar con dedos. Meter el puño: 3 veces.
—N… no puede ser… aaagh…
Entonces sacó el puño dejando sólo dos dedos, los presionó arriba contra el punto G, y acarició con el pulgar su clítoris, en círculos, con toquecitos, masajes… y comenzó a pulsar cada vez más rápido el punto G, hasta parecer una ametralladora, sin dejar descansar al clítoris.
—¡AAAAAAAAAH!
—Sexto —pasó de pulsar a frotar el punto G, y retiró el pulgar y se puso a chupar el clítoris.
—Aaagh… aaaah… ¡No puede seeaaaarggh!
—Séptimo —dijo tras unos segundos, después de que terminara. Hasta entonces no dejó de estimular el clítoris con la boca. Sabía exactamente cuánto tiempo mantener cada estimulación.
—¿Cómo… aaah… lo haces? Aaah…
—¿Necesitas un descanso, dama? —Pero no cesó de masturbarla.
—Yo… aah… no parees. Hmmm…
—Es un placer, dama.
Bajó y le chupó el clítoris de nuevo, sin parar de masturbar con los dedos ni con la palma en toda la vulva con ambas manos, con la variedad justa, y el ritmo justo. En los momentos adecuados usaba la lengua en los labios mayores y menores, o simplemente la besaba sin dejar de masturbarla.
Victoria despertó. Estaba mojada. Empapada de la noche anterior (o la mañana, más bien), pero también estaba excitada de nuevo. Intentaba aferrarse a los últimos retazos del sueño, estaba segura de que era erótico e involucraba a Shanty. Se giró y la vio a su lado mirándola, expectante.
—¿Ha dormido bien, dama Victoria?
—Ha sido de las mejores experiencias de mi vida —y eso involucraba mis juguetes del laberinto—. No sé cómo darte las gracias. Ha sido legendario.
—Ha sido un placer. Y si además cumple su palabra, mejor.
—¿Puedo besarte?
—Cuando le apetezca, pero no delante del barón.
La besó con dulzura y agradecimiento. Se excitó rápidamente, y la besó con pasión.
—Me dormí tras el octavo, ¿verdad? Recuerdo que pensé que no lo soportaba más, y luego no recuerdo nada.
—Tras el noveno, dama.
—¿En serio?
—Vuestra mente estaba inconsciente, pero vuestro cuerpo seguía reaccionando con plena sensibilidad. Os estremecisteis y gemisteis como si siguierais despierta.
—Eso suena peligrosamente cercano a…
—Simplemente estabais demasiado cansada como para seguir despierta, pero todo vuestro cuerpo quería más. Y sé que habéis seguido soñando conmigo. En parte porque os he acariciado de vez en cuando, los pezones, el clítoris… lo justo para no despertaros.
—Qué gamberra eres…
Intentó deslizarle las manos debajo del vestido, pero se lo impidió. ¿No se lo había quitado en ningún momento? ¿Era por el barón? Le acarició el pelo con cariño.
—Ojalá pudiera llevarte conmigo, preciosa. Me gustaría que vinieras a La Tierra. Presentarte a mis amigos…
—No voy a ser vuestra pareja, gentil dama. Mi lugar está con el barón.
—Es una lástima.
Entonces la besó Shanty.
—Me hace feliz que os haya gustado tanto. Pero ahora mis deberes me esperan.
—¿Y cuándo vas a dormir?
—Ya lo he hecho, a vuestro lado. Hacía mucho que no lo hacía así. Me habéis hecho sentir cómoda para ello. Gracias.
Tras un último beso se marchó. En cuanto la puerta se cerró, ya la echaba de menos. “¿Me he vuelto adicta a su placer? 9 orgasmos, y luego sueños eróticos. Hija de puta”. Se lo tuvo que preguntar a sí misma en voz alta.
—¿Esto es estar enamorada?
Antes de quedarse dormida se acordó de Tolium. Su último pensamiento de vigilia fue “¿cómo estará ese machista?”.
Las cosas mejoraron para Tolium en cuanto ella se fue. Primero le trajeron ropa decente y limpia, y luego durmió a pierna suelta con las dos camas juntas y ambas mantas para él. Después logró conciliar el sueño sin nadie a su lado que siempre tuviera algo que decir (y una irritante necesidad de tener la última palabra). Después le trajeron un desayuno de verdad: pan con queso y leche caliente, e incluso rechazó unas salchichas. Entonces le sorprendieron cuando le ofrecieron salir a estirar las piernas al patio interior, donde los guardias pasaban el rato cuando no les tocaba turno.
—Podría acostumbrarme a esto —musitó sintiendo el sol en su piel, viendo cómo una pareja apostaba a los dados mientras su superior no los veía. Otros dos jugaban a las cartas. Parecían gente sencilla con trabajos rutinarios, no sangrientos guerreros curtidos en la batalla. Y sin embargo algo le decía que eran muy peligrosos. “¿Estarán entrenados para luchar contra monstruos? Si hay más criaturas como el hombre lagarto, debe ser parte de su trabajo mantenerlos fuera de las poblaciones”. Los hombres lo ignoraban, pero sabían quién era: “tiene privilegios por el barón”, oyó susurrar a uno fingiendo que no lo miraba; estaba apoyado sobre la escoba haciendo una pausa, le tocaba barrer el patio. A su lado estaba el único guardia que le prestaba atención abiertamente; era un alto y hosco matón, claramente superior en rango y molesto porque no le habían informado. Lo supo por cómo frunció el ceño, y Tolium distinguió un adorno metálico en su solapa que debía indicar el empleo. “¿Es el responsable del turno de mañana? Al menos de este grupo”, decidió.
—Saludos. No conozco los formalismos porque no soy de aquí, así que no sé si procede darle la mano, señor.
El hombre no contestó de inmediato, y oyó cómo alguien se burlaba de la palabra “formalismos”.
—No soy señor de nadie. Soy sargento y estoy al mando aquí —se puso en pie y lo miró de arriba abajo juzgándolo, tan autoritario como desafiante—. Sólo eres un prisionero. ¿Quién te crees que eres?
—Sargento, estaba en La Mazmorra cuando me encontré con una bestia mitad hombre y mitad lagarto. Logré escapar, pero la patrulla fronteriza me arrestó. Tan sólo quiero volver a casa.
Se inclinó hacia otro guardia que se había acercado y que claramente no era un simple soldado; no dejó de mirar a Tolium, pero bastó para entenderse: el hombre sólo dijo “es cierto”, y al sargento le bastó.
—Tengo que hablar con mis hombres acerca de cómo informan de las novedades —y eso lo dijo volviéndose a su subordinado, que se arrugó visiblemente—.
—Se lo escribí todo en el papel…
El sargento lo miró como si le ofendiera que alguien esperara que leyera algo. Tolium arqueó una ceja y se preguntó si era un analfabeto intentando disimular. “En esta civilización leer es algo muy secundario”.
—Ya hablaremos después —dijo casi con desprecio, y el hombre se inclinó y retrocedió a toda prisa volviendo al interior.
—¿Es nuevo y no sabe que no le gusta leer por la mañana? —intervino Tolium con ánimo conciliador.
—¿Cómo osas interrumpir mi conversación?
—Creía que había terminado. Mis disculpas.
—Llevo unos días aquí, pero es la primera vez que coincidimos. ¿Por qué te estoy contando esto? Ah, sí, es por cómo hablas. Pareces un noble.
—He recibido educación, señor. Sargento, quiero decir.
—¿Estás diciendo que sabes leer?
—Y escribir, y matemáticas, y física y química, y…
—Farsante —escupió al suelo—. Vuelve a tu celda. No me importa quién te haya puesto bajo su protección. Bajo mi guardia los presos se quedan en sus celdas. ¡Vosotros! ¡Lleváoslo! —los que estaban jugando a las cartas las soltaron y obedecieron sin dudar. Tolium no se resistió ni intentó discutir. Sabía que el hombre había menospreciado la cadena de mando y pronto se arrepentiría, y que todos debían fingir que no lo habían oído. “Seguramente pronto se pasará por mi celda para hablar con más privacidad”, pensó mientras lo llevaban por los pasillos. “Le inspiro curiosidad, y sólo estaba reafirmando su mando porque apenas le conocen”.
Y efectivamente, el sargento se acercó con un taburete y se sentó frente a él. Lo miró en silencio, dejando que empezara Tolium la conversación.
—imagino que ese asiento no tiene respaldo para que los guardias no se duerman.
—No eres idiota.
Tolium le enseñó la palma con su nivel. El sargento puso cara de decepción, cuando no asco.
—¿Sólo eres un nivel 1? ¿Qué has hecho para llamar la atención del barón?
—Me arrestaron junto a otra chica. El barón se interesó en ella, y esta accedió a ir a cenar con él… debo esperar a que vuelva para que nos permita marcharnos. O eso nos dijo anoche. Ella aceptó.
El sargento se echó a reír.
—Así que se trataba de eso. No eres nadie.
El sargento se marchó sin saber el nombre de Tolium.
“Al menos he estirado las piernas y me ha dado el sol un rato. No tardes mucho, Victoria”.
Victoria vino por la noche acompañada del barón, 4 soldados de su guardia privada, y una sirvienta rubia espectacularmente hermosa. Tolium quedó impactado y sin aliento. Se perdió en sus ojos azules y recordó cuando cayó por el foso de la telaraña, y sumergido dio vueltas perdido en la oscuridad sin saber dónde estaba arriba ni abajo, sin saber adónde nadar. Su aturdimiento terminó, cerró la boca que descubrió que tenía abierta, y con esfuerzo logró reunir las palabras que necesitaba.
—Sois la mujer más bella que han visto jamás estos ojos, mi señora.
Shanty apenas reaccionó, como si jugara al póker. Pero Tolium pudo vislumbrar su reacción, y sonrió.
—No es tu señora —protestó Victoria—. ¿Ni siquiera me preguntas cómo estoy? Hola, estoy aquí. ¿Me he vuelto invisible?
—Lo siento —se volvió al barón—. Espero que mi amiga no le haya causado problemas. Sé que puede llegar a ser muy irritante.
—¿A hora somos amigos? —se quejó de nuevo.
El barón se rio suavemente sin abrir la boca, y Tolium notó que Victoria miraba sus labios con deseo, queriendo besárselos. Frunció el ceño. “¿Qué ha pasado entre esos dos?”. Luego miró otra vez al ángel de cabellos de oro y zafiros brillantes de rocío en lugar de ojos, y pensó que al menos había logrado arrancarle media sonrisa. Se daba por satisfecho.
—¿Problemas? En absoluto, pequeño Tolium, y agradezco tu interés; hemos disfrutado mucho de la compañía de la joven dama, y para mí será un placer si decide visitarme en el futuro.
—¿Significa eso que podemos marcharnos, señor?
—Mis hombres os escoltarán hasta vuestro hogar. Si aparecen monstruos, ellos se encargarán de todo. Yo sólo os acompañaré.
—¿Qué? —se le escapó. ¿No podrían librarse de él todavía?
—Hace mucho que no salgo de aquí. Me apetece volver a ver ese lugar. Será sólo un paseo.
—Tolium, La Tierra está en el piso 1, y el acceso al planeta Dolmund está en el 3. Y cuando te rescaté… —Tolium bufó— …no había rastro de cosas raras. El único monstruo que he visto en mi vida era ese hombre lagarto. Como dice el barón, sólo será un paseo. Y encima iremos escoltados.
—Barón, no es por entrometerme en sus asuntos, pero creo que podría haber problemas con visitantes de otros mundos. Sería una noticia mundial, un escándalo, ríos de tinta debatiendo sobre cómo legislar, tensiones diplomáticas y militares, fortificar los alrededores de la casa donde estaba la trampilla…
—¿Por qué debería importarme? —replicó secamente. Tolium no quería discutir, pero hizo un último esfuerzo.
—Podría ser peligroso para usted. La ciencia moderna, las armas de fuego… le recomiendo que al menos no salga de esa casa.
—Veo sinceridad en tus palabras, así que no las ignoraré. En marcha.
Sin decir una palabra más todo el grupo lo siguió, y finalmente Tolium cruzó el umbral de su celda abierta y se unió a ellos. Después de todo, era la única forma de regresar.
O lo hubiera sido si Victoria no hubiera cerrado la trampilla cortando la conexión entre La Tierra y el Laberinto. Pero ninguno de ellos lo sabía, así que durante el camino Tolium estuvo a partes iguales preocupado por el futuro, intentando no sentirse celoso, y deseando a Shanty. Le resultaba muy molesto cómo ambas miraban al barón, y también cómo se miraban entre ellas. Era sutil, creían que nadie lo sabía, pero esas cosas nunca se le escapaban. Había criado a medias a una hermana menor, sabía cuándo una chica intentaba ocultar que le “gustaba” alguien. Intentaba decidir qué le fastidiaba más, las miradas cómplices por el barón, las miradas de deseo entre ellas, o las miradas de deseo al barón. “¿Por qué nadie se fija nunca en mí?”, se lamentó.
El barón no los llevó ni a la cueva donde merodeaba Tom, ni a la salida de las alcantarillas. En su lugar fueron en coches de caballos a un lugar más apartado, en los bosques. Llegaron hasta un templo en ruinas en la base de una montaña. Había marcas de zarpazos de osos en las cortezas de los árboles, y Tolium se sentía vigilado, como si alguien quisiera saltar sobre su espalda en cualquier momento. Aun en el coche de caballos tenía el impulso de mirar hacia atrás. Por cómo se le ponía la piel de gallina, supo que a Victoria le pasaba igual.
—Parece que sentís su presencia —comentó el barón—. Estamos en territorio goblin. No son como los artificiales de La Mazmorra, los reales son muy astutos. Sus emboscadas y trampas no son excesivamente elaboradas, pero en grupo son mucho más peligrosos que en el laberinto. Muchos aprendices de soldados y de aventureros mueren al subestimarlos, porque en pequeñas cantidades son muy fáciles de matar. Pero en el interior de sus cuevas, sin experiencia ni buen entrenamiento, encuentran su fin rápidamente.
—¿Y no les preocupan los osos? —dijo Tolium estirando las piernas al bajar.
—Son carroñeros y saqueadores. Asaltan aldeas y viajeros. Los animales no les preocupan.
—¿Por qué podemos sentir su presencia? —preguntó Victoria—. Nunca antes me había sentido así. Tengo los pelos de punta.
—Porque nos observan escondidos, y son muchos. Son nocturnos, así que nos acechan porque es su hora de cazar y rapiñar. Si sois capaces de sentirlos sin verlos, tenéis vuestros sentidos demasiado desarrollados para un nivel 1. ¿Tenéis alguna bonificación o emblema? Sé que no tenéis artefactos.
Se miraron y negaron con la cabeza.
—Me pregunto… ¿ese amigo tuyo del que hablasteis, dama Victoria, no será un aventurero de mucho mayor nivel?
—No tengo ni idea. Sólo sé que lo estaba buscando cuando me encontré a este atrapado en una telaraña. También buscaba a Mary.
—Tal vez haya formado equipo contigo. Y tú con Tolium, extendiéndolo.
—¿Ha pasado eso alguna vez, mi señor? —preguntó uno de los soldados.
—Hay viejas historias sobre protegidas por Valystar que fueron capaces de sobrevivir con niveles bajos al ser expulsadas por el amo en vigor, simplemente porque ella las integró en su equipo. Recibían bonificaciones.
—¿Tan poderosos pueden ser esos refuerzos, mi señor?
—¿Como subir varios niveles? —preguntó otro.
—No lo sé —contestó pacientemente—. La Mazmorra jamás me dio su marca.
El barón estaba parado delante de las ruinas por las que Mary y yo nos asomamos una vez al exterior, y estaba esperando a que sus hombres terminaran los preparativos. Sacaron los bártulos del carruaje y el barón dio instrucciones al cochero de regresar lo más rápido que pudiera sin romper las ruedas, “porque esto es territorio goblin”. Así lo hizo en cuanto los soldados estuvieron listos. A Tolium le resultaron intimidantes, cargados de armas, armaduras y escudos. Al final cerraron sus yelmos y ni siquiera podía ver sus caras. “¿Cómo se distinguen entre ellos para darse órdenes?”.
—Dos soldados irán delante, y otros dos detrás. Si no os separáis de mí, ellos no se separarán de vosotros. En marcha.
Se adentraron en la oscuridad y las antorchas se encendieron. Tolium no podía dejar de admirar la confianza del barón, que paseaba como quien sale a comprar el pan. “Pero así cualquiera va tranquilo por la calle”, se quejó en silencio viendo la imponente escolta que les rodeaba. Cada uno de esos hombres parecía capaz de matar leones con un golpe de su espada, tras parar su embestida con el escudo, y luego matar a serpientes con el arco a cien metros. También tenían bolsitas en sus cinturones que imaginó serían explosivos, o quizá algún recurso mágico como “polvos somníferos”.
—¿Hasta qué piso podrían llegar sus hombres, señor barón? —preguntó Victoria, y Tolium sintió un mordisco de celos que desterró instantáneamente.
—A veces los envío a comprar artículos en Vhae Dunking, en el piso 10. Digamos que tienen experiencia.
Los soldados se rieron con orgullo. Parecían decir que no les costaría mucho ir más allá. Tolium miró con desagrado el falso tatuaje blanco con el número 1 y tuvo que preguntarlo.
—¿Qué nivel tienen los soldados, barón?
—Llegaron hasta el piso 12. No sirve de nada retroceder para matar más monstruos, aunque esperes el tiempo de regeneración. Lo que cuenta es lo lejos que llegues.
—¿Qué significa eso?
—Al principio de La Mazmorra, en equipos de 4 se sube un nivel por piso. En el quinto, un nivel extra. En el sexto casi siempre se pierde al cuarto miembro, aumentando el crecimiento de nivel en un tercio. El camino del séptimo es muy pequeño y sólo se sube un nivel. A partir del octavo piso se sube el doble de niveles, y al ser 3 ganaban un tercio más de nivel.
—Pero estos son 4 —interrumpió Victoria.
—Hubo más equipos. Este es una selección de élite.
—Pero no empezaron desde el primer piso, sino desde el tercero.
—Al contrario, tenían órdenes de retroceder hasta el principio. ¿Por qué iban a renunciar a dos niveles?
A Tolium le molestaba que le mintiera, como al decirle su nombre, o que evitara sus preguntas, como ahora. No le tomaba en serio. Así que contestó al barón directo al grano.
—Según sus palabras estos soldados son de nivel 22.
—Correcto, muchacho. Y he mejorado su equipamiento con arsenal de Vhae Dunking. En realidad, sin buen equipamiento no hubieran llegado tan lejos, porque La Mazmorra no lo da. Costó mucho dinero dotar con buen material de Dolmund a los primeros que llegaron hasta allí. También perdí muchos hombres intentándolo. Pero una vez que sus antecesores lo consiguieron, establecimos una línea de suministros con la ciudad y fue mucho más fácil. Y más barato. No es sólo este equipo, toda la guarnición armada de mi castillo es así: nivel 22, bien equipados y con artefactos de nivel medio. Y entre ellos hay diversas razas con sus propias bonificaciones, como mejores sentidos o mayor velocidad o fuerza bruta. Se complementan.
A Tolium le gustaba cada vez menos el barón. Parecía demasiado encantado de conocerse, y le gustaba presumir. Y con todo aquello parecía decir “me tomo la seguridad muy en serio”, pero había algo que a Tolium no le cuadraba: la mujer, Shanty. Y había dicho “guarnición armada”. ¿Qué pasaba con los que no tenían armas? ¿Se refería a los sirvientes? ¿Serían magos, quizá? ¿Se fortalecieron sin recurrir a La Mazmorra? ¿Y por qué no podían pasar del piso 12?
—¿Por qué se trae a una sirvienta aquí?
—Me siento más seguro con ella cerca.
De nuevo esquivaba sus preguntas. ¿A caso los sirvientes formaban un cuerpo de seguridad separado, entrenándolos fuera de La Mazmorra a la manera tradicional de Dolmund, con sus conocimientos nativos? ¿Quizá era una medida de seguridad por si un día de repente La Mazmorra les quitaba su poder? “Yo lo haría así”, pensó. “No apostaría mi seguridad a una cosa tan ajena a mi control. Además, este lugar casi me mata”.
Shanty estaba mirando hacia atrás, directo a sus ojos. Al darse cuenta ella le sonrió, y eso le aturdió de nuevo. Tropezó y cayó al suelo.
—Perdón, no es nada, estoy bien —dijo sacudiéndose el polvo, avergonzado. Los guerreros de retaguardia no disimularon una risita.
—Gracias por preocuparte por mí —dijo de repente Victoria, caminando de lado.
—¿Eh? ¿Por qué dices eso ahora?
—Tenía que decírtelo. Pensé que era lo correcto. Apenas nos conocemos, pero no eres un mal hombre.
—Tú tampoco. ¡Quiero decir, no eres mala chica!
Ella sonrió, y no le hizo ningún comentario mordaz acerca de que era una mujer. Se volvió de nuevo al frente y siguió caminando con el barón. De algún modo aquellas palabras le sonaban a una despedida. “Se prepara para no volver a vernos”. Se sorprendió al ponerse triste. “¡Contrólate! Es una desconocida. Lo que tienes que hacer es encontrar a tu hermana. Esté donde esté, estará metida en un lío, eso seguro”.
Cuando finalmente llegaron al piso 1, al fondo, prácticamente en una grieta natural en la roca, más allá del detalle labrado habitual, vieron las escaleras hasta la trampilla. Los soldados se apartaron y el barón ascendió, con toda la curiosidad del viajero por ver el nuevo mundo.
—Está cerrada.
Se miraron entre ellos sin saber qué decir.
—¿Falta una llave mágica? —propuso uno de vanguardia.
—No. Aquí no hay nada, sólo es techo liso —se volvió al grupo, ahora reunido—. ¿Es que no entendéis lo que significa? —negaron con la cabeza—. Algún idiota la ha cerrado desde dentro.
Victoria sintió el impacto súbito de la comprensión con la expresividad de un tren de mercancías estampándose contra su cara, y cayó de rodillas.
—Tiene que haber alguna manera de abrirla —insistió Tolium. Neif le esperaba al otro lado, en alguna parte.
—¿Abrir qué? Mira bien. Esto no es una trampilla, ahora es techo liso. Es como si nunca hubiera estado ahí.
—¡No! —exclamó él, y Victoria se tapó la cara con las manos, sollozando.
—Escuchadme bien: la conexión entre los mundos se ha roto. Ahora La Mazmorra buscará aventureros en otro lugar. Nuestros mundos son sólo de apoyo para ellos, lugares en los que descansar, y a los que retirarse si se rinden y no quieren volver a su mundo natal. Sin una conexión con el piso 1, La Mazmorra carece de propósito, así que tardará poco en elegir un nuevo lugar, pero no será vuestro planeta. Lo siento, pero no volveréis a ver vuestro hogar. Nunca.
Victoria se echó a llorar. Tolium, en vez de hacer lo mismo, no pudo hacer otra cosa más que acuclillarse a su lado, abrazarle por detrás, con cuidado, envolviendo sus hombros, y tratar de consolarla en susurros. No tenía tiempo que malgastar cuando alguien le necesitaba.
—Me gusta este chico —dijo Shanty—. ¿Me lo puedo quedar?
Tolium ignoró sus bromas. Pensó que intentaba quitarle hierro al asunto, y lo único que le preocupaba era hacer que una persona que estaba llorando se sintiera mejor.
—Encontraremos la manera —susurraba—. Seguro que alguno de esos mundos mágicos tiene una forma de viajar al mundo que ellos quieran.
No vio la mirada de escepticismo que cruzaron Shanty y el barón.
—¿Tú… tú crees? —dijo Victoria intentando parar.
—No sé hasta qué punto la magia es real, pero nos ha hablado de mundos conectados. Seguro que hay una forma de elegir, alguna forma de “pilotar” entre mundos. Si La Mazmorra es tan antigua como dicen los soldados, tiene que haber muchos hombres a lo largo de la Historia que investigaron cómo redirigir el piso 1.
—¡Y esto tiene que haberle pasado a más gente! —exclamó Victoria animada de repente.
—Claro. Tiene que haber libros sobre esto, lo habrán investigado.
La ayudó a ponerse en pie y ella le sonrió, con los ojos húmedos en lágrimas.
—Gracias, Tolium. Me he comportado como una niña. Lo siento.
—Llevo toda la vida cuidando a una hermana menor. Estoy acostumbrado.
Victoria le besó en la mejilla, y él se quedó paralizado.
—Qué tierno. Es virgen —dijo Shanty. Sus palabras fueron tan humillantes como si le hubiera arrancado la ropa allí mismo, delante de todos. Ya no le parecía tan guapa. Victoria se dio la vuelta, recuperada, y se dirigió al barón.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Siempre podemos esperar —repuso Tolium.
—¿Esperar a qué? —dijo girándose. Él sonrió.
—A que tus amigos vuelvan. Veamos qué saben acerca de este problema.
—Yo sé todo lo que hay que saber —suspiró—. Fui yo. La cerré sin saber que esto pasaría. ¿Cómo iba a imaginarlo siquiera? Sólo parecía un sótano.
—Siento curiosidad por tus amigos —intervino el barón—. ¿Por qué esperar? No tenemos nada mejor que hacer. ¿No querías encontrarlos?
Tolium se preguntó acerca de lo aburrida que debía ser la vida del noble para buscar cualquier excusa para escaquearse de su rutina.
—Gracias, barón —dijo risueña Victoria, y esta vez no fueron los celos los que azotaron a Tolium, sino la preocupación. Sentía que se estaban metiendo en la guarida del lobo, pero para ese hombre todo esto era un juego. Le dejaron atrás, pero la retaguardia le empujó obligándole a caminar. “Esto es un error. Algo va mal”. Pero lo único que podía hacer era coger la mano de Victoria y no separarse de ella.
—Me has vuelto a confundir con tu hermana —dijo divertida—. ¿Desde cuándo aceptas que te toque una desconocida?
—No es momento para preocuparse por esas cosas.
Ella no dijo nada, pero tampoco le soltó la mano. En su lugar a Tolium le pareció que se la sujetaba con más firmeza.