Capítulo 2: una tarde loca

Era suya, me poseía… un solo átomo no había en mi ser que no le perteneciera a su placer.

Capítulo 2: una tarde loca

03:40 Pm.

Llovía, no había energía, todo era perfecto, era el momento.

Entré a su cuarto y me encontré con el lenguaje mudo de sus ojos, que mirándome hablaban, la atrevida delicadeza y rudeza de sus manos, emprendían el viaje hacia otro cielo (mi cuerpo). El desdeñoso arrastre de sus olas sobre mi ardiente carne.

La castidad celeste de los besos, era la caricia que circundaba mi alma, con prisa de querer sentirlo. Entramos a la hora fugitiva, en que su cálido ser, entro en mi ansioso aposento. El gemido profundo de las ondas morían a sus pies, deseosa de él, de su ser, de su inevitable goce.

Yo, entreabría para aspirar la dicha y el contento aliento que me hacían entregarme al él. Pero lo deseaba en mis locos y ardientes desvaríos, mientras bendecía con pasión  sus desdenes,  y adoraba con ambición  sus desvíos.

Mi avidez y mi esperanza, mi deleite y mi placer se estaban  escurriendo cada vez más en  su reflejo. Traviesa con las ondas, jugueteando a gusto con sus atributos dejaban trepidando mis límites, se perfumaban las sabanas y se inclinaban las huellas.

Era suya, me poseía… un solo átomo no había en mi ser que no le perteneciera a su placer. La cama voluptuosa se estremecía de regodeo inaguantable, bajo el persistente atardecer.

Se entibiaba el aire y se arrugaban  las sabanas del  delicioso néctar que dejaba su ser, mi sed de mirarlo me enaltecía el tiempo. Juntos concluíamos ardientes en el placentero goce de satisfacción.

Todo en él era poesía, un exquisito espíritu colmado de un ensueño que es único en atracción  y embriaguez.

Solo quería que el vivo acento que de sus labios encendidos brotaban, se alborozaran más a mí, disfrutando de  los breves instantes que generaban la detonación viva del bálsamo puro. Gota de nieve con sabor  a estrellas que alimentan los lirios de la carne.

Te inclinabas  a mi supremamente, como si fuera mi cuerpo la inicial de tu destino, te ladeabas  a mi como la quimera de una lumbrera rasgada al más allá, en la dulce conversación de nuestros cuerpos, hacías que mi corazón tiritara  en mi pecho, pues cada vez que te miraba derramaba el uso de la expresión, mi lengua se congelaba en el silencio y en la inmovilidad.