Capítulo 2 - LaSorpresa
Esperando la primera clienta me llevé una sorpresa... ¡y qué sorpresa! Continúo sentando bases de mi futuro, ayudado de dicha sorpresa.
Vivencias de un especialista de la mente
Cap.2: La sorpresa
¿Mi primera cliente? Me pregunté mientras me levantaba dejando la revista sobre la mesa del despacho y me ponía la bata, que tenía colgada en el perchero, por encima del traje. Antes de llegar a la puerta me miré en el espejo, alisando la corbata y centrando bien el nuevo. Me alisé el pelo con la palma de la mano y abrí la puerta con la mejor de mis sonrisas. La primera impresión era crucial… aunque la sorpresa me la llevé yo.
Delante de mí se encontraba Gabriela, en carne y hueso. Tuve que cerrar y abrir dos veces los ojos para asegurarme. Y parece que no venía de visita pues junto a ella se encontraban dos maletas de viaje que se veían bastante pesadas.
- ¿Puedo pasar? – Me preguntó en un susurro, sin atreverse ni a mirarme a los ojos.
Yo, saliendo de mi estupor, me aparté lo suficiente para dejarla pasar, pues un escándalo a la vista de todo el que pasase no me convenía en absoluto. Según entró cerré la puerta con la máxima suavidad de la que pude hacer gala y me revolví dejando que la furia se me notase en la mirada… hasta que vi las lágrimas de su rostro cayendo sin cesar. En ese momento toda la rabia que me provocó su osadía se vino debajo de un plumazo. A fin de cuentas ella me importaba. No la amaba pero me importaba.
Con el máximo cuidado hice que soltase las maletas en el mismo hall y tirando de ella la llevé hasta el diván de mi consulta, sentándome a su lado. Aún con su mano entre las mías esperé hasta que dejase de llorar para que ella misma se explicase cuando pudiese.
- Me han echado del piso – empezó a decirme cuando se recuperó – como sabes tenía la habitación arrendada en el piso de estudiantes, pero últimamente no había encontrado trabajo y a mi madre, estando en el paro, no podía pedirla dinero. Mis compañeras, al final, me dijeron que ya no podían seguir pagando mis gastos y que habían alquilado la habitación a partir de mañana mismo, que recogiese las cosas y me fuese de inmediato – una vez empezó a contármelo se veía incapaz de parar, seguía llorando pero necesitaba desahogarse. – Allí no podía quedarme y no puedo ser una carga para mi pobre madre y pensé en ti – dijo mirándome por primera vez a los ojos y, sin dudar un ápice, soltó la segunda sorpresa del día. – Contigo no sé qué me pasa, es como si me calmase y te necesitase, como si todo tuviera sentido. Quiero quedarme aquí pero no te pediré ser tu novia. Seré lo que tú quieras que sea. Cocinaré y plancharé. Limpiaré. Trabajaré para ti y, por supuesto, tendrás todo mi cuerpo a tu disposición cuándo y cómo quieras. No te pediré nada más a cambio que tener una habitación para mí misma. Seré tuya a cambio de alojamiento.
He de decir que pocas veces me encontraba sin palabras, pero esa declaración hecha con la convicción que podía ver en sus ojos me dejó perplejo. Se me estaba ofreciendo de buena voluntad. También he decir que sufrí un empalme instantáneo de las posibilidades que se me abrían. Pero ahora más que nunca debía conservar la calma y razonar. Soltando su mano me levanté y paseé. De repente la corbata me asfixiaba así que aflojé el nudo para tomar resuello. Ella me seguía con la mirada pero sin decirme nada, dándome tiempo para decidir.
¿Qué hacer? Con ella ahí mis actos se verían limitados pero… ¿era esto verdad? ¿Se verían realmente limitados? Lo serían si fuese mi pareja pero, si aceptaba su ofrecimiento no lo sería… ¿entonces? Una idea iba germinando en mi mente. Tener a alguien como ella, una joven apenas cinco años menor que yo, podría ayudarme a ganar la confianza de la gente. No era lo mismo acudir a una consulta a la casa de un desconocido de treinta años, por mucha confianza que diese, quedando a solas con él, que acudir a su casa sabiendo que al menos una mujer habría ahí. Confianza. En eso radica todo. Además, ella podría ocuparse de gestionar mis citas y de ayudarme. Ayudarme…. Ayudarme en el trabajo y… con mi propósito. Obviamente tendría que volver a trabajar en ella, estaba bien educada ahora pero a la hora de la verdad no quería tener problemas, pero sería un mal menor comparado con las posibilidades que me otorgaba su presencia en la casa. Mi miembro dio un respingo luchando con su erección contra la pernera de mi pantalón, como dándome la razón.
- De acuerdo, escucha – la dije de improviso, sobresaltándola. Vi el temor al rechazo en su mirada y rebajé un poco el tono. – Presta atención. Voy a aceptar tu trato, pero como comprenderás será un esfuerzo enorme por mi parte, ya que necesito centrarme por entero en mi trabajo, que tanto esfuerzo he puesto en él, como para tener que cuidar también de ti, ¿entiendes? – La pregunté, esperando a que asintiese con la cabeza para continuar:
- A partir me pertenecerás en cuerpo y alma. De puertas para adentro sólo me tratarás como amo y me obedecerás en todo. Atenderás a las visitas y me ayudarás en mis desfogues diarios. Esto lo hago como un favor para aceptar tu ofrecimiento, ya que podría buscar fuera otra fuente para ello. ¿Entiendes todos los sacrificios que haré por ti?
- Sí – acertó a contestar en un susurro.
- Sí, ¿qué? – la exigí levantando un poco la voz.
- Sí, amo – me contestó sin titubear, relamiéndose los labios con la lengua, lo que me volvió a provocar otro respingo ahí abajo, y continuó – muchas gracias por dejar que me quede y dejar que sea yo la que facilite sus desahogos. No se arrepentirá… amo.
- Eso espero. Ah, una última cosa. De ahora en adelante, de puertas para fuera, serás mi novia formal. No puedo permitirme un escándalo teniendo una concubina menor que yo viviendo en mi casa sin ser mi novia ni de mi familia. ¿Estás de acuerdo?
- Sí, amo. A los ojos del mundo seré tu novia, pero entre nosotros sólo seré tuya, sin tener ningún derecho sobre ti más que el obedecerte y satisfacerte en todos los sentidos. ¿Es correcto, amo? – Terminó relamiéndose los labios, lo que terminó de vencer las pocas reticencias que tenía.
Afirmé que era correcto mientras que me desabrochaba el pantalón y liberaba mi aparato de su encarcelamiento, instándola a la vez a que se diese la vuelta directamente en el diván. Ella obedeció de inmediato, poniéndose de rodillas sobre él agarrándose al respaldo, arqueando el cuerpo presintiendo lo que quería. Yo me acerqué y de un tirón la bajé los pantalones y el minúsculo tanga que llevaba, y la agarré con firmeza ambos glúteos. Acerqué los labios dándola un mordisco y me incorporé para besarla el cuello, mientras que la rodeaba con mi brazo llevando mi mano a su zona íntima encontrándomela bastante mojada, signo inequívoco de que a ella también le excitaba el acuerdo contraído.
Por suerte el diván tenía una fina sábana, de las cuales tenía acopio de varias por lo que pudiera suceder en él, cuanto más con los planes que tenía, y no había que preocuparme por mancharlo, así que introduje directamente tres dedos dentro de ella mientras la mordisqueaba la oreja. Soltó un gemido que resonó en todas las instancias de la casa, jadeando al ritmo vertiginoso que mi mano iba cogiendo, penetrándola con mis dedos cada vez más rápido. Mi otra mano se introdujo debajo de su camisa alcanzando su menudo pecho y la pellizque el pezón sin miramientos, lo que hizo que se volviese aún más erecto si cabía. Ella inclinó la cabeza para atrás solicitando mi boca sin palabras, a lo que correspondí de inmediato. La besé con pasión, bebiéndome sus gemidos y jadeos, cada vez mayores, hasta que inclinándose aún más estalló en mis brazos soltando tal grito de placer que temí la hubiese escuchado todo el pueblo.
A esas alturas mi polla, aprisionada entre ambos cuerpos sobre la espalda de ella, ya me dolía de las palpitaciones. Retiré mi mano, completamente mojada por sus jugos y, después de probar yo su sabor, pues era uno de mis manjares preferidos, se la di a ella que se puso a chupar mis dedos como si de mi miembro se tratase, jugando con la lengua y mirándome a los ojos. Eso terminó con todo mi autocontrol. La empujé con mi otra mano sobre el respaldo, retrocedí un poco, y la ensarté de un solo golpe hasta el fondo empezando directamente con un ritmo endiablado, buscando mi propio placer. Ella me acompañaba empujando para atrás, buscando el máximo acople, dejándose llevar. La casa se había convertido en todo un concierto de gemidos sin control. Utilizando una mano para sujetarse al respaldo bajó la otra para masajear su clítoris mientras yo la penetraba una y otra vez su impregnado coño por detrás. El ritmo de ambos era infernal, hasta que supe lo que se acercaba. Sabiendo que ella tomaba la píldora no me preocupé por descargar y de una última embestida derramé mi simiente en su interior, logrando con ello que ella tuviese su segundo orgasmo, tan potente o más que el primero, con su consiguiente grito acompañándolo.
Poco a poco fuimos recuperando el resuello. Después me retiré de ella suavemente y la miré a la cara. Aún tenía rastro de las lágrimas anteriores, pero ahora se la veía una sonrisa radiante de satisfacción. Su mirada era de profunda adoración, pero no quería que se equivocase y lo considerase otra cosa así que para dejar las cosas claras la ordené que me limpiase mi ahora flácido pene y después recogiese la sábana manchada colocando una nueva en su lugar. Lejos de amilanarse vi cómo le brillaron los ojos, lanzándose a la tarea de inmediato. Cuando vi que ya la había limpiado, y como no quería otra erección en ese momento, la separé instándola a cumplir las siguientes órdenes sin dilación. Hice como que no me daba cuenta o no me importaba su frustración, pues como bien adiviné iba buscando una nueva sesión, me subí los pantalones y me acomodé la ropa lo mejor que pude. Luego la dejé a su aire yendo al baño a asearme, no sin darla instrucciones de cómo llegar a su habitación para que llevase sus maletas allí al término de arreglar el lugar. Por suerte había alquilado una casa de varias habitaciones por lo que pudiese pasar.
Estaba refrescándome en el lavabo cuando reflexioné sobre el paso que acababa de dar llegando a la conclusión de que había hecho lo correcto. Ahora necesitaba que los vecinos supiesen que ella vivía conmigo y que no tenían nada que temer, con lo que decidí premiarla sacándola a cenar y dejar que la viesen de mi brazo. Cuando se lo dije noté como se le iluminó la cara y subió veloz a arreglarse y no hacerme esperar.
La cena fue todo un éxito. Ya me conocían en el pueblo pero ahora, al verme acompañado de una linda muchacha, todo con el que me cruzaba me interpelaba. Noté, en sus conversaciones, que había pasado a otro nivel con esa gente, ahora me consideraban casi uno más. Y yo no perdía ocasiones de dejar caer siempre que podía, dentro del contexto necesario, que podía ayudarles con lo que fuese, que podía lograr que dejasen de fumar, que sus hijos podrían mejorar los estudios si hacían sesiones conmigo, que hablar ayudaría a las parejas a entenderse mejor, que cualquier problema podía tener solución. Y notaba que esta vez me escuchaban de verdad. Un mundo de posibilidades se había abierto de golpe antes de lo que habría pasado sin la sorpresa que Gabriela me había regalado.
Continuará .