Capitulo 1: Entre sus manos

Dana tiene una sesión con su Amo.

CAPITULO 1

ENTRE SUS MANOS

Intento caminar elegantemente, y la manera en que me miran las personas recostadas en las sillas de la terraza del hotel me confirma que lo consigo, o eso, o el vestido que Él me ha enviado es demasiado hermoso. Cuando me vi ante el espejo con él puesto me sentí la mujer más sensual del mundo, era negro, por debajo de la rodilla, de gasa, escote en pico y cruzado en la espalda por dos tirantes muy finos.

Siento que las rodillas me van a fallar en cualquier momento, mis manos están heladas, mis mejillas arden y el corazón me va a estallar.

Miro en todas direcciones buscándole, buscando su mirada, su sonrisa, su señal... Por fin le veo, sentado en una de las mesas de la terraza, con la señal en una mano y un paquete de regalo en la otra. Recuerdo su voz, su mandato, y el alma se me estremece, no quiero cometer ningún fallo...

"... Tendré en una mano nuestro libro para que no tengas duda de que soy yo. Deberás sentarte frente a mí, acariciaré tu mejilla y entonces tendrás que lamer mi mano, dedo por dedo, como tú sabes. Entreabrirás las piernas para que pueda comprobar lo mojada que estás. Mis dedos recién lamidos se introducirán fácilmente en tu coño, iré metiendo todos, hasta el fondo, cualquier gesto de dolor por tu parte conllevará un castigo. A continuación sacaré mi mano de tu entrepierna y procederás a limpiarla nuevamente con tu lengua, lo harás como la perra que eres, sin vergüenza, sin titubeos, sin rechistar. Todo lo que vendrá a continuación no lo olvidarás jamás... jamás... jamás... Voy a tratarte como nadie te ha tratado nunca. Adiós... pequeña..."

Me senté frente a él. Nos rodeaban unas seis mesas, todas ellas ocupadas. Desde su asiento Él podía divisar el mar, los barcos... La brisa alicantina acariciaba mi cabello, mi piel... y de pronto me trajo el aroma de su perfume. Me senté ante Él, le miré fijamente a los ojos, él me sonrió y llamó al camarero. A pesar de que el camarero me preguntó directamente a mi qué iba a tomar Él le ordenó inmediatamente que trajese una copa de vino tinto fresco. El camarero se retiró extrañado y a mí aquella actitud me hizo sentir aún más humillada de lo que ya me sentía.

Le miré desafiante, entonces Él borró su tierna sonrisa y acercó su mano a mi acalorada mejilla. La lamí sin dejar de mirarle, no me importaba quién me viese, allí no me conocía nadie, y en aquellos momentos mi orgullo podía más que cualquier cosa. A continuación metió su mano por debajo de la tela de mi vestido, acarició mis ingles con las yemas de sus dedos, acarició mi raja y sentí vergüenza por estar tan excitada, fue entonces cuando tuve que bajar mi mirada y mi orgullo quedó lastimado, era el primer "down", el primero de... creo que perdí la cuenta...

Fue introduciendo sus dedos dentro de mí, los tres primeros los acogí sin problemas, el cuarto hizo que mis manos se aferrasen a los reposabrazos de la silla, el quinto hizo que apretase con fuerza, y cuando empujó su mano dentro de  mi cerré los ojos, mordí mis labios y presioné su brazo con los muslos. Se mantuvo así durante segundos que se me hicieron eternos, se separó de mi y abrí los ojos, la copa de vino tinto ya estaba sobre la mesa... Me acercó su mano impregnada de mis flujos y yo la lamí... "... lo harás como la perra que eres, sin vergüenza, sin titubeos, sin rechistar..." ¿Por qué estaba permitiendo aquello? ¿Por qué no me iba corriendo de allí? ¿Por qué no desataba aquel maldito nudo que oprimía mi garganta y que estaba a punto de ahogarme? ¿Por qué deseaba que aquel hombre me alejase de aquel lugar para hacerme suya, suya de verdad...?

Mis ojos llorosos me impedían ver con claridad. Maldita sea, ¿cómo podía ser tan infantil?. Alargué mi mano hacia la copa de vino y tragué, y tragué, y volví a tragar, pero el nudo seguía castigando mi garganta. Él empujó hacia mí el paquete que había sobre la mesa. "Coge el paquete y ve al servicio. Vuelve con lo que hay en su interior dentro de ti. Y seca esos preciosos ojos, no tienes nada que temer... pequeña"

Me levanté, busqué con la mirada los servicios y paquete en mano me dirigí hacia ellos con paso firme y seguro. Coloqué el paquete sobre el tocador y revisé mi imagen en el espejo. A pesar de mis ojos brillantes seguía estando hermosa, retoqué mi cabello con los dedos y me coloqué bien el vestido, deseaba gustarle, que me desease... Desaté el lazó que envolvía el paquete y lo destapé. Aquel artilugio me pareció enorme, mis ojos se abrieron como platos al tener entre mis manos aquel consolador rosa, tan alargado y grueso, su tacto era un tanto viscoso, blando y suave. La caja también contenía un rollo de cinta adhesiva negra. Cogí las dos cosas y me metí en uno de los aseos. A pesar de estar bastante mojada tuve que hacer fuerza para introducir del todo el consolador, cuando dejaba de ejercer presión el objeto se deslizaba amenazante hacia el suelo, así que partí un par de tiras de cinta adhesiva con los dientes y los pegue en forma de cruz a mi entrepierna. La sensación era bastante incómoda, pero también excitante. Tiré la caja y el rollo de cinta a la papelera y salí de allí decidida, dispuesta a todo, a todo lo que Él me pidiese, deseaba que me poseyera, que me tratase como Él quisiera...

Cuando regresé a la mesa Él había desaparecido, miré a mi alrededor buscándole desesperada, el camarero que me había servido la copa de vino se acercó y me dijo: "El caballero que la acompañaba la espera en la habitación 123". Le di amablemente las gracias y el joven añadió:

"... Perdone... señorita... sé que no es asunto mío pero... usted se merece mucho más..." Le contesté con una amplia sonrisa que tenía toda la razón, efectivamente no era asunto suyo.

El trayecto en el ascensor fue interminable. Sentía mi vagina rebosante y temía que la cinta adhesiva cediese antes de llegar, imaginé que aquello ocurría y que tenía que rebuscar desesperada en la papelera el rollo de cinta. Afortunadamente llegué sin problemas a la habitación. La puerta estaba entreabierta, entré despacio y cerré sin hacer ruido. Avancé hasta que lo vi sentado en una butaca de piel, al lado de la cama. La habitación era enorme, las cortinas estaban abiertas de par en par y descubrían un precioso balcón que daba al mar.

"Desnúdate..."

De pronto me di cuenta de lo ridículo que estaría mi coño con aquellas tiras de cinta adhesiva pegadas a mi piel.

"Desnúdate... AHORA"

Levanté el vestido y lo saqué lentamente por encima de mi cabeza. Permanecí ante Él desnuda, con mis finas piernas temblando sobre los zapatos de tacón.

"Colócate a cuatro patas sobre la cama, de espaldas a mi..."

Hice lo que me ordenó, sus palabras eran pinchazos de alfiler sobre mi alma, hacían que mi vientre se estremeciese, que mi sangre fluyese más rápida, hirviendo, formando oleadas dentro de mis venas...

Tardó unos minutos en actuar, minutos gigantes, pesados, malignos... De pronto sentí algo frío acariciando mis nalgas, era fino, rígido, alargado... La curiosidad me mortificaba, sentía miedo y excitación a la vez. Giré la cabeza despacio intentando ver qué era lo que me amenazaba y sentí el crujido de la fusta abriendo mi piel. Me dejé caer sobre la cama llevando mi mano hacia el foco de dolor, la piel ardía, quemaba, escocía...

"Vuelve a colocarte como estabas, perra"

Sabía que me esperaba más de lo mismo, pero le obedecí.

Mis nalgas fueron castigadas una y otra vez, esperaba cada golpe primero con resignación, luego con espasmos cercanos al placer, y finalmente mi mente pedía que no parase... en esos momentos Él era sólo mío, tenía toda su atención, yo era Suya...

No se cuántos azotes descargó sobre mis nalgas, no se cómo quedó mi piel tras el castigo, no se qué hizo Él después de educarme... Sólo escuché sus palabras y el sonido de la puerta cuando se fue. "Piensa en lo que has hecho mal, piensa en lo que quieres ser, piensa... volveré cuando te hayas dado cuenta de todos y cada uno de tus errores. No se te ocurra moverte. Adiós perrita."

El ardor de mis nalgas se compensaba con el ardor de mi vientre, la humillación padecida se compensaba con su atención. Hubo unos momentos en los que el castigo me hizo sentir avergonzada, pero me estaba siendo impuesto por él, y mientras él  descargaba su enfado sobre mí él era totalmente mío. Pero ahora estaba sola, prefería ser castigada a no tenerle, prefería sufrir su presencia a sufrir mi soledad.

¡Cuántas cosas había hecho mal...!

La sensación de haberle defraudado desde el primer momento me estaba matando, pero me estaba dando otra oportunidad, él volvería, tan solo debía recapacitar, pensar en todos y cada uno de mis errores, arrepentirme y... recompensarle...

"No me mirarás directamente a los ojos salvo que yo te lo ordene... Cualquier gesto de dolor por tu parte será castigado... Los castigos que te imponga serán merecidos y agradecidos, por lo que deberás recibirlos inmóvil y sin queja alguna..."

Maldita sea, terminaría antes enumerando las cosas que había hecho bien, ambos sabíamos que mi doma iba a ser complicada, pero no creí que sería tan inútil... Tenía que buscar la forma de mostrarle mi arrepentimiento, iba a convertirme en lo que él quisiera, costase lo que costase, doliese lo que doliese...

Seguía a cuatro patas sobre la cama, no sabía cuanto tiempo había pasado, las rodillas me dolían y sentía calambres en los codos y las muñecas, pero temía tanto defraudarle de nuevo... De pronto la palabra "obsesión" estalló en mi mente, ¿ni siquiera eso podía haber hecho bien?. "De ahora en adelante tu perfume será "Obsesión", de Calvin Klein" . ¡Joder!.

Totalmente inmersa en mis remordimientos sentí que la puerta se abría detrás de mí. Cualquier otra persona se habría largado inmediatamente al verme en aquella postura, así que al sentir aquellos pasos acercándose supe que era él. Pero... sentía la presencia de una persona más, comencé a sentirme incómoda, quería girar la cabeza y ver lo que pasaba. No me dio tiempo a defraudarle nuevamente, un pañuelo cubrió mis ojos y su voz paralizó mis rebeldes instintos. "No quiero escuchar una palabra. ¿Has recapacitado?." Asentí con la cabeza. "Voy a darte la oportunidad de solventar tus errores, no aceptaré un ápice del orgullo y rebeldía que te superan, te has entregado a mí, tú me suplicaste que te aceptara, ¿lo recuerdas?" . Asentí nuevamente. Entonces se acercó a mi oreja y susurró con un tono diabólico... "Hoy vamos a descubrir a la puta que llevas dentro..."

Aquellas palabras me estremecieron, no de miedo, sino de excitación. El miedo ahora cobraba otro sentido para mí, era algo excitante, peligroso... el miedo era mil veces mejor que el castigo de no tenerle cerca. Podía hacer conmigo lo que quisiera, iba a ser su puta, iba a ser lo que él quisiera que fuese.

Escuché el sonido de la butaca detrás de mí cuando se sentó. A continuación volvió a hablar, pero se dirigía a la otra persona.

-  Puedes empezar cuando quieras.

Hubo un largo silencio hasta que él volvió a hablar.

-     ¿Es que no te gusta?

-     Claro... claro que me gusta... pero...

-     ¿Pero qué?. Creo que había quedado claro, tienes ante ti una puta gratis, ¿la tomas o la dejas?

-     Está bien... la tomo...

-     Pues es toda tuya, sírvete tú mismo... Cuando quieras ponte el pasamontañas y comienzo a grabar...

No podía creer lo que estaba escuchando, me había hecho su puta, me estaba ofreciendo a un completo desconocido y todo aquello iba a ser grabado, ¿grabado para qué?.

Escuché cómo empezaba a desnudarse cuando una música comenzó a sonar, reconocí los acordes del bolero de Ravel y recordé que era una de sus melodías preferidas. Inmediatamente unas manos se aferraron a mi cintura desde atrás, subieron por mis costados y se agarraron a mis pechos. Sentí su dura verga contra mi culo mientras acariciaba mis pechos y mis pezones con cierta delicadeza. Acarició mi cabello, mi espalda, y puso especial cuidado con mis nalgas maltratadas. Paseó su mano por mi entrepierna y muy lentamente me liberó de la cinta adhesiva que sujetaba el consolador dentro de mi coño. Al momento de despegarla el consolador calló sobre la cama, escuché el sonido de la butaca y a continuación tenía aquel trozo de goma impregnado con mis flujos pegado a mis labios. Abrí la boca y me introdujo el consolador para que lo sujetase con los dientes. Volví a escuchar el crujido de la butaca. Me alegré de tener los ojos vendados, ya que así mi rostro tampoco se reconocería en la cinta.

Aquel desconocido era especialmente tierno y delicado conmigo. Acercó sus labios a mis nalgas y las besó y lamió con dulzura. A pesar de su buen trato mi alma le deseaba a Él, deseaba que se acercase y disfrutase de mi cuerpo a su antojo, pero permanecía inmóvil observándolo y grabándolo todo. El invitado se colocó ante mi rostro, me sacó el consolador de la boca y en su lugar introdujo su verga, enorme y dura. Yo comencé a lamerla como una profesional, como una actriz porno, como la puta que Él quería que fuese. El tío acariciaba mi cabello mientras yo se la chupaba. Llevaba demasiado tiempo en la misma postura y las rodillas y las muñecas me dolían muchísimo, pero me había propuesto resistir, satisfacerle hasta el último momento.

Volví a escuchar el sonido de la butaca, la música rápida aceleraba la mamada, y mi interior se encendía cada vez más. Oí cómo se desnudaba detrás de mí. A continuación un azote recayó sobre mis nalgas haciendo que mi coño se humedeciese. Al tío aquello le debió excitar y me propinó un ligero cachete en la cara. Volví a recibir otro azote y otra suave bofetada. Aquello me estaba excitando muchísimo, quería que me poseyera de una vez, que llenase mi vacío, que me la metiese hasta el fondo y me follase como un animal. Así lo hizo, cogió el consolador de la cama y me lo metió en el coño de golpe. A continuación introdujo un dedo en mi ano, luego otro, y otro más, y por fin sentí su verga atravesándome. Me folló como un salvaje, me azotaba una y otra vez, y con cada azote sentía cómo mi ano presionaba su verga. Estaba a punto de correrse, su verga se convulsionaba dentro de mi boca y sus bofetadas se hacían cada vez menos suaves. Imaginaba que Él también estaba disfrutando, viéndome y grabándolo todo. Todos disfrutábamos, pero yo no quería hacerlo, temía no poder retener mi orgasmo, y no podía hablar para suplicarle.

  • Yo... ya...

  • Espera...

Él se movió y se puso en frente de mi para grabar cómo aquel tío se corría en mi cara, y rociaba mi rostro con su leche mientras gemía y sujetaba mi cabello con fuerza.

La siguiente secuencia no tardó en llegar mas que unos minutos durante los cueles estimulé su sexo con mi boca. Volvió a empalarme, no se cómo pude conseguirlo, pero resistí, "sufrí" sus violentas embestidas inmóvil, retuve el tan deseado orgasmo y cuando se separó de mi permanecí allí, ante sus miradas, recién follada, a cuatro patas, con las nalgas rojas y doloridas, mi ano dilatado, mi rostro impregnado... Me había convertido en su puta... Me encontraba extrañamente feliz... Ambos lo habíamos conseguido...

  • Ten, una propina por tus servicios, putita...

Aquel cabrón arrojó una moneda a mi lado, y una frase estalló en mi cabeza dejándome totalmente furiosa e impotente: "Se que no es asunto mío pero... usted se merece algo más...".

Si hubiera podido hablar, si mi orgullo hubiese sido más fuerte que mi miedo a perderle a Él, aquel camarero no se habría ido sin escucharme, pero se fue, dejándome llena de rabia y rencor.

Permanecí sobre la cama, escuché el sonido del grifo de la ducha y sentí el perfume a gel y champú acariciando mi nariz. Mi sensación de extraña alegría comenzó a tambalearse, había hecho todo lo que Él me había pedido sin recibir respuesta, sentía las rodillas entumecidas y las muñecas agarrotadas, había perdido completamente la noción del tiempo, mi dignidad había sido seriamente amenazada...

Sí... efectivamente se me pasó por la cabeza la idea de salir corriendo de allí, de poner fin a aquella situación antes de que fuese demasiado tarde, sin embargo, algo más fuerte que mi conciencia me retenía, una cadena invisible me amarraba a aquella cama, el miedo a volver atrás me impedía reaccionar como lo que había sido hasta entonces, una mujer... "normal". No quería volver a encerrarme en mi cuerpo de mujer "normal", había dado por fin el gran paso, no podía escapar de mi misma, no quería, no debía, no...

Sus manos me devolvieron a la realidad, me liberaron del consolador, de la venda de mis ojos y me ayudaron a ponerme en pie. Me costó acostumbrar mis ojos a la claridad y apenas podía enderezar mis rodillas, cintura, codos y muñecas.

Lo has hecho bien pequeña, ve y date una ducha.

Me metí en la ducha y dejé que el chorro de agua humeante golpease mi cabeza, hombros, senos y nalgas. Cerré los ojos y recordé palabras, imágenes, sentimientos... volví a sentirme excitada. No entendía por qué aquello me hacía sentir así, me había vuelto sumisa, me comportaba como una perrita, como su esclava... y aunque me asustaba todo aquello no podía renegar del ardor que sentía en mi vientre con cada palabra suya, con cada gesto... Hasta entonces me había considerado una mujer fuerte, independiente, segura de mi misma, pero Él había descubierto en mi otra mujer, y la hizo crecer, hasta que la mujer sumisa se hizo más fuerte que la otra, hasta que la mujer sumisa obligó a la otra a suplicar tres veces, una, dos, tres veces... Abrí los ojos y me centré en enjabonar a conciencia cada rincón de mi cuerpo.

Al salir de la ducha vi en el tocador un frasco de perfume, era "Obsesión", repartí unas gotas detrás de mis orejas, entre mis pechos y en las muñecas. Volví a la habitación, Él estaba sentado en la butaca, me arrodillé entre sus piernas y sentí sus manos acariciando mis mejillas.

Mírame Dana...

Le miré, esta vez su gesto era cariñoso, tierno... Acercó sus labios a los míos y un escalofrío atravesó mi cuerpo, su lengua llenó de fuego mi boca y de lujuria mi vientre. Mordisqueó mis labios, descendió hasta mi cuello y sentí el mordisco, sus dientes apresaron mi fina piel, cerré los ojos y me abandoné a aquella sensación, me encontraba entre el dolor y la excitación, entre la libertad y la esclavitud, entre sus brazos y el abismo...

Dana... Escúchame atentamente pequeña. Lo que viene a continuación será la prueba de fuego, habrá dolor, dolor y sexo... Tenemos que descubrir si realmente hay una esclava dentro de ti, yo sé que la hay, pero debes mostrármela. Aún estás a tiempo de arrepentirte, pero debes decidirlo ahora, después no habrá marcha atrás.

Sabía a qué se refería, sentí miedo, pero también excitación, no iba a echarme atrás.

Estoy preparada Amo.

Dime quién eres.

Soy tu sumisa, tu esclava, tu perra.

Alargó su mano hasta el teléfono móvil que estaba en la mesilla y marcó.

Buenas noches Lexa, necesito hablar con Zor...

Hola Zor, Dana ha aceptado...Sí... la misma prueba que pasó Lexa... Por supuesto... En media hora... Sí, no te preocupes por los instrumentos, los tengo todos. Gracias. Nos vemos... Adiós.

Se levantó y cerró las cortinas. Abrió el maletín que había sobre el sinfonier, sacó una mordaza y cinta adhesiva.

Perrita, ponte aquí, de rodillas, de espaldas a la cortina. Abre la boca... así...

Me colocó la mordaza y a continuación ató mis brazos a cada lado del cuerpo con cinta adhesiva. Colocó un cojín enfrente de mis rodillas y ordenó que colocase mi cabeza sobre él, levantando bien el culo. Puso a mi lado cinco consoladores, ordenados por tamaños, el más pequeño tendría cuatro centímetros de diámetro y el más grueso unos diez. Se colocó detrás de mí y procedió a dilatar mi ano poco a poco. Separó las nalgas, untó alguna especie de lubricante e introdujo el más pequeño suavemente, lo giraba, metía y sacaba dilatando mi ano y provocándome un extraño placer. A continuación introdujo el siguiente siguiendo el mismo procedimiento. Sentía cómo mi ano iba adoptando el tamaño que él imponía y aquel proceso hacía que mi entrepierna estuviese cada vez más mojada. Dilató mi ano durante cinco minutos con cada consolador, cuando introdujo el más grueso dentro de mí llamaron a la puerta, lo metió hasta el fondo y me ayudó a ponerme de rodillas para recibir a la visita. Abrió y me imaginé la visión que tendrían de mi aquellos dos desconocidos. Desnuda, arrodillada, amordazada...

Lexa tendría unos 35 años, era preciosa, su expresión era dulce y... sumisa. Vestía un elegante traje negro de falda y chaqueta con zapatos de tacón, y deseé que Él también me permitiese vestir así. Zor era bajo y fuerte, tendría unos 42 años, cabello canoso y mirada penetrante, también vestía de negro, pero más informal que ella. Me fijé en el cuello de Lexa, llevaba un collar y tenía una marca en el lado derecho del cuello, parecía un mordisco... Ver cómo eran me tranquilizó bastante, sin embargo, era incapaz de imaginar lo que iban a hacer conmigo aquella noche...

Zor, Lexa... ella es Dana.

Lexa y Zor me sonrieron, y yo, amordazada y maniatada, no hice nada.

Lexa se desnudó y comenzó a colocar velas encendidas por toda la habitación. Observé su cuerpo mientras caminaba, senos hermosos, piel suave, cuerpo proporcionado... Ellos dos también se desnudaron y prepararon el material. Mi corazón comenzó a acelerarse al ver todos aquellos instrumentos, cuerda, pinzas, una fusta, una caña de bambú, una correa... Se colocaron detrás de mi, recogieron mis cabellos aún húmedos en una coleta alta, la amarraron con una cuerda y el otro extremo lo anudaron al mástil de la cortina haciendo que la cuerda quedase totalmente tensa e impidiéndome así ningún movimiento. Lexa vendó mis ojos con cuidado y aprovechó para susurrarme algo al oído... "Te dolerá pero disfrutarás, tienes que ser fuerte...". Todo lo que ocurrió a continuación sólo puedo imaginarlo, ya que no volví a ver nada más, sólo sentí....

Colocaron un collar de metal alrededor de mi cuello del que prendían dos finas cadenas con unas pinzas metálicas en los extremos. Alguien acarició mis pezones preparándolos para el dolor, a continuación sentí los dientes metálicos de las pinzas aprisionándolos, y un escalofrío atravesó mi alma.

Intentaba escuchar lo que decían, pero apenas hablaban, ya conocían el ritual, cada uno tenía claro su papel. Sólo escuchaba sus movimientos, olía el aroma que desprendían las velas, sentía el mordisco en mis pezones, sentía la presión en mi ano, en mi boca, en mis brazos... estaba indefensa, apresada, y extrañamente excitada...

De pronto noté que alguien se tumbaba en el suelo con la cabeza entre mis piernas. Su lengua comenzó a acariciar mi clítoris, los labios... se introducía en mi agujero, se movía rápido, lento, rápido... Besaba literalmente mi coño volviéndome loca de excitación. Quería saber de quién se trataba, y por el roce del cabello en mis muslos supe que era ella... Lexa... Las caricias se fueron acentuando, su lengua se concentró en mi clítoris y estuve a punto de dejarme llevar... Pero un inmenso dolor me alejó bruscamente del orgasmo, aquellos maravillosos labios fueron sustituidos por una pinza metálica que apresó mi sexo y lo mordió salvajemente. Mi instinto fue moverme, pero la cuerda tensó mi cabello, y a su vez el tirón hizo que las pinzas tirasen de los pezones. El dolor me hizo estremecer, permanecí quieta, con los músculos tensos, cerré fuerte los ojos tras la venda y esperé que la sensación cesase, pero no cesó, se intensificó... hasta formar parte de mi... hasta que me acostumbré a él...

Pasaron algunos minutos cuando sentí que uno de ellos se acercaba, acarició mi piel con algo frío, lo paseó por mis pechos, mi vientre, mi espalda... Y entonces él sonido de la correa crujiendo sobre mi espalda resonó en toda la habitación. Los azotes se sucedieron uno tras otro, mis brazos, pecho, vientre, espalda, nalgas y muslos quedaron marcados por la correa.

Mi mente iba y venía con cada azote, por momentos iba perdiendo cordura, la noción del tiempo y el espacio, la noción de quién era yo...

Cuando regresé en mi los azotes habían cesado, el olor de las velas se había intensificado, y pronto sentí la cera caliente cayendo sobre mis senos... La sensación era incómoda tras la primera gota, excitante tras las demás. No podía saber dónde aterrizaría la siguiente gota, llovió cera sobre mis hombros, mi vientre, mis nalgas...

Alguien liberó mis pezones de las pinzas, provocándome aquello más dolor que al tenerlas. Me sacaron el consolador, había estado tanto tiempo dentro de mi que sentí que mi ano estaba totalmente dilatado. Soltaron mi cabello de la cuerda y me pusieron en pie. Hicieron que separase todo lo posible las piernas, y entonces sentí un seco golpe de fusta contra mi coño. Dos... tres... cuatro... La sensación me embriagaba, el dolor se mezclaba con el placer haciendo que mi vientre desease cada golpe. El último golpe de fusta fue el más fuerte, no lo pude resistir y caí de rodillas en el suelo. Creía que el castigo había acabado cuando mis nalgas notaron un dolor agudísimo producido por la caña de bambú, había visto las señales que dejaba cuando era usada y sabía que el dolor tardaría semanas en desaparecer, los golpes eran secos, certeros, recorrían cada milímetro de mis nalgas, fueron tantos que perdí la conciencia del tiempo. Me levantaron y me colocaron en la posición anterior. Me liberaron de la mordaza, lo que agradecí enormemente, cortaron la cinta que amarraba mis brazos, e hicieron que colocase las manos sobre la cama, con las nalgas hacia fuera.

A pesar de mi ano dilatado sentí aquella verga hundiéndose dentro de mi, penetrándome, atravesándome el alma. A continuación sentí los labios de Lexa envolviendo mi coño, y sus dedos penetrándolo una y otra vez. Por último Él introdujo su verga en mi boca, era Él, conocía sus embestidas y no era quien estaba detrás de mi. Entre los tres se adueñaron de mi cuerpo y yo los recibí agradecida, como una perrita buena...

Jamás olvidaría aquella prueba de fuego... Gracias... Amo...